Kiko Amat entrevista a CAITLIN MORAN (la charla del 2013)

Para celebrar su próxima visita al Primera Persona 2015, y porque la entrevista de marras ya no estaba disponible (entera) en maldita sea la parte, recuperamos hoy la trepidante y jocosa (aunque también didáctica) charla que su escritor de cercanías favorito y Caitlin Moran mantuvieron en su última visita a Barcelona. Un pequeño fragmento de esta entrevista se publicó previamente en la revista Rockdelux de octubre del 2013.

Se peina como la Bruja Avería y suelta más obscenidades que un actor porno. Es la escritora inglesa Caitlin Moran, pesadilla de feministas ceñudas, súper-mamás abstemias y otras criaturas del Averno. Y tiene miles de fans, lo que implica que hay esperanza para el planeta. España necesita más Caitlins: escritoras malhabladas y sucias, cómicas y rocanroleras y valientes. Cómo ser mujer (Anagrama 2013) es su manual para ser una tía con un par.

CaitlinConocí a la periodista y escritora Caitlin Moran cuando yo aún leía Melody Maker (un pasatiempo cuestionable pero que me proporcionaba mi buena dosis matutina de odio + asco para afrontar la jornada laboral). ¿En qué número topé con ella por primera vez? Diría que fue en el especial “Touched by the Hand of Mod” (ejem) de 1994, donde entrevistaba a Menswear, un abazofiado grupo de Britpop especialmente anémico. Su artículo –faltoso, grosero, hiperbólico, acusador- era para morirse de risa, y desde allí fui más o menos fan. Luego me olvidé de ella, y, cuando volví a mirar, Moran y su Gran Bocaza eran ya ambos súper-estrellas mediáticas, gracias al best-seller mundial Cómo ser mujer.

Mi entrevista con ella fue larga y mondante. Caitlin Moran no ha inventado nada en el campo del feminismo, pero lo discute con mucho más sentido del humor y desvergüenza de lo habitual. La charla tocó temas cruciales como la música pop, emborracharse, pajas, cultura de clase obrera, tener hijos, querer matar a todos los demás padres del mundo, feminismo feliz y los testículos de Tom Jones.

Una figura como tú es bastante poco común en España: escritora de clase obrera que no teme soltar guarradas, fan del rock’n’roll, con sentido del humor… En el Reino Unido es algo más habitual (sin querer quitarte mérito); en los ochenta estaba Julie Burchill, por ejemplo. Pero aquí los nombres son escasos, y puramente underground.
Ya me di cuenta. Hice una entrevista para… [se vuelve hacia la jefa de prensa de Anagrama] ¿Cómo se llama la mujer de ese periódico, Ana? La que vino con un niño [era Ima Sanchís, para La Contra de La Vanguardia]. Por su cara desencajada [realiza una mueca de parálisis facial] ya percibí que así no es como hablan las escritoras aquí, que la gente no empieza a dar berridos sobre la masturbación en una terraza a las cuatro de la tarde. Así que yo estaba allí con mi habitual blablabla PRIVA blablabla PAJAS blablabla FEMINISMO blablabla MARXISMO y el intérprete iba traduciendo, y la cara de ella se iba marchitando. Me sentí como si me hubiera entrevistado el tipo de jefa que me contrata y despide al cabo de dos días. Pero lo cierto es que en Inglaterra, de acuerdo, hemos tenido a Johnny Rotten y Julie Burchill, y probablemente se acabó. Y creo que mi numerito sigue siendo inusual, y que no hay tanta gente diciendo lo mismo. Lo mejor de eso es que terminas siendo una república de uno solo. Cuanta menos gente hay haciéndolo, más percibes que puedes ir haciendo las reglas tú mismo. Y que puedes ir a un programa televisivo y empezar a hablar de vello púbico. La gente te dirá: ¿por qué hablas de eso? Eh, tío: ¿Por qué no? Todo lo relacionado con ser mujer tiende a hacerte sentir anormal, porque pasamos el día intentando encubrir el sencillo hecho de ser mujeres. El gran escándalo actual es el póster de Algo pasa con Mary, una peli y un poster cuyo punto clave es el hecho de que Cameron Díaz termina echándose semen en el pelo sin saberlo. Primero de todo: no hay ni una chica de más de quince años en el mundo entero que no reconozca un puñado de esperma a primera vista. Es una técnica de supervivencia que aprendes bien rápido, joder. Si te lo tienes que tragar o esparcírtelo por encima primero tienes que saber qué es, digo yo. En segundo lugar: es Cameron Díaz. Ella es la víctima de la broma, todo el mundo se mofa de ella en la peli por ser idiota. Y nada de eso puede haber sucedido en el mundo real. Nadie se ha echado semen en el peinado. Lo que sí podría haber pasado es que la chica tuviese sangre en los dedos después de haberse puesto un tampón o haberse masturbado, y que hubiese salido a la calle con sangre en la cara, asustando a todo el mundo, como un zombi. Eso es la escena que habría escrito una mujer, y otras mujeres hubiesen dicho: “Eso me pasó a mí”. Pero nunca he visto sangre menstrual en un filme. Lo que sí he visto es tíos a quien les volaban la cabeza, he visto la Estrella de la Muerte estallar dos veces… Pero nunca ves la realidad de ser mujer. Así que estoy acostumbrada a no ser normal, y estoy tan contenta de poder salir en televisión y seguir comportándome de forma anormal.
Defines tu atractivo como un “numerito”. ¿No se convierte eso, tras un cierto un tiempo, en una faena farragosa? Como si todo el mundo esperase que te comportases salvajemente, y el día en que te apetece ser bien hablada y decente, la gente se lleva una decepción. ¿Cómo, no va a beberse toda la botella de whisky de un trago?
[Aplaude rítmicamente] DE UN TRAGO, DE UN TRAGO [Ríe] El tema es que me dejo el culo en el trabajo, seis o siete días a la semana, tengo tres columnas en The Times, estoy escribiendo mi tercer libro y mi programa de TV, y encima estoy escribiendo dos películas. Así que si un día me levanto grave, y me apetece hablar de marxismo, puedo escribir sobre eso en The Times, o meterlo en el libro, etc. Y en los días en que me apetece beber una bañera de güiski… Hace unos días estuvimos en Glastonbury, y compartíamos tienda con Benedict Cumberbatch, el tío que hace de Sherlock en las nuevas series…
Dicen que es el único actor que ha hecho de Sherlock con un nombre más ridículo que el del propio Holmes.
Cierto. Cuando le conocí no podía dirigirme a él sin partirme de risa. Ahora le llamo simplemente “Ben”. La cuestión es que un día estoy en el backstage de Glastonbury con el Khan de Star Trek, que encima lleva un pedo descomunal, y al otro estoy hablando de feminismo en Barcelona. Es una vida cambiante, así que no, no se hace cansina. Según como me siento una mañana puedo ir a un sitio y ser eso.
Me gusta mucho la parte de Cómo ser mujer donde hablas de tus inicios en el Melody Maker, porque desde siempre he leído los semanarios musicales ingleses y…
[Me interrumpe] ¿Cuántos años tienes?
Los mismos que tú, más o menos. Soy del 71.
O sea, que eres uno de los que se compró aquel Melody Maker con Skinny Puppy en portada y se dijo: ¡”Voy a comprar este buen álbum!” [carcajada]
No, con eso no me la pegasteis. Salad tampoco colaron. De hecho, me reí mucho cuando en el libro decías que Echobelly (de quien sí me compré el disco, maldita sea) eran inmundos.
Dios, sí que lo eran. Jesús. Por mucho que tuviesen a una mujer cantando. Pero por otra parte, todo el mundo se esforzaba tanto, queríamos que nos gustaran: una chica asiática cantando en un grupo pop… Pero luego escuchabas el disco y decías: No, no puedo ponerles bien, soy incapaz.
Yo iría más allá: creo que todo el Britpop, desde la perspectiva actual, es horrible.
Sin duda. Era terrible. Pero ya lo sabíamos entonces. Es solo que la cocaína que circulaba era de muy buena calidad. Muy buen éxtasis. Aquel año fue muy soleado, también. Creo que el Britpop es todo consecuencia de una insolación. Un montón de tajas con insolación chillando “¡Parklife!” por los parques. Si nos hubiésemos puesto algún tipo de sombrero para protegernos del sol nada de eso hubiese sucedido.
Da la sensación que en Melody Maker cumplías la “cuota” femenina. El periodismo musical es un entorno muy masculino, pero debo decir que no tanto como el de las tiendas de discos, donde no ha trabajado jamás una mujer (excepto en un par de casos documentados).
Y tanto. Estoy escribiendo una novela que transcurre en los 90’s, y que habla de lo que es ser una chica involucrada en cultura juvenil, y una de las escenas transcurre precisamente en una tienda de discos, y allí es un poco como la cabaña del árbol de los niños, con el cartel que pone “PROHIBIDO NIÑAS”. Es un pequeño club solo para mozos. Y la tienda queda en absoluto silencio cuando entras, y el tío del mostrador lleva una camiseta que sugiere que va a matarte y luego comerte. Una camiseta de Sepultura es, de hecho, el lenguaje internacional para “voy a matarte y luego comerte”.
¿Quizás antes follándote, para así aprovechar la ocasión?
Sí, pero en ningún sitio agradable. En la cuenca del ojo, o algún lugar así; nada de follarte en agujeros que ya están concebidos para ello. Mi padre es músico de jazz, y uno de los consejos que me dio fue: “Si la conversación se pone difícil, habla de jazz. Eso confunde a la gente”. Así que un día fui a una tienda de discos, y no sabía qué pedir, y le dije al tío del mostrador si tenían el Scalator over the hill, una odisea expansiva de jazz de Carla Bley que es la hostia, y me preguntó: “¿Qué es?”. Le contesté que jazz, pero él entendió Johnny Hates Jazz, un grupo de mierda de los 80’s, y lo repitió gritando para que lo escuchara toda la tienda: “¿JOHNNY HATES JAZZ? NO, DE ESO AQUÍ NO TENEMOS”. Tuve que huir. Lo bueno de Internet es que puedes ser fan de la música sin pasar por eso, y en los conciertos los dos sexos están más mezclados que antes. Pero en aquella época todo el mundo asumía que eras una groupie, que estabas allí solo para follar con los grupos. Y en cierto modo yo lo era. Pero a la vez me pagaban para escribir sobre esos grupos, y creo que esa es una distinción importante. “Sí, voy a follar contigo. Pero antes tengo que escribir este artículo sobre tu banda” [ríe]. Eso es feminismo.
Es curioso que, al contrario de lo que ha sucedido con el manga o los videojuegos, el rock’n’roll haya permanecido inmutable a los avances del feminismo. Incluso post-riot grrrl, nada parece haber cambiado en lo fundamental. Los conciertos de rock siguen siendo propiedad privada de chicos. Chicos gorditos con alopecia incipiente.
Sí, es verdad, pero a la vez el ciclo de la cultura juvenil no se ha cerrado, continúa en evolución. Lo que más me gustaba de la cultura 90’s, que en cierto modo se ha perdido hoy por el tema de las descargas gratuitas, es que la cosa era como un sindicato. La cosa funcionaba así: pagabas por tu disco, pagabas por tu prensa musical, como una persona de clase obrera, y entonces ese dinero que recibía el sello discográfico permitía que bandas de clase obrera pudiesen comer, e ir de gira. Lo mismo con la prensa: los periodistas de clase obrera también podían vivir de ello, gracias al dinero que los lectores de clase obrera invertían allí. Pero con el advenimiento de la descarga gratuita hemos perdido eso. Cualquiera que quiera escribir para una revista sabe que tendrá que trabajar de gratis, de becario. Soy de la última generación que trabajó a jornada completa de esto, y que cobraba por ello. Y si he aprendido a hacerlo más o menos bien se debe precisamente a eso. Cualquier chaval de clase obrera que quiera dedicarse a esto ahora tendrá que compaginarlo con un trabajo a media jornada, y no aprenderá nada. Las clases medias nos han ganado, esta vez.
Antes, cuando hablábamos del estigma de la mujer que suelta tacos, escucha música pop, etc. se me olvidó decirte que, en mi opinión, en España estamos aún peor. En Inglaterra se les pide a las chicas que sean flacas, y vayan arregladas, y todo eso. Pero aquí, además, ¡se les exige que sean abstemias!
[Afecta cara de horror] ¿En serio? En Inglaterra es lo que más hacemos las chicas. Ponernos pedo. ¡Oh no! Pero los chicos españoles sí beben, ¿no? Nosotros fundamos un Imperio a base de ponernos ciegos de cerveza floja.
Y ginebra ilegal.
La ginebra es mi gran descubrimiento. Desde que soy una mujer madura he perdido los enzimas que me permitían digerir el vino, así que sufro unas resacas espeluznantes. Resacas del tipo “Quiero matarme ahora”. Esa es la edad de la razón para una mujer: cuando te pasas a la ginebra. Ese es mi gran consejo para ti hoy: pásate a la ginebra, querido [reflexiona]. Humm. Así que aquí está mal visto que las mujeres se emborrachen en público, ¿eh? Por un lado [se frota el mentón] puede ser una buena idea. Pero quizás haya que fundar un club de bebedores, solo para chicas. Yo puedo ir enseñando los pasos: empiezas con sidra, porque es una bebida para niños. De esas, un par. Disfruta de tu baile sobre la mesa. De ahí progresamos al cóctel nocturno, y luego unas cuantas latas de lager asquerosa sacadas de la máquina de una gasolinera… Pero ahora en serio: para gente con problemas psicológicos desde luego que no es una buena idea beber en exceso. Pero para alguien generalmente alegre y centrado como yo… Un día a la semana dejo a los niños y me agarro una tranca espantosa. Es como un botón de reset. Además, disfrutas la resaca. O sea: estás invitando a tu mente al horror crepitante. Un día a la semana te sometes al castigo de sus infiernos, y te preguntas: “¿Llevo una vida virtuosa? ¿Hay alguna otra cosa con la que pueda torturarme ahora, cuando me encuentro en mi punto psicológico más bajo y me invade la ansiedad?”. Es como una pequeña gesta semanal. Como ir a Mordor y soltar el anillo en la grieta del mal. Si te bebes un camión de ginebra y a la mañana siguiente todavía te gusta cómo eres y te consideras buena persona, todo va bien. Mis hijos me cuidan, cuando tengo un resacón. “¿Te traemos más zumo de naranja, Mami?”.
Los míos no están aún en la fase de recados, pero pienso adiestrarlos a conciencia para ese fin.
Hay un momento en que captan que bebes bastante. Recuerdo una noche en que vino a visitarnos Stephen Duffy, de The Lilac Time, que es amigo mío y un reputado bebedor, y llevábamos dos horas en la cocina, y entraron los niños, porque obviamente no les estábamos haciendo ni caso, y nos dijeron: “Tenemos un regalo para vosotros en el salón”. Y nos habían construido un bar [Ríe]. Habían hecho un mostrador, con todas las botellas allí en fila india. Pensaron que era la única manera de captar nuestra atención.
Eso es otra diferencia cultural entre tu país y el mío. Aquí se espera que dejes de pasarlo bien en el momento en que nacen tus niños. En la mayoría de cumpleaños infantiles en los que he estado (y, por Dios, he estado ya en unas cuantas de esas mierdas) no había alcohol.
Dios del cielo, tienes que pedir ya que te repatríen. En Inglaterra, mucho antes de contratar al payaso o al mago, o reservar la sala, lo primero que haces es comprar un montón de cajas de cava. Joder, es la única manera de soportar lo de tener niños. No hace falta decir que llevar borracha a los niños al cole, a las ocho y media de la mañana, no está bien. Pero a las siete de la tarde, el atajo más rápido para ser una madre genial es zamparte un par de copas. Es el único momento en que puede apetecerte arrodillarte y empezar a construir castillos de Lego. Después de un par de tragos te parece la cosa más increíble del mundo.
Existe un pacto de silencio entre padres del mundo (que afortunadamente tú estás contribuyendo a romper) para no admitir que estar con niños, a veces, puede ser asombrosamente aburrido. Lo que sugieres es uno de los antídotos más eficaces contra ello.
Sí. No hasta quedar en coma, por descontado, pero sí ligeramente achispado. Beber el tipo de bebida que debía beberse en la Segunda Guerra Mundial, como un té con chorrito de whisky. En la guerra todo el mundo iba un poco pispado, era la única forma de soportar el horror. Churchill iba siempre algo curda, para soportar lo de los nazis, y yo necesito estar un poco alegre para soportar los castillos de Lego. Es obvio, según lo veo.
En las guerras la gente bebe y folla mucho, está demostrado.
Por eso me metí en lo de ser madre. Follar y beber todo el rato, ¡esa soy yo! No puedes salir de casa en dos años, ¿qué vas a hacer en casa todo el día, si no? Beber-y-follar, Beber-y-follar. Ese va a ser mi nuevo libro: Beber y follar; dos temas por la especialista Caitlin Moran.
Cómo ser mujer habla de forma muy honesta sobre las cosas de la paternidad: el esfuerzo, el caos, el amor, las recompensas… En mi opinión, solo te has dejado una cosa: admitir que hay momentos en que matarías a tus hijos.
Sí [se carcajea]. De acuerdo. Hemos de lanzar ese mensaje al mundo. Dios, la de veces que he tenido que encerrarme en el armario durante veinte minutos… Por otro lado les odias menos cuando son algo más mayores. Los míos tienen doce y diez respectivamente, ya puedes razonar con ellos, sobornarles… Pero cuando son bebés no puedes salir de casa, te vuelves loco, eres como John McCarthy, el periodista que estuvo encadenado a un radiador en el Líbano durante cinco años. Esa es una de las cosas buenas de Twitter. Me encanta Twitter por eso, porque puedes chatear con gente desde dentro del armario. Diez minutos es todo lo que necesitas. Me parece una forma muy poco civilizada de tener niños, esto del encierro. En la antigüedad hubiésemos estado en una aldea, y en cuanto el niño anduviera sus primeros pasos le habrías mandado a jugar al río. Posiblemente habría muerto ahogado, de acuerdo, la mortalidad infantil era bastante elevada por aquel entonces, o lo habría aplastado un carro o habría pillado algún tipo de plaga. Pero al menos estaría al aire libre, mientras la madre moría a los 38, de sífilis, y ese era el orden natural de las cosas. Pero ahora se les mantiene en casa todo el día, ¡con adultos! Piensa en ello. Hace años, esto nunca habría colado. Una persona hecha y derecha, que ha estado en la universidad y tiene todos esos intereses y amigos, a la que se condena a pasar todo su tiempo con alguien que no habla. Es como si pasaras varios años de tu vida con un chimpancé particularmente exigente. Nadie firmaría por esa mierda. Por eso hoy en día la gente enloquece. Y tienes que irte evadiendo de ello. De ahí: alcohol + Twitter.
Caitlin MoranMencionas en el libro que lo de ser padre es como ser veterano de guerra. Solo hablas de tu experiencia con otros veteranos.
Es mejor no hablar del asunto, porque si les dijeras lo que realmente sucede entonces nadie tendría hijos. Y tú necesitas que los demás tengan hijos, para que así vengan contigo en la mierda de vacaciones que vas a soportar el resto de tu vida. Y así podrás quejarte de lo mierda que es todo con alguien. Nunca desalientes a nadie respecto a la paternidad. Necesitamos que sus vidas estén tan arruinadas como la nuestra en un par de años. Si no tienen hijos insistirán en seguir yendo de vacaciones a lugares estupendos y presentándose a fiestas fabulosas vestidos elegantemente. Ni hablar, colega.
La perspectiva desde la que observas el fenómeno riot grrrl también es inusual: afirmas que era una comunidad bastante elitista, y que deberían haber aceptado aparecer en prensa en lugar de transformarlo en un club privado.
Por un lado entiendo sus razones, pero no puedes intentar hacer una revolución privada. Es como si yo apareciera afirmando que he reinventado el feminismo, pero me negara a explicar cómo y no dejara que nadie se acercara a mí. “Se lo voy a contar a tres de mis amiguitos, y a los demás que os jodan”. Eso es un comportamiento muy estúpido. Si haces algo de forma diferente, especialmente si eres mujer, tienes que dejar que la gente lo vea. Lo que hacen las mujeres está siempre tan escondido, y se discute tan poco, que si tienes algo relevante que decir deberías echarle un par de huevos y dar la cara, por desagradable que pueda resultar. Por otra parte generalmente creo que no deberíamos exponer a debate inmediato lo que hacen otras mujeres. Debería existir algún tipo de moratoria de cuatro años antes de poder discutir las acciones de otras mujeres. Lena Dunham crea Girls, y uno de los debates es “¿Por qué no hay chicas negras en la serie?”. ¡Por Dios! ¡Al menos ha hecho algo! Deberíamos ajustar nuestras mentes al nuevo estado de “Bravo. Buena suerte”, en lugar de estar siempre buscando fallos en lo que hacen las demás mujeres. Pero a la vez, creo que riot grrrl fue una gran oportunidad desperdiciada. Casi todas eran chicas asustadas de clase media que nunca habían tenido que luchar demasiado por nada, y sin querer lo transformaron en un pequeño club solo para miembros. Y no creo en esos clubs. Tienes que salir al descampado con tu bandera y permitir que todo el mundo se entere, y dar ejemplo sobre cómo vives, e intentar que lo tuyo llegue a la gente de las casas baratas. Me enteré que existía el fenómeno solo porque trabajaba en la prensa musical. Por eso me gusta Lady Gaga. Sale allí y hace su numerito para todo el mundo. Imagínate que lo hubiese hecho solo en un loft gay privado de Nueva York. No tendría ningún sentido. Si vas a montar una revolución, envía más invitaciones. Me recuerdan a esos estudiantes que hablan de revolución a las cuatro de la mañana, pero no hacen absolutamente nada para cambiar las cosas. ¿Cambiar el mundo? Joder, salta a la vista que no te has cambiado de ropa en cuatro días.
Algunas fundadoras originales de riot grrrl eran gente muy particular, que no encajaba socialmente.
Pero eso es lo mejor de la cultura rock’n’roll. Que creces creyendo que no eres normal y todo el mundo se mofa de ti por no ser normal, y de repente eso es el requisito principal para ser una estrella del rock: no encajar. Y el truco, que se ha aplicado desde David Bowie y más allá, es simplemente: voy a hacer mi anormalidad normal. Escribiendo canciones y siendo sexy voy a conseguir que ser un freak acabe siendo lo que todo el mundo anhela ser. Y eso es lo bonito. Creo en cambio político, y en alterar la situación votando, pero mi amor principal es el cambio cultural. Mira lo que pasó en los 60’s. No se puede retroceder a una situación cultural pre-60’s, aunque puedan ir cambiando las leyes. En los USA todo el día están modificando la legislación sobre el aborto, pero no van a alterar la mentalidad cultural sobre el tema.
Lo que dices es especialmente reconocible en el caso de los nerds. A finales de los setenta y principios de los ochenta, un nerd era el tipo a quien pegaban chicle en el pelo. Y ahora es algo perfectamente aceptable, incluso envidiado.
Esos nerds que jugueteaban con sus computadoras primitivas han acabado creando Google y Facebook. En la era pre-informática, el jock, el bruto arquetípico que podía cazar y tener hijos fuertes, era lo que todo el mundo buscaba. Pero ahora ya no necesitamos tíos fuertes, por supuesto. Necesitamos gente muy lista que pueda idear apps acojonantes. Eso es un buen ejemplo de cambio cultural: el interés por la gente inteligente. Por cosas así soy una fan del siglo XX.
Y sin embargo hay una parte de romanticismo que se pierde. El otro día vi por primera vez la expresión “nerd del fútbol” y me rompió el corazón. Hace veinte años los fans del fútbol y los nerds éramos enemigos irreconciliables. No es justo.
[Se carcajea] Claro. Y yo soy una “nerd de la fiesta”, no te jode. Recuerdo que cuando me pusieron gafas estuve llorando durante cuatro días seguidos, porque creía que mi vida social había terminado. Pero mi hija, que tiene diez años, me ha pedido gafas de freak, y su gran ilusión es llevar ortodoncia, incluso el otro día me pidió ¡un Sonotone! Vale, Morrissey, relájate. Quiere parecer un poco minusválida, porque es lo que mola. Y me dije: Joder, sí que ha cambiado el mundo.
Morrissey hizo un intento hermoso en ese campo. El de dignificar la sordera. Era un homenaje a Johnnie Ray, aparentemente.
¿Ah, sí? No lo sabía. En cualquier caso, he ahí una innovación que el rock no adoptó. El pobre Morrissey se quedó más solo que la una, con lo del Sonotone.
Difiero con la idea de que en música “no han existido unas Led Zeppelin”, como afirmas en el libro. Tal vez en música blanca no haya sido así, pero el soul, reggae, jazz, disco, etc. son géneros donde las mujeres han sido, si no mayoría, si parte fundamental de su desarrollo, y muchas de sus grandes estrellas son mujeres.
Tienes toda la razón. Eso es verdad. Ahora mismo se me están ocurriendo treinta nombres de mujeres del blues. Pero en mi defensa debo decir que el trabajo de documentación del libro fue este: przzzzz [suelta una pedorreta] ¡Ninguno en absoluto! ¡Cero! Escribí el libro en cinco meses, y ahora veo millones de cosas que podría cambiar. Pero tienes toda la razón. Un día enmendaré mi error y pondré a todas esas mujeres. Otra cosa que podría decir para mitigar mi culpa es que la plataforma que han tenido esas mujeres para lanzar su música siempre ha sido menor. Pero la música la inventaron las mujeres, eso lo descubrí cuando nació mi primer hijo y tuve que cantarle desde el retrete porque había empezado a llorar. Así que era esto: las mujeres inventaron la canción para que se callaran los bebés. Pero tienes razón. Lo único que estoy haciendo es intentar confundirte con argumentos para que parezca que he acabado ganando la discusión [ríe].
Salta a la vista que uno de tus talentos es la hipérbole enloquecida…
[Interrumpiéndome] ¡Cómo te atreves! ¡Soy la mejor en hipérbole del mundo entero!
…y otro es la comparación asquerosa. Quiero darte las gracias por haber implantado en mi cerebro la imagen de aquel bolso que era igual que “los testículos de Tom Jones”. Lo recordaré en mi lecho de muerte.
[Se carcajea] Si, las mujeres los llevan así, peludos y colgando de unas cadenas. Hoy en día Tom Jones es juez de un programa parecido a Factor X que se llama The Voice, en el Reino Unido, y sigue siendo una bestia. Cuando comparte escenario con alguna mujer, sus ojos están diciendo a) Si es menor de 35, me encantaría follármela o b) Si es mayor de 35, creo que me la follé una vez. Una vez le entrevisté y estuvimos hablando hasta las seis de la mañana, hasta que alguien del hotel empezó a pasar el aspirador, y él dijo: “Ah, el sonido del aspirador. Es mi coro del alba”. Me encantó hablar con él, aunque de vez en cuando sus ojos también me estuviesen diciendo: “Me follaría eso que tienes ahí”.
No sé si el resto de lectores estarán tan comidos por la curiosidad como yo, pero me encantaría saber quién era de veras tu ex-novio, el eufemísticamente bautizado “Courtney”. Parece el capullazo más grande de toda la cristiandad.
Sí, era un payaso. Y lo dejé algo mejor de lo que era en realidad. En el libro no digo nada de su estatura (era bastante bajito) ni de su calvicie. Tras salir conmigo empezó a salir con una amiga mía, que terminó siendo bastante famosa, y luego con otra, que también lo fue. Así que parece un cruel rito de pasaje para chicas adolescentes que luego se harían populares. Era un imbécil increíble.
Tocaba en un grupo, ¿Verdad?
Sí, pero no puedo decirte más porque en la editorial me avisaron que el asunto legal podría ponerse feo. Con las amigas rastreamos su blog (“¡Es él, es él, oh Dios mío!”) y descubrimos que está viviendo de ayudas estatales, que aún está lleno de autocompasión, que sigue quedándose calvo, que está bastante gordo, y el post más celebrado fue donde decía que todo el edificio estaba en el patio celebrando una fiesta con barbacoa y luces y “todo el mundo lo está pasando bien menos yo”. Habían invitado a toda la comunidad excepto a él. ¡Ja ja! [ríe a lo Cruella de Vil]. Eso es otra gran cosa del siglo XXI: todo aquel que te ha jodido acabará colgando en Facebook o su blog algo de lo que te podrás mofar. Siéntate y espera lo suficiente, y todos ellos terminarán lloriqueando en Internet.
Cuando entrevisté a Tracey Thorn me dijo algo que considero interesante: que quizás ya no podamos juzgar a la gente por su colección de discos como sucedía en los ochenta. Que ya no es una unidad de medida fiable.
En efecto. Antes era la forma de saber si te podías casar con alguien. En mi Iphone he dejado una nota que pone “Por favor no me juzgues por mi colección de discos”, por si me atropellan y se sabe que llevaba Miley Cyrus, o la banda sonora de Camp Rock (son cosas que ha introducido mi hija). Tu colección ha empezado a ser invisible, en cierto modo. Tracey Thorn es otra bestia, por cierto. Compartí casa con ella en un festival, y acabamos todos pedísimo, pero Tracey Thorn estuvo sentada allí sin que pareciese afectarle, y eso que bebió más que nadie. Incluso se había traído su propia marca de ginebra. Y eso es porque ha estado de gira durante treinta años. Ha tumbado a innumerables tour managers. La diferencia es esa: ella tenía un grupo, nosotros somos periodistas. Ella sí sabe beber.
Cuando la entrevisté estaba de un humor de perros. El mal humor atroz que solo puede poseer una madre cansada.
Es muy particular. Aquí donde me ves, yo sería capaz de decir cualquier mierda para que esta entrevista fuera interesante. Cualquier salvajada. Literalmente. Hagamos esto lo más divertido posible, porque sé lo que es tener que escribir sobre alguien que no abre la boca. Tracey Thorn no es así. Nunca dice mentiras, se atiene a los hechos, piensa concienzudamente en las preguntas que le haces… Eso acojona.
A mí me echó la bronca tres o cuatro veces, como si fuese un niño pequeño. Un poco más y me meo encima.
Impone, es verdad. Yo me la imagino en el mismo backstage que, yo qué sé, los Red Hot Chili Peppers, todos haciendo el indio hasta que Tracey Thorn los agarra de la oreja y los manda a la cama. “Os voy a dar en el pompis!” [ríe]. Joder, todas esas tías de los ochenta son putas bestias. Alison Moyet está todo el rato con la botella de tequila reclamando coscorrones, y Radiohead ahí al lado con los zumitos veganos.
como ser mujerNo parece que te preocupe la falta de intimidad. Siempre estás dispuesta a hacerte fotos, a aparecer en televisión…
Bueno, si creces en una familia numerosa sin cerrojo en el váter y compartiendo habitación con un niño pequeño te desprendes muy rápido de esa necesidad. Como adolescente que se está descubriendo a sí misma (susurra: quiero decir que me estaba masturbando), y que tiene que compartir cama con un niño de dos años que se mea en ella… Esa colisión de formas de vida acaba con tu intimidad. Pero el resto de mi familia es gente muy celosa de ella, y por consiguiente me encuentran completamente repulsiva. Cuando era niña me daba tanto asco a mí misma, me encontraba tan fea, que a los dieciocho ya había gastado toda mi vergüenza. Otra de las razones por las que escribí el libro era porque nadie se atrevía a empezar una conversación así sobre abortos, o masturbación, o desórdenes alimenticios. Como yo carezco de vergüenza, pensé que me tocaba a mí. Si tengo que ser la tía guarrindonga del planeta entero, así sea. Seré la tía loca con el abrigo de piel leopardo y el cigarrillo en la comisura de la boca, escandalizando a los niños con “¡Vamos a hablar de pajas, je je je!”. Porque es divertido y sucio, pero también revolucionario. Y si algo es revolucionario y guarro y divertido, quiero ser parte de ello. Otra cosa que la gente me pregunta sobre Cómo ser mujer es qué voy a hacer para el siguiente, teniendo en cuenta que en este lo he confesado todo. Error: tengo un camión entero de confesiones dispuesto para el siguiente, que por cierto es una novela, y es mil veces más íntimo e indiscreto y sucio.
En el libro admites algo que ciertos sectores del feminismo pueden considerar chocante: los tíos se lo pasan mejor. Los tíos no son mejores, pero es mejor ser tío.
Es la forma en que los hombres se ven a sí mismos. Las mujeres se ven a sí mismas como un problema, mientras que los tíos se levantan por la mañana y dicen: “Me llamo Dave. Voy a ponerme los pantalones y pasarlo de puta madre allí fuera”. Las mujeres se levantan y lo primero que piensan es: “Estoy gorda. No puedo salir de casa así. Oh Dios, y mira qué cabello”. Se ven a sí mismas como una larga lista de inconvenientes, y todo lo que tiene que ver con cultura femenina perpetúa esa perspectiva. Todas las revistas femeninas se regodean en mostrar a mujeres que la han cagado esa semana: la que no debería haber llevado ese vestido, la que no debería salir con aquel, la que debería llevar zapatos sin tacones… Los programas televisivos muestran a chicas preocupadas por no encontrar novio, o no ser buenas madres o… Todo angustias. Los programas para tíos muestran a hombres lanzando coches por acantilados, o sentados en un sofá y diciendo: “Me gustan las tetas”. Aunque no es que las tetas sean algo que me interese tanto, prefiero esa conversación a la de “Estoy demasiado gorda, qué puedo hacer, bla bla”. ¡A la mierda con eso! En cincuenta años vamos a estar todos muertos. Yo quiero vivir en el borde de un precipicio, como Slash en el video de “November rain”, con la guitarra sin enchufar a ninguna parte, sombrero en cabeza, pitillo en boca y haciendo playback como una energúmena. Mientras Axl Rose prepara speedballs enormes en la caravana.
Eran buenos tiempos para Axl Rose. Ahora se parece más a Jabba El Hutt.
¿Y qué me dices de Slash? No sé si sabes que nació en Stoke, un pueblo de mierda al lado de Wolverhampton, de donde yo soy, y su nombre real es “Paul”. Eso sí es poder de reinvención: de ser “Paul, de Stoke” a ser “Slash, de Guns’n’Roses” mediante la construcción de un peinado más voluminoso y la aplicación de sombrerito.
Quería preguntarte algo sobre clases sociales. La cultura inglesa ha cambiado lo suyo desde el triunfo en los cincuenta y sesenta de nuestra cultura (con Beatles, mods, etc), pero me pregunto si aún te encuentras con situaciones en las que gente del mundo de la cultura y los medios te miran mal por ser de clase obrera.
La historia de las clases en nuestro país es interesante. Hasta el principio del siglo XX, si eras de clase obrera y querías ser un artista tenías que buscarte un mecenas, y entonces pintar retratos de su horrenda esposa, o morirte de hambre en las alcantarillas, como hizo George Orwell. Y entonces se instauró una brillante legislación sobre el copyright, que culminó en la revolución de los sixties, y que permitió que chicos de clase obrera cobraran por lo que hacían. Y del mismo modo aquello influenció la economía de nuestro país: Paul McCartney se gastará 500 millones de libras de un modo distinto que un banquero de Barclays Bank. El goteo permitió la formación de una cultura de clase obrera. El terrible error de internet fue asumir que todos los artistas debían entregar su trabajo gratis, cuando el arte era la manera tradicional en que la gente pobre podía escapar de su gueto sin ser boxeador o futbolista. La demagogia que siempre nos lanzan a la cara a los artistas de clase obrera es: ¿Por qué no regalas tu trabajo? Porque Mami tiene que pagar el alquiler, tío. Nadie regala su trabajo, los artistas somos los únicos que lo hacemos. Es una locura. Ninguna otra industria ha regalado su mierda en internet. H&M no está regalando sus chaquetas en la red. Solo los gilipollas bohemios y de izquierdas lo estamos haciendo. Todo eso me pone paranoica como si hubiera estado fumando maría: ¿Por qué será que la gente que diseminaba las ideas más peligrosas, los artistas de clase obrera, de repente están siendo apartados del discurso (no pueden permitirse hacerlo gratis) y las clases medias están tomando su lugar? En nuestro país se asume que cuando empiezas a ganar buen dinero por lo que haces pasas mágicamente de la clase obrera a la clase media. Eso es un pensamiento mezquino. Siguiendo ese razonamiento, todo lo que tiene que ver con la clase obrera solo puede ser pobreza y dificultad, nunca éxito. Eso me hace hervir la puta sangre. Yo soy de clase obrera y moriré de clase obrera. Existe una gran diferencia entre cultura de clase obrera y cultura de clase media: la presunción del privilegio. Detalles como que mis amigos de clase obrera que han llegado a algo son los que celebran las fiestas más gordas y más invitan, mientras que a alguien de clase media ni se le ocurre preguntar cómo dividimos la cuenta.
Pero a veces el éxito puede cercenarte de tus raíces completamente, lo que es un peligro añadido. Mira a Rod Stewart o gente así. No creo que pasen el día hablando con su jardinero.
Para mí, el éxito en la clase obrera implica una serie de obligaciones que no puedes perder de vista: ayudar a tus amigos, hablar siempre de desigualdad de clase, del estado del bienestar… Es el impuesto que se te debe aplicar si eres famoso. Y si no lo cumples, eres un capullo. Y creo en esto firmemente. Kiko Amat

Tout ce qui fait BOUM

couv_boumEsto de aquí al lado es una cubierta de libro DE VERDAD, no un bromazo que he decidido gastarles a ustedes a base de Photoshop y mucho rostro tras un par de chupitos de licor café. No: es un libro, y para ser más concretos es la traducción al francés de Cosas que hacen BUM que la editorial Asphalte (los editores franceses de nuestro querido Carlos Zanón) sacará a la calle el día 7 de mayo del 2015.

Han oído bien. Cosas que hacen BUM, el noveloncio que escribí un lejano 2007 aún no sé ni cómo, se publica en La Francia en breve. Pueden llamarle así, Tout ce qui fait BOUM. No hace falta decir que yo pienso hacerlo constantemente, afectando muchísimo el acento y a voces, en todos los bares y bodegas del país cada vez que un ejemplar caiga en mis manos. Quizás incluso luciendo boina ladeada. Y cera para bigotes.

En fin: habrá que celebrarlo. Allí y aquí, no se preocupen ustedes (algo haremos).

Mientras tanto, sigan admirando el entrañable Le Panic en Vespa, con la tres jolie Rebeca de paquete, recorriendo las galias de uno al otro confín. Una monada, no me digan.

Percusión Persuasiva #3 (año 2): DECIBELIOS

Donde se comenta lo de la horda de pelados que tomó los aledaños de la sala Apolo, lo de la silla volante que aterrizó en la cabeza del técnico de sonido, lo de la sartenada de emociones y recuerdos que acudieron en tropel a la mente del autor, lo de percatarse de que el rock’n’roll era ESTO (tras haber visto tantos conciertos «de folkies semi-parapléjicos para una audiencia de lánguidas momias chistantes»), lo de la virilidad enloquecida, lo del concierto de Decibelios como tal, y también (si insisten) la ominosa historia del GIGANTESCO MOCO (léanlo en la crónica, que me avergüenza repetirlo aquí).

Todo ello aquí, en Gent Normal.

¡No seas como Hitler!

emo_hitler-12807Oh, sí: el lado cómico del nacionalsocialismo. Aquí tienen un mordaz pasquín motivacional basado en 11 pifias históricas del Führer de las Alemanias, que hemos escrito y publicado hace muy poco en Jot Down, y que divierte y entretiene una cosa bárbara. Se habla de apetitos narcóticos, de las grisáceas nalgas del Líder del Reich, de lo LOQUÍSIMO que estaba Goering, de la grotesca jeta de Hitler Senior (me autocito: «una cara de puerco airado más cómicamente exagerada que el bulldog de Tom y Jerry tras haberse sentado sobre sus propios colgajos»), y todo rematado con un aluvión de sus favoritas hipérboles desquiciadas y afirmaciones insensatas, queridos fans.

El texto culmina con estas palabras, profundotas y graves cual insondable sima oceánica: «Hitler se tomaba a sí mismo muy en serio (signo inconfundible de los imbéciles de espíritu) y estaba convencido que su destino era salvarnos. Exterminándonos un montón, eso sí, si éramos judíos, gays, anarquistas, socialistas, socialdemócratas, mods o rockers, morenos con el cabello acaracolado y nariz aguileña, usuarios de aceite de oliva, reparadores de acordeones con tendencia a la bizquera, fans zurdos del waterpolo, funambulistas palentinos, miembros del foro Club Rubik Catalunya y, resumiendo, TODO EL MUNDO QUE NO FUESE ÉL.»

¡Pum, pum, KA, KA, PUM-KA!

Taller_musica_infants– ¡Pum, pum, KA, KA, PUM-KA! –dice el tipo.
-¡Pum, pum, KA, KA, PUM-KA! –gritamos todos al unísono, golpeando alternativamente nuestras cachas y pectorales.

Estoy en la clase abierta de un taller barcelonés de música para niños. He venido aquí contra mi voluntad y engañado por mi mujer, Naranja, quien dijo (la muy miserable) que solo nos explicarían de qué iba el curso, y luego todos a casa.
Una vez allí, un hombre con sonrisa desencajada de psicópata, shorts demasiado cortos para un adulto heterosexual no-tenista y peinado Eléctrica Dharma nos obliga a participar. Y yo odio que me obliguen a participar. Cuando voy a algún espectáculo y detecto algún indicio de futura interacción con el público no puedo concentrarme en lo que queda de función. Me paraliza el terror, como si se me acercara el colt de la ruleta rusa con 5 de las 6 balas, se crea un Iguazú en mis nalgas y solo quiero hundirme lentamente en mi asiento hasta la completa invisibilidad.

– ¡Pum, pum, KA, KA, PUM-KA! –grita de nuevo el demente de los rizos húmedos, cada vez más en su papel, mientras yo miro fijamente al suelo y simulo castigar mis muslos con similar enajenación rítmica.
– Pues a mí estas reuniones me gustan –me susurra al oído Naranja, que acaba de sorprenderme mordiéndome violentamente el labio y jurando denuestos espeluznantes, sin dejar de palmear sus jamones- Cuando me aburro, desconecto y pienso en mis cosas.
– ¡Yo también! –le susurro a gritos (cosa que es más difícil de lo que parece), sin parar de abofetear con saña mis pezones- Aún te diré más: jamás he participado en una maldita reunión del Ampa. Mi cuerpo estaba allí, solo que desdoblado astralmente. ¡Pero aquí es imposible! ¡Puede tocarme en cualquier momento! ¡Mira a ese tío! ¡Es pura inquina aleatoria, como en Auschwitz!
– No será tan terrible- me dice ella, Ming El Inclemente- El resto de la gente se lo está pasando pipa.

Realizo una mirada de barrido y, en efecto, todo el personal está enfrascado en repetir las impetuosas secuencias rítmicas del profesor chiflado. Un desdichado incluso se ha visto arrojado a un frenesí de improvisación free jazz, y está propinándose furiosos cachetes en partes de su cuerpo (carrillos, tobillos y culo) que no estaban en el programa. El resto de padres se autoaporrean musicalmente siguiendo una lujuriosa cadencia tribal, todos en su salsa, como si el Pum-pum-KA-KA-PUM-KA fuese algo que practican cada día tras la ducha. Todos parecen felices, y yo estoy aquí destrozándome el labio superior a dentelladas y luchando por no aporrear la cabeza del jipi percusionista contra el duro piano.
¿Por qué siempre tengo que ser el raro?
De hecho, esa es una pregunta que mi mujer me hace con alarmante regularidad:
– ¿Por qué siempre tienes que ser el raro, Kiko?

Bueno: esa es la cruz que acarreo, bella aunque asaz totalitaria mujer. Veo a toda esa gente maravillosa en las escuelas, en las manifestaciones, en las iglesias y en los festejos, veo a los demás padres disfrazados de pitufos y bailando el “Ai se eu te pego” en la función de “Pares amb Ritme” y quiero ser como ellos, pero no soy como ellos, y no hay nada que podamos hacer al respecto. Y una tristeza tremenda me inunda allí, en la escuela de música. La vieja tristeza de saber que siempre serás lo que eres, que lo que eras antes es lo que siempre serás, y nada en el mundo puede cambiarlo.
– ¡Pum, pum, KA, KA, PUM-KA! –dice el tipo, sonriendo como alguien que tuviese el cañón de un revólver incrustado en la nuca.
-¡Pum, pum, KA, KA, PUM-KA! –repito yo, lleno de abatimiento universal y rotundo asco hacia mi persona. Kiko Amat

(Este es el original extralargo del texto que escribí para la exposición «1 Dia 1 Foto» del Centre d’Arts Santa Mònica. No escribí yo solo; habían una sartenada de textos de otros autores. Allí retitulamos mi pieza como «Mayo», para que encajara -suciamente- con la temática cronológica, pero este era el título primigenio)

Hacer el bien, de Matt Sumell: Favorito TOTAL

hacerelbienLo leí en un día. Eso para empezar, y encima es mentira: estaba a punto de terminarlo, y me detuve a veinte páginas del final. Porque me apenaba su fin, porque quería que durara más, porque no quería que nos separáramos tan pronto, él y yo. Hacer el bien, de Matt Sumell, es ya mi libro favorito del 2015, y estamos a puto febrero.

Les diré unas cuantas cosas que no son mentira: que leí la novela con un nudo en la garganta, un doble nudo de los chungos, los que anudan bastardos con mala leche (o niños patosos) para que te dejes ahí los dedos deshaciéndolos. Que me sorprendí carcajeándome y al cabo de dos minutos tenía los ojos acuosos y una pena tremendota en el costalar. Una pena anaeróbica, como dice el protagonista. Que vi al instante que Sumell era de los míos, y que pertenecía a la Honorable Tradición. Que me recordó a todas estas cosas y a algunas más: Dan Fante, el Richard Price de Bloodbrothers, Crews y Selby Jr., el Donald Ray Pollock de Knockemstiff, el “Curbside” de Damien Jurado y el “Neverending Math Equation” tocada por Kozelek, a Shameless, a Lipsyte si Hogar Dulce Hogar hiciese más sollozar que tronchar, a Fante senior, al Abluciones de Patrick DeWitt y a la demencia salvaje de JP Donleavy.
Y sobretodo, déjenme decirles que me emocioné que no veas.

Estas son las historias de Alby, un adolescente a la deriva que va a convertirse en adulto semicalvo sin anclaje. Medio indeseable, violento, bocazas y semichiflado, pero a la vez capaz de sentir gran emoción y confusión y devastación. Un niño asustado y tocahuevos -como el Johnny Rotten que erigió su sarcasmo como muralla- incapaz de superar la muerte por cáncer de su madre, la rendición vital del pasmado e incapaz de su padre, las peleas a hostias con su hermana (el libro empieza con Alby y ella sacudiéndose de lo lindo) o el dolor compartido con su hermano pequeño.

Hacer el bien es una colección de historias que se leen como una novela. Son cuentos terribles y gloriosos con un hilo conductor (mayormente: Alby y su familia, perdiendo los papeles allá en el vasto mundo), llenos de ternura, puñetazos en la sien, momentos de inmensa belleza y recuerdos de lo más putrefactos. Hay humor pero es bien negruzco, como el de Algo ha pasado, de Joseph Heller. Hay hermosura pero nada cursi ni melindrosa. Está escrito con pelotas, sin melodrama gratuito ni autocompasión ni ese estoyloquismo víctima y solemne del que hacen gala algunas abazofiadas obras de la primera persona reciente.

Lo que le sucede a Alby es “todo lateral, nada vertical”. Las cosas no parecen mejorar de forma tremenda, pero hay fulgurantes instantes de iluminación, de cariño e incluso ocasional redención. A pesar de los curros infames, los tranquilizantes que Alby engulle como gominolas, las borracheras cataclísmicas, las pajas y la nostalgia. Hay gatos, perros, pájaros y pulgas. Hay rabia corrosiva y violencia insensata. Soledad y desorientación. Tíos gilipollas y tíos guays. Patios llenos de malas hierbas y lanchas descuidadas, novias pésimas y aburrimiento y cáncer de color marrón y un montón de drogas. Birra barata y lagos congelados, “esa combinación idónea de miedo y ausencia de miedo”, basura y círculos concéntricos de gasóleo en el muelle. Ansia de partir caras (“mi mal genio es como una inclemente oleada de armamento”) y terror abyecto. Al futuro y al pasado.

Un trozo favorito de los muchos que tengo: “Ya tenía edad suficiente para empezar a tener entradas (sin salida) en el pelo y algún que otro problema de polla. Mi madre se había muerto, mi padre estaba hecho un lío, yo llevaba desde los diecinueve años sin dormir ni cagar en condiciones, y al parecer todo aquello había pasado de la noche a la mañana. Era joven y, zas, luego ya no lo era. Y con todo el tiempo libre que tenía para estar repantigado en el muelle, no podía evitar pasarle revista a toda mi vida de vez en cuando y pensar “¿esto es todo? ¿Ocho dólares la hora y siempre con sueño? ¿No me convendría ingresar en la Marina o algo así?”. Y no porque me creyera todos los eslóganes de mongolo que repiten en los anuncios de reclutamiento, sino solo porque pensé que acabaría siendo un tío con un seguro de salud al que se le daba bien hacer flexiones. Y desde mi silla del muelle, eso parecía un avance. Casi cualquier cosa lo parecía”.

Este es uno de los libros más vivos y potentes y tremebundos e increíbles que he leído. Este es un libro perfecto. Este libro es la monda lironda. Favorito TOTAL. Si no les gusta les juro que les meto un puñetazo en la sien. Kiko Amat

Hacer el bien

Matt Sumell

Turner Libros

Trad. de Ismael Attrache

271 págs.

The Zebras + Las Ruinas en la fiesta de presentación del Primera Persona 2015

cartellPPperwebToda la información aquí al lao, en el flamante cartel que nos ha manufacturado Uri Amat, el Raymond Pettibon de nuestro humilde sarao. Y a renglón seguido va el texto que nuestro hombre de acción, Jordi Garrigós, ha escrito con ocasión de la fiesta:

«El proper dissabte 7 de març celebrarem l’única festa oficial de presentació del festival Primera Persona d’aquesta any. Després de dues edicions movent-nos pel centre de la ciutat (C3 Bar i La Masia) tornem a casa, al racó de les nits victorioses, el nostre Bada Bing: l’Heliogàbal de Gràcia. El centre neuràlgic de la música –i la poesia- de Ramon y Cajal viurà una jornada de pop i literatura amb l’actuació destacada de The Zebras. El grup australià aterra de nou a Barcelona després d’actuar a la darrera edició del Madrid Popfest una nit abans, i ho fa per presentar el seu tercer i magnífic disc, Siesta. Provinents de Melbourne, els Zebras són fills il·legítims dels Go Betweens i cosins germans dels Lucksmiths, amb aromes que recorden al millor pop del món, a Sarah Records, Flying Nun i totes aquestes coses que ens agraden. Cançons de les que importen.

Els acompanyen Las Ruinas, ara mateix un nostres dels grups favorits de la ciutat i un exemple ideal de la primera persona aplicada a la música. El trio presentarà el seu cinquè disc, Tony Bravo (Genio Equivocado), una apropament pop a les guitarres brutes de les seves primeres referències. La lectura vindrà a càrrec del mexicà resident a Barcelona, Juan Pablo Villalobos, que tot just acaba de publicar la seva tercera novel·la Te vendo un perro (Anagrama) i que és un dels nostres escriptors referents actuals en llengua castellana. Acabarem la nit amb tres punxadiscos, amics de tota la vida del festival: Mireia Madroñero (Sones), Marta Millet (Parlament) i l’aparició especial d’Uri Amat. El jolgorio començarà a les 21:30 de la nit i acabarà tot just tanqui la persiana de l’Heliogàbal i el senyor de seguretat ens convidi a marxar de la façana abans de rebre un meco. El preu de la festa és de 7€.»

Kiko Amat entrevista a RODDY FRAME (Aztec Camera)

roddy-frameNunca me he tragado ese axioma cuestionable de que los artistas que te gustan son los que desearías llevarte a tomar una cerveza. Mi discoteca y biblioteca están pla-ga-das de artistas abominables, de gente odiosa y vil que me caería mal de forma automática, espantosos capullos que, por otra parte, han hecho ostentación a lo largo de los años de un talento remarcable para la creación de discos, filmes o libros sublimes. Pero cerveza con ellos, ni hablar. No les lanzaré una lista, pero digamos esto: un número tirando a elevado de mis artefactos predilectos fueron pergeñados por canallas y sociópatas a quien no daría ni los buenos días. Es así, y no hay nada que podamos hacerle.
Por el mismo baremo, conviene decir que lo contrario es también demostrable. Que algunos de mis álbumes y singles más queridos nacieron de la mano de tipos brillantes, achuchables y benignos con los que da (o daría) gusto merendar. No, tú no, Greil Marcus. Me refería más bien a tipos con el perfil de RODDY FRAME, de Aztec Camera. Barbilampiño cowboy escocés, faz semi-infantil del sello Postcard, country-rocker paliducho, popstar a regañadientes, proveedor de inesperado AOR lustroso a finales de los ochenta, desorientador de críticos y alma cambiante extraordinaria (parece tomar tenazmente los senderos que su audiencia menos se espera, el muy bribón), Frame es hoy un compositor pop de oficio, un señor maduro que toca canciones y no está por hostias. Nunca lo estuvo.
Roddy Frame está siendo justamente recuperado, en los últimos años. En el año 2013 Domino reeditó con gran fanfarria y sin escatimar serpentinas el High Land Hard Rain (cumbre de su carrera, en efecto), Edsel reeditó todos los álbumes de Aztec Camera, y Frame no cesa de tocar aquí y allá para un público que ha crecido y cambiado con él. Canciones propias y clásicos inapelables; un cancionero ilustre, y demencialmente precoz (miren esas fotos de querubín lánguido, de beldad barely legal del indie pop). En la charla que sigue hallarán a un Frame risueño, ingenioso y ocasionalmente carcajeante. Un caballero con quien da gusto platicar. Y tomar cervezas, todas las que desee y más. Ah, por cierto: esta es la segunda de dos conversaciones que mantuvimos. La primera quedó completamente inutilizada por cuestiones técnicas (e impericia mía), y Frame accedió a dejarse entrevistar por segunda vez. Lo que, no me jodan, dice mucho de él.

Ante todo, háblame del entorno musical de tu familia, de haberlo. ¿Era un hogar donde se escuchara o tocara música a menudo?
Mi padre no era un cantante profesional, pero era muy bueno. Tenía una gran voz. Las noches de fin de año los miembros de la familia íbamos realizando un periplo por las casas de los demás, y en aquellas celebraciones todo el mundo estaba obligado a cantar una canción, sin excusas. Mi padre siempre cantaba. Luego, cuando empezó a cantar también en workingmen’s clubs, me pidió que le acompañara para echarle una mano. Así que allí me tenías, con 10 años y acompañando a mi padre a la guitarra cada sábado por la noche. Tocábamos canciones pop del momento, pero tirando a anticuadas, nada demasiado arriesgado, también canciones populares y music hall. Este es un bagaje que comparto con otros miembros de mi generación. Un nuevo miembro de mi banda actual, Greg, me contó que él también venía de tocar en clubes sociales, en Newcastle. Es algo que se nota en la actitud de un músico. Siempre intercambiamos anécdotas de esa época. Me contó hace poco una historia buenísima: una de las últimas noches que tocó en un club de trabajadores se arrancaron con “Now that we’ve found love” de los O’Jays y Third World, y un hombre y una mujer empezaron a darse de hostias en mitad de la pista, rodando por el suelo [carcajada]. Y ellos siguieron tocando [más risas].
Claro. Eso hace que te crezcan pelos en el pecho, ¿no? Mira a los Beatles en el Kaiserkeller, tocando cuatro sets seguidos para marineros borrachos, delincuentes y putas…
Y que lo digas. Para empezar, desarrollas unos instintos distintos a los de un grupo que toca para una audiencia de conversos o fans incondicionales. Tocar en clubs sociales te daba intuición para saber qué tocar y cuando. Tienes que mantener un equilibrio entre tocar lo que te apetece y te hace feliz, y a la vez mantener a la audiencia contenta. No es tan fácil como parece, pero vas cultivando esa perspicacia a fuerza de experiencia. Piensa que en un club social la audiencia no está allí para verte, sino para pasarlo bien un sábado por la noche. Normalmente te encajaban entre un show de bailarinas y un cómico, y tenías que ganarte al público, que por norma general estaba ebrio para cuando tú hacías tu aparición. A veces me topo con bandas jóvenes que no están acostumbradas a tocar para una audiencia hostil o indiferente, y me parecen algo mimados [ríe]. Luego había grupos fantásticos que precisamente ponían el énfasis en no tocar para una audiencia, e ignorar (incluso despreciar) a su público, como The Fall de Mark E.Smith. Respeto eso.
Las iluminaciones pop vienen a menudo por vía de hermanos y hermanas mayores. Tengo entendido que ese también es tu caso.
En efecto. Mis hermanas eran mucho mayores que yo. En 1968 yo tenía 4 años y ellas 14, la edad perfecta para el pop, la edad idónea para escuchar a los Beatles o los Stones. De mi casa recuerdo siempre un montón de peleas y gritos, y también la radio sonando constantemente. Con música de todo tipo. Así que sabía que existían los Beatles y la música pop antes de los 5 años (aunque no entendía muy bien de qué iba el asunto). Un día, algo mayor, me topé con una foto de David Bowie en la habitación de mis hermanas, hacia 1972 o 1973, y salí corriendo a comprarme uno de sus singles. Por el maquillaje y eso creí que sería algo relacionado con una película de terror. Al poco tiempo vi a Roy Wood en el Top Of The Pops, creo que tocando “Forever”, y le dije a mi madre: “yo voy a trabajar de eso”. Ella solo me contestó: “No, no vas a hacerlo” [ríe]. Creo que ella esperaba que yo fuese conductor de ferrocarriles, o algo así. Con el tiempo fui comprendiendo qué era lo que representaba Bowie, aquella calidad de otro mundo, la otredad, la posibilidad de ser extraño. Fue el principio de todo. Para mucha gente.
Para tu generación, el camino evolutivo pasa inevitablemente por Bowie, primero, y luego por los Sex Pistols. Es un rito de pasaje multitudinario.
Sí. En este caso ya no vino por mis hermanas, a los Pistols los descubrí yo mismo. Creo que vi una foto suya en el NME cuando acababan de fichar por Virgin. Estaban en el vestíbulo de la discográfica, tonteando y empujándose. Me enamoré de ellos al instante. Tienes que pensar que los vi mucho antes de escucharlos, así que lo primero que me gustó fue su imagen. A la gente se le olvida que el punk empezó como una cosa de escuela de arte y de moda, antes de que fuese algo musical. Malcolm McLaren hablaba de los situacionistas y todo eso; y yo era muy fan de Malcolm. Luego, cuando escuché “Anarchy in the UK” me pareció el sonido más fuerte que había escuchado jamás. También Dr. Feelgood, un grupo que a veces se da por sentado, pero que en el momento fue crucial para mucha gente. Me aprendí todas las partes de guitarra de “Stupidity”. Quería ser capaz de cubrir todas las bases, como hacían Steve Jones o Wilko Johnson, con un sonido sólido. No tanto como Mick Ronson, que me encantaba pero tocaba demasiados solos y ocupaba demasiado espacio.
En nuestra fallida primera charla me dijiste que  lo que te gustaba de los Pistols era la “economía”. Me encanta esa concepción del pop como algo económico y amplio, que no intenta ocupar todo el espacio con virtuosismo estéril.
Sí, la economía es vital. Y no solo en música pop. Es lo que hace que la mayoría de cosas sean hermosas, en cualquier tipo de disciplina artística. Me disgusta sobremanera la sobreescritura y la ampulosidad. Me gustan las cosas bien escritas, concretas. Según me voy haciendo mayor aprecio más y más esa característica del oficio. Detesto todo lo que es deliberadamente vulgar, o recargado, o exagerado. Sobreescrito, como te decía. Por supuesto, mi bagaje es el punk y el indie, y eso marca mi visión de las cosas. Piensa en cosas como “Just like gold”, que Aztec Camera sacamos en 1981. Aquello se aguantaba con pinzas, se realizó con un presupuesto ridículo. Así que la forma y la producción eran económicas por pura necesidad. A la vez, intenté apretujar en aquella canción tantas cosas como fuese posible. Que resultara florido y elevado, pese a lo barato.
Me chifla el pop cuando es ambicioso pese a sus limitaciones. Que no se contenta con el “You really got me”, sino que intenta algo mucho más sofisticado, y la caga, y el resultado siempre es magnífico e interesante.
[Suelta un pequeño aullido] ¡Claro! Piensa en la evolución del punk. Yo descubrí a los Sex Pistols hacia 1977, y se habían disuelto antes de que pudieses pestañear. Hacia el final de 1977 todo aquello ya era un circo, el grupo estaba disuelto, estaba todo el vodevil de Sid Vicious… El punk en América había perdido todo el instinto, la ironía, y se había convertido en Dead Kennedys y mohicanos. Y de repente llegó la siguiente ola inglesa, lo que hoy llaman post-punk: las Slits, Raincoats, los grupos de Factory… Si ponías un single de las Raincoats, a los dos segundos sabías que aquello no iba a triunfar en la radio [ríe]. Sabías que estaba condenado al fracaso, que jamás escucharías lo de “Esos han sido ABBA, ¡y aquí tenemos a las Raincoats!” [carcajada]. Su técnica era limitada en extremo, pero su ambición era inmensa, tanto en musicalidad como en los temas que tocaban en las letras. Estaban tan alejados del cliché como uno puede estar. Es el mismo caso que Aztec Camera o Orange Juice: todos esos chavales intentando sonar a Tamla Motown, que es una música bastante compleja y sofisticada, con muchos arreglos. “Pillar to post” es mi intento de sonar como los Four Tops. Se trata de ir a por lo más alto, a ver qué sale.
aztec801208B2aswLos de Glasgow siempre estuvisteis muy atentos a la imagen de los grupos. Está bien documentado el rollo cowboy escocés, y el rollo gentleman campestre, y también el lado Gene Clark + soul boy que los grupos lucían… Pero quisiera que me describieses tus looks de absoluto principiante.
Sí. Había cierta confusión [ríe] Muy al principio llevaba una especie de crew cut, muy corto por los lados y algo más largo en la parte superior, ese estilo americano que ahora veo que vuelve a llevarse. El rollo punk era bastante lánguido, al comienzo. Yo llevaba los pantalones muy estrechos, odiaba a los hippies y llevaba una camiseta bondage que me hizo mi madre, porque no me alcanzaba para una de Vivienne Westwood. Es bastante punk, lo de llevar una prenda sadomaso cosida por tu madre [ríe]. Luego, no entiendo muy bien por qué, me dio por cortarme el pelo como Lee Brilleaux de Dr. Feelgood [carcajada gigante]. O sea, un mullet, básicamente.
Sí que es raro, sí. Precisamente le llamaban Brilleaux porque su pelo parecía un estropajo Brillo. Pero bueno, yo a los 14 llevé una foto de Bruce Foxton a mi peluquero, así que te entiendo perfectamente.
[ríe] Sí. No sé por qué lo hice. Cuando eres tan joven tomas todas esas decisiones sin sentido, pero que en el momento parecen fruto de la lógica más elemental. Luego me llegó el rollo indie de Mark E. Smith y The Fall. Imagino que su estilo era el equivalente de lo que ahora se denomina “normcore”. Él prefería llamarlo el “look de interior” [indoor look], todo sacado de mercadillos y car boot sales. Se trataba de lucir cuanto menos “punk” posible, rechazar toda elegancia. Empecé a llevar pantalones de campana, zapatos de plástico, abrigos de invierno en pleno verano, me dejé crecer el pelo… La cosa era escandalizar un poco a los que se preocupaban demasiado por ir bien vestidos.
Nunca he entendido el encanto de las sandalias de plástico de los soul boys. O sea, entiendo la idea pero me parecen más bien feas.
¡Yo tenía un par en rojo! Imagina. El efecto buscado era muy infantil y algo femenino. Era un claro desafío a la masculinidad, a las concepciones de masculinidad imperantes. [carcajada premonitoria] Me estaba acordando de una vez que me citaron para una entrevista de trabajo. En aquella época yo estaba cobrando el subsidio de paro, y no podías escaquearte de esas entrevistas de curro. Si fallabas tres de ellas te quitaban el subsidio. Así que me fui a la oficina del paro, vestido así: con el pelo teñido de negro y un flequillo ladeado a lo Phil Oakey de The Human League, pantalones de paramecios rosas, chaleco sin mangas a lo Mark E. Smith y sandalias de plástico rojas [ríe]. Y el tío de la oficina va y me dice: “tengo el trabajo perfecto para ti. Se trata de acarrear cemento en una obra” [carcajada]. No sé cómo conseguí escapar de aquello.
El albañil efebo.
Sí. Fue una época muy divertida, que conste. Mi panda era un grupo muy mezclado de gente: por un lado estaban los colegas de familia católica que escuchaban indie, como yo, y luego estaban los hooligans protestantes, que nos respetaban porque Bowie había dicho que lo nuestro molaba. La primera vez que fui a Top of The Pops, con “Oblivious”, llevé un look bastante femenino: chaqueta con flecos, cabello muy crepado… También salí así en la portada de Smash Hits, en 1983. Bueno, pues después de la filmación nos fuimos a un club, y habían acabado allí un montón de hooligans que salían de un partido, y fueron mis amigos protestantes los que me salvaron la vida. Pensaba que iba a morir en aquel lavabo [ríe]. Si no llegan a estar allí no lo cuento. En aquella época se llevaba una imagen muy conservadora, muy masculina, así que algunos de nosotros decidimos potenciar nuestra vulnerabilidad. Además, sabíamos que de cosas así siempre emerge música fantástica.
Tú no tuviste el momento de iluminación con Vic Godard, como tantos contemporáneos tuyos.
No, eso era algo más de Edwyn y su pandilla. Vi a Subway Sect en directo alguna vez, y me encantaron y me parecieron alucinantes y algo inquietantes. Aunque tocaban de cara al público parecía que en realidad estuviesen tocando de espaldas a él, ¿me entiendes?
Una cosa que me gusta de los grupos de Glasgow es que ya no hacían ningún esfuerzo para disimular su amor por los 60’s. El punk fue un poco hipócrita en ese sentido. Todos eran fans de The Who y Small Faces, pero aparentaban estar por el “año cero”. Fue refrescante ver de repente a todos los grupos escoceses declarando su amor por los Byrds, Al Green…
¡Sí! Mira, habíamos visto cómo acabó el punk. Es una gran ironía: los Pistols habían representado el gran desafío a la masculinidad de Inglaterra, y habían cambiado la mente de mucha gente con sus cabellos rosa y los pantalones bondage, pero no podían salir a la calle en Londres por culpa de los herederos del punk. Mucha gente tomó la idea incorrecta del punk, cogiendo lo peor. Hacia 1981 el punk ya era Oi!, estúpido Oi!, con toda esa gente que creía que ser punk era comportarse como un vándalo y un tarugo. A cada generación le toca hacer un descubrimiento, y el nuestro fueron los grupos que dices. Recuerdo cuando acabábamos de sacar “Just like Gold”, y Paul Morley dijo en su crítica para el NME algo así como “es obvio que estos chicos han estado escuchando a los Love de Arthur Lee”. ¿Cómo? ¡Nunca los había escuchado! Así que me fui zumbando a casa de mi hermano y le pedí prestado el Forever Changes… ¡Era yo! Mejor tocado, pero era yo [ríe] De allí fuimos conociendo a otros grupos de la Costa Oeste, como Buffalo Springfield. Cuando llegamos a Rough Trade para el High Land Hard Rain ya estábamos embarcados firmemente en un curso algo hippie, muy country rock. Y para cuando ya me fui a Norteamérica parecía un homeless melenudo [ríe]. Lo bueno del caso es que allí estaban esperando a un músico “new wave” [más risas].
roddy¿Sabes que me encanta de tu carrera? Que constantemente dieras pasos inesperados. Knife (1984) era ya muy poco indie pop (incluso estéticamente), y en algún sitio has declarado que quería ser un “a la mierda” al NME y la escena que paradójicamente habías contribuido a crear.
Cambiar es algo muy importante. Recuerda que cuando Aztec Camera empezaron yo tenía 15 años, y estaba componiendo todas aquellas canciones a los 16. Cuando salió Knife yo ya tenía 19 o 20 años. En términos adolescentes eso es media vida. ¿Quién querría vestir igual a los 19 que cuando tenia 14 años? ¿O escuchar la misma música? Solo alguien increíblemente aburrido no cambiaría de los 14 a los 19. O alguien que tuviese algún tipo de problema  de salud mental [ríe]. Yo progresé, como es normal, y avancé. A la gente le costó cierto tiempo adaptarse a aquellos cambios. Si quieres que te sea sincero, no se trataba solo de un “a la mierda” al NME. Era un “a la mierda” general. A la mierda todo. Estaba hasta las narices, y fiché por una multinacional, WEA. Por supuesto, Warner Bros y yo estábamos condenados a llevarnos mal. Pero no fue culpa de nadie. Simplemente yo era el artista equivocado para ellos. Mis habilidades sociales no estaban muy desarrolladas y, aunque lo intentaron, quedó claro muy pronto que no íbamos a entendernos. Era difícil entenderse conmigo pero, a ver, tenía 19 años y era famoso. ¿Qué se esperaban? [ríe]
Todo lo que dices me recuerda al documental aquel sobre Bill Withers, Still Bill. Allí él dice algo así como que no es el tipo de artista que está todo el día recordándole a la gente quién es.
[excitado] ¡Me encanta esa frase! Tengo que ver ese documental. Hay gente que es más exhibicionista, y que tiene siempre ese empuje. A mí me gusta ese empuje, pero en mi caso no se trata de algo constante, lo siento solo esporádicamente. A lo largo de extensos periodos de mi vida mi música y mi carrera estuvieron en un plano secundario, forma parte de cómo soy. Lo que decimos me recuerda también a Wingspan, el documental sobre los Wings de Paul McCartney y Linda. Alguna gente tiene esa visión de conjunto sobre su obra, y sobre cómo los percibe el público. Una narrativa. Pero yo carezco de esa mirada objetiva sobre mi vida. No tengo una narrativa artística. Hago lo que me apetece a cada momento, aunque resulte incoherente.
Knife está tan lleno de herejías indie… O sea: Mark Knopfler.
Ya. Hacia esa época yo había sufrido un gran shock cultural con Estados Unidos. Al principio no nos entendíamos. Yo acababa de casarme con mi mujer, vivía en New Orleans, me pasaba el día fumado… La idea que se tenía de mí allí era que era un músico “new wave”, pero ya sabes que esa palabra, para los americanos, puede decir cualquier cosa, de Elvis Costello a Huey Lewis and The News…
The Cars…
Exactamente. Y de repente cayó en mis manos el Infidels, de Bob Dylan. Qué disco. Estaba producido por Mark Knopfler, y en algunas canciones tocaban Sly & Robbie, por lo que el álbum tenía ese rollo algo fumeta, reggae pop drogata… Era perfecto para mí, porque en esa época estaba todo el día fumado [ríe]. Escuché ese disco una y otra vez. Para cuando empecé a componer nuevas canciones, ya lo hice pensando en Mark Knopfler como productor, elaborando canciones que pudiesen quedar bien con su forma de producir.
Me huelo yo que también debió ser para tocarles un poco las narices a los punks.
Tú me entiendes, Kiko [risas]. Algo de eso había, sí. Knopfler era el anticristo para alguna gente, lo que se suponía que no debía gustarte, al menos en el mundo de donde yo venía. Mira, te diré algo: con los años me he dado cuenta de que tengo una postura de oposición inmediata. No me gustan las cosas que son las que “tienen” que gustarme a cada momento. Me niego a recibir órdenes, y que alguien me diga qué es lo que me tiene que gustar y qué no. Ahora mismo estoy recibiendo mucha presión en casa para que vea Whiplash (2014), la película que “hay que ver”. No sé, seguramente iré para quedar bien y para que no se enfade mi mujer, pero…
Pero luego vomitarás en la privacidad de tu baño.
[Carcajada] ¡Eso es! Sí, iré, y luego vomitaré.
La gente que no había sufrido desmayos con Knife se encontró con otra bonita sorpresa en Love (1987).
1987 fue un periodo extraño de mi vida. Tomaba aún más drogas que en 1984, y lo que quería era hacer discos que estuviesen fuera del tiempo y de los estilos. Podría haber intentado cosechar los frutos del indie, pues en aquella época Inglaterra estaba llena de grupos con camisas a cuadros, tocando pop jangly, inspirados por el country rock… Pero eso es algo que yo había hecho de niño, ¿entiendes? Ya no me interesaba en absoluto. Y entonces me pasaron todas esas cosas fantásticas que te decía antes: me casé con una mujer americana (que para colmo trabajaba en Warner Brothers), y a través de ella empecé a escuchar el extremo pop del soul americano: el “Sugar free” de Juice, Alexander O’Neal, Michael Jackson, sin duda, el “Sexual healing” de Marvin Gaye, que incluso hoy creo que es el mejor single pop de la historia… Pop reluciente. También ideal para bailar fumado [ríe]. Me deshice de las guitarras, me compré una caja de ritmos y me fui a vivir al campo. Quería hacer un disco que sonara como algo de Jimmy Jam y Terry Lewis. R&B pop.
Me encanta que digas que en “Somewhere in my heart” querías hacer algo en plan Springsteen, pero el de “Tunnel of love” o “Hungry heart”, no el de Born to run o The River. Yo siempre he pensando lo mismo, pero hay gente que sufre ictus cuando lo digo.
Sí. Para mí es mucho mejor el Springsteen de “Tunnel of love”, mucho más pegadizo y potente. Mira, con esto del gusto… Según te haces mayor empiezas a pensar en gusto, en tus filias y fobias, y en por qué siempre has rechazado algunas cosas. El otro día, por ejemplo, escuché en la radio aquella canción tan famosa de Paul Young con Zucchero… ¿Cómo se llama?
¿“Senza una donna”?
“Senza una donna”, eso. Y me encantó, el tío canta muy bien. No sé, algunas canciones son buenas y ya está. Y la edad me ha enseñado a reconocer a los artistas que son de verdad. O sea, la gente que es sincera. Con los años he aprendido a detectar a los mentirosos en cualquier tipo de arte, y muy especialmente en el pop.
Creo que tus fans te aplicaríamos esa definición de inmediato. Que siempre has sido sincero y natural, y si a alguien no le gustaba, mala suerte.
Ese es, y te lo digo muy en serio, el mayor elogio que podías dedicarme.

(Esta entrevista se realizó el 27 de enero del 2015, y es una exclusiva de Kiko Amat para Bendito Atraso)

Kiko Amat entrevista a JAUME BALAGUERÓ para Jot Down

Pues esto. Titular autoexplicativo. Una charla en el bucólico marco del bar Canigó al mediodía con el cineasta Jaume Balagueró. Hablamos de ser ex-friki, de los fantasmas creados por el duelo, de aquellos cortos que se inventó para concursar en un certámen, de Alien el octavo pasajero, la explicación química del dejà vu, no entender lo que es un fuera de juego (por mucho que nos lo expliquen) y la hostia más.

Todo ello, aquí, en todo su monocromático esplendor.

Letters of Not: el libro tronchante del mes

tweets NewportEl libro más mondante, ingenioso y audaz que he leído en los últimos meses tiene que ser Letters of Not, de DALE SHAW (The Friday Project, 2014). Y encima está escrito por un amigo, lo que dobla su valor. Se trata de una colección epistolar inventada, con cartas de varios personajes históricos escritas en el estilo de cada uno. Pero dicho así suena muy académico, y Letters of Not es muchísimo más que eso. Incluye cartas, sí, pero también notas, listas y tweets. Uno tiene que estar mínimamente versado en cultura pop (y general), pero es el único requisito que exige el volumen. Bueno, también leer en inglés.

Rodé por el suelo como algo rodante cuando leí textos tan absolutamente DESCUAJARINGANTES como:

– La carta de traspaso del Papa Benedicto XVI a su sucesor («Nuns. Get used to them. They are everywhere, all the time. If you need some «alone time» lock the door. They have special powers or something and just appear when you least expect it»).

– La famosa nota de Werner Herzog a la mujer de la limpieza. Está también online, que fue donde Dale Shaw la publicó originalmente (muchos lectores creyeron que era una nota fidedigna de Herzog, lo que dice mucho del talento de Dale, pero también de la bobería de los lectores de internet).

– La nota de «estaré ausente de la oficina» de James Joyce (primera frase: «Now, for the weekending and the weekening of the daze and the dillydallying concerning the abstagnation and the never nearlyness…»).

– Una muy-pero-que-muy-petante carta del rey Gaspar a Baltasar («Feels as if we got a bit over-excited with the whole «King of the Jews» angle and lost our heads a little (…), to an impartial observer it could seem as if we just handed over a large selection of luxury items to a bunch of vagrants in a barn»).

– El incidente de Pete Seeger, el hacha y el Dylan eléctrico en el Festival Folk de Newport de 1965. Explicado tweet a tweet, si pueden creerlo. Con este se me saltaban las puras lágrimas:

@MichaelMass: Just saw Dylan arrive with a shitload of amps and guitars backstage #WTF #Newport65

@Dingus @MichaelMass: Bullshit, must have been an accordion case or something.

– El editor de Geoffrey Chaucer le escribe una carta de rechazo por The Canterbury Tales en 1394 («Even though this is the first writing I have ever encountered in the English language and indeed the first book I have actually seen, I have to say I found the whole thing rather derivative»)

– Una carta de Brian Jones a Keith Richards y Mick Jagger explicándoles sus esperanzas y reglas futuras para The Rolling Stones («No alcohol (and certainly no drugs) to be consumed after a performance»).

– Una lista de normas para los empleados de Pizza Archipelago en caso de que aparezca Van Morrison.

– Una campaña de grabados anti-Calígula  AD.

– La solicitud que Patti Smith rellenó para hacerse miembro de su gimnasio.

– La lista de tareas diarias de Salvador Dali («1. Wake 2. Discard Dali’s sleeping shroud 3. Wash face in the blood of a crab»).

Y un montón más. Lo pasé TAN en grande que deseaba que no terminara jamás. Se lo recomiendo locamente.

Kiko Amat y JAIME URRUTIA (Gabinete Caligari): la charla sin cortar

De lo que se come se cría, dicen, y nada (en el pop) surge de debajo de una seta. Jaime Urrutia, líder de Gabinete Caligari y compositor de sus hits, nos lanza las pistas de su arte en un libro, Canciones para enmarcar (Larousse, 2014), que es una carta de amor al rock’n’roll, al punk y la nueva ola; pero también a los tangos y los pasodobles.

UrrutiaAllí está. Jaime Urrutia. La cara más reconocible del pop español de los 80, y autor de algunos de sus éxitos más populares. Cuando yo hice la mili en 1990, “La culpa fue del cha-cha-chá” de Gabinete Caligari era la canción. Sonaba en todas partes, pegadiza como la electricidad estática. Pero no estamos aquí para hablar de ella, sino para excavar en el cancionero que sentó los cimientos del músico.
Cuando yo llego al bar, un mesón cerca de Las Ventas, Urrutia ya está allí, tomando una cerveza en la terraza y ojeando su libro. Va muy tapado para el tiempo que hace, con camisa, jersey y americana. “Estos cambios de tiempo me dejan hecho polvo”, me suelta, cuando me siento. Su cara, llena de rasgos exagerados, una faz goyesca, continúa igual; aunque los elementos han hecho cierta mella en ella. Y entonces está la voz. Aquella voz.
En el libro citas a Rocío Jurado, quien dijo de Camarón: “este chico tiene un viejo en la tripa”. Pero tu voz es muy inusual, también. La voz más reconocible de la nueva ola española, casi.
Cuando empezamos todos en la Movida, cuando estaba yo en Ejecutivos Agresivos (mi primera banda), nadie quería cantar. Yo no sabía cantar particularmente. De pequeño estaba en el coro del colegio, sabía entonar y afinar, pero me daba mucho corte eso de ser el frontman. Yo componía y me gustaba ser guitarrista, y ya está. Lo que yo quería ser era guitarrista rítmico como Sabino Méndez en Los Trogloditas, que también componía, y estar en un segundo plano escénico. Lo de cantar vino por necesidad. Ferni y mis amigos de Gabinete no cantaban. Al final, cuando empecé a componer ya dije que quería cantarlas yo, porque cuando compones algo tú eres quien mejor sabe de qué va. No me quedó mas remedio que aprender. No soy un cantante al uso. Me influyó mucho Ian Curtis en Joy Division, aquella voz tan grave. Mi tono natural es parecido. También me gustaba mucho Jim Morrison. Y al empezar a hacer canciones oscuras y siniestras les pegaba aquel tono Ian Curtis. [canta con voz gutural] “Golpes, golpes, dónde están tus golpes…”. Yo aprendí a cantar en los escenarios, vaya. Nunca he ido a clases de canto ni me ha interesado, pero el cuerpo humano es muy sabio, tu propia fisionomía va aprendiendo. Ahora creo que ya sé cómo funciona.
Lo importante, en cualquier caso, es que sea reconocible, ¿no? O sea, hablamos de rock’n’roll. No pasa nada si uno desafina un poco.
A mí me gusta eso. Hay gente que odia mi voz. Es como la de Bunbury; no deja a nadie indiferente. Eduardo Haro Ibars, que era muy amigo mío, me decía: “si quieres meterte en un grupo de rock tienes que tener personalidad y distinguirte”. Gabinete y mi voz son algo identificable.
Hay un capítulo en tu libro sobre Malevaje y los tangos. Me intriga, porque yo he intentado realizar el paso de que me gusten, y resultó imposible. Me resulta un lenguaje extraño. Pero las letras sí me chiflan. Citas aquella de “me revienta tu presencia / pagaría por no verte”.
[continúa cantando la letra] “Hasta el nombre te has cambiado / Como cambiaste de suerte / Ya no sós ni Margarita / Ahora te llaman Margot”. Qué bonito.
En el libro esa canción te sirve de excusa para hablar de rupturas y desengaños amorosos.
Sí. En la época de Gabinete tuve un desengaño amoroso muy fuerte. Era el 1986, cuando ya teníamos cierto éxito. Todo el disco de Camino Soria está dedicado a esa ruptura. Estaba realmente jodido. Me dejó una chica con la que llevaba cuatro años. Toca en algún disco de Gabinete, era la hermana del bajista de Derribos Arias. Me dejó porque se dedicaba a la ópera, y cada vez que aparecía en TV tocando teclas con nosotros su padre le echaba la bronca. Finalmente decidió que me tenía que dejar. El desamor es lo mejor para escribir canciones. Yo viví una experiencia muy rara: el grupo triunfaba, teníamos 80 bolos, vendíamos 100.000 discos, pero por dentro yo llevaba todo eso. Al componer canciones de desamor me venían baladas de los Beatles, o de los Stones, me venían blueses. Está la canción “La sangre de tu tristeza”, que está inspirada en el Buenos días tristeza de Francoise Sagan. Es un disco conceptual, Camino Soria. Las mejores canciones salen de la desgracia.
Nick Hornby se preguntaba en Alta fidelidad: “¿Qué fue primero: La música o la tristeza? ¿Escuchaba música pop porque estaba triste? ¿O estaba triste porque escuchaba música pop?”.
Es el huevo o la gallina [ríe]. Hombre, imagino que lo primero es la melancolía del hombre. Antes de tener instrumentos, el ser primitivo sentiría ya esa sensación de abandono cuando le dejaba una mujer, supongo. El amor es lo que mueve el 90% de las buenas canciones. Y de las malas también.
¿Las circunstancias oprobiosas que rodean a un disco le amargan el disfrute del mismo al artista? ¿Piensas en Camino Soria y recuerdas el dolor?
Pienso solo en la alegría. El dolor se quedó en aquellas canciones. Solo queda una pequeña cicatriz. El tiempo pasa, y que le den por culo a aquella chica [ríe]. La vida ha evolucionado y tengo a otra chica que me quiere ahora. No, el disco aquel ayudó a limpiar la herida.
Hablas de tauromaquia en el capítulo sobre Antonio Molina y “Yo quiero ser mataor”…
Yo soy aficionado a los toros, y he sufrido ataques acojonantes a mi Facebook. Los antitaurinos pueden ser muy violentos. En los ochenta el tema no estaba tan jodido como ahora. Yo voy con mis amigos y soy aficionado, pero tampoco quiero hablar demasiado de ello. Mi padre era escritor y crítico taurino en Madrid, un periódico que cerró Franco por aquella editorial de “Retirarse a tiempo”. Mi abuelo por parte de madre fue empresario de la plaza de toros de Málaga. Mi padre ganó la guerra con los Nacionales, no era nada izquierdoso, iba a misa y era muy cristiano. En mi casa, en lugar de “niños, al cine” era “niños, a los toros”. Mi padre tenía siempre entradas, que le enviaban los matadores.
¿Lo recuerdas con terror o con excitación?
Con excitación. Lo escribí una vez en El País y volvieron a atacarme el Facebook [pone cara de resignación estoica]. Me alucinaba el espectáculo en general. Piensa en que fui allí con 7 o 8 años. Me gustaba cómo iba vestido el torero, el ambiente de la plaza… Pero (y esto es la razón por la que me atacaron) entonces no sentía dolor por el toro. Mira por dónde que ahora sí lo siento más. El domingo pasado fui a los toros, y toda la parte en que el toro vomita sangre… Te lo juro, no me gustó. Pero en mi casa se respiraba ambiente taurino, eso es indiscutible. Recuerdo una vez en que vino a casa Antonio Bienvenida, que era un torero famosísimo, y mi padre le entrevistó. Durante una época lo dejé bastante. En la época de los grupos llevé alguna vez a mis amigos, pero nunca he sido abanderado del tema. Cuando Patricia Godes dijo que Gabinete hacíamos “rock torero” me gustó, ayudó a etiquetar al grupo. En mi casa había discos de pasodobles taurinos, y me gustaba mucho el sonido, yo jugaba a torear en casa. El pasodoble no va solo de toros, y son maravillosos, se aprende mucho de ellos.
obedienciaGabinete siempre han estado fascinados por la IIª Guerra Mundial, y vuelves a hablar de ello en el capítulo de “Lili Marlen”.
Me sigue fascinando. Lo digo en el libro, una de las razones de esa fascinación es la cercanía en el tiempo. Yo soy del 58, y la guerra terminó en el 45. Son solo 13 años de diferencia, un poco más y me veo allí metido en la mierda. Es el holocausto y son los nazis, claro. Recuerdo que a clase de religión el cura trajo un libro del holocausto, y me impresionó mucho. Tenía 12 años, pero me duró hasta el día de hoy. Es algo muy fuerte y muy dramático. Los nazis, con su poderío y forma de vestirse, esa forma de dar miedo a la gente…
La teatralidad. Todo estaba muy estudiado desde un punto de vista escénico; piensa en los montajes de Goebbels.
Sí, era la parafernalia. Cuando empezamos Gabinete nos fijábamos en Warsaw, de Joy Division, que incluso se habían llegado a llamar así. Y usaban imágenes de nazis, cosas de ese tipo. El nombre Joy Division hace referencia a la “división de la alegría”, las putas de los campos nazis. Era un tema tétrico que nos iba bien al comienzo del grupo. Nuestra canción “Tren especial” hablaba de los campos. ¿Tú también eres aficionado?
Sí. Me interesa mucho la caída, la vuelta a la realidad, el shock del final. Aquellos hombres creían que el Reich iba a durar mil años, literalmente. Y de repente su visión del mundo quedó borrada de la faz de la tierra.
Sí. Es muy fuerte. El otro día un periódico digital hablaba de la ciudad que quería construir Hitler.
Germania.
Sí. Efectivamente. Germania. Claro, nosotros no hemos vivido la guerra. Esto que vivimos es una mierda, pero no es aquello.
Sí, somos algo menos viriles, creo yo.
[carcajada] Cierto. Lo vivieron nuestros abuelos y padres. Mi padre estuvo preso, y escribió un libro sobre el tema.
Los primeros Gabinete usaban bastante parafernalia militar. Lo que os ocasionó más de un problema, como es bien sabido.
Bueno, la cosa venía de los Sex Pistols y los punks, con sus cruces gamadas, los Clash llevaban ropa paramilitar…
Incluso Keith Moon y Vivien Stanshall se habían vestido de oficiales de las SS. Los muy colgaos.
Sí, y también Brian Jones de los Rolling Stones. De hecho, utilizamos esa imagen en el “Obediencia” de Gabinete. Era porque la estética era bonita y acojonante. Y en aquella época tenías que epatar. Por eso dije aquello de “Hola, somos Gabinete Caligari y somos nazis”.
¿No era “y somos fascistas”?
Eso, fascistas. No dije nazis. Eso fue en el 81. En aquella época estábamos en plena transición, todo el mundo iba de colega y del PSOE y de que nadie había sido fascista. Y nosotros queríamos epatar. Eduardo Benavente lo hacía más por la vía del sadomaso, y nosotros lo hacíamos por lo cultural e histórico. Nos costó muchos disgustos. Tuvimos amenazas de ETA en el País Vasco. En Andoain, Guipúzcoa, nos llegó a avisar el alcalde del pueblo. El Egin nos llamó fascistas también, cuando ya hacía ocho años que habíamos dicho la frase epatante. Mis amigos me dijeron que me había pasado un poco, pero yo me había tomado dos güisquis, era el primer concierto de Gabinete, en el Rock-Ola… Yo qué sé. Son pecados de juventud. Me arrepiento.
En el capítulo sobre los Ramones dices una frase que encuentro encomiable, pero que me descolocó un poco. Afirmas: “yo soy y me considero punk, y siempre lo diré”. ¿Que querías decir por “punk”?
Viene un poco a cuento de lo que decíamos antes, del “Hola, Somos Gabinete Caligari y somos fascistas”. Es mi generación. Yo soy del 58, y tenía 20 años en el 1978. Pistols, Ramones, Clash… Son la música de mi generación. Como grupo, Gabinete nunca fuimos punkis, hicimos algo más personal. Pero me considero de esa época y soy punk y pienso como un punk, aún hoy.
¿En cuanto a rechazo al sistema establecido, quieres decir?
Sí, en rechazo al sistema, efectivamente. Aunque eso siempre lo ha hecho el rock de toda la vida. Lennon era un punk también. El rock tiene ese punto de rebeldía, y de rechazar las normas y al establishment. Te rebelas contra lo que te echen. Ahora lo veo todo más dulcificado.
Gabinete usabais un tipo de ironía muy particular, pero como teníais cara de serios todo el mundo se tomaba al pie de la letra lo que decíais.
Eso es cierto. Algunos periodistas se asustaban con nosotros, nos decían “pero sonríe un poco en las fotos”. Pero nosotros no sonreímos. Los tres, de pura casualidad, éramos de gesto serio. No sabíamos sonreír. Nuestras letras del principio eran muy serias: “Obediencia”, “Por qué perdimos Berlín”… Pero entonces vino la mili, y yo pasé de escuchar aquellos grupos modernos del Rock-Ola a Los Chichos, y rumbita, y música española. Aquello fue fundamental. Nos dimos cuenta de que había otro mundo fuera del Rock-Ola. “Al calor del amor en un bar” éramos nosotros decidiéndonos a hablar de lo que hacíamos realmente todo el día, que era estar en bares. Y además contarlo en plan festivo. “Caray” está dedicada a Elvis Presley, a un tío que va de chulo por la vida. En una letra puedes dar ese punto de ironía, no tanto de rollo cómico.
No, claro. Hay gente que las confunde, y de forma letal.
A mí siempre me han jodido los grupos cómicos. En los ochenta había muchos grupos que iban de graciosetes, de ja-ja y la risa, y a mí me dolía. Porque la música pop es algo muy serio. Puede incluir cierto humor, pero muchos grupos triunfaron solo haciendo bromas.
A Siniestro Total los perdonamos, ¿no?
[ríe] A Siniestro se lo perdono todo. Hay que darles de comer aparte.
GCMencionabas lo de la mili. Me interesa ese fenómeno de chavales de clase media, y que encima venían del elitismo de la Movida, que de golpe se topan con todos aquellos reclutas tirando a pollinos. Y veis la luz, y os lo empezáis a pasar bien.
Nosotros nos conocimos en la universidad. Armamos Gabinete en el 81, el disco empieza a sonar en Ordovás, tenemos cierto éxito… Entonces decidimos cancelar las prórrogas por estudios e irnos los tres a la mili. A la vez. Porque ya veíamos que el futuro iba a ser Gabinete Caligari, y queríamos sacarnos la puta mili de en medio. La mili rompía muchos grupos. Tenías 18 años y te llegaba la carta aquella que te ordenaba ir a “tallarte”. Y en tres meses te enviaban 18 meses fuera de casa. Grandes grupos de rock de aquí quedaron destruidos por eso, pero Gabinete fuimos muy listos. Con dos cojones, fuimos a la mili, sacamos “Obediencia” para que no se perdiese el interés, y seguimos con nuestra carrera. Ferni, por cierto, se libró por excedente de cupo, y él se quedó a dirigir la operación, llevar Tres Cipreses, organizar las entrevistas… Yo tuve peor suerte, porque me destinaron a un pueblo, sin pase de pernocta, y estuve más jodido. Pero allí nos encontramos a los pollinos (con todos mis respetos). Incluso alguno me jodía porque sabía que yo había estado en un grupo de rock. Pero la radio estaba conectada todo el día, y escuchaba sin parar la radiofórmula, el soniquete, y eso me abrió las miras para poder hacer “Sangre española”, por ejemplo.
Tu libro está lleno de canciones de infancia y adolescencia. Parece que das la razón a la vieja teoría de Billy Childish: “lo que te gusta a los 17, es lo que realmente te gusta”.
Es cierto. Mucha gente me dirá que no hay nada moderno en el libro. Todo son cosas de mi juventud. Son las que marcaron mi vida. Lo moderno ya no me marca, tengo la piel demasiado curtida. Esa corteza impide que me impresionen ya ciertas cosas. En cambio a los 17 te impresiona todo.
Hablando de los 17. De muy jovenzuelos tuvisteis una etapa medio mod, ¿no? “Mari Pili”, aquel ska bullanguero que sacasteis con Ejecutivos Agresivos, era un hit en los bares de mi pueblo.
En el 81 fue casi canción del verano, y mira que estaba mal grabada. Era de Poch. Lo mod nos venía de que yo era muy fan de los Kinks, que no eran mods tan descarados como los Who. Pero tenían su filosofía inglesa y dandi. Y en Madrid fue por el estreno de Quadrophenia y The Kids are Alright. Ya había pasado el punk, pero aquello fue un subidón. Los Ejecutivos pillamos la pasión por el R&B de los sesenta, los Kinks, incluso Beatles y Rolling Stones. Un pre-grupo de Gabinete se llamó Los Dandies, por el “Dandy” de los Kinks. En tres años pasó de todo. Nos pilló a los veinte, había modas cada mes. No había mucha información, no era como ahora.
Creo que eso era bueno para la creación musical. Tenías una pizca de información, y el resto lo rellenabas a fuerza de imaginación.
Sí, había mucha ilusión por hacer cosas. Imaginarte tu grupo en plan infantil, todo eso. No sé si ahora hay sobredosis de la información, como cantaban P.I.L. en 1988.
ejecutivos-agresivosHabía una época en que todo el mundo parecía mod, en Madrid. Uno de La Unión era mod. Todo Dios se apuntó al rollo.
[ilusionado] ¡Mario, el guitarrista de La Unión! Es verdad. Éramos una pandilla bastante numerosa. Yo no llegué ni a tener parka, pero iba con mi chaquetilla y mi corbata. El grupo más mod de Madrid eran Los Elegantes, cuando tenían al Chicarrón de cantante. Duró muy poco, pero eran noches de soul y anfetas en el Rock-Ola, y estar por ahí a las doce de la mañana con la mandíbula hecha polvo.
¿Qué anfetas tomabais?
Minilip. Bustaid se encontraba menos. Y alguna Dexedrina, de vez en cuando. Unas cápsulas con bolitas. El Minilip era una pastillita blanca. Te digo una cosa: la única vez que me he querido suicidar en mi puta vida fue durante un bajón de anfetas. No las he vuelto a probar. Me pasé tres días sin dormir, cagüen Dios.
Un momento interesante de Gabinete es cuando pasáis de querer ser The Jam a querer ser Joy Division.
Una persona clave en la historia de Gabinete fue Eduardo Benavente. Él había hecho un casting con los Pegamoides, cuando “Bailando”. Pegamoides tuvieron éxito y empezaron a ir a Londres y de allí traían discos, él, Ana Curra, Nacho Canut… Eran los modernos, vaya. Eduardo nos contó quién eran Theatre Of Hate, The Cure, Siouxsie & The Banshees, Joy Division, traía videos que mirábamos en su casa… Era todo muy básico. Los tres vimos el camino claro. Gracias a él grabamos el primer single, compartido con su grupo, Parálisis Permanente. Nos lo sacamos nosotros. Pedimos ayuda familiar, y allí empezó todo.
En aquella época los grupos eran inequívocamente de aquí. Escuchaban cosas inglesas, y las adaptaban a su madrileñez, o barcelonidad, o lo que fuese. Creo que eso es menos frecuente, hoy en día. Por mucho que me gusten, los grupos actuales pueden ser de aquí o de Nueva Zelanda.
Esa fue nuestra grandeza, creo yo. Nosotros no queríamos ser ni Los Secretos, ni Alaska, queríamos tener nuestra propia personalidad. Me gustaban Los Nikis, o Siniestro, o Parálisis, pero nosotros íbamos a la nuestra. Queríamos ser arriesgados. Yo aluciné cuando descubrí que Los Planetas eran fans de Gabinete, les conocí y me cayeron de puta madre. A ver, yo entiendo que en el 92 y 93 llegó una nueva generación, harta de la Movida, que ya nos tenía muy vistos. Lo único que me jodió a mí es que los indies no cantaran en castellano. No sé, habíamos abierto un camino. Es más fácil escribir una canción en inglés, el suyo es un idioma más flexible, palabras más cortas, exclamaciones… El rock’n’roll es suyo. El castellano es más complicado, pero nosotros abrimos una vía. Bueno, Los Brincos y Los Salvajes antes que nosotros. Y Burning.
En vuestra época de mayor éxito os debisteis pegar unos buenos juergones. Bueno, seguro: lo he leído en vuestra biografía. Cuéntanos alguna, anda.
Cada uno de los tres tenía su personalidad. Yo era el más pasota, porque sabía que tenía que cantar. Fermi no le pegaba a las drogas. En Buenos Aires sí hicimos bastantes más barrabasadas. La farlopa era muy barata, y pasamos unos días enloquecidos. A la vuelta, Ferni se acojonó un poco. Y me quedé yo solo como niño malo [carcajada] La farlopa es una droga muy mala para salir a un escenario. Te deja muy rígido, para cantar y para todo.
Quizás te da el arrojo, eso sí.
Eso. Te da el arrojo, pero luego te deja agarrotado. No fuimos un grupo de grandes orgías. Una de las gordas aparece en la biografía. Fue en un pueblo de Segovia, donde los lugareños nos estuvieron todo el día invitando a whisky Dyc y llevándonos a hombros, y yo acabé en calzoncillos en un balcón, haciendo como que toreaba con las cortinas que había arrancado del comedor [risas].
Entrevistando a Manolo García hace unos meses me dejó muy clara su postura respecto a la publicidad, que era muy perniciosa para un grupo. Pero Gabinete, en cambio, nunca tuvieron esos reparos.
Te cuento. Un día tocamos Gabinete y El Último de la Fila en una plaza de toros de Marbella, creo que era, parte de unos conciertos llamados La Noche Rosa [fue en Fuengirola, el año 1988]. Gabinete íbamos patrocinados por Coca-Cola, que incluía unas pancartas con su promoción del verano en la PA a cambio de financiarnos la gira. Gabinete salimos allí primero, con nuestra publicidad de Coca-Cola, y luego Manolo García apareció y dijo algo así como que “nosotros no necesitamos ninguna bebida gaseosa para estar aquí con vosotros”. Yo me enteré, fui hacia él en el camerino cuando terminó el concierto, y le dije: “mira, tío, yo te respeto mucho pero dedícate a tu vida y no me eches al público encima”. A mí me parece muy bien que tú no quieras hacer publicidad, pero nosotros nos lo tomábamos con otra filosofía. Santiago Auserón me dijo lo mismo: que Radio Futura eran auténticos porque no hacían publicidad. Yo pensaba tan solo que la publicidad te podía hacer llegar a más gente. La opinión de Manolo es muy respetable, pero cada uno tiene una forma de ver su carrera.
En la biografía, Ferni dice una frase de ti que me parece muy graciosa y entrañable: “Jaime no lo entenderá porque creo que desde 1982 no cambia ni de peluquero”.
Eso viene de cuando ellos empezaron a escuchar a Nirvana. Se dejaron el pelo muy largo, y querían que tomáramos un rumbo más indie. Y a mí me parecía muy bien, pero yo no cambié de peinado ni de estilo. Cuando dijo aquello era al poco de separarnos, y había un poco de confrontación. Eso era un poco de despecho.
Bueno, yo lo tomé como un elogio. Me gusta la gente que no cambia.
Yo respondo a mis propios criterios. No voy a dejarme el pelo por los hombros. Soy un tío más clásico. Uno tiene que ser un poco fiel a tus principios.

Kiko Amat

(Esta es la versión pura y sin cortes de la charla que mantuvimos con Jaime Urrutia para el suplemento Babelia de El País del 19 de noviembre del 2014. Hoy me he acordado de que nunca la llegamos a colgar y aquí está, en toda su lozanía. La foto inicial la tomó Álvaro García para Babelia)

THE ORCHIDS: los chicos “malos” de Sarah

Si van de inmediato a la web de Rockdelux hallarán allí la entrevista de Kiko Amat con Chris Quinn, el batería de THE ORCHIDS. En ella se habla de los calzones de The Sea Urchins, la poll tax, la capacidad de odiar a otros grupos, lo de ser una banda de clase obrera y emborracharse de manera exuberante. Y más asuntos de interés. No se la pierdan, hagan el favor. Incluye nuestros 4 momentos favoritos de la banda.