La canción del viernes #25: THE NASHVILLE RAMBLERS «The trains»

Una super-rareza, pero menos de lo que imaginan.

Grupo ignoto de un solo single. Eran de San Diego, y esta canción increíble es de 1986. Los garajeros con buena memoria quizás reconozcan esa sombra facial estilo Pedro Picapiedra en la cara de un miembro del grupo. En efecto: es Ron Silva, de los Crawdaddys (y muchos otros). Aunque el verdadero capitoste de los breves Nashville Ramblers era Carl Rusk, fan de las armonías vocales elevadoras.

«The trains» es una de las grandes canciones pop secretas de los ochenta. Muy emocionante. Nada que envidiar a Left Banke o Byrds. Solo estaba disponible en formato físico en un par de recopilaciones oscuras de la época (y en CD en el semi-popular Children of Nuggets), pero imaginen mi sorpresa cuando me enteré que no solo no estaba descatalogada, sino reeditada por Ugly Things y perfectamente accesible y comprable en el catálogo de un sello barcelonés favorito: Penniman Records.

Si también la quieren, no duden en escribir a Enric Bosser, de Penniman. Él, que no puede entender cómo no le quitan de las manos esta maravilla, estará en-can-ta-do de atenderles.

Jon Savage en el CCCB: el videoclip

Este es el despelotante video de promoción del show de JON SAVAGE que han ensamblado los hechiceros de audiovisuales del CCCB para nosotros, en base a nuestras precisas indicaciones.

Vidéenlo y compártanlo a placer. También pueden jugar a identificar subculturas y movimientos juveniles.

 

Primera Persona otra vez (y es la sexta)

https://i0.wp.com/lesbarcelones.net/wp-content/uploads/2017/04/portada-cartel.jpgOtro año, otra chaqueta que no puedo abrochar sin crear elipses inter-botonales. Y una nueva edición del festival Primera Persona en el CCCB (¡nuestro sexto año!). Nuestra panda ya les habrá bombardeado con tuits, zonks y pofs. En caso de que no sea así, pueden echarle un vistazo al f******* del festival en /festivalprimerapersona, y husmear el alud de twits justo en @primera_persona y #PrimeraPersona17.

Al blog no vayan esperando nuevas, que está más frío y desolado que una iglesia anglicana.

Este de aquí al lado es nuestro cartel de este año, preferido personal, obra de Cristina Daura.

Y pueden comprar entradas en Taquilles CCCB y via http://www.ticketea.com, o llamando al 902044226.

Kiko’s big 45 bonanza!

Escribí esto hace dos años para 45rpm, un fanzine especializado en singles. Es un Top Diez de algunos singles que me agitan, convenientemente explicados por arriba y por debajo, en lo musical, social, emocional y (ya imaginan) personal.

No consigo recordar si llegó a publicarse, o si me mandaron el samizdat de marras. Pero el otro día hablaba con un amigo sobre «Plebs», de Frankie Stubbs, y me vino a la mente este texto, y razoné que era demasiado majete como para no publicarlo aquí.

1) JOHNNY BRITTON The one that got away / Happy go-lucky girls (Oddball, 1980)

Al pizpireto Johnny Britton lo lanzaron como una especie de Billy Fury o Cliff Richard (el nombre suena a estrella adolescente de los 50’s, seguro que no por casualidad), en ochentero y con donaire pop-soul. Se trataba de un guaperas entupeado, como ven, y las fotos promocionales guiñaban el ojo a la épica proletaria del kitchen sink cinema y todo eso (en la foto de contra luce mono de mecánico y aparenta –con no demasiado entusiasmo- estar pencando en su taller). Su único single salió en Oddball, el sello de corta vida de Bernie Rhodes, manager de Dexys, Subway Sect, The Specials y The Clash (si un tío ha merecido biografía en este amplio mundo es él). Me chifla este single, y encima es bastante raro y JAMÁS sale a la venta (se conoce que la gente que lo compró se resiste a desprenderse de él). Suena a Vic Godard y Orange Juice con algo de merseybeat, jazz y music hall pulido y reinventado. La cara B es del mismísimo Godard, por cierto. La A la compuso el propio Britton, y habla de aquella chica elusiva que dejamos escapar. Britton había formado parte de los desventurados punks de Bristol The Primates, y también fue DJ del mítico Club Left del Soho (que manageaba Bernie Rhodes). Todo un “person”, que diría mi buen amigo Puig.

2) BILLY J. KRAMER & THE DAKOTAS We’re doing fine / Forgive me (Parlophone, 1966)

Me encanta cuando los tifones de cambio empujan a trompadas a un artista para que evolucione, a menudo contra su voluntad y con resultados holocausticos (no es el caso). Billy J. Kramer era un fulano del beat británico, como todo Cristo sabe, con traje impoluto y sonrisa de cemento –el yerno ideal- y precisamente por eso hacia 1966 estaba más pasado de moda que los minués. “Forgive me” es su sublime y trasnochado intento de manufacturar una pieza de pop-mod violento y amenazante en la onda The Who o The Pretty Things (aunque a mí me recuerda mucho a The V.I.P.’s, o al “Touch” de The Outsiders). Y lo consiguieron, en cierto modo: esa guitarra es auténticamente pavorosa, el equivalente sónico de una reyerta a punto de empezar. Un poco pusilánimes, sin embargo, los Dakotas enchufaron la BUENA en la cara B, y en la A dejaron un corte más en consonancia con su sonido filo-melindroso para púberes tontuelas (en realidad está bien al modo The Monkees, pero si la escuchan tras la cara B parece una canción de caramelles). Típico single bazofiesco al que nadie hace caso porque lo firma un artista muy poco cool en el ocaso de su carrera, pero en mi casa hit inapelable.

3) FURNITURE Love your shoes / Turnupspeed (Stiff 1986)

Los conocí hace diez años en una recopilación barata de Stiff Records, y de pura chamba (no tienen el nombre más excitante de la historia, que digamos, y a punto estuve de ignorarlos). Es de la época tardía y azarosa y algo desesperada de Stiff, a mediados de los 80’s, cuando sacaban de todo a ver si sonaba la flauta del hit: Makin’ Time, Ruefrex, Tracey Ullman, The Untouchables, The Prisoners y The Pogues, entre otros. Me chiflan Furniture, y “Love your shoes” es un himno de sofisticado pop nuevaolero con letra insuperable (“We’re gonna have the best time / The time of our worthless lives”). Gran pop, gran pop (ahora que lo pienso me recuerda un poco a Hurrah!, otra de mis bandas favoritas). Me entero a la vez que ustedes (quiero decir: acabo de googlearlo) que la mitad de miembros de Furniture formaron los danceros Transglobal Underground, pero puedo contener mi emoción al respecto. Lo que sí viene a cuento es que Furniture tuvieron un mini-hit inglés (“Brilliant mind”, bastante más sombría que esta), que sus elepés son la mar de dignos, y que su video para “Love your shoes” es medio sublime medio risible (todos esos zapatos voladores…). El single vale cuatro perras, un cascote pulido y unas cuentas pintadas a mano. Puede ser también suyo, si así lo desean.

4) THE SCROTUM POLES Revelation EP (Dulcitone 1980)

Tenían el nombre más cerdo y loco del DIY británico (¿Las Pértigas de Escroto? ¿El Tótem de Poglias?), y eran de Dundee, un culo-mundo de Escocia. Suenan como si envolviéramos a los Television Personalities en papel de plata y los lanzáramos escalera abajo. La portada del disco anuncia claramente “DIY” y “We love the Television Personalities”, para que al comprador no le quedase ninguna duda de qué lado de la zanja habitaban los Poles. El EP tiene dos caras: “Sad side” y “Happy side”, para que uno escoja el lado deseado dependiendo del ánimo matinal y la calidad del reposo nocturno. Los miembros del grupo lucían, inevitablemente, nom de punk jocosos (Burt Spurt, Sid “Bones” Gripple, Smeg Pole y Stripey Sleep), aunque tratándose de ellos es bien posible que se tratara de finísima ironía protoindie. Todas las canciones son molantes y también una chapuza espantosa (la ambición y la audacia superan con creces la pericia, y asimismo ¿a quién le interesa la pericia?). Se hicieron muy pocas copias de este artefacto, y por ello cada vez que aparece uno se vende por 200 EUR o peor. Pero esta cucada es una repro espléndida que me costó CERO euros (fue un regalín, para colmo).

5) LOOT Baby come closer / Baby (Page One, 1967)

Este single lo robó para mí un colega, en un tenderete de Camden Market. Valía 10 libras de las de 1996 (10 libras que yo no poseía, ni loco; a no ser que suprimiese de forma enérgica la alimentación y el alojamiento). Yo lo había escuchado por primera vez sobre el año 1989, en una cinta que me grabaron los amigos berlineses de The What… For!, cuando un agosto vinieron a hospedarse en el camping La Ballena Alegre donde yo trabajaba cada verano. Conocí muchas maravillas de freakbeat (entonces lo llamábamos simplemente “pop art”), R&B cafre y sixties pop raro en aquellas cintas. Loot eran unos prendas de pueblo, algo rudos (a juzgar por sus cejas y quijadas), y dos de ellos habían formado parte de The Soul Agents (los que grabaron para PYE, no los de Rod The Mod). Pero la gran conexión de Loot eran The Troggs:  Dave Wright había formado parte de una temprana versión de los segundos, cosa que les granjeó el managerismo de Larry Page (jefe de Troggs y Kinks, etc). “Baby come closer” fue grabada también por los Troggs, pero la versión troglodita es la de Loot. Pura lujuria y odio, con crescendo en el medio y avalancha de feedback incipiente justo después. Cada vez que el cantante masculla lo de “Baby come closeeer” uno no piensa en las palabras gatunas de un amante cariñosón, sino en la amenaza velada de un stalker salido. Tocándosela debajo del tiznado impermeable beige.

6) NOLAN PORTER If I could only be sure / Work it out in the morning (ABC, 1972)

¿Conocen el cliché de “me acuerdo de cuándo escuché esta canción por primera vez”? Pues en este caso es cierto. Me acuerdo: fue en el Capitol Soul Club de Londres, en su primer emplazamiento (Shoreditch), no en Tufnell Park. El año: 1999. Entré por la puerta, todo garboso y arrebatado yo, con un cardado Rod Stewart que quitaba el hipo, y justo entonces sonaban los primeros acordes. Petando. Me precipité como un ostrogodo sobre la cabina del DJ y traté de vislumbrar la galleta pegando la nariz al cristal, pero solo conseguí partirme el cartílago y marearme con el plato giratorio. Le pregunté entonces a mi amigo Will, que se hizo el listillo y procedió a inventarse el nombre (dijo algo aproximado pero no exacto, combinando al tuntún algunos de los verbos y sustantivos: “Be sure you could love me”, o algo así), lo que retrasó varios meses mi adquisición del objeto. Al cabo de un año y medio de bailarlo en cada CSC lo conseguí, por unas 80 libras y ante las atónitas narices de mi amigo Pol Malone, que también iba a la caza. Así que esta es la copia original de ABC (que suena un trillón de veces mejor que la de LP), no la repro de Probe de 1973. Jódanse collectors. Y en cuanto a la canción, ya la conocen: una cosa rarísima y excitante e inclasificable que suena una miaja como el “Gimme shelter” stoniano, pero en 70’s soul híbrido, y con esa elástica línea de bajo. Hitarral y hitacle. Por cierto: jamás he escuchado la cara B. Como lo oyen: no tengo ni idea de a qué rayos suena.

7) THE GENTS Modern time / Angry boys (RCA/Sunrise  1980)

Me gusta todo el mod revival. Desde que tenía 14 años. Todo, incluso Merton Parkas (que eran inmundos) o Squire (que eran unos fifis). Me gusta tanto el mod revival que incluso colecciono mod revival de otros países, en un desesperado e infructuoso intento de continuar con el subidón de mi adolescencia. Esto puede llevarle a uno a toparse con históricos medianías (como Statuto, por decir solo unos) pero también con discos frescos y audaces. Bueno, audaces no. Pero sí frescos. Y pocas cosas hay más frescas que este “Modern time” de The Gents (no el grupo mod de Doncaster) directos desde algún villorrio de Alemania –imposible determinar cuál- y con trompicada cara B incluida, en pleno año triunfal de 1980. Todos los miembros de la banda parecen tener entre 15 y 17 años, todos lucen trajes pavorosos y peinados boicoteables y chapas más grandes que el escudo del Capitán América, y las tonadas son de infarto. Infartito. Ictus tolerable, a decir verdad. El inglés de la letra es algo bantú y el tema no poco infantil, pero eso me trae al pairo (¡es música pop!). Lo que me pirra son todas esas loas a tiempos modernos y chicos enfadados (en busca de dirección por las calles mojadas, bla bla) tan típicas del mod revival. Un estilo ninguneado que produjo música pop tan bonita y torpe como esta.

8) FRANKIE STUBBS Unhinged EP (Rugger Bugger 1995)

Otro single robado. Este de Virgin Records, en Oxford Street (vayan a Mil violines para más detalles de logística delincuente de mi etapa inglesa). Frankie Stubbs era el alma de Leatherface, un grupo de hardcore pop inglés (me resisto a llamarlo “hardcore melódico”, término que parece extraído de un libro sobre cirugía maxilar extrema) que a veces incluso era filo-Oi! (quiero decir que les cantaban a cosas bonitas pero ellos eran unos tajas de pub tremendos) y amigachos de Snuff (otros que tal meaban). Esta es la cara más sensible de Stubbs. En acústico (aunque parece que le esté arreando a las cuerdas con una grapadora) y acompañado solo de su inconfundible voz sol-y-sombresca. Mi hit es, sin la menor duda, “Plebs”, una canción que me conmueve; no les digo más. Jamás he localizado/entendido del todo la letra, pero asumo que va de lo que anuncia el título: de nosotros, la plebe y la turba, y nuestro lacrimógeno paso por este planeta adusto y cruel. Oh: la canción también existe en formato acelerado y ruidoso en el único álbum de Pope, grupo tardío del buen Stubbs. Este single vale un pedo, o debería. No tendrían ni que robarlo, vaya. Muy cheapo.

9) THE SINNERS You ain’t diferent / High risk investment (Amigo 1987)

Nadie recuerda a The Sinners, pese a que en el periodo 1987-1990 se pasaban el día saliendo en Ruta 66. Lo han adivinado: se trata de un grupo sueco de aquella cacareada escena sueca, que tampoco es que produjese las siete maravillas de occidente (Stomachmouths, Nomads, ya saben… Nada como para interrumpir el tráfico aéreo). De todos ellos, los Sinners eran los mejores con diferencia. Tocaban mil palos, como incapaces de decidir qué hacer hasta el último momento: eran pub-rock y R&B, eran Radio Birdman y eran los Dogs, eran unos baladistas pop de campeonato, eran power-pop con trompetas, punks también, eran rockabilly si así se les antojaba… Eran la pera, en resumen. Su mejor álbum es From the heart down, de 1987, y de allí se extrajeron un par de singles, como mínimo. Escojo este un poco al azar, porque todo lo suyo me va, me va, me va. Su look también me chifla ahora, aunque entonces me horripilaba: beisboleras, pantalones elásticos, mullets, pendientes de aro desmesurados, guedejas a lo Guns’n’Roses… Este es un single barato como pocos, y olvidado también. Por eso lo incluyo en esta selección. Para honrar su memoria. Todos juntos ahora, deletreando a berridos: ¡D-I-F-F-E-R-E-N-T!

10) THE SMOKE Have some more tea / Victor Henry’s Cool Book (Metronome 1967)

Cuando yo era niño creía que The Smoke eran alemanes. La línea de investigación que me había llevado a esa apresurada conclusión era que la reedición de It’s Smoke Time! que compré a los 17 (se lo compró mi hermano, a decir verdad, y yo luego se lo gané en un canje bastante desventajoso) era alemán. Pura deducción Holmes, como ven. Con los años descubrí que eran de York, no de Bavaria, y me siguieron encantando. Para mí son uno de los mejores grupos de mod-psych de los 60’s (su alter ego Chords Five lo mismo; y su grupo anterior, The Shots, anda por el mismo camino). Todas sus composiciones eran espléndidas, el copón de memorables, muy pop y rotundas. Todo lo que hicieron es de relumbrón, pero agarro “Have some more tea”, que siempre ha masajeado mi pobre corazón. Este es el single original alemán (eran “big in Germany”, como habrán deducido) en Metronome, con una cara A distinta a la versión UK. Mucho feedback y quiebros, coros ululantes, riffaje Pete Townshend, bravado feromonado y alusiones no muy crípticas a la drogadicción con intenciones lúdicas. Tenso y tremendamente sexy. Mod al 100%. Esta es la única psicodelia válida: la inglesa, y en single. Porque se trata de pop, después de todo. Kiko Amat

Seis para Sant Jordi (de Kiko Amat)

Las tradicionales y efusivas recomendaciones de Kiko Amat para esa esperada fecha. En Gent Normal, claro. Este año son solo seis, aunque extensas, y vienen con extras dicharacheros. Sacudan este link haciendo la señal de la cruz, y se materializarán de forma mágica ante sus ojos.

Escala como puedas (W.E. Bowman y «Hasta arriba»)

Aquí cuento lo que me gustó el Hasta arriba de W.E. Bowman (Blackie Books), un no-clásico inglés de 1956 que parodia el mundo del alpinismo. Mi pieza incluye unos cuantos símiles de lo más sagaces y la expresión «satírico mojón», que los chicos de El Periódico han tenido a bien de resaltar como título de párrafo. Léanlo, anda.

Charlie y las Mansonettes

Este es un artículo bastante estrepitoso y faltón que escribí sobre unas cuantas representaciones fílmicas y literarias de la Familia Manson. Para El Periódico. Me reí como un subnormal escribiéndolo, si quieren que les diga la verdad. Quizás se trate de risa contagiosa y a ustedes les haga gracia también.

Como Mansonólogo aficionado me crispa que algunos autores o directorzuelos de series se adentren en el fenómeno sin haber realizado antes aunque sea una ojeada somera a alguno de los dos libros canónicos. Mi crispación se transformó en hilaridad según iba escribiendo esto. Espero que les guste.

Batiburrillo de columnas para el ARA

Si no me falla la memoria, diría que en todo el tiempo que he pasado encerrado en la cueva y bebiendo mis propios orines he dejado de colgar tres de mis columnas para el Play del ARA. Cada una de ellas imprescindible para entender el mundo en el que vivimos.

Ahora pueden leer cada una de ellas pateando violentament el link que les proporciono: «La humiliació és el meu segon nom«, «Posa el cul a la cadira» y «El progrés de la purga«.

Kiko Amat entrevista a EUGENE KELLY (The Vaselines)

El Periódico de Catalunya me mandó a entrevistar a Eugene Kelly, uno de mis músicos predilectotes. El músico estuvo hace unos días en Barcelona tocando canciones en el K’17 del CCCB como parte de Neu! Reekie!, un paquete itinerante de artistas escoceses. Al husmear su presencia en la ciudad me abalancé cual licántropo en pos de su tráquea para indagar en su vida y, en general, meterme donde no me llaman.

Pueden leer todo lo que dijimos pulsando muy fuerte en este providencial enlace.

Kiko Amat entrevista a VIV ALBERTINE (The Slits)

El País fletó un avión para que yo entrevistase a una ídola de siempre: Viv Albertine, de The Slits, ahora con librazo de memorias recién traducido y editado en Anagrama.

Pa’ londres que me fuí de ida y también vuelta, ya con un entrevistazo de órdago en el saco. Esto de aquí que pueden linkar es la entrevista que todos ustedes leyeron (a miles de millares) en Babelia de El País, para leer en el metro o mientras discuten con su pareja o perplejos ante la programación televisiva actual.

Lo que les cuelgo a continuación es la entrevista sin cortes, director’s cut, en exclusiva para todos aquellos de ustedes que han conservado la fe en Bendito Atraso, y que pueden llevarse al baño si padecen de fatigoso tránsito intestinal, por ejemplo. Porque es muy larga. Y muy buena, qué leches. De las mejores que he hecho, a decir verdad.

Viv Albertine (The Slits)

“La rabia y el aburrimiento han sido los motores de mi vida”

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Del Manual Básico para Entrevistadores: no dejes el suelo del entrevistado hecho un asco. Desoyendo ese mandamiento elemental me presento en el estudio londinense de la artista Viv Albertine con unas botas que destiñen. Ella no las ha admirado, pero lo hará en cinco minutos, al ver que mi (espasmódico) andar arriba y abajo de su cocina ha dejado unas pisadas horribles. Mi anfitriona me pide si podría no hacer eso, por favor. Al mirar veo que las huellas forman un patrón negro. Mientras Viv friega el estropicio (y yo me fundo en excusas) pienso que aquellas manchas podían representar los abruptos pasos de baile de alguna canción de The Slits.

Viv Albertine es una de las figuras improbables del pop, y su banda (cuatro mujeres) la más radical de la época. The Slits eran todo lo no-rock que un grupo puede ser sin hacer canto gregoriano. Una amalgama de dub, pop, punk, baile Ubangui y discordancia que parecía no tomar un solo consejo del libro del rocanrol –ni en pose ni sonido- y desmontó cada cliché de la industria.

No fue divertido, pero sí excitante. Su memoria Ropa, música, chicos (Anagrama) habla con cruda candidez de lucha y pasión creativa en una vida sin domesticidad. Para ella, “feliz” es una palabra fea, “normal” un insulto. Interrogamos a la mente más despierta y la heroína más reticente del punk rock.

Empecemos con una pregunta rompehielos: ¿Qué has hecho hoy? ¿Cuál es tu rutina?

No tengo una. Empiezo el día quedándome en la cama más tiempo del necesario. Me encanta la cama. Me despierto y me quedo allí una hora, pensando. No de forma muy concentrada, solo pensamientos al azar. De vez en cuando surge una idea, o algo que me preocupa sube a la superficie. He vivido una vida bastante rápida; ahora me gusta la tranquilidad y la quietud. No le tengo miedo a la calma. Ni siquiera escucho música. Solo silencio, o el sonido de la ciudad. En los setenta teníamos aburrimiento, y ese aburrimiento gestó algo que ha sobrevivido cincuenta años. No soy la primera en decir que los chavales de hoy no saben aburrirse. El aburrimiento es muy importante para la creación de arte, como también lo es la frustración.

Los que venís del punk siempre habláis del aburrimiento y la mediocridad de los setenta, pero leyendo tu libro he vuelto a pensar que los años cincuenta de tu infancia eran aún peor.

Sí. Londres parecía estar aún en los 40’s [sonríe]. Nuestros padres habían vivido la IIª Guerra Mundial y tenían una lista de prioridades distinta. Para cuando llegaron los sesenta lo único que queríamos nosotros era ser felices, pasarlo bien, ser jóvenes para siempre. Nuestros padres se perdieron todo eso. Ellos vieron a gente morir, vivieron el racionamiento, mi madre nunca cogió un taxi, no comía azúcar (mientras que nosotros nos hinchábamos de chocolate). Hubo un gran cambio entre generaciones. Nosotros éramos más Yo, Yo, Yo. Y asimismo, se nos pegó algo de la austeridad paterna. A menudo me entrevista gente que tiene veinte años menos que yo, y una de sus preguntas siempre es: “¿Eres feliz?”. De niña nadie me preguntó eso. Nunca tuve la esperanza de ser feliz. No era algo que entrara en la ecuación. Mis padres habían vivido dos guerras. Nadie esperaba acceder a un estadio de felicidad ininterrumpida. Nuestra generación tampoco. Yo no esperaba ser feliz. Esperaba tener una vida interesante. La felicidad está sobrevalorada. Es una expectativa falsa, o no del todo deseable. Mi imagen de la felicidad es un estado estático: estar sentado en el sofá comiendo bombones.

Nice is a cup of tea, que decía Lydon.

Sí. Es un estado de sedación. La felicidad no me interesa. «¿Estás alerta?» me parece una pregunta mucho más interesante. ¿Te enteras de lo que pasa en el mundo? ¿Estás despierto? No puedo contestar “sí” a la pregunta de si soy feliz. Por otro lado, si contesto que no, el interlocutor siempre dobla el cuello así [realiza el gesto de condescendencia que uno haría con un bebé] y responde: Ooooh. Lo mismo cuando me preguntan si estoy soltera. Dios mío. Vivir en pareja: qué completa pérdida de tiempo. Me sorbía el alma. Toda la energía que tienes que dedicar a ser pareja de alguien, visitar a los suegros, por qué no me llama, por qué llega tarde… En los últimos seis años en que he estado soltera he completado el trabajo de cinco personas. Soy una artista egoísta.

Un artista tiene que ser egoísta. De otro modo nunca haríamos nada de provecho.

O si lo hacemos sería falso. Porque para ser un artista honesto tienes que decir lo que piensas, y eso daña a otros. Hasta hace muy poco los hombres lo tenían mejor, porque podían hallar a una pareja a la que no le importara ser la “musa”, la “facilitadora”, la que ayudaba al hombre a crear. Nunca hallabas a un hombre que aceptara ponerse en la posición inversa. A la mujer siempre se le dice que no debe dañar a los niños, que no debe dañar al hombre, a sus padres… Pero no puedes ser artista y no dañar a nadie. Aún diría más: para ser artista tienes que ser un poco desagradable. Tener una visión afilada. Y todo eso no encaja con lo que se espera de ti como mujer. “Anímate, cariño, vaya cara más larga, por qué no sonríes un poco más…” [ríe] Cuando empecé a dirigir para televisión yo era una de las pocas mujeres de la BBC, y siempre sonreía a todo el mundo en las escaleras. Nadie me sonreía de vuelta. Era un mundo muy competitivo. Y yo ahí, sonriendo como una secretaria. Intenté dejar el hábito, pero es difícil [ríe].

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De niña aprendiste que la vida era injusta y que, como decías, el aburrimiento era una energía. Así como la rabia.

La rabia y el aburrimiento han sido los motores de mi vida. Vengo de una familia de clase obrera, nada bohemia, sin dinero pero también sin libros en las estanterías, sin contactos molones ni nada parecido. La generación de mi madre fue aplastada, tuvieron que abandonarlo todo. Salían de la guerra y no las dejaban trabajar (para conseguir un empleo tenías que quitarte el anillo de casada). Solo se las conminaba a ser amas de casa y criar niños. Lo escuchas a menudo: “si no llega a ser por que naciste tú habría sido bailarina”. Eran una generación de mujeres frustradas, y nos convirtieron en militantes. Somos la segunda ola feminista, nacimos de su amargura. Yo solo tenía la rabia de mi madre y mi propio aburrimiento [sonríe]. Estaba siempre indignada, por lo que le habían hecho a aquella mujer tan inteligente. Veía la televisión y me ponía furiosa (aún lo estoy). Yo no era muy guay, ni muy inteligente. El cabreo era mi gasolina.

Hablabas de padres bohemios, siempre tan irritantes para los que nacimos de padres normales, nada intelectuales ni enrollados. Por desgracia, todo apunta a que nosotros somos ahora los padres bohemios. No puedo evitar un cierto autoasco.

[ríe] Sí. Creo que lo que va a suceder es que nuestros hijos van a querer ser normales. Mi hija tiene diecisiete años y está muy centrada. Es trabajadora, constante, toca en un grupo pero solo para divertirse, quiere estudiar inglés en la universidad… Creo que yo le he aportado esa estabilidad. Le he dado la parte de clase obrera, sin pretensiones, sin gilipolleces, y también le he mostrado los libros y el arte. No querría que mi hija estuviese tan desequilibrada como yo. Que fuese tan rabiosa y violenta.

En el fondo deseas que tus hijos sean feli… Perdón. Que sean estables emocionalmente. A la vez sabes que no crearán ningún tipo de arte válido, porque solo los neuróticos y magullados y alienados crean arte que tenga algún valor.

¿Sabes qué? Creo que el arte ha acabado. Si hablamos de occidente, a lo largo del último siglo ha sido la clase obrera la que ha marcado el ritmo visual, del pop y de casi todo. Ahora son los hijos de las clases altas los que están marcando el ritmo, pero nunca harán arte rebelde, porque son los hijos de los gobernantes. A la mierda el arte. Nuestros hijos serán ayudadores, serán facilitadores. Tendrán egos más pequeños. Todo eso de subir a un escenario y hacer poses con la guitarra, esperar a que la gente aplauda cada tres minutos… Es patético.

Desde luego el rock actual está del todo estancado. No puedo comprender cómo puede fascinarle a alguien de quince años.

Estancado es la palabra. ¿Y lo de convertir a uno de esos gilipollas en Dios, solo porque ha hecho dos canciones que riman? El género era radical en mi tiempo, pero ahora ha perdido todo el sentido. Si yo tuviese diecisiete años no pensaría que lo radical es estar en un grupo. Me parecería la opción más cómoda y aburrida. Preferiría ser un activista, o un abogado de derechos humanos, un estudiante de química… Cualquier cosa, en realidad. Yo hice lo que hice porque no tenía nada y estaba llena de resentimiento, y mi único camino creativo fue el que existía. Pero hoy no haría eso.

Puestos a admirar a alguien, admiremos a los profesores de la escuela de nuestros hijos, no al gilipollas ese de Kasabian.

Exacto. Mucha gente me sigue preguntando qué bandas escucho, qué grupos me gustan. Yo siempre contesto que me interesan muchísimo más los cereales del desayuno que los grupos de rock.

En el libro mencionas cómo todos aquellos músicos fueron tus maestros. Los que te señalaron los libros que merecían la pena, los discos que cambiarían tu vida…

Lo fueron. Comprendí lo que era Vietnam gracias los músicos americanos. Supe del Che Guevara gracias a la cultura pop. Me enteré de lo que eran las drogas por las canciones. Se trataba de gente que iba ahí fuera, lo experimentaba y luego venía a contártelo. Ahora, con internet y los viajes low cost ya no necesitas que nadie viaje para contártelo luego. Los músicos de antes eran como trovadores, que iban arriba y abajo del país contando la historia de la gente. Y no eran dioses, o al menos muchos de nosotros no los adorábamos de ese modo. Para empezar, eran gente interesante, espabilada, los veíamos como emisarios, como mensajeros… Yo viví un tiempo en que la música era el vehículo principal de la excitación y la rebeldía. Era peligrosa. No puedo entender cómo hoy se glorifica a unos cuantos pijos con tatuajes recién salidos del colegio privado. Siempre le digo a mi hija que intente distinguir en quién es radical y quien se hace el radical. Una chica rapeando en Afganistán: eso es radical. Arriesga su puta vida.

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Del punk me encanta una palabra que ha caído en desuso: poseur. Era muy útil. Posturero. Hay tantos ahí fuera…

Sí. Y otra que también se usaba mucho era careerist (arribista). Posturero y arribista eran las dos peores cosas que podías decir de alguien. El otro día estuve con dos músicos jóvenes que no paraban de decir “mi carrera esto, mi carrera lo otro”. Me dije: estos dos fulanos pertenecen a una especie distinta a la mía. Podrían ser contables, ya puestos, tanto hablar de su mierda de carrera. La música es algo que va abrir tu mente, transportarte hacia delante, ver las cosas de otro modo. Para estos chicos, la música es solo un modo de empezar empresas. En los sesenta toda la cultura era de clase obrera. Los ricos no participaban en las artes más que como mecenas o mánagers. En los ochenta decidieron empezar a trabajar, pero no en trabajos de mierda. Querían los glamurosos. Qué listos.

Es muy fácil dar por sentado algo que era radical cuando emergió. Hemos visto tantas copias de Hemingway que es difícil explicar lo revolucionaria que era su forma de escribir entonces. Lo mismo sucede con el rock’n’roll.

Desde luego. El contexto es muy importante. Es fácil meterse con Germaine Greer, decir que lo que hizo está pasado de moda, pero en su momento aquello era insólito. Internet tiene una tendencia a reescribir la historia con alteraciones. Por eso decidí escribir el libro en primera persona. Hay demasiados libros de hombres que no estuvieron allí, hablando de los tipos de guitarras que utilizaba no sé qué individuo. Es como un hobby de nerds.

Lo de la ropa también ha perdido sentido. En el libro explicas que te ayudó a “reconocer a un hermano” (en el caso de Mick Jones). Pero la estética se ha banalizado por completo.

Habrá feministas actuales que objetarán al título del libro. Chicos, ropas, música, qué poco feminista. Pero los chicos que yo conocí estaban muy politizados, eran gente muy sensible e interesante. Y en cuanto a la ropa, en aquella época decía quién eras. Te separaba. Te arriesgabas a que te violaran, que te atacaran, con cierta ropa. Hoy puedes ir a Primark y vestirte de punk, a la mañana siguiente de rocanrolera 50’s, a la otra de estudiante pija… Cada día adoptas un personaje, cosa que en el fondo me parece bien. Pero que quede claro que no tiene nada que ver con lo que te sucedía si te vestías de punk en 1976. No es comparable. Para nosotras la ropa era una especie de panel de anuncios. Especialmente en el caso de The Slits, porque mezclábamos en nuestra imagen todo lo que se esperaba de una mujer, solo que revuelto: un poco de sadomaso, un poco sexy, un tutú de ballet, zapatos de tío, chaqueta de delincuente… Y la gente lo odiaba. Sabían que nos estábamos mofando de todos los estereotipos.

El mundo de The Slits era uno donde un colega punk podía venir a decirte: “nosotros también queremos a un pibón en la banda”. Y no señalo a nadie.

[ríe] Pobre Paul Weller. Aquello era el mayor elogio que podía imaginar. Y él era buen tío, nada abusón ni maleducado. Es un buen ejemplo de lo arraigadas que estaban ciertas costumbres. Hoy me he acordado de mi padre, de cuando volví a verle después de muchos años separados, y andando por la calle no paraba de señalar a otra mujeres, mira esa, qué fea, mira esa qué buena está… Todos los hombres se creían con el derecho de hacerlo, ni siquiera era algo arriesgado. Las mujeres estaban para que tú las juzgaras. Yo le dije: “deberías echarte un vistazo antes de ir por ahí juzgando a las mujeres”. Mi padre se quedó de piedra. Jamás habría imaginado que lo que hacía fuese reprobable. Todos los chicos con los que salí tenían algún comentario que hacer sobre mi cuerpo: “tienes el típico cuerpo de pera inglés”, “tu nariz esto”, “tu barbilla hace eso otro cuando ríes”… Al final estás tan cohibida que ni te atreves a desnudarte. Los chicos de hoy son diferentes, según me cuenta mi hija. Mucho más considerados. Pero en la época aquella mierda asesinó mi sexualidad. Me agotó. The Slits estuvimos juntas menos de siete años, y aún me siento agotada por todo aquello. Siete años de pelea constante.

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En el libro no aparentas ser feliz en ninguna foto, hasta la página en que sales sosteniendo a tu hija. En todas las fotos de la banda, o de la época punk, apareces preocupada o triste.

Es interesante que lo veas así. Nunca tuve un solo momento de gozo, o felicidad, es del todo cierto. Inspiración sí, satisfacción artística también, pero nunca alegría. Tampoco de niña. Quizás si me hubiese dedicado activamente a la búsqueda de la felicidad la habría terminado hallando, pero no era eso lo que quería. Quería retos. Pero a la vez todas las puertas se me cerraban porque era una chica sin estudios y sin un duro. Nunca pensé en ir a la universidad, o formar un grupo. Todo se me presentaba como imposible. Todo era lucha.

En el libro dices algo parecido a lo que Steve Jones afirmaba en The filth & the fury: creía que los músicos caían del cielo.

Y tanto. Por eso cuando vi a los Pistols pensé: he aquí algo que yo podría hacer. Son exactamente igual que yo, solo que son chicos. De clase obrera, de la misma zona, mismos colegios, mismas voces, misma falta de títulos, misma impericia musical. Por primera vez vi que gente como yo podía hacer algo. Que no tenías que ser una cantautora glamurosa como Joni Mitchell, o una chica sexy y desacomplejada como Suzi Quatro o The Runaways. El único salto que tuve que realizar fue de chico a chica.

Lydon ayudó a vencer complejos, sin duda, con su inseguridad física y su timidez.

Sí, y creo que se estableció una cadena, en la que nosotras adoptamos ese papel para otras chicas. No éramos glamurosas, ni ricas, ni intelectuales ni veníamos de familias cool. No éramos la jodida Laura Marling, que es hija de un puto conde. Cuando regresé a la música a mis cuarenta años mucha gente me venía a decir que yo era una “leyenda”. Nunca nadie me había dicho algo así, y desde luego no me sentía como tal. En mi libro traté de deconstruir eso de la “leyenda”, para que cualquier chico, o chica, o transexual, o chaval de clase obrera, viese que no hace falta ser un guay de nacimiento como los nuevos artistas. Que puedes ser todo lo mierda, y todo lo tímido, y todo lo inepto que desees, igual que yo. E incluso así hacer algo con tu vida.

Los músicos que me hablan a mí tienen una cosa en común: están muy poco cómodos en su propia piel. Vic Godard, Wreckless Eric, Lydon, Bill Withers, Ray Davies, tú misma… Siempre parecían desear estar en otro lugar.

Creo que lo raro es sentirte cómodo con el espectáculo. Desconfío de la gente para la que estar ante los focos es lo natural. Vas a cualquier concierto ahora, de cualquier banda de tercera, y el espectáculo es fastuoso. Me parece incomprensible. Para hacer arte que sea relevante a cualquier nivel tienes que tener los pies en el suelo y dudar de ti mismo durante todo el proceso. Si vas a estar allí arriba, en el escenario, aporreando un trozo de madera durante tres minutos, con un estribillo a repetir cada dos, al menos tienes que ser consciente de que lo que haces es como el Mago de Oz. Que hay un elemento de timo en ello. En caso contrario no eres un buen artista.

Lo de The Slits, si uno no conoce su historia, podría parecer un proyecto científico planeado al milímetro: cojamos algo de dub, algo de free jazz, una pizca de punk, pillemos a una alemana de 14 años que baila como una mantis… Cuando en realidad era todo accidental.

Todo partía de ideas muy abstractas, muy espontáneas. Veo a grupos que están muy preparados, que han estudiado muy bien su camino, que casi parecen musicólogos. Han ido a colegios de música, y lo saben todo de estructura, pero tienen una visión muy limitada del mundo. Por el contrario, todos los músicos de los sesenta y setenta habían ido a la escuela de arte. Casi nadie sabía tocar, pero se valoraban todos tus talentos. Todos los que no querían un trabajo manual o una carrera formal iban a la escuela de arte. Allí tuvo lugar una fertilización cruzada. Se juntaba la música, las artes plásticas, el cine, el teatro… No había otra cosa. Hoy esto se ha puesto en compartimentos separados, es mucho más aburrido. Vas a la escuela de música y estudias música.

Si agarras un Quién Es Quién del pop de los sesenta o del punk te das cuenta de que toda la gente interesante venía de la escuela de arte.

Si tenías cierta edad, un temperamento artístico y no sabías qué hacer con tu vida te enrolabas en la escuela de arte. Todos tus artistas favoritos habían ido allí. Yo no tenía ni idea de qué iba a aprender. Solo que pasaría tres años sin trabajar, besuqueando a un montón de chicos y haciendo cosas fascinantes. Desde luego no era un paso pensado para conseguir algún tipo de ocupación fija, o una carrera. ¿Carrera? Eso es lo último que se me pasaba por la cabeza. Ahora voy a dar charlas a escuelas de arte y todos los estudiantes apuntan lo que digo en sus libretas. Lo tienen todo planeado para que esos tres años den un fruto rentable. Para montar sus negocios. Pero hace unas décadas nadie lo vivía así. Era algo tan hermoso, lo de vivir al día, sin la menor perspectiva de futuro… Y si algo interesante se te cruzaba por delante, lo cogías. Y si luego había otra disciplina que te atraía más, cambiabas de idea. Se fomentaba la espontaneidad. Todo lo que aprendí en la escuela de arte lo llevé a The Slits: cómo trabajar lo visual, cómo hacer que nuestros cuerpos fuesen lienzos, que todo lo que llevamos y los colores que usamos tuviese un significado, que los signos dijesen algo. Cogimos todo lo que se suponía que tenías que hacer con una guitarra, y la postura que tenías que usar, y cómo tenía que sonar, y lo desmontamos en muchos pedazos, y luego lo volvimos a montar. Nos lo inventamos por el camino. Eso era lo mejor, no formar parte de la tradición del rock’n’roll. Incluso gente como Steve Jones, que es adorable, había pasado horas delante del espejo haciendo posturitas de rockero. Pero The Slits no. Nunca esperamos que haríamos algo así. Todo era nuevo.

En el libro dices que cuando empezabas a tocar te planteaste “cómo sonaría yo si fuese un sonido de guitarra”. Dudo que nadie en el rock se haya preguntado eso, jamás.

Es cierto. Lo siento, pero los grupos de chicas del punk eran mucho más radicales que los grupos de chicos. Ellos todavía pensaban en Buddy Holly, en Keith Richards… Por mucho que estuviesen en el punk tenían esos modelos a seguir de los que no podían zafarse. Nosotras no. Nunca copiamos a los hombres. Tuvimos que inventar otro lenguaje, porque no existía.

Y si os fijabais en alguien era en Sun Ra, o Max Romeo.

O Don Cherry. O Mary Poppins. Nuestros modelos eran extraños, no nos daba ninguna vergüenza coger de todas partes. Y Ari era tan joven… No le había dado tiempo a que la sociedad le jodiese la mente. Era alemana, había pasado media infancia en un internado, en cierto modo era como si su mente estuviese inmaculada, era como una niña salvaje. Parecía Kaspar Hauser.

Como decíamos antes, los artistas no tienen por qué ser “majos” de un modo convencional.

Ari era muy difícil. No sé qué habría sido de ella de no ser por el punk. En serio. Le salvó la vida. Le proporcionó una válvula de escape y una dirección para toda aquella energía demencial. Todos éramos gente rara, todos veníamos de familias jodidas. No había internet, no había revistas que hablaran de nosotros, gravitamos hacia el punk porque era el único sitio que nos aceptaba. Todos padecíamos trastornos de personalidad en uno u otro grado. Ahora se utiliza el término “apareamiento concordante”: un determinado tipo de gente se junta por un factor determinado. Acabamos en la tienda de Malcolm y Vivienne porque éramos el mismo tipo de gente. Hoy en día sucede algo interesante y millares de personas se enteran al momento. Pero entonces tenías que tener una mente determinada para acceder a aquello. Era una voz que se filtraba a través de las generaciones, pero que se mantenía a salvo del pensamiento común. Ahora hay una exposición punk en Londres. Horrible. Y me alegra que no haya nada allí. No tienen nada que mostrar. Porque en realidad era una actitud, no algo físico.

Siempre he visto el punk americano como una cosa más enrrollada, más rocanrolera. Mientras que el punk inglés nació de un puñado de inadaptados con mala dentadura. Chavales vírgenes y patizambos.

Yo opino lo mismo. Creo que el punk americano es una cosa distinta. Eran gente mucho más sofisticada y callejera. Navajas automáticas, chupas de cuero. En los Ramones había chaperos, por ejemplo. En sus círculos había prostitutas, heroína. Patti Smith venía de la poesía. El punk inglés era muy inocente, comparado con aquello.

El sexo en el punk inglés siempre es desastroso. En tu libro hay varios ejemplos de sonrojante impericia. Tu mamada a Lydon es quizás el momento del libro que da más dentera.

[ríe] Las mamadas eran cosa de americanos. Los americanos llevaban años y años practicando felaciones a diestro y siniestro, era como una tradición nacional. Según he leído, muchas madres americanas recomendaban la felación como sustituto al coito, para evitar embarazos no deseados. Pero aquí eso ni existía. No teníamos ni porno. Ni videos. Si querías ver películas porno tenías que ir a un cine X, pero nadie lo hacía, era una cosa de viejos salidos. Así que lo que todos practicábamos era una especie de sobeteo absurdo durante horas. Una cosa sin sentido. Al final perdías interés.

Todo era tan excitante que follar era la última de las prioridades. “Sexo son dos minutos de sonidos chapoteantes”, como dijo John Lydon.

Sí. Nadie pensaba mucho en ello. Y todo lo de la ropa sadomaso era una cosa extrañísima, nadie había visto jamás esos artilugios. Aquello era algo que alguna gente (gente rica) utilizaba en la más estricta privacidad. Nosotros lo usábamos para ir por la calle y resultaba escandaloso, pero lo más interesante no era eso. Lo interesante es que nos hacía parecer que estábamos al tanto del rollo sexual, cuando no lo estábamos en absoluto. Había dos chicas de toda la movida que se prostituían, pero eran una rareza. Y en cuanto a los chicos, tenían todos diecisiete, máximo dieciocho. No tenían casi experiencia. Hacían lo mismo que los niños en el patio: meterse con todo aquello que no tienen o no pueden hacer. La frase de Lydon viene de ahí. Se hicieron famosos a la vez que descubrían el sexo. No eran mujeriegos, precisamente. Aparte de Steve Jones [ríe].

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Hablando de Steve Jones, tu libro se añade a una larga lista de memorias punk. Exceptuando la de Jah Wobble, que insiste en que Lydon es una sabandija inmunda, las demás tienden a coincidir en pintar a Lydon como el tío brillante y a Sid como el cenutrio bizqueante. Tu libro cambia un poco esa visión.

Sid se hacía el tonto, que es muy distinto. Para llevar la contraria. Y era uno de los miembros más dañados psicológicamente del punk. Su madre era yonqui. Si consideramos en qué tipo de hogar creció aún puede decirse que le fue más o menos bien. Porque estaba maldito desde que nació. Su madre era una mujer inteligente, pese a todo, y él también lo era.

Sid opinaba que tener una opinión sobre algo era “pretencioso”.

Veía más allá. Estaba rodeado de gente que no paraba de hacer afirmaciones palmarias sobre esto o aquello otro, pero que en realidad estaban en la inopia. Él podría haberlo abrazado todo, cualquier opción. Sid era un hombre interesante que acabó destruido.

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Tu libro habla de él con un cariño palpable.

Mira esas fotos: era solo un niño desvalido. Me rompe el corazón ver alguna de esas filmaciones donde da cabezadas por culpa de la heroína, y no para de disculparse. Por otro lado, él y yo éramos distintos. Él siempre había soñado en ser una estrella del rock. Él y John. Estudiaban los ritos del rocanrol. Eran los niños que se vestían como Bowie e imitaban a Bolan ante el espejo. Pero las Slits no éramos así. Nacimos de la más absoluta nada, sin ningún tipo de bagaje rock. Y eso, por supuesto, también acabó con nosotras.

En todas las biografías del punk y post-punk hay un trozo en donde saca la cabeza Vic Godard. En la de Tracey Thorn era como ídolo, en la tuya es más como…

Un cómplice, sí. Subway Sect eran el grupo con el que nos sentíamos más identificadas musicalmente. Pasábamos mucho tiempo juntos, yo me acostaba con Rob [Symons], éramos uña y carne, íbamos al cine juntos. E incluso así, eran chicos blancos que habían acabado el bachillerato, y que venían de familias más privilegiadas. Es mucho más fácil desperdiciar tu talento y confianza en ti mismo si naciste con él. Yo no tuve ninguna. No quería desperdiciar lo poco que tenía.

El entorno tampoco era el más amigable. Describes un momento en que fuiste a ver a tu amigo Sid Vicious para que te echara de los Flowers of Romance después de que tu exnovio Johnny Thunders te convenciese para meterte heroína.

Todo el mundo estaba muy jodido. Yo creía que Thunders estaba siendo amable, pero era solo una estrategia de manipulación yonqui. Los yonquis buscan acólitos. Él sabía que yo estaba triste, y tenía jaco en casa. Me puso en una posición vulnerable para que no pudiese decir no. Es un viejo truco de control, pero me llevó veinte años darme cuenta de ello.

Es un libro muy honesto. No solo por lo que dices de los demás, sino por lo que afirmas de ti. Tu resentimiento hacia Ari Up, por ejemplo, porque decías que te copiaba. Podrías haberte puesto en el papel de mentor benevolente, que siempre es más agradecido, pero decides decir la verdad.

Fue difícil poner eso en palabras. Durante todo el libro lo pasé fatal a la hora de explicar que había sido deshonesta, o que había engañado a alguien, o explicar mis necesidades corporales. Me daba miedo pensar en que iba a publicarse. Pensaba que iba a ser troleada sin compasión, que la gente iba a decir que mi cuerpo daba asco y mi personalidad aún más. Pero necesitaba ser honesta. Asumí que no iba a tener novios nunca más, y que perdería a los amigos que aún tenía. Sufrí una crisis nerviosa al terminarlo. Pasé tres meses sin salir de casa. No sabía ni si estaba bien escrito.

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La segunda parte del libro (la de después del punk) es una historia de renacimiento. ¿A dónde vas desde allí? Mucha gente pierde el norte después de haber sido precozmente audaz en su juventud.

Sin duda. Las cosas también han cambiado en ese sentido. Hace cincuenta años la segunda parte de tu vida se parecía mucho a la primera, porque trabajabas en el mismo sitio hasta que morías. Pero hoy ya no es así, no solo para los artistas. A lo largo de mi vida he tenido cinco o seis viajes, y creo que eso no es una excepción. Probé muchas cosas.

Tras haber agarrado una guitarra sin tener ni idea y hacer lo de The Slits, supongo que no era un salto de fe tan insólito pensar que podías dirigir un filme.

En cierto modo no. Pero tampoco creía que podía ser una cirujano. O astronauta. Ni siquiera abogada [ríe]. Para mí no se trata del medio. No quiero mitificar lo de la música, ni el cine. La plataforma me da un poco igual, mientras pueda comunicarme. No pongamos en un pedestal el tema de la música, la pintura, la poesía… hay que escuchar lo que nos cuentan. Agarrar una guitarra y subir a un escenario no tiene nada de heroico o interesante si no tienes maldita cosa que decir. La gracia del punk era precisamente que daba un poco igual la forma en que decías algo, si tenías algo que contar. Y si no lo tienes, estate calladito durante diez años, luego vuelve y di algo.

Cuando tú regresaste de tu exilio familiar tuviste que volver a aprenderlo todo. A tocar la guitarra también.

Me aterrorizaba lo de presentarme a veladas de micrófono abierto en pubs, pero algo me empujaba a hacerlo. Era como una especie de locura. Como si no fuese yo. Muy raro. Una fuerza tiraba de mí. Porque no era la Viv pensante la que decidió meterse en aquello. Era otro tipo de criatura que vivía en mí la que me dijo: “da igual si haces el ridículo, o eres vieja, o eras malísima. Vas a presentarte a ese micro abierto”. ¿De dónde salió eso? Vas a joder tu matrimonio de 17 años, tu hija te necesita en casa… Las razones para no hacer lo que hice eran enormes. Pero si consigues sintonizar con… No sé como llamarlo. Yo lo siento como un río subterráneo que fluye en mi interior. Si logras conectar con eso, te dominará. Harás lo que haga falta. Mi marido creía que era un acto de supremo egoísmo. Que no tenía sentido después de haber pasado nueve años en casa cuidando de mi hija. Asimismo, hay un momento en que tu hijo tiene ocho o nueve años y tú, como padre o madre, vuelves a mirar al exterior. Porque tu hijo ya es una persona. Muchas mujeres se separan en ese preciso momento. Se les abre el cielo. Tu cría ya puede alimentarse sola. Es algo animal. Al mismo tiempo me pregunté qué tipo de ejemplo quería yo representar para mi hija. Ella ya no necesitaba una niñera. Empezaba a necesitar un ejemplo a seguir. Y conseguí que me viese así. Un día yo era parte del mobiliario. Al otro era una persona que salía y tocaba la guitarra y escribía letras y le pedía la opinión. Y eso puede parecer egoísta durante unos años, porque quizás estás haciendo menos cenas, pero germina en algo que es mucho más importante para un niño. En una madre que merece la pena, en suma.

Tu exmarido queda como un completo capullo. Con perdón.

El pobre se asustó. No era así al principio. Es una paradoja, creo que común en algunos hombres. La razón por la que se enamoró de mí fue lo que le fue distanciando de mí con el tiempo. No intentó formar parte de ello. Algo le dijo que si yo continuaba con la música él iba a quedar al margen. No era cierto, pero él estaba tan convencido de ello y se opuso tanto a mi camino que al final sus miedos se hicieron realidad.

Tuviste una época de retiro absoluto en la que solo eras madre, las 24 horas. Permíteme que te pregunte esto: ¿cómo aguantaste tanto tiempo haciendo ver que eras normal, con los otros padres y madres normales? En una ocasión le hice esta misma pregunta a Tracey Thorn y se lo tomó fatal, dijo que ella no miraba a la gente de ese modo. No sé si estaba siendo sincera.

Quizás sí, y para ella esto era fácil, porque es una persona normal [ríe]. Pero para mí fue un suplicio. Me sentí un fraude total. Una absoluta automarginada. Fue agónico. No comprendía como aquella gente tan centrada y normal podía dejar que sus hijas se quedaran en mi casa. Me esforcé tanto para parecer normal, para que mi hija tuviese amigas y nadie pensara que era una friqui… Pensé que si nadie se enteraba que yo era la guitarra de The Slits las madres de las amigas de mis hijas las dejarían quedarse a pasar la tarde. Y me sentía forzada a ser doblemente buena. Que nunca hubiese el menor riesgo, porque ya era riesgo suficiente que estuviesen al cuidado de alguien con mi pasado. Nadie sabía de ello, porque yo llevaba el apellido de mi marido. Fueron años de sentirme como un pez fuera del agua. Quizás Tracey Thorn no necesitaba el camuflaje, porque encajaba de perlas en medio de todas aquellas mamás, pero para mí fue una pesadilla. Lo peor es que seguro que me equivocaba, que a nadie le hubiese importado. Pasaron años, hasta que mi niña tenía siete años o así, en que se lo confesé a alguien. Mi hija ya iba a una escuela secundaria de Camden, y allí sentí que había una mayor afinidad con algunos padres. Mi consejo para futuros padres es: si vas a llevar a tu hijo a la escuela y no eres demasiado normal, no lo lleves a un sitio que es el epítome de la normalidad. Porque a tu hijo va a resultarle raro que te comportes de forma tan distinta en casa y en el colegio [sonríe].

Dicho esto, no hay nada peor que los colegios donde todos los niños son hijos de directores de cine, actores y músicos rock. En Barcelona hay unos cuantos. Puag.

No, claro. Mi hija va a una secundaria típica. Hay de todo. Desde la hija de un mandamás de The Guardian hasta los hijos de casas de protección oficial de la zona. Los hijos de artistas famosos en colegios como los que mencionas llevan vidas enrarecidas y muy aisladas. No comprenden los problemas que tiene la gente trabajadora, porque no van a la clase con los hijos de esa gente. Vivirán siempre la vida en la crema, en lugar de en la leche.

Tu vida está plagada de golpes de suerte pero también de impactos de tremenda mala suerte. Plenitud artística y maternidad se alternan con cáncer y violencia de género de un modo que parece novelístico. Tienes algo bueno y de golpe te lo arrebatan.

Creo que es otra consecuencia de haber crecido en una familia disfuncional, con un padre con graves trastornos psicológicos. Tiendo a gravitar hacia la dificultad. No puedo evitarlo. Es como si me sintiese atraída por las naturalezas abusivas. Supongo que también es culpa de mi falta de autoestima. Nunca crees que merezcas algo, así que acabas mezclándote con lo peor. No culpo a los demás. Tampoco a mí. Es otra de las razones para no estar en pareja. No se trata de que todos sean malos, sino que yo no sé escoger a los buenos. Me parece una razón de peso para dejar de buscar. No es tan grave si eres joven, puedes sacudirte los malos tratos de encima con más facilidad. Pero a los cuarenta o cincuenta, con una hija, ese escenario es una cosa seria. No me importa que se metan conmigo en las artes, es un mundo cruel y estoy acostumbrada (además, tiendo a ambicionar cosas que están por encima de mis posibilidades, lo que me hace tropezar y exponerme a la crítica mucho más a menudo que otros). Pero en mi vida privada eso es distinto. No quiero que me traten mal.

Las novelas negras se equivocaban. La culpa no es del mayordomo, sino de los padres.

Mi nuevo libro va de padres disfuncionales en los años cincuenta. Es una búsqueda de qué me convirtió en la persona que cogió la guitarra. Y cuando descubrí lo que me hizo así, vi que era jodido. Todos estábamos jodidos. Por eso hicimos lo que hicimos. Porque estábamos medio locos. Pero a la vez ese camino no para de llevarte a precipicios y caminos sin salida. Yo me he hallado en muchos de esos. El cáncer me vino de eso, estoy convencida.

¿De la parte emocional?

Sin duda. No es que me culpe de ello, pero tuve cáncer por la forma en que viví mi juventud. El tiempo era el que era y no hubiese podido hacerlo de otro modo. Pero aquella angustia tuvo sus consecuencias. Podría haber llevado una vida tranquila, conocer mi lugar, no salirme de la fila, quedarme con los de mi clase social… Pero no era lo que yo buscaba.

El escritor Harry Crews siempre decía que tu destino como artista de clase obrera es estar perpetuamente alienado: de la clase de la que te extirpas, y de la clase “artística” a la que desembocas. Nunca encajarás.

¡Muy cierto! Jamás formarás parte de nada. Es tu destino. Y yo he hecho las paces con ese destino. He decidido hablar de mi familia, de mis parientes. Muy pocos artistas hacen eso, diciendo toda la verdad. Yo lo he hecho. Mi padre tenía Asperger, pero jamás le diagnosticaron así. Nadie utilizaba la palabra entonces. Mi hermana y yo también estamos en el espectro autista.

¿Te han diagnosticado así?

No. Lo sé y ya está. No necesito que me lo ratifiquen. Mi padre, mi hermana y yo padecemos lo mismo los tres. A mi padre le zurraban porque creían que era estúpido, que no prestaba atención. Ni siquiera a Ari Up, que era Asperger total, la trataron como tal. En los setenta no existía el término. Eras raro y ya está. O antipático. O maleducado. Saberlo a los diez u once me hubiese ayudado, claro, pero ahora, ¿de qué coño me sirve ese diagnóstico? Un hecho interesante es que la investigación del autismo en chicas está muy poco avanzado, porque cuesta muchísimo más detectar los casos, incluso hoy. Y eso sucede porque las mujeres son grandes observadoras, saben instintivamente cómo camuflar sus taras, como comportarse en público, y han conseguido disimular sus patologías durante décadas. Es obvio que mi comportamiento en los setenta era obsesivo compulsivo. Mi obsesión con ciertas canciones. No podía salir a la calle si tenía una arruga en la falda. Intentaba ser amable pero me salía al revés, y decía cosas horribles sin ninguna mala intención. No hace falta ser un genio para ver lo que me pasaba.

(Ambas entrevistas, en formato corto y kilométrico, son propiedad de aquí el menda, Kiko Amat).

No estaba muerto, que estaba de novela

Perdón por no haber estado. Estaba en el ala Oeste del palazzo, terminando el primer borrador de mi quinta novela. No sé cuándo dejé de colgar posts en este blog, pero debe hacer ya unos buenos meses, cuando emprendí el maníaco sprint final de aquel borrador. Mis disculpas si alguien siguió entrando aquí pese a todo, como el majara que continúa acudiendo al viejo bar que ya demolieron.

Este blog reanuda su actividad normal desde hoy y hasta nueva orden. Iré enchufando aquí todos los artículos o entrevistas o paridas que publiqué en mi interín de desaparesido, y que tal vez algunos de ustedes se perdieron, descabezada la nave nodriza.

He estado bien, el pijama era cómodo, cuando empecé a escribir todavía hacía rasca y ya han pasado dos estaciones, leches. Me pongo a ello, no me entretengan.