Kiko Amat entrevista a HANIF KUREISHI (la charla sin cortes)

El autor inglés de ascendencia pakistaní vuelve con nueva novela, La última palabra (Anagrama), tras haber retratado (y emocionado) a una generación entera con El buda de los suburbios, mezclado acid house con fundamentalismo islámico en El álbum negro y haber puesto su alma en cueros en Intimidad. ¿A dónde se dirige uno tras todo eso?

KureishiHanif Kureishi se ha hecho algo mayor, pero la edad le sienta bien. Parece un caballero venerable, con ese gabán y americana y canas, y no hay trazas en su atuendo de aquel mozuelo pakistaní-inglés con camisas holgadas y melena acid que parecía sacado de un video de Happy Mondays. Estamos ambos a una hora asaz temprana en el Condes de Barcelona, y su inicial actitud -algo hosca- se va a ir diluyendo según avance nuestra hora de amena charla y el capuccino surta efecto. Kureishi habla en un acento desclasado que, sin embargo, se escora hacia la clase media (desde luego sin traza alguna del habla de sus ancestros), y está en la Ciudad Condal presentando La última palabra. Sobre la cual (debo avisarles) no voy a preguntarle una sola cosa; no es ese mi cometido. Pero sí hablaremos de coraje, de ir todo el día en pijama, de Billy Idol y Karl Ove Knausgard, de Nik Cohn, de acid house, de la fatua y de no ser ya un fiestero. Oh, y de qué hacen un CBE y un OBE cuando se encuentran en una recepción.

Antes que nada me gustaría saber qué clase de relación tenías con tus padres, y también el tipo de niño que eras: extrovertido, solitario, imaginativo, travieso…
Estaba muy unido a mi padre. Yo era muy fan de los deportes hasta que llegué a la adolescencia. Entonces empezó a fascinarme el pop, como muchos de mis amigos. En aquella época, hacia 1963, estaba explotando en Gran Bretaña. Esa era nuestra conexión con el mundo: a través de los Beatles, los Rolling Stones, y más tarde mediante los grupos americanos. Al margen de eso, los barrios residenciales como el mío, Bromley, en el sur de Londres, eran muy aburridos.
Alguien definió Bromley como “una lobotomía con ladrillos”.
Sí. Pero Billy Idol venía de allí, también Siouxsie and The Banshees, todo el Bromley Contingent de fans de los Pistols, que iban a mi mismo colegio… Así que después de todo había mucho endomingamiento, mucho maquillaje, mucho sexo y muchas fiestas.
¿Erais Bowie Kids, no?
Bowie era diez años mayor que nosotros, pero sí. Éramos hijos de Bowie. Bowie había ido al mismo colegio que nosotros, de hecho. Así que todo era muy aburrido y excitante y divertido a la vez. Recuerdo esperar en muchas paradas de autobús bajo la lluvia. Pero por otro lado estaba ese pequeño resquicio de esperanza, que era acabar en la música pop, o yo escribiendo, otros amigos terminar en el mundo de la moda… Se vislumbraba una mayor movilidad social. Todos nuestros padres trabajaban en empleos respetables, pero la generación de Jimmy Page, los Beatles, los Who, se habían saltado aquello. Gracias al blues americano. Así que buscamos una forma de escapar a aquel destino: ir a la escuela de arte y luego meternos en las artes. Si vuelvo la vista atrás, aquel salto me parece increíble.
Como un salto de ciencia ficción, ¿no?
Claro. Muchos de los artistas actuales son niños ricos, o hijos de actores y popstars. Son todos de clase alta. Pero nosotros fuimos una generación anómala; aunque a la sazón no lo supiéramos. El buda de los suburbios cuenta esa historia: cómo nos lanzamos a los disfraces y al teatro y al pop. Y a las drogas.
¿Cómo te cambió todo aquello, de niño a adolescente? ¿En quién te convertiste?
Mira, hace poco estuve en Nueva York y me compré la autobiografía de Billy Idol. Solo me leí las primeras 50 páginas, que son las de mi infancia. Yo era distinto a todos aquellos punks. Era muy estudioso y leía mucho. Ellos eran gente sociable, que es un elemento clave si formas parte de una banda. Antes me contabas lo de que estabas harto de estar encerrado en una habitación escribiendo novelas, pero para ser un escritor, eso es lo que haces: estás sentado en tu casa. Todo el día. En pijama. Con la puerta cerrada. Y para aprender a hacerlo tienes que pasar años así, desconectado de todo. Si estás en un grupo te pasas el día y la noche rodeado de tus amigos. Pero yo ya tenía la disciplina, y me gustaba. Y sigue sin importarme pasar el día entero sentado en mi despacho. En pijama. Escribiendo.
Irvine Welsh me dijo una vez que siempre había sufrido la dicotomía entre el tipo social y fiestero, y el tipo que necesitaba estar a solas con sus pensamientos. Como decías, tiene que gustarte mucho la soledad para emprender el camino de la literatura.
En efecto. Me gusta. Si eres astronauta, no puedes tener vértigo. Si eres futbolista, tiene que gustarte lo de correr. Estar solo va conmigo. Si no va contigo, es imposible hacerlo. Incluso cuando iba a fiestas y trasnochaba, escribía durante el día. Mi padre era distinto a los demás padres, porque era inmigrante, y teníamos esa mentalidad familiar: que habíamos venido a Inglaterra a triunfar. Que no habíamos viajado desde Pakistán para que nos lapidaran, como decía mi padre. Que eso ya lo podíamos haber conseguido allí. Mi familia era como de la mafia italiana. Veníamos aquí a trabajar, a labrarnos una posición en Inglaterra, a tener éxito. Teníamos una ideología.
Tu padre se debía llevar una buena decepción, al encontrar la atmosfera hostil, el clima inmundo, el discurso anti-inmigración de Enoch Powell…
No, mi padre realmente creía en Inglaterra. Creía en ella de la misma forma en que otros creían en la idea de los Estados Unidos. Creía que podíamos hacer fortuna allí, o al menos que podía irnos mejor que en la India o Pakistán. Así que a pesar del racismo y de Enoch Powell, estaba convencido que podía irnos bien. Era un credo extraño. Para empezar, nunca había habido un escritor como yo, indio nacido en Inglaterra.
Sí que habían habido escritores antillanos, ¿no? Sam Selvon, por ejemplo.
Sí, de Jamaica estaba Selvon, y otro autor que admiro mucho, ER Braithwaite, era de Guayana. Pero mi padre no conocía a esos escritores. Seguía creyendo que podía irle bien, y a mí también. Así que por mucho que una parte de mí fuese como Billy Idol y el Bromley Contingent, otra parte era muy aplicada y disciplinada. Muchos de mis amigos, quizás como te sucedió a ti, acabaron adictos a la heroína, yonkis, locos, alcohólicos… Pero yo me mantuve a salvo de todo aquello.
Cuando hablas de que ya escribías de joven, ¿Sobre qué escribías? Te hablo de los principios, cuando tan solo tenías dieciocho años.
Yo quería ser novelista. Explicar lo que sucedía a mi alrededor: las fiestas, las locuras, las drogas, los abortos, las sobredosis… Todo lo que me rodeaba de joven, y que solo había leído en novelas americanas. Especialmente en Kerouac y en los beats, a quienes adoraba. Pero entonces pensé que quería hablar también de raza. Y eso me llevó mucho tiempo, encontrar un modo de hablar de raza (de ser un paki, con padre inmigrante, Enoch Powell, el terror fascista, el National Front…) a la vez que hablaba de LSD y llevar melenas y querer ser David Bowie. O sea que ya de muy joven pensaba en El buda de los suburbios. No sabía qué narices estaba haciendo, pero claramente ya pensaba en unir a Jimi Hendrix y Enoch Powell. En el mismo libro. Entonces empecé a trabajar en el Royal Court Theatre, y al otro extremo de King’s Road estaba el pub The Roebuck, donde empezaban a juntarse todos los sujetos del punk, junto a la tienda de Vivienne Westwood y Malcolm McLaren, también al final de la calle. Esa era mi ruta a los diecinueve. Más adelante, hacia 1984 empecé a trabajar en Riverside Studios con Kathi Acker, y sobre esa misma época escribí Mi hermosa lavandería.
Martin Amis dice que cuando empezó a escribir vio de inmediato que aquello era para siempre, una iluminación precoz que a mí me resulta ajena. ¿Te sucedió a ti algo parecido?
¿Qué más iba a hacer? [esboza algo parecido a una sonrisa]. No sabía tocar el bajo, canto fatal, no quería acabar de funcionario para la embajada como mi padre… Lo intenté en varios empleos. Pero no eran para mí. Especialmente la parte de trabajar [ríe]. Me gusta quedarme en casa, escuchar música y escribir y leer. No quiero meterme en el puto metro a esa hora para ir a la oficina. Y sigo siendo igual. Mi padre era escritor, y mis tíos eran periodistas. Mi padre nunca había publicado, pero había sido periodista para muchos periódicos en la India. Y me dijo: “de acuerdo, sé escritor”. Para él era algo natural. Así que aquello es lo que siempre había querido hacer, y además quería hacerlo de forma profesional durante el resto de mi vida.
¿Pero no te arrastra la soledad a una melancolía incurable? ¿Nunca sientes ganas de apagar el ordenador y salir corriendo a la calle? Cuanto más lo hago yo, menos me gusta. Ese aislamiento resulta malo para mi alma, y se me está apagando el fuego narrativo, y no sé cómo avivarlo. O siquiera si debería avivarlo.
[Tajante] Quizás lo que sucede es que no eres escritor. Todos los escritores que conozco mantienen ese fuego del que hablas. Lucien Freud pintó hasta el lecho de muerte. Los músicos lo mismo. Estuve en casa de Brian Eno el otro día y me dijo: “Me encanta estar en esta habitación. Me encanta trabajar”. Yo le dije que me sucedía lo mismo. Esa es mi pasión y mi obsesión. En cierto modo, la pregunta “cómo debo avivar ese fuego” es la incorrecta. Porque cuando tienes la obsesión ni tan solo te lo planteas. Te levantas por la mañana y lo único que quieres es escribir, y se te ocurre una buena idea, y la cosa aún te excita. Y eso solo puede hacerse por amor. Si tienes que forzarlo, estás muerto. Has escogido el trabajo equivocado. Realmente es una obsesión.
Durante años creí que lo de escribir novelas era terapéutico, pero ahora veo que no. Que quizás te ayuda un poco a entenderte, pero que estar aislado en una habitación durante extensos periodos de tiempo hace más mal que bien a la psique. ¿A ti te ha ayudado a entender tu circunstancia?
Es que no estoy intentando entenderme. Estoy escribiendo libros. No es terapia. Estoy escribiendo guiones, relatos, ensayos; es trabajo. No me siento allí con la intención de entender mi vida. Solo es terapia en el sentido que es algo que me encanta hacer, y por tanto me sienta bien, y por añadidura mantiene a mi familia. Lo que, por supuesto, es altamente terapéutico. Miro mi hogar y me digo: “esta puta casa la conseguí escribiendo putos relatos. Es alucinante”.
Por terapéutico me refería más bien a cuando te sientas a escribir y de golpe aparece –por vía subconsciente- algo que no sabías que sabías.
Sin duda. Eso sí. Te sientas a las nueve de la mañana, y a las doce has escrito algo que no tenías ni idea que estaba dentro de ti. Es pura magia. Y eso que a las nueve te estabas diciendo: “Dios santo. No se me ocurre una mierda. Estoy acabado. Esto es una gilipollez. Creo que voy a suicidarme”. Un milagro. Pero sigo diciendo que la terapia está en que te sube la moral, y que haces algo que haces bien. La terapia es la propia creación.
En ocasiones te has definido como “autor cómico”. Y eres fan de Wodehouse, Waugh, Kingsley Amis… Lo único que me falta en esos libros es algo de tristeza. Pero por otra parte eso es lo magnífico de Wodehouse: que es un mundo perfecto, donde lo peor que puede sucederte es la visita de una tía inoportuna.
Tienes mucha razón, y a veces también yo echo en falta algo de conflicto real y melancolía en ellos. Creo que Evelyn Waugh sí tiene ambas cosas, humor y penumbra. Algunos de sus libros son muy duros, y él sufrió mucho. Mira Un puñado de polvo: es humor, pero muy oscuro. Wodehouse es más bien como Friends: nadie pilla un cáncer en Friends. Yo quería ser un autor cómico, pero hacerlo salvajemente.
BS Johnson dijo que todas las novelas deberían ser “cortas, brutales y divertidas”.
Nunca he leído a BS Johnson. Siempre estoy a punto de hacerlo, pero nunca lo hago. ¿Es un buen escritor?
Cuando seguía sus propios dictados de brevedad, diversión y brutalidad era la monda. Pero también fue muy experimental, como todos los modernistas, y entonces se puso a hacer novelas con fragmentos de página troquelados…
Y eso no te gusta.
No. Me gusta el formalismo. Pero volviendo al humor, diría que tú eres más The Smiths que garage rock. Lo tuyo es el humor autocrítico y atribulado.
Bueno, hay mucha tristeza en lo que hago. Y a la vez, como en The Smiths, un montón de bromas, es verdad. Y ternura. Así lo espero.
Del teatro pasaste al cine, con Mi hermosa lavandería y Sammie y Rosie se lo montan, y de allí a El buda de los suburbios.
Bueno, hubo un intervalo de cuatro o cinco años entre el segundo filme y El buda… Para mí, publicar la novela fue un enorme alivio, porque era la primera cosa que no hacía con Stephen Frears, o con gente del teatro. Era solo mío. Mi voz. Y era el primer libro de ese tipo que se publicaba en Inglaterra. Primero estuvo Hijos de la medianoche de Salman Rushdie, que obviamente habla de la India, pero el mío fue el primer libro de raza mixta, punk inglés y cómico que además hablaba de raza. El asunto de la raza había estado sobreviviendo en los márgenes hasta entonces. Si ibas a una librería con la intención de leer un libro de un indio, siempre estábamos en la sección Commonwealth Literature. O Black Writing. La última aún existe. Nunca he sabido dónde debo estar, en la Blanca, la Negra, o en una Mixta en medio de ambas [ríe]. Estábamos marginados, y dejar de estarlo fue algo nuevo.
Para mí fue un shock encontrar todas las referencias que amaba en un libro. Hasta entonces había amado las novelas, pero las conexiones con el pop debía imaginarlas yo mismo. Fue la primera vez que un libro hablaba de mi vida. Bueno, la segunda, tras Colin McInnes.
[Ostensiblemente halagado] McInnes representó lo mismo para mí. Cuando leí Principiantes me quedé de piedra. Al fin alguien había escrito sobre algo real, sobre algo que sucede al otro lado de mi puerta. No creía que aquello podía ser posible.

Kureishi y otro señor

Kureishi y otro señor

Cuando un autor se hace muy famoso, ¿no teme perder todo contacto con la realidad y todo aquello que le dio alas? Volverse una rockstar alejada del mundo, como Rod Stewart.
Sí. Bueno, al principio me sentí muy feliz, porque el montón de dinero que estaba haciendo El buda… me permitiría seguir escribiendo. Dedicarme de lleno a ser escritor. Antes de El buda… tenía que vivir en casas okupa, quizás como tú, no tenía un duro… Entonces, de repente, tienes que convertirte en escritor. No puedes apuntar lo que te pasó ayer. Tienes que empezar a pensar de qué vas a escribir, porque tu bagaje ya está escrito. Es muy difícil ser escritor cuando ya has usado todas las historias de tu adolescencia. Es como un grupo pop que ya ha hecho un gran primer álbum, y ha utilizado todo el material que tenía escrito, y entonces piensa “a dónde coño vamos ahora”. ¿De dónde sacas el material, de dónde vendrá la inspiración? Por suerte, o por desgracia para Rushdie [sonríe], empezó la Fatua. Así que me puse a trabajar en El álbum negro. Empecé a pensar en religión, en fundamentalismo, en lo que le sucedía a mi comunidad. Me topé con Brian Eno un día por la calle y me preguntó de qué estaba escribiendo, y yo le contesté: “estoy escribiendo sobre algo que no le interesa a nadie, una cosa que se llama fundamentalismo musulmán”. Y él me dijo: “pues eso me interesa”. Le dije que a mí me fascinaba, porque era una nueva forma de fascismo. Fascismo religioso. Así que empecé a ir a mezquitas y a charlar con chicos jóvenes. De ahí salió El álbum negro y “Mi hijo, el fanático”. Eso coincidió con la época del éxtasis, que todos estábamos tomando.
Verano del amor, acid house…
Todo eso. Ministry of Sound, toda la nueva música, Primal Scream. Lo vi como una continuación de los hippies y punks. Acid house, claro. El Hacienda de Manchester. Y a la vez, los fundamentalistas. Así que me estuve rompiendo la cabeza para intentar unir ambas cosas, porque las dos me interesaban: una filosóficamente, y la otra desde el punto de vista de sexo y placer.
¿No temiste meterte en un terreno demasiado “serio” para un autor que tenía una vis cómica como tú? O sea: fundamentalistas islámicos. No son la alegría de la huerta, precisamente.
Ya, pero al menos era algo nuevo. Fascismo negro o asiático. Nadie había visto algo así antes. Y eran chavales de 19 o 20 años, mucho más jóvenes que yo. Eran revolucionarios. Nosotros también habíamos sido revolucionarios, pero de otro modo. Todos mis amigos habían sido trotskistas, o maoístas… Un amigo me dijo el otro día: “tengo cuatro casas, pero yo era maoísta”. El tío se lo creía, estaba en las líneas de los piquetes a las 5 de la mañana. Así que haber sido revolucionario en tu juventud no era algo nuevo, pero sí lo era el nivel hardcore de esos chavales. Quiero decir que sí van a Siria o Irak.
Y anhelan morir.
Y anhelan morir. Mientras que a ninguno de nosotros nos apetecía particularmente eso de morir [sonríe].
Según tengo entendido te costó bastante enfrentarte a tu nuevo rol de adulto con hijos. Es jodido eso de ser adulto y responsable cuando realizas un trabajo artístico, porque parte de lo que haces se fundamenta en ser un poco niño.
A mí me fue bien. Estaba en los treinta y largos, y de repente tuve gemelos. Dos niños. Recuerdo haber ido al parque con el cochecito, un puto engendro enorme, y eran las 7 o las 8 de la mañana, porque los niños se habían levantado muy temprano, y el parque estaba lleno de ravers que estaban allí para el chill out matutino. Yo acababa de levantarme, y les miré, y luego miré a mis hijos, y me dije: “ya no puedo ser eso. Ya no soy un raver. Estoy en otro lugar”. Y realmente me enmendé, empecé a trabajar muy duro, porque tenía que pagar su manutención. Pero me fue bien. Me había vuelto un padre. Tenía que ser responsable. Era lo que ellos esperaban de mí, que supiese qué estaba pasando. Porque yo era el adulto. Y dejé ir mi adolescencia. Había llegado el momento del cambio.
No hay nada más triste que un raver de cincuenta años.
No. Bueno, de vez en cuando aún me apunto a alguna rave [sonríe]. Mis hijos lo encuentran patético.
Recientemente se habla mucho de Karl Ove Knausgard y su monumental novela en seis partes, porque se ha cargado la línea entre autobiografía y ficción, y porque ha intentado contar toda la verdad de su vida.
Admiro a cualquiera que tenga las pelotas para intentar algo así. De veras. Ese tío es Lady Gaga, joder. Desnudo frontal de cuerpo entero. Me encanta y lo admiro. Y encima lo hace con talento. No nos muestra sus bolas porque sí. Nos las muestra, pero pintadas de oro [sonríe]. Eso es ser un artista. Es maravilloso. Mira a Francis Bacon, o Egon Schiele, las pelotas que tenían para hacer lo que hicieron. Me sucedió lo mismo con Intimidad. Pensé que tenía que ir y decirlo de una puta vez. Y hablar del oprobio y la deshonra. A Knausgard debe haberle sucedido lo mismo. Tiene que ser peligroso, lo que escribes. Tienes que escribir cosas que te avergüencen un poco, que te hagan sentir un imbécil.
Me choca que Knausgard se sorprendiese por la reacción que obtuvo.
¿De su familia, o de los lectores?
intimidadDe ambos. Un tipo que ha hablado en términos descarnados de su mujer, de su padre alcohólico, de su hermano, de sus propios amigos… Me parece muy naíf no esperar un cabreo generalizado. Tú debiste esperar algo de reacción adversa cuando publicaste una novela sobre abandonar a tu mujer y tus hijos.
Nunca lo esperas. Cuando Rushdie publicó Los Versos Satánicos consiguió que la gente no dijese: “lo ha hecho para provocar”. No. Era imposible. Nadie quiere lo que le sucedió a él. Cuando yo me senté a escribir Intimidad, en aquel momento pensaba que era el mejor libro que podía escribir en las circunstancias que estaba pasando. Y luego se lió la gorda. Pero yo no esperaba aquel lío, ¿Cómo iba a esperarlo? Deberías estar loco para hacer algo así. Dicho esto, una parte de mí estaba satisfecha; porque obviamente era un buen libro. Dicho esto, no creo que molestar a la gente sea una virtud en sí misma. Está chupado hacerlo. Así que si lo haces, tiene que ser por un motivo. Para mí fue muy importante demostrarme que tenía el coraje, los huevos de hacerlo. Exponerme así.
En ambos casos, además, el que emerge de todo el asunto luciendo peor es el protagonista. Tú quedas fatal, en Intimidad. No eres un héroe, desde luego.
Antes me preguntabas cómo lo hago para pasar el día entero solo en casa. La verdad es que es una pregunta muy interesante. Y muy importante. Cómo pasas un día entero dentro de tu cabeza sin enloquecer. Lo cierto es que enloqueces igual. Creo que eso es porque es una locura creativa. No es la locura del bajón post-fiesta, cuando estás deprimido y fatal. Es una locura provechosa, que estás utilizando para crear algo que signifique algo para otra gente. Esa es la diferencia.
Después de haber dado miles de entrevistas, me pregunto si has creado un alter ego público para lidiar con toda la intimidad desvelada, la desaparición de escudos… ¿En qué se distinguen los dos Kureishis, el que está solo en su habitación, en pijama, y el que sale a hablar con la prensa, va a galas, etc.?
[Larga pausa]. Interesante pregunta. Precisamente pensaba en eso ayer mismo. Pensaba: la gente a veces se convierte en marcas. O llevan siempre una ropa característica, porque son personajes públicos, como estrellas del pop, y necesitan llevar siempre lo mismo.
Eso me fascina. El peinado de Robert Smith. El sombrerito de Slash. O sea: tienen que salir con eso a la calle siempre. ¿Está en el contrato, o qué?
[Ríe] Exacto. O la gabardina de Graham Greene. Y siempre he pensado: “yo no quiero ser así”. Yo me veo como escritor, no como personaje público. Las entrevistas no me molestan. Lo más interesante de las entrevistas es el entrevistador. Porque yo solo puedo contestar respuestas interesantes si me preguntáis cosas interesantes. Depende de vosotros. Mi yo privado está lleno de ideas. Un amigo mío siempre dice que tiene la cabeza llena de música, y yo la tengo llena de palabras y pensamientos, ideas para relatos y ensayos y mierda así. Es lo único que hay aquí dentro [señala propia cabeza].
Pero haberte leído es como haberte pillado con los pantalones bajados en el lavabo. Hemos leído cosas de tu intimidad más secreta. No sé si te asusta toda esa desnudez, en una habitación llena de extraños.
¿Por qué debería preocuparme? Es lo que hacía Francis Bacon. O John Lennon con la Plastic Ono Band. Un artista es precisamente alguien que hace eso. Que hace eso y no le importa [sonríe satisfecho]. Que incluso le gusta. Que le hace sentir seguro. Los artistas de performances hacen eso, y también los actores. Miro a un actor trabajando y siempre pienso: “¿Cómo coño lo hacen?”. ¿Delante de 2000 personas? Yo me cago encima. Y luego muero. Antes que hacer eso. Pero a los actores les encanta, se sienten seguros en los brazos de otra gente. Porque esa gente te ama, y adora verte así. Desnudo. En cierto modo, se trata de ser desvergonzado. No tener vergüenza. Quizás sientes vergüenza porque no te has expuesto lo suficiente. La vergüenza es un fenómeno interesante. ¿Qué dirías tú que es la vergüenza?
Sé lo que es, pero no puedo decir que la sufra demasiado. No está en mi extenso catálogo de defectos.
Pero cuando escribes, seguro que hay una línea que no te atreves a cruzar. ¿Cuál es? ¿Cuándo te dices: esto no puedo decirlo?
Cuando toca hablar de mi familia (los miembros que aún viven). No me importa hablar de mis ridículos más bochornosos, pero no estoy cómodo hablando de los defectos o intimidades de mi familia. No tengo nada en contra de ello, y de hecho admiro cuando alguien lo hace. Pero yo no puedo. Tendría que matarlos a todos antes.
[Larguísima pausa] Me alegro por ti.
Bueno, no lo decía como atributo. La verdad es que es algo bastante pernicioso para un escritor, ese pudor.
La cosa es que te guste escribir. ¿Te gusta escribir?
Me encanta. Pero también me encanta estar aquí charlando contigo. A eso me refería con lo de salir de la habitación, antes. Para mí es igualmente provechoso e inspirador entrevistarte que escribir una novela.
Por supuesto. No me cabe ninguna duda. Es igualmente creativo, te doy la razón. Antes no pensaba así, pero ahora tiendo a pensarlo. Puedes hacer cualquier cosa. Pude ser no-ficción. Knausgard se ha inventado lo suyo, ¿por qué no? La novela es una disciplina bastarda. Puede ser cualquier cosa.
Hace poco has estado metido en una polémica en el Reino Unido por haber dicho que la asignatura universitaria de escritura creativa (que tú mismo enseñas) era una completa pérdida de tiempo y dinero.
Los estudiantes me gustan. Lo que no me gusta es la asignatura, ni tampoco el sistema capitalista de la universidad. Con esa mierda estoy en desacuerdo. Los estudiantes son gente muy respetuosa. Algunos vienen a mi casa, y yo les enseño. Lo que no me gusta es el puto sistema. El sistema lo jode todo. A ellos y a mí. El sistema es como una agencia de contactos; es mi forma de conocer a mis estudiantes. Pero no tiene por qué gustarme el sistema. No me gustan los títulos que obtienen. No me gusta ni eso, ni aquello, ni los otros profesores, ni la universidad. Ni los muebles. Pero me gustan los estudiantes. Son estudiantes, y precisamente por eso no se dan cuenta de que el sistema les está robando una enorme cantidad de dinero a cambio de muy poco. De un certificado que en última instancia carece por completo de valor. Y la enseñanza no es de muy buena calidad. Y luego me dicen: “Hanif, vienes aquí quejándote de tal y cual”. Pero no me quejo por mí. Estoy intentando señalar que el sistema es una mierda para los estudiantes.
Decir que la narrativa no puede enseñarse suena un poco esnob, pero yo tiendo a creerlo. Que puede darte herramientas si ya tienes talento o inclinación, sí. Que puede darte ese talento, ni hablar. Es como dar clases de guitarra. No por recibirlas vas a convertirte en…
Johnny Marr.
Eso. Y no es por ir de inteligente. De hecho, soy bastante fan de cierta burricie sana.
No deberíamos fetichizar a los estudiantes inteligentes. Los estúpidos me parecen más interesantes. Cuanto más estúpidos son, más quiero ayudarles. Y menos sentido tiene. Pero es hermoso.
Penúltima pregunta: hace años te dieron el CBE, la medalla de Comandante del Imperio Británico. ¿Qué carajo significa eso? ¿Es el CBE más alto que el OBE, el Oficial del Imperio Británico? ¿Y si te encuentras con un OBE en una fiesta, tienen que genuflexionar o…?
¡Hacer lo que yo diga! ¡Jugar con mis bolas! ¡Cada vez que me apetezca! [suelta su primera carcajada]. Lo más alto es recibir un Knighthood, luego va el CBE, luego el MBE y luego el OBE. En mi medalla dice dos cosas geniales: “Por Dios y por el Imperio”. Me lo dieron por dos cosas que no existen. No me digas que no es la monda. Estoy muy orgulloso.
Por lo que tengo entendido, eres amigo de Nik Cohn. Sin lugar a dudas, mi escritor favorito sobre música pop. ¿Cómo se encuentra?
Me encanta que me preguntes por él. Su salud es muy débil, tiene una hepatitis bastante acusada, pero es un gran hombre. Ha vivido una gran vida. Siempre que le veo me cuenta historias increíbles. Yo le dije que debería escribir todo aquello, no hacía falta que fuese cronológico, y se puso a escribir su autobiografía [se escucha un chillido de gozo del entrevistador]. Y ahora está en ello. Hablará de todo: de Keith Richards, de Pete Townshend, de haber sido un gángster, de haber sido yonki, de Irlanda… Nik fue muy bueno conmigo. Hubo una época en que yo estaba atascado, y no escribía. Él estaba en Londres por aquel entonces, y fue un gran amigo. Yo llevaba meses sin escribir una palabra. Él me cogió y me dijo: “¿Meses? ¡Yo me pasé 12 años sin escribir!”. Se volvió yonki justo después de Fiebre del Sábado noche, que le hizo rico. Qué alegría que me hayas hablado de Nik. Creía que ya no estaba de moda.
Bueno, la gente le hace menos caso que a mentecatos como Nick Kent, pero para mí siempre será el número uno indiscutible. Mi favorito total.
Nik era más modesto. Para empezar, nunca quiso ser una rockstar. Siempre le ha gustado ir de traje, lucir respetable, como un gerente de banco; no es particularmente hip. Aunque lleva siempre un sombrero guay. Le diré que he hablado con un fan suyo. Se pondrá muy contento. Kiko Amat

(Esta es la versión sin cortes ni acidulantes de la entrevista que publicó el suplemento Babelia de El País del 24 de enero del 2015, y que pueden leer en su versión oficial y resumida aquí)

Articulismo emocional: Kiko Amat en la… ¿Universidad?

Articulismeemocional_MecophJa, ja. Exacto. En la universidad, ese lugar que jamás pisé. Miqui Otero, amigo de extraordinaria traidorosidad, nos ha preparado una encerrona potencialmente fatal invitándonos a dar una conferencia (hagan el favor de no reírse) en la Facultad de Ciències de la Comunicació UAB. Aula 36, aparentemente, a las 16:30.

Yo les recomiendo acudir, aunque solo sea para ver a ese fulano (yo) deambulando por el paraninfo y el campus con cara de zoquete, rascándose una nalga y temiendo ser echado a patadas por el bedel en cualquier instante. De verdad que es una cosa que merece verse al menos una vez en esta vida. Es como si un Shrek especialmente flatulento se presentara de repente en una velada de los Bright Young Things londinenses de los 20’s, se apalancase los cubiertos de plata, confundiese al embajador de Sildavia con el mayordomo y finalmente eructase de forma atronadora en la cara de Tallulah Bankhead.

¿Que de qué hablará ese chiflado, oigo que preguntan? Me temo que no lo sabe ni él. Y encima va resacoso. Menuda tarde les espera a esos desdichados estudiantes, Dios mío.

Ask for Jill: más discos molantes

JillY otra pinchada, que hace meses que no paso por casa (me agradaría saludar a los míos, uno de estos días). Todos los discazos sublimes y extraños que Kiko Amat, ese viejo zorro, pinchó con su habitual donaire en el amadísimo Heliogàbal tras el concierto de Islandia Nunca Quema. Tras él puso más discos excepcionales Jose TCR/Incrucificables/Urogallos, ese loco collector, y nosotros agarramos papel y boli y empezamos a anotar todo lo que le faltaba a nuestra colección (qué discotes tiene ese hombre, maldita sea)

Es un set harto sentimental con hitarrones y temacles por doquier. Y algunos discos que no tiene ni el Tato (ni están en Youtube, no haría falta decirlo).

La lista completa, atención trainspotters, es la que sigue un poco más abajo. Y la lista escuchable de Playmoss (en la que faltan Johnny Britton y Urban Verbs) está acá, en este audaz link.

THE CLEANERS FROM VENUS Julie Profumo
URBAN VERBS For your eyes only
THE DB’S Ask for Jill
THE BATS Popgun
THE ACCIDENTS Blood splattered with guitars
THE STING-RAYS Love of a kind
MEMPHIS Aprés-ski
THE WOLFHOUNDS Cold shoulder
JOHNNY BRITTON The one that got away
NEW MATH Die trying
THE TRANZMITTORS Bigger houses, broken homes
RUDI Radio on
SENSELESS THINGS Got it at the Delmar
THE REALISTS I’ve got a heart
MAMÁ Nada más
PEZBAND On and on
FLYING COLOR Farewell song
THE FIELD MICE You’re kidding aren’t you
KENNY & THE KASUALS Things getting better
THE MEKONS Where were you?
THE SHAMES My world is upside down
ZUMPANO Orange air
BRIGHTON 64 Palabras con sabor
2.3 All time low
YEH-YEH You will pay
MAUREEN TUCKER Spam again
THE TEENBEATS If I’m gone tomorrow
THE SHAMEN Something about you
SCARS Adult/ery
THE KINKS Do it again

Islandia Nunca Quema + Jose y yo

El Rey de la Antelación. Así me llaman. Por la presente les invito (pagando ustedes, quiero decir) al concierto de uno de mis grupos favoritos actuales de allá y también de aquí, ISLANDIA NUNCA QUEMA. Tocan esta misma noche (ajá), miércoles 21 de enero del 2015, en la sala Heliogábal. A la hora habitual, 21:30, y por 6 despreciables monedas de cobre. No les suelto el rollo de influencias y aires porque el tiempo apremia (en su nuevo álbum está todo lo que quieren saber). Vengan y prepárense para el Gran Pasmo Pop.

«Jose y yo» no son sus teloneros. Se trata de Jose TCR/Incrucificables/Urogallos y aquí Kiko Amat, que estaremos seleccionando discos con alto nivel de barbarosidad y atractivosidad en los platos giratorios de nuestro amado Heliogàbal. Pueden esperar glam-rock, mod beat, criptoindie, mod revival, punk rock, garage 60’s, sonido Dunedin, sonido Glasgow y otras sutilezas, siempre en formato manoseable. Chin chin.

5 pistas sobre Eduard Limónov

Limonov1) Es el rey de la primera persona: Eduard convierte su vida en mito, y toda su obra circula alrededor de ello. “La única leyenda viva que le interesa es él”, sugería Emmanuel Carrère en Limónov. Limónov es un egocéntrico loco que solo sabe hablar de sí mismo, pero lo hace con tal belleza, humor, patetismo y éxtasis, que convierte cada batallita en un momento trascendente. Édichka también es un bocazas: no hay escritor más petulante y chulo que él. Pero a la vez es un tipo honesto, leal y muy generoso. No es un hipócrita ni un cobarde, y mucho menos un cínico. Podrá arrearles un taburetazo, pero nunca por la espalda, y solo cuando realmente lo merezcan.
2) Es un romántico: Lo que implica que su primera persona puede ser más o menos fiable dependiendo de lo contado. Como Nik Cohn, Limónov no deja que la verdad se entrometa en una buena historia. Mentiroso compulsivo, cuentacuentos supremo, amante de la visión épica, la hipérbole y la exageración patológica, Édichka explica su propia existencia desde el über-romanticismo de un poeta guerrero en plena epifanía. Importa poco si la viñeta narrada le deja como un superhombre o un gusano asqueroso: lo crucial, entiéndanlo, es el impulso. Su voz en Soy yo, Édichka (Marbot, 2014) ostenta megalomanía tiznada de pavor, pasión-con-demonios, apocamiento que pude tornarse furia esquizoide, odio de clase y hambre por la vida.
3) Es un dandi: Limónov ama la ropa. En sus inicios incluso alardeaba de ser un “sastre autónomo”. Aunque hace años que Eduard solo maneja un inquietante look Trotsky + mosquetero facial combinado con tabardos negros de la armada soviética y pantalones de paraca, en Soy yo, Édichka le vemos luciendo acampanados blancos, trajes de tres piezas color malva (agh), cazadora de cuero con pajarita (ugh), botines puntiagudos, camisas de chorreras y otros atentados estéticos contra la salud mental.
4) Es un punk: Y no solo porque en su etapa neoyorquina fuese fan de Ramones o Talking Heads o porque en su juventud editara fanzines de poesía. Es un punk porque se limpia las ancas con el canon de la alta cultura, con los popes del establishment, y “no ama las peregrinaciones literarias ni a los barbudos del XIX”. Se mofa de la bohemia de su Jártov natal (y, en Soy yo, Édichka, de la bohemia rusa neoyorquina), de sus chaquetas casposas y reverencia por los clásicos, así como rechaza la idea underground del fracaso como acto noble.
5) Es un hombre con biografía: Sí, su vida es ligeramente distinta a la de, por ejemplo, Martin Amis. Edichka fue delincuente fallido en Jártov, airado dandi del underground moscovita, punk ruso en NY que terminó sodomizado por un homeless, mayordomo de un multimillonario, celebridad literaria en París, voluntario en la guerra de los Balcanes (¡por el lado Serbio!), fundador del partido Nacional-Bolchevique, reo de varias cárceles, miliciano nasbol en Kazajstán, convicto por terrorismo y filofascista ocasional, entre muchas y terribles cosas. Quizás piensen que está como una chota, pero desde luego es de los tipos más interesantes que llegarán a conocer jamás. Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Babelia de El País del 17 de enero del 2015. Pueden también leerlo en la edición digital del suplemento. O sea, acá)

El vermut de Kiko Amat #10: CARLOS PARDO

Esta sí que es buena. Kiko Amat se cita para el vermú con el escritor madrileño Carlos Pardo un día de lluvia torrencial (por ello Pardo luce algo húmedo en las fotos), en el bar de la Filmoteca para pegarse el moco arty-farty, y toman unos bebibles y discuten un amplio abanico de temas: ex-modismo, poesía de mierda, desclasamiento burgués, dandis heroicos o pisaverdes perfumados, autobiografía dañina y todo sobre la familia Pardo. Y, por supuesto, su nueva novela El viaje a pie de Johann Sebastian (periférica). Y se tronchan bastante, ese par de prendas.

Pueden leerla, como siempre, aquí en Gent Normal, donde todo el mundo conoce nuestro nombre.

Start From Scratch: los discos que pinchamos

discos playmossEl pasado 17 de enero del 2015 en el bar de Sidecar.

Un bafle pigmeo explotó, el limitador nos limitaba, las groupies solo se acercaban a nuestro pardner Miqui Puig («groupies para mí/skinheads para ti», ese parece ser nuestro desigual acuerdo) y, a pesar de todos estos elementos azotando nuestra faz, pinchamos discos magníficos, uno detrás de otro y en vinilo molón.

Pueden escuchar esta agradable y afiladica sesión de Kiko Amat en este útil link de Playmoss, que hemos titulado Start From Scratch. No incluye la selección de nuestra pareja, que él colgará donde le venga en gana.

Playmoss no es perfecto, aunque lo parezca, pues depende de Youtube. Por ello, a menudo pueden faltar algunas de las canciones. En este caso, en el playlist escuchable no está KIKI D’AKÍ «Break-a-way», que fue el ender y que es inencontrable en formato youtubesco.

La lista, solo para gafototas, es la que sigue:

THE CHILLS House with a hundred rooms
BILLY J. KRAMER AND THE DAKOTAS Forgive me
RUEFREX The wild colonial boy
RUDI When I was dead
THE NIGHTINGALES Start from scratch
ANOTHER PRETTY FACE All the boys love Carrie
THE VIBRATORS You broke my heart
TELEVISION PERSONALITIES Paradise is for the blessed
HERZFELD Do you want his job or not?
JUST BOYS Hook line and sink her
THE YOUNG FRESH FELLOWS I don’t let the little things get me down
THE MIRACLE WORKERS Tears
LA BANDA SIN FUTURO El chico más blanco de la playa del Gros
AU PAIRS Inconvenience
THE CELIBATE RIFLES O Salvation
CRIME Hot wire my heart
BOURGIE BOURGIE Aprés-ski
THE CLEANERS FROM VENUS Let’s get married
THE TEARJERKERS Murder mistery
JAWBREAKER Seethruskin
SNUFF Cricklewood
LAUGH Paul McCartney
CLIVE PIG & THE HOPEFUL CHINAMEN Happy birthday sweet 16
THE SINGLES TV deceives
GRUPPO SPORTIVO My old Cortina
MAXIMUM JOY White and green place
RESTRICTED CODE Love to meet you
BUSH TETRAS Too many creeps
OXFORD COLLAPSE Celebrity art party
THE BUFF MEDWAYS Troubled mind
AGONY COLUMN Love in the head
PISTONES Las siete menos cuarto
KIKI D’AKÍ Break-a-way

Sexo chungo: Bad Sex Awards

La revista inglesa Literary Review lleva desde 1993 entregando trofeos a las peores escenas de sexo en novela.

Bad-Sex1. Dios, cómo odio el sexo. No me entiendan mal: soy tan entusiasta del viejo tembleque-de-rodillas como el que más, pero en literatura me enerva la inclusión a cañonazos de escenas de sexo, y siempre que digo esto la gente me mira como si fuese Rouco Varela. Lo que sucede es que el sexo en novelas se me antoja innecesario, pomposo (o chabacano; no sé qué es peor) y cómico (sin querer). O sea, ya sé lo que es el sexo: “2 minutos y 52 segundos de ruidos chapoteantes”, que dijo Johnny Rotten. Un asunto de puro bombeo hidráulico, ciego frenesí y ofuscación del juicio estético: lo último que necesito es que venga un autor repipí a compararlo con un eclipse lunar.

2. Por fortuna, no estoy solo en esta erotofobia literaria. En el Reino Unido, los pájaros del Literary Review han decidido premiar-multar a las peores escenas de sexo de cada año editorial, y lo han instituido en el Bad Sex Award. Este dudoso trofeo se entrega desde 1993, y comparte con los Golden Raspberry hollywoodianos la ingrata característica de ser un regalo que nadie desea en su puerta.
El Bad Sex Award se entrega en base a unas coordenadas asaz parecidas a las que les citaba en el párrafo anterior: según Jonathan Beckham, el actual editor del Literary Review, se premia a las escenas de sexo “1) implausibles, 2) absurdas, 3) sobre-escritas o 4) inconscientemente cómicas”. O todo a la vez. Contrariamente a lo que ustedes podrían suponer, no suelen hacerse con él gañanes analfabetos con credenciales pulp; más bien lo contrario. Entre los nominados para este 2014 están el ganador del Booker Prize Richard Flanagan, por The Narrow Road to the Deep North y espantos como “lo que los había mantenido separados, lo que había restringido sus cuerpos antes, ahora había desaparecido. Si la tierra giraba, ahora vaciló, si el viento soplaba, esperó. Manos encontraron carne; carne, carne”. También Haruki Murakami y su Colorless Tsukuru Tazaki and His Years of Pilgrimage han sido seleccionados, sin duda por la frase “su vello púbico estaba tan húmedo como una selva tropical”; entre otras endebles bobadas.

Sebastian Faulks

Sebastian «Soul-Glo» Faulks

Otro caballo favorito es Wilbur Smith y su novela Desert God (iba primero en las encuestas de The Guardian), por la frase (agárrense): “Esa cortina ondulante [su cabello] no cubría sus pechos, que empujaban a través de él como seres vivos. Eran rondas perfectas, blancas como la leche de yegua, y la punta de los pezones de rubí se fruncieron cuando mi mirada pasó sobre ellos. Su cuerpo no tenía pelo. Sus partes pudendas también estaban totalmente desprovistas de pelo. Las puntas de sus labios internos asomaban tímidamente por la hendidura vertical. El dulce rocío de la excitación femenina brillaba sobre ellos”. Ja, ja, ja. ¿”El dulce rocío de la excitación femenina”? ¿Qué clase de reperfumado pedazo de jalea andante es capaz de escribir algo así de melindroso?

Como imaginan, no todo el mundo se toma su nominación con generosidad y elegancia. Sebastian Faulks, Mr. Tengo-una-escoba-alojada-en-mi-recto (además del tío con el peinado jewfro más grotesco de la literatura inglesa) se puso hecho una auténtica fiera. Y eso que había pergeñado perlas como “mientras tanto sus oídos se llenaron con el sonido de un jadeo suave pero frenético, y pasó algún tiempo antes de que ella lo identificara como propio” y el inolvidable “esto [follar] es tan maravilloso que siento que podría desintegrarme, podría romperme en mil fragmentos”. Tom Wolfe lo ganó el año 2004 por su genuinamente putrefacta Yo soy Charlotte Simmons –que, mira tú por donde, yo critiqué para este suplemento- y fue uno de los pocos cenizos que han declinado la invitación. Años después, en 2012, volvería a ser nominado. Por Regreso a la sangre. Y por petardo.

¿Este 2014, oigo que preguntan? Finalmente se hizo con él Ben Okri, el autor nigeriano, por su novela The Age of Magic y este fragmento en concreto: «Cuando su mano rozó su pezón, activó un interruptor y ella se encendió. Él tocó su vientre y su mano parecía arder a través de ella (…) Él prodigaba toques indirectos a su cuerpo, y sensaciones agridulces inundaron su cerebro”. Sensaciones agridulces. ¿En su cerebro? Sería un ictus, Okri. Kiko Amat

(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 14 de enero de 2015)

Trotando a 45 rpm con Kiko Amat y Miqui Puig en Sidecar

motsEscuchadores y trainspotters y seguidores: este sábado 17 de enero hacia las 23:30, Mighty Kiko Amat estará pinchando discos en el Sidecar (arriba) con ocasión del concierto de Mots y Los Canguros. Lo hará en compañía del Amazing Miqui Puig (que pondrá todas sus obsesiones y filias). Algunos de los discos a 45 y a 33 que ocuparan el bolsón de Kiko Amat serán:

HERZFELD «Do you want this job or not», BOURGIE BOURGIE «Aprés-ski», THE YOUNG FRESH FELLOWS «I don’t let the little things get me down», THE CELIBATE RIFLES «O Salvation», RUEFREX «The wild colonial boy», LAUGH «Paul McCartney», TRANZMITORS «Bigger houses, broken homes», THE CLEANERS FROM VENUS «Let’s get married», NEON PROVOS «Serás la más guapa», THE MIRACLE WORKERS «Tears», AGONY COLUMN «Love in the head», THE TEARJERKERS «Murder mistery», JAWBREAKER «Seethruskin», ANOTHER PRETTY FACE «All the boys love Carrie», TELEVISION PERSONALITIES «Paradise is for the blessed», RUDI «When I was dead»… Y glam rock, mod revival, garage 60’s y 80’s, punk rock, freakbeat y prehistoindie hasta hartarnos.

Es un día de actividades (tocan también Parlament y Los Fresones Rebeldes en otros puntos de la ciudad) pero nuestro fiable cronómetro nos dice que se puede hacer casi todo en modo via crucis/processó de caramelles, para culminar gloriosamente en Sidecar.

Zona franca: La Inmensa Minoría, de Miguel Ángel Ortiz

Miguel-Angel-Ortiz-portadaLa inmensa minoría es una casi perfecta novela de barrio. Importa poco si su joven autor, Miguel Ángel Ortiz (1982), vivió en sus laceradas carnes todo lo que se nos cuenta en el libro. Lo importante es la verdad que contiene, palpable y sólida; una franqueza innata que mucha gente desea utilizar en su prosa pero pocos poseen. En ese sentido, la “autenticidad” del paisaje no es vinculante a la hora de juzgar La inmensa minoría. ¿Vivió Ortiz en la Zona Franca en la época que se describe en el libro? Poco importa. Lo importante es que las situaciones, los personajes, las emociones, laten con La Gran Verdad Fanteana. Una honestidad que no tiene por qué ser biográfica; una pura verdad emocional. O la tienes, o no la tienes.
La inmensa minoría habla de una panda de adolescentes barceloneses de clase obrera a lo largo del 2010. Estos chavales se aburren, pelean, masturban, enamoran y desenamoran, cuernean y son cuerneados, van a clase y odian ir a clase, chutan balones en el equipo local (hay mucho balompié aquí), contemplan cómo sus padres se desloman en curros-de-mierda (olisqueando allí su futuro, sin duda) y terminan divorciándose, se meten en problemas, se emborrachan en bares de viejos y tratan de gestionar la ruptura definitiva con su infancia.

Chusmari (gitano), Pista (chuleta), Peludo (tímido) y Retaco (o Roger, el protagonista) están vadeando el fugaz trance de la adolescencia, velocísimo periodo de entreguerras donde las cosas empiezan a doler (pero simulas que no), donde nada se entiende (pero pretendes que sí) y todo escapa a tu control (pero vas de que “controlas”). El retrato de estos teenagers de ESO y sus cuitas está realizado como procede: la pena, sincera pero sin melindres (“Pensar me dolía. Recordar era una mierda. Y crecer también”); los conatos de violencia y locura púber, sin disculpas ni miriñaques; los momentos de emotividad, sin violines ni cámara lenta; referencias y citas, las justas (Extremoduro, a menudo); la acción, constante y bien narrada; el lenguaje, esbelto y ágil. Miguel Ángel Ortiz ha pintado, en suma, un imponente fresco de la experiencia adolescente de extrarradio, captando toda su rabia, brutalidad, ocasional romanticismo y humor. Una gran novela de la Barcelona no pija. Un digno heredero de la tradición de Marsé, Candel, Ledesma, Casavella o Zanón. Kiko Amat

La inmensa minoría
Miguel Ángel Ortiz
Literatura Random House
430 págs.

(Crítica aparecida originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 24 de diciembre del 2014)

Soul Boys del mundo moderno: Kiko Amat entrevista a SPANDAU BALLET

Para Babelia. Dentro-fuera. Una conversación fugaz de 25 minutos a la que le exprimimos todo el jugo imaginable, agarrándoles de las guerreras para que no se largaran tan pronto. Charlamos de subcultura, de clase obrera, de soul boys, de hedonismo y de punk rock; hablamos incluso de mods.

Este, su escritor de cercanías favorito, ex-detractor convertido en groupie, incluso se hizo una tremebundaza foto con ellos (que ya les mostraré otro día).

Léanla con pasión, justo acá. To cut a long story short: I lost my mind.

Amat revival #1: Sombreros

Sherlock-Holmes deerstalker 21.
– Con eso puesto no sales de casa.
Hay un sombrero de paja en la escalera de mi piso, al otro lado de la puerta. Sé que está ahí porque yo mismo lo acabo de lanzar hace un minuto. Trataba de ocultarlo de mi madre, que me había dicho con voz firme y un dedo señalador apuntando encima de las cejas:
– Con eso puesto no sales de casa.
Mi madre no lo sabe que esa es una frase que repetirá, con diferente estructura y estilo, muchas veces en nuestro futuro. Ahora mismo, lo único que sabe por pura constatación empírica es que su primogénito de 12 años, la niñita de sus ojos, el hermano mayor de tres, el aprobador y responsable, el que se encarga de pasear al perro y comprar el sifón, casi el cabeza de familia in absentia, estaba hace un momento en el recibidor de su casa a punto de ir al colegio vestido así.
O sea, así: Con unos pantalones de chándal Dunlop grises, los bajos embutidos por dentro de unos calcetines blancos de baloncesto (Nike), una camiseta de deporte naranja chillón con rayas blancas en los hombros y recortada por encima del ombligo (la palabra KIKO pintada en la pechera con rotulador en forma de logo de Nike), muñequeras Nike de imitación, unas Adidas University que parecen los zuecos cósmicos de King Kong y, culminando toda la imagen, ese sombrero. Es incluso probable que haya tuneado ese sombrero con una cinta recogepelo deportiva Nike a modo de cinta de fedora.
No, en serio.
No recuerdo de dónde debió salir ese sombrero. Debí comprarlo de vacaciones con mis padres, que creían que sólo iba a llevarlo en la playa (nunca me lo puse en la playa). O quizás de viaje de fin de EGB en Menorca, junto a unas gafas imitación Vuarnet que me parecieron el colmo de lo molongui y guapi, o cualquier otra palabra que usáramos en séptimo de EGB.
Sea como fuere, ese sombrero de paja en forma de Panama Hat pero confeccionado con paja barata de pesebre estaba en mi cabeza hace un instante.
It’s breakdance time!
Ele-c-tric Bu-ga-lu!
¡Molino! ¡Trompo! ¡Gusano!
Sólo que no, porque mi madre ha amenazado con matarme si iba a la escuela vestido de chapero portorriqueño menor de edad y he tenido que esconder el sombrerete, que tengo toda la intención de volverme a encasquetar cuando salga zumbando por esa puerta. He tratado de explicarle todo lo del breakdance y Electric Boogaloo, que es la película de bailarines de breakdance que me tiene loco, pero en realidad tampoco, porque ya he cruzado el umbral de pubertad que me impide contarles absolutamente nada a mis padres.
Y, en cualquier caso, ¿Cómo les cuento que quiero ser como un enano negro con bigotillo y permanente “húmeda” soul-glo del Bronx llamado Ozono? ¿Ozono? ¿Protagonista de la (lo sé ahora) peor película de la historia?
¿Qué ha pasado con nuestro niño?
Mi batalla estética empieza ese día de 1983. En breve combatiré por unos pantalones de camuflaje, por unas sobredimensionadas Adidas de básket blancas y negras (¿Cómo se llamaban?) y en una rauda progresión geométrica de tan sólo dos años, olvidado Electric Boogaloo, descubiertos The Jam en 1985, estaré posando para un sastre en la calle Hospital. Pero el verdadero inicio de mi obsesión estética empieza en séptimo de EGB con ese sombrero, el sombrero de paja que mi madre intentó impedir que me pusiera.
Sin éxito, claro.

2.
A menudo me sorprendo de mí, especialmente cuando pienso en cosas que me he puesto en la cabeza. A menudo me quedo paralizado, incapaz de creer que ese Charlie-Rivel-on-speed de la foto que sostengo en mis dedos agarrotados por la vergüenza soy yo. Otro yo. Mi Yo loco, de cuando le iban a dar por el saco al mundo y mi ropa era un culo en la jeta de los transeuntes que se cruzaban conmigo por la calle.
Ande yo caliente y ríase la gente, siempre.
Así, de 1991 a 1995 llevé a menudo un sombrero deerstalker, también llamado (incorrectamente) headcoat. Lo llevé por la calle, no pavoneándome ante el espejo o en una asamblea de majaras privada ni una despedida de soltero ni una fiesta de disfraces. Para aquellos de ustedes que no se hayan sorprendido por esta afirmación, debo puntualizar que un deerstalker es aquel sombrero de caza inglés que popularizó el detective de ficción creado por Sir Arthur Conan Doyle: Sherlock Holmes. Aunque en dichas novelas no se hace mención explícita alguna al deerstalker (más allá de “un sombrero de viaje con alas laterales” en The adventure of Silver Blaze), las ilustraciones de Sidney Paget que acompañaban a las historias solían mostrar al dandiesco y opiómano investigador luciendo uno de esos deliciosamente grotescos sombreros ingleses mientras realizaba pesquisas campestres.
Un deerstalker tiene una visera delantera y una trasera, y dos cubreorejas laterales que -mientras no se usan, y jamás deberían usarse- se mantienen atados en la parte superior del gorro con un nudo simple. La tela con la que se confeccionan los deerstalkers suele ser tweed o dogtooth (aquí llamada “príncipe de gales”). Es un tipo de sombrero que se llevaba en areas rurales inglesas, generalmente para cazar ciervos, en la época victoriana.
¿Rurales? ¿Ciervos? ¿Victoriana?
Leyendo estas palabras es razonable, casi obligado, preguntarse qué hacía un adolescente del extrarradio de Barcelona llevando uno de ellos cien años después. Se lo diré: existe una cierta tradición en el Rhythm & Blues británico de los 60’s más feromonado y adolescente que consiste en lucir como country gents, como señores de la nobleza rural. En realidad esa tradición no es tal, y sólo un grupo la seguía: The Downliners Sect. Y tampoco, porque de ellos tan sólo un miembro (Don Craine) cubría su cabeza con deerstalker. No puedo parar de mentir. Pero tan poderosa era la imagen de un teenager aullador de R&B en 1965 ataviado con aquello que, cuando el inspirador punk rocker Billy Childish decidió en 1985 fundar un grupo de garaje que sucediera a los disueltos beat-aporreadores The Milkshakes, la imagen icónica que adoptó fue el deerstalker.A veces, para joder, con las orejeras bajadas.
Así, en mi mente de entonces el deerstalker hablaba de amor al sonido garaje, niños anémicos intentando sonar como negros cabreados, era una reverencia a The Downliners Sect y el universo de Billy Childish, y encajaba limpia, preciosamente, con mi anglofilia infantil pre-descubrimiento de la música pop (Enid Blyton, El viento en los sauces, Conan Doyle, etc.) y mi amor a los artículos de sombrerería. Llevando uno en 1991 se cerraba un círculo que había empezado en 1980 con el descubrimiento de mi naciente anglomanía infantil.
Cerrar círculos vale la pena. Porque las cosas siempre deben encajar, de algún modo (o eso creía yo entonces).
Y cerrar ese círculo concreto debía ser suficientemente importante para mí como para arriesgar mi integridad física yendo por el cinturón industrial barcelonés ataviado capilarmente como un famoso detective inglés, aunque combinándolo con tejanos de asfixia, abrigos militares americanos, relucientes chapas pop tecnicolor y jerséis a rayas radiantes. Un detective maricón suelto por el pueblo, una invitación a la persecución y la paliza.
Aunque podría ser peor, claro.
Siempre puede ser peor, llevando un sombrero así.

3.
Y cada vez que yo salía con el deerstalker, el niño Jesús lloraba.

4.
Pero han habido otros.
Éste soy yo, en Barcelona, andando por la calle en 1987: chaqueta tejana blanca, jeans blancos, camisa a rayas, desert boots (o pisamierdas), peinado Ronnie Lane (de los Small Faces) y, en la cabeza, una gorra plana de tweed. Una gorra plana, una clásica flat cap deportiva británica, que podía ser asociada a muchas y muy poderosas imágenes culturales inglesas (el personaje de cómic Andy Capp, o gentlemen en día de asueto conduciendo un Bentley, o el grupo de acompañamiento de Gene Vincent -los Blue Caps- o a los skinheads, en general, la imagen cockney arquetípica de clase obrera…) pero jamás con la que aquel día me comparó Ernesto, un rocker de mi pueblo, en la puerta de mi instituto.
– Pareces Cliff Richard- me dijo.
Y añadió:
– Cuando estaba con los Shadows.
¿Cliff Richard? ¿Cuando los Shadows, encima? Ese no es el mensaje que yo creía que estaba proyectando. Yo creía que parecía una mezcla de Ivor Novello y Keith Moon, pero aparentemente el resto del pueblo debió ver una chocante combinación de chulapo madrileño, enfermero loco, deshollinador invertido, buhonero caricaturesco de Mary Poppins.
Pero… ¿Cliff Richard?
Eso si que no.
Gafas, tío; gafas para ti de inmediato.
También he llevado boinas negras a lo Black Panthers (de medio lado; esto me llena de vergüenza), sombreros de marinero (esto no fue culpa mía; estaba haciendo la mili), sombreros pork pie y, durante una época, incluso pensé seriamente en comprarme un bombín para ir por ahí vestido de drugo de La naranja mecánica. Conservo aún varios folios (los estoy mirando ahora mismo) con dibujos esquemáticos en los que planeaba mi -sin duda revolucionario- nuevo look drugo para 1991.

Gracias a Dios que alguien me quitó (¿o fue mi sentido común?) la idea de la cabeza. Éste no lo hubiese sobrevivido intacto.

5.
Echo de menos los sombreros. Quiero decir que echo de menos las épocas en que la gente llevaba sombreros, aunque sea ese un periodo que nunca he vivido. Nostalgia de sitios en los que no estuve; otro clásico emocional, personal, pero estoy seguro que también universal.
Dicen que fue John Fitzgerald Kennedy el presidente que le dió el hachazo final al sombrero, con su imagen preppie acabada de hornear en Yale. Pero Truman llevaba siempre sombrero (parecía un Fagin especialmente maligno, con aquel sombrerito colocado en el centro del cráneo como un personaje de Hanna Barbera), y miren lo que pasó en Hiroshima.
En fín; quizás el fin de la era del sombrero fue lo mejor que pudo pasar. Pero si la ropa es un código, y lo es… Si cada prenda es una pieza de puzzle de un mundo privado que es un mensaje, una metáfora de algo, de una idea… Bien, ineludiblemente, cuántas más piezas se dispongan en la estructura estética, más definido estará ese mensaje.

Para su información: ya no creo en estas cosas. Era algo que creía entonces.

En todo caso: la desaparición de los sombreros implica, en ese sentido, la pérdida de una llave fundamental para la comprensión de esa idea privada que se realiza exteriormente en el estilo personal. Un sombrero hablaba, como habla cada zona donde coloquemos una pieza de ropa. Decía cosas, no sólo mediante su forma, tacto, tela, estilo, sino también mediante la colocación y orientación.
Dicho esto, he de afirmar que cada vez que he intentado “hablar” usando la colocación de mi sombrero (ladeándolo, levantando la visera, tapando las cejas; ¡aquí estoy, chicas!) sólo he conseguido parecer un poco más borracho.
O mucho más gilipollas.

6.
Volviendo a pensar en la cantidad de abuso y mofa que he sufrido a lo largo de mi vida como llevador de ropa capilar, creo que es perfectamente comprensible el albergar un mínimo resentimiento contra los adolescentes de hoy. Estos podrían ir al instituto desnudos, con capas de pedrería, pintados de verde y sobre patines y llevando un tricornio, y nadie pestañearía, siquiera.
Los adolescentes extravagantes de los ochenta, en cambio, pusimos en peligro nuestra vida por unos cuantos peinados absurdos, un puñado de sombreros poco comunes y una abultada lista de zapatos bicolor. Y varios pares de dolorososos pantalones comprime-huevos. No había para tanto.
En cualquier caso, ande yo caliente y ríase la gente, de nuevo.
Y, si no recuerdo mal, la gente se reía. Se reía mucho.
A veces, algunas veces, los niños me seguían por la calle, como ratas rendidas por el influjo de su particular flautista de Hamelín. Sólo que, en mi caso, sin el respeto de aquellas ratas melómanas. Tirándome cosas afiladas, a veces.
Desde luego, los 80’s; menudo periodo. Sólo un majadero (o alguien que no estuvo allí) podría desear volver a aquello.

7.
Este pasado verano del 2008 me compré otro sombrero de paja en L’Escala, veraneando con mi mujer y mi hijo. Es un sombrero remarcablemente parecido al que tuve a los 12 o 13 años, y me encantó llevarlo a todas horas. Tiene gracia, esta afición a cerrar círculos. Y a veces pienso que no sé si es que me gusta cerrar círculos, o son círculos que han estado siempre cerrados, y lo que sucede es que paso una y otra vez por encima de los mismos vórtices.
Si esto es así, sólo le pido al destino que no me obligue a pasar de nuevo por encima de la camiseta recortada por encima del ombligo. Ni las muñequeras Nike. Kiko Amat

(Esto es una pieza que escribí en el año 2008 para un libro sobre trapitos que nunca escribí, y que acabaría transformándose en Mil violines. El inicio del texto sí lo conservé, como quizás hayan percibido, para el capítulo sobre Billy Childish. Si encuentro más porquería como esta (y estoy seguro de que lo haré), no duden que la iré expeliendo aquí. Bajo el epígrafe Amat Revival)