Kiko Amat en el festival du livre de Sète

Tal vez les parezca información irrelevante, pero este sábado 1 de octubre Kiko Amat estará en la pintoresca localidad francesa de Sète, en el festival del libro Les Automn’ Halles. El pavo juró que no saldría de la habitación hasta que terminara la quinta novela, pero alguien le sopló que en Sète las calles están pavimentadas con ostras y decidió hacer una (justificable) excepción y llevarse p’allí a la familia. Además, se rumorea que el tipo es un galófilo renacido. Un converso.

Él es uno de los tres representantes de la «Passion Espagne» (menos cachondeo, lectores), pues el festival dedica esta 7ª edición a la narrativa española. Junto a Julio José Ordovás y Aro Sáinz de la Maza se hablará de «Escribir en España hoy». A las 11:30 de la mañana, en el Chapiteau 1.

Pueden ver detalles y más mandanga en este enlace de FB.

 

¡KIMOTA! (vuelve Miracleman)

Tras veinte años de enrevesadas disputas legales se reedita en tres volúmenes el aún increíble Miracleman, de Alan Moore, el cómic que en 1982 puso del revés el género superheroico. Una alucinante antesala a Watchmen (que también era de Moore, por supuesto)

https://i0.wp.com/static.comicvine.com/uploads/original/4/40498/1137381-m4.jpgDicen que Alan Moore revitalizó el género de los superhéroes, pero yo creo que más bien le pegó el tiro de gracia. Lo que el tipo hizo en Miracleman fue tan extremo y tan definitivo que, una vez hubo terminado con ello, no hubo manera de volverlo a utilizar; como cuando de joven prestabas una Private y te la devolvían pringosa. Lo raro es que, pese a que Moore había dado con la fórmula TOTAL para situar la figura del superhéroe en un entorno realista, la mayoría del mundo del cómic decidió no aplicar sus hallazgos. La postura de la industria frente a Miracleman fue igual que si, enfrentados a la electricidad, los sabios del XIX hubiesen dicho: “uy quita; nos quedamos con las lámparas de aceite”. Pero lo comprendo: Alan Moore se había pasado, como se dice en lengua vernácula, tres pueblos.

Cuando Alan Moore lo cogió por banda en 1982, Miracleman era aún Marvelman, y se trataba de una copia pastel, anglificada, del Capitán Marvel americano. Lo había creado Mick Anglo, y era el típico fulano con capa que deshacía entuertos inocuos mediante superpoderes (de energía atómica); que por descontado derrochaba de la forma más pueril; como si descubriésemos la vacuna del sida y la usáramos de agua oxigenada, o algo así. Su yo humano era Michael Moran y su palabra mágica “¡kimota!” (atomic al revés). Hasta ahí el típico superpavo con mentalidad de Dora La Exploradora y enemigos medio gilipollas, que bajó a gatos de árboles desde 1954 hasta 1963.

Alan Moore no era famoso cuando recibió el encargo, aunque empezaba a hacerse un nombre. Trabajaba para las revistas Warrior y 2000AD, así como Marvel UK, y había creado ya un par de burradas cambia-género en DR & Quinch, The Ballad of Halo Jones y el nuevo Captain Britain. Pero en Miracleman aplicó el realismo a los superhéroes sin ninguna mesura y de forma terminal. Aplicó el máximo realismo, vaya. Por supuesto, tenías que aceptar un par de supuestos fantásticos, como que un hombre normal pudiese transformarse en ente superior. Pero una vez firmado ese pacto, lo que sucedía era lo lógico. Y así como el Dr. Manhattan de Watchmen cobraba superpoderes y empezaba a pasar olímpicamente de los hombres (los átomos eran más interesantes), Miracleman tomaba el camino natural para alguien de su recién adquirida talla.

Moore lo explicó así: Michael Moran y Miracleman son cuerpos distintos. El gobierno inglés ha descubierto la forma de intercambiar seres (adaptando la tecnología de un alien estrellado en los años 50), y que uno de ellos sea una súper-arma viviente y volante (era la Guerra Fría). El superhéroe naíf de la época dorada (es decir, el babieca de Miracleman pre-Moore) es la parida que dicho gobierno introduce en la mente de sus superhéroes para darles una identidad y que no entren en shock. De ahí el pasado más bien chorra de Miracleman.

A partir de allí, todo lo que sucede desde que Michael Moran recupera a su otro-yo (en estado durmiente hasta 1982) es lo que sucedería si algo así tuviese lugar ahora: el armagedón más malparido. El götterdämerung, el p*** crepúsculo de los dioses. Cuando el malo, Kid Miracleman, llega a Londres, no acontece una peleíta tipo Godzilla en una ciudad deshabitada de papel maché: todo el jodido mundo muere, porque esos dos son Dioses invulnerables dándose superleches en mitad de un amasijo de frágiles huesos y carne triturable. “¡Devoraré a todo ser vivo y me cagaré en sus calaveras!” es la intención manifiesta de dicho villano, que (por primera vez en los cómics) es malo de verdad: el hijo de zorra que acaba con todos nosotros. No como Thanos o Galactus, o el pringado de Lex Luthor, que mucha labia pero luego nada.

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Otra de las ideas de Moore sigue pasmando hoy. Una vez aplastada aquella forma particular de mal, y con la Tierra en estado de súper-trauma y la mitad de la población criando malvas, Miracleman hace lo que haría cualquier Dios en sus zapatos: se pone a ordenar a la raza humana, pero de veras, y sin pedir permiso. ¿Toda la faena que el gandulazo de Superman jamás realizaba, esgrimiendo excusas de mi-perro-se-ha-comido-los-deberes? Miracleman lo solventa, y por la fuerza. La desigualdad, el capitalismo, las guerras, el hambre… Mi página favorita es la que muestra a Miracleman reunido con el gobierno Thatcher para explicar su plan de reconstrucción post-apocalipsis, y la primera ministra le suelta “Esto es absurdo (…) Jamás podremos permitir este tipo de injerencias en el libre mercado”, a lo que Miracleman, lleno de curiosidad zoológica y algo de perfidia, solo le espeta: “¿Permitir?”. Pues para él aquello es el equivalente de que a nosotros un piojo de la cabeza de nuestros hijos nos suelte: “¡No permitiré que me eches Filvit, tío!”.

https://kikoamat.files.wordpress.com/2016/09/99cac-bitch.pngDespués de décadas de batallas legales por los derechos (un gran hombre, Neil Gaiman, contra un miserable, Todd McFarlane) Miracleman volvió a Marvel en el año 2009, y desde el 2014 hasta hoy se han ido reeditando todos los números, incluyendo la etapa The Golden Age que retomó Neil Gaiman. Aún deben quedar disputas por saldar, por cierto, pues el nombre de Alan Moore, su único creador, aparece sustituido aquí por “El Guionista Original”.

Miracleman fue un camino sin retorno. Lo leí en 1990, a los diecinueve años, y me arrancó de chorradas para párvulos como sus contemporáneos Secret Wars o Crisis en tierras infinitas. Solo la negrura y la ultraviolencia y la confusión y la demencia pudieron, desde aquel punto, ilustrar el género superheroico para mí, y para muchos otros lectores. Kiko Amat

Miracleman

Vol.1: El sueño de volar

Vol.2: El síndrome del rey rojo

Vol.3: Olimpo

Guión: Alan Moore

Dibujos de: Garry Leach, Alan Davis, Rick Veitch, Chuck Austen y John Totleben.

Panini Comics / Marvel

(Esta pieza se publicó originalmente y a toda página el domingo 25 de septiembre del 2016 en Mas Periódico, de El Periódico)

 

Ese pregón va de nosotros

El primer pregón de las fiestas de cualquier ciudad del mundo con el que me identifico plenamente. El de esta Mercè, de Javier Pérez Andújar. El primero que defiende la cultura obrera, la de los pobres, los tebeos y las subculturas, la de los setenta y ochentas, El Víbora y Decibelios, fanzines, el KGB y las radios libres y los ateneos, mods y rockers, chapas y americanas del abuelo, anfetamina y peleas.

Ahora que he visto a l’Odi Social en un pregón de Barcelona ya puedo cascar. Dios, los convergents deben estar llorando en sus mazmorras S&M; y que se jodan.

«Los bloques verdes, las tres chimeneas, la planta asfáltica del Verdum, paisajes de civilizaciones desaparecidas que nunca van a estar entre esos recuerdos de la ciudad que se venden en las Ramblas, pero que no hay manera de olvidar, no olvidamos porque sería traicionar a quienes se jugaron la vida en la calle, en el trabajo, en las huelgas, y la perdieron».

Ese pregón va de nosotros. El otro, esa excreción (cómica, pero no del modo que pretendían), claramente no.

Bravo, Andújar. El extrarradio en pleno te saluda.

Ets un artista de nyigui-nyogui?

Mi columna de hoy para el suplemento Play, del diario Ara. Es una encuesta, de hecho. Incluye mención a Tinky Winky, colleja al artista advenedizo y cita totalitaria de Melville.

No sé como decirlo más claro sin defecar directamente en la puerta (o boca) de alguien.

Quería titularlo «Ets un artista de pet-i-flam?», que es como se decía en mi pueblo, pero me dijeron que pet-i-flam ni existía en catalán normativo. Que era otra majadería Llobregat.

La canción del viernes #21: PATRIK FITZGERALD «Tonight»

Mi canción super-favorita de Patrik Fitzgerald, y himno deprimente #1 de mi discografía. Siempre me emociona ese tono sombrío, la visión pesimista, la voz dañada. Un digno lamento a la soledad y la otredad, y la incapacidad de comunicación de muchos de nosotros, los armadillos.

Feeling bored, that’s no fun
Being out of touch with everyone
Click my fingers, crack my toes
Kick the dog, and break it’s nose
I intelectualize it all
To prove my mind’s still on the ball

Esta filmación es de mi película/documental punk favorito de toda la vida, Rough Cut and Ready Dubbed. La voz real de los chicos con botas 79-81, pillada por otro par de chicos con botas.

 

 

Kiko Amat entrevista a KEN STRINGFELLOW (2013)

https://farm3.staticflickr.com/2905/14274049029_3a0a212793_b.jpgMe encantaría recordar cuándo escuché Frosting on the beater de The Posies por vez primera, pero soy incapaz. Sé que se plantificó en mi vida en mitad de los Años Oscuros, 1993-1995, y representó el papel de boya en la inmensidad de la ciénaga. Algo donde agarrarse, cuando parece que ya no haya sostén ni razón, cuando sientes que has entrado en la vía muerta (¡y solo con 21 años!) y el resto de tu vida va a ser eso: esa mierda. Luego, como se explica en Mil violines, todo cambiaría. 1995 sería (¿cómo lo escribí?) el año en que todo acababa y todo parecía empezar, una cosa rarísima, un año vórtice de libro y de campeonato. Pero antes: entreguerras. El horrible 1993, el nefasto 1994: los años peores, tiempo de claudicaciones; todo el mundo los tiene. Durante esos dos años ominosos escuché varios discos que me dieron luz cuando no veía ni torta, discos como árnica, sanadores de heridas y muletas en la pesadumbre: el debut de Zumpano, los EPs franceses de los Four Tops (que le compraba a un señor sin dientes de Sitges), el “Carrie Anne” de los Hollies, las cintas del Breakaway Soul Club y del Club Soul de Barcelona, Heavenly, Jawbreaker, el Creator y el Lick, TFC y, muy especialmente, el Frosting on the beater.

Tengo un momento con Frosting on the beater. Un instante claro: en la playa de Sitges, a las dos del mediodía de un luminoso martes de primavera de 1994, escuchando “Burn & shine”, dándole al REW i volviéndola a escuchar. Más fumado que Ho-Chi-Minh, con espirales en las pupilas, pero guardando la instantánea, pensando que era uno de esos momentos buenos, de esperanza, que recuerdas y saboreas cuando ya ha pasado. Como si fuese un trampolín hacia tiempos menos aciagos.

Tras escuchar 100.000 aquel disco (¡cinta!) de los Posies, los abandoné. Los olvidé, seguramente tratando también de borrar de mi memoria el 1993-94, pretendiendo que no habían sucedido. Años después escuché el Failure (Popllama, 1988), cuando celebraba su quinceavo aniversario, y se convirtió en uno de mis discos predilectos, hasta hoy. Asimismo, no relacionaba aquellos Posies con estos Posies. Era como si fuesen dos grupos distintos, pese a los coros similares y las familiares voces de Jon Auer y Ken Stringfellow.

(Nota: también les vi en directo, ahora lo recuerdo. Teenage Fanclub y The Posies, 11 de noviembre del 1993, en Zeleste 2. Un concierto extraordinario. Frosting on the beater y Thirteen. Y los dos grupos salieron juntos al final, haciendo el bobo y pasándoselo en grande, para una versión del “September gurls” de Big Star. Y empezaron a colgarle guitarras encima a Brendan O’Hare, que se MONDABA).

Hoy, en el año 2013, decido importunar a Ken Stringfellow en su hogar francés y sepultarle en un cuestionario tan didáctico como apasionado. Hablamos de Simon & Garfunkel, el maquillaje de Jon Auer, lo malos que eran Soundgarden, pasar tests de autismo, copiar de forma flagrante a XTC y nacer en un pueblo tan pequeño que ni siquiera cuenta con suficientes punk rockers para formar un grupo.

https://songsfromsodeep.files.wordpress.com/2013/08/theposiesthe_posies.jpgMe gustaría saber cuál es tu formación pop: si se escuchaban discos en tu casa a menudo, si tus padres tocaban algún instrumento, esas cosas. A menudo suelen explicar la proclividad de un determinado artista.

Mis padres no eran músicos ni tocaban instrumentos, pero en casa sonaba música frecuentemente. La gama de estilos era muy amplia, pero siempre oscilaba alrededor de los éxitos del momento que sonaban en la FM americana. The Carpenters son un buen ejemplo del tipo de sonido que imperaba en el hogar, y yo estaba absolutamente enamorado de ellos. Más adelante empecé a investigar en la colección de discos de mi madre: Beatles, Beach Boys, música clásica y también easy listening, crooners del tipo Nat King Cole y Frank Sinatra. El músico más altisonante de la casa era Tchaikovski, siempre sonaba muy fuerte y me emocionaba. Acabó gustándome mucho. De hecho, puedes ponerme cualquier cosa de música clásica y existen grandes posibilidades de que pueda decirte quién es el compositor y el nombre de la pieza. En aquella época absorbí todo eso como una esponja. Las emociones y mensajes que aquellos discos comunicaban significaban para mí mucho más que todos mis compañeros de clase juntos. Eran cosas con las que podía identificarme.

Eso suena a educación nerd al cubo. Chaval raquítico apegado a sus discos, maquetas, libros de la Segunda Guerra Mundial, escuchando mensajes en clave en cada cosa e imaginando mundos privados.

¡Sí! En un grado muy alto; ni te lo imaginas. Llegaron a hacerme tests de autismo, y aunque el médico decidió que mi patología no era esa, podría haberlo sido perfectamente. Tenía inmensas dificultades para comunicarme con la gente. Para mí era una tarea ardua, era un desastre relacionándome con el mundo exterior, me comunicaba fatal. Para colmo, mi familia estaba constantemente trasladándose de un lugar a otro. Era mucho más joven que mis compañeros de clase, así que en uno de esos traslados me acabaron bajando a un curso inferior. Aquel fue un periodo delicado, por no decir otra cosa. Cuando empecé el instituto estaba ya afincado sólidamente en el campo nerd, sin esperanza de traslado al otro lado. Era muy buen estudiante, y para colmo tenía sobrepeso. Hasta que mi cuerpo empezó a autorregularse y regresé a un peso normal no adquirí algo de confianza en mí mismo y empecé a ser algo más popular.

La música ha sido la válvula de escape primordial de los nerds sin esperanza del siglo XX.

Sí, y tiene sentido. Es un lenguaje social aceptado de forma universal, así que si uno de tus problemas es la comunicación, tocar música puede ser una buena respuesta a tus problemas de mutismo y aislamiento. En las conversaciones que uno escucha diariamente la dinámica dialéctica entre interlocutores suele ser de maestro y siervo o algo sacado de El señor de las moscas: la ley del más fuerte. Esas dinámicas de poder pueden ser muy perjudiciales si te ha tocado estar en el lado malo de la moneda. Idealmente, la música es una cosa pura y buena. Es un lenguaje matemático que incluye emociones, lo cual es por definición una cosa guay.

El origen nerd, por otro lado, parece haber sufrido una transformación extrema en nuestros días. Los músicos ya no son frikis abatidos que se salvan por el poder redentor del pop; quizás porque el nerdismo ya no es un estigma, sino algo glamuroso.

El marketing ha hecho una buena faena. Ahora el underground es el campo de donde extraen los nuevos modelos sociales. Pero el estado de la economía hace que todo el mundo viva bajo una mayor presión. Lo de la “crisis” no es más que una cortina de humo para disimular una gigantesca transferencia de riqueza del fondo a la cumbre. Así que la gente trabajadora tiene menos tiempo para dedicarse al pop. Crecí en un entorno confortable de clase media, así que quizás no soy el más indicado para hablar de estas cosas; no soy un buen ejemplo. Pero grupos como Vampire Weekend… Digamos que no son la clase obrera. Son chicos de clase media-alta de barrio residencial. La gente rica es guapa, tiene una cantidad desorbitada de tiempo para ensayar y tocar… Ellos son la clase de la que se alimenta el pop hoy en día. Tal y como yo lo veo, en el rock’n’roll y el pop de los cincuentas y sesentas la mayoría de grupos venían de entornos trabajadores. Los Beatles eran de clase obrera, no niños ricos. Creo que toda esa aleatoriedad, esa posibilidad de que el pop surgiese de la clases trabajadoras, se ha perdido. Ese caos creativo ha desaparecido.

Caitlin Moran sostiene que ha tenido lugar una especie de golpe de estado al pop. Al convertirse en algo no remunerado (por culpa de internet, entre otras razones), las clases trabajadoras ya no pueden dedicarse a ello a jornada completa, y han tomado su lugar las clases medias y altas. Pero el pop es un invento working class. Es nuestra cultura.

Mi generación es la última con padres squares, no modernos, anticuados. Ahora los padres compiten entre ellos para que sus hijos sean más cool y guays que los del vecino. Los padres hip, al día, quieren tener hijos igualmente modernos; en cierto modo su camino ya está marcado, fue escogido por los padres. En Francia, donde vivo desde hace un tiempo, es muy difícil ser obscenamente rico, como sucede en los Estados Unidos. En Francia te freirían a impuestos, y con razón. Así que lo que hacen los ricos franceses, puesto que no pueden comprarles el futuro a sus hijos, es utilizar sus conexiones para comprarles prestigio. Grupos como Justice no sucedieron por accidente; sus padres poseían sellos discográficos. Yo, por el contrario, tuve que hacer las cosas por mí mismo y buscarme la vida. Mis padres siempre fueron alentadores, pero no invirtieron en mí. Si eres un papá moderno con profesión liberal tus hijos van a ser niños modernos y van a terminar haciendo algo cool.

¿Pertenecía Jon Auer a tu club de frikis de instituto? ¿Os asociasteis en hermandad nerd?

Jon pertenecía a otra categoría, en cierto modo. En el instituto estaban los frikis, los deportistas, y luego estaba la zona gris de los chavales heavy metal. El heavy era una especie de club abierto para que cualquiera pudiese afiliarse. Por supuesto, a los deportistas les gustaba el hard rock y a los nerds no, pero luego había algún friki que estaba en tierra de nadie y se hacía heavy. Jon era un heavy-friki. No era un tipo duro (además, solo tenía trece años cuando nos conocimos) pero le fascinaban los desafíos técnicos del metal (los solos a toda velocidad, por ejemplo). Todo el mundo le conocía, era mucho más popular que yo. Finalmente, el boca-a-boca de que yo había formado un grupo llegó hasta él. Le entramos en una tienda de discos: deberías unirte a nuestro grupo, lo típico. Yo tenía catorce años y él solo trece.

https://i0.wp.com/www.resacamusical.es/wp-content/gallery/artistas/the-posies-00.jpgLos dos erais marginados, y supongo que os unieron una serie de afinidades o gustos comunes, como suele ocurrir.

Jon y yo teníamos gustos bastante distintos, pero eso no importaba. Recuerda que eran los días pre-internet. No existía ni siquiera la MTV. Así que básicamente tenías que ir buscando discos al azar, leyendo Rolling Stone (cuyo ámbito era muy amplio, y tocaba muchos géneros), escuchando la radio y charlando con propietarios de tiendas de discos. El espectro de influencias que recibes por medio de todas esas vías es muy amplio. A los catorce estás desesperado por algo de contacto con el mundo exterior. En mi pueblo no había suficientes punk rockers para empezar un grupo. Ni siquiera había suficientes heavys. Solo existía un bajista que tocaba con todo el mundo. Los dos, Jon y yo, compartíamos un cierto escepticismo respecto a la época. Después de todo, eran los años ochenta. Se hacían cosas gloriosas pero también otras ridículamente ampulosas. Los dos teníamos la perspectiva que se adquiere en un lugar pequeño.

El aislamiento, el mirar las cosas desde la distancia y luego tratar de replicarlas con tus aptitudes (sean cuales sean), siempre ha sido una buena receta para el pop.

Sí y no. Depende. No es tan buena receta si vives en Mongolia, y no te llega ningún tipo de información. Pero creo que sí es bueno vivir cerca de Los Ángeles, por ejemplo, pero no en el centro de Los Ángeles. Los esceneros lo hacen todo demasiado bien, demasiado correcto, y esa es la razón por la que duran tan poco; son muy aburridos y cerrados. Lo positivo es que la información te llegue a medias, algo incorrecta y fragmentada, porque entonces llenarás la otra mitad con tu propia creatividad. Tienes que desarrollar algo, puesto que no conoces las reglas ni sabes que existan. Nuestro pueblo, Bellingham (WA) estaba completamente aislado de todo, e incluso la ciudad grande más cercana, Seattle, está a catorce horas en coche de San Francisco. Está tan lejos de todas partes que no era raro que algunos grupos de gira ni siquiera pasaran por Seattle. Por ejemplo The Smiths, cuando la gira de The Queen is Dead. Tuve que conducir hasta San Francisco para verles.

En mi opinión, esas limitaciones han sido y serán siempre buenas para el pop. Stephen Pastel decía lo mismo hace poco, cuando lo entrevisté. Saber hacer una sola cosa, y hacerla bien.

O mal. A veces, estropeas tus ambiciones, metes la pata intentando replicar algo, y eso es bueno. Mira a Teenage Fanclub. Cuando empezaron eran como un intento extraño de darle un pulido relajante al ruido de Dinosaur Jr. No les salió muy bien, y se transformaron en otra cosa. Otra cosa mucho mejor.

Vuestro debut Failure apareció en 1988, un año en que globalmente estaban pasando muchas cosas interesantes: el Paisley Underground, los grupos de Creation Records, el revival garaje, los coletazos de C86… ¿Estabais al tanto de todo aquello?

Cuando me trasladé finalmente a Seattle, en 1986, mi colección de discos empezó a crecer. De repente, durante los dos años siguientes, empecé a escuchar todo aquello sobre lo que había estado leyendo pero no había conseguido escuchar. Cosas contemporáneas y antiguas. Cuando REM sacaron el Chronic Town, en 1982, a mi pueblo llegó… ¡Una copia! Una sola copia. Y en casette. Y fue a parar a una tienda de cosas de fumeta, una headshop, no una tienda de discos convencional. Y, ¿sabes qué? ¡La conseguí! Conseguí la única copia de Chronic Town que llegó a Bellingham, WA. Pero esa tónica cambió con mi mudanza. Para cuando salió Psychocandy, de The Jesus And Mary Chain, y llegó a Seattle a principios de 1986, lo compré de inmediato. La vida se había vuelto mucho menos complicada. Lo mismo les sucedió a mis compañeros de banda, hacia 1988. Lo único que no habíamos conseguido aún eran discos de Big Star. En aquella época nadie los había reeditado aún y eran casi imposibles de conseguir, solo existían imports raros europeos. Llevaba, de nuevo, cinco años leyendo artículos sobre un grupo que no había escuchado jamás. Finalmente empezaron a llegar nuevas reediciones europeas en CD, y fue una revelación.

https://i0.wp.com/cps-static.rovicorp.com/3/JPG_500/MI0000/036/MI0000036401.jpgFailure se ha convertido con los años en mi álbum predilecto de The Posies. Es puro y cándido y joven y tan inocente y gozoso… E impúdico: toca varios estilos sin miedo: psicodelia, sixties pop, swing rockabilliesco, power pop y beat… ¡Y esas letras!

Gracias. Failure tiene, sin duda, un gran encanto DIY. Nadie nos echó una mano desde el exterior. Es un disco auténticamente casero. Pero a la gente le gustó ese aspecto del álbum, y al final terminó sonando por la radio. Nuestras técnicas de grabación hacían que The White Stripes parezcan el grupo más tecnológico de la historia. Creo que también es transparente en cuanto a los discos que nos influenciaban en aquel momento. El disco está lleno de auténticas fusiladas directas que jamás me atrevería a realizar ahora: el ritmo inicial de “Paint me” es una copia vergonzosa del inicio de “Ball and chain” de XTC, que entonces eran uno de nuestros grupos favoritos; el patrón percusivo en “I may hate you sometimes” está sacado sin rubor del “Drive my car” de los Beatles; “Under easy” es nuestro intento de ser Hüsker Dü cuando Hüsker Dü querían ser los Byrds; para nosotros “Could you be the one” fue enorme, un gran hit del grupo: es tan retro y soñadora, te lleva directo a la edad de la inocencia. No es un sonido tan duro como el punk, tiene más artesanía en la composición. Recuerda que vivíamos en un pueblo muy pequeño sin tiendas de discos, así que las colecciones de discos de los padres jugaban también un papel fundamental en nuestra educación. Simon & Garfunkel eran un grupo icónico para nosotros. Rolling Stone fue otra inmensa influencia para todos los babyboomers. En sus páginas leías sobre el Zen Arcade, pero también sobre MOR. Era confuso pero enriquecedor. Failure tiene un montón de referencias 60’s mezcladas con Squeze, Elvis Costello y Squeeze. El sonido puede llevarte a los sesenta, pero líricamente es muy verboso, casi repelente; está repleto de juegos de palabras, frases irónicas, comparaciones de cerebrito…

De nuevo, un grupo de americanos enfermos de anglofilia replicando a sus grupos favoritos.

La explicación es muy simple. Todos los discos de grupos ingleses estaban en grandes sellos, y por tanto eran muy fáciles de encontrar. Los discos americanos de SST, por el contrario, nunca llegaban a nosotros. Mi periplo fue peculiar: había tocado en grupos experimentales antes de formar The Posies, pero entonces descubrí a gente como Elvis Costello, un compositor artesano a la vieja usanza, nada ruidoso (cosa que aprecié). Me entraron ganas de desarrollar mis propios ganchos, coros, riffs y estribillos. En Inglaterra nunca encontrarías a un grupo como Saccharine Trust; ese tipo de sonido caótico y desordenado del post-hardcore es típicamente americano. Los ingleses son más pulcros.

En Popllama estabais bien acompañados: Flop, Young Fresh Fellows, Fastbacks, Dharma Bums… Todos son grupos sensacionales, y relativamente conocidos aquí.

Young Fresh Fellows no tuvieron el menor impacto en el Reino Unido. Quizás les consideraban demasiado pub-rock, hacían demasiadas versiones y lo pasaban demasiado bien. Pero para nosotros, te lo aseguro, eran lo más grande del mundo, nuestros ídolos absolutos. Eran mi grupo favorito de la zona de Seattle, con diferencia. Ostentaban una mezcla extraordinaria de grandes músicos, un sentido del humor muy suyo, en directo rockeaban que no veas y las canciones eran buenísimas. A veces íbamos a ver a otros grupos de la zona, como Soundgarden, y nos parecían malísimos, una pésima imitación de otras cosas. Con el tiempo sus discos se hicieron más o menos pasables, pero siguieron siendo muy poco originales, con el rollo aquel del cantante en plan Jim Morrison. Se parecían bastante a The Cult, de hecho. Los Wipers nos encantaban, pero duraron muy poco. Casi ningún grupo se acercaba a nuestro pueblo, pero los Young Fresh Fellows sí lo hacían, eran los únicos, así que empecé a verles desde muy pequeño. Para mí eran nuestra banda paterna: el grupo que queríamos ser.

Me encantan Dear 23 y Frosting on the beater, pero es obvio que algo de inocencia se perdió por el camino. ¿Lo ves así tú también?

Pasamos de grabar un álbum por 50$ a grabarlo por 50.000$. Literalmente. Eso es algo que compromete a un grupo. Nos sentíamos fuera de lugar e inseguros. No teníamos mapas para ese trayecto. Me hubiese encantado saber más y tener más control sobre lo que hacíamos, conducir al grupo hacia delante y llevar a Frosting on the beater hasta donde merecía estar. Los años que pasaron entre Failure y Dear 23 son los años en que la mayoría de grupos aún están preparando su debut. Dear 23 lo veo un poco a traspié. Las canciones son buenas, y el productor (que había trabajado con The Stone Roses) lo hizo bien. Pero ahora tomaría otros caminos. Éramos muy jóvenes y naïf. Cuando llevamos Dear 23 de gira aún estábamos aprendiendo sobre la marcha, aprendiendo a tocar en directo, lo que por otro lado hizo que Frosting… fuese lo que es. Ir de gira era divertido. Hicimos un montón de conciertos para nadie en absoluto. La primera vez que tocamos en Chicago como cabezas de cartel lo hicimos en un sitio enorme, parecido al Razz 1, para que me entiendas. Nunca habíamos tocado en un sitio así. También empezamos a sonar por la radio. Durante aquellos años aprendí a negociar con el resto de miembros, algo que es vital para la longevidad de cualquier grupo. Ninguno de nosotros era especialmente maduro aún, así que todo lo que nos sucedía nos enseñaba un montón de cosas. Y nada fue espectacularmente mal. ¡Uau! De repente estábamos en una multinacional, pero ¡Oh! tampoco vendíamos demasiado. A la vez, ni éramos los más grandes ni los más pequeños. Un grupo como The Nymphs, también en Geffen, vendió unos 40.000 discos en total. Nosotros vendimos 500.000. Si lo pienso, estoy cómodo con la forma en que se desarrollaron los acontecimientos. Si llegamos a vender millones de discos seríamos ricos, pero no hubiésemos tenido los retos que tuvimos, estaríamos aislados del mundo. Así que estamos en una zona de nadie: no somos estrellas, pero no somos desconocidos, y tenemos que seguir haciendo cosas.

https://i0.wp.com/slumberland.org/d23/images/vs21-tintpcover_lg.jpg¿Te hacen sentir nostalgia todos aquellos años tiernos de formación y aprendizaje?

No. En absoluto. Sigo aprendiendo. El pasado es lo que es, y a mí me queda mucho por aprender. No querría vivir en el pasado. Los últimos diez años han sido apasionantes: nació mi hija, me mudé a Francia y empecé un puñado de nuevos proyectos interesantes. Quizás en diez años sí me sentiré nostálgico de este último periodo, pero no en sentido musical, sino por asuntos familiares. ¿Debería sentirme más nostálgico? Tengo recuerdos entrañables de todo aquello, pero estoy en el 2013, y es un año interesante en el que estar vivo.

Mi última pregunta: el pedazo look gótico que lucís tú y Jon en la contraportada del Failure, ¿es el que llevabais por la calle o os disfrazasteis para el álbum?

(Ríe) Faltaría más. Por la razón que fuese, en el underground de los 80’s era común llevar maquillaje. Jon Auer iba maquillado al instituto, al estilo Duran Duran. Le gustaba llevar el cabello crepado así, gigante, para parecerse a Robert Smith. Pero Jon es un tío grandullón, más incluso que Robert Smith (que también lo es bastante), así que acababa pareciendo una drag queen. Yo llevaba ese rollo medio goth, nueva ola, algo punk… En un pueblo como el nuestro acababas mezclándolo todo: botas Martens, pelo siniestro, chupa cruzada con remaches… En fin: un desastre. Lo cierto es que el aspecto nunca fue tan importante para mí como lo era para Jon.

(Esta entrevista la realicé en el año 2013 para el antiguo Bendito Atraso, R.I.P, y por tanto estaba fuera de circulación. Hasta hoy. La recupero porque era ultra-molona. La hice por placer personal, no para un periódico)

Y otra oreja pal’ BUM

Cosas que hacen BUM vuelve a merecer edición flamante. Es la tercera del chaval, desde que se publicó en el año 2007. Casi diez años vendiéndose ininterrumpidamente, a su ritmo bamboleante, sin dejar que le metan prisa.

Me lo he ojeado, pues llevaba muchos años sin hacerlo, y lo que he visto me ha gustado. Solo quitaría las chorradas de los trajes modernistas y el listín de artistas soul (rían ahora; amargamente) y la parte dandiesca, que a mi yo de 45 años se la trae un poco al pairo. El resto me parece bien divertido y vertiginoso y emocional, aunque esté feo que lo diga yo mismo, bastante osado (muchas cosas puestas a-ver-qué-pasa, como los diálogos teatrales) y, sin duda, original.

Esa originalidad me parece de lo más loable del viejo BUM. No es tan fácil hacer algo que no sea una pura fritanga de libros de tus vecinos; cosa que sí está al alcance de cualquier gañan sin escrúpulos.

Y el final (la caída), y el inicio en el instituto, que siempre me encantaron; incluso mientras los estaba tecleando. Estoy razonablemente orgulloso de haberlo escrito; eso es lo que trato de expresar, corcho.

Ya pueden volver a las librerías y comprarlo en edición bolsillesca. Si les da la gana, vamos.

Some Product #6: Generation X, Sex Museum, Cala Vento y más

https://i0.wp.com/munster-records.com/static/thumbs/images/productimage-picture-sweet-revenge-830_jpg_382x5000_q100.jpgGENERATION X

Sweet revenge

Munster Records

Decía Dave Eggers sobre The June Brides que, habiendo completado su discografía, pasó la siguiente década buscando en el cajón de la J, por si aparecía algún improbable nuevo disco del grupo (ya disuelto). A mí me sucedió lo mismo con Generation X, mi segunda banda predilecta del punk 76-79: pasé parte de mi juventud husmeando en la G, a sabiendas de que ya había completado su material: 3 álbumes y siete singles. Pero: ¡milagro! El guitarra original de la banda, Bob Andrews, guardó los másteres de un álbum perdido, el hoy llamado Sweet Revenge. Se grabó en julio de 1979, y estaba destinado a ser su tercer elepé, tras el potable Beyond the valley of the dolls. Los fans sabemos ahora la verdad: Derwood abandonó la banda y Billy Idol regrabó varias de esas canciones para el aerodinámico y radiofónico Kiss me deadly, ya como Gen X. Sweet revenge, sin embargo, no es una colección cacofónica de maquetas pachuchas. Se escucha como un álbum casi listo: la versión cruda, sin pintar al aerosol, de Kiss me deadly. Comparte varios hits (la persistente “Dancing with myself”, “Triumph”, “Revenge”, en formato más rudo, menos nueva ola) y añade varios temazos que se perdieron en el camino: “Modern boys”, “Girls girls girls”, “Flash as hell”, todos de retórica y empuje 100% Generation X. Punk coreable, estribillos pop, letras de mocedad exaltada y tremenda chulería en la voz de Idol. Muy necesario, y no solo para completistas.

CALA VENTO

Cala Vento

BCore

Cala Vento son como si dos de Superchunk se hubiesen ido al súper, y los dos miembros restantes se hubiesen quedado en el local grabando maquetas, con menos medios pero iguales ganas. Cala Vento son dos chavales empordanencs de pueblo y pastizal que llegan a la Ciudad Condal y, abrumados por su belleza y dimensiones, incorporan su espíritu –real o idealizado- a la dialéctica de sus canciones (como cuando Weller se mudó de Woking a Londres, y se puso a hacer canciones con London en el título). Cala Vento son románticos, inocentes y precoces a la vez, dominan la lírica pop española como si llevasen en esto bastante más tiempo del que llevan, y afirman (adecuadamente) recoger una antorcha de manos de predecesores con mucha ventaja (Nueva Vulcano) o poca (Vàlius). Cala Vento son de lo mejor de aquí: sentimentales, víricos, tempranos y llenos de empuje pop. No paro de cantarles.

 SEX MUSEUM

Fuzz face

Independence

Sex Museum 30 Aniversario

Sex Museum ya son una institución. Los madrileños llevan 30 años dándole, lo que me alegra mucho y fastidia sobremanera, pues implica que TODOS somos unos vejestorios. Sí, usted también. Haciendo gala de su irreductible espíritu autárquico, Sex Museum no esperan la llamada de Sony y reeditan sus propios elepés. Fuzz face es su debut mod-garajero de 1987, y en él parecen los hermanos granujientos y procaces de sus aplicados primos barceloneses Los Negativos. Gamberrería pueril-teen en canciones como “Big cock” y “Sexual beast” (obsesión pubescente), versiones 60’s punk que ahora suenan manidas pero en 1987 no lo eran (“C.C.Rider” y “Psycho”) y solo una canción en castellano, “Ya es tarde” (cúspide del álbum). La portada es tan alucinante que el contenido –garaje rock de papel cebolla- quizás decepcione a los profanos. Independence (1989) es un disco mucho más entero, además de una declaración de principios en toda regla (independencia, leñe). Contiene su hit inapelable y en mi opinión mejor canción de su carrera, “Friends”, así como la pegadiza “I’m moving”. Algunos fruncieron el ceño por su evolución al sonido Detroit y hard rock, melenas cortinaje y chalecos de cuero (sin camisa), y los mods les abandonaron más o menos en masa, pero salta a la vista que esa nueva dureza les dio empuje, alas, ideas y gónadas. Lástima que no incluya el pepinazo “Where I belong”, single predilecto de los fans.

KIM FOWLEY

I’m Bad

Vinilissimo / Munster

Fowley es un jerarca loco del pop: hijo de actores del Hollywood 30’s, niño dañado por antonomasia, compositor por encargo de maravillosa basura sixties (The Seeds, Gene Vincent, The Rivingtons…), productor chiflado de un montón de grupos (¡The Runaways!), automitólogo incansable y celebrable excéntrico, Fowley tiene también en su haber tres decenas de álbumes. El semi-célebre es Outrageous, de 1968 (fue el único que entró en los charts), pero toda la producción sesentera y setentera merece la pena. I’m bad, grabado en 1972 para Capitol Records, es un ejercicio sexy de glam rock/Bowie/T.Rex/Slade con un montón de riffs stonianos la mar de macarras, donde Fowley canta (simulando carraspera de gángster) sobre chicas malas, navajas automáticas y fornicación, y viene repleto de fusiladas al “Queen bitch”. Incluye auténticos hits chicle de discoteca de barrio y futbolín, como “Queen of stars”, la sensacional “I’m bad” o “It’s great to be alive”. Fowley es maravilloso, y escuchar sus discos lo más divertido que uno puede hacer con los pantalones puestos. El mundo será un lugar mucho más gris y deprimente cuando él desaparezca.

 https://i0.wp.com/www.deejay.de/images/xl/3/5/137035.jpgLEN BRIGHT COMBO

The Len Bright Combo presents… The Len Bright Combo by The Len Bright Combo

Combo Time!

Fire

La odisea de Wreckless Eric (Eric Goulden) tiene tela. Talento precoz del punk deslavazado, firmante del clásico “Whole Wide World” para Stiff Records, Goulden acabó alcoholizado y hecho unos zorros hacia 1980, tras tres discos brillantes. Pero en 1984 se mudó a Kent, donde proliferaban los grupos de mod-garaje-punk como The Milkshakes y The Prisoners. Fue amor a primera vista. Goulden se unió a Russ Wilkins y Bruce Brand (ex-Milkshakes) y juntos formaron el mítico trio The Len Bright Combo. Grabaron dos álbumes oscuros, no ensayaron jamás y se forjaron un fiel ejército de fans. Los dos elepés, de 1985 y 1986, son pura diversión, un certero rechazo de todo lo que Wreckless Eric había sufrido en su etapa popstar. Abunda el sonido The Who, feedbacks ensordecedores, espléndida lírica a lo Ray Davies, tensión Velvetiana (en los tom-toms de Brand) y atmosfera marciana estilo Joe Meek. Ambos discos contienen su cuota innegable de nuevos hits: “You are gonna screw my head off”, “Comedy time” o la diatriba anti-yuppie “Young, Upwardly mobile… and stupid”. El grupo se disolvió en 1987 tras un accidente de furgoneta, pero esta doble reedición aplaude su impulso, emoción y alma.

RENALDO & CLARA

Fruits del teu bosc

Bankrobber

Lindísimo álbum de debut el de Renaldo & Clara. Remite de inmediato a Le Mans y el Donosti Sound, con The Softies, Alison Statton, la Margo Guryan del Take a picture y el soft-pop de Laurel Canyon enhebrados en la fórmula. Compone y canta Clara Viñals, con una voz de melancolía dominical y un balsámico acento leridano que pueden fundir casquetes polares, y la acompañan mandolinas bien utilizadas (no cansinas), pausadas baterías jazz y contrabajos de voz grave. Cuando se disparan, como es el caso de “Veueta”, clavan medios tiempos optimistas y sentidos como los de aquel “Bar-Comedor” de La Buena Vida hacia 1993. Todo bonito, sutil y elevadizo, y con letras por encima de la media. Si les juntáramos en un concierto con Coach Station Reunion las guerras cesarían de inmediato y la humanidad empezaría a enmendarse.

SKIN-DEEP

More Than Skin-Deep

THE BURIAL

A day on the town

Keep On Keepin’ Records

Nadie recuerda al ska 80’s. Quizás sea porque su antecesor inmediato, la 2-Tone, movía multitudes y millones, y en comparación los grupos de 1985 parecen unos desgraciaditos. O quizás sea porque de sus filas no salieron grupos tan versátiles y de atractivo universal como Madness, The Specials o The Beat. Pero había color, había color. The Burial y Skin-Deep, ingleses ambos, son lo mejor de una cultura que legó algunos discos asombrosos. Skin-Deep eran skins de Doncaster (más de pueblo que un tractor) y sin embargo no le daban mucho al ska (solo el “Come into my parlour” de Bleechers) y menos aún al Oi! o el punk. Lo suyo era una mezcla de The Housemartins y Redskins, pop trotante y sentimental, trompetas asmáticas, caras aniñadas pero melancolía precoz, cantos a la juventud perdida (cuando aún no se ha marchitado, como en “All the fun”) y un montón de hits grabados en lo que parece una caja metálica de galletas andorranas. Curiosidad para frikis: uno de sus integrantes acabaría en los Babyshambles de Pete Doherty (ugh). The Burial les van a la zaga. Pese al nombre cenizo (El Sepelio), lo suyo era puro skinhead pop –no es un oxímoron- escuela 1988 con toques Stiff Little Fingers/The Undertones, algo de calypso (la inolvidable “Sheila”), e incluso un par de lentas en modo protesta Billy Bragg. Todo bailable y cantable, muy working class (“A day in the town” es una viñeta de ocio proletario en la vena de los mejores Kinks), bien sentimental y subcultural. Ambas reediciones incluyen hoja interior y fanzine para coleccionistas.

(Estas son algunas críticas de álbum que han ido apareciendo en los últimos meses en Cultura/S de La Vanguardia. Nunca alcanzo a recordar dónde y cuando han salido -si exceptuamos la de Generation X, que apareció el sábado 10 de septiembre-. Otras tienen año y medio, pero imagino que a alguien pueden resultarle útiles aún)

Mi vida sin Juníperos (una semblanza de Juniper Moon)

Varios grupos del indie rock español acarrean ya doce álbumes y veinte años de carrera en sus chepas, no sabe muy bien cómo ni con qué fin, mientras que JUNIPER MOON nos abandonaron jóvenes, dejando (eso sí) un cadáver asaz agraciado. Cuatro años de existencia (1999-2003) fue todo lo que les hizo falta para difundir el pop-punk más lozano, adherente y jovial que se había visto en el país desde Los Nikis (lo menos). Y saliendo de Ponferrada, que tiene más mérito.

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Residía yo en Inglaterra por aquel entonces. Pasé allí cuatro años, de 1998 al 2001, durante los cuales -mira tú qué curioso- nadie en España me telefoneó ni una sola vez para berrear en mi oído “¡Lo que te estás perdiendo, idiota!”. Algo me olía a excremento. Por lo general, nada entusiasma más a mis amigos que poder restregar por mi faz (a cobro revertido) aquella maravilla que me he perdido, idiota, por despiste o abulia. Ahora veo que existía un motivo para aquella afasia amical: no había mucho de lo que presumir. Pues, ¿qué me “perdí”, realmente, durante aquellos años? ¿El primer elepé de Sidonie? (risa hebefrénica) ¿La carpa electrónica del FIB? (se arranca la cabellera a jirones; solloza a berridos) ¿El Primavera Sound 2001? (se atiza en la frente con una sartén mientras jura en lenguas muertas). Sería un poco como si en 1348 un genovés atrapado en plena epidemia de la Peste Negra escribiese a sus parientes congratulándose del hedor a fiambre pocho.

Pero una cosa sí me supo mal: haber sorteado, sin querer, casi toda la carrera de Juniper Moon. No. Es más grotesco aún: llegué a verles, allá en su Ponferrada natal, teloneando a Los Fresones Rebeldes en la gira veraniega del 98. Pero entonces ¡zas! y desaparecieron de mi lado. Fue un contacto tristemente fugaz, tan acelerado como algunas de sus canciones. Asimismo, los recuerdo como un eufórico grupo de punk-pop sin miriñaques ni ornamentos: solo estribillos y letras chulas. Juventud y desparpajo certificados. Raquel, Sandra, Dado, Jaime e Iván: collares surferos y polos marca blanca, sin dárselas de nada. Digámoslo ahora: yo nunca comulgué con la segunda hornada española de pop fifí -los descendientes de Fresones Rebeldes eran más pijos y cursis que sus mentores- pero Juniper Moon se antojaban naturales, pueblerinos (como algo positivo; pienso en XTC, vamos) y limpios (de espíritu). Muy poco de figurar y hacer mohines, si entienden lo que trato de expresar.

The Life and times

Los Juníperos se habían formado en el año 1996 en Ponferrada (León), no en Shoreditch ni en el East Village. Ponferrada. Ahí tienen lo opuesto de una cuna cosmopolita vibrante. Iván, director de la banda y avezado productor de rimas consonantes, recuerda así su lugar de orígen: “En sitios como Ponferrada era una odisea hacer cualquier cosa, pero en aquella época era muy divertido, aún quedaban sitios donde se hacían conciertos regularmente y en ellos vimos un montón de grupos que nos marcarían. Aquel pueblo grande estaba dividido en dos escenas muy marcadas y diferenciadas, una muy indie y moderna y otra mucho mas clásica y conservadora. A nosotros nos gustaban las dos”.

Rocanrol e indie pop. Tunga-tunga y la-la-lá. Y monopatines, ridiela. En aquella época, según Iván, “todos los chavales estábamos influenciados por la hornada de grupos post grunge, por el hardcore melódico y las bandas de skate punk. Cosas que habían aparecido de la nada y se antojaban más frescas, divertidas y accesibles que la tradicional escena metal o rock. Aunque esa era la intención inicial, muy pronto descubrimos que no sabíamos tocar y que para sonar como NOFX había que tocar mucho”. Juniper Moon se bajaron rápido las bermudas pero mantuvieron los calzoncillos de punk-pop soleado, combinándolos con Los Planetas y noise pop patrio. A Iván no le tiembla la voz cuando apunta que “Los Planetas han sido el grupo Español mas influyente de los últimos veinte años. Nos gustaban mucho y ejercieron una fuerte influencia en nosotros. Creo que lo peor de ello es que, siendo jóvenes e influenciables como éramos, alguno de nosotros intentó imitar lo que suponíamos era su estilo de vida en algún momento. Y eso no fue bueno. En mi caso casi fatal, diría yo”.

Con o sin agentes intoxicantes, “aquella extraña mezcla de chavales aburridos”, como les define Iván, se consolidó como el gran grupo de punk-pop español de la década. Revisitando sus discos, salta a la vista que la mayoría de canciones tienen un extraordinario potencial de hit: de haber nacido en 1981, en plena Movida, se lo hubiesen comido todo. En su alboroto juvenil escucho hoy trazas de Parasites, Flop, Ash, Talulah Gosh, Helen Love o The Undertones. Iván asiente con inusitado vigor: “Todos los grupos que has nombrado. Manta Ray también nos parecían lo más,  veíamos Asturias como el centro del universo. Y grupos como Depressing Claim en Castellón. Dado [guitarra] era muy indie y trajo grupos americanos como Dinosaur Jr, Pavement o Sebadoh. Yo pasé mi adolescencia escuchando los discos 60’s y power pop de mi hermano mayor. La explosión de eclecticismo total se produjo cuando conocimos a Luis y Montse [de Elefant] y comenzaron a descubrirnos grupos alucinantes. Recuerdo a Luis sentado en el sofá de su antigua casa de Las Rozas pinchando singles y dejándonos con la boca abierta una y otra vez. Le debo todo el C-86 y el Shoegaze”.

Subidón de la década

Juniper Moon gozaron de un éxito razonable en mitad del erial nacional. No me necesitan a mí para hacer historia; existe una cosa llamada Google. Pero resumiendo: giraron, tocaron, fumaron, grabaron tres singles y un álbum (ver despiece), Steve Lamacq los pinchaba en su Evening Show, Rough Trade los incluyó en el recopilatorio Indie Pop 1 (Iván comenta al respecto con amargura que “generalmente la gente le empieza a hacer caso a tu grupo cuando tú ya estas cansado de él”) y pasaron cuatro años siendo adalides del mejor pop rápido español. Pese a su prisa congénita, los indie-poperos les amaban sin reservas. “Yo lo recuerdo con mucho cariño”, afirma Iván con alegría cautelosa, “tengo muy buenos amigos de esa época. Durante mucho tiempo habíamos intentado (sin éxito) ser aceptados por la escena punk clásica del momento. Para ellos éramos unos bichos raros y no nos hacían ni caso. Entonces Juan de Pablos comenzó a pincharnos, más tarde Luís en su programa, y comenzamos a tocar con Fresones o TCR  en fiestas que organizaba el fanzine Yo-Yo. Aunque seguíamos sintiéndonos demasiado punk para los pop y demasiado pop para los punks, lo cierto es que nos hacían sentirnos muy queridos e integrados en todo aquello”.

Bajón del año

Viene la nota triste: su chocante disolución. Peor: Iván ya no mantiene contacto alguno con los antiguos miembros de su banda. “Fuimos muy amigos”, recuerda, melancólico, “era un grupo de verdad, al menos para mí, y tal vez por eso, pasado el tiempo (aunque no le guardo rencor a nada ni a nadie en esta vida) hay cosas que aun recuerdo con dolor y tristeza, ese tipo de cosas que se atragantan de chaval y que, aunque superas con el tiempo, marcan tu personalidad y el resto de tu vida. Pero sí, creo que en general nos quisimos todos mucho los unos a los otros casi todo el tiempo, incluso cuando las cosas empezaron a ir mal”.

¿Cómo de mal? (es razonable preguntar). “Creo que Juniper Moon era un grupo abocado al desastre”, contesta, “como la primera relación sentimental, esa en la que aprendes que algunas veces por mucho que quieras no puede ser”. Iván continúa desgranando el clásico esquema de tensión disolutiva en todos los grupos incipientes: “Digamos que las prioridades siempre fueron distintas. Para mí lo único importante era tocar y hacer todo lo que se pudiera, ensayar cuanto más mejor y trabajar en el grupo. En ese sentido Juniper Moon siempre tuvo un rendimiento muy bajo en proporción a la cantidad de ofertas que tenía, nunca exprimió su suerte. Aquello me terminó minando: cancelar conciertos, no querer tocar, preferir un café con un amigo a un ensayo eran cosas que ni entendía entonces ni entiendo hoy. Llegó un momento, mientras preparábamos el segundo disco, en que yo ya no pude más con la frustración y decidí dejar el grupo y empezar de cero”. Ese de cero es, ustedes ya lo saben y yo acabo de caerme de un guindo, Linda Guilala. Pero se trata, claro está, de otra historia. Iván parece parafrasear a Los Flechazos cuando se despide con un escueto: “Lo conseguí, soy feliz”.

Máxima brevedad (discografía casi completa)

https://f4.bcbits.com/img/a0602250743_10.jpg¿Volverás? EP (Elefant 1999): Su debutazo (pese a la portada). Hay power pop eufórico a lo Bum o Dickies (como “XXX”, con su letra llena de “ojos vendados”, “calor húmedo” y “nuevas sensaciones” (ejem), producto obvio de un calentón pubescente), contagio del bacilo Los Planetas época Una semana en… (su proto-hit “¿Volverás?”) y otro de esos sensacionales himnos al viernes por la tarde (“Viernes por la tarde”) que son pieza capital del pop juvenil.

Basado en hechos reales EP (Elefant 2000): Juniper podían ser a la vez dulces y ácidos, como un Kojak. En este segundo EP lanzan otro hit imperecedero (la filo-oda al fetichismo “Tus pies”, que es “Who wrote holden Caulfield?” + Sugar + J Church), dos temas que rozan el medio tiempo spectoriano de 1962 (“Me siento mejor” y “Un sueño tan solo eso”) y, de premio, otra castaña de superpop noventero al modo Superchunk/Sugar (“16 de septiembre”). Máxima cantabilidad, enormes ganchos. Engañosamente fácil, como una novela de John Fante.

El resto de mi vida LP (Elefant, 2002):  Uno de aquellos discos de pop que se mudan al vecindario de la excelencia. Emociona y se adhiere a la piel con inclemente facilidad. Se sostiene en un deseable vórtice que cruza C86, tradición power pop americana (Pointed Sticks, Pezband, The Plimsouls) y punk-pop sobreacelerado y modorro inglés del 79-82. En mi opinión es casi una colección de singles, sin desechos ni sobrantes. “Maldita ciudad”, “Puro teatro”, “No te pongas el sombrero”, “Madrid”, “Quiero verte una vez más”, “JM y la furgoneta azul”… Así hasta las quince. Espléndido.

Solo una sonrisa EP (Elefant 2003): Su despedida (¡no os vayáis!). Tres canciones estupendas que abarcan de Talulah Gosh a The Stand GT hasta los Pavement más hiteros. “Superstar” sigue siendo de mis favoritas de su repertorio. Y por añadidura las letras estaban la mar de bien.

Kiko Amat

(Esta pieza se escribió para y se publicó en un Rockdelux, pero no recuerdo cuál. Uno de hace un par de meses, diría yo. Como no aparece en web, se lo incrusto yo aquí)

 

La canción del viernes #19: THE PROMISE RING «Emergency! Emergency!»

Del disco Very Emergency (Jade Tree, 1999).

Hey Ringo!

https://i0.wp.com/estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/8/4/icoy9748307-ringo-julian160913220106-1473797073848.jpgAyer estuve en un entierro. Jamás fui íntimo del hombre que había fallecido, pero es de justicia afirmar que sin él muchos de nosotros no estaríamos aquí, o al menos no en el modo presente. Se llamaba RINGO, y fue el primero en muchas cosas. Vivía en el 13 pero el 1 cayó, hace un mes.

Su obituario no ha aparecido en casi ningún lado, porque Ringo fue un pionero de lo subterráneo, y hay culturas que son más culturas que otras, y él permaneció en lo underground por pura actitud personal y asco hacia lo banalizado y amor al pop y a su visión. Tan personal, tan poco voluble al viraje o la aquiescencia o a las modas pasajeras. Ringo era el super-individualista. El auténtico face.

Me dirigía yo a escribirle una buena despedida, a Ringo, un escrito lustroso y que estuviese a la altura de su talla emocional y cultural en mi vida (y la de muchos otros), pero se me adelantó alguien con mucho más derecho a hacerlo. Su amigo Víctor «Mágico» López. Salió publicada hoy mismo, en El Periódico. Léanla, por favor. Dice todo lo que hay que decir, y por añadidura les propina un buen cate ladeado a los ceporro-mods de la época, los que jamás entendieron. Ni a Ringo, ni nada (en general).

Y lean también esta encuesta de la serie «Yo fui el primer…» que Ringo le contestó a La Escuela Moderna, mi ex-fanzine, hace cinco años. Si al terminar leen también mis notas biográficas, comprenderán por qué Ringo fue más que crucial. Iba a decir que él fue el graduado en underground original, pero fue más bien el decano. El maestro de muchos, incluyéndome (por supuesto) a mí.

Adiós, Ringo, child of the sun.

Aquellos veranos cachumbos

Kiko Amat realiza una mirada satírico-naturalista parcial a los veranos de los 70 y 80, cuando un agosto duraba más que el Reich de los Mil Años, la televisión era “didáctica” (o sea, plomiza), la selección española era el equipo más risible del cosmos (como hoy, de hecho), no existía internet y la sociedad no se hallaba abocada al armagedón espiritual. Un momento: ¿o sí?

1982 3002

“Mira esto, no tiene valor”, aducía con visionario olfato el malo de En busca del arca perdida, “diez dólares en cualquier vendedor de la calle. Pero si lo cojo y lo entierro en la arena durante mil años, entonces ya no tiene precio. Como el Arca”. El mismo procedimiento parecen esgrimir los nostálgicos respecto al pasado reciente de este país: enterramos las décadas de nuestras (agridulces) infancias y (castas) juventudes en la arena, y ahora que hemos cavado para exhumarlas y vuelve a darles el aire, resulta que son rubíes y maravedís, no la deprimente cordillera de estiércol que recordábamos.

Aquí donde me ven en toda mi insignificancia no soy inmune a la nostalgia, ni siquiera a su vertiente Todo a 100. Soy tan propenso como cualquier hijo de vecino a caer en la remembranza melancólica con tintes cripto-épicos: aquellos eran buenos tiempos, ya no se hacen películas como esas, las manzanas sabían a manzanas, y todo eso. Pero creo que como comunidad nacional, como volk más bien aturdido, y aunque nuestro talante sea la sangre caliente y el alboroto genital, urge detenerse a tiempo. Pues la racionalización fuera de contexto, combinada con salpicaduras de populismo y virutas de conceptualización falaz, puede hacer que cualquier insensatez del ayer suene razonable. Incluso inspiradora (si mienten lo suficiente).

A modo de ejemplo: Un Pingüino En Mi Ascensor. Acabo de leer una entrevista reciente con su instigador, y me he hecho más mala sangre que un vampiro hemofílico. Porque si uno no acude raudo a Youtube a atestiguar la palmaria falsedad artística de lo aseverado en ese texto, lo allí descrito suena razonable, incluso (ejem) inspirador. Por supuesto, no era así; Un Pingüino En Mi Ascensor era vomitivo. Puro excremento banal, y no banal-del-bueno, como “¡Gabba Gabba Hey!”, Chiquito de la Calzada o las bromas caca-céntricas de mi hijo menor.

Y por eso mismo, empapado de inflamable indignación en una playa ampurdanesa, me veo forzado a revisitar una vez más, al modo Betjemanesco (melancolía + repelús), los verdaderos entresijos de los veranos del pasado reciente para ustedes, fieles lectores de Cultura/S.

https://i0.wp.com/bright-cars.com/uploads/seat/seat-124-d/seat-124-d-05.jpg1 “Lo importante no es el destino, es el viaje”, afirmaba el poeta Kavafis, quien nunca fue invitado a subirse al 124 de mi padre durante el tórrido verano de 1979. Aquellos VIAJES familiares Sant Boi-Gandesa, cuyo trayecto sitúa hoy Google Maps en unas irrisorias 2h 15 min., se me antojaban entonces como algo salido del Pentateuco. Un Gran Éxodo, una de esas migraciones desesperadas en pos del Nuevo Mundo, cuando el grupo que llegaba a la orilla Oeste era uno completamente distinto del que salió del Este tres generaciones atrás, y un 85% del grupo original había fenecido por inserción de flecha Sioux en tráquea. Sí: eso era un paseíto a Gandesa en 1979. ¿Cómo? ¿Que cuanto tardábamos en llegar? No sé decírselo en horas, porque nosotros lo calculábamos con vomitonas: unas cinco (L’Escala eran dos). Supongo que algunos mozalbetes granujientos de hoy en día solo habrán viajado a la velocidad de la luz en el Lexus de papá, pero para mí la normalidad tenía esta pinta: cinco infelices hacinados en un vehículo que era, esencialmente, un motor de Scalextric envuelto en papel de plata, sin aire acondicionado, respirando los Chesters encadenados que fumaba el pater familias, cuyo humo se mezclaba en el coche con el hedor acre de mis regüeldos lácteos y el Tulipán Negro de las axilas maternas. Peleándonos a puñetazos. Con mi padre al volante, tratando de restaurar el orden filial a base de ciegos guantazos al asiento trasero mientras luchaba por mantener la vista fija en una carretera comarcal con más curvas que un intestino delgado. Y de fondo, en la radio, la versión española del “Chiquitita” de ABBA. La peor canción de la historia.

Resultat d'imatges per a "amor de hombre mocedades"

2 De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda entre algunos críticos musicales panfleteros lo de criticar la preponderancia de cierta música “anglo” en nuestras ondas. En plan: ¿por qué nos rendimos a la música pop anglosajona, con la de delicias sónicas que imperaban en la península? A todos estos críticos amnésicos y  demagógicos me limitaré a ofrecerles una lista muy somera de lo que se escuchaba entre julio y septiembre de 1982 en los chiringuitos, discopafs y taxis del país: “Amor de hombre” de Mocedades, “Un toque de locura” de José Luís Rodríguez, “Despiértate mujer” de José Velez, “Felicidad” de Al Bano y Romina Power, “Las leandras” de Luís Cobos (la zarzuela como himno de un régimen totalitario en una terrorífica distopía futurista), “Oh Gaby” de Iván, “Ebony and ivory” de Paul McCartney (una canción más mendaz y sensiblona que Jennifer Aniston vestida de Teletubby), “Eye in the sky” de Alan Parsons Project, el aborrecible “Moonlight shadow” de Mike oldfield (que mis hermanos y yo cantábamos diciendo “VADUEIII DE VILADESAII”)… Lo único que redime a 1982 es que, contra todo pronóstico, Leño llegaron al #1 con “Que tire la toalla”. Pero visto esto, y considerando que en una isla vecina el #1 indiscutible del verano de 1982 era el “Come on Eileen” de Dexy’s Midnight Runners, lo raro no es que acabase imperando lo “anglo” por aquí. Lo raro es que no tuviese lugar una emigración en masa. Lo raro es que no clamáramos por una invasión definitiva. Lo raro es, vaya, que este periódico no esté en inglés.

3 Quizás fue la insolación. Es un hecho de sobras conocido y comentado en ascensores y tertulias de sobremesa con los suegros, pero supongo que aún sufren pesadillas con el tipo de PROTECCIÓN SOLAR que utilizábamos (por imperativo paterno) los niños de los 70’s. ¿Cómo es posible que no muriésemos todos, adultos e infantes, reducidos a humeantes rescoldos en cualquier playa del litoral catalán? Mi madre, en 1977, se empastifaba de algo llamado Crema de Zanahoria, un anaranjado “potenciador” del bronceado sin filtros de ningún tipo que actuaba en la dermis como Patfuego lanzado a lo loco en una barbacoa de borrachos. A los niños, claro está, aquel engrudo pirobronceante nos estaba prohibido, pues podía provocar que chisporrotearan nuestras delicadas pielecitas. Por eso nos sepultaban en vulgar Nivea hidratante, una crema sin propiedades protectoras conocidas por la ciencia.

4 Para cubrirnos del inclemente astro rey estaba la ROPA de verano. A juzgar por los peinados y atavíos que lucían mis padres, y si mis viejas fotos no mienten, en 1975 tuvo lugar una terrible tormenta que encogió todos los bañadores a talla taparrabil y chamuscó todos los peinados (se trataba de una tormenta eléctrica). Nuestros padres no deberían haberse confiado, pues al poco tiempo un nuevo huracán acabó de arrancarles de la piel los ya de por sí exiguos pedazos de nylon que cubrían su catálogo de colgajos. Sí: estoy hablando de NUDISMO, amigo lector. Mis padres, y los de muchos de ustedes, decidieron apostar por la causa del despelote del mismo modo en que muchos otros se abalanzaron a los juzgados cuando se aprobó la ley del divorcio de 1981: por pura sed de libertad, y a lo cafre. Por desgracia, también decidieron exhibir sus escrotos y felpudos en el preciso instante en que yo empezaba a almacenar recuerdos, y unos diez años antes de que yo tuviese el primer pensamiento sexual. Por eso aún hoy me despierto sudando en medio de la noche. Por eso mi sueño de la desnudez en público no es una paparrucha freudiana, sino un recuerdo certificable.

5 Lo que no ha cambiado son los CAMPINGS. Quiero decir los campings de 1ª categoría: esos están igual que como los dejé en 1991 (mi último año de vigilante campinguero). Aunque conviene recordar que el camping es como el chóped: por mucho que pagues más, continúa siendo chóped. Añadirle sofisticación a un camping es como añadirle violines al “Ladillas” de los Mojinos Escozíos. Por eso muchísimos empresarios de los setenta optaron por fundar campings low cost, sabedores de que la turba cariada y muñonosa de allá fuera no echaría de menos los ornamentos parcelísticos ni los retretes sin plagas. El lugar escogido para tal fin no fue otro que el litoral del Llobregat, vertedero-para-todo de la época (aún me sorprende que no pusieran una central nuclear en pleno Viladecans), que durante las décadas de esplendor 80’s albergó a siete campings de baja cuna pero alta ocupación. Como La Tortuga Ligera, que era (me autocito) “un camping de 2ª, y por tanto tu parcela se regía por tu ley, como una ciudad-estado mesopotámica (…) Menos colocar a las puertas de tu terreno un nido de ametralladoras o a un hereje enjaulado para su escarmiento público, en La Tortuga Ligera podías instalar los extras que se te antojaran: un huerto de hortalizas para consumo familiar, foso con puente levadizo, fuentes decorativas, almenas para arqueros, perímetro vallado o una réplica 1/1 de los jardines de las Tullerías”.

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Quienes veraneábamos allí –y en La Ballena Alegre, y en El Toro Bravo…- éramos clase obrera con certificado de despiojado al día, pero de vez en cuando divisabas por ahí a un fulano con haiga Mercedes y caravana de feriante, lo que te hacía dudar de tus propios ojos, así como de su cordura. Quiero decir: ¿por qué un hombre rico desearía veranear como un pobre? A mí eso no me entraba en la cabeza. O era obsceno slumming it (camuflarte entre la common people para que te invitaran a copetines del PSUC) o una falacia (plazos del Mercedes a pagar hasta el 2043) o al caballero aquel le faltaba un hervor. En fin: los campings chabolísticos catalanes de nuestra niñez cerraron en el año 2005, y allí se cerró otro entrañable capítulo de nuestro pasado reciente sin que nadie le haya puesto un museo nostálgico o un nombre de plaza. Está claro que hay culturas que son más culturas que otras, que podría haber dicho Orwell.

5 Uno de los elementos veraniegos que más nostalgia feroz despierta, asimismo, es la televisión. Es mencionar Mazinger-Z o Verano Azul y comprobar como de inmediato el interlocutor, que dos minutos antes estaba obsequiándonos con una interminable perorata hegeliana sobre la “hipnosis colectiva de los medios de comunicación de masas en el siglo XX”, se transforma en una especie de osito manga con retina centelleante y sonrisa de pitufina. Oh, la tele de nuestra niñez, cuando a la sazón todos mirábamos la misma caca lava-cerebros a la misma hora, como el sueño húmedo de algún dictador chiflado. Nadie parece inmune a la nostalgia televisiva. Excepto yo, quiero decir. Como cronista de objetividad probada he acudido a las dos series mencionadas para ratificar su valor específico. Y lo que he hallado, tras tragarme un número de capítulos que habrían mandado a las celdas acolchadas a cualquier otro columnista con menos temple, es lo siguiente:

 a) Verano Azul: La serie que firmó Antonio Mercero en 1981 es, como aduce Mercedes Cebrián en su atinado Verano azul: unas vacaciones en el corazón de la transición (Alpha Decay), un “referente cultural de primer orden”, uno de los mejores símbolos de la llamada Cultura de la Transición (CT) y una “sinécdoque utópica” (esto tuve que buscarlo) “de como se desearía que fuesen las cosas” en aquel carpetovetónico país circa 1981. Es una pena que de entre todas las brillantes teorías que esgrime su libro, Cebrián olvide la que para mí es crucial: Verano azul era escalofriante. La autora del ensayo la clava al fijarse en que ninguno de nosotros jugaba a Verano azul, pero me temo que no era porque resultara “pecaminoso, como jugar a concelebrar una misa”. Uy, qué va. Era, simplemente, un asco de serie. El elenco era más pedestre y desesperanzador que… Que el alumnado hurga-napias y culo-mugriento de mi propia clase de EGB en 1981, ahora que lo pienso. ¿Y quién querría ver su miasmática vida infantil postfranquista representada a tiempo real en la televisión de la época? No, por Dios: la mayoría de nosotros jugábamos a ser caballeros Jedi, policías corruptos con métodos brutales, piratas o brutos mecánicos, pero no a “hacer ver” que éramos una pandilla veraniega de españolitos cursis en shorts ultraprietos. Los niños 70’s, o cuanto menos los catalanes de raigambre proletaria, nacimos de la derrota política, la opresión religiosa y la aniquilación sexual, y crecimos en un mundo monocromático y reprimido. Lo último que queríamos era realismo social, y lo que más deseábamos era evasión por cualquier método a nuestro alcance. Preferentemente galáctico.

Y Verano azul era progresista, en efecto, solo que de ese Modo Transición, timorato y cenizo, que solo los españoles parecen considerar un atributo. Sí, Verano azul le explicó pacientemente a la carcundia de antaño que una mujer podía tener hijos sin estar casada (eso sí, subrayando que “el cauce normal para tener hijos es el matrimonio”, no fuese que los del sable repitieran el 23-F), que la especulación inmobiliaria era mala, que la violencia era inútil (no fuese que los perdedores de la Guerra Civil se acordaran del pogromo) y que, bueno, no había que meterse con las chicas que llevaban ortodoncia. Pero nos ofreció estas enseñanzas de un modo que daba ganas de saltarse la tapa de los sesos. Verano Azul era la UCD, Carlos Saura, Ana Belén, “Don Bosco nos dice que tenemos que estar alegres” y el “Libertad sin ira” de Jarcha. Como también me sucede con la serie americana Mozart in the jungle, me resulta imposible ver un capítulo de Verano Azul sin desearles una muerte grotesca a todos los personajes que aparecen. Sí, a Quique también, aunque yo no recuerdo quién era, y ustedes tampoco.

 https://kikoamat.files.wordpress.com/2016/09/8f24f-52_sayaka_y_koji_tienen_una_pelea-avi_000239572.jpgb) Mazinger Z: Es la prueba irrefutable de que vislumbrar el pasado a través de lentes rosáceas produce imágenes distorsionadas por el afecto, el anhelo o la añoranza. Yo mantengo un estrecho lazo afectivo con Mazinger-Z, el anime que protagonizaba el homónimo bruto mecánico, y que se emitió en España durante el verano de 1978. Padecía yo por aquella época una hepatitis aguda que me mantuvo prostrado en cama más de un mes, y me tragué todos los programas de TV del verano, entre plato y plato de macarrones hervidos. Mi favorito era Mazinger-Z, y desde el plegatín improvisado en casa de mis abuelos (mis padres y hermanos se habían ido de vacaciones sin mí, convirtiéndome en novelista de un plumazo), con los ojos amarillentos y los meados musgosos, seguí las aventuras de Koji Kabuto y su robot a través de los 32 capítulos que se pasaron en España. Fueron mis siete años de edad y mi imaginación supletoria, qué duda cabe, los que impidieron que reparara en lo que hoy, a mis cuarenta y cinco recién cumplidos, es ineludible: Mazinger-Z era más mala que la sífilis. Dejando de lado sus censurables enseñanzas morales, como que las niñas son débiles y bobas (Koji incluso le cruza la cara a Sayaka en el capítulo #7), nada en Mazinger-Z supera un análisis superficial: las tramas, pueriles y estólidas a más no poder, incluso para una mente de mameluco como la mía; las domingas volantes de Afrodita A, dignas de Esteso & Ozores; la machacona insistencia en las aplicaciones positivas de la “energía fotónica”, pese a que capítulo tras capítulo solo la vemos empleada en mortíferos monstruos de metal y ciudades arrasadas; la cantidad infernal de tiempo-por-capítulo que Koji y su panda emplean yendo arriba y abajo con las amotos; los sicarios del Dr. Hell, quienes en plena época de armamento futurista, “huracán corrosivo” y “fuego de pecho”, van armados solo con espadas (y en minifalda)… La única conclusión posible es que Mazinger-Z era una chapuza infumable. Dicho esto, se la estoy pasando a mis dos hijos (a modo de cruel experimento médico) y me maravilla comprobar que no le ven pega alguna, de lo que podemos deducir que los niños no tienen criterio, y que se les puede engañar como nos plazca. No les hablo, por cierto, de Más vale prevenir, La clave o las mierdatones de siete horas de Fórmula Uno de nuestra infancia, porque me darían ganas de viajar al pasado; solo que no para matar a Hitler, sino a Calviño, director de TVE de aquella época. Y también porque le restaría espacio a este último clásico:

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6 El Mundial ’82. Recuerdo con notable cariño el único mundial de fútbol celebrado en España, tal vez porque aquella sería una de las últimas ocasiones en que compartí afición con el resto del país. Sí, en 1982 formé parte del zeitgeist y del mainstream, en lugar de ser lo que soy en la actualidad: un descastado que los escruta desde fuera mientras se rasca las nalgas con rictus de babieca (o echando espumarajos por la boca). Lo curioso es que a mí el deporte me la traía completamente al pairo. Lo que me atraía del circo aquel eran los mitos, las rencillas, las rarezas nacionales, las historias, el salto de un solo pie de Kevin Keegan (mi ídolo), la edad bíblica de Dino Zoff, portero de la selección italiana a punto de entrar en la senectud (en realidad solo tenía cuarenta y dos años) y también el que la mitad de los futbolistas seleccionados hubiesen aparecido un año antes en Evasión o Victoria. No los españoles, por descontado: la “roja” fue la rechifla del mundial, y dejó al país en su tradicional rol de zopenco iletrado que no sabe utilizar los cubiertos; nuestro destino en lo universal. El resto del Mundial ‘82 fue típicamente patrio: sonaron las sevillanas soeces de Pepe Da Rosa; se dieron dos escándalos vergonzantes (Alemania y Austria pactaron un empate para pasar a la final; el hermano del dictador de Kuwait “persuadió” a un arbitro para que anulara un gol de Francia); Kevin Keegan sufrió una dolencia en la espalda y casi no pudo jugar (“la lesión de Keegan es ya tan larga como misteriosa”, anunciaba La Vanguardia del 25 de junio de 1982); el alemán Schumacher dejó inconsciente y sin dos dientes (como lo oyen) al francés Battiston y no le picaron falta; y no sé si he mencionado el sensacional ridículo que hizo la Selección Española.

Les contaré otra cosa que quizás no sepan, y que es también muy spanish 80’s: a la Selección Italiana la alojaron, con grandes aspavientos de prodigalidad, en Sant Boi (quizás como penalización por el caprichoso cambio de bando que efectuó Italia durante la Segunda Guerra Mundial), en un hotel más o menos aparente que sin embargo solo tenía vistas espléndidas al cenagoso extrarradio industrial barcelonés. A mí esto me hace aún una gracia muy tremenda, porque demuestra de forma diáfana que en los 80 todo se hacía sobre la marcha y de oídas, y que si en aquella época llegan a venir a Barcelona los Rolling Stones los meten en un bungaló con goteras de El Toro Bravo.

En todo caso los de mi clase y yo fuimos al hotel aquel a ver si conseguíamos avistar la barba hasta los pies del venerable Zoff, pero nos echaron con cajas destempladas y sin que hubiésemos podido siquiera tirarle a Paolo Rossi una moneda de 25 pts al colodrillo. Para colmo (preparen risa), los italianos no pudieron entrenar en el campo del FC Santboià, porque estaba hecho una piltrafa y plagado de cascotes (rían ahora), y se marcharon al de uno de nuestros rivales históricos, Gavà. Pese a todos estos contratiempos, Italia ganó el mundial, cosa que yo ni siquiera recordaba (estaba convencido de que había sido Brasil).

Lo que nadie es capaz de olvidar, sin embargo, es a Naranjito, la conspicua mascota del mundial ‘82, una especie de cítrico fatty de supuesto origen valenciano con una mueca facial más petrificada que el zapato de un cadáver en un accidente alpino. No se engañen más: eso es 1982, eso es el verano de nuestra infancia: Naranjito El De La Sonrisa Inquietante. Y por mucho que lo entierren y esperen mil años seguirá siendo la misma catástrofe churrosa e impresentable de entonces.

(Artículo de carácter «refrescante» que escribí para el suplemento Cultura/S de La Vanguardia, en el mes del año en que todo el mundo lo usa para envolver churros. Salió el 13 de agosto, a todo color. Lo pasé pipa escribiéndolo, pero no se si había alguien ahí fuera para leerlo).