Trevor Noah: racismo y rabia (con sonrisa accidental)

Resultat d'imatges de trevor noahHay gente que saca mucho de nada, y viceversa. Nuestras abuelas apañaban un caldo nutritivo con una patata chuchurrida, un diente de ajo centenario y un puñado de gravilla. Ernest Hemingway, por el contrario, condujo ambulancias en la Iª Guerra Mundial y fue herido en las piernas, y de ello solo extrajo una mundana novelita de besitos y cotorreo. Es curioso: cuando el destino le ofrece a uno una vida asombrosa, la parte difícil de la literatura parece resuelta, pero no siempre funciona así. ¿Qué determina, entonces, que la plasmación del itinerario vital devenga obra maestra, mero documento de interés histórico o ladrillazo? Lo de siempre: el viejo talento.

Eso nos lleva a Trevor Noah, presentador de The Daily Show (mordaz talk show norteamericano), cómico surafricano y autor de las memorias Prohibido nacer. Noah es hijo de madre xhosa, “muy negra”, y de padre suizo, “muy blanco”. Nació en Johannesburgo en 1984 de un color que no era ni chicha ni limoná, lo que le convirtió en el friqui del barrio (“yo era mestizo, pero no era de color. Tenía piel de persona de color, pero no su cultura”). Prohibido nacer cuenta una historia de innegable interés. En su autobiografía confluyen temas de calado como el apartheid, la pobreza, la violencia de género y la delincuencia del gueto. Noah lo pinta en un paisaje familiar más colorido, si cabe, que su entorno político-racial: su madre, tan amorosa como ultra-religiosa, le arreaba tundas correctivas a diario; su paliducho padre natural no podía ni saludarle por la calle (pues los matrimonios interraciales se pagaban con la cárcel); su madre dejó al segundo marido, un borracho insolvente y paranoico, y él casi la mata a tiros. Noah, asaz dañado por todo ello, encaminó su juventud hacia la pella universitaria, el planchado de cedés piratas (un “mini-imperio”) y la organización de fiestas en favelas: multitasking trapichero (“si yo hubiese invertido toda aquella energía en la universidad, me habría sacado un máster”). Todo ello manda su mestizo culo a la cárcel, como era de esperar. Allí, Noah decide cambiar su vida y todas esas cosas, a sabiendas de que en el futuro tendrá anecdotario para dar y vender.

Y así es. Si invitáramos a Trevor Noah a cenar, la sobremesa sería un monólogo de varias horas que el resto de comensales escucharía con la boca abierta. Y santiguándose. Las vio de todos los colores: su colega bailarín se llamaba Hitler (y la gente lo jaleaba así: “Ale, Hitler! Ale, Hitler!”); se hizo pasar (sobre un escenario) por el rapper americano Spliff Star; descubrió que el gobierno surafricano determinaba si alguien era blanco o negro mediante la “prueba del lápiz” (“si se te quedaba enredado en el pelo, eras negro”). Y más anécdotas de vida cotidiana en el Soweto de los 80, un lugar delirante donde, por ejemplo, nadie tenía coche pero todo el mundo construía su choza con parquing y entrada.

Por desgracia, no todo el anecdotario es así, ni el anecdotario lo es todo. Pese a que el subtítulo del libro es “memorias de racismo, rabia y risa”, de lo último hay lo justo. A pesar de que Noah es, en directo, un stand-up competente, su libro no alcanza la hilaridad, quizás porque rehúye la hipérbole y los gags despiden un cierto aroma a hoja parroquial. En segundo lugar, Noah, como suele sucederles a los archifamosos con infancia azarosa, cree que todo lo que emerge de su boca es oro de dieciocho quilates. Incapaz de decidir qué cautiva a la audiencia, otorga un número inmoderado de páginas a bagatelas como sus primeras citas con chicas o la vida y hábitos de su perra Fufi (era “supertraviesa”). El temario, así, rebota todo el rato entre lo asombroso y lo ultramundano, y vuelta a empezar. Para colmo, Noah chapotea de un modo imprudente en el populismo de estrella “humilde”: cuando nos confiesa que no se “arrepiente” de nada o que su comida favorita es aún “la mortadela”, suena como Rod Stewart. La tautología, los momentos de autoayuda y las bromas descafeinadas acaban convirtiendo un libro que podría haber sido memorable en nada más que recomendable. Kiko Amat

Prohibido nacer; memorias de racismo, rabia y risa

Trevor Noah

Blackie Books

324 págs.

Trad. de Javier Calvo

(Artículo publicado originalmente por el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 10 de febrero del 2018)

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