This must be the place: Kiko Amat y sus disquitos

Los discos que Kiko «Farty Pants» Amat pinchó en La Chicha Ye-Yé (Puerto de Santa María) la noche del viernes 23 de octubre, como cúlmen de su onerosa gira rock’n’roll para Chap Chap. Todo discos, discos y más discos recios y palpables (y algo rayados por el sobreuso).

Pueden escuchar el setlist en idéntico orden al del original en este fantástico Playmoss que aquí les entrego.

Las inevitables salvedades para NERDS: Mod Fun: pinché el «I can see (everything around me)», no la que está incluída aquí (de la que tengo en disco no hallé Youtube ni Soundcloud alguno). Y de La Granja pinché la estupenda «Inés» (a.k.a. Que Te Folle Un Pez), no «El chico de la moto». ¿Lo demás? Igualico, igualico.

El título de la cosa, ya lo saben, viene por aquella canción de los Talking Heads. La que habla de ir buscando un puto hogar, y darte cuenta (como un imbécil) de que ya estás en él.

10 de (mis) miedos en extinción

Pene1) Al sexo: Voy a contarles un secreto que está a punto de dejar de serlo: cuando abandoné el colegio salesiano en 1985, tras mi octavo curso, yo aún temía mearme dentro de una señora a la hora de hacer el amor. Como lo oyen: MEARME. Creía que lo de cambiar conductos o usos (urinario por reproductor) era una decisión consciente, y que era perfectamente posible que acabaras utilizando a tu pareja de orinal si te despistabas una pizca durante el acto. Ajá. Así de bien me enseñaron aquellos curas fatídicos todo el embolado de la educación sexual. Y es que, en fin, eran curas; ¿quién leches les puso al mando? Después de todo, uno no montaría un equipo de bobsleigh en Kingstown Town (ejem). El resultado de todo aquello, en todo caso, es que los niños de los 70’s crecimos tan primordialmente amilanados por el sexo como todas las generaciones anteriores desde Adán y Eva (o el primer trilobite zumbón). Era una longeva tradición: la de tenerle un miedo espantoso a lo de la “primera vez”. Un miedo que hoy solo sirve para entender mejor las novelas inglesas de los años 40 y 50, donde los protagonistas sufren 347 páginas de terrores del averno antes de magrear un burdo pezón. Ningún adolescente actual (avezado a hacerlo cuando le place, y sin remordimientos de ningún tipo, y encima confiando en un nivel razonable de proficiencia por ambos lados), podría comprender las simas miasmáticas de angustia a las que el primer sexo nos arrojaba en 1987. Por ende, superado el lamentable trance de la desvirgación, uno pasaba entonces unos cuantos meses (o años) de patente ineficacia sexual. Oh, Dios. 1987: Sensación de Morir. Aquello no parecía mejorar jamás, y nadie tenía ni idea de qué debía hacerse con los órganos esenciales, cómo levantarlos/humedecerlos, ni qué maldito resultado esperar del pringoso ensamblaje. Que estabas en la inopia, caramba. Que veías sangre en la sábana después de haber yacido con moza y te ponías a buscar la cabeza de caballo cortada de El Padrino. Por añadidura, lo que uno hacía en la alcoba en los años de aprendizaje se parecía en maldita la cosa a lo que uno atisbaba -con ojos achinados y creciente rampa de bíceps- en los filmes gorrinos de Serenna o Private. ¿Y me preguntan por qué aún estoy lleno de furia ciega? Es muy sencillo: los malditos jóvenes de hoy han crecido en Spring breakers, y yo en una maldita novela de Jane Austen: todo miraditas y labios de pitiminí, cortejo centenario y pacato recato a la que uno accedía al fin a la horizontalidad. ¿Cómo se puede ser nostálgico de esa época, con lo malfollaos que íbamos? Sería como ser nostálgico de la peste negra. O de la época en que para ser de izquierdas tenías que escuchar a Quilapayún.

2) Al apocalipsis: Tienen que ponerse, si me hacen el favor, en modo Edad Media. Piensen que la tradición profética juanina (la del Apocalipsis atribuido a San Juan, quiero decir) esperaba que el mundo terminaría en un pestañeo. Como dice Norman Cohn, “para el pueblo medieval el formidable drama de los últimos días no era una fantasía sobre un futuro remoto e indefinido, sino una profecía infalible que podría cumplirse en cualquier momento”. Santa Hildegarda de Bingen, una abadesa que dependiendo como le daba la luz del claustro se parecía a Vanessa Redgrave o al Dr. Zaius (orangután jefe en El planeta de los simios), tuvo la visión del Anticristo como “una bestia con monstruosa cabeza negra como el carbón, ojos llameantes, orejas de asno y un abierto vientre con dientes de hierro”. Esa supermodelo era lo que la gente del Medioevo esperaba encontrar en mitad de su ciénaga cada mañana al levantarse del jergón; y, admítanlo, como ejemplo de canguelo matutino suena bastante peor que sintonizar la COPE mientras te lavas los dientes. El lado bueno de todo ello, supongo, era que si superabas la fase inicial de julepe paralizante ya solo te quedaba abandonarte a un loco “erotismo anárquico” (como los alegres mozallones de la Herejía del Libre Espíritu), al insensato bandidaje y la más estremecedora borrachez. Y a-la-mierda-todo. O sea: el mundo iba realmente a terminar MAÑANA. No era como para empezar a preocuparse de la hipoteca del yurt, o de si la recolección y cata de estiércol era una empresa con futuro. Ríanse ustedes del punk; esto sí debió ser nihilismo flamígero y No Future calcinamundos. Lo de las hambrunas y la fiebre bubónica y el derecho de pernada vis a vis la señora de uno debía ser una lata, lo admito, pero por otra parte imaginen las infinitas posibilidades liberadoras que esconde lo de Creer Que No Va a Haber Un Maldito Mañana. He ahí un miedo que tal vez convendría devolver a la actualidad, amigos míos.

3) Al hambre: La gente ha puesto a caldo a Yuval Noah Harari por decir que la revolución agrícola fue el gran timo de la historia de la humanidad, pero algo de razón tenía el pibe. Me pregunto quién debió ser el imbécil que decidió que estar encadenado a un secarral rezando para que brotara el primer nabo pocho era mejor que triscar por los bosques recolectando frambuesas y ensartando al ocasional pecarí rollizo. Y follando con doncellas (otro cantar es que esas doncellas pareciesen familia de Chewbacca). Pero en fin: lo hecho, hecho estaba, y a partir de esa calamitosa decisión curricular el hombre pasó el resto de su existencia intentando mitigar el hambre a base de demente arado de dehesa y sembrado ineficaz de tubérculos, ad eternum y de sol a sol. Es difícil imaginar lo prevalente y cotidiana que era no hace tanto la posibilidad de quedarte sin un mal chusco de pan que echarte al maxilar. Y generalizada, además. El capitalismo es una estafa, sin duda, pero algo (una pizca) hemos mejorado en lo de la producción de alimentos y la idea del Estado del Bienestar. Antes, todo orbitaba alrededor al miedo a carecer de manduca y MORIR. Está en todas partes, sean cuentos centroeuropeos o novelas sujetapuertas sobre la Gran Depresión norteamericana. Cuando les leo a mis rorros fábulas de gigantes pelirrojos en los bosques negros de Silesia, la parte que no comprenden no es la del ogro piloso que goza desmembrando humanos, sino la de la familia hambrienta que penetra en la cueva buscando desesperadamente una patata con gusano. Los dos chavales no pueden asimilar que, antes, los hard times eran lo normal. Y cuando digo antes no me refiero a 1260, sino a 1954, leches. Occidentales, no del Tercer Mundo. Voy a terminar diciéndoles a mis vástagos lo mismo que me decía mi abuela a mí: “No saps que és passar gana”. Con una sutil diferencia: ella sí lo sabía, mientras que yo sigo sin tener ni pajolera idea (si no contamos la criptoanorexia que sufrí en 1996; y créanme: mejor no la contamos).

taekwondo4) A otras razas: En mi pueblo había un chino. La anécdota termina aquí, y la culminación del chiste está implícita en el cómputo: UN chino. Solo había uno. Y era coreano, ahora que lo pienso (regía un gimnasio de Taekwondo). No que yo hubiese sido capaz de captar el matiz racial y sociocultural entonces, pero incluso así. De 90.000 ciudadanos amontonados a la orilla más pestilente del Llobregat, en Sant Boi, solo un puñado infinitesimal eran emigrantes internacionales. El tío más exótico de mi colegio lo era por huérfano, no por venir de la Micronesia. El “gueto” en Sant Boi era un Entresuelo Segunda donde vivía una familia de Azuaga, y los únicos «ecos» que nos llegaban de él eran joticas extremeñas. Antes dije miedo, pero es que no era ni eso: no sabíamos ni qué eran las otras razas (más allá de lo que intuíamos en recurrentes seriales de TV como Kung Fu o Raíces). Cuando veo a la pandilla de mi hijo menor, que parecen los Guardianes de la Galaxia o un anuncio particularmente abigarrado de Benetton, pienso en lo soporíferamente uniforme y homogénea que fue nuestra infancia. Los amigos de la clase de mi hijo mayor son un celebrable potaje de sangre brasileña, irlandesa, pakistaní, rusa y filipina. Cágate lorito. Los de la mía, en EGB, venían de Azuaga, Teruel y Villena. Toma ya tutti-fruti multicultural: maños, bellotos y catalanes. Está claro que esto no puede parar de mejorar. Que no hay color.

5) A la guerra: “Por lo menos no estamos en guerra”. ¿Soy yo el único ciudadano que pasa el día pensando (y, a veces, mascullando en voz alta y con ojos de hipnotizador en el metro) esta frase? Sí, mis queridos amigos: pese a lo negro que pinta el futuro, al menos no estamos enzarzados en una holocáustica conflagración bélica civil o internacional. A la que uno lee más y más historia cae en la cuenta que lo de estar en tiempo de paz es una cosa sumamente rara. Una aberración histórica, y nunca mejor dicho. Antes, lo normal era que cada generación pasara por una guerra, como mínimo. Si tenías una mala suerte excepcional incluso era posible que te zamparas dos de ellas seguidas (pregúntenselo a los boches o ingleses que lucharon en la Iª y IIª Guerra Mundial; vaya merdoso jackpot). Muriendo de forma horrible, para más inri. No había forma de relajarse. Cada vez que te abrochabas la bata boatiné y alumbrabas la pipa, aparecía por la radio un demente condecorado echando espumarajos por la boca y exigiendo de malas maneras la “movilización total” y la anexión de esto o aquello. Uno no podía bajar a comprar la baguette matutina sin presenciar una nueva entrada de tanques y cañones por la calle ancha. Y hablando de tanques: hace un año estuve en Santiago de Compostela, y un camarero moteado por lamparones Pollock y aparentemente experto en la “cuestión catalana” se manifestó al respecto con esta declaración inequívoca: “Allí tendrían que entrar los tanques” (“allí” quería decir “en Catalunya”). Va, ¿en serio, cerdoso camaruta? En primer lugar: nunca es deseable que entren tanques en ningún lugar, julay. Solo cosas malas pueden resultar de esta decisión precipitada. Antes de mandar tanques envía un whatsapp, o un mail severo, o algo vistoso de Interflora. Agota las posibilidades; eso es lo que intento decir. En segundo lugar, los tanques españoles jamás lograrían “entrar” en Barcelona. Tal y como están las cosas (presupuestariamente, digo) sufrirían una avería mucho antes de cruzar la frontera, y la invasión se postergaría eternamente mientras unos cuantos cabos chusqueros tratan infructuosamente de cambiar una rueda en alguna estación de servicio de Los Monegros. Pero al camarero gallego no le dije nada de esto, claro (y mucho menos lo de “cerdoso camaruta”). Solo tomé de su mano el plato de codillo con pimientos y balbuceé un “muchas gracias” del que, casualmente, había desaparecido cualquier tipo de acento o inflexión catalana.

6) A una muerte violenta: De nuevo, me es imposible no andar silbando el tema principal de Mary Poppins (“Con un poco de azúcar y la píldora…”) por las calles, arrancándome con el ocasional saltito con golpeteo de talones en el aire, cada vez que pienso en lo poco posible estadísticamente es el que yo vaya y sufra una muerte violenta antes de los 50. De haber nacido en 1860 en lugar de en 1971 yo ya no estaría aquí, y ustedes estarían leyendo una página vacía de Jot Down. Siendo como soy de extracción proletaria, a los dieciséis ya me habrían apuñalado por la espalda unos facinerosos del arrabal por medio caliqueño y un caramelín de menta, o en plena huelga general habría sido aplastado bajo los cascos de un corcel de la guardia de asalto, o me habrían condenado al garrote vil por robar un pedrusco de carbón usado; qué se yo. Admitámoslo: estamos en un mal momento y urge un cambio total de paradigma, pero antes se estaba mucho peor. ¿“Antes” cuándo, escucho que preguntan? Todos los “antes”. Cualquier tiempo pasado fue infinitamente más excrementicio. Y si no eres caucásico, muchísimo peor que eso. Como dice Louis CK, “la gente negra no puede trastear con máquinas del tiempo. Cualquier época antes de 1980 es: “¡no, gracias!”.

7) A las enfermedades venéreas: Excepto el Sida, no jodan. Pero en todas las demás: qué mejora, troncos y troncas. En 1890, quedarte sin nariz por culpa de la sífilis era un percance más o menos común. Todo el mundo en el barrio conocía al menos a un caballero desnarizado por haber hecho guarraditas en alguna patatona tiznada. No me digan que ese no es el peor porvenir posible: con el pito hecho un chili jalapeño y supurando goterones de pus, sin nariz, y encima completamente chiflado (la sífilis acababa desembocando en enfermedad mental, como quizás ya sepan). Supongo que lo de la locura es el último gesto de consolación del altísimo: ya que tu minga se asemeja a un chucho de crema recién escaldado, y acaba de caérsete la probóscide al suelo tras intentar sonarte en una gala benéfica, lo mínimo que puedes pedirle a Dios es que te vuelva chalupa del todo, para así seguirte viendo pastao a Paul Newman. Suerte que finalmente llegó la penicilina, acompañada de algo más de información médica sobre los microbios y los mínimos requisitos exigibles de higiene en los bajos, y la gente pudo relajarse de nuevo en el catre. ¡Gracias, era moderna! ¡Adiós, miedo visceral a los chancros!

8) A la paternidad: Ya pasó. He ahí un pavor que puedo atestiguar que ha sido desintegrado de mi psique, por este simple motivo: ya lo soy. Ya soy padre, quiero decir. Es bien sabido que lo peor de un terror es la premonición infausta e hiperbólica, especialmente si está completamente cercenada de una realidad certificable. Imaginar el asunto como asaz peor de lo que es en realidad, vaya. Les confieso que yo, en las épocas inmediatamente previas al nacimiento de mi primer hijo, veía la natalidad como EL FIN DEL MUNDO (tal y como lo había conocido hasta entonces). Un armagedón emocional y social que, como la lluvia aquella de meteoritos del Cretácico-Terciario o la primera Edad del Hielo, acabaría drásticamente con una serie de felices ritos y costumbres personales (beber, follar, salir, hacer lo que me viniese en gana en cada punto de mi existencia…) e inauguraría otro estadio. Que yo imaginaba igualito que la esclavitud y el Pasaje Medio, no hace falta decirlo. Me alegra decir que resultó no ser así, y el Oficio de Padre se reveló como algo más gratificante y elevado que la catatonia mental y la servidumbre cotidiana que yo había visualizado -sudando cubitos de hielo en mitad de la terrible noche- en el periodo anterior a que mi hijo mayor asomara su apanochada cabeza por un igualmente apanochado orificio de salida. Pero tampoco quiero hacer propaganda del tema, pues luego mis amigazos me echan en cara que siempre pinté esta basura como mucho más armoniosa y poética de lo que es en realidad; amargando su vida en el proceso. Pido perdón. Yo soy así, qué le voy a hacer: siempre recordando lo majo, y olvidando a cañonazos lo oprobioso y patético. Que lo hay, y a montones.

9) A mi locura: Qué narices digo: sigo acobardado por mi propia demencia. Me aterra mi confusa mente, y desearía estar en PAZ. Como siempre le digo a mi amigo David (un fulano tan neurasténico como yo mismo): para nosotros, la tranquilidad es sinónimo de contentura. Cuando no estoy tranquilo, cosas espantosas suceden. Las puedo ver en la distancia, solidificándose de forma ominosa como los nubarrones cachumbos que preceden un chaparrón. No es en absoluto la calma antes de la tormenta, como decía aquella sensacional canción de The Bats, sino el caos que la anuncia. Es el primer trueno, el primer tic en la ceja, el primer espasmo en el brazo, el bobo olvido que, sin embargo, anticipa el fatal alzheimer. Y hay que detenerlo, de cualquier modo al alcance de uno. Porque una vez la bola empieza a rodar ladera abajo, nadie puede pararla, y hay que llevar el asunto a su consecución natural (ni pregunten). Esas crisis de chaladura pasajera deben ser cercenadas en su primer brote, de veras se lo digo; cuando ves asomar la habichuela. Lo que sucede es que nunca atino a hacerlo y, cuando reparo al fin en lo que está sucediendo, el tronco de las habichuelas ha crecido hasta destrozar el techo y las paredes de mi hogar, y solo me queda trepar por él hasta la guarida del OGRO. No puedo hacer una metáfora más explícita que esa (la guarida del ogro es mi lado peor, por si necesitan aún más indicaciones). En fin, que casi preferiría tener la sífilis; no sé cómo decírselo, maldita sea.

10) A volar: Yo ya no tenía miedo a volar, después de muchos años desasosegado por el tema. Era un ejemplo clásico de puro miedo cerval superado a fuerza de madurez, sentido común y testicular perseverancia. Por supuesto, ha dejado de ser así. Si ustedes siguen -aunque sea por encima- la actualidad internacional no requerirán que me extienda demasiado en la razón por la cual ese particular terror ha regresado a mi psique. Por culpa del trotante depresivo alemán, los montes picudos y el segundo oficial pegando hachazos a la puerta de la cabina, vuelvo a estar MUERTO DE MIEDO. Y vuelo a París mañana, con toda mi familia. Lo bueno de esto último es que -por narices- tendré que dominar mi tembleque, y lo malo es, obviamente, que VAMOS A MORIR TODOS ENGULLIDOS POR LAS LLAMAS EN UNA TUMBA VOLADORA. Sí, lo dije gritando y haciendo jirones la camisa que llevo. Así que consideren esta lista como mi carta de despedida, mi nota de suicidio. Cuando lean esto, yo ya no estaré aquí. Sr. Juez. Todo eso. Adiós, lectores de Jot Down. Adiós para siempre.

Kiko Amat

(Esta pieza me entretuvo durante un encomiable periodo entre-oscuridades-aterradoras, y la escribí para el Jot Down #11, la de papel que uno encuentar en kioskos. Espero que les agrade y les haga reír un ratín)

Operación sol: Chap Chap en Puerto de Santa María

PRES_chapchap_PDSMQuiero que agarren todos las partituras y eleven su canto al cielo como si se tratase de una sola voz: «Qué tío, vaya PELOTAS, si parece-e-e-n…»

Pues ese ente sobrenatural que conocemos por Kiko Amat agarra los portantes y la emprende con las últimas fechas de su loco tour a lo Arthur Gordon Pym.

El jueves 22 de octubre, a las 19h, Kiko Amat IV El Piyuli estará en el Edificio Constitución 1812 de Cádiz para hablar de eso que hace. Le entrevistará Ignacio F. Garmendia dentro del marco de las «Presencias Literarias» de la Universidad de Cádiz. El autor hablará de todo y más, incluyendo su primera comunión con extremo detalle, el pub-rock y por qué mola, estadísticas de la anfetamina en 1988 y escritores menores del Soho.

El viernes 23 de octubre, el insensato, empapuzado de tortilla de camarones y eructando hurta a la roteña como si no hubiese un mañana, realizará la presentación como tal de CHAP CHAP en Puerto de Santa María. Será en el Suzette (c/ Vírgen de los milagros ACC 122) a las 20:30, y le entrevistará José Ramón Vaca. Se hablará sin tapujos de la clase de graves desórdenes psicológicos que pueden llevar a un adulto a confeccionar algo como ese libro.

Esa misma noche, y unas horas después, Kiko Amat pondrá canciones en La Chicha Ye-Yé (c/ Cañas 1). Todo discos manoseables (solo por él), música 100% no intelectualizable y de la que apela a gónadas + rótulas.

Espero que acudan a jalearle en tropel a los tres eventos, fans, stalkers y lectores serios. Aunque el muy ceporro lo haya anunciado tan solo un puto día antes de la fecha.

Kiko Amat entrevista a JONATHAN LETHEM (y hablan solo de Don Carpenter y Richard Brautigan)

En música pop, hallar el álbum desaparecido de una banda extinta es tan improbable como la segunda venida del Mesías. Convertido en Minion cíclope. Esas cosas, simplemente, no suceden. Pero ojo: en literatura sí. Por norma general suelen ser las primeras novelas inéditas de autores pre-fama (Summer crossing de Capote, The sea is my brother de Kerouac, etc.). Más raro es hallar la obra inconclusa de un autor adulto. Esto ha sucedido con Los viernes en Enrico’s, de Don Carpenter. Carpenter, uno de los grandes autores de la Costa Oeste americana, amigo de Richard Brautigan pero heredero de la voz dura y limpia de John O’Hara o Richard Yates, nos había legado algunas novelas memorables: Dura la lluvia que cae (su cima), La promoción del 49, A couple of comedians… Veinte años después de su muerte, Los viernes en Enrico’s (escrita en 1993) saca la cabeza de su cajón, y se le encarga al escritor neoyorquino Jonathan Lethem –fan de Carpenter- pulir la novela para su publicación. Un faenón que, como nos cuenta Lethem, resultó más sencillo de lo esperado.

Me encantaría que nos explicaras cómo llegaste a la obra de Don Carpenter. Según tengo entendido, en aquella época trabajabas en una librería.
Sí. Trabajaba en una librería en Berkeley, California, y trataba de hacer algo que aún sigo practicando, que es leer por defecto todos los libros olvidados que cayesen en mis manos. Y entonces topé con A couple of comedians, que llevaba una cita de portada de Norman Mailer. Aunque odio admitir que las citas de portada tienen algún sentido (porque siempre me he negado a escribirlas), la de aquel libro sí lo tenía. La novela seguía en las estanterías porque nadie quería comprarla, y aún así parecía poseer un montón de cualidades intrigantes. La llevé a casa y la devoré. Era Dura la lluvia que cae. Fantástico libro. Había otra librería en la ciudad llamada Serendipity Booksellers, y era el tipo de sitio que lo tenía todo. Así que fui a la competencia y me llevé todo lo que tenían de Don Carpenter, incluso una copia autografiada por él mismo. Me costaron muy poca pasta, porque nadie estaba interesado en ellos. A partir de aquel momento nunca encontré nada de Carpenter que no me gustara, y los leí todos. Dura la lluvia que cae se convirtió en un libro totémico para mí, y representó una enorme influencia en La fortaleza de la soledad. El personaje blanco y el negro, la cárcel, los elementos de romance homoerótico entre personajes que en su vida cotidiana no se habrían considerado gays… Todo ello me ayudó a diseñar un libro tan complicado, y con tantos puntos de vista (porque Carpenter también utiliza un montón de puntos de vista), como La fortaleza de la soledad. Dura la lluvia que cae es una de las grandes novelas americanas. Y junto a En el patio, de Malcolm Braly, es una de las dos grandes novelas carcelarias americanas. Dos novelas tradicionales que utilizan el escenario penitenciario de forma idónea.
¿Vivía aún Don Carpenter cuando sucedió todo esto?
Sí, y no solo eso. Vivía muy cerca de mi calle. Si llego a ser algo más listo podría habérmelas ingeniado a través de amigos o conocidos para que alguien me lo presentara. En lugar de eso, fantaseé con que un día me personaba en su casa, o le llamaba por teléfono. Yo acababa de empezar a escribir. Había publicado un par de relatos cortos, y no creía que pudiese ir por ahí llamando a cualquier escritor interesante para hacerle un montón de preguntas. Era solo un librero. Al final nunca fui a verle, y un día de 1995 me topé con su obituario. Perdí mi oportunidad de visitarle en su casa alguna vez. No sé si se habría mostrado receptivo, o desinteresado, o qué. Hacia aquella última época él estaba bastante enfermo. Asimismo, he hablado con gente que le conocía bien, como Anne Lamott, que era una gran amiga suya y le cuidó en las últimas fases de su dolencia, y me dijo que debería haber ido a hablar con él. Que le habría encantado conversar conmigo sobre las razones por las que me gustaba su trabajo. Que era un hombre gregario, ocasionalmente excéntrico; misántropo, sí, pero a quien también le gustaba estar con gente [ríe]. Y charlar de cualquier cosa.
Carpenter¿Era Carpenter un tipo dañado, un alma torturada por su pasado o circunstancia? No sé por qué tiendo a verle así. Quizás por su suicidio.
A mí no me lo parece, por lo que he ido deduciendo. Le cayeron unos cuantos golpes duros, porque la vida siempre te los da, y desde luego hacia el final de su vida sí era un hombre dañado por su deterioro físico. No se trataba de cáncer, sino algún otro tipo de enfermedad sistémica; algo cardiovascular, y también tenía estropeados los intestinos. En lo emocional, Carpenter había sufrido sus desengaños, y se había divorciado de forma traumática. Creo que se consideraba muy sofisticado, pero en realidad era una persona muy naíf, al menos en cómo veía el mundo. Lo explica todo en un libro honesto hasta el desespero llamado Getting off. Es novela, pero también es una confesión sobre lo desamparado que se sintió cuando se divorció. Comparado con muchos otros sujetos de su generación, Carpenter no poseía el tipo de vanidad que hace que te sientas frustrado por cómo se recibe lo que publicas, y todo eso. Por ejemplo, Richard Brautigan -buen amigo suyo- flipaba con la idea del Gran Novelista Americano, y de hecho saboreó brevemente el título, pero de repente se le arrancó aquello de las manos, y eso acabó matándole. Brautigan sí era una alma torturada. Solo vivía para su audiencia. Carpenter, por el contrario, aunque quería tener éxito, y probablemente se sintió algo decepcionado por las ventas y estatus que alcanzaban algunas de sus obras, poseía una humanidad y un sentido de su propio destino que le hacía interesarse por la vida y la gente, sin más. Estaba equipado para sobrevivir a lo de ser un escritor desconocido. A Brautigan le destruyó la desintegración de su propia reputación. Y por añadidura, Carpenter no vivía engañado por imágenes románticas de la vida, veía a través de ellas de un modo muy natural, y por tanto poseía una gran sabiduría. Y esa sabiduría le ayudó a sobrevivir. Por todo ello no veo a Carpenter como a una persona dañada, pero insisto en que hablo desde el punto de vista de alguien que no le conoció personalmente. Todo esto lo deduzco de su obra, y de algunas conversaciones que he tenido con amigos suyos, y de las pocas entrevistas con él que existen.
En el prólogo para Dura la lluvia que cae George Pelecanos argumentaba que lo que más le impresionó de Carpenter era la autoridad que parecía poseer su voz.  
Sí. Su estilo es muy preciso, pero no recargado. No tiene ese deseo de agradar que uno encuentra en muchos escritores. Su prosa es siempre efectiva, y siempre cumple un propósito. Imprime una huella reconocible a su paso, y la frase se dirige hacia su meta siguiendo esas huellas. Tiene un destino, y modestia, y gracia. Tiene un objetivo limpio y claro cada vez que empieza. Yo lo definiría así. También es capaz de ponerse sofisticado cuando la ocasión lo exige. Uno de sus libros, Blade of light, está escrito en un estilo muy adornado, a lo Faulkner. Se le intuye algo incómodo escribiendo así, pero puede hacerlo. En A couple of comedians, o Dura la lluvia que cae, a veces va en busca de algo más lírico, pero hacia la época de Los viernes en Enrico’s ya había renunciado a ello. Había decidido que quería un estilo sin adornos.
Forense, casi. Forense con emoción.
Forense es un buen adjetivo, sí. Lo clava todo a la página con eficacia, emoción y gracia. Nunca malgasta aliento, nunca alardea de su prosa. De hecho, podríamos decir que se le nota ansioso por no escribir nada que pueda sonar demasiado literario.
Carpenter posee el equilibrio perfecto entre economía de estilo y abundancia de emoción. Edward Bunker, por ejemplo, escribe demasiado frío y cortante a veces. Se pasa de escueto, le falta emoción, cosa que nunca le sucede a Carpenter.
Ya. Bunker posee ese estoicismo típico de los viejos reclusos. Es un tío tan duro, tuvo que endurecerse tanto para sobrevivir, que a veces resulta un poco robótico [ríe].
Yo acostumbro a sospechar de los libros que solo hablan de escritores o de novelas (sigo el viejo mandato de Vonnegut: «La literatura no debería tener la cabeza metida en su propio culo») pero Enrico’s es distinto. Habla de escritores y del mundo literario desde una perspectiva humana.
Creo que esa es la clave del libro, sí. Habla de todo ese mundo sin ninguna visión romántica. Ve la profesión como algo inflamado, como una decisión laboral estrafalaria, una opción de vida extraña [ríe]. No puedes dejar de escribir, pero eso solo va a llevarte a experimentar diversas sensaciones de desgracia, confusión o ambivalencia. Es una vida dura; como cualquier otra.
Hablas de la rivalidad entre escritores de la Costa Este y Oeste de los Estados Unidos. He charlado del tema con Richard Price (puro Costa Este), y él tiende a hablar de gente como Ken Kesey, por ejemplo, con cierta condescendencia. Como si fuesen novelas «universitarias» o «de los 60’s», nada más. ¿Te parece que a Carpenter le ha caído también ese sambenito?
De un modo muy superficial, supongo que si te fijas en la firma generacional de las tres figuras prominentes del Oeste 60’s -Kesey, Brautigan y Kerouac, los tres del norte de California-, o si piensas en los poetas beat, acabas decidiendo que todo es muy romántico, o inmaduro, y que tiene que ver con una cierta adolescencia dilatada [ríe]. Hay grandeza en esos autores, sin duda, pero en general podría decirse que los escritores de los sesenta -incluyendo a algunos de la Costa Este- son la generación rocanrolera. Pero Carpenter, como sabemos, no es para nada así. Es un escritor inmaculado y muy adulto, más parecido a Richard Yates, que es anterior a él. Es un viejo en el cuerpo de un joven, incluso cuando escribe en la voz de un joven. Pero para ver esto uno tiene que leerle. Si solo le juzgamos por la gente con la que se relacionaba, o la generación a la que muy por encima se le puede conectar, podrías pensar «bah, seguro que es uno de esos beats de San Francisco. Un hippie». Pero Carpenter no era nada hippie. Eso no era lo que él buscaba hacer.
Enrico'sHablando de adultos y de hippies. Ferlinghetti decía que el mayor problema de Richard Brautigan era que nunca había dejado de ser un niño.
No. Pero su mundo es mágico, y eso es algo que apreciamos cuando lo hallamos. Un cineasta como Wes Anderson o un disco de Donovan quizás te ofrezcan una experiencia sencilla, pero te están transportando a un mundo de sueños. Algunos escritores despiertan un cierto apetito por la sabiduría y la experiencia, y eso es algo que Brautigan nunca pudo proporcionar. No estaba en su menú.
Los cameos de Brautigan en Enrico’s son muy mundanos. Aparenta ser un tío convencional, cuando en realidad estaba como una chota.
Creo que Carpenter intenta decirnos que todos esos escritores eran solo una panda de tíos sentados en un bar, tomándose una copa. El primer instinto de Carpenter es siempre la desmitificación de las cosas. Y eso, para un tío del Oeste americano en plenos años sesenta, era algo muy jodido. Porque había mitos a porrillo [ríe]. Y creo que cuando Carpenter nos pinta a Brautigan, lo que quiere decirnos es: fuese lo que fuese lo que él pensara de sí mismo, y fuese cual fuese la imagen que sus fans tenían de él, Brautigan también era un tío entrado en años que se tomaba sus cervezas con nosotros. Y un escritor que hablaba de cosas aburridas de su trabajo. Es como la foto aquella de Samuel Beckett en traje de baño, con su toalla y sandalias. La primera reacción es «¡Oh, no, Beckett nunca iba a la playa!». Pues claro que iba. Puedes preferir el mito que te dé la gana, pero por otro lado está la vida humana. Los lectores anhelan que los autores vivan en un estado perpetuamente exaltado, pero incluso tipos tan excéntricos como Brautigan pasaban la mayor parte de su tiempo realizando actividades cotidianas. La gente está hambrienta de grupos generacionales y de escenas, pero la amistad de Brautigan y Carpenter se sostenía en que ambos eran escritores que escribían. Su obra no tiene ninguna relación, aunque sin duda apreciaban el trabajo del otro, y lo que les hacía almas gemelas era ser colegas de faena. Estar en el mismo gremio, y compartir los agravios respecto a la industria editorial que comparten todos los escritores. Así que eran colegas de un modo casi obrero. Tenían el mismo trabajo diario, y les gustaba hablar de ello.
Un inciso: Brautigan es y será siempre un escritor maldito. Da igual que Murakami, Jarvis Cocker o Neil Gaiman hablen de él. En España nunca vende más de un par de millares (siendo muy optimista).
El tiempo de Brautigan ha pasado. Lo suyo fue pura suerte. Ser ese tipo mágico de escritor, y aparecer en mitad de los sesenta… En aquella época, con todo el flower power y Sgt Pepper’s, parecía que lo que decía Brautigan tenía una profundidad incomparable. Parecía de veras una de las Grandes Voces Americanas. Y vendió en consecuencia. Y eso lo destrozó, porque por supuesto en un par de años se vio que no era una Gran Voz Americana. La fantasía dejó de funcionar. Brautigan, fuera de su tiempo, nunca va a ser para todo el mundo. Es para un cierto tipo de lector muy particular. ¿Por qué Nick Drake nunca va ser tan famoso como Bob Dylan? Mira, es Nick Drake. Es perfecto, pero es algo muy especial.
Yo a Don Carpenter le veo como a John O’Hara, incluso como a Raymond Chandler y los escritores hard boiled de los 40’s y 50’s. Escritores duros y concisos con un estilo nada florido o verboso.
Es una buena comparación, pero añadiría que incluso Chandler parece romántico si le comparas con Carpenter. Una comparación incluso más adecuada sería Ross Macdonald. Solo Macdonald utiliza el paisaje de la región con tanta integridad e interés persistente como Carpenter. Una de las mejores cosas de Carpenter es que habla con autoridad de San Francisco, de Berkeley, de Portland, de la región de la marihuana, del condado humilde del noroeste… Habla de esos lugares con una enorme implicación. Cuando habla de ellos, siempre acierta. Lo mismo que Macdonald.

La peña en Enrico's. Carpenter y Brautigan petándose, en el centro.

La peña en Enrico’s. Carpenter y Brautigan petándose, en el centro.

A couple of comedians habla de escritores prometedores perdidos en Hollywood, al estilo Barton Fink. El propio Carpenter fue a ganarse las habichuelas allí. ¿Cómo le sentó?
Solo puedo deducirlo por lo que cuentan sus novelas, pero por lo que parece sufrió el desencanto genérico que padecen los escritores que realizan ese periplo. Por otro lado, firmó una película genial: Payday (1973). Un filme espléndido, y muy característico de Carpenter. James Salter, un caso similar, también tuvo experiencias amargas en Hollywood, y allí escribió también un guión: Downhill racer, que es un Salter perfecto y típico de él. Todo el mundo sabe lo que les sucede a los escritores en Hollywood. Es como una máquina del millón: pones tu moneda, y les arreas a los flippers un rato, y unas cuantas coses se iluminan a lo largo del proceso, pero el destino de la bola es acabar en el agujero [ríe]. Si metes la moneda en la máquina, ese va a ser el resultado. Pero si de ello al menos sacas una película que puede ostentar tu nombre con orgullo… Carpenter debió, o debería estar, muy orgulloso de Payday. Es una buena película, y encima debió pagar algunas de sus facturas.
Los personajes de Enrico’s también acaban realizando cosas que no eran su intención original: uno no tiene más remedio que escribir novelitas pulp, Charlie Monel se marcha a Hollywood…
Charlie lo intenta, sí. Es quien se marcha hacia allí con su gran novela bélica bajo el brazo. Todos ellos reciben dinero de los filmes, es parte de sus vidas. Una apreciación: nadie me ha sabido confirmar lo que voy a decirte, pero creo que el personaje de Stan Winger -que empieza como delincuente, y acaba escribiendo entre rejas- está basado en el mismo Malcolm Braly. No tengo forma de averiguar si Carpenter conocía a Braly o pensaba en él lo más mínimo, pero la conexión se antoja plausible. Volviendo a la conexión Hollywood, Los viernes en Enrico’s dice algo que me parece muy real (y que creo que Carpenter deseaba que supiésemos) y es que incluso si Hollywood te está jodiendo, la cosa acaba gustándote. Porque conoces a gente inteligente e interesante, incluso si se trata de gente de quien no te puedes fiar. Y disfrutas de esos encuentros. Suena bastante deshonesto cuando los escritores condenan Hollywood, y dicen que les «utilizaron» o ningunearon, cuando todo el mundo sabe que Hollywood está habitado por gente horrible. Lo que es muy confuso e interesante es que también vive allí mucha gente maravillosa, que a la vez es la que se dedica a putear a los escritores [carcajada]. Te das cuenta de ello leyendo Los viernes en Enrico’s: a Charlie le cae muy bien su contacto en la industria. Hay una escena, cuando el tío le compra a Charlie un horno para su nueva casa, que está llena de ternura y contacto humano.
Me chifla ese trozo. Suben el horno a la casa los dos juntos, como hombres.
Claro. Y sueltan juramentos, y sudan, y se ríen. Y aunque el escritor sabe que todo lo que está escribiendo -lo mejor que ha escrito en su vida- va a ser en balde, y que la culpa es del fulano que le está ayudando a subir el horno, está disfrutando de la experiencia. Porque el contacto que ambos tienen es sincero, aunque suene extraño. Porque Hollywood es una trampa peligrosa, pero en ella conoces a gente que te encanta. De un modo perverso, quizás.
Carpenter es un escritor muy masculino que asimismo retrata de fábula a sus personajes femeninos.
Sin duda. Y es muy realista, en el sentido de que sus personajes femeninos a menudo sufren un destino terrible en manos de personajes masculinos. Pero hay varias maneras de escribir bien sobre mujeres en el siglo XX. Si crees que la única manera de hacerlo bien es pintándolas como triunfadoras, superando su circunstancia y realidad social, entonces te parecerá que el retrato que hace Carpenter resulta muy insuficiente [ríe]. Porque allí nunca triunfan. Están atrapadas en este mundo. Pero si crees que tu trabajo consiste en decir la verdad sobre lo que ves, y sobre las experiencias y emociones de las mujeres, entonces Carpenter lo hace de fábula.
Hollywood trilogyJim Dodge decía que algunos escritores tienen que escribir, y que otros solo escriben. Tú citas a Carpenter diciendo que «si pudiera expresar mis puntos de vista sobre el universo sin escribir ficción, lo haría». No sé si eso es algo que tú opinas también.
Yo no podría dejar de escribir novelas. Podría dejar todo lo demás: los ensayos, las entrevistas, incluso publicar. pero no podría dejar de escribir novelas. Soy adicto a traducir mi mundo en un mundo duplicado. Necesito estar en ambos a la vez. Y creo que a Carpenter le sucedía lo mismo. No le preocupaba nada más, ni le interesaba otro medio o disciplina. Existen unos cuantos buenos relatos cortos con su firma, pero él era un novelista puro.
Las novelas te permiten pintar un ámbito más amplio, quizás. Un mundo más vasto.
Sí. desde luego existen muchos cronistas o escritores de cuentos o lo que sea que te permiten acceder a un mundo inmenso. Puedes ver la inmensidad de ese mundo en la acumulación de sus escritos. Pero para mí la novela es la herramienta suprema, y digo esto como lector y escritor. Es la que está más cerca de ese espacio que separa la vida y el arte. Eso es lo que hace la novela: construir un puente entre vida y arte.
Carpenter ponía algo de sí mismo en cada personaje.
Por supuesto. Y eso es lo que da vida a sus personajes. Es como electricidad que anima a los cuerpos. Pero irónicamente cuando leemos a un ensayista o a alguien que escribe autobiográficamente, como Frederick Exley, queremos llamarlo novelista. Aunque solo escriba la pura verdad. Porque lo suyo se lee como una novela. Ese es el paradigma.
Que existe un universo coherente y sólido detrás.
Sí. Y no nos importa si ese universo es verídico o no. O medio real. Siempre es algo que está a medio camino. Los veraces están llenos de mentiras, y los mentirosos están llenos de verdad camuflada.
Al propio Carpenter le preguntaron en una entrevista cuál era la experiencia carcelaria que había vivido para escribir Dura la lluvia que cae, y respondió que había pasado una noche en el calabozo.
[ríe] Cierto, cierto. Es un momento fantástico de la entrevista. Eso es todo lo que él necesitaba. Y encima lo define de un modo descacharrante. Que le arrestaron por «merodear sin propósito aparente» [carcajada].
Carpenter no era un hombre de trabajo de campo, como podría ser Richard Price. Estaba todo en su cabeza.
No, claro. Él nunca construía sus libros de ese modo, ni iba por ahí acompañando a policías ni nada de eso. Carpenter escribe sobre un mundo que percibe, el mundo que él interpreta a partir de sus sentidos y de lo que recibe empíricamente. Y se coloca en cada personaje, y los mezcla con gente que ha visto, o que le ha interesado… Es mucho más instintivo en sus procesos. Richard Price es inusual en lo muy deliberado que es el trabajo sociológico de las novelas de su segunda etapa. Supongo que eso le viene de intentar conectar su vida a la vida de New York, y queriendo comprenderla de un modo sociológico. Carpenter nunca desarrolló ese tipo de responsabilidad o ambición de ser comprendido como documentalista social. Cuando sucede algo así en sus libros es solo por accidente. Porque está explicando historias de humanos que para él son importantes.
Una última pregunta: si a mi me pasaran la novela inconclusa de John Fante para editarla y terminarla, procedería de inmediato a mancharme los calzoncillos. ¿Qué sentiste tú cuando te sucedió precisamente eso con Don Carpenter, uno de tus autores favoritos?
Cuando me hicieron llegar el manuscrito, el plan inicial no era que lo terminara. Se trataba solo de leerlo y ayudar a decidir si el libro podía ser rescatado. Dar una opinión. Así que la única presión fue la que yo me creé a mí mismo [ríe]. Cuando empecé a leerlo lo pasé bien; se me olvidó que era una obra inconclusa, pues aquello se leía como un mundo completo y una visión completa. También vi que era uno de sus mejores libros, acabado o no. Incluso con los pequeños vacíos estructurales que existían. Además (y la gente no me cree cuando digo esto) tenía el final. El final que has leído en este libro es el final que él escribió. No lo inventé yo. Cuando al fin se me ofreció pulirlo un poco para su publicación supe que la gente acabaría dándome más crédito por acabarlo del que merecía. Porque a fin de cuentas yo hice lo que cualquier buen editor debería hacer siempre. Solo en dos o tres ocasiones tuve que hacer de escritor y construir un puente de un pedazo de Carpenter a otro pedazo de Carpenter. No fue muy difícil, porque ya estaba inmerso en un libro completo y persuasivo y casi perfecto. Lo duro hubiese sido tener que inventar un final para el libro de otro. Yo solo quité alguna repetición, y escribí cuatro o cinco páginas; en total.
Pues no se nota. Supongo que esto será el mayor cumplido que puede hacérsete.
Claro. Conseguí replicar su voz donde hacía falta. Creo que me salió bastante bien.
¿Ponemos a Enrico’s justo después del #1 de Dura la lluvia que cae o en tu opinión lo ha desbancado?
Siempre estoy dispuesto a jugar el juego de los rankings. Yo aún pondría Dura la lluvia que cae como su gran triunfo. Justo después, si tuviésemos que colocar a los que son su segundo mejor, yo establecería un triunvirato con Turnaround, A couple of comedians y Los viernes en Enrico’s. Pero el canónico sigue siendo Dura la lluvia que cae.

(Este es del director’s cut de la entrevista con Jonathan Lethem -sobre Don Carpenter y su Los viernes en Enrico’s– que el suplemento Babelia de El País publicó el 3 de octubre del 2015. Para leer la versión en papel, clickeen vigorosamente aquí)

La canción del viernes #10: NEWTOWN NEUROTICS «The mess»

O sea, «el lío». NEWTOWN NEUROTICS eran algo asombroso. Punk-rockers del 1983 -formados en el glorioso año 1979- de aquellos que parecían medio mods por osmosis, como Dogs, Rudi o The Donkeys (supongo que por lo fanísimos que eran de los Jam, todos ellos). Creo que algún loco reeditó hace poco el Beggars can be choosers, un disco que es la pera (y yo tengo, ejem, en original, MUAHAHAHAHA), el vórtice exacto donde topan The Purple Hearts y The Ruts. Dicho original lo sacó Razor Records, un sello cuyo catálogo era para volverse medio loco y empezar a aullarle a la luna con el pito tieso: los Purple Hearts del Pop-ish Frenzy!, Menace, Adicts, Long Tall Texans, el Kickstart de The Lambrettas, Cock Sparrer, la recopilación aquella de The Saints y paro antes del patatús.

Además, para colmo, Newtown Neurotics eran ultra-macro-izquierdosos. Más de pub que de panfleto, por fortuna. Y tenían un hit con trompetazos, también: «Suzi». Que llevo media vida pinchando en comuniones y orgías.

«The mess» siempre me ha encantado, porque consigue la proeza de explicar cada acontecimento de mi adolescencia en Sant Boi en tan solo 3 minutos. Solo falta la adquisición de anfetamina por cauces no legales y aquello que pasó con el yonki y una botella de champán.

I’m wasted, just look at the mess I am in. Spent half of the night walking the streets
looking for a party that never existed
every week is just the same
well we talked about sex but never of love
we bragged about girls with which we’d had fun
oh but the thing that’s really sad
we never had.

La-lo-li. El álbum contiene también otro favoritazo personal, «Agony«, que habla de un fulano que desearía poder llorar tranquilo en lugar que tenerle que arrearle una buena tunda a un imbécil. Joder, sé de qué me habláis, Neurotics. Lo sé bien.

Mis 8 flipadas favoritas del NUEVO testamento

Jesús, Juan «the loser» Bautista, Pablo de Tarso o el mánager a quien le faltava un hervor, la dicotomía Belén-Nazaret, todos esos locos, locos, locos evangelistas… Un nuevo artículo de asombrosa comicidad que continúa donde lo dejó aquel del Antiguo Testamento, que ha pergeñado para todos ustedes Kiko Amat El Sabio, y que hallarán en este vínculo de VICE.

Kiko Amat presenta a CÉSAR RENDUELES (y recuperamos entrevistón)

CCUn duelo de titanes. No: duelo no. Qué leches digo. Un embate conjunto y en la misma dirección. ¡Todos a una!

Será este viernes 9 de octubre en La Central, a las 20h. Hablaremos de Capitalismo canalla (su último libro, para Seix Barral), y de una porrada más de cosas.

Luego nos iremos de quintos y de jaroteo generalizado.

Para celebrar que vamos a encontrarnos hemos decidido recuperar esta GRAN charlaza que tuvimos Rendueles y yo con motivo de su Sociofobia, en el lejano 2013. Desde que desintegramos con gran coraje y demencia la antigua sede de Bendito Atraso este texto indispensable había desaparecido de la red. Yo se la traigo de nuevo, porque soy así de majo.

UNA ENTREVISTA DE KIKO AMAT CON CÉSAR RENDUELES (Bendito Atraso, 2013).

El ensayo sociopolítico más importante del 2013 -para Bendito Atraso, al menos- va a ser sin duda Sociofobia, de César Rendueles, un atinado y perceptivo derribo del dogma ciberfetichista, entendido como el mito según el cual las tecnologías de la comunicación introducen “dinámicas sociales positivas” e Internet es un espacio libre y frondoso donde se edifica la utopía libertaria a tiempo real. Rendueles nos explica, con insobornable ojo crítico, por qué la ideología de la red es en realidad una deficiente y dilatoria ortopedia para nuestras más tremebundas carencias sociales. Es decir: que la porquería, la pobreza espiritual, la soledad y la desazón siguen allí, pero con Facebook se ven algo menos. El libro es ameno, divertido y está lleno de imágenes perfectamente memorables, pero en honor a la verdad también contiene algunos pocos fragmentos de maciza impenetrabilidad dialéctica. Así que para este Libro del mes de Octubre le pedimos a César Rendueles que nos realizara una especie de Sociofobia for Dummies, y nos recontara en lengua vernácula algunos de los conceptos fundamentales de su extraordinario libro. Para ello nos citamos en el bar del CCCB, y le hicimos esta divertida, a la vez que espectacularmente didáctica (y extensa), entrevista.

01_rendueles_aminguitoUna de las primeras cosas que me encantó del libro es cómo explicas lo del “sesgo cognitivo” o aversión a la pérdida. Cómo la gente se aferra al capitalismo ya sabiendo que es un mal, un sistema pernicioso y fallido, pero que representa aún la última (y única) barrera frente a la barbarie. Que sí, que es una mierda, pero aparentemente “lo otro” es muchísimo peor.
Sí. Lo fascinante de la contrarrevolución liberal es que ha cambiado completamente las reglas del juego. Era algo que decía Zizek a propósito de Margaret Thatcher: que era una política increíblemente buena, una tía despreciable moralmente pero impresionante política, que había transformado por completo las expectativas políticas, había redefinido lo que era posible e imposible en política. Creo que eso es lo que nos ha pasado. Lo que hace treinta años parecía normal, posible y razonable, ahora nos parece una completa utopía. Eso nos debería hacer pensar que tal vez haya otras muchas posibilidades que están al alcance de nuestra mano. Ahora están poniendo el documental de Ken Loach, The Spirit of 45. Es una idea bonita porque en el ‘29 el capitalismo se desmoronaba, eran las puertas de la barbarie, parecía que el mundo se acababa y aquel sistema era completamente inviable, era la jungla, y en unos pocos años se construyó un sistema de seguridad social que –aunque a algunos nos puede parecer limitado- muy poco antes era completamente impensable. Descartar propuestas que parecen utópicas (como la renda básica) me parece absurdo. Creo que existen problemas de orden psicológico: nos cuesta poner en marcha la imaginación política.
Antonio Baños ha formulado de manera diáfana el concepto de anticapitalismo no como revolución sino como reacción. Lo que tú defines en Sociofobia como el “manotazo al freno de emergencia”.
Eso siempre ha sido así. Desde el siglo XVIII lo que los capitalistas han puesto en juego es una auténtica utopía. Lo decía Bolaño: utopía en el sentido más negativo de la palabra: algo irrealizable, una transformación antropológica completa, un cambio radical, algo que nadie a lo largo de la existencia del género humano ha experimentado; someter todas nuestras relaciones sociales al mercado, a las frías aguas de la competencia (ríe). Es un experimento social a una escala que jamás se había soñado. Los mayores delirios estalinistas palidecen comparado con eso. Y además desde los años setenta –y en esto consiste su espíritu revolucionario- ha pasado a ser cool: ya no es aquella cosa antigua, ya no da vergüenza, no es ese muermo conservador sino que ellos son los dinámicos, los activos. Nosotros somos los viejos, los parados, los analógicos, los que queremos descansar (ríe) y ellos los que siguen el ritmo del tiempo. Eso es extraordinario, porque la estética tiene una fuerza enorme. Esos mensajes estéticos son potentes: ellos son los dinamizadores, y nosotros los restos que quedan por ahí flotando. Y eso es importante que lo revirtamos. Romper con ello, y defender que los discursos de emergencia no tienen nada de malo: no tenemos que avergonzarnos por querer descansar, bajar del siglo de una vez.
Es curioso como el capitalismo se pinta como un sistema práctico y científico pero requiere mucha más fe mística que cualquier otra religión milenarista. Tienes que creer fervientemente que un algo superior (los mercados, la bolsa) va a hacerse cargo de las cosas. Por eso creo aún que hay que hacer elogio del ceporrismo, como decíamos en La Escuela Moderna: negarse a creer, a avanzar, a participar, a usar sus palabros…
Sí, es alucinante. Después del delirio económico que hemos visto en España, ahora la gente empieza a ver que era absurdo: ¿Cómo va a crecer un país basado en el timo piramidal? Pero si lo decías entonces la gente te trataba de cenizo, aguafiestas, no sabes disfrutar, mira qué coche me he comprado… Es alucinante la potencia ideológica de esos discursos. Tienen todo un aparato ideológico hecho de economistas, sociólogos, para hacernos creer algo que con un mínimo de sentido común sería imposible creerse. Como aquellos viejos que te decían: “ese piso no vale 700.000 euros. No lo vale, es mentira. No vale dos vidas de trabajo”. Y tenían razón. Por eso me gusta lo del elogio del ceporrismo. Solo hay que refinar con datos esas intuiciones cotidianas. Yo desconfío de los científicos sociales, y de los tecnoutópicos, que te cuentan milongas sobre las transformaciones antropológicas que estamos experimentando gracias a no sé qué cacharrito. Creo que las ciencias sociales han funcionado como legitimador de ese discurso imposible. Hay que reivindicar la normalidad: seguimos siendo personas con una conexión con las que han vivido cientos de miles de años antes que nosotros, con necesidades físicas parecidas y aspiraciones similares. Y eso tiene que ver con la tradición izquierdista antagonista de la historia.
El gran varapalo de Sociofobia se lo lleva Internet -que defines como un “zoológico en ruinas”- y la gran mentira de la “revolución digital”. Me encanta tu puntualización de que los problemas siguen estando allí, pero se ven menos porque la gente está entretenida enviándose, qué se yo, videos de gatos bailadores.
Efectivamente, el liberalismo se ha ido desmontando a sí mismo como discurso legitimador. Nadie cree ya que el mercado nos va a sacar de esta, como se creía en los años ochenta. La tecnología ha ido ocupando este lugar. 50% de paro joven, ¿Cuál es la solución? Te dicen: Formación, conocimiento… Como si todos nos tuviésemos que convertir en Community Managers. Es ridículo. Como la burbuja inmobiliaria: ¿La solución es que compre un piso cada vez más caro y lo alquile? ¿La solución al paro es que me esté formando permanentemente con cada cacharrito nuevo para hacer no se sabe bien qué? Pero eso vuelve a tener un aura de legitimidad, incluso para conflictos internacionales o ecológicos. “No, ya vendrán tecnologías nuevas, más limpias; no, los transgénicos en África…”. Cuando son conflictos políticos heredados del siglo XIX.
Esto empieza a parecerse al ambiente de los primeros cristianos locos. Todo el mundo espera la venida de algo, como en La Vida de Brian. Me parece una postura muy poco razonable para sostener el presente.
(Ríe) Además, si te fijas, muchos de los dilemas de la sociedad analógica se reproducen en Internet. Por ejemplo, la incapacidad del mercado para lidiar con un entorno de abundancia: tenemos más canciones, más libros y películas que nunca, y el mercado lo convierte en un problema en lugar de una solución. Es lo mismo que sucede continuamente en el capitalismo: tenemos máquinas que nos proporcionan más tiempo libre y nosotros lo convertimos en paro. Toda la discusión del libro en torno a las nuevas tecnologías es un tubo de ensayo donde se ven concentrados esos problemas, que la gente habría considerado ajenos si llego a contarlos directamente en términos políticos.
Lo digital imposibilita la digestión pausada, como bien dices tú, y “penaliza las actividades productivas de ritmo más lento”. No solo eso, sino que convierte ese tipo de relaciones en invisibles.
Nos meten en una vorágine imposible. Eso se ve en la cultura popular, que es constantemente fagocitada por el capitalismo, lo que nos obliga a buscar alternativas sin cesar. Se inventa el punk, pero es comercializado; tienes que buscar otro. Se inventa el hardcore, y lo mismo. Sistemáticamente. Vivimos en una sociedad nihilista, incapaz de disfrutar de lo que tiene, y que tiene que estar siempre destruyendo. Y no todo puede ser así. Hay cosas que sí funcionan bien, y que no pueden acelerarse. Como tener hijos (ríe). La crianza es una pesadilla; es una actividad incompatible con el mercado. Eso la izquierda lo ha pensado poco.
Cesar_Rendueles-Sociofobia-Ciberfetichismo_EDIIMA20130912_0493_1Volvemos a caer en las primeras dialécticas del marxismo, cuando se daba por sentado que la mecanización salvaría al proletariado de forma casi mágica. Llegaría una nueva máquina de vapor y todos seríamos libres de repente. Y ahora vuelve a ser así: internet es la respuesta a todo. Me sorprende que la gente vea el primero como discurso superado pero el segundo no.
A mí me sucedió una cosa muy curiosa, porque empecé a estudiar filosofía en los años ochenta, cuando yo era moderadamente materialista y cercano a los posicionamientos marxistas. Llegó un momento en que todo el mundo era tecnófobo. No se podía decir que alguna tecnología sí podría ser mejor, el discurso permanente iba en contra de la técnica. Y de repente me he visto superado por el carril izquierdo (o mejor, por el derecho) a una velocidad de vértigo, y ahora la izquierda ve soluciones tecnológicas por todas partes. Un uso racional de la tecnología para solventar algunos problemas es razonable, pero a alguna gente le cuesta hacerse cargo de cuáles son esos problemas. Por ejemplo, si ahora hiciéramos un referéndum mundial para decidir qué tecnologías son las más importantes para los problemas más acuciantes del mundo, uno de ellos sería el del alcantarillado. Llevar alcantarillas a África. Y sin embargo es algo que ni se menciona. Muchísimas ONG se obsesionan con la brecha tecnológica, con llevar ordenadores al tercer mundo… Desde luego existe un olvido de todas las tecnologías más rudimentarias, rupestres, menos cool.
No entiendo por qué a las lavadoras no se les atribuyen las propiedades místicas de los ordenadores. Es obvio que la aparición de la lavadora representó un cambio salvaje (a mejor) en la vida y el empleo del tiempo de las clases obreras. Un cambio más radical y global del que podrá representar jamás el nuevo modelo de Mac.
Tienes toda la razón. El criterio que sigo para hacer un análisis tecnológico es fijarme más en las continuidades que en los cambios. El de hoy es un discurso que acentúa el dar noticia de los cambios (“¡Ha cambiado el timeline de Twitter!”), pero ni se fija en continuidades que son procesos mucho más lentos. Muchos de los problemas de las tecnologías de la comunicación vienen heredados del teléfono, de la radio, de la TV… Son efectos continuados. Hay parte de ruptura y novedad, pero también mucha continuidad. En los años treinta, cuando se implantó el teléfono, ya se hablaba de comunidades sin contacto, todos esos discursos tan novedosos. Muchos de los efectos de la tecnología de la comunicación son similares a los de la televisión cuando se empezó a implantar de forma masiva en los 70. Mencionar esto es tabú. Algunos aspectos de internet son positivos, pero en muchos otros son como teles pequeñitas. Antes estabas alienado viendo Falcon Crest, y ahora viendo el timeline de Twitter. Y en eso me incluyo.
Apuntas que lo digital tal vez sirva para unas cosas, pero no para todas. Los escépticos no pretendemos negarlo todo: va bien para difundir muy rápido una serie de cosas organizativas, pero va fatal (y es pernicioso) para muchas otras. Yo a la gente siempre le digo, mientras me encasqueto firmemente la boina: al final te vas a tener que imprimir esto, y subrayarlo, y luego hablarlo con gente en un bar, porque nuestro cerebro aún no ha cambiado.
Claro. El otro día me decían que había dos concepciones de la tecnología. Una es que las máquinas son neutras y les damos el uso que sea; la otra es que no son neutras, sino que nos hacen adaptar a sus usos. Pero yo creo que hay una tercera, y es que nosotros mismos no somos neutros. Que tenemos ciertas limitaciones que, en ciertas situaciones, nos pueden hacer mostrar más agresivos. Como cuando no hay contacto cara a cara, como sucede sistemáticamente en Internet. Yo recuerdo un estudio que me hizo mucha gracia donde habían medido la reacción de agresividad respecto a distintos coches. O sea, cuánto te pitaban según el coche que llevaras. La hipótesis era que si llevabas un descapotable carísimo te iban a freír. Pues no: a los descapotables les pitaban mucho menos, y era por el cara a cara. Cuando ves a la persona que conduce te sientes menos inclinado a odiarle. Eso implica que tenemos sesgos, que no somos infinitos, que tenemos límites psicológicos que son irrebasables. Muchas veces se piensa en internet como si fuese una súper-tecnología que funciona al margen de cualquier determinación, pero no lo es.
El libro no incide en lo de la “personalidad de internet”, quizás porque es de cajón. Cuando comentas algo así en negativo, la gente te responde que “todo el mundo se crea un personaje”. Sí, ya, pero la personalidad analógica que creas, al menos, no es perfectamente opuesta a la tuya, como sucede en internet. En la calle esto jamás colaría: un tío que entra en un bar y, para la sorpresa de todos sus contertulios, finge ser otro fulano.
(Ríe) Le damos muy poca importancia a ese comportamiento, a los chistes extraordinariamente crueles que hacemos. Cuando lo de Ana Botella y el inglés sucedió algo curioso. La tía es una payasa, por supuesto, y de la candidatura de Madrid ya ni te digo lo que pienso. Pero a mí el linchamiento me recordó a lo que sucede en todas las escuelas españolas cuando alguien intenta pronunciar bien en inglés: se descojona de él toda la clase. Creo que fuera de aquí se vio a una tía esforzándose en un idioma que no es el suyo, diciendo algunas tonterías que le escribieron… No dije nada porque solo me faltaba ya defender a Ana Botella, pero me llamó la atención que ni se mencionó la crueldad brutal que inundó Twitter, porque se da por hecho que Twitter es para eso. Para ser una jauría enloquecida que insulta a todo el mundo.
A mí me enfurece cuando leo a grupúsculos de “extrema izquierda” (obviamente teórica y tuitera y tirando a fifí) hablando del poder de la masa linchadora. Esa gente no sabe de qué habla. Nunca han visto a nadie recibiendo la furia física de un grupo linchador. Creo que hay que partir de que un linchamiento nunca es bonito. Ni siquiera cuando lo reciben tus enemigos, pues saca lo peor de la condición humana.
Yo creo que eso se ha perdido por completo en internet, la repugnancia ante el linchamiento. Yo en Twitter, que tengo desde hace muy poco, no discuto, por norma. Si alguien quiere discutir le doy un correo y lo hablamos, o quedamos, o por teléfono. Esas medidas profilácticas son importantes. Al no ser neutros (ni nosotros ni la tecnología) se inician dinámicas que dan miedo.
Lo que sí te convierte en profeta loco del ciberutopismo es que defiendas la “mediación especializada”. Hacer esto hoy es arriesgarte a que la izquierda te embadurne con alquitrán y plumas, porque impera el discurso de que todos somos “expertos” y ya no hacen falta editores, sellos discográficos, especialistas en nada. Eso es una falacia colosal producto de un delirio pretendidamente igualitarista, ¿no crees?
Efectivamente. Necesitamos mediadores para todo. Si no hubieran existido mediadores, mi cultura musical sería infinitamente más pobre. Yo no puedo seleccionar todo lo que leo, mi vida sería un infierno. En los medios de comunicación sucede lo mismo. Yo defiendo el periodismo profesional. No creo que un tío con un teléfono móvil sea una mediación suficiente para contarme lo que está sucediendo. En la izquierda siempre se criticaba que los medios mayoritarios solo buscasen el titular, y al final nos hemos convertido todos en medios mayoritarios individuales, que buscamos el titular en Twitter. Yo creo que eso es catastrófico. No defiendo las mediaciones tradicionales y me gustaría cambiarlas, pero necesitamos mediaciones. Eso puede convivir, y ha convivido históricamente, con la mediación amateur y la autoedición y la espontaneidad. Lo que me cabrea es que la renuncia a la mediación es muy sobrevenida y viene definida por fallos de mercado. No es que haya existido una deliberación y hayamos dicho que las tiendas de discos y las editoriales eran una mierda. Lo que ha sucedido es un fallo de mercado: como no ha habido forma de reproducirla mercantilmente, a través de la compra y la venta, hacemos de la necesidad virtud y nos contamos a nosotros mismos una historia demencial sobre que ninguno de esos mediadores hace falta ya. Yo desconfío de los éxitos del mercado. Las fórmulas las hemos encontrado en el pasado, mira quién hacia ciencia en el siglo pasado: los curas y los nobles, que eran los que tenían tiempo y dinero. Pero encontramos fórmulas para que eso no fuese así, a través de las instituciones universitarias y científicas, para democratizar ese acceso. Yo creo que podemos encontrar alternativas similares. Solo que no hay nadie pensándolas (ríe).
La gran arma arrojadiza que tenemos los tecnoescépticos a la hora de enfrentarnos a las nuevas tecnologías es el CD (bueno, o la Talidomida). Todo el mundo lo ve como un formato obsoleto, caduco y absurdo, pero en los ochenta te lo pintaban como el futuro. Yo creo que esas situaciones van a reproducirse con muchísimas de las tecnologías en boga hoy.
Estamos viviendo ya problemas de clasificación y almacenaje. Nunca podré ya ordenar mi ordenador, necesitaría otra vida. Cada tecnología tiene problemas. Como se prescinde de cualquier decisión colectiva o deliberación previa siempre estamos con tecnologías a medio inventar. Tenemos unos cacharros, unos ordenadores, que se estropean misteriosamente cada cierto tiempo (ríe)… Eso en cualquier otra tecnología sería impensable. Imagina un coche que se “colgara” y que hubiese que volver a encenderlo, nadie sabe por qué.
Hace doscientos años la gente se habría reunido y habría decidido que los ordenadores no chutan. Que había que encontrar otra cosa.
Sí. Pero ahora está en Media Markt, y asumimos que será bueno.

rendueles1Me gustaría ahora que nos explicaras brevemente otro concepto sobre el que nuestra izquierda parece estar de acuerdo en bloque: el copyleft. Dudar de su utilidad-para-todo es algo que se mira con completa suspicacia, y sin embargo tú lo cuestionas en Sociofobia.
Debo decir que lo mío es una crítica desde dentro. Me considero parte del movimiento de cultura libre, lo he apoyado desde el principio y participé en el Primer Encuentro Copyleft en Madrid. Pero ese movimiento se ha presentado como algo ecuménico y consensual, como si todas las posiciones fueran la misma. Yo en un encuentro copyleft me he encontrado sentado en una mesa redonda junto a gente con la que en ninguna otra circunstancia habríamos tenido nada de qué hablar ni nada en común. El propietario de un gran medio de comunicación, por ejemplo. Hay cosas de las que nunca se habla en el entorno copyleft, como es el caso de la remuneración de los mediadores y productores. Eso no se tiene en cuenta. El copyleft ha sido pensado en términos muy formalistas –como una categoría jurídica-, pero el movimiento de cultura libre tendría que hacerse cargo también de sus cuestiones más pragmáticas, los conflictos reales, políticos, laborales, etc. Yo creo que sigue una lógica muy liberal en el sentido económico, la idea de que a través de la mutua relación ya irán surgiendo las soluciones oportunas, y cualquier intromisión de la organización pública está de algún modo contaminando su libre proceso. Y a mí eso me parece sospechoso. Por decirlo de algún modo, creo que para que el copyleft dé todo lo que puede dar de sí necesita transformaciones de otro orden, no solo legales sino también políticas. El copyleft está teniendo efectos explosivos y muy positivos en países latinoamericanos con gobiernos de izquierdas, porque poseen los cauces institucionales para controlar y liberar, y eso tiene efectos reales que no afectan solo a situaciones marginales. Y me parece importante también no tratar con tanto limpismo a la gente que se queda atrás. La idea de que “no han sabido adaptarse” (los de las tiendas de discos, los de los periódicos…) me fastidia muchísimo. Imagínate ir a la cola del paro a decirle eso a alguien. A un minero. En cualquier otro ámbito decir algo así sería inconcebible. Te matarían. Y con razón. Yo les ayudaría a matarte (ríe). En cambio en el movimiento copyleft impera un darwinismo social extremo. “¿Los del cine? Inadaptados, chupópteros, subvenciones, bla bla”.
Parece que se haya olvidado también una parte crucial del debate, que es: ¿Quién leches paga al flautista? Tú sugieres que el copyleft lo empezó gente de sistemas de computación, y que para ciertas particularidades de esos sistemas funcionaba de perillas. Pero no funciona tan bien para músicos, novelistas…
A mí me chirria la espontaneidad, que lo que pase siempre sea bueno por defecto y no podamos pararnos a pensar. Si optamos por el copyleft, entonces pongamos los medios para que estas prácticas sigan siendo remuneradas. O al revés: decidamos que los músicos tienen que ser amateurs y que nunca vuelva a cobrar nadie. Pero pensémoslo, al menos. Porque esa espontaneidad es una traducción inmediata de la lógica del mercado: lo que ha pasado es lo bueno y punto. Hay un terreno no pensado y tratado con mucha condescendencia por el mundo del copyleft. Además a muchos hasta ahora les ha ido bien, porque son informáticos, y profesionalmente tenían recursos, métodos para ganarse la vida… Creo que ahí hay un cierto elitismo, incluso profesional.
Sucede lo mismo con Wikipedia. La realidad desmiente la utopía. Por mucho que digan que “la hacemos entre todos” sigue estando controlada y revisada por expertos de cada campo. Como tiene que ser, vaya.
A ver, yo soy wikipedista…
Yo también la utilizo. Aunque un día vi mi entrada por casualidad y me dije: “Pero quién es este fulano?”. Estaba todo mal. Aparecía incluso la palabra “Generación Nocilla”. Eso me inquieta, porque igual que sucedía con aquellos espantosos artículos periodísticos sobre “tribus urbanas” de los ochenta (en los que los periódicos no daban una) pienso si será así con todo el resto de información.
(Risas) Yo la uso mucho, pero hay un estudio de una universidad inglesa que siempre se plantea para demostrar la fiabilidad de Wikipedia, y que se basa en compararla con la Enciclopedia Británica, especialmente en lo que respecta a las voces científicas. Y efectivamente las voces científicas de Wikipedia son muy fiables, están muy bien hechas, a diferencia de otras muchas. Me da que pensar que no hayan estudios empíricos sobre quién trabaja en ella, pero no me cabe la menor duda que es gente formada académicamente en esos ámbitos, o incluso profesionales de esos ámbitos. Lo cual quiere decir que de alguna forma instituciones públicas muy tradicionales están alimentando Wikipedia. Lo cual me parece bien; pero no deberían negarlo. De hecho, creo que podría beneficiar a Wikipedia. Soy partidario de que las instituciones académicas participen más en Wikipedia. Pero de nuevo estamos en esa ideología de la espontaneidad, de un montón de individuos que por arte de magia digital se encuentran en un espacio coordinado. Esa imagen mágica se destruiría si empezáramos a buscar fuentes y citar instituciones, que es lo que creo que habría que hacer. Y eso implicaría discutir, que supongo es lo que consideran más inquietante (ríe).
Hay dos conceptos de Sociofobia que opino deberían enseñarse en las escuelas a partir de ahora. Una es la nueva mirada al binomio altruismo/egoísmo. Argumentas que en realidad ambos obedecen a una patología muy parecida, y añades que “lo opuesto al egoísmo no es el altruismo, sino el compromiso”. O sea, la conducta cooperativa.
Yo lo explico usando el ejemplo de la familia. No porque sea un compromiso que me parezca particularmente bueno, pues hay muchas familias horribles con las que es adecuado romper (ríe), pero sí porque es algo que todo el mundo ha vivido y comprende. Ejemplo: Tú, si tienes un sobrino que te cae muy mal, no lo despides ni eliges no tratar con él, ni nada. Te aguantas y lo sobrellevas, porque así son las familias y estás comprometido con esa realidad. Y existen muchas realidades de nuestra vida con las que estamos comprometidos, no son algo que elijamos. En cambio, en el mercado nos definimos por nuestras elecciones: mi única identidad como consumidor es lo que elijo. ¿Quién soy yo en el supermercado? La cesta que acarreo. Y eso sucede en Internet. ¿Quién soy yo en la red? Mi historial de navegación, mis likes en Facebook. La diferencia entre altruismo y compromiso es esa. El altruismo puede ser maravilloso y es muy importante, y puede ser muy noble (ríe), no tengo nada en contra de él; pero se elije. El compromiso no necesariamente tiene que ser obligatorio, pero no es particularmente electivo de la forma en que lo es navegar por internet, comprar en el supermercado o dar una limosna. Si tuviésemos que elegir cambiar pañales, nuestros hijos irían llenos de mierda todo el día (ríe). Ningún padre elegiría eso. Eliges tenerlo y comprometerte. Creo que la vida política es imposible sin esa idea de compromiso. Una cooperación electiva como la que nos plantean muchas veces en Internet es incompatible con la vida en común. El mercado ha intentado que no tengamos que comprometernos con esa cooperación y que nazca un automatismo mágico que nos permita coordinarnos a través del egoísmo. Eso es un fracaso, es mentira, y nunca ha existido esa coordinación. También es mentira el liberalismo de cara amable que propugna internet. Los proyectos cooperativos de internet que sí funcionan lo hacen porque hay gente muy comprometida en ellos.
Otra idea clave de Sociofobia es la del ciberfetichismo como ortopedia tecnológica: una simulación, una “muleta” que disimula las cojeras que realmente nos aquejan. Y que solo chuta por la “reducción de expectativas” de debate, diálogo o amistad que imperan allí.
Hay un tipo de publicidad que me gusta mucho, y son los anuncios de psicofármacos de los años cincuenta que aparecían en revistas generalistas como Time. Son realmente impresionantes porque lanzan una utopía farmacológica. Te presentan esas vidas dañadas de amas de casa completamente aisladas en su urbanización, y lo que les ofrecían los psicofármacos no era reparar esa vida dañada (nadie pensaba que el Valium fuese a terminar con la discriminación de género, por ejemplo) sino aplicar una muleta que te ayudara a sobrellevarlo mejor. Y en buena medida eso lo que sucede con las tecnologías sociales y las redes: nadie cree que en realidad una amigo de Facebook se parezca ni remotamente a un amigo real, pero de alguna forma te permite olvidarte del tema y seguir adelante. En ese sentido se parecen bastante a las pastillas. Rebajaré lo que necesito, me ayudará a seguir adelante en una especie de bruma, de simulacro de sociabilidad que en estas vidas cada vez más fragmentadas que llevamos me ayudará a sobrevivir.
Me irrita particularmente lo de los modelos que no lucen bien en la red y acaban reducidos a la invisibilidad. En internet quedan más o menos fotogénicos los mensajes de pedrada al banco y revolución (con los que fundamentalmente estoy de acuerdo, sin duda) pero no queda bien lo de ir a visitar a tu abuelo o escribir en papel o organizar una comunidad de cuidados o ser fontanero.
Efectivamente. La extrema izquierda surgió de iniciativas como esa, de cuidado mutuo. Si repasas la historia del movimiento obrero en el siglo XIX, las primeras organizaciones (antes de que hubiera sindicatos) estaban dedicadas al cuidado. De los niños, cajas de comedores, de funerales… Había cajas de asistencia que te aseguraban que alguien iba a enterrarte, al menos (ríe). Y yo creo que estamos aprendiendo a reandar ese camino. Mucha gente de nuestra generación, los que hemos tenido hijos muy tarde y la realidad de los cuidados se nos ha echado encima después de una vida de consumo, está empezando a repensar eso, también por el desgaste de la izquierda tradicional. Pienso sobretodo en la PAH y las plataformas anti-desahucios, que son cosas que tienen que ver con el cuidado, que implican que si te van a echar de tu casa haya cincuenta personas afines que aparezcan y digan que de allí no te van a echar, porque te cuidamos. Hay una relación de continuidad entre cuidar de tu hijo, cuidar de tu padre, cuidarnos mutuamente, cuidar de tu pareja y finalmente ponerte ante una puerta para decir que no van a echar a alguien de una casa. Históricamente creo que ha sido el germen de las alternativas al capitalismo, y creo que debería volver a serlo.
A mí me chifla que esto –la PAH, el 15M, etc- haya hecho de los movimientos sociales algo mucho más inclusivo de lo que era en los ochenta y noventa, cuando eran guetos y tribus urbanas, y tenías que ser vegano, okupa, ciclista y no sé qué más hostias para que te diesen el carnet. Yo tuve siempre una relación compleja con estas exigencias de la izquierda radical.
Para mí el 15M no fue esa cosa tan cibernética que cuentan. Para mí fue llegar al parque donde llevo a mis hijos a jugar y de repente hablar con los padres con los que me encuentro allí de bancos. Y sucedió en un mes. Pasamos de las marcas de chupetes al capital financiero. De repente hablas con gente con la que sabías que tenías muchas cosas en común, como trabajadores inmigrantes o canis del hipermercado. Doy clase en la facultad de trabajo social, y allí va gente de clase trabajadora, con pocos recursos y gente muy comprometida, trabajadores sociales y muy de izquierda pero muy alejados de los discursos sofisticados de cierta izquierda teórica. Y ahora me encuentro con que tengo muchas cosas que decirme con ellos. El 15M nos ayudó a derribar esas barreras. A mí me limpió de cinismo, y eso es maravilloso. Las críticas que se le hacen, diciendo que ha fracasado y tal… Bueno, para mí no fracasó, y es un proceso que sigue en marcha.
Me chifla lo que dices de que el 15M sucedió a pesar de internet. Y eso es para mí una distinción capital. Lo que demostró el 15M era, de hecho, que teníamos que regresar a los modelos de protesta no digitales: cuerpos humanos bloqueando calles y tomando plazas, en lugar de Likes o twits o chuscas injurias anónimas en blogs.
Yo eso lo tuve clarísimo. Es exactamente lo contrario que insultarnos en los foros de los periódicos. Es estar cara a cara con gente con la que no tenías ninguna historia en común, con funcionarios y tal. Y me tengo que entender con ellos, al contrario de lo que sucede en los foros, donde acudes a no estar de acuerdo con la gente. Yo creo que eso sigue pasando. Las fotos que salen de los movimientos anti-desahucios se comentan poco, pero es asombroso ver a señoras de clase media al lado de trabajadores inmigrantes. Muchas veces se dice que la PAH ha derribado las barreras sociales y que es un movimiento interclase. Entiendo lo que se quiere decir y lo respeto, pero creo que es al revés: nos ha hecho ver las clases sociales que existen, y que las clases sociológicas que imaginábamos eran una mentira. Que tener un coche caro o no tenerlo cambiaba más bien poco la clase a la que pertenecías de veras.
Una parte mezquina de mi alegría por el 15M fue que desenmascaró a una élite de izquierdistas ilustrados post-68 a los que aún se consideraba progresistas. Y de repente sus columnas iban llenas de desconfianza inmediata, cinismo atronador y defensa del statu quo. Y peor: algunos de ellos criticaban al movimiento por ser «insuficientemente violento». Ah, vale: que si fuesen con Kalashnikovs matando a peña te parecerían bien. Estoy hablando, por supuesto, de Quim Monzó.
(Carcajada) Estamos enfermos de elitismo. El texto que más me ha impactado en muchísimo tiempo es el Chavs, de Owen Jones. Te ves a ti mismo reflejado, expresado con mucha empatía. Ese desprecio, esa crueldad hacia los perdedores de todo este tinglado, y que cualquier intento de organización o respuesta es descartado inmediatamente por nuestros popes como infantilismo izquierdista o cosas peores. Y eso es hacer de agentes del fascismo, básicamente. Están esperando a que salga un partido de extrema derecha y toda esa gente perdedora se afilie ahí para poder insultarles tranquilamente y llamarles al fin estúpidos borregos. La carta abierta que mandasteis Manolo Martínez y tu a Quim Monzó me hizo reír mucho, y además era increíblemente efectiva.
Esa actitud nos demuestra que la desconfianza y el desprecio hacia los cholos, canis o poligoneros no tiene nada que ver con su violencia ni supuesto apoliticismo. Lo que la izquierda exquisita siempre ha querido decir y no puede es: esta gente no tiene mi educación, ni ha ido a mis colegios ni viene de las familias que yo conozco.
Y es un discurso muy adaptativo. Lo plantea Owen Jones: en el fondo es un discurso de complicidad con el neoliberalismo. Tras la ofensiva neoliberal el espacio que te ha quedado es el del multiculturalismo, un conjunto de valores aceptados por ellos, pero que por otro lado te permiten demonizar a la clase trabajadora. Pero poligoneros vamos a ser todos en unos años (ríe). Mejor que se vayan acostumbrando. Kiko Amat

(Entrevista publicada originalmente en Ye Olde Bendito Atraso 2013)

La canción del viernes #9: SUGAR «Fortune teller»

No estaba muerto. Solo escuchando TODO lo que hizo BOB MOULD, en Hüsker Dü, Sugar y en solitario. Una y otra vez. Así, pa’curarme las numerosas dolencias que me aquejan (no lo crean; en realidad me siento lozano cual clavel).

Esta es una de mis favoritas. «Fortune teller». Del Copper Blue. 1992. Pero todo lo del File Under Easy Listening o el Beaster es también de una gran tremenbundez.

This is Bob Dylan to me, que dirían los Minutemen.