La guerra es estúpida (pero la gente no)

El decano del periodismo de campo estadounidense, Studs Terkel, entregó en 1985 una historia oral de la IIª Guerra Mundial que le mereció el Pulitzer y pulverizó toda idea romántica que aún quedaba sobre el conflicto “justo”.

https://i0.wp.com/capitanswing.com/wp-content/uploads/StudsTerkel_LaGuerraBuena.jpgYa sabíamos que la IIª Guerra Mundial, y las guerras en general, no eran como en Objetivo Birmania, donde nadie se hincha por el beriberi ni se caga encima por la disentería, donde las bombas caen sin desmembrar a nadie, donde todo el mundo es osado y valiente (menos el ocasional nenaza en pleno ataque de pánico, siempre étnico y sin afeitar), y los yanquis son unos trozos de pan y el enemigo (japos, boches, charlies) unos perros infames. Sabíamos que no era así, como también intuíamos que los Westerns eran un camelo, pero tuvieron que llegar unas cuantas audaces novelas y películas de los 70 y 80 para explicarnos cómo nos mintieron el establishment y Hollywood, su perro fiel.
La respuesta es: en todo. Nos engañaron en todo, vamos.

La guerra “buena”, del mítico reportero de Chicago Studs Terkel, es una suerte de Apocalypse Now hecha historia oral de la IIª Guerra Mundial. Publicado originalmente en 1984, aún en años de Guerra Frío-Templadita, el libro ignora la historia oficial (los movimientos de tropas, los comunicados, los pactos, las fatídicas –y mendaces- estadísticas) y se apoya únicamente en el testimonio de un vasto elenco de protagonistas. Los que estuvieron allí, cara al fango y aterridos, llenos de dudas, ira, sopor o confusión.

Leyendo La guerra “buena” aprenderán ante todo que la guerra es caos. Que no se parece en nada al avance pulidet, de visión diáfana, lleno de propósito y bravura, que mostraban aquellos obscenos filmes bélicos de los cincuenta. Los soldados, marinos, coroneles, enfermeras, prisioneros de guerra -incluso el enemigo- entrevistados nos pintan aquí un marco de chapuza universal, incompetencia de los mandos, aliados matándose entre ellos, miedo permanente, borrachera eterna, delincuencia (robos, estraperlo, violaciones: por doquier), racismo autorizado (el trato vergonzoso que recibieron los soldados negros –muchos de ellos auténticos héroes- en aquella contienda) y un asqueante etcétera.

Es el detalle lo que impresionará al lector. Lo que no aparecía en las clases de historia ni en los libros con sello gubernamental que leímos. Porque nadie nos habló del olor (“Ir atravesando un pueblo y, de repente, notar aquel olor espantoso (…) y oler la muerte. Es un olor que no discrimina, todo huele igual”). O de la atrocidad, vista bien de cerca: los bracitos amputados de los niños; las cabezas sin techo, sesos a la vista; los campos de exterminio, los cuerpos amontonados “como pilas de troncos”. Las incontables horas de espera, el tedio pertinaz (“No creo que haya nada más aburrido que ser soldado de infantería”). El miedo y la cobardía como constantes generalizadas, y no como bajeza puntual de unos cuantos traidores de tez aceitunada. Y una mirada distinta al lado de los “buenos”: las bombas de Hiroshima y Nagasaki (perfectamente evitables), Dresde, Iwo Jima, Bataan, todas las matanzas “justas”.
Terkel, quizás el mejor periodista del siglo XX (imprescindibles todas sus historias orales, especialmente Hard Times, sobre la Gran Depresión, y Working, sobre el trabajo), desentierra esa verdad de la única forma posible: hablando con quienes la vivieron. Y consigue con ello uno de los mejores manifiestos antibelicistas jamás firmados. Una clase magistral de compromiso con la justicia que es a la vez un emocionante periplo por la experiencia humana en tiempo de guerra.

Sirvieron allí
“Bebía aproximadamente un litro de whisky al día (…) Era la única manera de poder matar (…) Empecé a hacerlo en Filipinas, al ver los cuerpos bombardeados de todos esos hombres, mujeres y niños, especialmente los de los bebés. Estaban al borde de la carretera, y nosotros los arrollábamos con nuestros tanques”
John Garcia, soldado, 7ª División de Infantería

“Lo que te lleva a reventar playas no es el patriotismo ni el heroísmo, sino la sensación de no querer fallar a tus compañeros”
Robert Rasmus, soldado, 106ª División de Infantería

“Una de las cosas más tristes que he visto en la vida ocurrió mientras volábamos en un avión que recibió un impacto. El artillero que iba sentado en la torreta superior del fuselaje de repente estaba a nuestro lado, en el aire, empezando a caer. Se limitó a decirnos adiós con la mano”.
John Ciardia, artillero en un bombardero B-29

Kiko Amat

La guerra “buena”
Studs Terkel
Capitán Swing
746 págs.
Trad. de Lucía Barahona

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el 27 de febrero del 2016)