Kiko Amat entrevistó a PAUL HEATON (The Housemartins, The Beautiful South)

Resultat d'imatges de paul heatonEn las revistas pomposonas y los suplementos dominicales CT no se les suele dedicar demasiado espacio a The Housemartins o The Beautiful South. Imagino que resumen todo lo que es inconveniente de cara a la Cultura Seria: la cercanía, sentido del humor, amor por el baile, falta de severidad, extracción obrera, rojerío insobornable y escasa concepción de lo que uno practica como algo sacro. Pero si lo miramos desde el otro lado del prisma (el lado no-aburrido), Paul Heaton y sus obras reúnen precisamente todo aquello que es grande del pop y de nuestra cultura. Está allí, en sus discos, no busquen más. Desde 1982, Paul Heaton ha cambiado vidas y ha inspirado a sus oyentes firmando algunos de los singles y elepés más memorables y rotundos de la música pop.

En Bendito Atraso somos muy de Paul Heaton, y la mejor forma de demostrárselo es publicando la charla que mantuvimos con el hombre a raíz de su última visita a Barcelona. Es lo que tiene ser seguidor de artistas como Heaton, Mose Allison, Richard Price o Jim Dodge: que contestan a tus preguntas en lugar de ponerle el seguro antirrobo a la limusina.

Heaton, por cierto, nos cantó a cappella y a dos centímetros de la oreja una interpretación de la maravillosa “Old red eyes is back” y otra del “Caravan of love”. En un pub de Via Laietana. Así, gratis y sin acompañamiento instrumental y sosteniendo en la mano izquierda un extraño carpesano de letras. Luego, tras firmarnos el There’s always something there to remind me (en 12”) –pues, en efecto, le pedimos que nos rubricara un disco, como adolescentes aceleradas- y tomarse unas cuantas copas, se esfumó en la noche. Lo que sigue es una nueva demostración de su ingenio, memoria y oficio.

El éxito comercial de The Housemartins puede llevar a confusión. Pese a vuestros hits mundiales, en mi opinión pertenecéis a una tradición muy clara: Rickenbackers, polos de deporte, política roja, discos de negros, clase obrera y ganas de bailar. O sea, en la escuela de otros grupos británicos como Dexys, Redskins, Madness o Jam.

https://i0.wp.com/www.musikalske.net/housemartins/housemartins_7.jpgHay que distinguir entre grupos británicos y grupos ingleses. Para mí, los grupos “británicos” son los que cometieron los peores excesos de los ochenta, todos aquellos grupos pomposos y horribles. Y luego, por otro lado, están los grupos ingleses: Madness, The Style Council, The Smiths, The Kinks. Si miramos mi diario hacia 1986/7 y buscamos mis comentarios sobre lo que salía en Top Of The Pops, lo que aparecen son Spandau Ballet, Simple Minds… Pero nosotros veníamos de escuchar a John Peel, esa fue nuestra educación. Peel pinchaba 60’s soul, 70’s reggae, punk… De todo. Y entonces llegaron los sintetizadores, no sé de dónde. Bueno sí: los grupos del norte no tenían dinero para comprar pianos como los de The Style Council, así que empezaron a usar teclados baratos. Eso, de algún modo, llevó a los peinados y trajes enormes de los New Romantics. Pero The Housemartins llevábamos la cabeza rapada, y escuchábamos la música del jukebox de nuestro pub: pop de los sesenta, soul, reggae… Éramos la gente de la cola del paro. Incluso grupos modernos como Oasis o Happy Mondays venían de las oficinas de empleo. Había muchas cosas que no podías permitirte.

Ser de Hull, no de Londres, quizás os proporcionase ese sentido del humor tan vuestro. “La cuarta mejor banda de Hull”, y tal. Vuestra poca pretenciosidad y ganas de bromear me recuerdan un poco a The Undertones. El tomaros poco en serio.

Grupos como The Smiths estaban compuestos por gente muy divertida y amable en privado, pero que a la hora de hacer discos se transformaban en voces bastante pesimistas y oscuras. Nosotros nos parecíamos a Madness, The Undertones o The Kinks. Grupos ingleses que trataban temas tristes con cierto humor o ironía.

The Housemartins tenían un sonido muy reconocible, creado a base de pop sólido con trompetas, armónica, ritmos Motown… ¿Qué géneros de los que erais fans modularon el sonido del grupo?

Al principio de todo era góspel, blues, déjame mirar el diario (se escucha sonido de pasar páginas). En 1982 y 1983 nos obsesionaba Al Green. A la vez, Stan (Cullimore) era muy fan de Beatles, al contrario que yo. Y buscábamos la naturalidad del sonido indie. Teníamos guitarra acústica, inicialmente, pero le dije a Stan que se deshiciese de ella. Yo quería que sonáramos eléctricos. Quería ese sonido de Rickenbackers que puedes escuchar en nuestros discos.

Un momento. Creía que lo del diario era una forma de hablar, no imaginaba que lo decías literalmente. ¿Tienes un diario donde viene todo lo que hacías en 1982? Eso es muy freak.

(Ríe) Es que soy muy freak. Desde 1980 llevo haciendo un Top 20 mensual, algún día quizás publique alguna de estas cosas. Pero es que soy letrista, y los letristas tenemos que ser muy freaks, tenemos que apuntar cosas todo el tiempo. Tendrías que ver mi habitación. De hecho, mejor que no. Está llena de libros, discos, diarios… Pero bueno, como decía, a los dieciocho me gustaba mucho el blues acústico, y de ahí pasé al sonido Stax, el góspel, el southern soul… Eso hacia 1985. En 1987, dos años más https://i0.wp.com/www.rockpopmem.com/images/products/square/d617952d-bfca-41df-8d34-37e7d2939972.jpgtarde, me empezó a interesar el country. “A little time”, de The Beautiful South, ya en 1990, estaba muy influido por el country.

Erais un grupo del toilet circuit inglés, de ir tocando en salas-tugurio de vuestra zona. ¿Qué sacasteis de actuar continuamente en el Adelphi (el club de Hull) junto a otras bandas del lugar como The Membranes?

Alguien, no recuerdo quién, realmente hacía publicidad de su grupo con aquel lema de “Mejor banda de Hull”. Cuando lo escuché, pensé: “pobre desgraciado”. Qué poca ambición. De todos aquellos grupos tomamos sobre todo su ética de trabajo, su dedicación completa al conjunto. Escuchábamos a muchos grupos en la radio que claramente no ensayaban tanto como nosotros. ¿Conoces aquel aforismo de “Cuanto más practico, más suerte tengo”? Mi padre lo decía siempre. Significa que, a más ensayas, más posibilidades tienes de que suceda un “golpe de suerte”. Pero no es suerte; es trabajo. The Housemartins tocábamos un mínimo de cien conciertos al año (algunos de ellos fueron en España). Todo el día buscábamos bolos, y cuando no, volvíamos a ensayar las armonías vocales hasta que eran perfectas. En 1985 éramos ya un grupo muy sólido. Todo estaba ensayado mil veces, incluso los chasquidos de dedos.

¿En 1985 os veíais como parte de algo, o como una isla dentro de la isla? En aquel año pasaban cosas muy interesantes en el Reino Unido.

Déjame volver a consultar el diario (ríe). Veamos. En 1985 me gustaba lo siguiente: Kane Gang, The Smiths, The Colourfield (con Terry Hall de los Specials), Vic Godard, de quien soy muy fan, The Style Council, The Proclaimers… ¿Sabes que nosotros descubrimos a The Proclaimers? (entusiasmado) Muchos grupos nos enviaban maquetas, y nos las llevábamos de gira. Al terminar la gira hacíamos una votación, y el grupo ganador nos teloneaba en la siguiente gira. En 1986 ganaron The Proclaimers. A ver, qué mas… The June Brides. Conocíamos a muchos grupos cuando bajábamos a Londres, y The June Brides ensayaban tanto como nosotros.

Mis amigos y yo, escuchando por primera vez a The June Brides cuando llevábamos años siendo fans de The Housemartins, nos preguntábamos quién influenció a quién.

Nos influenciamos mutuamente, creo. Salimos a la vez, y nos gustaba lo mismo. The June Brides tenían canciones increíbles, como “Every conversation”. Lo que pasó fue, sencillamente, que nosotros tuvimos éxito y ellos no. Entonces empezaron a meterse con nosotros, que si sonábamos a tal o cual, que si éramos unos vendidos… Una pena.

Erais un grupo bailable que venía de cultura bailonga. En todos vuestros videos, y también en los de The Beautiful South, trazáis pasos de baile muy ensayados. Medio Temptations, medio vodevil.

En aquella época la pista de baile no era solo música dance. Alguien pinchaba “How soon is now” de los Smiths y llenaba la pista, y la siguiente era, yo qué sé, “White lines (don’t do it)” de Grandmaster Flash, y también se llenaba. Los clubs de ahora son de miras más estrechas que entonces, cuando podías escuchar rap, pop, soul… Eso influenció a los grupos indie, que pensaban en hacer canciones que fuesen buenas para la pista.

Sobre la época de “Shelter” o “Build” ya parecíais completamente orientados hacia el gospel y el 70’s soul.

“Shelter” era la versión de una cara B de Luther Ingram de 1972 que nos encantaba. Era muy góspel, y los teclados en “Build” o “Shelter” señalaban hacia una dirección más de iglesia, más a cappella. Pero esta voluntad no se solidificaría más que caras B https://i0.wp.com/news.bbc.co.uk/media/images/46424000/jpg/_46424221_paul-heaton_766x511.jpgcomo “When I first meet Jesus”, no iba a notarse demasiado en el segundo álbum. En el recopilatorio Now that’s what I call quite good sí puede verse la intención gospel. Más que en los dos elepés oficiales.

Una de mis canciones favoritas del segundo elepé de The Housemartins siempre ha sido “The world’s on fire”, pero nunca he captado el significado de la letra. ¿Es literal o metafórico?

Esa es la de la iglesia en llamas. La verdad es que, una vez escribo una letra, se me olvida la motivación previa; no sé qué quise decir con “The world’s on fire”, más allá de lo que ya dice: un tipo que va y quema una iglesia. En The people who grinned themselves to death estábamos buscando un nuevo camino, queríamos añadir aún más humor y sarcasmo. Creía que me ibas a preguntar lo que siempre me pregunta todo el mundo al hablar de esa canción: si mi falsete al final está sampleado y retocado o no. La respuesta es no. Soy capaz de mantener esa nota aguda durante todo ese tiempo.

The Housemartins dejabais siempre bien clara vuestra posición política, algo que quizás –por la barrera idiomática- no se notó tanto en España. Eráis un grupo socialista y de izquierda compasiva, y eso se reflejaba en vuestras letras, declaraciones y actitud. ¿Representó vuestra politización una desventaja al ir por el mundo?

La mayoría de bandas inglesas eran de izquierdas, no éramos ninguna rareza. Lo normal y razonable, una vez apareció Maggie, era estar en contra de ella y de su política. Nadie en el pop salía y decía que era pro-Thatcher. Aparte de Gary Numan, ahora que lo pienso. Numan se destapó como pro-Thatcher. Fue un caso como el de Frank Turner hace poco, un músico que se suelta y empieza a hacer declaraciones de extrema derecha. Pero en los ochenta, muy pocos músicos eran de derechas. La mayoría de gente venía de la cola del paro. Debo decir, sin embargo, que tampoco éramos de Red Wedge, como mucha gente parece creer. En las ocasiones que tuvimos algún tipo de encuentro con ellos, les dejé muy claro que no pensaba afiliarme hasta que no nacionalizaran la industria discográfica. ¿Si se hace con los ferrocarriles, por qué no con los discos? A la vez, me aseguré de que todos sus afiliados, Billy Bragg incluido, entendieran el motivo de nuestra no-afiliación y supieran que estábamos allí para cualquier cosa que necesitaran.

Solo los mejores grupos abandonan en lo más alto: The Jam y The Housemartins son ejemplos claros de ese tipo de decisión. ¿Cuándo decidiste disolver el grupo y por qué?

Stan y yo siempre habíamos dicho que solo queríamos durar dos o tres años. The Housemartins eran un grupo sin manager, y eso siempre dificulta las cosas: yo tenía que encargarme de todo. Y lo peor es que yo era el no-diplomático de la banda; Stan era el diplomático. Muchas veces hablaban con él por temor a mi reacción. Aún recuerdo cuando Andy, de Go! Records, le propuso por teléfono a Stan (la idea era que me pasara el mensaje a mí) que “Caravan of love” fuese editada como cara B de “Build”, en lugar de como single propio. Me puse furioso. La tensión entre Stan y yo no había dejado de aumentar desde la época en que nos peleábamos por lo acústico-eléctrico, de 1982 a 1984, y al final decidimos dejarlo cuando todavía éramos buenos amigos. Existieron otros factores añadidos: durante 1987, por ejemplo, no dejamos de aparecer en programas infantiles. Nuestro nombre (Housemartin: vencejo común) se había convertido en una especie de broma para niños. Y yo quería hacer cosas distintas, más duras y amargas. Para empezar, tenía ganas de escribir desde una perspectiva femenina y para mujeres. No hace falta que te diga que The Housemartins tenían un enorme seguimiento entre lads machitos que jamás hubiesen sido capaces de tragar canciones femeninas. Hubiese sido como si un día Oasis incorporaran piano y una cantante (ríe) ¿Te lo imaginas? Así que en un año me compré un piano, conseguí una cantante, y empecé The Beautiful South.

Cuando hiciste tu reciente actuación secreta a cappella en un pub irlandés de Barcelona, no pude evitar notar que no te deshiciste de tu chaqueta, pese al calor infernal reinante. Siempre te han gustado las ropitas, ¿verdad?

Hay que decir que cuando subo a un escenario es cuando peor visto. No me gusta ponerme mis prendas favoritas, porque terminan hechas trizas. Además, tampoco es que sea Annie Lennox (ríe). Tocamos en un festival de Zurich junto a ella, y su vestidor era tres veces el tamaño de nuestra furgoneta. Cuando voy por ahí solo llevo una maleta pequeña, me gusta el estilo normal y callejero. Pero sí, me encanta el look casual urbano, cuando voy por Europa siempre me fijo en lo que llevan los chicos, cómo son sus anoraks, qué tipo de gorras llevan… He de decirte, y no es por dar coba, que me siento cómodo en los bares españoles. El ambiente me recuerda al de mi país. En Italia, los hombres parecen reunirse solo para hablar de coches y teléfonos móviles. En España, la gente pasa horas en su bar local, y se tira el día allí hablando de política y fútbol. Y bebiendo.

Aquí The Beautiful South fueron mucho menos populares que The Housemartins, pero en el Reino Unido pasó casi lo contrario. The Beautiful South siguieron entrando en el Top 10, incluso tuvisteis varios singles y elepés que fueron #1. La gente os siguió siendo fiel.

Bueno, The Beautiful South tenían muchísimos fans, pero no necesariamente eran los mismos fans de The Housemartins. The Beautiful South llegaba a mucha más gente (especialmente a las mujeres, como decía antes), y sonábamos en la radio todo el santo día. Quizás lo de España sucedió porque no fuimos de gira tanto como con The Housemartins, nos esforzamos menos. Estoy decidido a no dejar que esto vuelva a suceder. Me gusta tocar aquí, y me gusta tocar para extraños. Déjame mirar cuándo estuvimos aquí con The Beautiful South (nuevo ruido de pasar páginas) 1992. En la gira de 1992 teníamos una norma: nadie podía irse a dormir hasta que no había amanecido. Imagina. Veamos: el 22 de mayo tocamos en Revolver, y el 24 en Zeleste. (Se escucha una voz infantil de fondo) Sí. No sé. Papá viene en un momento, cielo.

¿Era esa una de tus tres hijas? ¿Cómo te sentó la paternidad?

Sí, la pequeña. Al principio me sentó fatal, pero fui mejorando. Las tuve muy tarde, además, así que el cambio en mi vida fue mayor. A los treinta yo estaba hecho una porquería. No tuve mi primera hija hasta los 39, la segunda llegó un año después, y la pequeña cuando yo ya tenía 49 años. Todo esto me ha llegado cuando ya había cambiado bastante, y era un hombre mucho más tranquilo y asentado. Tengo amigos que me preguntan si no preferiría haber tenido niños, para poder jugar al fútbol en el parque. Siempre les respondo que soy demasiado viejo para jugar al fútbol en el parque, así que me da igual. Las niñas son más sensibles y ordenadas.

No quiero retenerte más. Has sido muy ama…

¿Sabes cuál es mi grupo español favorito? (me interrumpe) Edwin Moses. Su disco Love turns you upside down me encanta, lo escuché mucho. A The Beautiful South y a The Housemartins nos encantaba hacer lo que llamábamos “conciertos de intercambio”. Lo planeábamos con otro grupo, y tocábamos el uno para la audiencia del otro, y al revés. Lo hicimos una y otra vez por todo el país. ¿No estaría bien hacerlo con algún grupo de tu país?

Kiko Amat

(Esta entrevista se realizó en el año 2012 y se publicó en la extinta web de Bendito Atraso. Por tanto, y como sucede con muchos otros textos realizados exprofeso para dicha web, ya no podía leerse online ni en ningún otro maldito sitio. Hasta hoy que -por petición de varios lectores- la recuperamos aquí).

 

Gótico Llobregat

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Nelson Algren solía decir que él estaba en la clase media, pero no era de clase media. Del mismo modo, yo estoy en Barcelona, pero no soy de aquí. Nunca lo he sido y nunca lo seré, por mucho que aparente saberme el callejero del Eixample (sigo confundiendo Còrsega i Rosselló cada vez).

Yo soy del Baix Llobregat. De Sant Boi. 100% extrarradi power. Nací allí en 1971 y me marché por patas en 1993, para regresar solo de forma fugaz. Por supuesto, fue una maniobra de evasión fútil, el equivalente de cavar un túnel chapuzas que termina en la celda inicial. Como afirmaba Harry Crews, nunca te vas de tu pueblo natal, por mucho que pongas tierra de por medio. A Michael Corleone le espetaban que llevaba Sicilia estampada en la jeta. Yo luzco el contorno del Baix.

Porque nacer en Sant Boi me hizo. Tengo claro que nunca seré de otro lado, por mucho que me siga mudando compulsivamente. Soy como un mafioso octogenario, ya retirado en Florida por el clima, que vuelve a oler, ver, tocar, el Bronx de su niñez cada vez que cierra los ojos.

Hace poco regresé. Para visitar una fábrica de rejas, Mecatramex, que autogestionan unos amigos. Todo allí ha cambiado y nada ha cambiado. Ya no se ven tantos solares,  llantas oxidadas, Xibecas rotas, condones pisoteados, hipodérmicas sucias o páginas del Lib pringosas; ya no existen las subculturas de los ochenta, rockers-skins-mods-punks, cuando éramos cientos por cada uno de los suyos; es difícil topar con yonquis vieja escuela, quinquis de futbolín; los bares y las calles colgaron los harapos y ahora visten de charol; escasea la uralita. Quizás se haya extinguido lo que Daniel Ausente define como “Gótico Llobregat”: el paisaje post-blitz de aquel demencial y genuino Baix pre-olímpico.

Pero no. Si entrecierras los ojos sigue allí: las moreras, los zarzales, las espiguillas; los cañaverales meciéndose, llenos de polvo, al lado de un río inmundo (hoy menos); aquel tipo tan concreto de fealdad y desolación distópica que acabas amando; los colgaos, los tajas y friquis; las naves industriales, los invernaderos, los Ferrocatas, la ermita de Sant Ramon vigilando su parcela ruinosa desde allá arriba. Tan cerca de la Ciudad Condal y tan lejos; como si fuésemos de otro lugar, mucho más remoto y raro.

Y Barcelona está muy bien, claro: desde luego es más bonita y plácida. Tiene metro y los bares no cierran. Y asimismo, lo que todavía inflama mi corazón reumático es aquel país: mi juventud en el Baix Llobregat: 1988, agosto a las cinco de la tarde, el pueblo desierto, como si hubiese estallado una bomba H, y siete rapados bajando por la calle Jaume I, sin camiseta y sin estudios, berreando a los Specials con aquella euforia y mala leche tan típicas del mastuerzo santboiano.

No: nunca me he ido de allí. Sigo anclado en aquel momento. Jamás sabré qué va antes, Rosselló o Còrsega.

(Esta columna, que me encanta, se publicó originalmente el domingo 5 de junio del 2016 en El Periódico. Pueden también leerla online y compartirla aquí)

Superaventura en leggings

Superhéroes en cine y TV Celebrable (y a ratos cuestionable) avalancha de títulos superheróicos en la caja tonta y en la gran pantalla. Algunos causan rechifla, otros lo clavan y se queda clavado. Activamos el leotardómetro de Cultura/S.

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Las mallas lo joden todo. Uno está dispuesto a creerse lo de la superfuerza, y la telequinesis, incluso (ya puestos) lo de ser un alien inmigrante bienvenido en USA, pero a la que se enfundan los maillots Rock’n’Rios, la burbuja explota y solo queda un fulano dando brincos en leotardos. Con los calzoncillos por fuera. Eso es lo que trato de decirles: estamos más dispuestos a tragarnos lo de la invulnerabilidad que lo de un hombre adulto enfundado en ese extravío con capa.

Tomen Arrow, por ejemplo. La serie de WB sobre el arquero de DC Comics, viejo aliado de Batman en la lucha contra el crimen, que se viene emitiendo desde el 2012. Su trama resulta familiar: el playboy millonario Oliver Queen naufraga en una isla desierta (flashback del amigo: look Robinson Crusoe con torera Bosé) y allí desarrolla habilidades suprahumanas. Nos lo creemos. No nos explican cómo aprende ruso allí (¿quizás en una academia?) pero también lo creemos. Cinco años después regresa a la civilización. Cinco años mascando raíces y bebiéndose sus meados en un peñasco en mitad del Pacífico y aún parece una especie de Brad Pitt grunge, pero le creemos. Su familia y amigos son todavía unos pijazos superficiales y bellísimos (sabes que una serie es ponzoña cuando todos los actores podrían anunciar lencería íntima), pero él ya no: él solo quiere dar tabarra mística y estopa justiciera. Nos lo creemos. Pero entonces va y se viste de Robin Hood en su etapa leggings, y la negación de la realidad se resquebraja. Y cuando un testigo dice “Llevaba capucha. Una capucha verde” te entra la risa tonta (“Llevaba tutú. Un tutú rosa”) y ya no puedes parar.

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Anuncio andante de Calvin Klein en el bosque de Sherwood

Algunos de nosotros venimos amando a los superhéroes desde la infancia y, con franqueza, las hemos visto de todos los colores (las mallas). Pero miren ustedes qué casualidad: los momentos cúspide de la historia artística del género (desde su invención a mediados de los treinta) coinciden con aquellos donde los mutantes, aliens o ratas de gimnasio de turno padecían y caían y se alzaban en un mundo parecido al nuestro, con cuitas más o menos terrenales. El Daredevil sin traje de Born Again, destrozado y airado, habiéndolo perdido todo; renacido. El hastío y coraje pensionista del Batman yayo en Dark knight. El Constantine taja y asqueado de Hellblazer, ciscándose en todos los demonios del Hades. Miracleman, en cada una de sus encarnaciones. El Joker loco-lúcido de La broma asesina.

Existe una razón por la que esos cómics son cimas creativas, y es la plausibilidad de emoción. No importa si alguna premisa es asaz improbable (como los sentidos superagudizados de Daredevil): aquel picapleitos panocha y ciego reacciona ante su nuevo estado de un modo creíble, humano. O sea: con asco, confusión, ira ciega o volviéndose medio chalupa. No es extraño que el Daredevil y la Jessica Jones de Netflix hayan triunfado.

Daredevil es puro drama callejero televisivo, The Wire con antifaces, tiene una trama oscura como el betún y malos tridimensionales al modo Los Soprano. Maldita sea, si incluso simpatizas con el archienemigo Kingpin, pese a que sus métodos te parezcan cuestionables (vale: repugnantes). Sucede que no hay una sola malla a la vista (Daredevil luce un pañuelo atado a modo máscara, y unas botas “compradas en Internet”), y por eso la temporada #2 es algo decepcionante. La culpa es del flamante traje. El p*** traje de lycra con cuernitos, la perpetua broma inconsciente de los superhéroes, el moco colgando en pleno discurso de boda. No. Hacía. Falta.

Jessica Jones (la primera temporada) me pirró por eso, de hecho. La premisa es la más prometedora del superheroismo seriado moderno: una tipa ordinaria (aunque medio demente) adquiere poderes superiores al resto de los terráqueos, vale, pero no pasados de vueltas (saltar de un 2º piso sí; volar no; detener un coche sí; lanzarlo a la estratosfera no) y monta una agencia de detectives. Por añadidura, bebe como John Belushi y rezonga más one-liners sardónicos por minuto que el George Constanza de Seinfeld, y ¡no lleva leotardos! Jessica Jones es más Joan Jett que Wonder Woman, y por eso la amamos. El malo ayuda: Kilgrave, überstalker maníaco cuyo don es el control mental total, creando el más hijoputil caos a su paso. Observemos ahora el leotardómetro del casting: un cero absoluto. Lo único supermanesco en toda la serie son los abdominales de Luke Cage (Mike Colter), pero pueden simular no haberlos visto.

El camino a la excelencia es ese, en resumen: tramas crepusculares, violencia brutal pero semi-creíble, culpa a tutiplén, humor bien dosificado y ni un solo panty azul eléctrico a la vista. Ahora sí, súpers.

Algunas series y filmes colosales o inmundas:

DR.STRANGE, EL TAMARIZ DE MARVEL

Los magos dan risa. Por eso será difícil no mofarse del Doctor Extraño, con su cháchara ocultista, su capa de rúa de Reyes y su manía de cambiar de dimensión como un zapeador compulsivo. Dicho esto, el film tiene buena pinta: Strange parece un Ra’s al Ghul perdido en The Matrix. Y protagoniza Benedict “Cabbage Patch” Cumberbatch.

DEADPOOL: SUPERCABRÓN AUTOREGENERATIVO

Es Monty Python y Evil Dead III. Es la película más tronchante y vertiginosa del año, como una fusión de El ultimatum de Bourne y Aterriza como puedas. Deadpool (Masacre) es lo más. Splatter gratuito, procacidad a mansalva, bromas sobre masturbación… Desde Lobo no se veía a un superfulano tan jeta, tan loco, tan salvaje.

SUICIDE SQUAD: TODOS-LOS-CHUNGOS-DEL-MUNDO

Es el sueño de todo matoneado en la ESO: tener a los chungos de tu lado (con su chunguez intacta; no redimidos). El gobierno USA decide reunir a “la gente más peligrosa del planeta” en un cuerpo especial para luchar contra gente aún más malota. Están todos los hijoperras del planeta, incluyendo al Joker. Estrena en agosto.

JESSICA JONEShttps://i0.wp.com/pbs.twimg.com/media/CAzkMl_UQAAiGXp.jpg: ALPISTE, CUERO Y TROMPAZOS

Interpreta Krysten Ritter, la flipada novia de Jesse en Breaking Bad. Pero aquí no le atiza al crack hasta el patatús cerebral, sino que se dedica a aporrearles duro a los cacos. Con superpoderes que son como cerveza marca blanca: cumplen su cometido, sí, pero sin fardar. Kilgrave, violador mental con acento BBC, es su espeluznante némesis.

ARROW: SENSACIÓN DE VIVIR EN LEOTARDOS

La calidad de la actuación es más Falcon Crest que Fargo. El casting entero podría ser portada del Playboy de Julio. Oliver Queen (Stephen Amell), el Green Arrow televisivo, ostenta unos pómulos demasiado cortantes como para que cuele su lado “torturado”. Y va vestido de Douglas Fairbanks vestido de Robin Hood, por el amor de Dios.

DAREDEVIL: EL HOMBRE SIN CANGUELO

La mejor serie de superhéroes. Oscuridad atroz, diálogos chispeantes, bromas buenas pero también suplicio mental, villanos con los que casi-simpatizas (Kingpin, ex-chorreado por padres y bullys; hoy reventando cabezas con puertas de coche) y –al fin- un héroe retorcido, rabioso y creíble. ¡Y no va enfundado en neopreno! (hasta la #2).

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 4 de junio del 2016)