Skagboys: más chutes sí

El pelado de Edimburgo vuelve con Skagboys, precuela de Trainspotting, también ambientada en su Leith natal y poblada por el viejo clan de céreos yonquis

Welsh pub“Solo tiene una gran novela”, aducen algunos agoreros, dando por hecho que Irvine Welsh la clavó con Trainspotting, sin duda, pero lleva desde 1993 luchando por reclavarla. Incluso asumiendo que esto fuese cierto (no lo es), decir que Welsh “solo” tiene una gran novela es como decir que Ray Charles “solo” inventó el soul. Una afirmación de tocacojonicos (como diría Paco Candel) y envidiosillas de taller literario.
Pero es justo reconocer que, aunque a Welsh le quedan muchas y muy buenas sagas por escribir, a la cabeza va su gran historia: la holocáustica caída de unos cuantos chicos rotos de clase obrera en las calles de Leith (Edimburgo), a lo largo de los ochenta. Welsh oscila a menudo entre la proficiencia experimental y anfetamínica (The Acid House, Éxtasis) y la excelencia más o menos inapelable (Cola, Escoria), pero solo es superlativo cuando habla de su mundo: Trainspotting, cómo no, pero también Porno (la secuela) y, ahora, veinte años después del debut, su precuela: Skagboys.
Skagboys, digámoslo rápido, no es tan redonda como Trainspotting por una sola razón: es larguísima (667 páginas). Del mismo modo que “The tears of a clown” de The Miracles sería inferior si en lugar de durar tres minutos durara diez, la penúltima del Leithita solo peca por extensión. En lo demás, es puro Trainspotting: muertes, peleas, speed, fútbol, punk, chutes, más chutes, más cucharas impregnadas de heroína, paro, ultraviolencia, música pop a porrillo, pandilleo, northern soul, ausencia de futuro y novias borrachas en pubs. Welsh regresa aquí a los depravados rufianes que conoció y tan bien describe, con la mezcla justa de emoción, separación, piedad y, sobre todo, verdad. Skagboys es, de hecho, autobiográfica hasta el sonrojo: Welsh habla a tumba abierta de sí mismo y de sus compinches. Mientras la leía me asaltaban una y otra vez frases de Mark Renton que alguna vez le he escuchado afirmar al autor en primera persona y riguroso directo.
https://i0.wp.com/www.anagrama-ed.es/img/portadas/PN863_G.jpgLos fans de Trainspotting celebrarán el retorno del clan: Sick Boy (manipulador lujurioso y mezquino), Begbie (ñu machista renacido en psicópata a jornada completa), Spud (benigno lerdo superado por las circunstancias) y, cómo no, Renton, cuyo relato es la mejor voz del libro. Solo empezar lo hallamos al lado de su padre en la Batalla de Orgreave (piquetes de mineros contra policía, 1984), y es su lacerante percepción del entorno lo que le aúpa a Pepito Grillo de la pandilla: “Pienso que hemos perdido y se avecinan tiempos crudos y me pregunto: ¿qué cojones voy a hacer el resto de mi vida?”. Su batacazo final hace especial pupa, porque era el único del gang con alguna esperanza: escapado de Leith, con novia formal, en la universidad, incluso –en el momento menos Trainspotting de la historia- de Interrail, como un gafitas de humanidades cualquiera.
¿Por qué caen los chicos del jaco? Skagboys desvela cómo llegaron a ser los despojos cadavéricos de Trainspotting: un cóctel de familias disfuncionales (Renton tiene un hermano “espástico” a quien masturba regularmente para aliviar su dolor), paro salvaje, Thatcher, accesibilidad de la heroína, y algo más: ser quien son. Esta distinción la establece Renton, cómo no, al afirmar que “los capullos que pretenden psicoanalizar a la peña que está hecha polvo pasan por alto lo más crucial de todo: a veces lo haces porque te lo encuentras y porque eres así” (las cursivas son mías). O sea que, como dijo Heráclito (y a mí me chivó Carlos Zanón), “el carácter es el destino”. Como eres es lo que te pasa, y punto.
Welsh ama a esos disolutos mozos, y su compasión –estilo Nelson Algren- impregna cada escena: cuando Begbie canta inopinadamente en el pub (“se da cuenta de que un pedacito de belleza de su alma ha quedado al desnudo y que (…) lo considera una debilidad en potencia”) o cuando Renton observa a sus padres (“Me limité a asentir lentamente con la cabeza; no tenía nada que decirles. Nunca en la vida tuve nada que decirles”). Welsh entrega, así, una rotunda novela coral que adereza con enmarañadas sub-tramas (la fábrica de opiáceos, por ejemplo) y secciones periodísticas sobre el advenimiento del sida en Edimburgo o el ascenso de los tories. Skagboys es, sin embargo, una novela de proporciones dickensianas que solo toca hueso cuando se acerca a los pillos moqueantes que tanto conmueven al autor y, por extensión, a todos nosotros. Hacía tiempo que Welsh no escribía así de intenso y fiero. Right on, Irvine. Kiko Amat

Skagboys
Irvine Welsh
Ed. Anagrama
667 págs.
Trad. de Federico Corriente

(Artículo publicado previamente en el suplemento CulturaS de La Vanguardia del 16 de julio del 2014)

Discos sin zapatos para el Trampolins i Trompetes (LAV)

Lo pinchado (100% vinilo) por estas cansadas manos el pasado sábado 19 de julio, en el evento «Trampolins i trompetes» del OWNW. En una piscina de L’Ametlla del Vallès. Junto a grandes selectors de todo pelaje y condición (el nuestro fue el set más «blanco» de la jornada). Sin zapatos. Oh, la vida, la vida…

SKIN-DEEP Baddies Boogie
THE NICE MEN Nuclear summer
THE BEAT Drowning
VIVIEN GOLDMAN Launderette
THE MONOCHROME SET Apocalypso
THE NIGHTINGALES Start From Scratch
BOOTS FOR DANCING The Rain Song
ORANGE JUICE Consolation Prize
PISTONES Metadona
SUBWAY SECT Different story
FURNITURE Love your shoes
DELTA 5 Mind Your Own Business
THE SHOWMEN It Will Stand
IAN DURY Blockheads
DEXY’S MIDNIGHT RUNNERS Show me
WIRE Ex- Lion Tamer
JULIAN COPE Greatness and Perfection
CAMPER VAN BEETHOVEN Ice Cream Every Day
THE TWEEDS We Ran Ourselves
THE DICTATORS Baby Let’s Twist
DUMMIES When the Lights Are Out

Aparentemente incluso pueden escuchar el set completo en este invento catastrófico que nos manda el amigo Víctor Parkas. Madre de Dios, la tecnología…

 

 

Mi vida como operario no especializado

Una simpática columnilla para Playground que lista y detalla de manera deflagrante algunos de los empleos ominosos que este, su abatido autor, ha realizado antes de empuñar (onerosamente) la pluma.

No están todos, ni mucho menos (kioskero, cobaya para experimentos médicos -no es broma-, disquero…), así que se intuye una IIª parte en algún lugar del horizonte, bajo el arco iris.

Trampolins i trompetes: otra pinchada de Kiko Amat

Quizás sepan que mi pinchada de discos en el Vida se canceló por un huracán. Pues sí: soplaba tifonesco, y los discos salían volando, con lo que hubo que abandonar todo intento de utilizar vinilo y dejar paso al siguiente DJ (que acarreaba cedés, el muy bergante). Una de las situaciones más grotescas (y deprimentes) que nos han sucedido recientemente.

Pero arranquemos quirúrgicamente esa espina. Reintentaremos pinchaje en la fiesta TRAMPOLINS I TROMPETES, que organiza el club Old Wave New Wave de Miqui Puig. Se trata de diez horas de canciones y chapuzones: de 12h a 22h del dia 19 de julio, sábado, en la piscina Can Camp de L’Ametlla del Vallés. Aquí al lado pueden ver a todos los ilustres que pinchan también.

Pondremos lo que ya dijimos que ibamos a poner en el festival Vida pero las confabuladas condiciones meteorológicas impidieron: Au Pairs, Vic Godard, Dictators, Teenage Filmstars, Orange Juice, Slade, Pistones, Kim Fowley, Undertones, Dexys y el resto de apasionante morralla que ustedes han aprendido a amar. Con olor a cloro y coctelazo en mano, piernas biafresas a la vista de todos. Esperamos su asistencia.

La extraña pareja

https://i0.wp.com/www.ellibrepensador.com/wp-content/uploads/2014/02/El-acompanante-de-Jonathan-Ames-195x300.jpgJonathan Ames, novelista y creador de la serie Bored to death, tardó casi diez años en publicar su segunda novela. Los diez años fueron, presumiblemente, el tiempo que necesitó el pelirrojo neoyorquino para zafarse del mal fario y desazón de su debut, I Pass Like The Night. También para destilar lo que acabarían siendo los motivos clásicos Ames: la amistad entre caballeros en apuros y la identidad sexual confusa, ambos contados con humor melancólico y sobriedad narrativa.
El acompañante habla de un tema clásico: la chocante pareja masculina. Tipo caótico y amoral se ve obligado a convivir con tipo inmaculado y canónico. Aquí, Louis Ives es un ex-profesor algo carroza, con gusto por los blazers y las novelas de Scott Fitzgerald, pulcro y algo sosomán, cuyo único hobby fuera de la ley es un indomable fetiche por la ropa de mujer y los transexuales. Cuando lo despiden del colegio donde daba clases (por probarse el sostén de una compañera), Louis termina en casa de Henry Harrison, decano ex-actor y dramaturgo de boquilla, gentleman misógino sin un céntimo y bohemio excéntrico, que le enseñará a colarse en la ópera, acompañar en sociedad a momias millonarias y vivir con una mano delante y otra detrás en el New York burgués.
Este es un libro añejo, pese a haber sido escrito en 1998: empieza citando a Cole Porter y continúa en férrea línea recta (sin flashbacks dignos de mención, sin trucos literarios modernos) a través de la trama. No hay grandes golpes de efecto ni conclusiones vitales. Es una novela picaresca, llena del humor autoflagelatorio de Ames, fundada en la tensión y la atracción Louis-Henry. Una atracción mentor-alumno o, más aún, entre hombres que se agradan al modo heterosexual. Louis y Henry se meten en apuros wodehousianos (su siguiente novela, ¡Despierte, señor!, sublimaría la influencia Wodehouse), se distancian y acercan cíclicamente, mientras cada uno busca distracciones por su cuenta: Louis encamándose con travestís y dudando de sus gustos sexuales (aunque no parece que quepa duda sobre cuáles son), Henry pegando la gorra en la alta sociedad, bailando Cole Porter en solitario y lavando sus camisas en la ducha. Don Quijote y Sancho Panza en gabardinas blancas. El Gran Gatsby y La Extraña Pareja, solo que con varias decenas de queens en la mezcla. 375 páginas que pasan como un suspiro, como una sonrisa. Pam, y ya lo has terminado.

El acompañante
Jonathan Ames
Principal de los Libros
375 págs.
Traducción de Azahara Martín

(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 2 de julio de 2014)

 

Giles Smith: ¿Este montón de discos? Son YO

Lost in music es glorioso. Por su honestidad escalofriante, su humor vivaz, su catálogo de frustraciones y decisiones catastróficas, por cómo se enfrenta a la pasión por el pop. Lost in music habla de abandonar a 10cc, de preferir Whitney Houston a Bob Dylan, de alinearse con XTC y soñar con que Marc Bolan pase por tu pueblo. ¿El pop como banda sonora de una vida? No: el pop como tu vida entera.

https://i0.wp.com/www.offsidefest.com/wp-content/uploads/2014/05/Giles-Smith.jpgMimados. Así nos tienen las editoriales a los amantes de los libros pop. Y no me refiero a la “novela pop”, ese absurdo epíteto que alguien se sacó de los calzoncillos hace una década para describir cualquier trabajo de ficción donde apareciesen discos. No: hablaba de los libros sobre música pop. En esto del ensayo sobre pop music hay gustos para todo: algunos gustan de Simon Reynolds y Paul Morley, yo soy más de Nik Cohn, Jon Savage, Bob Stanley y Giles Smith (más de víscera y vivencia que de física y química, vaya). El último ve por fin traducida al español su imprescindible Lost in music, quizás el trabajo más autobiográfico, divertido y audaz escrito jamás sobre esto de amar al pop sobre todas las cosas.
Smith plasmó en Lost in music su adolescencia y juventud como forofo pop. Y no solo eso: también el paso de fan a músico, cuando el autor ingresó en los subterráneos The Cleaners From Venus. Smith elude con maestría la inclinación a ser guay que infecta a tantos otros autores, y habla con lacerante honestidad de los verdaderos discos que amó (no los que quedan cool). Lost in music es, sin duda, mi libro favorito sobre amor al pop en primera persona.
Para un lector español, la diferencia clave con la adolescencia que cuentas es que aquí jamás habrías estado tan expuesto al pop, a no ser que militaras en una subcultura. En cambio, en el Reino Unido, los fans del pop eran la mayoría. No se trataba de un underground secreto.
Cierto. Cuando tenía trece años creo que no conocía a nadie que no estuviese todo el día hablando de música. Era casi monótono. Todo el mundo hablaba de ello y soñaba con estar en un grupo. Así que cuando escribía el libro era consciente de que le hablaba a una gran cantidad de gente de mi época. Pero imagino también que hay aspectos de eso que no cambian nunca, y que la relación de la gente con la música sigue siendo parecida. Que la música les habla de un modo similar, y que desarrollan el mismo tipo de afectos que nosotros.
No estoy muy seguro de que sea así. El otro día entrevisté a Tracey Thorn, y precisamente lo que comentábamos era que ha desaparecido esa sensación de conocer a alguien a través de su colección de discos. Que sus discos te contaban qué clase de persona era el otro. No creo que eso siga sucediendo, al menos no con la intensidad de antes.
Cierto. Tienes razón. Cuando ibas por primera vez a la habitación de tu novio o novia y te estabas besando, o estabas a punto de besarte, lo que hacías era echar disimuladamente una ojeada a su estantería de discos. Aquello me hacía casi sentir culpable, porque te daba la sensación de que estabas fisgando en su personalidad entera. Lo primero que me sorprendió con mis propios hijos –los dos son adolescentes- es que no tienen la pasión por el objeto que teníamos nosotros. Les encanta la música, y se pasan el día escuchándola, pero la tienen en los móviles o ordenadores, el concepto de posesión física les es desconocido. Y, no sé, cuando vi esto me sentí agradecido de que a mí me tocara una época en que podía describir quién era yo simplemente señalando a un puñado de objetos en una pared (ríe). ¿Este montón de libros? ¿Este montón de discos? Esto resume bastante bien quién soy. Si te gusta, fantástico. Si no, ves a buscarte a otro tipo con una estantería distinta (ríe). Pero mis hijos no tienen eso. También pienso que es más sano, en cierto modo, carecer de ese apego por los objetos, ellos no están encadenados a nuestra locura por coleccionar cosas. Y asimismo, me siento agradecido, como te decía, por haber podido hacerme un retrato a base de cosas. No sé si habría sido capaz de expresarme sin esos discos. Eran una gran muleta, si eras un tipo un poco tímido como yo. Decían: aquí estoy. Soy esto. Espero que te guste.
Lo mismo digo. Y la fabricación y posterior ofrenda de casetes grabadas eran una perfecta alternativa de la declaración de amor. Que no siempre funcionaba, si he de serte sincero.
Completamente de acuerdo. Es fascinante cómo podía uno manifestar sentimientos hacia otra persona mediante el simple método de agrupar una serie de canciones compuestas por otra gente. Es extraño, pero funcionaba exactamente así.
Tengo amigos, algo menores que yo, que aún se aferran a nociones románticas de que el gusto musical es relevante para describir a alguien. Y vienen, y me dicen: “Oh, conocí a una chica, era increíble, tenía muy buen gusto, le gustaba Gainsbourg, o The Clean, o Tim Hardin”. Dios santo, y qué leches importará eso. Eso no te dice absolutamente nada de su personalidad. Podría ser una asesina de masas, o secuestradora de niños, o nazi.
(Ríe) Llega un momento en que, por supuesto, superas esas bobadas, y te das cuenta de que la gente es algo más que las cosas que poseen. Pero durante una época es sensacionalmente útil, es como una rueda supletoria que te permite realizar el primer movimiento de acercamiento, o expresar lo que sientes de forma abierta. El pop hacía una parte de tu trabajo, allanaba el camino para lo que ibas a decir después. Pero insisto: es algo que tienes que superar. Por otro lado pienso que, por mucho que la gente critique que los jóvenes se comunican de forma virtual, y se textean, o solo hablan a través de redes sociales, lo cierto es que hablan entre ellos mucho más que nosotros. La falta de objetos en los que apoyarse provoca que no les quede más remedio que hablar con sus amigos.
https://i0.wp.com/editorialcontra.com/wp-content/uploads/2014/02/lost_in_music_web1.jpgMe encanta la idea, ya desaparecida, que expones en Lost in music sobre ser fan de un grupo y que aquello fuese como formar parte de un equipo. Ser parte de algo es una de las cosas que anhelas como adolescente.
Y tanto. Se forma un vínculo, por el simple hecho de que a ti y a otra gente del mundo os gusta el mismo grupo. Y te ayuda a sentir arraigado. Yo vengo de las provincias inglesas, de una familia correcta y muy común de clase media, y sentía una necesidad enorme de tener algún tipo de raíces. La clase media no tiene raíces muy claras, tu sensación es que otra gente posee raíces más hondas, que la gente de un barrio de una ciudad pertenece a algo de una forma más profunda que tú. Es una ilusión, sin duda, pero es lo que yo sentía entonces. Que los de ciudad pertenecen a algo más real que tú. Que la clase obrera pertenece a algo más auténtico, con raíces que se hunden más profundamente. Pero yo era blanco, de clase media, con una cierta educación académica, y sentía que estaba flotando en el espacio. La música suplía esa falta, dándote las raíces que tu nacimiento te había negado.
Y habla de conceptos mayores que la música en sí. Me emociona una frase del libro, sobre el White music de XTC, que dice: “Que te gustara era ver las virtudes de lo breve frente a lo extenso, lo perspicaz frente a lo excesivo, lo vivo frente a lo muerto”. Un disco explica un universo, una concepción del mundo que compartimos. En ese sentido, el pop no es nada fútil, como algunos aducen.
Desde luego. Ese gesto implica que has realizado una elección, y que esa elección tiene contenido. Es de una importancia capital. Si habías decidido que te gustaba XTC y llevabas su chapa (y yo la llevaba: solo ponía XTC, con el primer logo), esa chapa hablaba por ti. Pero no estaba solo diciendo que eras fan de XTC, sino que eras fan de cierta forma de ver el mundo, y que esa forma la habías escogido tú. Que mirabas con un cierto sentido del humor, y de una forma semi-anárquica, que te gustaba lo corto, que te gustaban las cosas puntiagudas y cortantes, que no te gustaba lo autoindulgente ni largo. Todo eso, tienes toda la razón, se deriva de un hecho que puede parecer completamente insignificante, que dura dos minutos y medio y que viene en un pedazo de plástico.
Mi amigo Miqui aduce que el humor es la única forma de inteligencia desprovista de petulancia (lo cual es cierto) pero creo que el pop funciona igual. Es profundo sin dárselas de listo. El deep soul o la Motown explican emociones cosas muy gordas con un léxico sencillo.
Y tanto. Con la Motown sucede aún más, porque encima te entran ganas de bailar, rápido o lento. Y eso le arranca toda la posible pomposidad. No puedes levantarte y empezar a menear el trasero con pomposidad (ríe). Es algo imposible. La gran mayoría de música que me gusta contiene algo de humor bajo la superficie. Y, de hecho, casi todo el pop es así. En el momento en que se define como pop ya te está avisando de que no te lo tomes demasiado en serio.
Lost in music también pone por escrito algo que he seguido toda la vida: es perfectamente lícito dejar de seguir a una banda. No es una traición. Dejan de interesarte, te levantas y te vas. Así de sencillo. En tu caso fue 10CC, en mi caso, qué sé yo, Belle and Sebastian.
Estás en tu perfecto derecho de serles infiel. Pero al principio sí me resultaba difícil. Respecto a 10CC sentía ese vínculo que era casi de equipo de futbol. Si apoyas a un equipo no puedes decidir que ahora eres de otro, no les abandonas, esa es la gracia. Creo que me hice un lío, y traté de cumplir el mismo contrato con 10CC. Seguí comprando sus discos mucho después de que dejaran de ser buenos, cuando ya estaban completamente confusos y habían perdido el sentido. Esperando, imagino, que podrían volver a ser los 10CC que yo había conocido al principio. Pero de repente tuve un flash de iluminación y me dije: ¿qué sentido tiene seguirte castigando así? Esta relación puede terminar cuando yo la termine. Puedo largarme. Y eso es fantásticamente democrático. Claro que debe ser también una perpetua fuente de ansiedad para toda la gente que está haciendo esa música pop. Careces de cualquier garantía de lealtad. Tienes que ganártela continuamente.
Es una buena ley natural. Que siempre tengas que luchar por conseguir la apreciación de tu audiencia y grabar mejores singles.
Claro. Cuando los artistas se olvidan de eso se vuelven aburridos. Cuando empiezan a dar por hecha esa lealtad y ya no la valoran. Y todo empieza a ir mal.
Tu libro es increíblemente valiente. Cuando confiesas que dejaste de escuchar a la ELO o a 10CC, lo fuerte es admitir que te gustaran tanto de entrada. Y esa es una declaración asombrosamente uncool. Cuando hablas de la “gran purga de 1981” lo que deja sin habla al lector es que hubieras comprado de veras todos esos discos espantosos.
(Carcajada) Lo sé, lo sé. Qué desastre. Me he dado cuenta de que es muy fácil ser selectivo con tu gusto pop. Tienes una versión pública de ese gusto. Tienes una idea de lo que es aceptable y lo que es guay, lo que es inteligente y lo que no. Pero entonces miré mi colección y me di cuenta de que una enorme porción de ella no entraba en la categoría de cool o inteligente, ni me hacía parecer demasiado sofisticado. Tuve la opción de ignorar todo eso, o pensar por qué esos discos estaban allí, y porqué su presencia era algo embarazoso para mí. Creo que incluso las mejores colecciones de pop tienen algún elemento semi-embarazoso en ellas. Pero cuando empiezas a pensar de veras en la diferencia que existe entre pop que es cool y pop embarazoso te das cuenta de que es difícil de definir. No está tan claro, más allá de tu apego emocional hacia ellos. Si soy sincero –y he dicho esto antes en varias ocasiones- mi apego hacia Whitney Houston es mucho mayor del que tengo hacia Bob Dylan. Y desde cualquier perspectiva intelectual eso es una bobada. No ignoro la teoría de que Dylan es un gran artista y Whitney Houston solo es una gran cantante. Pero si hablamos del tiempo que he pasado escuchándoles, sintiendo un vínculo emocional con ellos, Whitney Houston gana a Bob Dylan. Y aún más ridículo: incluso Nik Kershaw gana a Bob Dylan (ríe). Solo por el mero número de álbumes comprados y seleccionados. Le he dedicado mucho más tiempo y energía a Nik Kershaw que a Bob Dylan. Y eso claramente es una locura que me avergüenza. Pero es la verdad. Y creo que esa verdad la comparte mucha otra gente. Que si sumas las horas, pasaste mucho tiempo junto a discos que no… Tenían sentido.
Lo de Nik Kershaw se perdona también por motivos autobiográficos, geográficos y sentimentales.
Sí. Creció en el mismo pueblo que yo, como se explica en el libro, y tocaba en el pub local antes de convertirse en una mega-estrella, y haber estado cerca de ese proceso es algo extraordinario. Si sumo horas de vuelo, como un piloto de avión, me sale que he pasado mucho tiempo con Nik Kershaw. Más que con Bob Dylan. Y tenía que dar la cara en el libro.
Una de las cosas que más me gustan del pop es que no hace falta que te guste todo el maldito canon. Nick Hornby me dijo una vez, cuando le pregunté si se había leído el Tom Jones de Henry Fielding (su tajante respuesta fue: “Ni de coña. ¿por qué tendría de hacerlo”), que la literatura era la única disciplina que exigía de ti un sacrificio. Ni el pop, ni el futbol, ni el cine funcionan así.
Completamente de acuerdo. Uno lo ve en la reciente moda de las cajas de cedés que excavan en los archivos y reúnen en enormes cofres toda la discografía de un artista. Siempre pienso: no quiero escuchar todo eso. Me pone negro cuando reeditan un “álbum clásico” y lo remasterizan e incrustan allí un puñado de outtakes que han encontrado en alguna cinta extraviada. No necesito escuchar todo eso. Es un acercamiento demasiado académico al pop, como si todo lo que estuvo en contacto con el artista posee algún valor. Pero no es así. Existe una razón por la cual esos nueve cortes son los que terminaron en el álbum definitivo, en lugar de los diecisiete que me ofrecen hoy. Me he vuelto bastante cascarrabias con todo esto. Intento no caer en la tentación, aunque es difícil, porque esos cofres siempre tienen una pinta estupenda. Me agrada la idea intelectual de poseer una gran biblioteca musical, y estudiar todo el canon poco a poco; pero en la práctica no funciona. Mejor seleccionar.
Es como leerte las servilletas emborronadas con notas de algún autor borracho en lugar de la milagrosa novela final.
Claro. Durante una época estudiaba para mi tésis, y el tema era el Dr. Johnson. No llegué a ninguna parte, y al poco empecé a trabajar de periodista y lo dejé, pero mientras lo hacía tuve que leerme su diccionario de la lengua inglesa en dos partes. Leí ese maldito diccionario entero, y con algunas de estas cajas musicales la sensación es la misma que la de estarte leyendo un diccionario de la A a la Z. Puro acercamiento académico, una faena farragosa. Pero, como dice Hornby, el pop no debería ser así.
La verdad es que no recuerdo ahora qué libro salió primero, Lost in Music o 31 canciones, pero ambos coinciden en negar la autoridad incontestable de los Grandes Artistas y poetas del rock como Dylan. Y en afirmar que el canon es una cosa muy personal, y que algunos de esos grandes artistas no representaron nada para cierta gente.
Sí, suena terrible, ¿verdad? La tentación inmediata es preocuparte por si tu gusto está a la altura de los estándares, lo que a veces está bien desde un punto de vista de aprendizaje, pero en otros no tan bien, porque te convierte en un neurótico. Si algo te gusta y te habla, ya está bien; eso justifica su existencia. 31 canciones vino después de Lost in music, pero Alta fidelidad vino antes que Lost in music, y en él se formulan muchas cosas sobre ser fan, y la forma en que la música te habla. Así que eso sí precede a Lost in music. Si alguien sigue a alguien, decididamente soy yo el que continuó los pasos de Hornby, no al revés.
Hablas de música desde la perspectiva de un chaval de pueblo, lo que para mí es enormemente atractivo. Me emociona como hablas de aquel niño de Colchester, aislado de todo lo guay, unido al mundo mediante los singles pop.
Esa es la pura verdad. Y no es una coincidencia que una cantidad enorme de música pop británica venga de provincias, y fue hecha por chicos que deseaban vivir en la gran ciudad. Les azuzaba el deseo de vivir allí, y ser los chavales más enrollados de la ciudad, vivir en un sitio mayor que el que les vio nacer. Esa es la energía motivadora de una cantidad apabullante del mejor pop inglés, en especial de punk y post-punk. Mira a The Jam, XTC…
¡Dr. Feelgood!
Exacto. Todos venían de la periferia, de los márgenes, de pueblos verdaderamente no cool. El mito esencial dice que el pop es Liverpool, Londres y Manchester, y por supuesto esas ciudades tuvieron enormes escenas pop, pero mucha otra música la fabricó gente que venía de sitios absurdos y horteras, lugares atrasados, y que soñaban con vivir en Liverpool.
https://i0.wp.com/image1.playgroundmag.net/web/imagine/NDET_490_AUTO/admin/files/cleanersmartinygilesca_300114_1391100209_88_.jpgHáblame de Martin Newell, tu adlátere en tu fallida pero excelsa banda pop The Cleaners From Venus. Cuando leí Lost in music ya era fan de lo suyo, y me encantaría que cotilleáramos sobre su figura aquí. ¿Cuando le conociste ya llevaba esa pinta de prestamista victoriano?
Cuando conocí a Martin él aún fregaba platos para un restaurante de Colchester, y vivía en una pequeña aldea a las afueras del pueblo. Era muy excéntrico y no tenía miedo de demostrarlo en su indumentaria, y era mayor que yo. Y era capaz de crear lo que a mí me parecían canciones pop completamente fantásticas. Me puso “Drowning butterflies”, y me pregunté: “¿Cómo alguien que escribe algo así no es tan famoso como toda esa gente que es famosa y no sería capaz de componer algo como esto?”. Las razones, por supuesto, hay que buscarlas en el mismo Martin, y las ideas políticas que tenía sobre no trabajar en la industria y no venderse. Y me temo que uno de mis roles en The Cleaners From Venus fue intentar que se vendiera (ríe). Fui yo el que le vendió eso de que era demasiado bueno para no estar en una multinacional, el que le empujó a salir de su pequeño gueto. Mucha gente no “se vende”, simplemente “vende”. Me siento un poco culpable de mi paso por The Cleaners From Venus, me siento responsable de haber llevado al grupo a un lugar al que no deberíamos haber ido. Si miro hacia atrás, me parece que lo más brillante de The Cleaners From Venus son los casetes autoeditados de Martin, que grabó con Lawrence Elliot un lunes cualquiera y luego puso a la venta a través del underground. Y entonces llegué yo y empecé a marear la perdiz con lo de conseguir un contrato discográfico, e ir a un estudio de 24 pistas y hacer un álbum como Dios manda. Pero los dos elepés que hicimos así perdieron algo. Estoy convencido de ello. La magia se perdió, no sé cómo. La cosa no funcionó. Y la culpa fue mía. Fui yo el que convenció a Martin, no al revés: vamos de gira, hagamos un elepé, vamos a ser famosos. Y me sorprendió que no lo fuésemos, con su talento. Pero creo que jorobé la química de los Cleaners. Dicho esto, tras mi paso por el grupo Martin continuó grabando discos en solitario, aunque sigue estando alejado del radar. No sé si él tiene remordimientos sobre aquello.
Si me lo permites, yo no lo veo así. Es fácil lamentarlo ahora, pero yo conocí a los Cleaners a través del Going to England y me pareció hermoso. Luego escuché las cintas y me encantaron también, pero los álbumes “producidos” son una maravilla.
Me alegra que lo diga alguien que los ha escuchado y que tiene perspectiva, porque genuinamente siento una cierta ansiedad por haber arruinado la magia de Cleaners From Venus.
Ni hablar. Y por otra parte, si no llegas a intervenir, quizás ninguno de sus álbumes en solitario haría llegado a aparecer. Y eso sí habría sido una tragedia.
En eso es probable que tengas razón. The Greatest Living Englishman, producido por Andy Partridge, tal vez debe su existencia a que The Cleaners From Venus se hicieron más conocidos tras los dos elepés que hicimos juntos. Y eso sí tiene importancia. Porque es un disco genial. Pero Martin era un hombre de muchos conflictos, y quizás una parte de él tenía miedo de que la cosa saliese bien de verdad y se hiciera famoso, con todo lo que ello conlleva.
¿Te refieres a puro autosabotaje, al estilo Kevin Rowland con Don’t stand me down?
En efecto. Exactamente igual. Creo que le preocupaba cómo sería capaz de convivir con ese supuesto éxito, si al final se materializaba. Las crisis de identidad que son inseparables de esa fama. Al final tuvo la crisis, pero sin el éxito (ríe y suspira). Era muy complicado. Pero el hecho de que siga haciendo música quiere decir que todo fue para bien. Creo.
Martin Newell jamás habría podido ser famoso, creo yo. No digo que todo el mundo que tiene éxito se “venda”, pero sí que necesitas un cierto tipo de ambición casi cruel para conseguirlo, y dudo que Newell estuviera en esa categoría. Por lo que he ido viendo, los que se mantienen en esto y tienen carreras largas y exitosas son también tipos que tenían una visión focal y sabían dirigir sus carreras de manera eficiente.
Es cierto. Quizás el problema era toda esa gente que le planchaba la oreja con lo maravilloso que era su trabajo, y cómo debería ser más conocido. Creo que todo aquello le distrajo momentáneamente, pero nunca llegó a firmar el pacto con el demonio. Hay una versión de “Drowning butterflies” que Martin grabó en su sótano, en crudo y para maqueta, que tiene un gran encanto. Y luego existe otra versión de la misma canción que Martin permitió que Chrysalis remezclara, y un productor le añadió sintetizadores para que fuese semi-dance o algo así, cuando Martin ya no estaba en el estudio. Y cuando Martin la escuchó salió corriendo. Y en medio de las dos existe una demo que yo ayudé a producir en un estudio grande, y es una demostración fiel de cómo puedes perder el encanto original de una canción si no te andas con cuidado. En cada paso vas perdiendo algo, hasta que la versión final es casi irreconocible. Uno puede establecer paralelismos entre esto y muchas carreras del pop, no solo canciones sino grupos y artistas enteros.
A veces sucede al revés, sin embargo. En los sesenta una canción folk del montón se dejaba en manos de un productor habilidoso que le enchufaba mil violines a traición y la transformaba en una sinfonía de pop barroco alucinante.
También es verdad. Tras aquella experiencia monstruosa con “Drowning butterflies” Martin se convirtió en alguien completamente anti-productores. No quería ver uno en el estudio, ni que nadie se acercara a sus canciones. Entiendo su perspectiva, pero también me frustraba, porque veía lo brillantes que eran sus canciones, y cómo habrían mejorado los álbumes si hubiésemos permitido que los tocara alguien que supiese lo que estaba haciendo, y dónde se tenían que colocar los violines. No se trataba de que los violines fuesen necesariamente dañinos, ni siquiera que una versión de synth-pop lo fuese (pueden hacerse muy bien), pero pese a todo decidimos producir el álbum nosotros mismos. Y creo que se nota (ríe).
Hace muchos años dejaste de hablar de música pop y te pasaste al periodismo deportivo. ¿Alguna similitud entre ambas disciplinas?
No sé por qué me dio por ahí, pero cuando salió Lost in music yo hacía crítica musical para The Independent, y de repente me dio la ventolera de que no ya quería seguir haciendo crítica de álbumes, pues ya había cumplido los cuarenta. No sé por qué pensé eso. Veo ahora a mucha gente que seguirá realizando crítica de discos hasta que se muera; como tiene que ser. Creo que una parte de mí pensó que aquello era cosa de jóvenes, al menos la crítica de novedades. Y pensé que si me pasaba a los deportes podía hacerme viejo más dignamente (ríe). Pero me equivocaba. Puedes hacer crítica de discos cuando eres mayor, del mismo modo que puedes seguir creando música pop hasta que tienes cincuenta, sesenta y setenta. Quizás también sucedió que el impulso de hablar sobre pop me abandonó un poco tras terminar Lost in music.
Como si ya lo hubieses dicho todo.
Sí, pero a la vez siempre hay algo nuevo que decir sobre el pop. Lo malo de escribir sobre deportes es que no puedes ser partisano y apoyar a un equipo, que era precisamente lo que me gustaba de escribir sobre pop. Pero en crítica de deportes eso está bastante mal visto. Kiko Amat

(Entrevista publicada originalmente en la revista Rockdelux#329 de junio del 2014. Esta es la versión extendida y sin cortes, en exclusiva para Bendito Atraso)

 

Horarios ¡Pelea! y disquetes para el Vida

Mis horarios para el festival Vida 2014 de Vilanova i la Geltrú, jueves 03 de julio, que les desvelo hoy como si se tratase de las Tablas de la Ley, son los siguientes:

– 20:30h ¡Pelea!

– 21:30h Kiko Amat poniendo un disco detrás de otro en deslumbrante sucesión. Great records played badly, a la vieja usanza. Au Pairs, Vic Godard, Dictators, Teenage Filmstars, Orange Juice, Slade, Pistones, Kim Fowley, Undertones, Dexys y el resto de apasionante morralla que ustedes han aprendido a amar.

La sesión de pinchadiscos durará hasta las 22:30h, que es cuando ustedes pueden seguir disfrutando del resto de actividades de la velada, ya sin mi ominosa presencia.

Ignoro en qué escenario tendrá lugar todo esto, pero no creo que tenga pérdida. Busquen simplemente a un energúmeno en shorts gritando disparates en un micrófono para una platea semidesértica. Ahí estoy yo.

Dos Peleas insospechadas

Ya dijimos que esto parecía el «último concierto» de Thee Headcoats (hemos visto cinco o seis de esos) o el «único concierto» de reunión de Aina (ya los hemos visto tocar tres veces desde que se disolvieron).

Todo ello es motivo para la chanza y el jolgorio y, como nos punzaba la envidia, hemos decidido unirnos a tan egregia tradición. O traición, como deseen.

Así, ¡Pelea!, la charla-stand-up tragicómica y autobiográfica de Kiko Amat sobre peleas adolescentes que más risas y lágrimas ha despertado en Barcelona, Sant Boi, Valencia, Premià de Mar, Sarrià y Murcia, regresa con dos nuevas fechas, bien consciente de haber anunciado ya catorce veces que era «el último» ¡Pelea!.

El ¡Pelea! renacido (y renovado; hemos reescrito algunos fragmentos) estará:

1) En la fiestorra de inauguración del festival Vida 2014 de Vilanova i La Geltrú, el jueves 3 de julio y como primera actuación (seguiremos informando).

2) En el LabYeYé del EuroYeYé 2014, que celebra su XX Aniversario. La cosa tendrá lugar a las 16h en el Laboral Centro de Arte, el día 1 de agosto, gratis.

Horas raras en lugares lejanos o semi-lejanos. Ganen el concurso de fan-lector y vengan a verlo igualmente. Hacer ¡Pelea! para los camareros y roadies tendría su gracia, pero el tejemaneje gana con público.