Me encantaría recordar cuándo escuché Frosting on the beater de The Posies por vez primera, pero soy incapaz. Sé que se plantificó en mi vida en mitad de los Años Oscuros, 1993-1995, y representó el papel de boya en la inmensidad de la ciénaga. Algo donde agarrarse, cuando parece que ya no haya sostén ni razón, cuando sientes que has entrado en la vía muerta (¡y solo con 21 años!) y el resto de tu vida va a ser eso: esa mierda. Luego, como se explica en Mil violines, todo cambiaría. 1995 sería (¿cómo lo escribí?) el año en que todo acababa y todo parecía empezar, una cosa rarísima, un año vórtice de libro y de campeonato. Pero antes: entreguerras. El horrible 1993, el nefasto 1994: los años peores, tiempo de claudicaciones; todo el mundo los tiene. Durante esos dos años ominosos escuché varios discos que me dieron luz cuando no veía ni torta, discos como árnica, sanadores de heridas y muletas en la pesadumbre: el debut de Zumpano, los EPs franceses de los Four Tops (que le compraba a un señor sin dientes de Sitges), el “Carrie Anne” de los Hollies, las cintas del Breakaway Soul Club y del Club Soul de Barcelona, Heavenly, Jawbreaker, el Creator y el Lick, TFC y, muy especialmente, el Frosting on the beater.
Tengo un momento con Frosting on the beater. Un instante claro: en la playa de Sitges, a las dos del mediodía de un luminoso martes de primavera de 1994, escuchando “Burn & shine”, dándole al REW i volviéndola a escuchar. Más fumado que Ho-Chi-Minh, con espirales en las pupilas, pero guardando la instantánea, pensando que era uno de esos momentos buenos, de esperanza, que recuerdas y saboreas cuando ya ha pasado. Como si fuese un trampolín hacia tiempos menos aciagos.
Tras escuchar 100.000 aquel disco (¡cinta!) de los Posies, los abandoné. Los olvidé, seguramente tratando también de borrar de mi memoria el 1993-94, pretendiendo que no habían sucedido. Años después escuché el Failure (Popllama, 1988), cuando celebraba su quinceavo aniversario, y se convirtió en uno de mis discos predilectos, hasta hoy. Asimismo, no relacionaba aquellos Posies con estos Posies. Era como si fuesen dos grupos distintos, pese a los coros similares y las familiares voces de Jon Auer y Ken Stringfellow.
(Nota: también les vi en directo, ahora lo recuerdo. Teenage Fanclub y The Posies, 11 de noviembre del 1993, en Zeleste 2. Un concierto extraordinario. Frosting on the beater y Thirteen. Y los dos grupos salieron juntos al final, haciendo el bobo y pasándoselo en grande, para una versión del “September gurls” de Big Star. Y empezaron a colgarle guitarras encima a Brendan O’Hare, que se MONDABA).
Hoy, en el año 2013, decido importunar a Ken Stringfellow en su hogar francés y sepultarle en un cuestionario tan didáctico como apasionado. Hablamos de Simon & Garfunkel, el maquillaje de Jon Auer, lo malos que eran Soundgarden, pasar tests de autismo, copiar de forma flagrante a XTC y nacer en un pueblo tan pequeño que ni siquiera cuenta con suficientes punk rockers para formar un grupo.
Me gustaría saber cuál es tu formación pop: si se escuchaban discos en tu casa a menudo, si tus padres tocaban algún instrumento, esas cosas. A menudo suelen explicar la proclividad de un determinado artista.
Mis padres no eran músicos ni tocaban instrumentos, pero en casa sonaba música frecuentemente. La gama de estilos era muy amplia, pero siempre oscilaba alrededor de los éxitos del momento que sonaban en la FM americana. The Carpenters son un buen ejemplo del tipo de sonido que imperaba en el hogar, y yo estaba absolutamente enamorado de ellos. Más adelante empecé a investigar en la colección de discos de mi madre: Beatles, Beach Boys, música clásica y también easy listening, crooners del tipo Nat King Cole y Frank Sinatra. El músico más altisonante de la casa era Tchaikovski, siempre sonaba muy fuerte y me emocionaba. Acabó gustándome mucho. De hecho, puedes ponerme cualquier cosa de música clásica y existen grandes posibilidades de que pueda decirte quién es el compositor y el nombre de la pieza. En aquella época absorbí todo eso como una esponja. Las emociones y mensajes que aquellos discos comunicaban significaban para mí mucho más que todos mis compañeros de clase juntos. Eran cosas con las que podía identificarme.
Eso suena a educación nerd al cubo. Chaval raquítico apegado a sus discos, maquetas, libros de la Segunda Guerra Mundial, escuchando mensajes en clave en cada cosa e imaginando mundos privados.
¡Sí! En un grado muy alto; ni te lo imaginas. Llegaron a hacerme tests de autismo, y aunque el médico decidió que mi patología no era esa, podría haberlo sido perfectamente. Tenía inmensas dificultades para comunicarme con la gente. Para mí era una tarea ardua, era un desastre relacionándome con el mundo exterior, me comunicaba fatal. Para colmo, mi familia estaba constantemente trasladándose de un lugar a otro. Era mucho más joven que mis compañeros de clase, así que en uno de esos traslados me acabaron bajando a un curso inferior. Aquel fue un periodo delicado, por no decir otra cosa. Cuando empecé el instituto estaba ya afincado sólidamente en el campo nerd, sin esperanza de traslado al otro lado. Era muy buen estudiante, y para colmo tenía sobrepeso. Hasta que mi cuerpo empezó a autorregularse y regresé a un peso normal no adquirí algo de confianza en mí mismo y empecé a ser algo más popular.
La música ha sido la válvula de escape primordial de los nerds sin esperanza del siglo XX.
Sí, y tiene sentido. Es un lenguaje social aceptado de forma universal, así que si uno de tus problemas es la comunicación, tocar música puede ser una buena respuesta a tus problemas de mutismo y aislamiento. En las conversaciones que uno escucha diariamente la dinámica dialéctica entre interlocutores suele ser de maestro y siervo o algo sacado de El señor de las moscas: la ley del más fuerte. Esas dinámicas de poder pueden ser muy perjudiciales si te ha tocado estar en el lado malo de la moneda. Idealmente, la música es una cosa pura y buena. Es un lenguaje matemático que incluye emociones, lo cual es por definición una cosa guay.
El origen nerd, por otro lado, parece haber sufrido una transformación extrema en nuestros días. Los músicos ya no son frikis abatidos que se salvan por el poder redentor del pop; quizás porque el nerdismo ya no es un estigma, sino algo glamuroso.
El marketing ha hecho una buena faena. Ahora el underground es el campo de donde extraen los nuevos modelos sociales. Pero el estado de la economía hace que todo el mundo viva bajo una mayor presión. Lo de la “crisis” no es más que una cortina de humo para disimular una gigantesca transferencia de riqueza del fondo a la cumbre. Así que la gente trabajadora tiene menos tiempo para dedicarse al pop. Crecí en un entorno confortable de clase media, así que quizás no soy el más indicado para hablar de estas cosas; no soy un buen ejemplo. Pero grupos como Vampire Weekend… Digamos que no son la clase obrera. Son chicos de clase media-alta de barrio residencial. La gente rica es guapa, tiene una cantidad desorbitada de tiempo para ensayar y tocar… Ellos son la clase de la que se alimenta el pop hoy en día. Tal y como yo lo veo, en el rock’n’roll y el pop de los cincuentas y sesentas la mayoría de grupos venían de entornos trabajadores. Los Beatles eran de clase obrera, no niños ricos. Creo que toda esa aleatoriedad, esa posibilidad de que el pop surgiese de la clases trabajadoras, se ha perdido. Ese caos creativo ha desaparecido.
Caitlin Moran sostiene que ha tenido lugar una especie de golpe de estado al pop. Al convertirse en algo no remunerado (por culpa de internet, entre otras razones), las clases trabajadoras ya no pueden dedicarse a ello a jornada completa, y han tomado su lugar las clases medias y altas. Pero el pop es un invento working class. Es nuestra cultura.
Mi generación es la última con padres squares, no modernos, anticuados. Ahora los padres compiten entre ellos para que sus hijos sean más cool y guays que los del vecino. Los padres hip, al día, quieren tener hijos igualmente modernos; en cierto modo su camino ya está marcado, fue escogido por los padres. En Francia, donde vivo desde hace un tiempo, es muy difícil ser obscenamente rico, como sucede en los Estados Unidos. En Francia te freirían a impuestos, y con razón. Así que lo que hacen los ricos franceses, puesto que no pueden comprarles el futuro a sus hijos, es utilizar sus conexiones para comprarles prestigio. Grupos como Justice no sucedieron por accidente; sus padres poseían sellos discográficos. Yo, por el contrario, tuve que hacer las cosas por mí mismo y buscarme la vida. Mis padres siempre fueron alentadores, pero no invirtieron en mí. Si eres un papá moderno con profesión liberal tus hijos van a ser niños modernos y van a terminar haciendo algo cool.
¿Pertenecía Jon Auer a tu club de frikis de instituto? ¿Os asociasteis en hermandad nerd?
Jon pertenecía a otra categoría, en cierto modo. En el instituto estaban los frikis, los deportistas, y luego estaba la zona gris de los chavales heavy metal. El heavy era una especie de club abierto para que cualquiera pudiese afiliarse. Por supuesto, a los deportistas les gustaba el hard rock y a los nerds no, pero luego había algún friki que estaba en tierra de nadie y se hacía heavy. Jon era un heavy-friki. No era un tipo duro (además, solo tenía trece años cuando nos conocimos) pero le fascinaban los desafíos técnicos del metal (los solos a toda velocidad, por ejemplo). Todo el mundo le conocía, era mucho más popular que yo. Finalmente, el boca-a-boca de que yo había formado un grupo llegó hasta él. Le entramos en una tienda de discos: deberías unirte a nuestro grupo, lo típico. Yo tenía catorce años y él solo trece.
Los dos erais marginados, y supongo que os unieron una serie de afinidades o gustos comunes, como suele ocurrir.
Jon y yo teníamos gustos bastante distintos, pero eso no importaba. Recuerda que eran los días pre-internet. No existía ni siquiera la MTV. Así que básicamente tenías que ir buscando discos al azar, leyendo Rolling Stone (cuyo ámbito era muy amplio, y tocaba muchos géneros), escuchando la radio y charlando con propietarios de tiendas de discos. El espectro de influencias que recibes por medio de todas esas vías es muy amplio. A los catorce estás desesperado por algo de contacto con el mundo exterior. En mi pueblo no había suficientes punk rockers para empezar un grupo. Ni siquiera había suficientes heavys. Solo existía un bajista que tocaba con todo el mundo. Los dos, Jon y yo, compartíamos un cierto escepticismo respecto a la época. Después de todo, eran los años ochenta. Se hacían cosas gloriosas pero también otras ridículamente ampulosas. Los dos teníamos la perspectiva que se adquiere en un lugar pequeño.
El aislamiento, el mirar las cosas desde la distancia y luego tratar de replicarlas con tus aptitudes (sean cuales sean), siempre ha sido una buena receta para el pop.
Sí y no. Depende. No es tan buena receta si vives en Mongolia, y no te llega ningún tipo de información. Pero creo que sí es bueno vivir cerca de Los Ángeles, por ejemplo, pero no en el centro de Los Ángeles. Los esceneros lo hacen todo demasiado bien, demasiado correcto, y esa es la razón por la que duran tan poco; son muy aburridos y cerrados. Lo positivo es que la información te llegue a medias, algo incorrecta y fragmentada, porque entonces llenarás la otra mitad con tu propia creatividad. Tienes que desarrollar algo, puesto que no conoces las reglas ni sabes que existan. Nuestro pueblo, Bellingham (WA) estaba completamente aislado de todo, e incluso la ciudad grande más cercana, Seattle, está a catorce horas en coche de San Francisco. Está tan lejos de todas partes que no era raro que algunos grupos de gira ni siquiera pasaran por Seattle. Por ejemplo The Smiths, cuando la gira de The Queen is Dead. Tuve que conducir hasta San Francisco para verles.
En mi opinión, esas limitaciones han sido y serán siempre buenas para el pop. Stephen Pastel decía lo mismo hace poco, cuando lo entrevisté. Saber hacer una sola cosa, y hacerla bien.
O mal. A veces, estropeas tus ambiciones, metes la pata intentando replicar algo, y eso es bueno. Mira a Teenage Fanclub. Cuando empezaron eran como un intento extraño de darle un pulido relajante al ruido de Dinosaur Jr. No les salió muy bien, y se transformaron en otra cosa. Otra cosa mucho mejor.
Vuestro debut Failure apareció en 1988, un año en que globalmente estaban pasando muchas cosas interesantes: el Paisley Underground, los grupos de Creation Records, el revival garaje, los coletazos de C86… ¿Estabais al tanto de todo aquello?
Cuando me trasladé finalmente a Seattle, en 1986, mi colección de discos empezó a crecer. De repente, durante los dos años siguientes, empecé a escuchar todo aquello sobre lo que había estado leyendo pero no había conseguido escuchar. Cosas contemporáneas y antiguas. Cuando REM sacaron el Chronic Town, en 1982, a mi pueblo llegó… ¡Una copia! Una sola copia. Y en casette. Y fue a parar a una tienda de cosas de fumeta, una headshop, no una tienda de discos convencional. Y, ¿sabes qué? ¡La conseguí! Conseguí la única copia de Chronic Town que llegó a Bellingham, WA. Pero esa tónica cambió con mi mudanza. Para cuando salió Psychocandy, de The Jesus And Mary Chain, y llegó a Seattle a principios de 1986, lo compré de inmediato. La vida se había vuelto mucho menos complicada. Lo mismo les sucedió a mis compañeros de banda, hacia 1988. Lo único que no habíamos conseguido aún eran discos de Big Star. En aquella época nadie los había reeditado aún y eran casi imposibles de conseguir, solo existían imports raros europeos. Llevaba, de nuevo, cinco años leyendo artículos sobre un grupo que no había escuchado jamás. Finalmente empezaron a llegar nuevas reediciones europeas en CD, y fue una revelación.
Failure se ha convertido con los años en mi álbum predilecto de The Posies. Es puro y cándido y joven y tan inocente y gozoso… E impúdico: toca varios estilos sin miedo: psicodelia, sixties pop, swing rockabilliesco, power pop y beat… ¡Y esas letras!
Gracias. Failure tiene, sin duda, un gran encanto DIY. Nadie nos echó una mano desde el exterior. Es un disco auténticamente casero. Pero a la gente le gustó ese aspecto del álbum, y al final terminó sonando por la radio. Nuestras técnicas de grabación hacían que The White Stripes parezcan el grupo más tecnológico de la historia. Creo que también es transparente en cuanto a los discos que nos influenciaban en aquel momento. El disco está lleno de auténticas fusiladas directas que jamás me atrevería a realizar ahora: el ritmo inicial de “Paint me” es una copia vergonzosa del inicio de “Ball and chain” de XTC, que entonces eran uno de nuestros grupos favoritos; el patrón percusivo en “I may hate you sometimes” está sacado sin rubor del “Drive my car” de los Beatles; “Under easy” es nuestro intento de ser Hüsker Dü cuando Hüsker Dü querían ser los Byrds; para nosotros “Could you be the one” fue enorme, un gran hit del grupo: es tan retro y soñadora, te lleva directo a la edad de la inocencia. No es un sonido tan duro como el punk, tiene más artesanía en la composición. Recuerda que vivíamos en un pueblo muy pequeño sin tiendas de discos, así que las colecciones de discos de los padres jugaban también un papel fundamental en nuestra educación. Simon & Garfunkel eran un grupo icónico para nosotros. Rolling Stone fue otra inmensa influencia para todos los babyboomers. En sus páginas leías sobre el Zen Arcade, pero también sobre MOR. Era confuso pero enriquecedor. Failure tiene un montón de referencias 60’s mezcladas con Squeze, Elvis Costello y Squeeze. El sonido puede llevarte a los sesenta, pero líricamente es muy verboso, casi repelente; está repleto de juegos de palabras, frases irónicas, comparaciones de cerebrito…
De nuevo, un grupo de americanos enfermos de anglofilia replicando a sus grupos favoritos.
La explicación es muy simple. Todos los discos de grupos ingleses estaban en grandes sellos, y por tanto eran muy fáciles de encontrar. Los discos americanos de SST, por el contrario, nunca llegaban a nosotros. Mi periplo fue peculiar: había tocado en grupos experimentales antes de formar The Posies, pero entonces descubrí a gente como Elvis Costello, un compositor artesano a la vieja usanza, nada ruidoso (cosa que aprecié). Me entraron ganas de desarrollar mis propios ganchos, coros, riffs y estribillos. En Inglaterra nunca encontrarías a un grupo como Saccharine Trust; ese tipo de sonido caótico y desordenado del post-hardcore es típicamente americano. Los ingleses son más pulcros.
En Popllama estabais bien acompañados: Flop, Young Fresh Fellows, Fastbacks, Dharma Bums… Todos son grupos sensacionales, y relativamente conocidos aquí.
Young Fresh Fellows no tuvieron el menor impacto en el Reino Unido. Quizás les consideraban demasiado pub-rock, hacían demasiadas versiones y lo pasaban demasiado bien. Pero para nosotros, te lo aseguro, eran lo más grande del mundo, nuestros ídolos absolutos. Eran mi grupo favorito de la zona de Seattle, con diferencia. Ostentaban una mezcla extraordinaria de grandes músicos, un sentido del humor muy suyo, en directo rockeaban que no veas y las canciones eran buenísimas. A veces íbamos a ver a otros grupos de la zona, como Soundgarden, y nos parecían malísimos, una pésima imitación de otras cosas. Con el tiempo sus discos se hicieron más o menos pasables, pero siguieron siendo muy poco originales, con el rollo aquel del cantante en plan Jim Morrison. Se parecían bastante a The Cult, de hecho. Los Wipers nos encantaban, pero duraron muy poco. Casi ningún grupo se acercaba a nuestro pueblo, pero los Young Fresh Fellows sí lo hacían, eran los únicos, así que empecé a verles desde muy pequeño. Para mí eran nuestra banda paterna: el grupo que queríamos ser.
Me encantan Dear 23 y Frosting on the beater, pero es obvio que algo de inocencia se perdió por el camino. ¿Lo ves así tú también?
Pasamos de grabar un álbum por 50$ a grabarlo por 50.000$. Literalmente. Eso es algo que compromete a un grupo. Nos sentíamos fuera de lugar e inseguros. No teníamos mapas para ese trayecto. Me hubiese encantado saber más y tener más control sobre lo que hacíamos, conducir al grupo hacia delante y llevar a Frosting on the beater hasta donde merecía estar. Los años que pasaron entre Failure y Dear 23 son los años en que la mayoría de grupos aún están preparando su debut. Dear 23 lo veo un poco a traspié. Las canciones son buenas, y el productor (que había trabajado con The Stone Roses) lo hizo bien. Pero ahora tomaría otros caminos. Éramos muy jóvenes y naïf. Cuando llevamos Dear 23 de gira aún estábamos aprendiendo sobre la marcha, aprendiendo a tocar en directo, lo que por otro lado hizo que Frosting… fuese lo que es. Ir de gira era divertido. Hicimos un montón de conciertos para nadie en absoluto. La primera vez que tocamos en Chicago como cabezas de cartel lo hicimos en un sitio enorme, parecido al Razz 1, para que me entiendas. Nunca habíamos tocado en un sitio así. También empezamos a sonar por la radio. Durante aquellos años aprendí a negociar con el resto de miembros, algo que es vital para la longevidad de cualquier grupo. Ninguno de nosotros era especialmente maduro aún, así que todo lo que nos sucedía nos enseñaba un montón de cosas. Y nada fue espectacularmente mal. ¡Uau! De repente estábamos en una multinacional, pero ¡Oh! tampoco vendíamos demasiado. A la vez, ni éramos los más grandes ni los más pequeños. Un grupo como The Nymphs, también en Geffen, vendió unos 40.000 discos en total. Nosotros vendimos 500.000. Si lo pienso, estoy cómodo con la forma en que se desarrollaron los acontecimientos. Si llegamos a vender millones de discos seríamos ricos, pero no hubiésemos tenido los retos que tuvimos, estaríamos aislados del mundo. Así que estamos en una zona de nadie: no somos estrellas, pero no somos desconocidos, y tenemos que seguir haciendo cosas.
¿Te hacen sentir nostalgia todos aquellos años tiernos de formación y aprendizaje?
No. En absoluto. Sigo aprendiendo. El pasado es lo que es, y a mí me queda mucho por aprender. No querría vivir en el pasado. Los últimos diez años han sido apasionantes: nació mi hija, me mudé a Francia y empecé un puñado de nuevos proyectos interesantes. Quizás en diez años sí me sentiré nostálgico de este último periodo, pero no en sentido musical, sino por asuntos familiares. ¿Debería sentirme más nostálgico? Tengo recuerdos entrañables de todo aquello, pero estoy en el 2013, y es un año interesante en el que estar vivo.
Mi última pregunta: el pedazo look gótico que lucís tú y Jon en la contraportada del Failure, ¿es el que llevabais por la calle o os disfrazasteis para el álbum?
(Ríe) Faltaría más. Por la razón que fuese, en el underground de los 80’s era común llevar maquillaje. Jon Auer iba maquillado al instituto, al estilo Duran Duran. Le gustaba llevar el cabello crepado así, gigante, para parecerse a Robert Smith. Pero Jon es un tío grandullón, más incluso que Robert Smith (que también lo es bastante), así que acababa pareciendo una drag queen. Yo llevaba ese rollo medio goth, nueva ola, algo punk… En un pueblo como el nuestro acababas mezclándolo todo: botas Martens, pelo siniestro, chupa cruzada con remaches… En fin: un desastre. Lo cierto es que el aspecto nunca fue tan importante para mí como lo era para Jon.
(Esta entrevista la realicé en el año 2013 para el antiguo Bendito Atraso, R.I.P, y por tanto estaba fuera de circulación. Hasta hoy. La recupero porque era ultra-molona. La hice por placer personal, no para un periódico)