La Canción del Viernes #62: FRANKIE STUBBS «Plebs»

Esta es una de las canciones que me gustaría que pusiesen en mi sepelio. No, me encuentro perfectamente, pero nunca está de más planificar, que luego todo son prisas. Es un single de FRANKIE STUBBS que birlé de Virgin Records (o era HMV?) en 1995 (vean Mil Piolines, digo Mil violines, para entender de qué leches les estoy hablando).

Frankie Stubbs es, naturalmente, el hombre detrás de LEATHERFACE, un grupo que me pirra.

La canción siempre me ha emocionado. Habla de nosotros: la plebe. Existe una versión no acústica de los POPE (un supergrupo -para mí- formado por gente de Leatherface y Snuff), que también es guapante. La punkosa me da más ganas de arrear puñetazos, si cabe. Solo ganas.

PSYCHOLAND T2 EO7: Voy a mat-arte: Academia Psycholand para Homicidas Talentosos

Matar no es un arte, pero algunos artistas mataron. Un artista es difícil de soportar en modo inofensivo, pero su encarnación apioladora resulta del todo insufrible. Nuestro episodio séptimo de esta segunda temporada se centra en los serial killers que al mundo entero quisieron dar, un mensaje de matar. Y encima vivieron cantando (¡hey!), como Danny Rolling o Charles Manson (podrán escuchar sus abyectas canciones de Folk Fétido a lo largo del programa). O pintando, como Gacy, Dahmer o Ramírez. O, mucho peor, recitando poesía, como Carl Panzram o Peter Manuel (ninguna relación con Víctor Manuel).

Las dos poesías (por llamarlas de algún modo) han sido traducidas y repoetizadas (por decirlo de algún puto modo) por Kiko «Jaysus not poetry again» Amat en exclusiva para este séptimo capítulo de nuestra cosa.

Pueden escuchar el asunto aquí, y luego tatuarse nuestro logo en alguna zona blanda. Estamos a punto de llegar a los 15.000 seguidores. Podríamos habernos dado de leches, uno contra uno, con los 15000 fachas que se concentraron en verano en la Puerta de Brandemburgo para protestar contra las medidas anti-Covid.

Benja Villegas me dice que les diga esto: «vale que no tengas redes sociales, tronco, pero sé que sabes lo que son. No lo niegues. ¿Puedes decirles a tus hordas de lectores que se apunten al Instagram de Psycholand? Estamos colgando videos molantes, fotos y curiosidades del podcast, como bien sabes, maldito seas». Pues eso. Que se hagan socios del instaGRAM de Psycholand, o ese hombre no va a dejarme vivir. Es aquí.

«El lugar donde no estaban mis padres» (un artículo para EXIT #80)

EXIT #80 - Cafés, bares y discotecas

El número 80 de la revista de imagen y cultura EXIT está dedicado a los cafés, bares y discotecas, y aparece en un momento en que nos hacen una falta espantosa los tres.

Sus responsables me pidieron un artículo, a sabiendas de que he sido visto en bares un par o tres de veces a lo largo de mi vida. Les escribí una pieza llamada «El lugar donde no estaban mis padres», que engañosamente empieza con un párrafo historicista-jocoso, pero que rápidamente quiebra hacia el sentido recuerdo de temulencia bautismal adolescente. En rigurosa primera persona.

Dice cosas requeteguapas como esta:

«Seda me está destruyendo al futbolín, pero no puedo dejar de reírme. Me brillan, o lloran, los ojos. Mucha gente pasa media vida deseando estar en otro lugar; no yo. Estar aquí, ahora, en este bar, es todo lo que deseo hacer. No me importan los estudios, ya no quiero a mis padres, me la trae sin cuidado el porvenir; en un par de años abandonaremos el bachillerato los dos. Si tuviese forma de articularlo a mis diecisiete, le contaría a mi amigo lo contento que estoy en aquel preciso momento, habiendo hallado mi destino, mi mundo, mi verdadera familia, y cómo visualizo seguir siempre así, construir una visión y un camino firme, sin virajes, desde este punto. Una narrativa: la nuestra. Como si todo esto importara de veras, no fuese solo un capítulo que une otros capítulos más importantes, sino el centro de la trama, el origen de todo lo que va a sucedernos. Pero no hallo las palabras, y las sensaciones que surfean por mi estómago son demasiado complejas para transformarlas en lenguaje. Carezco todavía de la precisión en la expresión, que chicos en otras clases sociales adquieren casi por vía sanguínea, por derecho nobiliario, pero que a mí me costará media vida de lecturas y escrituras y preguntas tallar en la forma deseada, ideal, final.»

Pueden comprar la revista física en muchos sitios. La versión digital se halla aquí.

Cosas Que Leo #64: EL ENFERMERO DE LENIN, Valentín Roma

“Desde mi otro pueblo me llega una invitación para encontrarnos, una cena para celebrar que ya somos cuarentones o que la clase de octavo fue “la más especial”. No puedo asistir porque estoy aquí, cuidando de Lenin o participando de su locura, ya veremos cómo termina esto.

De todas formas sé que el objetivo de la fiesta es otro bien distinto, la intención es que se cumpla, de nuevo, la ceremonia escatológica de las jerarquías, la misma crueldad de hace treinta años entre guapos y feos, rejuvenecidos contra los que sí envejecieron, triunfadores frente a quienes siguen recordando, persistentemente, esa misma anécdota obscena y sin importancia. Nadie dice que crecimos transportando una rabia triste, improductiva y de enorme fragilidad, cierta clase de rebeldía que se adelantaba ante cualquier situación o que clausuraba todos los propósitos, siempre pendiente de subyugarse ante las imposiciones venidas desde arriba. Aún hoy se observa dónde y por qué cada uno de nosotros tuvo que sortear esa ira soldada a nuestra forma de vivir, como si solo pudiésemos hablar, trabajar o valorar el mundo cuando la apartamos por unos momentos, como si el primer gesto de apreciación de las cosas fuese otra nueva bofetada que debe quitarse la cólera de encima para comprender algo.

Creo que nunca nos hemos insubordinado contra la autoridad, mucho menos quienes hicimos “nuestro camino” lejos de las familias, los que estudiamos en las universidades y sostenemos algunos maximalismos, ésos somos los más sumisos, los más charlatanes; ésos somos quienes dedicamos nuestros mayores esfuerzos a limpiar pequeños huecos de violencia para dejar de ser violentos, siempre caídos en falta, culpables ante casi todo, compensando nuestra furia con un aferrarse al placer, la tendencia a utilizarlo cada día como moneda de cambio.

Nosotros sí que temíamos los valores de nuestros padres, a pesar de que admirábamos a las personas que los encarnaban. Fuimos educados para la nostalgia sin tener una memoria que respetar. Éramos el inicio y la expresión de un tiempo, sus inmolaciones y sus figuras retóricas, pero ni siquiera quedó un nombre vacante para definirnos, sólo ciertos adjetivos, aunque bien mirado esa falta de terminología nos mordió las pantorrillas, invitándonos a correr desordenadamente hacia todas partes.

No puedo asistir a la exhumación del tótem de la melancolía, siendo yo uno de sus principales valedores, uno de sus sacerdotes más locuaces. Sin embargo, lo único que ahora me preocupa es la excusa que daré, cómo ausentarse de la clase de octavo “más divertida” sin parecer un cretino o un pretencioso. Siempre pensando en las opiniones de los demás.”

El enfermero de Lenin

VALENTÍN ROMA

Periférica, 2017

267 págs.

**** Valentín Roma es uno de mis (pocos, raros) escritores españoles predilectos. Siempre leeré todo lo que escriba.

PSYCHOLAND T2 EO6: Chapuzas a domicilio: asesinos en serie inoperantes

El mito del asesino en serie prolijo y Hannibalesco, casi artístico, imposible de atrapar, no deja de ser eso: un mito, como el Rey Arturo, The Bloop o un álbum fantástico de Hombres G. La reconfortante realidad es que los serial killers meten más la pata que los Pepe Gotera y Otilio del tebeo homónimo. Por sobradez (Bundy), falta de luces (Joseph Duncan III), compulsión (Charles Ng), mala pata (el caso Linda Haney Dover), o todas a la vez, un buen detective solo tiene que ponerse en la puerta y esperar / a que el serial killer la vuelva a cagar.

¿Dónde pueden escuchar este sexto episodio, escucho que me preguntan? Deberían sabérselo ya: entregando una solicitud con triple sello y análisis de sangre, tras un exámen concienzudo de cavidad rectal, aquí.

Y pueden seguir las actividades podcasteras de esos dos mostrencos en el insta de Psycholand, que Kiko Amat no toca ni con una pértiga de seis metros pero que Benja se curra lo que no está escrito.

Cosas Que Leo #63: MINDHUNTER, John Douglas & Mark Olshaker

“We are frequently asked why true crime is so compelling to readers and viewers, given its often grisly subject matter and tragic endings. The answer, we believe, is that, by its very nature, true crime deals with the essentials and fundamentals of what we loftily call “the human condition”. By this we mean the instincts and emotions we all feel: love, hate, jealousy, revenge, ambition, lust, joy and sadness, terror, disappointment and despair, and feelings of grandiosity and personal entitlement… often coupled with equal measures of deep-seated inadequacy and self-loathing. True-crime narratives represent the human condition writ large: ordinary people operating at the terrifying extremes of those instincts and emotions. In this vein, every mystery we relate, every case we report, every outcome we track, becomes its own morality play, complete with heroes, villains, and victims.”

Mindhunter; inside the FBI elite serial crime unit

JOHN DOUGLAS & MARK OLSHAKER

Arrow Books, 2017 (publicado originalmente en 1995)

409 págs.

Cosas Que Leo #62: EL CÓDIGO DE LOS WOOSTER, P.G. Wodehouse

“Saqué una mano de debajo de las sábanas y toqué el timbre para llamar a Jeeves.

–Buenas tardes, Jeeves.

–Buenos días, señor.

Esto me sorprendió.

–¿Es por la mañana?

–Sí, señor.

–¿Está seguro? Parece muy oscuro fuera.

–Hay niebla, señor. Si recuerda, estamos en otoño, época de neblinas y dulce fertilidad.

–¿Época de qué?

–De neblinas, señor, y dulce fertilidad.

–¿Eh? Sí. Sí, ya entiendo. Bueno, sea lo que fuere, deme uno de sus estimulantes, por favor.

–Tengo uno a punto, señor, en la nevera.

Desapareció, y yo me incorporé en la cama con la desagradable sensación que a veces se tiene de que uno se va a morir a los cinco minutos. La noche anterior, había ofrecido una pequeña cena en Los Zánganos a Gussie Fink-Nottle como amistosa despedida antes de sus próximas nupcias con Madeline, la única hija de sir Watkyn Bassett, comendador de la Orden del Imperio Británico, y estas cosas tienen su precio. En realidad, antes de que Jeeves entrara estaba soñando que algún sinvergüenza me clavaba clavos en la cabeza; no clavos ordinarios, como los utilizados por Jael, la esposa de Heber, sino clavos al rojo vivo.

Jeeves regresó con el regenerador de tejidos. Me lo eché al coleto y, después de experimentar el malestar pasajero, inevitable cuando uno bebe los revitalizadores matinales de Jeeves, esa horrible sensación de que la parte superior del cráneo sale disparada hasta el techo y los ojos salen de sus órbitas y rebotan en la pared opuesta como pelotas de ráquetbol, me sentí mejor. Sería exagerado decir que en ese momento Bertram volvía a estar en sazón, pero al menos había llegado al estado de convaleciente y por fin tenía fuerzas para conversar.

–¡Ah! –exclamé, recogiendo los globos oculares y colocándolos en su lugar–. Bueno, Jeeves, ¿qué sucede en el gran mundo? ¿Es el periódico lo que tiene ahí?

–No, señor. Es un poco de literatura de la agencia de viajes. He creído que a lo mejor le gustaría echarle un vistazo.

–¿Eh? –dije–. Usted lo ha hecho, ¿verdad?

Y hubo un breve y –si ésta es la palabra que quiero– elocuente silencio.

Supongo que cuando dos hombres de acero viven en íntima asociación, tiene que haber choques de vez en cuando, y recientemente se había producido uno en casa de los Wooster. Jeeves intentaba convencerme de que efectuara un crucero alrededor del mundo, y yo no quería. Pero a pesar de mis firmes manifestaciones al respecto, apenas pasaba un día sin que me trajera un fajo o ramillete de esos folletos ilustrados que los aficionados a los espacios abiertos reparten con la esperanza de fomentar esa costumbre. La actitud de Jeeves recordaba irresistiblemente la de algún podenco diligente que insiste en llevar una rata muerta a la alfombra de la sala de estar, aunque repetidamente se le indique, con la palabra y el gesto, que el mercado para ello es flojo o incluso inexistente.

–Jeeves –dije–, este asunto tiene que cesar.

–Viajar es sumamente educativo, señor.

–No soporto más educación. Me llenaron de ella hace años. No, Jeeves, sé lo que le pasa. Esa vieja vena vikinga suya ha aparecido otra vez. Usted añora el sabor de las brisas saladas. Se ve a sí mismo caminando por la cubierta de un barco con gorra de capitán. Posiblemente alguien le ha hablado de las bailarinas de Bali. Lo comprendo. Pero no es para mí. Me niego a ser trasegado a un maldito transatlántico y arrastrado alrededor del mundo.

–Muy bien, señor.”

El código de los Wooster

PG WODEHOUSE

(Anagrama 2010, publicado en el primer volumen del Ómnibus Jeeves junto a ¡Gracias Jeeves! y El inimitable Jeeves. The Code of The Woosters se publicó por primera vez en Gran Bretaña en 1938)

402 págs.

Traducción de Carme Camps.

***** PG Wodehouse es uno de mis escritores favoritos. Suelo leerle una vez al mes, o cada doce o trece libros, independientemente de si tengo algún libro suyo no leído entre manos o no. Quizás sea el autor que más he releído en mi vida. Esto, naturalmente, es también una relectura (la cuarta, si quieren saberlo).

PSYCHOLAND T2 EO5: Cazamentes: John E. Douglas

Cuando todo parece ir mal y el malandro se escurre de entre los dedos de la ley, solo hay una solución: ¡Llamad a Douglas! John E. Douglas, fundador y líder del Behavioral Science Unit del FBI, inmortalizado en la serie de Netflix Mindhunter, fue (y sigue siendo) el más distinguido profiler y sabueso de asesinos en serie de la historia. Los entrevistó y mapeó a todos, de Kemper a Manson, y ayudó a atrapar a muchos más. En el quinto episodio de nuestra temporada repasamos su figura y celebramos su olfato.

Pueden unirse a nuestro culto escatológico llamando a Podimo.

Pueden monitorizar nuestras actividades followeándonos en «el Insta» (estoy aprendiendo a hablar tecnolingua) de Psycholand.

Cosas Que Leo #61: HALF A LIFE, V.S. Naipaul

“And then one day he had two letters. One was from Roger. Dear Willie, Belated congratulations on the book, which of course I know very well. The reviews I have seen haven’t been at all bad. It’s not an easy book to write about. Each reviewer seems to have touched on a different aspect of the book. And that’s pretty good. Richard should have done more, but that’s his style. Books have their destiny, as the Latin poet says, and I feel that your book will live in ways you cannot at the moment imagine. In his defeated mood, and with his worry about Perdita, Willie saw ambiguities in the letter. He thought it cool and distant, and he didn’t feel he should acknowledge it.

The other letter was from a girl or young woman from an African country. She had a Portuguese-sounding name and she was doing a course of some sort in London. She said that the review in the Daily Mail -a poor one, Willie remembered, but the reviewer had tried to describe the stories- had made her get the book. At school we were told that it was important to read, but it is not easy for people of my background and I suppose yours to find books where we can see ourselves. We read this book and that book and we tell ourselves we like it, but all the books they tell us to read are written for other people and really we are always in somebody else’s house and we have to walk carefully and sometimes we have to stop our eras at the things we hear people say. I feel I had to write to you because in your stories for the first time I find moments that are like moments in my own life, though the background and material are so different. It does my heart a lot of good to think that out there all these years there was someone thinking and feeling like me.”

Half a life

V.S. NAIPAUL

Picador, 2001

227 págs.

La Canción del Viernes #61: THE HUMMINGBIRDS «Hollow inside»

Descubrí a los Hummingbirds en la radio, y yo nunca escuchaba (ni escucho) la radio. Era el año 1990, estaba apoyado en una litera de la Base de Submarinos de Cartagena, un colega-curso de Cerdanyola y yo nos habíamos metido media caja de Katovits (no había otra cosa) y un litro de vino con gaseosa, y de repente sonó esto por la radio, que alguien tenía puesta como constante ruido de fondo, ya ni la escuchabas, todo aquel año era mierda (en Los 40 Principales) y mis oidos habían dejado de registrar las de La Guardia, Tam Tam Go! y la puta Flaca (para que dejase de sonar esa porquería / yo daría lo que fuera).

De aquel año recuerdo tres momentos bonitos, los únicos, con la frecuencia modulada: cuando pusieron el «Magia en tus ojos» de La Granja, que me hizo sentir como si hubiésemos ganado algo (no lo habíamos hecho); cuando sonaban los Fine Young Cannibals, que tenían «un pasado» y eran de los míos de carnet y análisis de sangre; y el «Blush» de los australianos Hummingbirds, a quienes no conocía, pero tocaban todos los resortes de lo que me gustaba entonces (y ahora). Aquel día tuve el dulce flash del reconocimiento casual, como si me hubiese topado con un viejo amigo en un lugar inesperado; mi cultura se había infiltrado en un destino que no se le suponía, algo bello entre la fealdad, y siempre que les escucho recuerdo aquel instante.

Años después, cuando ya hacía tiempo que se me había pasado la atroz resaca metafísica de katovits de aquel día, me compré el disco, y hallé en él al menos dos hits más. «Alimony» y la que acabo de incrustar como Canción del Viernes, que para más gozo tiene una letra estupenda sobre estar hueco por dentro. Un momento: ahora no recuerdo si lo compré (en Cheapo Records, en el Soho, 1996, por dos jodidas libras), o fue uno de los que sustraje de Virgin Records [lean Mil violines para más explicaciones] ese mismo año.

Da lo mismo, supongo. Los Hummingbirds solo sacaron un disco más tras este Love Buzz de 1989, que era su debut. Nunca llegué a escuchar su segundo, pero voy a hacerlo ahora, con su permiso. Espero que estén todos bien, y esas cosas.

Cosas Que Leo #60: EL REVÉS DE LA TRAMA, Graham Greene

“El telegrama ocupó su pensamiento todo el día: la vida ordinaria —las dos horas en el juzgado por un caso de falso testimonio— poseía la irrealidad de un país que uno abandona para siempre. Uno piensa: «A esta hora, en aquel pueblo, aquellas personas que conocí en un tiempo están sentadas a la mesa como hacían el año pasado, cuando yo estaba allí», pero no se convence de que la vida sigue como siempre fuera de la conciencia. Toda la de Scobie estaba concentrada en el telegrama, en aquel barco sin nombre que ahora remontaba, procedente del sur, la costa africana. «Dios me perdone», pensó, cuando su mente concibió por un instante la posibilidad de que nunca llegara a su destino. En nuestra alma mora un dictador despiadado, dispuesto a tolerar la desgracia de mil extraños si con ello asegura la dicha de los pocos que amamos.

Al final del juicio por falso testimonio, Fellowes, el inspector de sanidad, le alcanzó en la puerta.

—Venga a cenar esta noche, Scobie. Tenemos un pedazo de auténtica carne argentina.

Era demasiado esfuerzo rechazar una invitación en aquel mundo de sueños.

—Viene Wilson —dijo Fellowes—. A decir verdad, nos va a ayudar a prepararla. A usted le cae bien, ¿no?

—Sí. Creí que era a usted a quien no le gustaba.

—Bueno, el club tiene que adaptarse a los nuevos tiempos, y hoy día toda clase de personas se dedican al comercio. Reconozco que me precipité. Estaría un poquito achispado, no me extrañaría. Wilson estudió en Downham: solíamos jugar contra ellos cuando yo estaba en Lancing.

En el trayecto a la casa familiar de la colina que una vez había ocupado él mismo, Scobie pensó apáticamente que tenía que hablar con Helen pronto. No debía enterarse por ninguna otra persona. La vida repetía siempre la misma pauta; tarde o temprano, había siempre una mala noticia que comunicar, mentiras piadosas que decir y ginebras con bíter que consumir contra la desventura.”

El revés de la trama

GRAHAM GREENE

Libros del Asteroide, 2020 (publicado originalmente como The heart of the matter en 1948)

350 págs.

Traducción de Jaime Zulaika

**** Soy Greenista de toda la vida (Harry Crews también era fan declarado). Era un autor super-prolífico, aún no he terminado de leer toda su obra (por fortuna). The Heart of the matter no es su mejor libro, pero un Greene suficiente es mil veces mejor que el mejor _ _ _ _ _ (pongan autor de mierda aquí). Mis favoritos, por si a alguien le interesa, son Brighton Rock (1938) y The end of the affair (1951).

Cosas Que Leo #59: UN AMOR, Sara Mesa

«Están sentados en el porche, protegidos por la mampara de cristal. El contorno de El Glauco se difumina en el anochecer, pronto la oscuridad se lo tragará por completo. Nat clava la mirada en él, el monte adonde Andreas y ella subieron no hace tanto, buscando no perderlo. Píter pone en la mesa salmón ahumado, una tabla de quesos y embutidos, ensaladilla picante servida en cuencos de colores. ¡Es siempre tan servicial, tan delicado! Andreas jamás ha preparado una cena así para ella. No la prepararía para nadie, tampoco para él mismo.

Nat pierde el control, habla nerviosamente.

–¿Tú sabías que Andreas estuvo casado?

–¿Yo? ¡Qué voy yo a saber! Ese hombre es medio autista, jamás le cuenta nada a nadie. ¿Cómo lo sabes tú? ¿Te lo ha dicho?

–Lo mencionó el otro día, como de casualidad.

–Dudo mucho que haga o diga nada por casualidad. Te lo diría por algún motivo, buscando algo.

Nat se queda callada. Mejor frenar la conversación, piensa, antes de que Píter lance indirectas. Aunque ahora que ha mordido el anzuelo, ya no lo va a soltar tan fácilmente.

 –¿Qué te contó?

–Poca cosa. Que era una chica más joven que él. Veinte años más joven o algo así.

–¡Veinte años! –Píter silba, se ríe–. ¡Vaya con el alemán!

A Nat le duele inmensamente ese silbido. Para disimular, se hunde en la copa, la apura de golpe. No debió haber hablado, pero ya no hay marcha atrás. La única forma de cortar la conversación es inventar una excusa, levantarse e irse.

–¿Qué te pasa, Nat? ¿Te has enfadado?

Ella niega repetidamente, le coge la mano para demostrárselo, le asegura que no hay ningún problema. Pero ¿y la cena? ¿Se va a ir sin probar nada? Diga lo que diga, no es normal que se vaya así, de sopetón.

Nat lo sabe. Sabe que su comportamiento es errático y maleducado, incomprensible desde fuera, o quizá al revés, demasiado transparente. Pero no puede detenerse. Tiene el convencimiento de haber comenzado un descenso. Ya todo lo que le queda es ir bajando.»

Un amor

SARA MESA

Anagrama, 2020

185 págs.

PSYCHOLAND T2 EO4: Adonis y adefesios, parte 2: asesinos en serie poco agraciados

A veces la cara es el espejo del alma. Los rostros de algunos asesinos en serie iban a juego con sus corazones pútridos. En Psycholand estamos muy concienciados con el feísmo y el gordismo, como nerds damnificados que fuimos, pero… ¿cómo decirlo? Si matas a 40 personas, amigo, has perdido la excusa del trauma físico y mereces todo lo faltoso que te suelten. David Carpenter “The Trailside killer”, Joel “Tortuguita” Rifkin, Joachim Kroll “El cannibal del Ruhr” o Arthur Shawcross eran, puede decirse, más feos que estómagos por dentro. Y lo eran por fuera y por dentro. Les presentamos a los killers más gargolescos del elenco.

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Cosas Que Leo #58: EL HOMBRE SIN AMOR, Eduard Limónov

«Aquel otoño me puse insoportablemente chulo. Chulo como el obrero que comparte cama con una condesa, como el delincuente de poca monta que acaba de ejecutar un golpe maestro. Mi primera novela tenía que aparecer en las librerías parisinas al cabo de un mes. Me había traído conmigo a Londres las galeradas.

Recorría las calles con ganas de escupir a la gente en la cara, de arrancar a los niños de sus cochecitos, de meter mano debajo de la falda a las más pudorosas señoras de edad. En una ocasión, saliendo borracho de una bodega de vinos en Sloane Square, a duras penas pude contenerme para no tirarle de la oreja a un policía. Diana me lo impidió. Solo me permití la ridícula satisfacción de señalar con el dedo el rubicundo careto del bobby, mientras me partía de risa. Era feliz, ¿cómo no iba a serlo? Había conseguido encandilarlos a todos, les había vendido la moto. «A todos» quiere decir a todo el mundo, a la sociedad —la society, esa palabra que en el oído ruso tintinea como «pandilla de mamones», «batallón de suckers»—. Tenía la sensación de haberles tomado el pelo a todos y la seguridad de no ser en justicia un escritor, sino un farsante.

Fue durante aquel subidón, a lomos de una hirviente ola de arrogancia, soberbia y delirios de grandeza, cuando me ligué a ese pedazo de actriz, Diana. ¡A una actriz, joder! Diana aparecía en el cine y también en la tele, en series y cosas por el estilo. La gente la reconocía por la calle… Para ser justos, lo lógico habría sido que me mandara rápidamente a paseo. Ella era famosa, y yo no pasaba de simple escritor primerizo. Sin embargo, la misma osadía que sirve para obnubilar y arrastrar a las masas, sirve también para engañar a una estrella de cine hasta conseguir que se nos abra de piernas.

No solo se fue a la cama conmigo, sino que me dejó vivir en su piso, en King’s Road, y me paseó en su coche por Londres y por toda Gran Bretaña. Debo puntualizar que aquella morena, una verdadera bomba de muslos voluminosos y nalgas orondas, que había encarnado a un buen puñado de histéricas en las adaptaciones televisivas de Maupassant, Dostoyevski y Henry James, no fue la única víctima de mis encantos. ¡Oh, no, estafé a un importante número de los habitantes de la Gran Bretaña que se cruzaron en mi camino!»

El hombre sin amor

EDUARD LIMÓNOV

Fulgencio Pimentel

282 págs.

Traducción y notas de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea