Mírate bien la calva: una entrevista con GARY SHTEYNGART

Gary Shteyngart, autor de las novelas Absurdistán (2006) y Una súper triste historia de amor verdadero (2010), entrega unas memorias autocrucificatorias, Pequeño fracaso, repletas de tristeza, cólera y humor.

gary-shteyngartSi ser honesto es arriesgarte a caerle inmundo a un montón de gente, entonces el escritor judío-ruso-neoyorquino Gary Shteyngart es el pájaro más sincero de la Tierra. En sus memorias Pequeño fracaso (Libros del Asteroide, 2015) resulta casi imposible no detestarle una pizca: “colérico, manipulador, embebido en el monstruoso narcisismo del niño falto de aprecio, incapaz de desprenderse del dinero”. No suena como mi próxima canguro, precisamente. Pero eh: ¡contexto! Heredero de una cultura totalitaria más bien piojosa e hijo de padres inmigrantes distantes y severos, receptor de un cuerpo fallido y un flagelante autoasco, matoneado/matoneador en el colegio, dueño de un estridente acento ruso en plena época de Amanecer rojo (1984) y unos rasgos faciales que parecen una caricatura antisemita del Der Stürmer… Demos gracias que no creciese para convertirse en tirano genocida. Gary Shteyngart transformó mucha de aquella rabia en humor. Pero no toda, amigos. No toda.

Hablas del humor en tu infancia como si se tratase de un asunto de pura autodefensa. ¿Funcionó?
Pues sí. El humor es una buena arma durante la adolescencia. Otra buena arma sería convertirte en un gran científico o matemático, aunque eso solo va a serte reembolsado treinta años más tarde. Con suerte. Pero el humor puede salvarte cuando eres muy joven, especialmente si te hallas en el tipo de ambiente donde los demás chicos pueden sentirse identificados con él. Para mí fue algo crucial, porque simultáneamente representó el comienzo de mi vida como angloparlante fluido. Hasta entonces solo había hablado en ruso. Cuando fui capaz de desarrollar bromas en inglés me di cuenta de que estaba más cerca del lenguaje adoptivo.
Al empezar a hablar un nuevo idioma uno es incapaz de bromear. Creo que eso dice algo sobre el sentido del humor. Algo elevado.
En Italia, donde también viví durante un breve periodo, no me dio tiempo a aprender el idioma, pero sí me di cuenta de que se trataba de mover mucho las manos y mirar al cielo [gesticula] “Oh, Madonna!”. Así que en muchos casos ni siquiera se trata de bromas orales. Es casi performance art, tienes que actuar de un modo que sea reconocible para tu nuevo entorno. En algunos lugares eso funciona mejor que en otros. En Inglaterra el humor es más sofisticado, tiene un componente de humor y sátira que lo hace más difícil de dominar. El humor americano es mucho más simple. Es mucho más físico.
Como demuestra la escena de las alubias en Sillas de montar calientes.
Exacto. Pedos constantes. Eso se considera la mar de divertido en Estados Unidos.
¿Es tu estilo de humor una cosa tuya por excelencia, o crees que te viene por línea directa del bagaje judío-ruso?
Ambas cosas. En Rusia la mayoría de cómicos eran judíos. Las dos cosas más importantes que me legaron mis padres fueron el amor a los libros y el hecho de que ambos bromeaban continuamente. Lo hacen incluso hoy. Su humor es políticamente incorrecto, y siguen siendo gente muy divertida. Crecer junto a ellos fue complicado en muchos sentidos, pero no en aquel. Ese sentido del humor heredado me fue de gran ayuda, y de hecho contribuyó a moldear el tipo de trabajo que terminaría realizando.
Su humor, en un porcentaje nada desdeñable y si juzgamos en base a tu libro, parece basado sobre todo en la humillación y el insulto.
En mis libros yo también ataco a determinados objetivos, como la industria del petróleo, y el sector tecnológico, y la política exterior rusa, y la política exterior americana. El humor no tiene por qué ser gentil. Dicho esto, nunca llamaría a mi hijo de la forma en que llamo a esas industrias, porque eso en Estados Unidos ya se considera abuso infantil y podría terminar en la cárcel [sonríe]. Pero en Rusia esa forma de hablarle a tu hijo forma parte de su educación. Constantemente le recuerdas al niño que no está dando el resultado esperado. Es tradición.
Quizás también se trate de humillaciones por amor. Tough love, que suele decirse.
Existe mucha ansiedad. El amor y la ansiedad siempre van mezclados. Te pasas la vida preocupado por si a tu hijo le pasará esto o aquello, así que decides protegerle. Según lo veo, ese trato tan duro tiene una cierta similitud con una vacuna. “El mundo va a insultarte, hijo, así que aquí tienes una pequeña dosis de esa medicina”. Se trata de una actitud muy propia de los judíos en la Unión Soviética: un lugar donde a los judíos les había ido bien económicamente pero donde toparon con antisemitismo gubernamental. El problema reside en que mi familia se mudó a los Estados Unidos, un país mucho más blando donde ya no necesitabas educar a tus hijos de ese modo. No hacía falta tratar a la gente así de mal [ríe], porque la sociedad es más benévola. Mis padres nunca efectuaron ese cambio de actitud. La mayoría de inmigrantes nunca lo hace.
Humillarte a ti mismo te vuelve invulnerable. Esa es mi experiencia.
Sin duda. Es un mecanismo de protección infalible. Cuando mi primer libro salió a la calle leí todas las críticas buenas, pero prefería concentrarme en las malas. Porque era lo que me resultaba familiar. El insulto. Me llevó un tiempo abandonar esa costumbre.
“El pasado es muy fuerte”, afirmas. ¿Miras hacia ese pasado con alivio, nostalgia, rabia?
Al escribir Pequeño fracaso mucha de la ira que sentía contra mis padres se transformó en tristeza, porque me di cuenta (viajando a San Petersburgo, por ejemplo) de las vidas de mierda que habían llevado. Así que esa rabia se ha esfumado, pero también lo ha hecho la nostalgia. A la gente le encanta esa idea de que “las cosas eran mejor antes” [mueca de estupidez] en esos “años dorados”, pero creo que las cosas siempre son más o menos igual. El mito americano es que uno cambia drásticamente, pero creo que no es así. Eres quien eres, y una parte considerable de quien eres está basado en la genética, y otra parte es puramente ambiental, y así vas tirando. Y al final te mueres.
He cambiado muchas veces de parecer sobre eso. Durante años creía que no cambiabas, luego pensé que tal vez era posible, y ahora vuelvo a estar de acuerdo contigo. Creo que la redención total no es posible. Lo único que puedes hacer es ser mejor persona y tratar de no cometer los mismos errores de siempre.
Sí. También puedes cambiar tu ambiente de forma radical, y largarte a vivir al Tíbet, en un monasterio. Pero me temo que el contenedor seguirá siendo el mismo. Lo que puedes intentar es ser algo más majo, como bien dices. Un amigo mío, que era un borracho medio loco y trataba a la gente de forma bastante horrible, un día dejó de beber. Y empezó a tratar a la gente de un modo decente. Pero yo, que le conozco, sé que allí debajo palpita el mismo tipo de misántropo. Simplemente, ahora, cuando siente esos impulsos, sabe que tiene que traducirlos en algo parecido a la bondad.
Existe una cadena de abuso imparable. Tus padres te trataban duramente, y tú terminaste tratando a patadas a algunos de tus amigos, como el John del libro.
Claro. Dime un caso en que eso no suceda. Mira a Putin: es el capullo más grande del mundo. Un fulano pequeñito y débil como él, criado en el lado más violento de Leningrado… Hay un porcentaje elevado de probabilidades de que termines convertido en el tipo de capullo que es Putin. Yo no era lo suficientemente duro como para convertirme en matón [ríe] así que la cadena de abuso fue amainando. Mi única arma fue el humor, como decíamos, así que lo fui trabajando hasta que se convirtió en lo que se convirtió.
Por frívolo que suene, la historia nos demuestra que muchos padres cabrones o severos acaban criando hijos con inclinaciones artísticas geniales.
Y eso sucede porque el niño cree que debe estar en un estado de constante auto superación. No solo para demostrarles algo a los padres, sino para demostrarle algo al mundo. En el mundo de las finanzas también sucede; en Google o en donde sea topas con esa motivación interminable. Ese tipo de padres producen hijos que van a hacer cosas grandes pero que nunca son felices. Si yo mismo tuviese que escoger entre ser Dostoievski o un planificador urbanístico americano en alguna ciudad de mierda, pero con la mente en paz, escogería lo segundo. Porque la vida es muy corta y uno solo quiere vivir decentemente. Si al morir nadie me lee, qué más da.
Solo importa no ser un alma torturada. Y encontrar a alguien que te quiera de verdad por lo que eres.
80 años de paz. Eso es lo que deseas.
arton1495En tus memorias hablas de releer tus primeros trabajos de ficción y quedarte estupefacto por la cantidad de verdad que contenían.
Sí. Lo que sucede es que en los Estados Unidos, si decides escribir unas memorias tienes que pasar por un proceso extenuante de comprobación de datos y fechas. Aquí en Europa escribes unas memorias y la gente te pregunta qué partes son verdad. En Estados Unidos todo tiene que ser verdad. Teóricamente. Y si resulta que algo no es verdad estás metido en un buen lío. James Frey fue humillado públicamente en el programa de Oprah Winfrey, en la televisión nacional, por haber escrito unas “memorias”, En mil pedazos, que contenían partes de ficción. Al público, en cualquier caso, le chiflan esos tipos de memorias con redención. Mi libro, por otro lado, no contempla la redención, pero sí intenta ser fiel a la verdad en la medida de lo posible. ¿Puedo haber recordado algo distinto a cómo sucedió? Sin duda. Pero como mínimo uno aspira a un 90% de verdad, mientras que una novela podría ser solo un 50%. O nada, por supuesto.
¿No temes quedarte maniatado en toda esa comprobación de datos? Si yo fuese como Richard Price y terminara con una mesa llena de post-its como la suya, estoy seguro que acabaría mandándolo todo al carajo.
El libro que estoy escribiendo ahora habla de fondos de cobertura, y es cierto que uno termina tomando un montón de notas y apuntando datos. Veo cómo me estoy deslizando hacia un modo de trabajar casi periodístico. Me preocupa si las cosas son ciertas o no. En Estados Unidos, como decíamos, existe una barrera entre ficción y no-ficción que es mucho más permeable y difusa.
¿Nunca temes que lo escrito resulte ofensivo a tu familia o amigos? Defines lo que hacías en aquellas novelas como “señalar una verdad, y luego salir corriendo en dirección opuesta”.
Czeslaw Milosz decía: “Cuando nace un escritor en una familia, se acabó la familia”. Pero si un escritor no hace eso, entonces no está entregando la faena. Lo primero que uno tiene que preguntarse es: “¿Por qué escribir unas memorias?”. Si no vas a contar toda la verdad, y no vas a intentar ser tan honesto como te sea posible, sobre el pasado o lo que sea, ¡escribe una novela! Y haz que tus personajes sean maorís en lugar de rusos, por ejemplo. Eso es lo que hace mucha gente: ambientar la acción en otro planeta. Uno de mis estudiantes en Columbia está escribiendo sobre dragones gay. Para hablar de su vida. Pues perfecto. Pero a mí me gusta esta forma narrativa, las memorias. Incluso cuando adopta el estilo de Habla, memoria de Nabokov. En Estados Unidos es una disciplina muy potente: The liar’s club de Mary Karr, Las cenizas de Ángela de Frank McCourt… Son libros muy potentes que solo habían sido escritos de un modo. Así que yo sentí la necesidad de escribir unas memorias escritas de un modo distinto.
Los padres siempre piensan que hablas de ellos, aunque hayas escrito sobre dragones gay.
No lo tengo tan claro. En Absurdistán, el protagonista, que pesaba 180 kilos, estaba construido a partir de un tipo que conocí en el instituto. Cuando me lo encontré me dijo: “me encantó el protagonista de Absurdistán. ¡Menudo capullo!”. Una gran parte de la vida es autoengaño, y mucha gente opta por verse de un modo distinto a cómo es en realidad. ¡Mucha gente cree que es maravillosa!
La vida es suficientemente asquerosa para no engañarte un poco a ti mismo. Nadie puede soportar eso sin cosmética.
Sin autoconocimiento no puedes escribir ningún tipo de literatura, porque la literatura es la diferencia entre realidad y auto percepción. Mira, el ascensor de este hotel tiene una disposición de los espejos bastante extraña, así que de repente he sido capaz de ver la terrible realidad de la calva en mi coronilla. Nunca antes la había contemplado así. Lo primero que pensé ayer fue: “mierda, vaya pedazo de calva”. Pero hoy ya me había acostumbrado a ella: “vaya, así que eso es lo que la gente ve de mí desde atrás…”. He aprendido algo nuevo sobre mí. Y ese es el proceso, me temo, para acabar estando en paz con uno mismo.
Dejando de lado la novedad de tu alopecia, das la impresión de ser harto autoconsciente en general.
Quizás el viaje del escritor consiste en conocer la realidad de quién es uno mismo. Por otro lado no creo que F. Scott Fizgerald, que era un gran escritor, llegase a comprender jamás quién era en realidad. Hemingway tampoco. Tenían el personaje público por un lado, pero en el interior moraba una criatura marchita.
Tuvo que ser agotador, lo de correr delante de los toros todo el día.
Tal vez la nueva idea de las memorias americanas sea que los autores hemos abandonado lo de correr delante de toros para demostrar algo [ríe].
cq5dam.web.1280.1280Aunque nos pintemos de forma desastrosa, muchos autores en primera persona todavía cortejamos la simpatía del lector. Queremos ser una catástrofe, pero maja. No es tu caso.
Para mí es importante la parte en que yo me convierto en el abusón de otro chico. Esa rabia siempre había estado dentro de mí. Creo que la narrativa de “sublimó todo aquello en humor y terminó saliendo victorioso” no es verosímil. Mucha de la rabia permanece, como sabemos. Esto es así con la mayoría de cómicos. Mira a Louis CK: salta a la vista de que está hirviendo por dentro. Lo que hace que su show sea brillante es que puede transformar esa ira y hacerla útil. La broma que culminaba las últimas series (“la escena de date rape”) era arriesgada, y mucha gente se ofendió, pero si no examinas cuáles son tus barreras, si no estás luchando por ver esa calva oculta en tu coronilla, lo que haces no es arte. Es otra cosa: propaganda, o auto promoción.
Es una autocrucifixión que practicas para el resto de la humanidad. Hay algo noble en eso, no jodamos.
Pues claro que sí. Es noble. Si el cristianismo ha optado por ese símbolo es porque se traduce y resuena así de bien con toda la humanidad. Hablamos de alguien que se desnudó delante del mundo entero. Por eso ves iconografía cristiana en iglesias coreanas. El sistema del martirio funciona espléndidamente allá donde lo lleves.
Me gusta que hayas confesado también lo de haber sido un bully. Los ex-nerds sabemos que cuando alguien caía un peldaño por debajo de nosotros en la jerarquía no mostrábamos la menor piedad.
Así es. En el mundo literario no te topas con mucha gente estable y equilibrada. Porque la gente equilibrada no necesita escribir. Ya tienen buenos matrimonios, y buenos planes de pensiones.
Nelson Algren decía que un escritor debía estar alienado, lleno de violencia. Que la literatura nacía del conflicto y la rabia.
Cuando enseño narrativa, el conflicto es la base de todo. Si temes al conflicto o eres incapaz de plasmarlo, vas a tener que encontrar otro empleo. Porque la literatura no es para ti.
A lo mejor está escrito muy lindamente, pero va a ser blando.
Y académico. O intelectual. Pero lo de escribir debería ser visceral y emocional, creo yo.
El psicoanálisis, que aparece de forma recurrente en tu libro, me intriga cosa mala. Yo asumía (en mi ignorancia) que alguien con tan elevado grado de autoconocimiento como tú ya no lo necesitaría.
Es útil, pero necesitas ser híper-articulado. Si no eres articulado no va a funcionar. La gente muy verbal sí le extrae un beneficio. Pero ese es un porcentaje cada vez más bajo de la población; la gente cada vez lee menos, y por consiguiente tiende menos a la introspección, porque se pasan todo el rato con esto [trastea con su Iphone]. Si seguimos con esa tónica imagino que el psicoanálisis terminará muriendo, porque los humanos necesitarán soluciones mucho más rápidas, como píldoras para la ansiedad y todo eso. El psicoanálisis para mí es como la literatura; una industria en vías de desaparición, por desgracia. Pero son complementarias del todo. En lo que a mí respecta ya he terminado con el tratamiento, porque he sacado de él todo lo que era posible, pero me fue de gran ayuda y jamás habría publicado mis primeros libros si no hubiese ido al analista. Habría tenido demasiado miedo de enviarlos a una editorial, por ejemplo.
Cuéntame cómo ayuda el psicoanálisis. En concreto. Estoy tomando nota con fines prácticos.
Lo que hace el psicoanálisis es agotar la obsesión con uno mismo, y desarrollar empatía por gente completamente distinta. Una de las mejores funciones de la literatura se basa en lo mismo. Ya veremos como me va en el futuro, pero de momento el psicoanálisis me permitió hallar algunas razones de mi ansiedad, y clasificarlas, y almacenarlas o usarlas, en lugar de que esa ansiedad fuese un oso que te salta encima y te arranca la cara a dentelladas. Porque en una gran mayoría de casos el autoanálisis es engaño, como sugeríamos antes. Y es muy difícil sobreponerse a uno mismo; casi imposible. Pero el deseo de conseguirlo, y la brecha que existe entre intentarlo y conseguirlo, es lo que hace que todo esto sea tan triste y tan divertido a la vez.
¿No temiste que el psicoanálisis te arrancara una neurosis que es indispensable para escribir (o vivir), como a aquel personaje de Un paseo por el lado salvaje?
No, porque la habilidad para hacer referencia a eso nunca desaparece. Cuando escribo sobre mis nueve años estoy reviviendo aquel tiempo, y del mismo modo la capacidad para reimaginar la pena o la ansiedad no se van. Solo pierdes la manera en que reaccionas a esa pena, como por ejemplo empezar a beber a las 11 de la mañana y tomar tranquilizantes para caballos. Eso es lo que el psicoanálisis elimina, y por tanto te aporta una forma de producir un trabajo más convincente. En todo caso, uno de los grandes mandatos del psicoanálisis es “uno no debería sufrir más de lo que ha sido programado en él”.
¡Pero sufrir es inevitable!
El sufrimiento mental y el físico están mucho más interrelacionados de lo que pensábamos años atrás. Si uno sufre un tremendo dolor de muelas no piensa “no tomaré calmantes porque para escribir necesito sentir todo ese dolor”. Creo que recordamos muy bien el dolor intenso de la última vez. Y eso es aplicable a otros aspectos de nuestra vida, también la esfera mental. No hace falta sufrirlos eternamente. Se trata de eso.
Yo tengo un mapa que llamo “Mapa de cringe”, y que concentra todos los puntos geográficos donde he hecho cosas que me avergüenzan. ¿Cuando tú observas algunas de las cosas embarazosas que has realizado, cuál es tu reacción?
Mientras escribía algunas de esas cosas tenía la fantasía recurrente de que me sucedería como en Regreso al futuro: que sería capaz de volver allí y ocuparme de aquello y darle un fuerte abrazo a aquella versión joven de mí mismo, y decirle “no te preocupes por todo esto, porque al final termina”. Esto es obviamente una fantasía, pero creo que es bastante común. Yo nunca comprendí quién era en el tiempo en que estaba viviendo. En la escuela hebrea no entendía en absoluto qué se esperaba de mí. Cuando llegué al instituto vi que todo el mundo era marxista, así que pensé que podía volver a mi Yo de seis años de Leningrado, y recanalizar mi amor por Lenin, y así encajar. Pero todo era muy cambiante. Llegué a los Estados Unidos en una época en que ser ruso era lo peor que uno podía ser. Algo más tarde, en la universidad, un blanco heterosexual nacido en los Estados Unidos era de golpe lo peor que se podía ser; así que me reinventé como ruso inmigrante. Pero siempre me costó entender las dinámicas sociales que imperaban en cada momento. Cuando te conviertes en escritor acabas siendo un conocedor de situaciones sociales. Es raro que te sientas fuera de lugar, porque sabes lo que se espera de ti. Y eso es triste, la verdad. Eso es lo que hecho de menos, y que sí me quitó el psicoanálisis: el sentirme desplazado. Así que tal vez debería ir a un partido de rugby, donde no entendiese una sola cosa, para volver a sentirme fuera de lugar.
Quizás deberías intentar ser el más serio de una situación llena de gente divertida; así volverías a sentirte desplazado.
Lo jodido es que en Nueva York siempre estás en habitaciones con gente divertida, con lo cual pasaría toda mi vida así. Y además es un entorno muy competitivo. Yo ahora paso la mitad del año en una casa de las afueras, y hago todas esas cosas típicamente americanas: ir al mall, comprar paquetes gigantes de servilletas, hablar con cajeras que tienen un acento estridente… Y allí vuelvo a sentirme como un pez fuera del agua. Vuelvo a pensar qué carajo hago allí. Y ¿sabes qué? Que me gusta. Y además es muy útil para escribir.

Kiko Amat

(Esta amena charla se realizó para el suplemento Cultura/S de La Vanguardia, y apareció publicada este pasado 21 de noviembre. Esa versión era más corta, claro. Este es el corte del director, que aquí les presento en exclusiva)

Esa canción pertenece a P.F. SLOAN

Mi obituario para UN GRANDE entre grandes: P.F. SLOAN.

Compositor y tunesmith favorito de esta casa desde que teníamos uso de sinrazón.

La pieza se publicó en el Babelia de El País de este pasado 21 de noviembre. Pueden leerlo y jalear y hacer coros aquí mesmo.

Esta canción es suya:

Y esta también (hagan el favor de no reirse de los danzarines del fondo):

Y un par de centenares más, todas en esta línea.TEMACLES del primero al último.

La canción del viernes #10: XTC «King for a day»

Una de mis canciones favoritas de uno de mis grupos favoritos de siempre. «King for a day», del Oranges and Lemmons (1989). XTC, claro.

Me emociona, simple y llanamente (que diría Elling).

Dedicada a Agustí, cómo no; el hombre que me los presentó, y su mayor fan. You are greatly missed, pal.

Kiko Amat will have his revenge in Roses: un examen sobre Rompepistas

Me complace anunciar, como curiosidad y aberración freakísima para lectores y fans, que en el instituto Cap Norfeu de Roses y el curso Cuarto de ESO, asignatura de literatura española, se ha realizado hace pocos días un EXAMEN sobre Rompepistas.

Sí: la vida puede ser maravillosa (y algo demente también). Kiko Amat, cateador inmisericorde y absentista académico de repetición y campanero compulsivo en el instituto de Sant Boi donde cursó el bachillerato  de 1985-1989 (suspendiendo de forma estrepitosa un gran montón de asignaturas) se venga del destino cruel con un examen de bachillerato sobre uno de sus libros.

Rompepistas, para más inri, que va de tíos que se ciscan en el instituto. Rían majestuosamente todos aquí, por favor.

Viva el Cap Norfeu, hoy y siempre!

Si desean jugar a completar las preguntas en su casa, por cierto, aquí tienen el examencillo de marras:

1.- ¿Dónde y cuándo sitúas la novela Rompepistas.

2.- Quién es el autor de la novela.

3.- Describe a Clareana

4.- Explica alguna de las humillaciones que les infringieron en el colegio salesiano.

5.- ¿Quiénes son Los Cuellos?

6.- ¿A qué chicas besa Rompepistas en la novela?

7.- ¿Quiénes reciben una paliza cerca de una discoteca? ¿Quién se la da? ¿Quién les salva?

8.- Rompepistas tiene un grupo de rock. Quiénes lo forman y qué instrumento toca cada miembro del grupo.

9.- ¿Por qué vuelve Rompepistas a su pueblo, ya de adulto?

10.- Explica algún episodio que te haya hecho mucha gracia.

El vermut de Kiko Amat #13: NANDO CRUZ

Con ocasión de su librazo Pequeño Circo (contra 2015), una de las mejores historias orales publicadas en nuestro país.

Hemos tardado (la charla es de junio, por el amor del cielo; miren las mangas cortas de las fotos), y hemos llegado renqueando (obligaciones pecuniarias y graves desordenes de cariz psiquiátrico se interpusieron en su publicación), pero al final aquí la tienen. En Gent Normal, no podía ser de otro modo.

Espero que lo pasen estupendo leyéndola. Yo, con su permiso, voy a abrirme un buen botellín y a escuchar a The Dukes of Stratosphear y también algo de emo bien lloronsote y a leerme de cabo a rabo Marley estaba muerto, el nuevo de mi querido Carlos Zanón.

Que les aproveche.

Paridas cruciales: Pablo Zarracina

O un panegírico con humorismo para uno de mis columnistas predilectos de toda España.

¿Su nuevo libro? Les conmino a que lo compren de inmediato. Les ORDENO que lo compren.

Léanlo todo sobre él y esa maravilla de artefacto bilbaocéntrico aquí, en el Babelia de El País, escrito por su otro escritor y columnista y vecino favorito, Kiko Amat.

JOHN LYDON: Esto es un bosque (una entrevista con Kiko Amat)

Sí, es él. Lydon. Rotten. Johnny. John. Rey del punk y padre del post-punk, voz (y cerebro) de los Sex Pistols y eje de P.I.L. Protagonista de un anuncio de mantequilla e improbable invitado del programa de telebasura I’m a celebrity, get me out of here! Un ser mítico y poliédrico que es aún el niño meningítico, fan de Can y Doctor Alimantado, que creó el punk en el norte de Londres. La ira es una energía (Malpaso, 2015) traza toda la curva de aprendizaje Lydoniana, de la cuna a la madurez.

John-Lydon2Fue así: yo iba preparado para una buena barahúnda dialéctica, atándome los guantes de boxeo con los dientes, pero John Lydon realizó el equivalente de cachearme en la puerta de un club: morirse de risa. Eso me desarmó, claro. ¿Por qué creí yo que iba a conversar con un ser huraño y solitario, borde como él solo? Quizás porque leí aquella biografía de Jah Wobble, su compañero en P.I.L., donde le pintaba como medio tarado por el ego (no caí en la cuenta de que Wobble no está muy fino). O quizás sea que a Lydon siempre le he visto en formación de combate, defendiéndose a dentelladas de sus críticos, y no estoy demasiado familiarizado con su cara apacible. Fuere como fuere, el John Lydon que me agarró el teléfono era un animal muy distinto al que suelen pintarnos. Aunque no podía verle, le imaginé hablando desde su casa en la playa (no tengo ni idea de si tiene una casa en la playa, pero me complació visualizarlo así), mirando el mar y preguntándose cómo carajo llegó aquel chavalín pelirrojo de cuestionable higiene dental, mueca fácil y postura corporal de Ricardo III a esto. A la cima del pop.

Has necesitado dos autobiografías para explicar tu vida. ¿A qué obedece La ira es una energía, si ya existía Rotten?
Estaba satisfecho con Rotten, pero con el tiempo me di cuenta de que necesitaba llenar los vacíos que existían sobre la época que precede a mi juventud. Hay mucho de mi infancia que no estaba allí, y no pude apretujarlo todo en un solo volumen. Para mí es muy importante que la gente entienda cómo fue mi niñez, porque allí se fabrica la personalidad que hoy conocemos como YO [ríe fuerte]. Quiero que el lector comprenda que no fui creado como una sensación del pop. Ya era un personaje hecho y derecho cuando aquello sucedió, y muchas de las calamidades que me sucedieron en la infancia contribuyeron a crear mi personalidad.
¿Eres aún aquel chaval de diecisiete años de Finsbury park?
Soy aquel chaval de seis años de Finsbury Park [ríe]. Los primeros años de tu infancia van a moldearte para el resto de tu vida. Cómo interpretas los escenarios que te rodean de niño es la base de tu formación como ser humano. En ese sentido, puedes dejar que la pobreza te deprima y venirte abajo, o puedes ponerte manos a la obra y sobreponerte. Que es lo que yo hice. Pero no quiero decir que yo fuese especial. Todo el mundo en mi barrio hacía lo mismo. Vivíamos en casuchas baratas, y era lo que había. Solo cuando mirabas la televisión te dabas cuenta de que no todo el mundo vivía del mismo modo. Supongo que sobre esa época empieza a colarse la conciencia política. Tuve mucha suerte de nacer cerca del Arsenal, porque la hinchada era 100% multicultural. Era una cosa excelente de veras. Una comunidad muy familiar. Allí crecimos, en Arsenal-landia. Todos los otros grupos de supporters iban por ahí berreando “Sieg Heil” como nazis gilipollas. Nosotros no. Estas cosas son importantes, no son paridas. Miras atrás y te das cuenta de que aquello te hizo así. Por eso he escrito este libro. De golpe me di cuenta de que las cosas de mi infancia de las que nunca había hablado eran en realidad las más importantes. Eso sucede en la vida: intentas olvidar, o simplemente olvidas, algunas cosas. Pero algunos de esos malos recuerdos son vitales para mí.
Posees también otra conciencia fundamental además de la política, que es la autoconciencia. En el libro afirmas: “nadie puede escribir nada sobre mí que yo no haya pensado antes”.
Soy mi peor crítico, y eso me ha hecho un bien incalculable. Cuando pierdes por completo lo memoria, que es lo que me pasó a mí cuando tuve meningitis a los siete años, y estuve hasta los ocho en un hospital después de un coma, despiertas y no reconoces a nadie. Ni a mis padres, ni desde luego a mí mismo. Así que empecé a utilizar un montón de autoanálisis. Me vi obligado a cuestionar todo lo que se me decía, y tuve que reaprender todo lo que sabía hacer antes de la meningitis. Pero de ello surgieron una gran cantidad de cosas buenas. Lo que mis padres consideraron una gran tragedia también me había convertido en un ser humano muy astuto. Detecto de inmediato cuando la gente me miente, y no me gusta nada. No veo que exista ninguna necesidad para la mentira. Siempre ha sido vital para mí contar algo como realmente es. Cuando pierdes la memoria durante un periodo tan largo de tiempo, la verdad importa. Importa mucho.
La deshonestidad y la hipocresía siempre te han asqueado.
Sí, y tanto. Asimismo, a mi lado irlandés le encanta contar una buena historia [sonríe], lo que imagino que me llevó a escribir canciones. Yo jamás había cantado hasta que me ofrecieron el puesto de cantante de los Sex Pistols. Hay varias razones para ello, pero una de las obvias es, por supuesto, la existencia de los curas católicos. No deberías dejar nunca a tus hijos cerca de ellos. Siempre existía ese miedo, de que si entrabas a formar parte del coro el párroco acabaría teniendo contacto “directo” contigo. Por tanto, cantar en el coro era una imposibilidad. Ya de muy niño sabía que la actitud de los curas iba a ser vampírica. Lo de reaprender a hablar y escribir se tornó algo muy importante para mí. Y por eso cuando entré en los Sex Pistols no me quedé en cantante, sino que empecé a ser el artífice de sus palabras. Según lo veo, mi forma de pensar y mi ingenio son las únicas cosas para las que estoy armado y blindado de veras. Opino que, tras nacer, fui rehecho, fui reconstruido para terminar haciendo esto.
Lydon longhairedHablas del ingenio de tu panda juvenil como táctica de supervivencia. Dices que erais “gatitos manchados” que tuvieron que desarrollar la rapidez oral como autodefensa.
¡Por supuesto! Por eso me encantan las comedias inglesas. Todas las películas y programas de televisión que vimos en aquella época, y que existían de la IIª Guerra Mundial en adelante, eran para mí la salvación. Una educación completa. Con ellas aprendí que el humor te proporciona un acercamiento mucho más directo a la verdad que cualquier filósofo. Aún diría más: creo que el único intelectualismo sincero es la comedia.
Te vitoreé cuando en The filth and the fury te ciscabas en las teorías situacionistas que algunos intelectuales habían metido a cañonazos en el punk, y afirmabas que para ti el punk venía de la comedia inglesa y de hacer el ganso con tus colegas.
¡Yupi! ¡Bien por mí! [se autojalea, riendo]. Lo jodido es que el mundo es como es, y aún quedan un puñado de esos intelectuales pontificadores que siguen escribiendo chorradas sobre el punk. ¿Cómo te diría? A mucha gente los árboles no le dejan ver el bosque. Para mí era de una obviedad cegadora que tenía que plantarme allí y decir: “esto es un bosque” [ríe]. Admito que para mí hacer esto es un tipo de pasatiempo muy disfrutable. Recordarles a esas personas de inteligencia “superior” que se equivocan la mayoría de veces.
The Clash se explican en tu libro como un grupo sin el menor sentido del humor. Lo cual, por supuesto, es cierto. Todas aquellas solemnes llamadas a la “revolución”…
The Clash eran angustia sobreactuada, nada más. Asimismo, eran excelentes personas y les quiero. Me encantan Paul Simonon y Mick Jones, les tengo en gran consideración. Como seres humanos. Sencillamente nunca me interesó ni me interesa su música. ¿Por qué debería? Yo tampoco espero que a ellos les guste la música que hago yo. Si fuésemos todos fontaneros en lugar de músicos no estaríamos admirando las reparaciones de retrete que han hecho los demás. Esto es un problema, porque mucha gente (críticos musicales, en particular) no es capaz de comprenderlo, y automáticamente respondería “¿Por qué odias a The Clash?”. Pero no odio a The Clash. Qué gilipollez. Para mí, el ser humano va mucho antes que el resto de consideraciones.
Lo más irritante de ellos, supongo, es lo que defines como su faceta de “socialismo abstracto”.
Bah, era puro fingimiento. Una farsa. No era genuino. ¿Por qué querría alguien hacer ver que viene de la parte pobre de la ciudad cuando no es cierto? Créeme, lo de crecer en un sitio que no tiene váter dentro de casa no es ninguna bicoca. No es algo glorificable. Toda mi primera infancia fue así, y resiento amargamente a cualquiera que pretenda haber compartido esa experiencia cuando no es verdad. Yo no simulo haber ido a la universidad de Oxford. De hecho, la única vez que he puesto mis pies allí dentro ha sido para dar una conferencia [ríe]. Que no a recibir una, ojo.
Es curioso cómo algunas estrellas del pop han acabado siendo amigos tuyos. Gente que en el pasado no parecía tener nada que ver contigo, como Simon Le Bon. Gente que odiabas, quizás.
No, no. Es lo mismo que decíamos de The Clash. Quizás odié lo que hacían Duran Duran, pero no a ellos como personas. La gente es muy distinta del empleo que realiza. Mucha gente de la industria musical la ve, de hecho, como una industria. Como un trabajo. Crean personajes públicos de sí mismos, y luego tienen que estar a la altura de lo que han creado. Para enriquecerse, básicamente. Yo soy distinto, pero no espero que nadie sea como yo. Para mí, mi obra surge de mi experiencia cultural, e intento relacionar la una con la otra. Lo que hacemos esa gente y yo es muy distinto, pero bueno… Soy un tío muy clemente. Hablaría con el diablo si fuese simpático.
john-lydon3Es un puto drama que el punk rock terminara siendo algo tan blanco y homogéneo.
Sí, aún hoy me pregunto cómo llegó a suceder eso. Pero sucedió, es cierto. Muchos periodistas se lo agenciaron, supongo, y como siempre tomaron de ello la parte equivocada. Se exageró muchísimo en la prensa, y se transformó en una especie de fábrica del odio. Y eso es lo que acabé odiando yo. Solo pintaron la violencia y el pensamiento negativo. Dios sabe cómo coño llegaron a concebir los Sex Pistols como algo negativo, porque éramos lo opuesto. Una banda muy positiva. Atacamos a los problemas que nos rodeaban: las instituciones, la iglesia, los políticos, los gobiernos.. Yo me metí con todos ellos, y eso tiene que ser positivo por narices. Incluso cuestioné “God save the Queen”. Y mira cómo acabó todo eso. Con mi grupo siendo debatido en el Parlamento. Pero fue positivo también, porque se trataron asuntos que debían ser comentados. En todo caso, en mi mente no visualicé McDonald’s en llamas ni nada eso. La cosa iba un poco más allá. Y ese es el tema: el punk degeneró en… Trivialidades. Un montón de tontainas sin talento haciendo el mismo ruido. Como suele decirse: los cántaros vacíos hacen más ruido. Si golpeas un tambor bien hueco, el estruendo será mayor [ríe].
No me gusta mucho la palabra, pero ¿opinas que algunos viejos amigos acabaron decepcionándote?
En 1989 escribí una canción que se llamaba precisamente “Disappointed”. Y cuyo estribillo dice [empieza a cantar] “Disappointed a few people / When friendship reared its ugly head / Well, isn’t that what friends are for?”. Y esa es la verdad. Uno tiene que aprender a perdonar. Si te comprometes a conocer de veras a otro ser humano, entonces tienes que aprender a tomar lo bueno y lo malo. Y si lo bueno pesa un poco más que lo malo, entonces hallaré un lugar en mi corazón para ellos. Pero si alguien es malo conmigo de verdad, a la tercera está expulsado. No tendría sentido seguir después de eso. Si alguien te roba, no es amigo tuyo. Si alguien trata de robar tu reputación, o miente a tus espaldas, no le necesitas. Bastante jodido es que tus amigos digan la verdad a tus espaldas [carcajada].
Opino que la verdad del punk aparece si mezclas todos los testimonios, pero según tú la verdad solo se encuentra en La ira es una energía.
Sí. Y me apoyo en el hecho de que no soy psicótico, ni bipolar, ¡ni esquizofrénico! [ríe] ¡Sí, es toda la verdad! Tiene que serlo. Tengo a mi abuela dentro de de mi cabeza aún, la recuerdo bien, y si digo alguna mentira me arrea un capón. Si te comprometes a algo en la vida, que sea para siempre. Por supuesto, si te das cuenta de que aquello con lo que te comprometiste no está bien, cámbialo por algo mejor. Esto le pasa a alguna gente: se aferran rígidamente a sus principios, pero esos principios son inútiles si no son transparentes, si no están abiertos a debate. Y eso es lo que debería hacer cualquier persona cuerda: declarar abiertamente qué son y en qué creen. Y estar preparado para que otra gente te lleve la contraria. Si tienes algo que decir que pueda mejorarme, soy todo oídos. No quiero pasar por esta vida engañándome a mí mismo, ni a los demás. En ese sentido, no soy nada rígido en mis procesos espirituales. No creo en la moral, porque me lo impide el subtexto religioso, pero sí creo en algunos valores.
No somos posmodernos. Los valores son cruciales.
Claro. En el pasado utilicé la palabra “anarquía”, pero el concepto de anarquía es una artimaña de clase media. La gente con pasta puede permitirse todos esos procesos mentales. Pueden regodearse en esas reflexiones porque están forrados. No tienen problemas reales, como pagar la factura del gas o alimentar a los niños. Uno tiene que poseer un cierto sentido común. Cualquiera que estructure su vida alrededor de la religión o la política es un completo memo.
Me pone negro la izquierda de clase media que siempre está sermoneando a la clase obrera sobre cómo tiene que ser, y afeándoles que no estén suficientemente “politizados”.
A mí también. Y te diré por qué: porque no deja espacio para nosotros. Porque nosotros no entramos en consideración. Creo que aún nos ven como una atracción de feria [carcajada]. Especialmente en el Reino Unido, donde el sistema de clases sigue siendo muy rígido. No importa las capas de barniz que le apliquen: ese sistema sigue vigente. Los que han ido a colegios privados miran por encima del hombro a todos los que no pudieron permitírselo. Ahí lo tienes. ¿Una cuestión monetaria? En efecto. ¡Dejad que la clase obrera haga dinero de la forma en que sabe hacerlo! Que generalmente es el crímen [ríe]. Pero vaya, si no van a permitirnos recibir una educación en términos de igualdad, que luego no se quejen. No somos idiotas. Ni soportamos a los idiotas con alegría.

Ira lydonROCK ON, LYDON: HUBO VIDA ANTES DEL PUNK
“Lo de que el punk rock salvó a la música popular es una mentira total. David Essex era lo más. Tenía un par de singles de los que yo estaba enamorado en 1973, como “Rock on”, que es rarísimo. Estaban hechos con mucha técnica de estudio, pero qué más da. El sonido era alucinante. Una de las razones por las que me gusta tanto T. Rex es la producción de Tony Visconti. Había un montón de música genial en mi infancia y juventud. ¡Alvin Stardust! ¡Gary Glitter! Todos sabemos en qué se convirtió Glitter, pero hizo grandes discos. Muy bailables. A la vez, yo escuchaba música folk turca y griega, y también irlandesa, porque era lo que se escuchaba en mi barrio. La cultura estaba muy mezclada allí, estabas expuesto a un montón de influencias musicales. Todos esos géneros eran para mí algo natural, no me puse a excavar en ellos. Siempre habían estado a mi alrededor, sonaban todo el día en el patio de vecinos. No tuve que buscarme un amigo negro para que me enseñara lo que era el reggae [ríe maliciosamente]. Aprendí a andar con reggae”.
La historia se reescribe acorde a la visión de unos cuantos académicos. Si la gente piensa en los 60’s ahora es como si solo hubiesen existido Cream o Grateful Dead. Pero en 1968 el Top 10 inglés era todo Desmond Dekker y Bob & Marcia.
“¡Sí! Pero no vayas diciendo eso, querido [ríe]. Eso es algo que nadie quiere escuchar. Para empezar, porque es la parte de clase obrera de los sesentas. Y no hace falta que te diga que antes de eso estaban los mods. Y antes que ellos estaban los teddy boys. Todas aquellas culturas tenían concepciones muy distintas de la música, desde luego alejadas de Cream. Cream me gustan, no me entiendas mal. Pero también me encantan todas las bandas mod originales, las de verdad. Y me encanta la influencia negra en la música callejera.”

Kiko Amat

(Entrevista aparecida originalmente en la revista Rockdelux de septiembre 2015)

Dime nena, el hardcore melódico dónde fue a para-a-ar

Y allá va otro artículo (propio) que me encanta mucho. Se titula «Dime nena, el hardcore melódico dónde fue a para-a-ar» y es un decálogo biográfico-confesional de mi relación con el hardcore melódico entre 1991 y 1994. Escrito para la web de O.

Me lo pasé de fábula recordando y escribiendo, re-escuché algunos de esos discos maravillosos, caí en un par de anécdotas que me hicieron reír hasta el descoyunte maxilar y creo que al final incluso acabé escribiendo otro modesto pedazuelo de historia semi-secreta de esta ciudad.

Para colmo del gozo, Luís Paadin (el dibujante que creó el vivaracho avatar de Kiko Amat para mi amado Chap chap) contribuyó al artículo con un nuevo Kikín en miniatura, esta vez ataviado de espeluznante mutante mod-hardcoreta.

Léanlo, les va a gustar.

Un «All Black» en Sant Boi

A veces, de entre el monstruoso puré publicado de locura punible por la ley, artículos sobre ventosidades, chifladuras sobre temas arcanos que solo me interesan a mí y diatribas contra fulanos que me caen gordo, aparece un artículo del que estás orgulloso de veras. O sea: DE VERAS.

Esto no es tan habitual como parece; no soy Johann Sebastian Bach y la genialidad se paga cara (y cuesta más de extraer que pepitas de oro en el Yukón de la fiebre alta).

Uno de esos artículos es el que escribí hace poco para Papel, el suplemento dominical de El Mundo, y que se publicó el pasado domingo 1 de noviembre, al día siguiente de que los All Blacks volvieran a ganar la Copa del mundo de rugby. Se tituló «Un All Black en Sant Boi» (en la edición papelesca).

Es parecido a aquel que escribí sobre los escaladores, y que quizás algunos de ustedes recuerden aún (se incluyó en Chap chap). Es un canto de amor, ni más ni menos. Al rugby, a mi infancia, a mi padre y a todos esos tipos rudos con clavículas-ballesta que en Rompepistas llamé Los Cuellos.

Molan, los cantos de amor a las cosas. Mola, el rugby.