Hace un par de días mi hijo mayor me explicó en qué consiste el videojuego Boom Beach. En demencial detalle. Pese a que yo amo a mi hijo mayor, y él a su vez ama ese videojuego, fui incapaz de concentrarme en su relato. Perdía yo el hilo una y otra vez. Les cuento esto como prefacio a una crítica de libro por una razón muy simple: me parece a mí que algunas cosas en este buen mundo no pueden contarse con intención universal.
¿Quiero decir con ello que el nuevo libro de Javier Calvo (Barcelona, 1973) me parece aburrido? Ni hablar. De hecho, y considerando la premisa que lo sustenta –un breve ensayo-panegírico sobre la historia de la traducción, su día a día, retablo de anécdotas y consideraciones sobre su futuro- esta obra es todo lo divertida que puede ser. Solo podría ser más divertida si Calvo, el mejor traductor del inglés que hay en España (después de él, como diría Bill Hicks, there’s a huge fucking drop), por no decir también miembro de mi Top Ten personal de novelistas patrios, la hubiese escrito en tanga, oficiando una misa negra, y se hubiese hecho unos cuantos selfies de esa guisa.
Lo que sucede es que este es un libro para insiders de la industria literaria. Insiders muy insiders, vaya; los masones de la edición. Solo se me ocurren, así a botepronto, unos dos centenares de personas (entre los que me cuento) que puedan estar realmente fascinados por su temática. Y de esos dos centenares, ahora que lo pienso, podemos tachar ya a un editor a quien hablé de mis partes favoritas del ensayo y me miró como si le hubiese mostrado imágenes de mi más reciente colonoscopia.
No, El fantasma en el libro no es un libro para todos. No lo veo en las apuestas del Sant Jordi 2017. Es un libro para gente como Javier Calvo, que (si juzgamos por el texto) puede mantener una larga discusión de sobremesa sobre el uso del castellano “neutro” en las traducciones, y denunciarlo virulentamente, y afirmar (tras dar un vigoroso sorbo al Jägermeister), que “fracasa en absolutamente todos los frentes”. Este es también un libro sobre la historia de la traducción, con el viejo Marco Tulio Cicerón –nos cuenta Calvo- como primer piernas que se tomó libertades con el texto original. Este es, sigamos, un libro lleno de nutritivo anecdotario, como lo de la “traducción creativa” que (célebremente) realizó Borges en Las palmeras salvajes de Faulkner, inventándose la mitad y enchufando acentos rioplatenses a destajo en la mitad restante; o la también famosa “traducción escéptica” que Nabokov publicó del Eugenio Oneguin de Pushkin, realizada con el enfurruño repelente de un hijo único que se niega a ordenar su habitación. Y da una excusa risible para no hacerlo. Y luego se pone pasivo-agresivo y la ordena de forma demasiado concienzuda, arruinando tu domingo.
Este es, hablemos claro ahora, un crucial canto de amor a una profesión invisible, fantasmal, ninguneada, semianónima y mal pagada pero paradójicamente indispensable. Es un libro repleto de afirmaciones lúcidas, audaces, mordaces y, en ocasiones, deliciosamente inesperadas; como cuando Calvo defiende la traducción como escuela primigenia de escritura creativa para autodidactas (¡bravo!). Es un muy buen libro, en resumen. Por desgracia, me temo que también es un trabajo para completos especialistas. Como decía al principio, algunas obras no son, ni jamás serán, para todo el mundo. Y eso, no se crean ustedes, también está bien. Kiko Amat
El fantasma en el libro
Javier Calvo
Seix Barral
183 págs.
(Crítica publicada en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 7 de enero del 2017)