Comentario al comentario sobre nuestro comentario (sobre Hipsters, etc.)

Ay: la historia, a estas alturas, es tan familiar como un catarro otoñal. Pues siempre ha sido así, desde mi más temprana mocedad. En mi instituto, en 1988, los plúmbeos del POSI ya nos llamaban “contrarrevolucionarios” y “enemigos de la clase obrera”, solo porque nos mofábamos (una miaja) de ellos. De sus rancias consignas, de sus pancartas, de sus aires mesiánicos, de sus trasnochadas nociones de lo que era “el pueblo”, de su completa falta de sentido del humor, de sus pintas y espíritu ceniciento, carente de dicha y fervor juvenil. Pero, ¿cómo íbamos a ser enemigos de nuestra propia clase? ¿Y éramos “enemigos” solo porque llevábamos tejanos blancos y nos negábamos a aceptar órdenes y nos moríamos de tedio en las manifestaciones? Los estalinistas españoles durante la Guerra Civil utilizaban el mismo hurta-el-cuerpo-y-señala-algo-abstracto con los anarquistas, cuando los segundos les reprochaban sus jerarquías, su catecismo cerril, su obediencia ciega a un ideal absoluto, su irritante paternalismo. A esa gente le interesa confundir la parte con el todo: te mofas del kommissar y ya eres un traidor a la causa. Te ciscas en sus diezmos y ya estás con el invasor. Los de la FAI estaban “a sueldo del fascismo”. Nosotros somos hipsters, burgueses pederastas anti-proletarios patea-caniches y cisca-en-baldosas porque hemos señalado, y bien señalado, el discurso ridículo de un libro que no es más que un panfleto monolítico de autolavado moral. Y porque trata de canjear una hegemonía por otra; y las dos dan bastante repelús.

Seré breve, porque tengo cosas al fuego y luego me urge inspeccionar las caballerizas: criticar Hipsters etc. (me niego a transcribir entero ese título espeluznante) no es ser enemigo de la clase obrera, como sugiere la robótica respuesta a nuestro comentario. Es ser un enemigo del discurso totalitario y delirante que exhibe el librejo de marras, y de la visión engañosa, idealizada y pastoril, que utiliza para describir a la clase obrera (recordemos: nuestra clase). Y de la McCarthyana perspectiva “si no estás conmigo estás contra mí” que se desprende de sus penitentes páginas.
Me pregunto, ya que estamos, quién ha votado a Lenore como interlocutor legítimo del “barrio” (el día que le votaron yo debía estar en el retrete). No dudo que Lenore esté escuchando algunos ecos del gueto, pero me da a mí que el eco es más bien apagado, y que ha ido perdiendo significado manzana a manzana, viajando en taxi de una parte a otra de la ciudad. No me entiendan mal: yo tampoco sería el interlocutor adecuado, pues me paso el día reclinado en la vasta chaise longue de mi céntrico pisito del Eixample, y, aunque no soy de clase media, sí estoy en la clase media (como dijo Nelson Algren) desde hace unos buenos diez años. Pero, ¿Lenore? ¿No se presentó nadie más, o qué? Y en cualquier caso: eso de que una persona de autoridad se encargue de dilucidar qué es cultura callejera y qué no, ¿no les suena un poco a los viejos Papas medievales, los únicos que tenían potestad para dialogar con El Altísimo, y luego transmitir sus explícitas órdenes al vulgo? Francamente sospechoso, todo eso.
¿Y qué sucede si no encajas en el corsé “proletario” de Lenore? ¿Y si eres de un pueblo industrial de extrarradio pero resulta que quien te inspira es, precisamente, Red House Painters? ¿o Felt? ¿o la música Oi!? ¿o Los Planetas? ¿o el glam rock? ¿o los putos niños cantores de Viena? ¿Y si te chifla leer a Wodehouse, cuyas historias se centran exclusivamente en torpes lechuguinos de clase muy alta? No respondan. Sé bien lo que sucede: la excomunión. El destierro. La retirada del carnet working class fidedigno y autentificado con doble timbre y sello. ¡La ignominia y el oprobio! Bah. ¿Somos niños, o qué?
Me imagino a Emma Goldman dirigiéndose a Lenore:

EMMA (presentándose en el puesto de mando): Si no puedo bailar no es mi revolución, tronco.
LENORE: De acuerdo, camarada. Adelante.
EMMA: Guay. Pues ya que estoy aquí me gustaría poner este disco (saca disco de pizarra de entre los pliegues de su faldón) para echar unos bailesitos.
LENORE (abochornado pero inflexible): Uy, no, ese no va a poder ser.
EMMA (perpleja): ¿Cómo dice?
LENORE: Que ese (señalando con cara de asco) no puede usted bailarlo, Sra.Goldman. Tiene que bailar este de aquí, que es el que hemos aprobado en el último comité.
EMMA: Anda y que te zurzan, colega.

El comentario a nuestro comentario sugiere ahora que somos enemigos de los “chonis”; lo que faltaba. Como quedaba bien claro en mi texto, escrito por mí mismo con estas cansadas manos, lo que me parece lamentable es que unos cuantos caballeros autodesignados hayan erigido un nuevo canon de lo que es la izquierda libertaria y anticapitalista actual (se parecen de forma alarmante a aquellos militantes desclasados de los años ochenta: los salvadores del pueblo, los que se iban a Nicaragua pero jamás habían entrado a un maldito bar obrero). Eso me parece lamentable, y también risible. Y también me parece muy cuestionable la visión grotescamente idealizada, vista desde las alturas y utilizando prismáticos, de cualquier clase.

En mi primer comentario ya les dije que Hipsters y toda esa ralea infame que no somos nosotros seis, de Víctor Lenore, me parecía un espanto. Lo mantengo, y si se empeñan lo repetiré aquí: es un libro de moral dudosa, repleto de acusaciones alucinantes (de alguien bastante alucinado, quiero decir), resentido y sermoneante y de tono catequista, y preferiría que me arrancaran de cuajo una muela del juicio a tener que releerlo. Me llena de perplejidad que intenten equiparar a Hipsters etc. con Chavs, el libro de Owen Jones. Como si fuesen la misma cosa. Quizás sus escasos fans imaginan que si repiten lo suficiente los dos nombres juntos, el público va a terminar equiparándolos. Como si yo fuese por la calle canturreando “Kiko Amat, Paul Newman” por la calle, confiando en que el binomio se implantara en el subconsciente de la peña. Pero, por desgracia para Lenore, eso no funciona así. Nada así. La clase obrera está demonizada y hay que defenderla siempre, seas de la clase que seas; Owen Jones está en lo cierto. Pero Owen Jones no ha montado una checa cultural e intelectual para servir a sus propios fines, como sí ha hecho muy gustosamente Lenore.

Para terminar, solo añadir dos o tres cosas relevantes para solaz del público lector:
a) Lenore afirma que ha escrito su libro para “crear debate”, pero no ha entrado a “debatir” ninguna de las numerosísimas y firmes réplicas (David Morán en Rockdelux, Manu González en Blisstopic…) que su libelo ha recibido, del uno al otro confín. Lo que sí ha hecho Lenore, por el contrario, es ovillarse en su viejo bunker y deshacerse de toda crítica agrupándola en un “todos van contra mí” paranoico y miope y trémulo que reúne (rían aquí) al director del Primavera Sound y a mí mismo, por ejemplo; almas gemelas, claro está. La visión de la réplica es la misma que la de Hipsters etc. Si allí juntaba por arte de magia a la reina Letizia, Diplo, Sr.Chinarro, Javier Calvo y Jan Martí de Blackie Books, por decir solo cinco, aquí vuelve a materializarse un gang de enemigos anti-lenoristas sedientos de sangre, barbudos y ricos y modernos y anti-proletarios (su creación frankensteiniana del hipster perverso suena bastante parecido a los protocolos de Sión), que solo existe en su mente.
b) Cuando Lenore se digna a contestar mis acusaciones y emerge (algo mareado) del bunker, va y publica la respuesta de otro señor. Por Dios bendito: ¿Ni siquiera luchamos las propias batallas, Víctor?
c) Y cuando llega la contestación, qué decepción: es un nuevo panfleto; envarado, aburrido, falto de humor y semi-ilegible (y este ajeno, que es aún peor). Y cuyo mensaje, una vez más, es de nuevo el cataclísmico “si no estáis conmigo, estáis contra mí. Todos vosotros”. Lenore (bueno: su portavoz) nos exige solidaridad interclasista -que la tenemos, y a capazos- pero si se fijan bien no es eso lo que reclama. Lo que reclama es que claudiquemos frente a su idea única de “solidaridad”. You’re free to do as we tell you (que decía Bill Hicks). Lo que está diciendo es que, si no aceptamos el catecismo homogéneo de su insignificante grupo de “solidarios”, entonces estamos con la gentrificación, los macrofestivales, la oligarquía, los policías antidisturbios y el neoliberalismo. Quizás también con Hitler, Belcebú, La Trinca y Tipper Gore. Igualito, pero igualito, que lo que decían aquellos estalinistas avejentados de mi juventud.
Algunas cosas no cambian jamás, ¿verdad?

No: si esa es tu revolución, Víctor, ya puedes contarme fuera de ella.

Kiko Amat

Nosotros también tenemos lista del 2014

Con Nosotros quiero decir los dos jefes de Primera Persona, Kiko Amat y Miqui Otero, y su fiel contramaestre, law enforcer y conseguidor supremo, Jordi «I Love Norman» Garrigós.

Nuestros 20 momentos, artefactos, proyectos y hits del 2014. Con un bonus track de alpargatazo. Disfruten, disfruten; mientras nosotros preparamos el PRIMERA PERSONA 2015.

 

Porn, porn, porn: Kiko Amat entrevista a Amarna Miller

Una extensa e ilustrativa charla de Kiko Amat con Amarna Miller, célebre actriz porno madrileña y encantador ser humano, para Jot Down. A colación salen los más diversos temas: Terry Pratchett, el happy punk de Blink 182, cómo funcionan los metabuscadores (¡El gran secreto del porno! ¡Desvelado aquí! ¿Dónde está ese Pulitzer?), ser una rara avis dentro del cine X, cómo se llega a ser actriz pornográfica y por qué Cincuenta sombras de Grey es «como leerte la sección de sexo de la SuperPop«.

Léanlo, sin dejarse una coma y tomando notas profusamente, en este vínculo inquebrantable.

Los 10 juguetes más estúpidos de esta Navidad

Una jocosa y festiva lista para Jot Down, de aquí su escritor de cercanías predilecto. Incluye La Fiebre del Oro, Gastón Cabezón, Cacamax, Emilio (aka «Mi primer amigo robot») y Mi Primer Huerto, entre otros.

Simplemente petante, amigos. Y el trabajo de investigación no fue deslomante, tampoco: sentarme en los intermedios de Tom i Jerry con mis hijos y tomar notas de los juegos más merdosos que aparecían. Por cierto: ellos (mis rorros) votaron también La Fiebre del Oro como juguete MENOS INVITANTE y más incomprensible de estas natividades. ¿A qué chiflado debió ocurrírsele eso?

Lean y pasen un buen rato, guapetes.

Postales de un groupie renacido #1: Kevin Rowland y yo

Kiko-Kevin-web

I’m with IDIOT (on the left). Kevin Rowland (Dexy’s Midnight Runners) soporta con la mayor dignidad posible a un groupie loco que ha osado imitar su postura corporal. Noviembre del 2014, Hotel Pulitzer. Foto de Albert Jodar.

 

La noche en que deseé una invasión extraterrestre

O: esperando en la oscuridad a que suceda algo. Kiko Amat intenta que lo abduzcan seres de otros planetas, pero fracasa en el intento (pese a ser un fulano tan simpático, y que sabe estar en cualquier sitio). Una crónica en riguroso directo desde la explanada de observación ufólogica de la montaña de Montserrat, para Playground, y que pueden leer aquí.

Y si eso les deja con ganas de más, pueden hincarle el diente al apéndice, también en Playground, donde Kiko Amat entrevista al valedor #1 de los ufólogos, el «contactado» e interlocutor con «Ellos», Luís José Grífols.

Consideraciones sobre Indies, hipsters y gafapastas

Indies-hipsters-gafapastas_Quizás sea un poco tarde para meter cucharada en la mini-tormenta crítica que despertó el libro de Víctor Lenore Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural (Capitán Swing). Uno es de razonar lentico, y aún estaba considerando del derecho y del revés las arriesgadas afirmaciones que se realizan en el panfleto (es lo que es; etimológicamente, digo: un panfleto).
El tema es que su propio autor y otros críticos me han arrojado a empellones al debate, el primero citándome directamente en su blog (asumo que a modo de refuerzo y arbotante de sus teorías), y el amigo Pere Agramunt colocándome graciosamente (a mí y a Antonio Baños, de hecho) en el mismo saco –o en uno de muy parecido- que Lenore, en un texto para Gent Normal.

Cuando ya me colocaba en posición (desperezándome y rascándome una nalga) para clarificar mi postura, sin embargo, ha sucedido algo maravilloso: David Morán ha escrito una crítica en el Rockdelux de diciembre que afirma, casi palabra por palabra, lo que se gestaba en mi mente. Un verdadero milagro. Dios mira por los perezosos y los de discurrir/teclear lento, está claro.

Morán concluye su texto de este modo: “Sin matices y abusando de la anécdota para sentar cátedra, Lenore mete en el mismo saco a Morrissey, David Foster Wallace, el cine de autor, Diplo, Red House Painters, Sr. Chinarro, Javier Calvo, la revista Vice, la reina Letizia o el Primavera Sound, por poner unos pocos ejemplos, y, al final, acaba cayendo exactamente en lo que denuncia, blandiendo la furia del converso para concluir que la hegemonía que él propone es, sin duda, mucho mejor. Así, lo que podría haber sido un interesante debate sobre el buen gusto como discutible signo de distinción, la disputa entre alta y ‘baja’ cultura o el saqueo como fuente creativa, se convierte en una pataleta a costa del indie. Y, lo que es peor: reduce su concepción de lo musical a torpes consideraciones de clase y raza y transforma al hipster, caricatura perversa y extrema, en protagonista absoluto de una manera de entender el arte que, más allá de esos grandes escaparates ante los que se deslumbra el autor, sigue siendo bastante residual. “No encuentro motivos para conservar casi nada de una cultura tan alienada y excluyente”, concluye Lenore quien, en un proverbial ejercicio de miopía analítica, acaba confundiendo la manifestación artística con el uso que de ésta se pueda hacer, y firma un libro que es poco más que una endeble coraza teórica para justificar su renacer como azote de lo independiente.”

Morán da en el clavo. La expresión “furia del converso” es e-xac-ta-men-te la que yo hubiese utilizado para resumir el libelo de Lenore. Parece como si su autor acabara de descubrir, tras recibir un fuerte zurriagazo divino en la cabeza, que a la gente no se la juzga por sus discos, y buscara enmendar todos aquellos años yendo a festivales musicales y hablando solo con gente que supiese quién es Thurston Moore. En mi pueblo definiríamos este libro, así, como “paja mental”; ni más ni menos. Porque una cosa es arremeter contra el hipsterismo aristocrático (minoritario, por cierto; diga lo que diga Lenore), el apoliticismo-derechismo de cierta parte del indie y el elitismo cultural de algunos medios y fulanos, y la otra establecer un nuevo totalitarismo del “gueto” (inconscientemente humorístico, ahora que lo mencionamos; no hay nada más cómico que ver a blancos de clase media-alta erigiéndose como baluartes del chándal y el reggaetón) para medir el compromiso político de cada uno.

Yo, cuando leo afirmaciones como las de este libro, pienso inevitablemente en salacots y colonialismo y misioneros (¡ya han llegado los salvadores al barrio, hurra!). Cuando veo que se establece un nuevo CANON de lefty, me dan ganas de salir huyendo y encerrarme en alguna bodega bien remota. Cuando me esgrimen defensas tan romantizadas y delirantes del “choni” como buen salvaje, depositario de todos los atributos nobles de la clase obrera, me entran ganas de reír y llorar a la vez. Rellorar. Llorir.

En un momento particularmente trágico del libro, ahora que lo recuerdo, Lenore incluso osa criticar a Calvin Johnson y K Records por no juntarse con las fuerzas rednecks de su pueblo (depositarios, según insinúa el autor, de la verdadera esencia working class del villorrio) y crear una micro-sociedad punk “elitista” aparte. Esto es un razonamiento tan extraviado que uno no sabe ni qué contestar. Lenore parece no entender que todos esos tíos con chándal (o mullet y camisas de leñador, en el caso de Olympia) quienes, según el autor, son la sal de la tierra y custodios de la semilla revolucionaria, eran los mismos ceporros que nos perseguían a pedradas cuando éramos jóvenes punks y mods. Por ser distintos, nada más.

En serio: a la gente le pasa algo en el coco cuando se convierte. Miren si no a Pío Moa. Lenore ha querido aquí purgar con gran furia flagelante y penitente todos sus años, precisamente, de indie gafapastas festivalero (no era tan grave, Víctor; en serio), y para ello ha erigido este obeso obelisco de nuevo totalitarismo cultural y re-embellecimiento personal. Lo que nos pide el autor, ya lo decía Morán, es que canjeemos la detestable (e inofensiva) hipsterez de Williamsburg por su propuesta de igualmente inapetecible guetoismo jemer. Joder, vaya par de opciones tan poco invitantes, la madre que me parió. Between a rock and a hard place, que suele decirse. Por desgracia para Lenore, los humanos somos algo más complejos de lo que él pretende: yo me considero de extrema izquierda, y me trae al pairo el mumbatón, y me encanta el indiepop. En inglés, por añadidura, y cantado por tíos pálidos de clase media (qué le voy a hacer si nacieron así, demontre).
Me resulta imposible, en resumen, estar de acuerdo con casi nada de lo que se afirma en Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural, por mucho que sus intenciones originales fuesen la mar de loables.
No: nadie aprecia un sermón; y yo mucho menos. Kiko Amat

3 Recomendaciones navideñas: Pekar, Pardo, Crews

EGOportada-213x3001) HARVEY PEKAR Ego & arrogancia (Gallo Nero, ilustrado por Gary Dumm)
El rey de la primera persona en cómic se marcó aquí una historia ajena: la vida de Michael Malice, un fulano tan superdotado como odioso a quien Pekar conoció por azar. Malice es un protagonista más retorcido que el Francis Underwood de House of Cards, pero su vida es un fascinante periplo por la sociopatía y el rechazo a la sumisión (estilo Ayn Rand). Podrán detestarle, pero no ignorarle. Y lo peor es que a ratos tiene razón.
2) CARLOS PARDO El viaje a pie de Johann Sebastian (Periférica)
Pardo supera aquí su debut, Vida de Pablo, hurgando con un palitroque afilado en su propia biografía. El viaje a pie… es una saga familiar, si bien brevísima. Los Pardo: prole numerosa, hijos rocanroleros (dos hermanos formaron el grupo Sex Museum), padre falaz, clase media-alta venida muy a menos. Y Carlos es el benjamín, que lo cuenta todo como un Karl Ove Knausgard con pasado mod, delirios dandi-ascéticos y una lucidez brava, casi insoportable. Y mucho humor negro.
3) HARRY CREWS Una infancia; biografía de un lugar (Acuarela / A. Machado)
La obra maestra de Crews (junto a The Gipsy’s Curse). El sureño de la nariz rota y el tatuaje pavoroso narra aquí su infancia en aquel sitio que jamás ha podido, en realidad, abandonar: Bacon, Georgia. Lo hace en cruda y brutal primera persona, sin escudos: “Solo la utilización del Yo, palabra hermosa y aterradora, lograría llevarme de vuelta al lugar al que precisaba ir”. Gonorrea, fantasmas, acémilas, fanatismo, alcohol y locura. Uno de mis libros favoritos. Kiko Amat

(Listica aparecida -entre muchas otras- en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia de 17 de diciembre del 2014)

Percusión Persuasiva #2 (año 2): Senior i El Cor Brutal

Wild man on the loose. Kiko Amat, acompañado de 7 personas más, quebranta (un poco) la ley, pierde la razón y los nervios y la sobriedad, y vibra fuertemente con el concierto de Senior i El Cor Brutal en la sala Golferichs.

Léanlo aquí y lancen fuertes pedorretas al bies. Chocante comportamiento, el de este hombre. En breve todas las salas colgarán el cartel de NO DOGS, NO BLACKS, NO SANTBOIANS.

Primera Persona is Twitter happy

En Primera Persona hemos decidido insuflar nueva vida al mortecino despojo que era nuestra cuenta de Twitter (diabólico invento). Desde hace un par de semanas -lo que explica, en cierto modo, la esteparia inactividad de esta página- estamos desfibrilando y desperezando nuestra cuenta a tuitazo limpio.

Los tuits son de los dos directores del festival, El Fulano Que Dijo Que Jamás Haría Un Tuit Pero la Coyuntura Le Ha Empujado a Ello (servidor de ustedes) y Miqui Otero, y también de nuestro contramaestre, Jordi Garrigós.

Hay noticias, canciones y polladas (el medio no da para mucho más). Aquí.

Bono: el bardo de los poderosos

Bono BushCircula por ahí la historia apócrifa de un concierto de U2 donde Bono interrumpió cierta canción para empezar un lento aplauso de protesta, que culminó con la frase “Cada vez que doy una palmada con mis manos, muere un niño en África”. Dicen que entonces una voz le respondió: “¡Pues deja de hacerlo, gilipollas!”. Bono, como ven, cae gordo incluso a sus fans. Incluso a la hija adolescente de Harry Browne, autor de Bono: en el nombre del poder, que le dijo a papá: “Nadie le soporta, y (lo de los impuestos) nos da un motivo para sentirnos como nos sentíamos”. Incluso a mí -que no odio a nadie en esta buena tierra- me cae fatal, y todo (no crean) por razones extramusicales. Browne ha reunido aquí varias de esas razones y ha añadido con celo periodístico unas cuantas decenas más, todo para nuestro acusador solaz.

Está (tomen nota) su papel de “bardo de los poderosos” y “rostro solícito de la tecnocracia mundial”. Su “imitación plausible de un activista”. Su “sentimiento desproporcionado de la propia rectitud”. La impenetrabilidad de sus negocios, una “tela de araña” de sociedades opacas que impiden descubrir su fortuna real. Su notoria mudanza fiscal a los Países Bajos, tras décadas de escapismo tributario. Su opinión del conflicto en Irlanda del Norte, “una pseudoneutralidad que es esencialmente respaldo del statu quo” (la original primera estrofa de “Sunday Bloody Sunday” era “No me hables de los derechos del IRA”). Su respaldo incondicional a Tony Blair y George W. Bush, que, junto a otros insalubres como Jeffrey Sachs o Jesse Helms, conforman un insuperable club de villanos. Su apoyo también incondicional a la “guerra contra el terror” y la invasión de Iraq. Su utilización de África “como material de propaganda para fines comerciales” (vender bolsos de Louis Vuitton, por ejemplo). Su editorial de enero del 2010 para The New York Times que finalizaba con la espeluznante frase “Confiad en el capitalismo”. Su campaña RED, ejemplo obsceno de “blanqueo de la responsabilidad social corporativa”. Lo de Live Aid (Frank Zappa lo llamó “el mayor proyecto de blanqueo de dinero de cocaína de todos los tiempos”), lo de “Do They Know It’s Christmas Time?” (“una de las canciones más absurdamente paternalistas en la historia del sentimiento paternalista”), lo de Live 8 (patrocinada, entre otros, por BAE Systems, uno de los mayores fabricantes de armas del Reino Unido), sus milongas de “alivio de la deuda” (que en letra pequeña obligaban a los países liberados a permitir la “privatización de sus servicios públicos”) y lucha contra el Sida (cuyo programa, dictado por la derecha cristiana, incluía fomento de la “abstinencia sexual” y “restricciones estrictas sobre el uso de preservativos”).

Es este libro un juicio en toda regla, y Bono no sale bien parado de él. Después de treinta años “amplificando el discurso de la élite, promoviendo soluciones ineficaces, defendiendo de forma paternalista a los pobres y besando el culo de los poderosos”, además de defendiendo esa mezcla de “actividad misionera tradicional y colonialismo comercial”, es imposible no ver al líder de U2 como un problema, en lugar de una solución. ¿With or without you? Definitivamente without you, Bono.

Kiko Amat

Bono: en el nombre del poder
Harry Browne
Sexto Piso
Trad. María Tabuyo y Agustín López
288 págs.

(Artículo inédito)

Kevin y yo

Kevin i joGroupie baboso persigue y halla y se pega-cual-lapa a su artista favorito: o el día que Kiko Amat pasó con KEVIN ROWLAND (Dexy’s Midnight Runners). La mondante crónica de una velada en In-Edit Beefeater oficiando de «una mezcla de ama de llaves victoriana, palanganero, porteador Ubangui, perro fiel y gilipollas-para-todo. Yo soy el tipo a quien Rowland llamará si le urge una cataplasma, un masajito glutear o se le antoja que alicate el baño del hotel con otro embaldosado a juego con sus calcetines».

Léanlo y compadezcan al infeliz de KOKI aquí, en este pedazo de artículo para los fulanos de Gent Normal.

3 discos para el 30 aniversario de Rockdelux: TSC, Dexys y Prefab Sprout

El mes pasado, la revista Rockdelux celebraba su 30 aniversario con un número especial que listaba (y comentaba) los 300 discos más importantes del período 1984-2014. Nuestra modesta aportación fueron estas tres críticas a tres álbumes que nos chiflan desde siempre. Esta es la edición original sin cortes:

The-Style-Council-Café-BleuTHE STYLE COUNCIL
Café Bleu
Polydor, 1984
Un soulero salto al vacío con fallos estrepitosos y gloriosos aciertos. Lo más mod de Weller está aquí. Ambicioso y pretencioso (como atributo).
Café Bleu es un disco audaz y valiente. Por supuesto, la valentía puede ser también ridícula, especialmente si tras el arrojo acabas de bruces en un montón de estiércol. Weller ya había alienado de forma imprudente a su audiencia en Introducing, el mini-lp que precede a este, con todos los guiños, sonidos y trucos anti-rock posibles: abandonando la guitarra, hablando de Modern Jazz Quartet, haciéndose fotos en París, incluyendo un Club Mix (de “Long Hot Summer”, que para colmo venía con video homoerótico), abrazando el funk y luciendo pintorescos mocasines con borlas. Pero es Café Bleu el que definitivamente echó a patadas a la sección más pollina de fans de The Jam. Está lleno de instrumentales de órgano (“Mick’s blessings” o “Council Meetin’”), baladas rompecorazones de confesión exhaustiva (“My ever changing moods” o “You’re the best thing”), varios uptempos optimistas de viva-la-vida y aúpa-el-amor (“Headstart for happiness” o “Here’s one that got away”), emotiva protesta de clase envuelta en frágil folk moderno (“The whole point of no return”), incluso un rap, “A gospel”. Espantoso, pero ese no es el asunto. El asunto es el coraje para hacer todo eso, para citar a Marat y llevar calcetines blancos y mordisquearle las orejas a tu teclista, cuando los compradores de tus álbumes reclamaban riffs The Who.

Dexys_Midnight_Runners_Don't_Stand_Me_DownDEXY’S MIDNIGHT RUNNERS
Don’t Stand Me Down
Mercury, 1985
Rowland de chivo expiatorio de sí mismo. Todos sus miedos y anhelos y dudas y odios en un solo álbum. El disco más valiente de los 80.
Don’t Stand Me Down ha adquirido estatus con los años. En su momento, la mayoría de gente salió huyendo de él, como si fuese un leproso a las puertas de un villorrio. A los que esperaban petos y hits obvios, les azotó con trajes Brooks Brothers, soul refinado y canciones de nueve minutos. El sector subcultural tampoco obtuvo un retorno a los manifiestos apasionados o el orgullo de gang estibador. Nadie quedó contento: ni siquiera Kevin Rowland, por supuesto, que (en un arranque de pánico y testarudez sin parangón) se negó a extraer single del álbum, pisoteando así cualquier posibilidad comercial. Pero a quién le importa: Don’t Stand Me Down es puro Dexys. Ahí está todo lo que Rowland anhelaba decir. Un acto impoluto de expiación y denuncia; de autocrucifixión y virulenta animosidad. “This is what she’s like” suena a declaración de amor, pero solo es una excusa para listar a los tipos de gente que odia. “The occasional flicker” es bipolar: un intento de redención personal, a la vez que una bravuconada autoafirmativa. En “One of those things” pelea a la vez con los flácidos del nuevo romanticismo y los charlatanes socialistas de clase media, y en “Knowledge of beauty” se atreve a hablar con orgullo de su herencia irlandesa. Un hombre lleno de dudas que está a punto de tocar fondo, pero antes quiere sincerarse, arrancar corazas y renacer en otro.

StevemcqueenPREFAB SPROUT
Steve McQueen
CBS / Kitchenware, 1985
Una cara excepcional y la otra no, pero incluso así es su álbum perfecto. Pop casi cursi, casi excesivo, siempre inolvidable y emocionante.
Steve McQueen requirió un esfuerzo, y de los que extenúan. Si uno venía de la nueva ola y el punk y lo mod (mi caso), el primer álbum de Prefab Sprout no parecía a simple vista acarrear ninguno de los atributos deseables en 1985. Los arreglos eran un ejemplo de los peores excesos 80’s, la banda iba ataviada con el sospechoso look hard times (acuñado por Robert Elms) de jeans rotos y chupas de aviador (que en breve usarían inmundicias como Bros) y, aunque la foto de portada homenajeaba al Steve McQueen de La Gran Evasión, era imposible no mirar a la banda y pensar en los pijos de tu propio instituto. Pijos que, no está de más decirlo, se abalanzaron sobre Prefab Sprout del mismo modo que se acababan de abalanzar sobre The Housemartins: con avidez y usándolos de blasón, como si fuesen suyos. Son cosas que no deberían importar pero importan; y más cuando tienes dieciséis años.
Por fortuna, con el tiempo todo lo enumerado dejaría de importar. Una parte de ese contexto forzoso y forzado pasaría como “agua bajo el puente” (que dicen los ingleses), y solo quedarían las canciones y el genio de Paddy McAloon. Porque se trata de eso, después de todo: de las canciones. Steve McQueen contiene una cantidad tan elevada de canciones perfectas que parece imposible. McAloon había ido perfeccionando su arte desde 1982, cuando sacaron aquel fenomenal single “Lions In My Own Garden: Exit Someone” (que hoy versiona a menudo en directo Bart Davenport), una cosa no particularmente pegadiza (al modo clásico del pop) pero bien hermosa, con armónica y xilofón y una letra tirando a enigmática. Luego sacaron disco de debut en Kitchenware (la discográfica de Hurrah!: ¡conexiones!), Swoon, que era la mar de lindo (perenne “I never play basketball now”) pero se ve hoy como una toma de impulso para el disco grande. Un buen álbum, solo que sin singleazos estruendosos para el resto de una vida.
¿Qué tiene Steve McQueen, así, que no tuviese Swoon? Estribillotes. Estribillos como buques majestuosos a los que ves regresando entre la bruma, una y otra vez. Estribillos que son anclas, y que encadenan la composición para siempre en el espíritu de uno. Estribillos en los que puedes confiar, demonio, que son como motores antiguos de motocicletas clásicas: nunca te dejan tirado en medio de la carretera. Están en todas partes, esos malditos estribillos. En “Faron Young”, con su aire de rockabilly sutil y su “you give me Faron Young four in the morning”; en “Appetite”, mi eterna favorita del álbum, excesiva y almibarada como ella sola, soberbia y bonita y afectada que no veas, como una pizpireta veinteañera haciéndose la dura (“Then I think I’ll name you after me / Yes I think I’ll call you appetite”); en esa maravilla que es “Bonny” (estribillón: “Bonny don’t live at home”), y que podría ser la más buena de un buen álbum de The Go-Betweens; en el primer single extraído del disco, “When love breaks down”, que ya presentaba armas y definía las intenciones de McAloon y compañía: pianos al borde del melindre; percusiones electrónicas que parecían fabricadas en un laboratorio del Entreprise; la voz balsámica a la vez que rotunda de Paddy; los coros overdubbeados que susurraba, insinuante y de esquinillas, Wendy Smith; campanillas y parones de pura radiofórmula soul; y la producción encerada -a todas luces excesiva- de Thomas Dolby (ni siquiera el Rumours de Fleetwood Mac está tan sobreproducido). Y, finalmente, “Goodbye Lucille #1”, rebautizada “Johnny Johnny” un año después, con su medio-afectado-medio-estremecedor aullido a mitad de canción y su insistente coro-estribillo de “Johnny Johnny oooh” y su emoción en ascensión. “Goodbye Lucille #1” es como un libro de Fante: no teme ser sentimental. No teme desnudarse. Es una canción que da rienda suelta a las pasiones, y que está estructurada como una lista de consejos de los que siempre ha estado plagado el pop (“Oooh, Johnny Johnny Johnny, I advise you to forget her”).
Los prefabristas veteranos habrán captado que he citado solo canciones de la cara A. Es cierto, y no ha sido por pereza. Sucede que Steve McQueen es como aquel lanzador de jabalina de Las doce pruebas de Astérix, que luce un brazo muchísimo más fornido que el otro. Este disco es así: todas sus canciones son buenas, pero las excepcionales se agolpan en el lado A del vinilo. Prefab Sprout harían muchas más canciones de altura (“Cars and girls” o “The king of rock’n’roll”) pero esto era, cómo negarlo, irrepetible. Kiko Amat