Kiko Amat presenta a Patricia Castro

Hoy. Esta tarde, vamos. Pedazo de antelación les doy, soy consciente de ello. La cosa será en la Sala Meteoro, como pueden ver en al flyer adjunto, el domingo 22 de septiembre a las 19h.

Estaré allí para charlar en directo con Patricia Castro, quien ha escrito un libro de milennialismo proleta y extrarradial llamado Sueño contigo, una pala y cloroformo (àpostroph, 2019). En la mesa me acompañan Toni Esteban y Pedro Luna.

Todo apunta a que, por primera vez en mi vida entera, voy a ser el más veterano (con diferencia) de una congregación. A no ser que alguien acuda con sus viejos, cosa improbable (pero no imposible).

Y también apunta que el evento será la típica Encerrona Badalona (la cantidad de gente de Badalona que pulula por el mundo no guarda relación alguna con el censo real de la población).

Espero verles allí and all that.

La canción del viernes #51: THE BEAUTIFUL SOUTH Let love speak up itself

Paul Heaton es uno de mis músicos favoritos. Su carrera me sirve de guía. The Housemartins desde la adolescencia, después The Beautiful South. Crecí a su lado. De mis cinco artistas pop favoritísimos, de calle, de toda la historia.

«Let love speak itself» es de 1990, del álbum Choke. Juro y me santiguo con esos cuatro primeros discos de The Beautiful South.

La canción me pirra, y el video también (Heaton siempre ha hecho buenos videos, como sabemos todos los fans). El crescendo final del tema, cuando acuden las trompetas al rescate y Heaton empieza a pegar alaridos rompe-tráqueas) me recuerda un poco a una de mis canciones predilectas de los diecisiete años, la versión de «I’ll be your Shelter (just like a shelter)» de The Housemartins, que escuché como un demente a lo largo de mi abortado BUP (academic inspiration they gave me none, que diría Kevin Rowland).

Si, aprovechando que están aquí tarareando, quieren releer aquella maravillosa charla que mantuve con Mr. Heaton en el 2012, no duden en chasquear los dedos así.

Ring literario #5: Ernest Hemingway vs. William Faulkner

La quinta entrega de los cates literarios. Esta es la de Papa contra Faulkny. Great fun to write. Yo siempre he sido pro-Papa (aunque no estaba exento de la ocasional matraca) y anti-el de la pipa. Como podrán constatar leyendo la piececilla.

Léanla, como siempre, en El Periódico de Catalunya. En este leeeeenk.

Kiko Amat entrevistó a LOQUILLO (la charla sin cortes)

“Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop”

Loquillo: "Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop"

El veterano músico se convierte en raconteur en Chanel, cocaína y Dom Pérignon, un anecdotario de oficio, farándula y tribu que mapea la (excelsa) Barcelona de 1985 a 1989.

Me cito con Loquillo en el 99%, un “moto bar” de Les Corts que es mitad reducto rocker y mitad capilla dedicada a José María Sanz, alias “Loquillo” (o simplemente Loco, si ingresas en la cofradía). Y hablando de santos: Loquillo sigue siendo alto como un San Pablo. Lleva un traje oscuro que es pura geometría, nomeolvides de gánster del Soho y mocasines Montecarlo 1965. Más Gainsbourg que Rat Pack, para entendernos. Lo único que ha cambiado en él es el icónico tupé, que de un tiempo a esta parte aparece nevado, como las cumbres del Canigó. Pero no se dejan engañar por las canas. Es el mismo Loquillo. Su último libro se centra en su Segunda Venida (condal): el periodo 85-89, cuando Barcelona parecía la capital de un Imperio y Loquillo un conquistador que regresaba, triunfante. Un tiempo y un lugar fascinantes de los que, como él mismo apunta, “solo quedan cenizas”.

Dices que este es tu último libro de memorias, y has decidido terminar con tu segunda fase barcelonesa. Tu regreso, del 85 al 89.

He escrito ya varios libros contando mi periplo, que abarcan desde el 72 al 87. De mi infancia a mi adolescencia rocker, la formación del grupo, la ida a Madrid… Pero yo quería acabar con este, y la razón es sencilla: lo de después es aburrido. Las biografías de artistas que se centran en el éxito y los excesos son muy aburridas. A mi me interesaba contar los inicios, los porqués y las razones. Qué hacían unos chavales de veinte años en medio de todo aquello  viviendo vidas que no vivirá la mayoría de gente. La Barcelona preolímpica fue un momento de lucidez, y gestó a una generación que ahora maneja la escena musical en la ciudad. Del mismo modo que los primeros okupas de mediados de los ochenta en Barcelona son la antesala del todo el movimiento libertario en la ciudad. Esto ocurrió aquí.

Aquí la subcultura siempre ha sido muy sub. Nunca ha interesado a nivel oficial o de prensa.

Mira, mi padre era tanguero, del Clot. Iban con fular y su sombrero por el barrio, en plenos años treinta. Eran una subcultura. Y me da rabia que no se hable de esas cosas. Cuando me dieron la medalla de la Ciudad de Barcelona le conté a Pisarello, el teniente de alcalde, que es argentino, que Gardel a su llegada a Barcelona se convirtió en un fenómeno. Una fiebre. Pero a él ni le sonaba. Existe una gran ignorancia sobre la historia cultural de esta ciudad. Barcelona, el area metropolitana de Barcelona, que yo siempre he llamado Distrito Federal, tiene una cuenta pendiente con la cultura pop, con la cultura rock. Todos los consistorios han obviado nuestra cultura y han dado la matraca con la nova cançó y la rumba catalana. Es hora de que se empiece a contar la historia del pop en Barcelona.

No tengo muy claro por qué hemos aceptado que Madrid era «la» ciudad rocanrol, cuando del 84 al 90 los grupos que importaban eran de aquí.

Yo siempre he estado en medio de las dos ciudades. Viví la Movida en Madrid porque en Barcelona en aquel momento no había futuro para el rock’n’roll. Y cuando regresé aquí, fue porque Madrid ya era un circo folklórico donde no existía nada de interés, y donde gente como Mecano u Hombres G eran la nueva movida (en breve la movida será incluso Miguel Bosé). Las grandes bandas madrileñas, como Gabinete o Pegamoides, quedaban lejos o se habían disuelto o empezaban a cambiar para mal. La Movida en realidad duró tres años, hasta el cierre de Rock-ola en el 84. Y en ese momento Barcelona se alza, y además lo hace mediante la iniciativa individual. En la vida eres individual o colectivo, y a mí no me gusta lo colectivo. En aquel momento nos abrimos paso una serie de individualidades, desde todos los ámbitos: rocanrol, mod, punk, gótico… Al principio nadie les hacía caso, grandes bandas tocaban en bares. Los Negativos, uno de los grandes grupos barceloneses de la década, eran un grupo desconocido. Pero aquel pequeño grupo de aberraciones hacía mucho ruido. La diferencia con Madrid, donde la gente interesante también era minoría, es que desde los medios y las instituciones se les apoyó y se vendió aquello como la panacea, y en Barcelona ocurrió lo contrario: el fenómeno se silenció. La prensa en Madrid iba toda a una; el apoyo era total. En Barcelona se ignoraba a las bandas. Se abrieron paso mediante trabajo. Puro curro. Nadie habla de curro. Por cierto, ¿te acuerdas de aquellos suplementos que se sacaban en la prensa de aquí sobre las tribus urbanas?

Por desgracia sí. Aún me despierto sudando en mitad de la noche.

¡Pero dónde váis! ¡Ridículos, que sois unos ridículos, no os enteráis de nada! [ríe] No acertaron ni una. No pillaron nada. Por tanto existía un componente de secreto, de esto está pasando pero nadie lo muestra.

LOQUILLO, El niño grande apuesta fuerte

Es una vieja batalla, en todo caso, la de la “autenticidad” entre las dos ciudades.

Madrid triunfó en su momento precisamente porque hacía alarde de no-auténtica. Cualquier tío podia llegar del pueblo, cardarse el pelo y estar en el ajo. No se pedían credenciales. Y a la vez creo que Barna peca de auténtica. Yo me fui de aquí (dos veces) porque me asfixiaba ese vampirismo: la ciudad te lo saca todo. Es importante largarse de aquí a tiempo, si no te sucede como en la película de Buñuel; no sales nunca.

A la gente que te ve como duro crítico de las deficiencias de Barcelona tal vez les sorprenda el tono de orgullo condal que rezuma Chanel…

Barcelona en ese periodo estaba claramente por encima. Es innegable. Del mismo modo que en 1981 iba muy por detrás. Yo vi como Madrid se alzó y también como su historia se convirtió en un circo. Al mismo tiempo, conviene recordar que mucha de la gente que empezó lo del 80-81 en Madrid venía de la Barcelona libertaria de finales de los 70, que era la ciudad más libre y alucinante del mundo. Ouka Lele y García-Alix estaban aquí antes de irse para Madrid. Almodóvar presentaba sus primeros cortos en Barcelona. Creo que ambas ciudades se necesitan, el péndulo tiene que ir oscilando de una a otra (aunque me apena ver que esto ya hace tiempo que no sucede). No sé si es orgullo; quiero hablar de una generación de jóvenes que la liaron muy gorda, y encima sin subvenciones, sin ayuda de compañías. Ningún apoyo. Y pese a eso, ponías la radio en 1987 y solo salíamos barceloneses: “La mataré” era #1, estaban Los Rebeldes, Brighton 64, El Último de la Fila… Decibelios, que eran de El Prat, vendían un montón de discos. Pero en Madrid gozaban de una infraestructura de locales que aquí no existía. Allí todos se juntaban en los mismos sitios. Aquí cada uno iba por su lado: rockers por aquí, teddy boys por allí, punks por acá, mods por allá…

Bueno, pero aquí las tribus no se zurraban. Éramos más civilizados.

Yo diría que éramos demasiado pocos [ríe]. No podíamos ni pegarnos. Dicho esto, existía un personaje llamado El Príncipe que era quien repartía hostias sin hacer distinciones entre tribus, y ponía orden [ríe]. También teníamos numerosas evoluciones e involuciones: rockers que se volvían mods y mods que se volvían rockers.

Siempre te he visto como un personaje muy adulto, y digo esto como elogio. No te veo la parte de tarambana juvenil, con sus piques e inquinas, caprichos y veleidades…

Soy hijo único de padres mayores. Mi padre había estado en la cárcel y en el exilio. Yo era hijo de alguien que había pringado diez años de su vida. Un preso político. Eso lo notas en casa y te da mucho coraje. Y en mi casa de 50 metros cuadrados vivíamos cinco personas: mi madre, mi madre, mi tía, mi abuela y yo. Yo vivía en el pasillo, en un sofá. Cuando esa es tu situación lo que haces es salir a la calle, y el barrio del Clot era del todo callejero. Nosotros crecimos en la calle. Ese fue nuestro bachillerato.

Resultat d'imatges de loquillo

La mirada de Chanel… es serena y adulta. No vas a saldar cuentas de juventud.

No me interesa poner a parir a nadie, ese tipo de biografías son muy infantiles. Mis libros son casi de aventuras, Los Cinco y los Trogloditas. No es un ejercicio literario. Es un libro escrito con urgencia e inmediatez que intenta plasmar un momento concreto. Además, por aquel entonces éramos todos gallitos metidos en un corral pequeño, a ver quien la tenía más larga y tal. No te lo puedes tomar muy en serio.

Me gusta tu dicotomía de artista que aún hace alarde de orgullo de tribu pero que a la vez supo trascenderla a tiempo.

Siempre he sido pandillero, pero nunca he querido formar parte de clubs motoristas o bandas de delincuentes (porque no olvidemos que en aquel entonces la frontera entre rock’n’roll y delincuencia no estaba muy definida). Yo salí rebotado de mi tribu ya en la época de Los tiempos están cambiando, en 1981. Fui rocker y teddy boy antes que nadie, entonces me fui a londres y vi que los Clash eran una banda de rock’n’roll. Cuando volví aquí y empecé a decirlo, me convertí en la persona más vilipendiada del mundo del rock [ríe].

Cuando la ortodoxia se te tira encima es que estás haciendo algo bien. De otro modo te hubieses quedado haciendo rockabilly toda la vida.

Hay que salirse de lo esperado. ¿Qué fotógrafo está fotografiando a todos los grupos de España? ¿Tal? Pues con ese no hay que hacerse las fotos. ¿Quién es el productor de moda para grupos de indie rock en España? Ricky Falkner. ¿Y para el rock? Carlos Raya. Pues ninguno de esos dos tiene que producirme el nuevo disco. Esa siempre ha sido mi fórmula. Si todos tiran para esa línea, me voy a la contraria. Esa es la mejor forma de sobrevivir a las modas.

Siempre te has rodeado de los espíritus individuales de cada generación. En Chanel… aparecen una serie de personajes únicos y 100% icónicos y barceloneses, desde Fray de Decibelios a Tutti.

Para ser como los demás ya están los demás. En un momento en que no había MTV, ni siquiera casi emisoras de radio, la gente se inventaba su propio personaje. Con el tiempo todo se globalizaría más rápido, salía Kurt Cobain por la televisión y a la mañana siguiente había cincuenta tíos vestido como él. Pero aquí, en la época en que estamos hablando, las pintas que llevaban Tutti, Carlos Segarra, o Fray de Decibelios… Aquellos tíos se inventaron unos personajes tremendos, cosas únicas. A Fray, en el viaje a Vic que cuento en el libro, en 1985, le confundieron con un Hare Krisna. El tío que vino a frotarle el pelo no había visto nunca un skinhead, claro [ríe]. Para que veas como estaban las cosas. Esa era la España real de 1985. La gente se piensa que ya éramos supermodernos por aquel entonces, con los Juegos Olímpicos y el PSOE y no sé qué, pero salías de Madrid y Barcelona y el resto del país parecía una república del Este de los años cincuenta. Todo muy carpetovetónico. Nadie sabía de qué iba nada, y éramos muy jóvenes.

Imatge relacionada

Felpudo y tirantes: Fray (Decibelios)

Tu libro no es nada épico. De hecho, la mayoría de situaciones dan risa.

Es que por mucho que fueses de tipo duro, a los veinticuatro (y yo era el mayor) no parabas de meter la gamba. El el libro cuento todos los gafes relacionados con el Reanult Caravelle del 64 que me compré en 1986. Mientras yo creía que lo tenía aparcado en el garaje de uno de los Trogloditas, en Vic, resulta que su padre lo había estado utilizando para transportar sacos de cemento. Algo más tarde, cuando Sabino y yo conseguimos limpiarlo y lanzarnos a la carretera, nos extrañó que todos los conductores nos saludaran. Pero no era un saludo: ¡la rueda izquierda estaba ardiendo! [carcajada]

En el libro repartes unos cuantos capones a los garajeros y rockers “auténticos” de la época.

Los Trogloditas éramos un grupo de garaje que, de repente, triunfó. Detrás nuestro salió un montón de gente cuyo mayor atributo era la “autenticidad”. Pero es lícito sospechar que muchos de ellos no daban para más. Uno intuía que no había nadie pilotando el barco [ríe]. Creerse en posesión de la verdad absoluta es peligroso. Esos mismos “auténticos”, after-punks del Rock-Ola que se dejaron flequillo de un día para otro y, ya en el Agapo, decían que solo escuchaban garaje de los 60, acabaron escuchando grupos horripilantes. Y a nosotros, que habíamos sacado un elepé llamado El ritmo del garaje tres años antes, todo aquello nos hacía mucha gracia. Kike Turmix, que echaba pestes de la “ful modernilla” e iba del más auténtico de todos, había sido azafato y chico para todo en La Edad de oro. Cosa que le tuve que recordar una vez, por cierto. Dicho esto, mis capones son sin saña, porque todo aquello eran juegos de chavales. Que si escuchas tal grupo o llevas tal pinta ya no te hablo. Cuando yo empecé a llevar esmoquin lo hice por lo mismo, al revés: para tocar los cojones.

Siempre te ha gustado, eso. Tocar un poco los cojones.

Yo tengo dos baremos. El primero es que cuando la prensa te pone bien, empieza a preocuparte. Eso quiere decir que no vas a vender un puto disco. Cuando la prensa te pone fatal, eso es la polla y vas a triunfar. Así que nunca me ha importado que la prensa me pusiera a parir. En cuanto a los críticos, prefiero a un tío que sea mi némesis pero tenga criterio que a otro que un día haga una crítica positiva de David Bisbal y a la mañana siguiente otra, también positiva, de Southside Johnny.

Tu mirada siempre ha sido urbana. En el libro comentas más de vez tus numerosos desencuentros con el mundo de comarcas. Vic, particularmente.

A Sabino le dije muchas veces (en coña) si no podía haber encontrado a unos Trogloditas en Cornellà o Badalona, joder. Lo que pasa es que los Trogloditas estaban en el Karma o no sé dónde aquel día, y les reclutamos. Yo iba a Vic y no entendía nada, y ellos tampoco a mí. En Vic la gente escuchaba a [rictus de horror] la Companyia Elèctrica Dharma. No tengo nada en contra de ellos, pero ¿no sirvió para nada el punk? Para mí la Dharma era el ejemplo perfecto de lo que No Tenía Que Ser. Existía un fenómeno que es algo a estudiar sociológicamente: el progre reciclado. Un tío que hacía jazz-rock y un día vio a The Police (grupo fake por antonomasia), se cortó el pelo, se puso una corbatita fina y se unió a la nueva ola. Eran gente que tenían cinco años más que nosotros, que se las daban de punks y nuevaoleros y modernos, y que como tocaban “mejor” se creían que se lo iban a llevar de calle. Existía una división generacional muy grande, un antes y después. Canet del ‘78 dejó esa ruptura muy clara, cuando los progres llamaron “pija” a Blondie. Pero yo les vi aquel día y me cambió el mundo. ¡Ya era hora!

El problema era la edad, que cantaban los Brighton 64.

Sí. La edad era vital. Aquellos cinco años eran un abismo. Con Quimi Portet no llegamos a un acuerdo para producir El ritmo del garaje porque ellos aún eran de la mentalidad de que había que grabar con muchos profesionales, y yo solo grababa con mi banda. Nos dividía una generación. Se veía en la prensa, en la radio. Yo fui con Los tiempos están cambiando a la radio y Pallardó dijo que era un homenaje a Dylan. Tuve que indicarle que era precisamente todo lo contrario, y encima el disco estaba dedicado a Phil Ochs. Ellos no paraban con la turra de Sisa y “Qualsevol nit pot sortir el sol”, pero ¿sabes qué? Nosotros no queríamos ver salir el sol.

… y un Piknik genial. Los Negativos, 1986.

Antes has mencionado a Los Negativos, una de las grandes bandas ninguneadas de esta ciudad.

Los Negativos, de quien por cierto versioneé “Viaje al norte” en mi último disco, Viento del Este (2016), fueron la banda que mejor ha recogido la trayectoria del pop español. Desde Los Pekenikes hasta su época. Y no eran solo una banda rock. Tenían pasión por la estética, la cultura, el cine… (ningún movimiento juvenil digno ha sido solo musical). El grupo estaba compuesto por cuatro personajes interesantes en sí mismos. Yo fui muy pesado con ellos, era muy fan, siempre hablé de ellos en Madrid, llevaba sus maquetas y discos a todas partes. Pero pasaron desapercibidos, también en nuestra ciudad. Aunque llegaron a tocar en las fiestas de la Mercé de 1986, precisamente el mismo día en que le pegué el famoso bofetón a Ignacio Julià [ríe]. Creo que no fueron comprendidos, ni siquiera entre la post-movida y los renacidos del garaje. Ellos estaban en medio de todo. También creo que en Madrid habrían tenido una carrera más larga. Madrid respeta más el legado pop. En Madrid hubo unanimidad para darle a Rosendo la medalla de la ciudad. Pero cuando me la dieron a mí generó una gran controversia.

Tal vez sea porque siempre has sido franco con el tema de los narcóticos. En tu libro hablas con gran desenfado de tu querencia por la estimulación artificial.

[ríe] Odio las biografías rock donde se censura la parte de las drogas. Pero también odio las que solo hablan de drogas. Las drogas, simplemente, formaban parte de aquello. Éramos chavales que experimentaban. Vivimos el inicio de la ruta del bacalao. Valencia era el lugar más divertido del mundo. Y no sonaba chunda-chunda, sonaban The Cult y The Sisters of Mercy. Soy de la generación de las anfetaminas. La heroína no la veo como algo de mi generación, y eso que casi destruye a mi banda. Pero para mí no tenía nada que ver con nosotros. Era una cosa de hippys, algo de los otros, de la generación anterior. A mí me gustaban las drogas aceleradoras: empezabas con los optalidones de tu madre y de allí a lo siguiente. Pero a la vez nos gustaba el lujo, en drogas y en todo. No quería vivir en un piso ocupado. Yo quería una suite de cinco estrellas. Mi padre, en la Guerra Civil, fue uno de los que ocupó el Ritz. Cuando uno de los primeros grupos de okupas vinieron a pedir que les echara una mano a mediados de los ochenta les dije que me llamaran el día que ocuparan el Ritz [ríe].

En el libro tocas el tema de la construcción de tu “personaje”, el Loquillo icónico, sin debilidad, ni miedo ni tristeza, noble, sólido…

En este libro no salen tristezas porque las tristezas vivieron luego. Además, mi padre me enseñó a sonreir cuando peor iban las cosas. Mi madre, que tuvo a tres hermanos en la cárcel, era muy oscura. Mi padre era la luz. En la época que cuento en el libro mi personalidad era reflejo de mi padre: siempre p’alante, disfrutando los veinticinco años. La construcción del personaje se me puso a huevo. Contrariamente a lo que suele creerse, un artista cuando sale un escenario no actúa; actúa cuando está fuera de él. El personaje de Loquillo lo construí como coraza. Para protegerme. Pero en el escenario me permitía ser yo. A la vez, yo soy Frankestein: soy hijo de todas las personas que me influyeron. Tomé de Gay Mercader, de Carlos Segarra… Y de todo aquello salió el monstruo.

Eres un poco como Dean Martin. Me pregunto si alguien ha traspasado esa coraza que llevas alrededor.

Soy muy celoso de mi intimidad. No tengo redes sociales. Ni whatsapp. No quiero depender de las tecnologías. Parte de esa coraza que mencionas está hecha de mis amigos de siempre. Y te voy a decir algo: acerté. Porque al ganado se lo conoce en la recta de salida. Los que me acompañaron acabaron siendo los número uno de algo, fuese la delincuencia o la hostelería. Si he tenido etapas bajas han venido precisamente porque me rodeé de las típicas ladillas que, como un sarampión, en el mundo del rock tienes que pasar. No hay nada peor para un artista que tener una corte de ladillas. Aquellos a quienes siempre les van mal las cosas y son trepas. De ellos tienes que deshacerte. Porque dan mala suerte. Yo en el 85 había vendido ya 100.000 discos, y aún no había empezado el verdadero pelotazo. Era lógico que se me pegara algun ladillero [ríe]. También tiene que ver con la coraza el hecho de que me haya tomado esto como un oficio. Yo siempre he querido trabajar, y he priorizado mi oficio. Alguna gente pasó por esto del rock’n’roll como si fuesen unas colonias de verano, pero para mí esto era algo más. Era algo serio.

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Todo el mundo se llena la boca con el barrio y el eco del gueto, pero tú siempre has dicho que si eres de barrio de verdad lo que quieres es largarte.

La prioridad número uno de un chaval de clase obrera: largarse. Y punto. Mi abuelo era estibador, mi padre era estibador y yo sabía que por nada del mundo iba a ser estibador. Por mucho que los respete y quiera. Cuando yo crecí, el rock’n’roll era un clavo al que agarrarte si querías escapar del destino de tu clase social. Si hubiese nacido diez años antes habría sido torero. Me habría tirado a la plaza. Pero me tiré para el espectáculo. En mi casa Manolo Escobar era Dios. Además, festejava con una chica del edificio. Una de las primeras fotos firmadas que tuve fue de Manolo Escobar. Mi madre lo adoraba. En mi barrio Manolo Escobar era Dios, lo escuchabas por todas partes. Esa mitificación del artista fue parte de mi infancia. Gracias a ello empecé a pensar en perseguir un tipo de vida distinto. No quise quedarme allí y casarme con la hija de la vecina.

El único artista de la mal llamada “nova cançó” de quien hablas elogiosamente en el libro es Quico Pi de la Serra.

Quico era un disidente. Los suyos le habían dado la espalda. Era un tipo que iba más allá, que se interesaba por la gente joven, por la música pop, que buscaba nuevos caminos. Sin Quico Pi de la Serra yo jamás habría hecho “La mala reputación”. Quico me puso en contacto con otra Barcelona: pero no la laietana o la del jazz-rock, sino la de Candel, la de Marsé, incluso la de Bocaccio. Me enseñó muchas cosas. Y era muy divertido ir con él a los sitios. Vernos juntos descolocaba a los de su bando y a los del mío [ríe]. Se ha sido muy injusto con él. Con él y con Ovidi Montllor. Eran los que iban por delante.

Ahora se redignifica el sonido caño roto, el jazz-rock layetano o la rumba catalana. A juzgar por el libro, no parece que tú hayas cambiado de opinión respecto a ninguno de los tres estilos. 

Los layetanos te miraban por encima del hombro si no habías ido al conservatorio. Pero yo aún no sé tocar la guitarra, y he grabado 32 discos y he vendido tres millones y medio de álbumes. Me pregunto de qué servía tanto conservatorio [ríe]. Con los años he hablado con gente de aquella escena y todo bien. Pero en aquella época nos despreciaban, y eso no se olvida. Y además, su música era un coñazo. Yo a los diecisiete, como era alto, pintón y DJ, siempre ligaba con chicas mayores que yo, e ir a su casa era peligrosísimo. Sabías que en algún momento iba a caer Iceberg. Al final no te salía a cuenta, la verdad. Me sigue haciendo gracia que gente como Pancho Varona, un músico que toca con Sabina, diga que ellos eran muy rockeros porque escuchaban a King Crimson y Pink Floyd. No entiendo que sigan pretendiendo ocupar un espacio que no les corresponde. Siguen sin enterarse de nada. Mucha tienda de campaña y muy poco Free Cinema. Yo no sé qué es el duende ni el karma, pero he visto a The Clash dos veces, y eso me basta.

Kiko Amat

(Esta es la versión sin cortes de la entretenidísima charla que mantuve con Loquillo en uno de sus feudos históricos, el 99% Bar, hace un par de meses. Lo pasamos muy bien y encima pasaron The Leather Boys por la televisión. La entrevista con ligeras ediciones, y con dos páginacas menos -por cuestiones de espacio-, se publicó en El Periódico de Catalunya del 14 de julio del 2019. Todo esto es propiedad de Kiko Amat; pueden citarlo a placer, pero mencionando la fuente)

ROBERT FORSTER: «Lo más rebelde que puedes hacer con tu carrera es que sea extensa y digna»

¿Pues no se me había colgar esta entrevista que le hice hace poco a Robert Forster? Supongo que porque se publicó el 12 de agosto en El País, mientras yo estaba en bañador.

Pues eso, que aquí la tienen. En unas semanas colgaré la versión del director, más extensa.

Racistas con pantalones de pinzas: una entrevista con MARK BRAY (Antifa)

El autor norteamericano Mark Bray publica Antifa, un manual antifascista que examina al enemigo (y sus nuevos ropajes) para luego desplegar opciones de combate.

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“Me opongo a lo que dices, pero defenderé a muerte tu derecho a decirlo”, dice una frase (erróneamente atribuida a Voltaire) que alguno ha soltado en Twitter como el que alivia una flatulencia. Nadie apunta que esa “defensa a muerte” debería estar contractualmente vinculada a que el otro no suelte salvajadas. No voy a expirar para que cuando te pasen el micrófono tu frase sea “exterminemos a los eslavos subhumanos”. A los neonazis les encanta aferrarse a la “libertad de expresión”, como en los años treinta les pirraba la jerga quirúrgica (“hay que extirpar el tumor del…”). Prestarles o no púlpito es uno de los debates del antifascismo. El didáctico Antifa repasa la ideología fascista desde sus orígenes, enumera las victorias del antifascismo mundial, y nos da claves para combatir a esos “racistas profesionales con pantalones de pinzas”.

“Una pieza satírica sobre los nazis en The Times está muy bien, pero bates de béisbol y ladrillos lo dejarían aún más claro”. Lo decía Woody Allen en Manhattan.

Los intelectuales de clase pudiente dicen que el “humor mordaz” y la crítica pueden dañar a la ultraderecha, lo que a la vez es una recuperación del viejo concepto de derrotar a los nazis “solo con ideas”. Por el otro lado están los exponentes de la fuerza física y la acción directa. Aunque creo que el antinazismo es mucho más que ladrillos y bates, y que hay que hacer hincapié en las ideas, creo también que puedes desgañitarte desacreditando ideas nazis en el foro público, y aun así ver cómo una minoría las disemina y convierte en influyentes y, por tanto, destructivas. El debate no funciona por sí solo, no puedes cambiar algunas mentalidades de un modo racional, porque precisamente tus oponentes abrazan sus ideas de un modo irracional y emocional.

El Tribunal Supremo español acaba de dictaminar que insultar a los nazis es “crimen racial”. Más que 1984, esto parece de Monty Python.

Los nazis llevan más de cien años utilizando la excusa de la “libertad de expresión”. Desde la IIª Guerra Mundial hemos visto cómo los nazis se infiltran en el discurso liberal, no solo alrededor de la libertad de expresión, sino también de la “diversidad”, “igualdad” y cualquier concepto que suene a progresista. En realidad, como es bien sabido, no creen en ninguna de esas ideas, y solo las utilizan para destruirlas por dentro y desproveerlas de significado. La gran trampa para el antifascismo es entrar en un combate de palabras con gente que no se toma en serio el significado de las palabras. Sartre decía que uno no puede entrar en un debate sensato con un antisemita, pues ellos son conscientes de que sus comentarios son frívolos y absurdos; solo los utilizan para desconcertar. Somos nosotros los que usamos las palabras responsablemente, y por eso caemos en su trampa una y otra vez; siempre jugamos a la defensiva. Hagamos lo que hagamos, los nazis se van a presentar como víctimas. Es lo que siempre hacen. En lugar de perder tiempo en debates políticos, el movimiento antifascista lo que hace es organizarse y acabar con ellos.

Resultat d'imatges de mark bray antifa

Los nazis no estaban siempre en modo macho alfa. Pasaban mucho tiempo gimoteando y presentándose como víctimas (de los polacos, de los judíos, de los aliados…). El nazismo siempre ha tenido esa naturaleza contradictoria.

Todo en el nazismo y el fascismo es paradójico. Son ideologías en constante tira-y-afloja. El fascismo original usaba la tecnología moderna a la vez que clamaba contra la modernidad. El NSDAP pretendía ser a la vez anticomunista y anticapitalista, pero al final se alineó con la clase dirigente. Lo que hacían esos movimientos era expresarse del mismo modo en que se sentía mucha gente (victimizados, presa de fuerzas fuera de su control, a la merced de gobiernos irresponsables), aunque en realidad lo que deseaban era convertirse en matones, figuras dominantes. Los análisis sobre la naturaleza psicológica del fascismo afirman que esa dicotomía está en muchos de nosotros: nos sentimos abusados y asustados, pero nos han enseñado que hay que dominar. Los antifascistas defienden la confrontación física como forma de demostrar que esos sujetos dominantes no tienen tanta fuerza, y si se la quitas, no tienen nada más.

El fascismo no es siquiera una ideología, solo táctica pura. Mussolini decía que los fascistas no eran de izquierdas ni de derechas, que podían ser cualquier cosa dependiendo del momento histórico.

Otro error es creer que se puede debatir con fascistas, y que estos aceptarán los términos del debate, usando sus argumentos con racionalidad y consistencia para demostrar un punto político concreto. Pero nunca es así. De hecho, los primeros fascistas definían esta actitud dialogante como afeminada y judía, débil, y la tachaban (utilizando erróneamente términos nietzscheanos) de “mentalidad moral de esclavo”. Contraponían esta moral a la fuerza, las emociones, el vigor y la vitalidad. Robert Paxton dijo que la única cosa firme a la que los nazis se aferraban era “el éxito de los pueblos elegidos en una lucha darwiniana por la dominación”. Cualquier otra ideología podía ser tomada y luego desechada. La ultraderecha nos lanza el tema de la “libertad de expresión” para que la izquierda pase meses y meses debatiéndola, y luego simplemente se echan atrás y cambian de posición. Es absurdo morder el anzuelo.

El fascismo es como el fulano inquietante del instituto que te copiaba el peinado y los chistes. Y encima nadie se daba cuenta. Muchos de sus símbolos son calcos de la izquierda.

[ríe] Es natural. Piensa que los partidos tradicionales de derechas eran aristocráticos, y no les importaba lo que pensaba el vulgo. No querían “movilizarles”. La izquierda fue pionera de la política moderna al inventar las manifestaciones, los mítines, los periódicos socialistas, los sindicatos… La derecha se dio cuenta de lo bien que funcionaba aquello, y se puso a adaptarlo, con modificaciones: nacionalismo en lugar de internacionalismo, “colaboración de clase” en lugar de anticapitalismo, etc. El fascismo quiere estar en misa y repicando: te permite ser un revolucionario y un radical, y destruir el Estado, y hacerlo en defensa de todos los valores tradicionales: la Iglesia, la familia, el patriarcado, incluso el propio Estado. Antes de que se acuñaran términos como fascismo o nacionalsocialismo existían muchos “socialistas”, especialmente en Francia y Alemania, que empezaron a experimentar con formas de “socialismo nacionalista” y “socialismo militarizado”. Aquello no duró, porque se puso de manifiesto muy rápido que no puedes estar a favor de la clase dirigente y la clase obrera a la vez. Ese camuflaje y reapropiación fascista se ha vuelto a ver últimamente, con “ocupaciones” neonazis, acciones de entrega de alimentos, incluso la utilización ultra del término “Black Block”. Esto confunde a la gente, sin duda. Está hecho para confundir. Pero es solo táctica, no existe ninguna política real detrás.

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En propaganda, al menos, los nazis son bastante buenos.

Los nazis se dieron cuenta de que la política iba de emociones, sentimientos y estética, más que de ideas, al menos de un modo explícito. La mayoría de la izquierda alemana de los 30 estaba obsesionada con principios e ideas de una forma que podía considerarse… Aburrida. Y estática. Hitler adoptó elementos del márquetin, del cine mudo… También era muy bueno seleccionando un par de conceptos y machacándolos una y otra vez, en lugar de profundizar en un amplio abanico de propuestas. El partido nazi fue uno de los primeros partidos de la historia que tenía un programa político para cada sector de la sociedad. Lo que hicieron también fue rediseñar el viejo “sentido común” y presentarlo como algo radicalmente moderno. Si uno estaba de acuerdo con una estructura jerárquica del mundo (hombres sobre mujeres, blancos sobre negros, etc.) pero a la vez estaba molesto con la forma de organización política presente, el nazismo abría un camino para poder hacer ambas cosas: cambiarlo todo sin cambiar nada.

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Los fascistas casi siempre se han visto obligados a aplicar colorete sobre su programa putrefacto.

En la Alemania de los treinta los nazis escondían algunas cosas logísticas, pero una mayoría de conceptos se discutían libremente. Hitler no tenía ningún problema en anunciar su odio a los judíos. Asimismo, está comprobado que mucha gente estaba a favor del partido nazi por razones distintas al antisemitismo, y luchaban por ignorar esa faceta. Ese aspecto de la ultraderecha está siendo muy discutido en estos momentos en los Estados Unidos: la gente que votó a Trump ¿lo hizo por su racismo, o a pesar de él? Y la siguiente pregunta es: ¿realmente importa? [ríe]. Después de la IIªGM, cuando tanto fascismo como nazismo estaban completamente desacreditados, empezó una época de renovación de imagen, que culmina hoy en las actividades de Casa Pound, Hogar Social Madrid y otras mutaciones. El Front National francés empezó compuesto casi exclusivamente por hooligans nazis y se fue distanciando de ellos progresivamente, hasta el punto de que hoy en día ya no tiene nada que ver con ellos. Siguen siendo un partido de ultraderecha, y su pasado fascista juega un papel importante al definir lo que son, pero ya no son un partido fascista per se, y su atractivo se extiende mucho más allá del casual violento. El votante promedio del FN se ve a sí mismo como secular y racional y no racista, y se opone a la inmigración musulmana no por argumentos de raza, sino por “diferencias culturales” o amenazas a la seguridad nacional. Ahí vemos que la extrema derecha francesa utiliza la honorable tradición del secularismo y la justicia y la igualdad para crear un espacio donde la gente pueda airear sus tendencias islamofóbicas o ultranacionalistas.

Los intentos franceses de crear un cordón sanitario con el FN han salido rana. Todos aquellos ancianos (fachas) corrientes y molientes, rodeados por vociferantes mozalbetes antifa, quedaron como víctimas.

Desde luego es distinto entrar a romper un mitin si se trata de ultras violentos o de pensionistas. Un miembro de los Bukaneros de Vallecas me dijo que la única distinción era que si aparecía Hogar Social Madrid les atacarían, pero que si era Vox no, porque solo les hacías el juego. Esa es la gran crisis del antifascismo: cómo organizarse contra los nazis trajeados. Porque el antifascismo nació para combatir a pequeñas unidades de agitadores gángsters de ultraderecha, no está pensado para enfrentarse a manifestaciones pacíficas de gente convencional. Por eso el antifascismo tiene que ser más que disrupción física. En algunos sectores se fomenta exitosamente el enfrentamiento satírico o musical. Montar algo que les haga parecer absurdos y antipáticos. Pero eso también puede salir mal, porque mucha gente está buscando una alternativa política seria, y no ayuda que salgamos los izquierdistas a hacer el mico. El primer paso es comprender que la extrema derecha no es uniforme, y que hay que organizarse de un modo experimental y maleable, dependiendo del oponente.

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Como expresa muy bien Angela Nagle, uno de los grandes triunfos de la derecha alternativa es pintar su opción como algo punk rock y rebelde. Algo que cabreará a tus padres, como los peinados absurdos o la música ensordecedora de antaño.

Sí, eso les ha salido medianamente bien. A lo largo de los años sesenta y setenta se fue forjando una generación de melenudos que acabarían formando parte del establishment, y por ello la alt-right propugna la pulcritud, el anti-hippismo y el anti-friquismo. O sea, que ser punk es ser anti-punk, en cierto modo. Gavin McInnes y los Proud Boys combaten lo que definen como “cultura Políticamente Correcta”, feminista y antirracista. Si eres un chaval que viene de una familia conservadora y de repente vas a la universidad, donde los valores dominantes son progresistas, pro-gay, pro-trans, etc., es posible que sientas que tus valores están siendo amenazados. Por tanto, tu rebelión será a favor de los valores tradicionales. Y existe un extenso menú de la alt-right para esa rebelión: puedes rebelarte a través de la pulcritud, a través del fascismo punk rock… Es una rebelión revolucionaria sin política, como un balón que puedes chutar en cualquier dirección.

Otro problema del antifascismo es que celebra como victorias épicas (la “batalla” de Waterloo, por ejemplo) lo que, si hemos de ser francos, no fueron más que pequeñas escaramuzas en la puerta del pub.

Estoy de acuerdo. Por añadidura, no estoy seguro de que el “nosotros” de ese antifascismo concreto (Anti Fascist Action, por ejemplo, “vencedores” en la “batalla” de Waterloo) sea compartido por mucha gente. Es un tipo de antifascismo físico con un número limitado de simpatizantes (la batalla de Cable Street sería otro cantar, porque ahí sí que hablamos de cien mil personas). En todo caso, existe el riesgo de romantizar lo que solo fueron pequeñas trifulcas callejeras, con el riesgo adicional de ignorar las luchas políticas más importantes, y también de poner un énfasis macho en la confrontación y la fuerza física. Si va a haber una pelea callejera quiero que ganen los antifascistas, claro, pero siendo consciente de que eso es solo un aspecto menor del antifascismo como fuerza global.

Kiko Amat

(Entrevista publicada originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 31 de agosto del 2019. Esta es la versión extendida)