DJ STALINGRAD: Antifa antimacho

DJ Stalingrad (nombre real: Piotr Siláiev) tiene la faz bonita (a lo némesis tártara de Miguel Strogoff), la mirada helada y la risa nerviosa. Habla un inglés más o menos fluido que salpica con palabros inventados. Ante todo parece tímido, algo retraído y nerd, la antítesis del Enemigo Público #1 y hooligan salvaje que pinta su libro, el brutal Éxodo (Automática 2015).

silaev-petrSí, hay algo extraño en Stalingrad. He aquí un militante de la izquierda antifascista rusa que llega a Barcelona como dilecto disidente, pero su actitud general es… ¿algo pueril? A lo largo de la charla Siláiev exhibe tics de punk juvenil (nos conmina a esconder las cervezas para una foto) y curioso desdén partisano (St.Pauli, equipo antifa alemán, son “el McDonald’s de los hooligans antifascistas”). A ratos Siláiev habla como un prócer académico, en otras cambia a skin callejero. Y hablando de callejero: he aquí a un hombre que aduce haberse educado en las calles más duras de Moscú, entre vagabundos, nazis y rateros, y a las dos horas de estar en Barcelona ya se ha dejado sisar el Iphone, como un bisoño erasmus. Incluso los ídolos existenciales que aparecen en su novela son de habitación teen, el tipo de posters que colgarías si quisieses importunar a tu madre: GG Allin, el Unabomber… Solo falta Marilyn Manson. Yo no digo que no me crea a Stalingrad (sé que le han sucedido cosas asaz tremendas, y no dudo de su fiera militancia). Solo digo que es un personaje… Contradictorio, vaya.

Solo empezar la novela, el protagonista confiesa que va a contarnos su historia para conseguir sacársela de encima. “Recuerdo para olvidar”, afirma.
En el 2008 hubo un gran redada policial, después de que un miembro del parlamento ruso declarara que yo debería ser arrestado junto a otra gente porque éramos un peligro para el “orden constitucional” o algo así. Entonces decidimos desaparecer por un tiempo. La mayoría de mis amigos emigraron a Ucrania o otros países del Este, pero yo me encaminé a Finlandia, pues tenía los papeles en regla. Me aburrí allí de inmediato y agarré un avión a Tesalónica, pero de repente la guerra estalló y la ciudad quedó en llamas. Allí vi que eso marcaba el final de mi vida anterior, y que debería ponerlo por escrito. Me empujó a ello también la muerte reciente de uno de mis mejores amigos, que habían asesinado poco tiempo atrás. Así que me hice con un cuaderno y lo escribí de una tirada. A continuación otro amigo en Moscú fue asesinado, y empecé a preguntarme qué hacía yo viviendo en el paraíso mientras mis amigos morían. Así que regresé a Moscú y pasé allí tres años más. Realmente trataba de escribir para olvidar, para pasar página de mi vida pasada.
No te ha salido muy bien, porque ahora todos los periodistas van a preguntarte una y otra vez sobre ello.
Claro. Eso es muy cierto. En lugar de olvidar he conseguido lo opuesto. Memorizar la historia.
Es una pregunta algo manida, pero en un libro (presentado como vivencial) como el tuyo se antoja obligatoria: ¿Cuánto de verdad hay en él?
Todo. Es documental. Porque lo estaba escribiendo para mí mismo, no se suponía que llegaría jamás a publicarse. Todo lo que escribo es preciso, pero a la vez siempre aspiré a que fuese un texto de ficción: cambié todos los nombres, no incluí ningún tipo de historial para los personajes que pudiese servir para los medios de comunicación, o así. Por ejemplo, no incluyo background histórico de la guerra entre la derecha e izquierda, porque resultaría algo demasiado obvio para mis amigos. Es un documental exacto, pero altamente ficcionalizado. Como tiene que ser.
En tu novela hay mucha borrachez. El zapoi, o gran merluza rusa, forma parte esencial de las grandes novelas rebeldes rusas, de Limónov a Eroféiev. Y del carácter ruso en general.
En cierto modo. Pero a la vez, eso es una de las partes ficcionalizadas de la novela. Porque me influencian mucho los autores beat americanos, y la aparición del alcohol en Éxodo es como un homenaje a todos esos autores beat. En realidad, la mayor parte de personajes que aparecen aquí no bebían en la vida real. Porque practicaban algún tipo de deporte, o artes marciales [ríe]. Así que es un homenaje estilístico.
Pero historias como la de los obreros de fábrica que se empapuzan de alcohol y juegan a cartas y luego cuelgan al perdedor de una grúa suenan completamente veraces…
¡La vida del trabajador! Sí. No sé. Al menos esa es la historia que cuenta el personaje.
Hay mucha sed de venganza en el libro. Venganza honorable, en el sentido romano de la palabra. Devolver el golpe a los que te mienten y estafan.
Bien, hay varias puntualizaciones que podrían hacerse sobre esto. Es obvio que la violencia juega un rol prominente en la escena hooligan, o en cualquier tipo de guerra de bandas. Pero “venganza” también es una palabra adecuada el intentar describir la situación política en Rusia. En ruso incluso suena bien: месть. Es lo que siente la mayoría de la sociedad rusa respecto a las autoridades, por haber destrozado sus vidas en los años noventa. Si uno piensa en el modo de vida soviet, con tristeza o nostalgia o lo que sea, es interesante percibir que era un modo de existir bastante de clase media. La sociedad soviética era opresiva y dura, pero sus aspiraciones eran pequeñoburguesas. Los medios occidentales no suelen verlo así, pero esta es una reflexión clave. Las infancias de nuestra generación fueron completamente normales. Y de repente, en un par de meses, todo estaba destrozado, por culpa de un puñado de tipos malvados. No por cambio político o por una crisis, sino por un puñado de villanos. Y la vida para los pequeñoburgueses como yo se volvió horrible. Era inimaginable. Jamás habríamos esperado caer a esos niveles de white trash [ríe]. Todo el mundo empezó a experimentar sentimientos de venganza hacia los más ricos, y hacia las autoridades.
Esa venganza se traduce en la novela en actos de gran brutalidad. A menudo las fuerzas de la izquierda autónoma, aunque tengan el derecho moral a sublevarse (y lo tienen), actúan con un nivel de bestialidad similar al de los nazis.
Sí. Es algo que quise enfatizar. No quise detallar demasiado las personalidades, pero sí pintar una generación que a través de la violencia daba un salto social. La violencia nos daba seguridad, incluso (paradójicamente) era algo que nos mantenía fuera de la cárcel, cuando debería ser todo lo contrario. Porque estábamos más organizados, porque teníamos más dinero, podíamos permitirnos mejores abogados y pagar sobornos, todo eso. Incluso como adolescentes. Recuerdo el shock de mis abuelos cuando me vieron sobornar a un policía que nos estaba importunando. Ellos eran académicos y científicos, no esperaban que su nieto fuese un gángster [ríe]. Ni yo tampoco. Me dije: “¿qué coño acabo de hacer?”. Quise describir una generación para la cual la violencia era un lenguaje de poder, una herramienta útil.
SilaevAlgunos tarugos pueden estar en un lado o en el otro. Es solo una cuestión de círculo de afinidades que estén en el antifascismo o el nazismo, ¿no?
[Entendiendo mal la pregunta] Bueno, en el texto original ruso se ve claramente en qué lado está cada uno. Porque aunque utilizan los mismos métodos, hablan un lenguaje distinto. Porque vienen de un background distinto, también. Los dos bandos somos muy distintos. En el texto, los nazis utilizan una jerga moscovita moderna, de los 90’s, y nosotros una mezcla del habla de nuestros abuelos, de jerga 70’s y de dialecto redneck de provincias. Esta diferencia es visible en el texto ruso.
En los ochenta en Europa, lo del hooliganismo era algo puramente de clase obrera. Las firms eran de barrios proletarios.
En Rusia es al revés. Muchos de los nazis vienen de familias que habían hecho fortuna en los noventa, de la nueva burguesía. Eran más ricos que nosotros, muchos de ellos eran universitarios. Y de empresariales (nosotros éramos de humanidades).
Tu libro me recuerda a Eduard Limónov en algunos aspectos. No sé si la comparación te gusta o no.
Muy interesante. Hace un momento le recomendaba a Lucía [Automática] uno de sus libros, precisamente uno que no pertenece a su canon sagrado [ríe]: El libro del agua. Es una colección que escribió durante un periodo de prisión hace diez años, y es una recolección caótica de su vida en forma de novela corta. Conectado de algún modo al tema del agua: ríos, lagos, fuentes, riachuelos… Muy existencial, pero me gusta más que sus novelas clásicas. Es más aventurero. Y él es una gran influencia, sin duda.
Os parecéis en la rabia y la mala leche. Literaria, al menos.
Él mezcla la beat generation y la sed de venganza rusa post-soviética que mencionábamos. Y es el escritor más malhablado de Rusia [ríe], por eso es tan famoso. Porque no para de jurar, y eso que tiene 70 años. Esa es la razón por la que Éxodo se hizo famoso en Rusia. Porque estructuraba mis frases a lo beat, como Limónov.
Yo a Eduard se lo perdono todo. El Nacional-Bolchevismo también, si me fuerzas.
El Nacional-Bolchevismo fue una epifanía para mucha gente de la generación post-soviet. No es exactamente de derechas, como suele decirse por ahí. Es un fenómeno postmoderno. En su periodo de mayor apogeo, a mediados de los noventa, cada ciudad rusa tenía un capítulo nasbol. Y cada capítulo era completamente distinto del de la ciudad vecina: unos eran izquierdosos, otros nazis… No tenían nada en común más allá del acercamiento post-moderno y la figura de Limónov.
Las batallas de tu libro son a menudo entre miembros de la misma clase social. Esto siempre ha sido así. La clase obrera también está llena de cabrones, chivatos, policías y nazis. Sería ridículo pretender que todo el pueblo es puro como la nieve recién caída, como hacen algunos.
Eso es aún más ridículo si piensas en un pueblo tan inmenso como Rusia. Somos 140 millones de individuos. En una masa de población tan grande es imposible generalizar. Aparecen capas y substratos completamente distintos en cualquier clase. La clase obrera de una zona no tiene nada que ver con la que está en la otra punta del país. Están completamente desconectadas.
Me encanta el fragmento donde dices: “Siempre nos están diciendo (…): “Sé tú mismo, no te avergüences, sé tú mismo”. ¿Y si para mucha gente ser ella misma significa ser un canalla o un esquizofrénico?”. Cierto: a algunos tipos habría que decírseles: no seas tú mismo. Sé otra persona, por favor.
[ríe] O, si eres una mala persona, deberías buscar formas útiles de explotar esa maldad.
También dices: “A la gente como tú y como yo no nos conviene tomarnos un descanso”. Explica, por favor.
Mira, pongamos que yo tengo dos tipos de amigos. Mis amigos normales, de infancia y tal, y los amigos que hice en la escena hooligan. Los amigos hooligans se están todo el día metiendo drogas, metiéndose en líos, entrando y saliendo de la cárcel… Pero si me pongo a comparar estadísticamente el número de gente que ha terminado cumpliendo penas largas de prisión, el número es mucho menor en la parte subcultural y pandillera. Porque tenemos mejores abogados, estamos organizados, podemos sobornar a gente… Mis amigos normales terminan en la cárcel por cualquier chorrada, y nadie se ocupa de ellos. Esa frase la dice en el libro un médico de emergencias, no un hooligan. Porque trabajé durante una época en una ambulancia rescatando a gente en estado terminal. En un turno de noche nos encontrábamos a gente completamente chiflada, sin casa, ni papeles, muriendo lentamente… Y todo el mundo nos odiaba. El médico que tenía que ocuparse de ellos, el policía que tenía que firmar los atestados, incluso ellos nos odiaban… Esa gente había abandonado toda esperanza, se había tumbado a esperar su muerte. Eso es lo que sucede si descansas. Si dejas de luchar, te conviertes en alguien sin derechos. Porque cuando eres pobre, eres culpable por defecto.
En tu novela se mezcla la tradición hooligan con la escena grindcore.
Sí. Y las dos cosas coinciden con la aparición de Internet. En ese sentido, estuvimos siempre unos cuantos años por delante de la policía. Ellos no sabían ni conectar un PC.
Toda esa dialéctica del valor, de la guerra, del coraje y la virilidad que exhibes en la novela me recordó un poco a Marinetti y los futuristas. Incluso al pillado de D’Annunzio, si me permites.
En Rusia incluso los gánsteres leen. Para nosotros, incluso para los que practican actos horribles, la violencia no es tanto una forma de demostrar coraje o masculinidad, sino una epifanía, un modo de distorsionar la realidad. Los de nuestro lado son los perdedores, los pringados, los chavales leídos que quieren sentir algo. Son nuestros enemigos los que vienen de esa Rusia moderna y quieren cultivar el estilo macho. Nosotros somos anti-macho, somos lo que sufrimos abusos en la escuela, los que fuimos maltratados por los matones.
58-éxodo-large.pngPero precisamente ese maltrato hay que devolverlo con las mismas armas, ¿no?
Si nos defendemos es porque no tenemos nada que perder. Ya nos consideran lo peor, hagamos lo que hagamos.
Si hay alguna moraleja en el libro, quizás podría ser que puedes escapar a tu destino. Que si no buscas una salida puedes acabar muerto, o en la cárcel.
No está tan claro. Quizás no queda claro en el texto traducido. La mayoría de mis amigos están de maravilla, les va de perlas.
[Confuso] Pero antes has dicho que habían asesinado a dos de tus amigos.
Bueno, sí, dos. Pero el resto están bien. Lo que quiero decir es que si eres pobre y no formas de algún tipo de organización como la nuestra, tus posibilidades de morir aumentan enormemente. Si no participas en la lucha, la paradoja es que tus posibilidades de acabar mal son mucho mayores. Es lo que te decía antes: algunos amigos y gente que conozco de mi antiguo barrio han acabado muriendo porque sí, porque fueron abandonados por el estado. Murieron de cualquier gilipollez, por alguna enfermedad tonta, porque nunca se presentó la ambulancia ni tenían a nadie a quien llamar. En la escena, si alguien tiene cáncer todos aportamos dinero y consigue el mejor tratamiento posible.
La parte más dura del libro es precisamente la de la ambulancia. Y dentro de ella, la parte más horrorosa es la de aquel tío al que encontráis casi muerto y congelado en sus propias heces.
Sí, yo trabajaba de voluntario en esa ambulancia. Me iba bien porque era turno de noche y yo estaba estudiando. Fue una época demencial, aún no entiendo cómo el resto de gente sigue trabajando en aquello. Imagino que el nivel de pobreza extrema es igual en Rusia que en otras sociedades ultracapitalistas y neoliberales como los Estados Unidos: la diferencia es que en Rusia hace mucho más frío [ríe]. Masas de gente llegan a Moscú desde los pueblos de provincias, les roban al cabo de una hora de llegar a la ciudad, y se quedan sin papeles o dinero en una ciudad extraña y hostil. Y de inmediato quedan sepultados en Moscú, una ciudad de 28 millones de personas, y empiezan a morir lentamente. Y a esa gente los hallábamos constantemente en barrios ultra-pobres. El traductor al inglés de Éxodo creía que había un error en el texto cuando leyó que trabajábamos en esa ambulancia y teníamos que acabar peleando contra la gente que íbamos a rescatar. Eso sucedía porque los enfermos eran como zombies locos atiborrados de líquido desatascador de desagües, y nos atacaban. Policía ni hablar, claro. Así que teníamos que noquearlos primero, arrastrarlos a la ambulancia después [ríe]. Lo chocante de la historia del tío al que desatascamos de aquel bloque de hielo y mierda no es que estuviese atrapado en un bloque de hielo y mierda. Es que tenía novia. Que tenía alguien que le amaba, pese a su estado.

Éxodo (Automática, 2015) es un relato en apariencia vivencial –y con profundos aromas beat- de sus azarosas experiencias en la madre Rusia: hostias con nazis, más hostias con nazis, aún más hostias con nazis, borracheras zapoi, machetes y barras de acero, homeless congelados en sus propias heces, odio al sistema que le vio nacer, largos periplos ferroviarios a lo Eroféiev, pobreza, hastío y rabia. Más Tony O’Neill que Charles Bukowski, como un Irvine Welsh sin humor negro o un Limónov mucho menos chiflado y hedonista, DJ Stalingrad nos pasea por lo peorcito de la Rusia actual. Es duro, es corto y es brutal. Se lo recomiendo encarecidamente.

Kiko Amat

(Una versión reducida de esta entrevista se publicó en la revista Rockdelux de abril. Esta es la charla sin cortes ni afeites)