Il poverello: vida y milagros de San Francisco de Asís

Es el título inexacto que le he colocado a un artículo para los señores y señoras de la revista El mon d’ahir.

Pues se trata de su vida y «milagros», en efecto (las comillas son mías), pero no como los han leído en otros lugares. Hace mucho tiempo que leo sobre hagiografía (vidas de santos) y torturas a mártires, y el resultado de tanto leer ese tipo de cosas ha sido este reprensible reportaje.

Mi pieza, de gran salacidad, razonada mordacidad y desbocada comicidad, empieza de este jaez:

Resultat d'imatges de giotto san francisco de asis

«Si os aburro me decís que pare, ¿vale?»

«1. San Francisco de Asís era el santo más venerado en mi casa. Cuando digo “más” lo que quiero decir es “único”, y cuando digo “venerado”, lo que quiero decir es que teníamos un tablón para llaves con su efigie en la puerta. Un bibelot de hierro con la figura del santo en incómoda pose oratoria, y la leyenda: “San Francesco proteggi la nostra casa”. No la protegió muchísimo, que digamos, pero eso ahora no viene al caso.

San Francisco de Asís había sido designado Guardián de las Llaves del Piso porque, cuatro generaciones atrás, alguien decidió que todos los primogénitos varones de la familia seríamos ungidos con su nombre y, es de suponer, arropados en su halo. Yo fui el cuarto, y en mi carnet de identidad aún puede leerse “Francesc d’Assís”. No quise laicizarlo; no sé muy bien por qué. Tal vez porque me iba bien ser asociado a un santo cuyos atributos y valores eran el perfecto opuesto de los míos (empezando por la humildad y terminando con el perdón; lo de la pobreza sí coincidía, muy a mi pesar). Tal vez porque San Francisco de Asís fue uno de los santos más friquis de todo el tinglado, y yo empezaba a transitar esa senda.

Ustedes dirán que todos los santos eran friquis, y tendrán parte de razón. Los había bizarros, volcánicos, sicalípticos, masoquistas (casi todos), homicidas, homoeróticos, incluso andaluces. Pero San Francisco de Asís era friqui de un modo muy particular. Una especie de nerd ultramotivado y asmático que nunca paraba quieto: un día entregaba sus ropas a un leproso, el otro te levantaba una iglesia, al tercero montaba una banda y al cuarto impartía doctrina a unos pajarracos. Hoy en día alguien así, por descontado, sería diagnosticado con Trastorno Bipolar. No se rían: los trastornos graves de personalidad eran un requisito laboral indispensable para los cristianos old school[1]. Cualquier definición estándar sobre sintomatología bipolar suena a currículum vitae de San Francisco: “excitación excesiva, percepción de grandeza, irritabilidad, falta de sueño, aumento notable de energía, pérdida de energía, verborrea, tristeza, ansiedad, llanto incontrolable, cambios en el apetito y pensamientos suicidas”. Pero en época de nuestro santo no sabían un carajo de psiquiatría elemental, así que le santificaron.

[1] Pablo de Tarso, Romanos 7:15: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”: brote sicótico de manual.»

Pueden comprar la revista El mon d’ahir en los mejores quioscos de Catalunya y entretenerse un rato con mi pieza, y con el resto de historias (más serias) que abundan en el magacín.

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