Robert Forster, líder del grupo australiano de pop crucial The Go-Betweens, responde en exclusiva a una serie de preguntas sobre su banda, el documental Right here y su libro de memorias (aún no traducido en España) Grant & I.

“Este grupo: ni un hit”. Lo afirma con vehemencia, y cierto pasmo, Robert Forster, fundador de The Go-Betweens (junto al fallecido Grant McLennan), en el documental Right here, a estrenarse en el festival In-Edit 2018. Su frase no era un ejercicio de jactancia underground: The Go-Betweens no colocaron un solo éxito en las listas a lo largo de toda su carrera, y no por falta de ganas. Right here intenta comprender por qué uno de los mejores grupos pop de los ochenta, y de la historia, quedó relegado a banda sublime para listillos del pop y paisanos gremiales. Robert Forster, dandi lacónico de genio y figura, nos ayuda a desentrañar el misterio.
Llámame naíf, pero a lo largo de todos estos años de fan nunca había caído en que erais una banda tan disfuncional. Casi un “experimento social”, como se afirma en el filme. Divorcios, personalidades opuestas, egos…
En aquel momento lo vivimos como algo más firme de lo que se afirma en el documental. Ahora, en el futuro, cuando Amanda [Brown] y Lindy [Morrison] hablan del pasado, sus palabras están teñidas por la infelicidad que les produjo la disolución de la banda, y eso influye en la idea que la gente se forma de nosotros. Lo que quiero decir es que cuando estuvimos en activo la banda era cohesiva, lo fue algo menos cuando rompimos, y ahora, cuando las cámaras enfocan, se realiza un nuevo relato centrado en la falta de cohesión. No olvidemos que cuando la gente realiza documentales, lo que les interesa es el conflicto. Creen que eso hace interesante un filme.
El documental da voz a todos los miembros de la banda. Pero algunos fans veíamos a The Go-Betweens como dos cantautores que componían juntos, acompañados de una serie de miembros secundarios.
Entiendo que lo veas así, pero Grant y yo nunca pensamos en el resto de la banda como mero acompañamiento. No buscábamos esa relación con la gente que tocaba con nosotros. Además, las bandas que nos gustaban, The Velvet Underground o The Byrds, Roxy Music o The Rolling Stones, eran grupos de verdad. Nos gustaban los grupos que eran carismáticos y reales, y que funcionaban como grupo. No éramos el tipo de gente que puede funcionar como dos cantautores y una banda de acompañamiento. Los grupos de rock nos encantaban. Aspirábamos a ser un grupo de rock.
En tu libro dices que Orange Juice “estaban consumidos por su propio mito”, algo que podría aplicarse a tu propia banda. La idea romántica que teníais sobre The Go-Betweens era tan importante como las canciones que componíais.
Sin duda. Cuando empezamos, queríamos ser un grupo tradicional, con cuatro o cinco miembros. Pero a la vez éramos una banda muy poco común. Yo le enseñé a mi mejor amigo a tocar un instrumento, lo que es una forma bien extraña de empezar una banda de rock’n’roll. Es una idea extravagante. En segundo lugar, Grant y yo no queríamos que el grupo estuviese basado solo en música, así que vertimos en él todas las cosas que nos interesaban: Grant puso sus películas favoritas, ambos éramos estudiantes de literatura en la universidad, nos encantaban algunos shows de televisión… Lo normal es que los grupos descarten todo eso, y se concentren en las canciones, tal vez con algo de imagen para acompañar. Pero en nosotros aquellos factores externos eran cruciales, quizás también porque eran todo lo que teníamos. Yo llevaba poco tiempo tocando, Grant incluso menos; en cualquier caso éramos músicos limitados. The Go-Betweens no se construyeron con música, sino con ideas. The Go-Betweens nacieron a partir de la idea de una banda de rock, o de pop. Aquello nos hizo distintos de los demás grupos de la ciudad, que estaban basados en música.
Erais muy poco tradicionales: una mujer a la batería, los guiños bibliotecarios de “Karen”, la dedicatoria “a nuestros padres” del Before Hollywood… Daba la impresión de que luchabais para sortear todo cliché.
Eso era muy importante. La perspectiva anti-rock’n’roll. La mayor influencia en todo eso era el postpunk. El otro día mi hija me preguntaba qué pensaba la gente de mi juventud, hacia 1978 o 1979, sobre Bob Dylan o The Beatles. Me hizo gracia. A la gente se le olvida que la idea fundamental del punk, y después del postpunk, era la del Año Cero. Era como la Revolución Francesa: “la historia empieza ahora”. Lo que la gente decía entonces, con mayor o menor sinceridad, era que los Beatles eran basura, que aquello había terminado, y que teníamos que volver a empezar. Fue una mentalidad que solo duró unos dos años, pero incluso así: impregnó del todo a The Go-Betweens, y se quedó con nosotros durante al menos una década.
Dicho esto, os encantaban The Velvet Underground y muchos grupos pop de los sesenta. Así que supongo que del postpunk tomaríais más la pasión que el rechazo a la tradición.
Lo que sucede es que la tradición que a nosotros nos gustaba de 1978 a 1990 era Creedence Clearwater Revival. Era The Lovin’ Spoonful. Y eso eran bandas que no eran nada populares por aquel entonces. No formaban parte del canon “serio”, y no estaba bien visto que te gustaran.
Como The Monkees, de quien también erais muy fans.
The Monkees son el ejemplo perfecto de lo que estamos hablando. Al significarnos como fans de The Monkees conseguimos cabrear muchísimo a dos grupos de personas casi opuestas [sonríe]. Cabreamos a los punks y postpunks, porque para ellos los Monkees eran mierda antigua de los sesenta, y cabreamos a los snobs del rock (los fans de Dylan, Television o los Velvets, Pink Floyd o Led Zeppelin), porque también creían que los Monkees eran basura. Aunque por otros motivos.
Tu relación con Grant impregna tu libro. Erais dos personalidades distintas que siempre dejaban cosas sin discutir… Os comunicabais de un modo extraño, por decirlo rápido.
Creo que eso sucede a menudo en las amistades entre hombres. Suena a cliché, pero probablemente sea cierto que los hombres no hablan de sus sentimientos con la misma naturalidad que las mujeres. Dos hombres que son amigos no discuten sobre su amistad, ni muchas otras cosas, con la misma intensidad que dos amigas mujeres. Quizás. Eso juega una parte significante. Pero a la vez Grant y yo teníamos muchas cosas en común. Para empezar éramos hijos mayores, cosa que considero importante. Nos las apañamos para no realizar las grandes expectativas que nuestras familias tenían de nosotros, y hacer lo opuesto de lo que deseaban. Fuimos a la universidad, lo que normalmente implicaría un muy buen trabajo al finalizar la carrera, pero tanto Grant, que sí consiguió terminarla, como yo, que abandoné, utilizamos las enseñanzas recibidas para formar un grupo de rock. Lo utilizamos para la vida. Y respecto a todas las cosas que se quedaban sin decir entre ambos, Grant y yo teníamos tantos discos y películas en común que podíamos trabajar juntos sin siquiera verbalizarlo. Ninguno de los dos trataba de dominar al otro. Muchos grupos o parejas creativas se separan porque uno de los dos trata de imponer sus ideas al otro, y quedarse con la atención del público. Nosotros nunca fuimos así. No éramos la combinación de dos personas distintas, una enfadada y dominante, y la otra amable y sumisa. Éramos gente centrada, poco amante del conflicto.
La admiración que os teníais mutuamente debe jugar una parte importante en lo que dices.
Exacto. Yo respetaba… No, de hecho yo siempre estuve impresionado por Grant. Era el joven de dieciocho años más extraordinario que uno podía esperar conocer. Era remarcable. Conocerle fue como conocer a un joven Alfred Hitchcock, o a un joven Einstein, o a un Picasso adolescente. Cuando le conocí me llevaba una delantera enorme en muchísimas cosas del mundo artístico. Sabía tantas cosas… Siempre iba con libros o discos bajo el brazo, el arte era toda su vida. Me enseñó muchísimo.
Eso explica por qué nunca sufristeis una separación agria al estilo Camus-Sartre. Nunca estuvisteis resentidos con el otro, pese a las veces en que habías competido, cuando el uno o el otro llevaban la delantera cualitativa.
Esa era la parte más difícil: poner las canciones de cada uno en los discos. Pero desde el principio establecimos un acuerdo mediante el cual cada uno aportaría un número igual de canciones a cada álbum. Cada uno ponía cinco, y eso evitaba mucha tensión. Existía una cierta competición, cierto, y a veces yo le veía a él por el espejo retrovisor, por decirlo de algún modo, y a veces él me veía a mí. La calidad de la composición de canciones, y qué canción daría inicio al disco, eran puntos de contención. Pero siempre lo solucionamos con sentido común. Creo que tiene que ver con lo que decías antes: la admiración mutua. Yo nunca creí ser mejor que Grant, o al revés. Nunca pensé que mis canciones debían tener todos los singles, o los emplazamientos privilegiados en elepés, y él tampoco. Me gustaban demasiado sus canciones para ser injusto con ellas. y además nuestro trabajo encajaba de un modo perfecto. Así que continuamos con ese sistema sin mayores obstáculos.

La “maldición” de Grant, como afirmas en tus memorias, es que carecía de “ancla”, mientras que tu tenías a tu familia, hijos, domesticidad…
Creo que es así. Desde el momento en que nos conocimos podías distinguir una serie de señales. Cuando topamos el uno con el otro, yo era un chaval de los suburbios de Brisbane, mientras que él venía de muy lejos, y estaba de interno en la universidad. Yo regresaba cada día a casa de mis padres. Llevaba una vida de barrio residencial de una gran ciudad, mientras que Grant iba a su aire, ya entonces. Flotaba por ahí, sin raíces. Ese es un estado que funciona cuando tienes entre dieciocho y veintiocho años, pero cuando alcanzas los treinta y pico necesitas algún arraigo. Grant era incapaz de echar esas raíces. Tenía relaciones con distintas mujeres, y cuando murió a los cuarenta y ocho aún compartía casa con gente… Vivía igual que a los dieciocho.
Como un beatnik.
[ríe] Sí. Como un beatnik. Solo necesitaba sus libros y su guitarra. Grant era una persona muy romántica. Estaba enamorado de la idea del artista y su arte. Creía a pies juntillas en la vida del artista, y la inspiración que ello aportaba a su trabajo. Recibía toda su energía de los libros, el cine y la música. No necesitaba nada más. Solo creía en ello. Ignoraba las raíces, y en eso éramos muy distintos. Yo siempre necesité un lugar al que regresar: una mujer, hijos, un hogar.
De hecho, la forma en que se tomó su ruptura con Amanda fue del todo artística. Un corazón roto como el suyo uno solo suele verlo en películas y canciones. Su separación parecía una canción de Townes Van Zandt.
En efecto. Yo nunca he roto con alguien de ese modo. Se requiere un espíritu muy particular para tomárselo así. Admito que me sorprendió, incluso conociéndole. Me asombró la duración y profundidad de esa pena; parecía no tener fin. En la juventud la gente rompe relaciones continuamente, es lo normal. Así que yo me figuré que aquella ruptura sería terrible, pero que los efectos secundarios durarían lo acostumbrado en gente de veinte o treinta años: un mes o dos, máximo. Jamás podría haber imaginado que le afectaría de por vida. Y creo que a él también le sorprendió. Creo que él asumió que en un tiempo estaría bien, pero nunca lo superó. Fue una gran sorpresa, para él y para mí. Por eso el libro está dividido en dos partes: el puente es su separación.
A mí me sorprendieron los extremos a los que llevaste tus cambios estéticos a lo largo de los años. Yo los tenía como un progreso consistente, pero al verlos enlazados sufrí un par de infartos. Por ejemplo: la pinta que llevas en el video de “Head full of steam”. WTF.
[ríe] Creo que Londres tiene parte de culpa. Para empezar fui pobre allí, así que estaba muy delgado. En segundo lugar, todo el mundo en Londres lleva un look bastante extremo. Boy George era una de las popstars que reinaban en la época. La política de semanarios musicales como Melody Maker o New Musical Express era poner en portada al grupo o artista que llevara la pinta más rara aquella semana. Y en magacines pop como Smash Hits todo el mundo llevaba maquillaje y el pelo cardado. En Estados Unidos estaban Prince y Madonna, cambiando de imagen cada día. Y por añadidura recordabas lo de Bowie en los setenta, y vivías en su ciudad, Londres. Todo eso conspiró para que me convirtiese en quien viste en “Head full of steam”. Según avanzaba la década de los ochenta me fui volviendo más teatral, y justo a partir del cambio de década empecé a moderar un poco esa tendencia. Fue un arco. Ser amigo de Nick Cave y The Bad Seeds tampoco ayudó. Cosas como esa tienen un efecto.
La forma de vida también influyó. Era la época en que, como dices en el libro, estuviste más lejos de lo que eras en realidad. Como si estuvieses representando un papel, el de rockstar bohemia y noctámbula.
Antes comentábamos lo de la familia y la vida doméstica. En la época de la que hablamos yo no tenía ninguna responsabilidad. Nunca veía a mi familia, no me topaba con tíos o primos, por descontado nunca veía a mis padres. Y aún no tenía hijos. Podía hacer lo que quería, levantarme a la hora que me apeteciese y salir hasta la hora que me diera la gana, beber o drogarme todo lo que quisiera y a nadie le importaba. Así que me ví metido en aquello. Todo formaba parte de aquella fantasía. Los libros que leía en aquel momento, el hecho de que mi grupo fuese más conocido, que estuviésemos de gira más tiempo, todo eso también influyó. Yo sabía que no iba a durar siempre. Cuando nos mudamos a Australia para hacer el 16 lovers lane las cosas empezaron a calmarse.
En el libro hablas de drogas y sus dolencias. Sorprende, porque jamás os vimos como una banda drogata. Supongo que lo llevabais de un modo íntimo. Que la recreación narcótica no formaba parte de vuestra identidad.
No, claro. Los fans no tenían por qué saberlo. Antes hablábamos de los clichés del rock. A mitades de los ochenta los grupos de rock’n’roll llevaban ya más de veinte años haciendo de la drogadicción su imagen. Era algo un poco pasado de moda. Algunas bandas seguían haciéndolo en los ochenta, pero a nosotros nunca nos gustó publicitarlo. Sabes cuando un grupo de rock es un grupo de drogas cuando empiezan a tomarlas de gira. Los ves en el escenario, empiezas a leer historias truculentas sobre ellos… Nosotros, por el contrario, nunca tomamos drogas de gira. Bebíamos y fumábamos cigarrillos, quizás de vez en cuando algo de hierba, nada más. Para mí las drogas duras eran algo que hacía cuando no estaba de gira, en las épocas de descanso. Si lo haces de gira, es agotador. Es duro. Porque solo pasas en cada ciudad unas pocas horas, y entonces agarras el autobús y te vas a la siguiente ciudad. Tomar drogas en el ínterin es una estupidez, y nada divertido.

Las drogas tampoco se filtraron a tus letras, quizás porque muchas de ellas hablaban de tu infancia.
Es verdad. Grant me aconsejó una vez: “hurga en el pasado. Detente en los dieciocho”. Es una lección que aprendí directamente de su ejemplo: él escribió “Cattle and cane” en 1991. Hasta entonces todas mis canciones hablaban del presente. Hasta que le vi hacer lo de “Cattle and cane”, una canción que habla de su infancia, cuando era un niño que vivía en North Queensland. De golpe comprendí que existía una área enorme en la que indagar, y que no había tocado aún. Ir al pasado abría unas posibilidades inmensas, te daba una segunda era en la que hurgar, un nuevo plano que colocar, en primera fila o más escondido: el “entonces”. Me parece muy interesante tratar de explicar el pasado en el formato de una canción de rock, y tratar de no hacerlo de un modo obvio. Me gusta hacer eso.
No solo te gusta, sino que tienes facilidad para ello. Todo narrador o compositor tiene que ser capaz de conectar a placer con su pasado. Contar con detalle cómo se sentía en un punto determinado de sus dieciocho años, por ejemplo.
Exacto. En cierto modo, a los trece o a los veinte eres la misma persona que ahora, pero a la vez has cambiado. Eras distinto. Me resulta fascinante mirar hacia atrás y ver tu pasado con la perspectiva del presente. Yo puedo describir mi mundo de los trece años. No solo cómo era yo, sino también la casa en la que vivía, y las calles, y la música que escuchaba y la comida que me gustaba.
Y la gente. Siempre has tenido debilidad por los nombres y apellidos reales. Aparecen en muchas de tus canciones.
Mucha gente que cree que me invento esos nombres. Eso sería lo esperado. El otro día vi un documental en que Paul McCartney hablaba de cómo inventó a Eleanor Rigby. pero yo creo que los nombres reales y las situaciones reales son más interesantes y excitantes que la ficción. Me parece más excitante describir eso que un mundo imaginario. Frank Brunetti [teclista de Died Pretty, a quien se nombra en “Darlinghurst nights”] era un tipo más raro, y más salvaje, y más divertido de describir, que cualquier cosa que pueda inventar. Y me gusta que exista, que no sea ciencia ficción. Por eso lo puse en una canción.
Hablemos, por último, de diferencias entre tu libro y el documental. En el primero se da tu visión y tu opinión, mientras que en el documental has tenido que ver cómo mucha otra gente opinaba sobre The Go-Betweens.
No sé si eso me gustó, pero por otro lado no hay nada que pueda hacer al respecto. Muchos de los entrevistados dicen cosas que yo sé que son erróneas desde un punto de vista histórico. Algunos de los hechos que se exponen en el filme son incorrectos (pese a que yo les conté muchos de esos hechos). Un solo ejemplo entre muchos: uno de los entrevistados habla de que en nuestro concierto de debut íbamos con guitarras acústicas, pero yo, que al fin y al cabo era quien iba a tocarlas, puedo decirte que eso no es cierto. Jamás en la vida hubiésemos debutado en un concierto de rock’n’roll en plena época postpunk con guitarras acústicas. No éramos Simon & Garfunkel. Así que la persona que dice eso no estaba allí, o tiene mala memoria, o miente. No comparto muchas de las opiniones que se vierten en el filme, pero por otro lado intento no preocuparme por ello. No es algo que pueda controlar. Es solo una pequeña parte de lo que sucedió. No puedo cambiar la mentalidad de la gente. Si ellos quieren verlo, o lo vivieron, de ese modo, yo no puedo hacer nada.
Rompe el corazón cuando John Willsteed, el bajista borde de 16 lovers Lane, lamenta no haberse dado cuenta de lo importante que era estar en The Go-Betweens. Hay algo de justicia poética en eso.
Entiendo que el momento te sorprendiera, porque también me sorprendió a mí. Y lo más interesante, si recuerdas, es que fue una canción la que le hace emocionarse y decir lo que dice. “Dive into your memory”. Cuando le preguntan no recuerda ni los títulos, pero de golpe escucha aquello y toda la época loca que pasó en la banda, sus problemas con las drogas y el alcohol, el ego y la locura, y tocar 100 shows al año, etc., todo eso se desvanece, y solo quedan las canciones. Y eso le hace llorar. No es que eche de menos el estudio de grabación, o los conciertos, o el sueldo. Es solo “Dive for your memory”. Y puedo entender eso. De hecho, es maravilloso.
Harry Crews decía que estaba muy bien tener mentores, pero que era aún mejor superarles. ¿Crees que tras todos estos años de carrera has logrado superar a tus héroes musicales?
Para empezar, hay que recordar que muchos de mis héroes también hicieron malos álbumes. Pero a la vez no me veo compitiendo con mis héroes. No me veo a su nivel. Mucha gente viene a decirme que The Go-Betweens son su banda favorita del mundo entero, y puedo entenderlo, porque yoi me siento del mismo modo respecto a los Talking Heads, o el Marquee Moon de Television. Sé lo que es adorar algo de ese modo. Y me enorgullece y alegra que los Go-Betweens tengan ese efecto en mucha gente. Al mismo tiempo, no compito con los grupos que me encantan. Yo soy alguien que llegó después. Soy lo que vino después de ellos, así que no me veo superándoles. Si me hubiese propuesto superar a David Bowie o Jack Kerouac, o a Jane Austen, no habría llegado a ningún sitio. La altura me hubiese dado vértigo. Así que dejé eso a un lado, y me concentré en hacerlo lo mejor que podía. Kiko Amat
(Esta entrevista se publicó originalmente, en formato reducido, en El Periódico de Catalunya. La que aquí les ofrezco es la versión extensa, sin cortes, de la charla. Exclusiva de Kiko Amat para Bendito Atraso).