Cosas Que Leo #171: LA CITA, Katharina Volckmer

“Pero no debe tener miedo de mí, doctor Seligman, de verdad. Su asistente me dijo que es usted muy concienzudo y que esto podría llevar un tiempo, en particular las fotos, así que no quiero que se preocupe, porque sigo pensando que los motivos de mi despido se han tergiversado y que no es justo decir que yo tenga problemas para manejar la ira. Estaba enfadada ese día, desde luego -fue antes de empezar a hormonarme-, pero suspenderme así, cuando no tienen ni idea de cómo son las cosas para la gente como yo… Además, no creo que amenazar con graparle la oreja a la mesa a un compañero de trabajo mientras blandes una grapadora cuente realmente como violencia. Al menos no con esas grapadoras.”

La cita

KATHARINA VOLCKMER

Anagrama, 2021

140 págs.

Traducción de Inga Pellissa

Cosas Que Leo #157: LAS CRUDAS, Esther García Llovet

“Se han vuelto a poner de moda, las lámparas de lava. Esta era de su madre. La coloca en el asiento de al lado y la mira de vez en cuando mientras conduce. Se acuerda de ella, más o menos, alguna vez. El pelo largo y liso como una tabla. Los radiadores pintados de amarillo. El día de su boda con Poppy Jr. El día de su boda no la reconoció, no la esperaba. Tampoco la había invitado. Había entrado junto con un grupo de turistas en la iglesia y la tomó por uno más, vestida con chanclas y haciendo fotos con una cámara desechable. Se sentó al fondo de la iglesia, sin quitarse las gafas de sol. Después de la ceremonia se lo llevó aparte y le dio un beso. Aún llevaba el flequillo hasta los ojos. Le dijo que se alegraba de verlo. Que había cambiado mucho. Le dijo que cuando era pequeño ella rezaba para que fuera un adulto bien adaptado, no como ella. Rezaba para que fuera un chico corriente. “un hombre normal”, fueron sus palabras, “pero no tanto”. Un par de años después la encontraron en el cuarto de baño de su casa, muerta de una sobredosis de anfetaminas, speed y bebidas energéticas.”

Las crudas

ESTHER GARCÍA LLOVET

Ediciones del viento, 2009

142 págs.

Cosas Que Leo #139: YOGA, Emmanuel Carrère

“Miseria de los verdugos, que sin duda es la mayor de las miserias y que me conmociona aún más que las de sus víctimas. Miseria todavía más grande que la del sin techo: la del tarado con el cráneo rapado que prende fuego al indigente. Miseria del asesino, miseria del pedófilo, miseria del serial killer, miseria del tipo que combate sus peores pulsiones y que pierde la partida y sabe desde el principio que va a perderla. Miseria que todos conocemos cuando estamos sentados en la taza del retrete, a la luz amarilla y fría de una noche de insomnio, y pensamos que la imagen valerosa que intentamos desesperadamente que los demás vean en nosotros, en la horrible verdad de lo que habita realmente en el secreto de nuestro corazón y del retrete. Miedo, vergüenza y odio: la gran trinidad.”

Yoga

EMMANUEL CARRÈRE

Anagrama, 2021

320 págs.

Traducción de Jaime Zulaika

Cosas Que Leo #137: H.P.LOVECRAFT, Michel Houellebecq

“Los escritos de HPL tienen un solo objetivo: llevar al lector a un estado de fascinación. Los únicos sentimientos humanos de los que quiere oír hablar son la maravilla y el pánico. Construye su universo sobre ellos, y exclusivamente sobre ellos. Está claro que se trata de una limitación, pero de una limitación consciente y deliberada. Y no hay auténtica creación sin cierta ceguera voluntaria.”

H.P. Lovecraft: contra el mundo, contra la vida

MICHEL HOUELLEBECQ

Anagrama, 2021 (publicado originalmente como H.P. Lovecraft. Contre le monde, contre la vie en 1991)

130 págs.

Cosas Que Leo #93: GORDO DE FERIA, Esther García Llovet

“Ahora no le da reparo nada. Ahora Julio ya no cabe por las puertas. Después de caerse del guindo de cabeza, después de ver la cara de Dios y la espalda de Dios, después de darse cuenta de que la gente a la que no le gusta la gente le gusta a todo el mundo y la gente a la que le gusta la gente no le gusta a nadie, después de esa revelación fulminante que tuvo allí sentado en el pasillo, viendo cómo su sangre se extendía por el suelo como una alfombra roja, no le da reparo nada, no dice que no a nada y dice que no a todo. El chino y Cheddar se entienden inmediatamente, allí apoyados en la barandilla de metacrilato del recibidor de la casa de Martínez Campos, mirando el insondable futuro a sus pies, un futuro que les devuelve el eco de carcajadas chinas empachadas de siglos de gloria. Son iguales. Son forasteros. Son dos enigmas. Empiezan a rodar la serie que ha escrito su hija. La serie es de humor y es de terror, y, efectivamente, se convierte en un éxito de inmediato. Va por la temporada número doce.”

Gordo de feria

ESTHER GARCÍA LLOVET

Anagrama, 2021

152 págs.

**** Leí Gordo de feria en el momento exacto en que salió. De hecho un poco antes, porque me hice con el PDF antes de su publicación oficial. No había tenido ocasión de colgarlo aquí hasta hoy. Me ENCANTA todo lo que hace Esther García Llovet. Es la narradora más original y guay y breve de España en estos momentos. Yo soy su fan #1. Puedo decir ya que será uno de mis 10 libros favoritos del año, y estamos en febrero.

Kiko Amat firma ejemplares de Revancha via Zoom, 25 de febrero

Ahí está. Pues lo que dice el autoexplicativo tweet de Anagrama. Que durante toda una bella tarde (25 de febrero, jueves, de 17:30 a 20:30h) estaré recibiendo a lectores, uno a uno, vía Zoom, y charlandico un rato y firmándoles un ejemplar de Revancha a cada uno.

Para apuntarse, en el link ese que también sale en el tweet.

Los primeros 30 recibirán además (de quererla) una alucinante camiseta oficial (la de la imagen de más abajo) que jamás estará en venta en ninguna maldita parte. A no ser que suceda lo de Stranger Things y nos la pirateen en los mercadillos. Y encima podrán escoger talla, no sufran que no irán por el mundo con camiseta ombliguera a lo Whaam. O camiseta rodillera a lo Eminem.

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Rompepistas irrompible (4a edición con nuevo postfacio)

Rompepistas

Rompepistas sale a la calle de nuevo, en Compactos, precio imbatible. Es la cuarta edición en total (si están sumando -y yo lo estoy-: 2 en Contraseñas, 2 en Compactos). Sigue algarabía general. La novela viene con un nuevo postfacio de Kiko Amat donde se explica el cómo, el cuándo, el dónde y el porqué, y empieza de este prometedor jaez:

«1. Este fue mi tercer libro.Lo escribí hace trece años. No es el mejor de mis libros, pero sí el que siempre quise escribir. Me doy cuenta ahora de que la voluntad de hablar en primera persona no disimulada de mi experiencia -haber formado parte de una tribu de clase obrera en el extrarradio barcelonés de los ochenta- se había ido haciendo cada vez más patente en mis escritos de la década que precede a Rompepistas. Cuando en 1995 aceptaron dejarme escribir (gratis) en las primeras revistas de tendencias que aparecían en Barcelona, utilicé aquella ventana -mi primera incursión en el mainstream no-fanzinero- para airear cada aventura y trauma de mi periodo pandillero. Parecía un veterano de guerra con TEPT: me hallaba entrevistando a algún grupo de indiepop aragonés, por decir algo, cuando, de repente, ta-ta-ta-ta, flashback de 1987,aullidos y trazadoras, aparecía en mitad del párrafo una batallita (convenientemente falsificada) de mi adolescencia subcultural[1]. Raramente venía a cuento.

En las novelas dicha compulsión no solo no desapareció, sino que fue en aumento; si bien afinada y transformada en literatura. En un párrafo de El día que me vaya no se lo diré a nadie, mi debut de interminable título, se insinuaba un pretérito arcano donde el protagonista, Julián, engulló anfetaminas con su panda en terrados de pueblo, pegándose empujones y puñetazos en los bíceps mientras sonaban cintas de northern soul en radiocasetes “quebrados”[2], o algo así. El párrafo no ahondaba en el tema, y el tema no se retomaba. Era como una carpa que hubiese asomado la boca a la superficie del lago y se hubiese vuelto a sumergir para no reaparecer jamás.

Lo que sucede al escribir de forma continuada es que ciertas verdades afloran de un modo inconsciente en el texto, señalándole al escritor cuál es la historia que debería estar contando. En ese sentido, el párrafo de las Anfetas en Terrados era algo parecido, supongo, a un post-it para mí mismo (“utilizar este material en el futuro”). Incluso, tal vez, una frase encriptada: un mensaje en clave, escrito en jugo de limón, que susurraba, para los lectores que quisieran o supiesen oír, que la novela iba de lo que afirmaba la sinopsis, pero en algún lugar de las profundidades del autor palpitaba aquello otro. Lo que tú, veterano lector tribal, tras haber acercado el mensaje a la llama de una vela, acababas de descubrir. Guiño guiño, y todo eso.

En cuanto a Cosas que hacen BUM, mi segunda novela, siempre tuve en particular estima el capítulo inicial y la coda final: la infancia y el regreso a Sant Boi de Pànic Orfila. Incluso el escritor inexperto que yo era entonces percibió la energía indócil que ambos despedían, una fuerza que surgía de un lugar, un tiempo y una experiencia concretas. En aquellas palabras vibraba una historia no contada que, como un géiser, amenazaba con reventar la corteza de mis otras tramas y reclamar su lugar en la superficie. En las últimas páginas de la obra Pànic andaba por Sant Boi, calle Jaume I abajo, bajo el implacable sol de mediodía, borracho y drogado, alienado y traicionado, luciendo unas Vuarnet robadas; una mano le goteaba sangre tras haberle arreado un puñetazo al mostrador del colmado de la esquina del instituto… Señales, pasos, equis en mapas. En esas tres líneas, condensado, estaba EL TEMA, y merecía ser contado, pues nadie lo había contado aún y me pertenecía y era, en pocas palabras, mi obligación. La faena encomendada… La tarea, como diría Dovlátov. Finalmente, cuando estuve listo, me puse a realizarla»


[1] El teclista de un grupo indiepop de clase pudiente madrileño me dijo, sobre esa época, que mis detractores me llamaban “cuentacuentos”. Yo lo tomé como un insulto (estaba concebido y verbalizado como tal), pero ahora veo que era verdad. Yo estaba contando cuentos; era mi única ambición.

[2] ¿Por qué leches no puse simplemente “rotos”? (no contesten).

(pueden leer el postfacio entero comprando la novela, troncos).

Revancha (el booktrailer)

Revancha (teaser #1)

Cosas Que Leo #62: EL CÓDIGO DE LOS WOOSTER, P.G. Wodehouse

“Saqué una mano de debajo de las sábanas y toqué el timbre para llamar a Jeeves.

–Buenas tardes, Jeeves.

–Buenos días, señor.

Esto me sorprendió.

–¿Es por la mañana?

–Sí, señor.

–¿Está seguro? Parece muy oscuro fuera.

–Hay niebla, señor. Si recuerda, estamos en otoño, época de neblinas y dulce fertilidad.

–¿Época de qué?

–De neblinas, señor, y dulce fertilidad.

–¿Eh? Sí. Sí, ya entiendo. Bueno, sea lo que fuere, deme uno de sus estimulantes, por favor.

–Tengo uno a punto, señor, en la nevera.

Desapareció, y yo me incorporé en la cama con la desagradable sensación que a veces se tiene de que uno se va a morir a los cinco minutos. La noche anterior, había ofrecido una pequeña cena en Los Zánganos a Gussie Fink-Nottle como amistosa despedida antes de sus próximas nupcias con Madeline, la única hija de sir Watkyn Bassett, comendador de la Orden del Imperio Británico, y estas cosas tienen su precio. En realidad, antes de que Jeeves entrara estaba soñando que algún sinvergüenza me clavaba clavos en la cabeza; no clavos ordinarios, como los utilizados por Jael, la esposa de Heber, sino clavos al rojo vivo.

Jeeves regresó con el regenerador de tejidos. Me lo eché al coleto y, después de experimentar el malestar pasajero, inevitable cuando uno bebe los revitalizadores matinales de Jeeves, esa horrible sensación de que la parte superior del cráneo sale disparada hasta el techo y los ojos salen de sus órbitas y rebotan en la pared opuesta como pelotas de ráquetbol, me sentí mejor. Sería exagerado decir que en ese momento Bertram volvía a estar en sazón, pero al menos había llegado al estado de convaleciente y por fin tenía fuerzas para conversar.

–¡Ah! –exclamé, recogiendo los globos oculares y colocándolos en su lugar–. Bueno, Jeeves, ¿qué sucede en el gran mundo? ¿Es el periódico lo que tiene ahí?

–No, señor. Es un poco de literatura de la agencia de viajes. He creído que a lo mejor le gustaría echarle un vistazo.

–¿Eh? –dije–. Usted lo ha hecho, ¿verdad?

Y hubo un breve y –si ésta es la palabra que quiero– elocuente silencio.

Supongo que cuando dos hombres de acero viven en íntima asociación, tiene que haber choques de vez en cuando, y recientemente se había producido uno en casa de los Wooster. Jeeves intentaba convencerme de que efectuara un crucero alrededor del mundo, y yo no quería. Pero a pesar de mis firmes manifestaciones al respecto, apenas pasaba un día sin que me trajera un fajo o ramillete de esos folletos ilustrados que los aficionados a los espacios abiertos reparten con la esperanza de fomentar esa costumbre. La actitud de Jeeves recordaba irresistiblemente la de algún podenco diligente que insiste en llevar una rata muerta a la alfombra de la sala de estar, aunque repetidamente se le indique, con la palabra y el gesto, que el mercado para ello es flojo o incluso inexistente.

–Jeeves –dije–, este asunto tiene que cesar.

–Viajar es sumamente educativo, señor.

–No soporto más educación. Me llenaron de ella hace años. No, Jeeves, sé lo que le pasa. Esa vieja vena vikinga suya ha aparecido otra vez. Usted añora el sabor de las brisas saladas. Se ve a sí mismo caminando por la cubierta de un barco con gorra de capitán. Posiblemente alguien le ha hablado de las bailarinas de Bali. Lo comprendo. Pero no es para mí. Me niego a ser trasegado a un maldito transatlántico y arrastrado alrededor del mundo.

–Muy bien, señor.”

El código de los Wooster

PG WODEHOUSE

(Anagrama 2010, publicado en el primer volumen del Ómnibus Jeeves junto a ¡Gracias Jeeves! y El inimitable Jeeves. The Code of The Woosters se publicó por primera vez en Gran Bretaña en 1938)

402 págs.

Traducción de Carme Camps.

***** PG Wodehouse es uno de mis escritores favoritos. Suelo leerle una vez al mes, o cada doce o trece libros, independientemente de si tengo algún libro suyo no leído entre manos o no. Quizás sea el autor que más he releído en mi vida. Esto, naturalmente, es también una relectura (la cuarta, si quieren saberlo).

Cosas Que Leo #59: UN AMOR, Sara Mesa

«Están sentados en el porche, protegidos por la mampara de cristal. El contorno de El Glauco se difumina en el anochecer, pronto la oscuridad se lo tragará por completo. Nat clava la mirada en él, el monte adonde Andreas y ella subieron no hace tanto, buscando no perderlo. Píter pone en la mesa salmón ahumado, una tabla de quesos y embutidos, ensaladilla picante servida en cuencos de colores. ¡Es siempre tan servicial, tan delicado! Andreas jamás ha preparado una cena así para ella. No la prepararía para nadie, tampoco para él mismo.

Nat pierde el control, habla nerviosamente.

–¿Tú sabías que Andreas estuvo casado?

–¿Yo? ¡Qué voy yo a saber! Ese hombre es medio autista, jamás le cuenta nada a nadie. ¿Cómo lo sabes tú? ¿Te lo ha dicho?

–Lo mencionó el otro día, como de casualidad.

–Dudo mucho que haga o diga nada por casualidad. Te lo diría por algún motivo, buscando algo.

Nat se queda callada. Mejor frenar la conversación, piensa, antes de que Píter lance indirectas. Aunque ahora que ha mordido el anzuelo, ya no lo va a soltar tan fácilmente.

 –¿Qué te contó?

–Poca cosa. Que era una chica más joven que él. Veinte años más joven o algo así.

–¡Veinte años! –Píter silba, se ríe–. ¡Vaya con el alemán!

A Nat le duele inmensamente ese silbido. Para disimular, se hunde en la copa, la apura de golpe. No debió haber hablado, pero ya no hay marcha atrás. La única forma de cortar la conversación es inventar una excusa, levantarse e irse.

–¿Qué te pasa, Nat? ¿Te has enfadado?

Ella niega repetidamente, le coge la mano para demostrárselo, le asegura que no hay ningún problema. Pero ¿y la cena? ¿Se va a ir sin probar nada? Diga lo que diga, no es normal que se vaya así, de sopetón.

Nat lo sabe. Sabe que su comportamiento es errático y maleducado, incomprensible desde fuera, o quizá al revés, demasiado transparente. Pero no puede detenerse. Tiene el convencimiento de haber comenzado un descenso. Ya todo lo que le queda es ir bajando.»

Un amor

SARA MESA

Anagrama, 2020

185 págs.

Kiko Amat entrevista a CLAUDIA DURASTANTI: “Escribir desde la otredad, sea de clase o de género, es una bendición”

Para que no les falte pa’leer en mitad del Mes de la Plaga. Me he permitido colgarlo con uno de los títulos originales. El que aparece en la edición web de El Periódico de Catalunya es un poco más El Caso (aunque no exento de comicidad). Pueden leerla aquí. La novela/memoria de Claudia Durastanti La extranjera (Anagrama) es, desde ya y para siempre, uno de los libros del 2020.

CAITLIN MORAN: «Una estatua del Britpop tendría 47 penes y 5 tetas»

Hacía unos años que no charlaba con Caitlin Moran. Desde aquella entrevista del 2015 que le hice para Rockdelux (y que publicaré íntegramente aquí cuando me dé la ventolera, un día de estos).

La semana pasada fui al hotel Condes de Barcelona y hablé con ella de Cómo ser famosa (Anagrama), su última novela, segunda parte de la autobiográfica Trilogía Johanna.

Pueden leer mi charla condensada con toda comodidad, aquí.

Bandinista: una conversación entre Billy Childish y Kiko Amat

Billy Childish y Kiko Amat, con ocasión del lanzamiento del Cuarteto Bandini en Compendium Anagrama, conversan en exclusiva sobre John Fante y familia, la tetralogía Bandini, lo “engañosamente simple” de su prosa, el tú-también-puedes-hacerlo y la “idiotez del ego”; deuda, tradición e influencias de blasón.

 John Fante fue un semi-maldito escritor americano de bullente sangre italiana, de talante más mordedor que ladrador. Vivió de 1909 a 1983 y publicó solo seis novelas, un par de noveletas y un libro de cuentos. El resto del tiempo lo derrochó en Hollywood, forrándose y odiándose a sí mismo. Charles Bukowski, su fan #1 y confeso discípulo, le salvó del completo ostracismo prologando la reedición de Pregúntale al polvo, y gracias a él leemos a Fante hoy. Su personaje emblemático es Arturo Bandini, una suerte de alter-ego con el histrionismo subido y la llorera de bandera, que campa, asqueado y delirante, por las cuatro novelas que van a leer, y que Fante escribió a lo largo de toda su vida: Espera a la primavera, Bandini, El camino a Los Ángeles, Pregúntale al polvo y Sueños de Bunker Hill. Esta última publicada post-mortem.

Billy Childish es un discípulo formal y espiritual de Fante. Childish reúne muchas medallas en un solo bigotudo estajanovista: poeta disléxico, punk-rocker incorruptible, pintor figurativo, narrador confesional, esteta asceta, ex-bebedor y ex-follador de caniches, fabricante de juguetes raros, amante de la sombrerería y el look Primera Guerra Mundial, grabador de grabados, homenajeador de padres y mentores (Kinks, Kurt Schwitters, Bo Diddley, Van Gogh, The Downliners Sect), hijo de padre violento (a quien terminó zurrando en una ocasión; como narró en “the day I beat my father up”) y padre de una caterva de grupos asombrosos: The Milkshakes, Thee Mighty Caesars y The Headcoats, por mentar solo tres. Childish es desafío original, es hacer lo que te piden las entrañas, es dar crédito constante a tus héroes (Fante entre ellos), es odiar la mentira e ir a favor de la tradición (se describe a sí mismo como “radical traditionalist”) y el entusiasmo, contra el arte conceptual y el monetarismo. Childish es (de veras) uno de los artistas más influyentes del mundo. Mudhoney y REM y Beck y un tal Kurt Cobain eran fans. El fulano aquel de los White Stripes era fan también pero luego le odió, cuando reparó en que la reciprocidad iba a permanecer ausente en su relación. Incluso Kylie Minogue le citó una vez (por razones que somos incapaces de comprender ahora mismo).

En último lugar, parte del mismo linaje y tradición, está quien firma esto, el novelista Kiko Amat, que conversa con Billy Childish via Skype sobre el autor predilecto de ambos.

Lo primero que me gustaría que me contaras, Billy, es cómo entraste en el mundo de John Fante y a través de quién.

Por aquel entonces yo estudiaba en la St. Martins School of Art, en Londres, en el año 1980. Peter Doig (un amigo pintor que estaba en mi mismo curso) y yo teníamos gustos muy parecidos en todo: pintura, libros, rock’n’roll… Este mismo amigo, que ahora es un artista muy famoso, me pasó un libro de un tal Charles Bukowski que me gustó bastante, así que fui a una pequeña librería alternativa que había en Covent Garden y empecé a buscar más libros del mismo autor. Tenían un par de copias de libros suyos en Black Spring Books, y también una copia de Pregúntale al polvo de un tal John Fante. Que, como ya sabes, llevaba la famosa introducción de Bukowski. Lo que yo solía hacer en aquella época para decidir qué me gustaba y qué no era ir pasando alfabéticamente por la sección de narrativa, ir cogiendo libros al azar y leer el primer párrafo a ver qué tal, para luego devolverlos a la estantería si no me acababan de convencer. Ocasionalmente leía más de un párrafo y acababa comprándolos. Eso fue lo que sucedió con Pregúntale al polvo. Creo que me lo leí casi entero en la bañera, una vez hube llegado a casa.

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¿Qué edad tenías cuando sucedió todo eso?

Diecinueve o veinte. En 1977 tenía diecisiete años, así que en 1980 ya habría cumplido los veinte. Soy disléxico, y siempre he tenido problemas con la lectura y la escritura. En aquella época yo trataba de escribir poesía, pero Pregúntale al polvo fue el libro que me hizo pensar que quizás también podría intentar escribir prosa, ya puestos. A lo mejor era un delirio mío [ríe], pero sentí que sí, que podía hacerlo. Para decirlo de un modo clásico: Fante me inspiró a escribir piezas de prosa. Lo que me encantaba del trabajo de Fante era sobre todo el aspecto cómico. Al poco tiempo leí también Espera a la primavera, Bandini. Bukowski me había inspirado, no lo niego, especialmente en cuanto a la poesía: me había mostrado cómo expresar cosas que yo no tenía ni idea de cómo expresar. Lo malo de Bukowski era que siempre daba la impresión de ser la estrella de una película de serie B. Había leído demasiado a Hemingway, está claro. Ese postureo de tipo duro es lo que menos me gustaba de él, incluso hoy, y creo que lo mismo le sucede a otra gente. Les causa rechazo su palabreo fardón. No me gustaba esa pose de Marlowe que se llevaba. ¿Quién escribió lo del Marlowe ese? ¿El detective duro de las novelas?

Raymond Chandler.

Ese. Veo ahora que Bukowski se fijaba mucho en Raymond Chandler, además de en otros autores del mismo estilo. Hard-boiled. Se nota en ese rollo serie B que te comentaba. Asimismo, nunca vi nada de eso en Fante. Leías sobre Arturo Bandini y te parecía estar mirando una película de Laurel y Hardy. Fante te está describiendo la clase de idiota que es ese fulano, Bandini, y la estupidez que está a punto de realizar, y tú como lector quieres que no la haga, del mismo modo que quieres que Laurel y Hardy no se metan en líos. Bukowski, por el contrario, te va a decir que todo el mundo es idiota, pero que él es un tío listo. Él es quien mola, quien sabe de qué va todo. Esa es una gran diferencia entre los dos autores, Fante y Bukowski, que alguna gente no ve. Por eso me parece tan interesante que Bukowski, quien supuestamente era un gran fan de Fante, no pillase la increíble fragilidad que desprenden los escritos del segundo, la que pone en boca de Bandini. Un chico con muchos defectos, Bandini, bombástico y bocazas, presuntuoso, muy ambicioso también, aunque a la vez siempre parece quedarse corto a la hora de realizar esas ambiciones. Creo que todo eso es encantador, hace de él alguien muy cercano. Dicho esto, con los años trabé amistad con Dan Fante, el hijo, y me contó que John no era así ni por asomo [carcajada]. Que el tío era un completo gilipollas. Me dijo: “John era un miserable, Billy”.

Yo con el tiempo me he hecho una idea de Fante como persona harto distinta de Bandini. Más cercana a Bukowski, quizás. Más duro que él, incluso.

No estoy tan seguro de eso. Sé lo que quieres decir, pero no lo creo; no creo que fuese como Bukowski. Creo que a quien John se parecía de verdad era a su padre, Nick Fante, por mucho que se negara a admitirlo. Dan me contó muchas cosas de su abuelo, Nick Fante, y se ve que John era muy parecido a él. Dan era un chico majo, pero de vez en cuando también le notabas una cierta actitud, la misma que debía tener su padre. A la defensiva. Dan es, en mi opinión, una versión amable de John. Y John, a su vez, era una versión menos mala de Nick. Nick era una puta pesadilla, según se ve. Dan me contó que, cuando él era joven, se celebró algún tipo de reunión familiar en un bar, piensa que Nick ya era un hombre mayor por aquel entonces, y el abuelo se enzarzó en una pelea a navajazos con alguien [carcajada].

¡Dios santo!

Sí. Creo que lo que también sucedía era que los Fante eran hombres muy bajitos con complejos enormes. Podríamos resumirlo así: Los Fante: complejo de bajitos.

Fornidos y tapones. Como cajas de madera.

Sí, Dan era como un cubo. Pero también bastante menudo. Quizás “menudo” no sea la palabra. Pequeño, pues. Pequeños y cabreados, los Fante.

Resultat d'imatges de ask the dust bookVolviendo al espíritu de sus libros, concretamente de la tetralogía Bandini, a mí me conmueve la forma en que Fante pinta a los seres humanos. Como cosas patéticas, pero a quienes trata con el máximo cariño y humor, sin condescendencia o melodrama.

Ya. Yo no diría “patéticos”, quizás. Diría que los describe como defectuosos, esencialmente. Y cuando se permite hablar de algunos sentimientos que se negaba a la hora de tratar en persona con su familia e hijos, uno percibe un gran amor en sus palabras. Y a la vez notas un gran amor por la literatura, por la escritura. Hay muchas cosas sagradas en Fante, y ese es para mí uno de sus grandes encantos. Cómo habla de las cosas que le son preciosas, cómo las cuida y mima, cómo las eleva. Dan me dijo que su madre editaba a John (ella siempre revisaba todas y cada una de las páginas del manuscrito que le pasaba su marido) y se ve que era un autor que casi nunca reescribía. Era un escritor muy fluido y natural. Esto es algo que Bukowski recuerda en su prólogo, tal y como lo recuerdo de haberlo leído hace un montón de años, lo de la facilidad y la simplicidad de cada línea.

Lo limpias que son, ¿no? Allí no sobra ni falta nada. No se permite ningún exceso. Admiro esa contención casi perfecta.

Sí. Sus frases son limpias y simples. En algunas secciones puedes detectar de dónde surge esa pulcritud y contención de Fante. Leí a Sherwood Anderson porque John le mencionaba en algunos libros. Creo que Fante toma esa simplicidad de Anderson. Así como de otros escritores americanos modernos, claro. John nunca se cree maravilloso, nunca alardea. Cuando hace que algunos de sus personajes alardeen de algo o se crean superiores es porque va a gastarles alguna broma pesada. John nunca es tosco, la verdad; nunca deja de ser elegante. Cada vez que se acerca al cliché, o tú crees que la historia va a terminar en cliché, escapa de ello de forma muy astuta. Escribe increíblemente sencillo, elegante… La expresión que suele utilizarse al describir la obra de Fante es “engañosamente simple”. Cuando lees a John Fante sientes como si una persona te estuviese hablando directamente a ti. Y a la vez te hace pensar en que tú también puedes hacerlo, pues en sus manos da la impresión de que es algo fácil. La mejor escritura a menudo parece carecer de complejidad, porque nunca te carga o cansa. Uno de mis libros favoritos es Hambre, de Knut Hamsun, y Dan me contó que era también el libro favorito de John Fante, como quizás ya sepas. Por supuesto, cuando lees Hambre te das cuenta de que Fante sacó de allí la idea de lo ridículo del ego, y la voz de su primera persona, de Arturo Bandini. Porque Hambre es pura tragicomedia. Es uno de los libros más increíbles que he leído. No me sorprende que Fante tomara tanto de allí, porque es un libro que te cambia por completo. Es como un compendio digerible de lo mejor de Dostoievski.

Resultat d'imatges de john fanteMe gusta mucho que Fante no temiera mostrar la influencia patente que Knut Hamsun había tenido en él. Eso es algo que también haces tú siempre con tus músicos y artistas favoritos: llevarlos de blasón.

Sí. Eso es muy interesante. Verás: quizás yo parezca alguien muy raro en mi generación, por la forma en que concibo mi música y mi arte, y es porque vengo de una generación que oculta sus influencias. Pero en la época victoriana, o en el periodo modernista -especialmente en el caso de sus pintores-, las influencias se llevaban de emblema, se expresaban con orgullo. Y creo que eso es algo que siempre hizo John Fante, con lo que siempre dio ejemplo. Identificarse con sus héroes, unirse a sus héroes, JL Mencken o Hamsun o quien fuera. En mi opinión esa es la forma correcta de entender los conceptos de deuda y tradición. Por desgracia, en el mundo en el que vivimos eso se considera poco cool. Lo que hace todo Dios es simular que se han inventado a sí mismos. Pero eso es una puta mentira. Y te diré algo más: es muy mal karma. Para mí es algo perfectamente obvio: tienes que cantar las alabanzas de aquellos que te ayudaron. Que te señalaron la dirección. Porque es un testigo que se te entregó. Y los verdaderos artistas admiten la existencia de ese testigo, no simulan que nadie les ha influido. Alguna gente aduce que soy un tipo orgulloso porque siempre digo que soy un verdadero artista. No parecen comprender que soy un verdadero artista precisamente porque reconozco a todos aquellos que estaban antes que yo y que deben ser reconocidos. Así que tal vez sea arrogancia artística, pero está templada por la humildad de saber que no has inventado nada. Uno tiene que ser generoso con estas cosas. Yo siempre he nombrado a Fante. Recomendé a muchos amigos americanos que le leyeran. Uno de ellos se empeñó en que alguien de la familia Fante le firmase Espera a la primavera, Bandini, y se lo mandó a la viuda de John, y el libro llegó a manos de su hijo Dan Fante, que aunque había escrito varios libros no encontraba editorial. Esto llegó a mis oídos. Se dio el caso que yo sí conocía una editorial americana que acababa de publicar allí una de mis novelas, así que intercedí para que ellos publicaran la primera novela de Dan. Aquello fue grande: su padre hizo que yo escribiese novelas, y yo pude ayudar a que su hijo publicase las suyas. Fue un caso de retribución pura.

Resultat d'imatges de john fante librosKarma, como decías, es la palabra perfecta. Devolverles el favor a tus héroes. Equilibrar las cosas.

Sí. No quiero que suene a gran favor, ni nada. Era solo una carta de recomendación, y Dan Fante habría terminado publicando sus libros de un modo u otro. El mérito es de Dan Fante, no puedo colgarme ninguna medalla por eso. Pero me enorgullece poder decir que yo ayudé a cerrar el círculo. Que colaboré en el desarrollo de una tradición de la que John Fante formaba parte.

No sé que hubiese hecho John Fante con un artista que tomara de lo suyo y no lo admitiese. O tú mismo. ¿Qué se hace con alguien que toma de nuestra tradición pero no devuelve nada, ni da las gracias?

A mí me pasa continuamente. Pero no odio a nadie. Lo encuentro hiriente respecto a mi ego, pero tampoco invierto demasiado tiempo en solucionarlo. Me digo a mí mismo que soy un bebé, que no me gusta eso por la misma razón que un bebé se enfadaría por algo que se realiza contra su voluntad, y sí, a veces me molesta; pero no le dedico ninguna energía. Lo cierto es que me sucede tan a menudo como para ser lo habitual. Te diré otra cosa que hace mucha gente: como soy un tío que siempre señala las cosas que le gustan, y quién me influencia, y a quién disfruto, alguna gente que viene a mí en busca de ayuda para escribir o hacer música o pintar sale de allí con recomendaciones de buenos artistas; les sugiero un camino, que lean a John Fante, o admiren la pintura de Kurt Schwitters, diversas influencias… Lo que hace alguna gente entonces es reivindicar esas influencias como su influencia, y luego me borran de la ecuación [carcajada].

Sé de lo que me hablas.

Supongo que así creen que quedaran más sofisticados, porque se supondrá que han hallado esas fuentes ellos mismos. Eso es una locura. ¿Por qué querría alguien esconder la ayuda de otro? Me doy cuenta de que no se están haciendo ningún favor, porque eso demuestra que no han entendido nada. Que no han entendido el valor del respeto. El problema es que si mientes entras en un conflicto. Si mientes, estás en conflicto con tu verdad. Y eso representa una distorsión en tu mente. Porque por supuesto alguna de esa gente tiene que haber hecho un esfuerzo enorme para eliminar o negar lo que en realidad sucedió, y eso envenena su alma. El único dañado de todo este proceso es quien miente, por no haberse dado cuenta de que haber sido influenciado por alguien es un gran honor. Para mí, admitir que John Fante me influenció a la hora de escribir es como aguantarle la puerta a alguien. Soy muy educado y me paso el día aguantando puertas. Aguanto puertas para dejar pasar a gente, pero a la vez ellos me están haciendo un gran regalo: la posibilidad de eliminar mi ego e involucrarme con el mundo de una forma verdadera. No ser el capullo egoísta que soy. Me da otro ángulo. Por eso cuando ayudo a alguien y me dan las gracias, yo siempre respondo “ha sido un placer” o “el placer es mío”. Porque el placer es mío. Es el placer de no haber sido un imbécil. El placer de que alguien te influya.

De darte la posibilidad de actuar con bondad.

Bueno, creo que eso te libera, en realidad. No sé si te convierte en alguien mejor, pero sí en alguien más libre. Mentir te ata. Tienes que hacer concesiones en tu relación contigo mismo. Por tanto, alguien que miente sobre sus influencias quizás no sea mal tipo, pero desde luego sí está siendo ignorante. Porque no ha comprendido el valor de la influencia. Yo nunca he simulado que John Fante no haya sido una influencia en mi escritura. Lo ha sido, y he tomado cosas de él.

Hablando de mostrar la influencia de John Fante, acabo de recordar que en tu sello (Hangman Records) sacaste un single de una banda, Ye Ascoyne D’Ascoynes, que llevaba una foto de John Fante en portada. Compré ese disco en 1993, cuando no había leído a Fante aún.

Resultat d'imatges de ye ascoyne recordEs increíble que menciones eso [sonríe]. Qué coincidencia más extraordinaria. Los Ascoyne D’Ascoynes eran una banda local, de Chatham; uno de ellos, Ian Smith, era el batería original de The Dentists, y también tocaba la batería en los Ascoynes. Pues bien (esto es buenísimo, es exactamente de lo que estábamos hablando), resulta que este Ian era el tipo de individuo que hace cosas como las que te decía antes. Yo soy un enorme fan de Kurt Schwitters desde mis 17, de cuando iba a la escuela de arte. Ian debe tener seis o siete años menos que yo. Le conozco desde que él era aún un niño, y yo ya había formado The Milkshakes. Yo le hablé de Kurt Schwitters, y en la época, como yo no paraba de leer a John Fante, le regalé una copia de Pregúntale al polvo. Él me contestó que no era lo suyo, que no le había gustado. Tres años más tarde me vino un día y me dijo “Hey, Billy, deberías leer a un escritor que he descubierto, se llama John Fante” [ríe]. Yo le dije: “claro, es el libro que te regalé, tío”. A partir de allí Ian era el tío que había descubierto a John Fante, y luego también a Kurt Schwitters. Para colmo, la portada del single que mencionas, y que yo les produje, es un collage a lo Kurt Schwitters, y lleva la cara de John Fante [carcajada]. He ahí un tío en completa fase de negación. Pero yo les produje el disco y dejé que siguiera diciendo lo de sus “descubrimientos”. Era su decisión.

Hay una cosa que me chifla de Arturo Bandini: que llora un montón. Y viniendo como yo de una cultura de clase obrera, una cultura que desprecia a los hombres que lloran, ese es un atributo que me parece admirable. A mí me mostró un mundo de hombres donde era aceptable llorar.

[Ríe] Ya. Me pregunto si eso era tan común en los personajes de otros libros de la misma época, y me parece que no. Que era una cosa muy rara. No olvides que Bandini, además, llora muchas veces con intenciones manipuladoras. Llora para salirse con la suya. Y ligar con mujeres [sonríe]. ¿Te acuerdas?

Sí. Pero otras veces no puede impedirlo. Está angustiado de verdad. De una forma muy italiana e histérica.

De nuevo, es imposible preguntarse si eso era algo que hacía John Fante. Es una idea interesante, ¿no? Es imposible saber cuáles de los rasgos de Bandini son cercanos a los del autor. Otra hipótesis es que eso viene de que alguien como John, desde un punto de vista psicológico, podría ser considerado un niño de mamá. Piensa que su padre era un completo gilipollas, y que al chico no le quedó otro remedio que decantarse hacia su madre, y cuidar de ella en algunas épocas. En todos los libros se palpa esa calidez hacia la madre. También hacia el idiota del padre, pero es un amor mezclado con temor y respeto. Así que sí: quizás Fante era un niño de mamá.

Resultat d'imatges de john fantePor otro lado, las lágrimas de Bandini tienen un inmenso componente de pura rabia. De resentimiento y odio contra un mundo que le pisotea.

Es posible. No lo recuerdo con tanto detalle. Habré leído Pregúntale al polvo unas seis o siete veces en total, y lo mismo puedo decir de la mayoría de libros de Fante. Los he releído todos. Mi favorito posiblemente sea Espera a la primavera, Bandini. En todas las de Bandini el personaje es muy emocional e intenso, lo que de nuevo me lleva al protagonista de Hambre, un tipo con respuestas emocionales muy intensas. A todo. Y eso de nuevo nos lleva al Raskólnikov de Crimen y castigo, que es de donde yo creo que Hamsun sacó algunos aspectos para Hambre. El joven artístico, intenso, en combate contra el mundo. Lo verdaderamente asombroso de todo esto es que ninguno de los libros de John Fante (y, por extensión, tampoco los de Hamsun o Dostoievski) son libros para jóvenes. Considera, por ejemplo… ¿Quién escribió El guardián entre el centeno?

J.D. Salinger.

Salinger, eso. Si piensas en El guardián entre el centeno, ese es un libro que uno tiene que leer cuando es bastante joven. Máximo, a los veinte. Si te lo lees a los treinta o cuarenta, ya no funciona; aquel tío ya no te interesa. Para mí, su protagonista no es ni la mitad de convincente de lo que sería para alguien mucho más joven. Es un libro para jóvenes. No creo que ese sea el caso de Fante. Él trasciende la barrera de la edad, y creo que lo consigue a base de humor. Creo que la ridiculez y la comicidad son dos rasgos que hacen que Bandini funcione. Le quita toda aquella solemnidad que tiene el protagonista de Salinger. El Bandini de Fante te gusta a los cincuenta porque aún reconoces a aquel idiota risible que lo protagoniza. Cuando lees a Salinger a los veinte aún no puedes reconocer a un idiota; solo la madurez puede ayudarte a reconocer la idiotez. Y de adulto aquel protagonista solo te parece un chico más bien repelente. Así que los libros de Fante son libros muy maduros y precoces. Tiene visiones diáfanas de la idiotez del ego. Y eso lo hace atemporal y muy potente.

También me gusta que Bandini sea un mierda, a veces. Que Fante no lo pinte como un tío dañado pero benigno, sino alguien envidioso, resentido, hipócrita, incluso racista. Hay calidez en su corazón, pero también mucha bilis. Su lado peor le humaniza.

Estoy completamente de acuerdo. En ese sentido Fante es muy realista. Bukowski, de nuevo, es la estrella de alguna película de acción de bajo presupuesto, pero Bandini es claramente el protagonista de una tragicomedia. No es un detective encallecido por la vida. Arturo va de que es más listo que el resto del mundo, pero luego va y la caga, y te das cuenta de que no es ni más ni menos listo que nadie. Arturo no encaja, está en desacuerdo con el mundo. Bukowski tampoco encaja, pero se pinta como un héroe. Arturo Bandini, por el contrario, es el perfecto antihéroe.

Sí. También procede analizar el germen de su rabia. Incluso cuando lanza insultos racistas contra sus colegas filipinos nos recuerda que a él los anglosajones le llamaban espaguetini, pelo-grasiento, guinea. Le humillaron, y por eso humilla a otros a su vez. Es realismo puro.

Esa es la grandeza y el encanto de Fante. Su personaje es completamente tridimensional, tiene todas esas contradicciones y daños. Puede ser un capullo y encantador. Bandini es así. Y huelga decir que así es como somos la mayoría de humanos.

Resultat d'imatges de john fante

¿Cuál dirías que es tu Fante predilecto, después de todos estos años?

Espera a la primavera, Bandini. Y uno de mis fragmentos favoritos de todos sus libros es de La hermandad de la uva. Cuando su hermano está tratando de convencerle de que vuele de visita al pueblo, porque su padre la está liando y están a punto de divorciarse con la madre y todo eso. Y él llega, y el hermano ni siquiera va a buscarle al aeropuerto, todos le tratan como si no comprendiesen qué está haciendo allí y aplican una presión emocional terrible encima del pobre tipo. Es un fragmento que explica de una forma perfecta las dinámicas familiares y la forma absurda en que interactúan los humanos. Toda la mierda que se acumula, y la mentira. Pero el libro que más me gusta es Espera a la primavera, Bandini, y también Pregúntale al polvo. Ni siquiera recuerdo Un año pésimo, solo lo leí dos veces. Acabo de recordar algo más sobre los Fante que quizás deberías saber.

Cuenta, cuenta.

Dan me contó que su hermano Nick Fante había sido uno de los que diseñó, o ayudó a diseñar con algún tipo de trabajo de ingeniería, la primera cápsula espacial que aterrizó en la luna. Una parte, al menos. Las patas, si no recuerdo mal. Creo que es un detalle bonito, aunque no sé si dudar de la veracidad de la historia. ¡Los Fante contribuyeron a la conquista de la luna! [ríe]. Dan tenía un espíritu muy generoso. Su único problema es que no se creía merecedor de todos los elogios. Se menospreciaba.

Los Fante tenían una relación compleja con la familia. Con los lazos de sangre. John Fante la pinta como algo dañino pero indispensable a la vez. Hay mucho amor en sus palabras, incluso cuando maldice a Svevo de formas terribles.

Sí. Creo que eso también es muy italiano [ríe]. Asimismo, él despreciaría mi comentario, por venir de un puto limey, de un inglés. Diría que no entiendo nada. Se ve que John era un tipo que golpeaba siempre primero. Dan siempre contaba que cuando John conocía a alguien siempre empezaba siendo un cabrón grosero, para quedar por encima. Para empezar con ventaja. Se ve que era de ataque rápido [ríe]. Debía ser un buen bastardo.

(Esta charla se publicó como prólogo del Compendium Fante de Anagrama en el año 2016. He eliminado un par de frases de la introducción que apestaban, y no me di cuenta entonces, porque había bajado la guardia dos segundos. El resto está igual)

 

Alta Fidelidad de Nick Hornby (lleva una nueva contraportada de Kiko Amat)

«Era 1995 y yo vivía en Cricklewood, un siniestro barrio londinense donde, una década atrás, Dennis Nilsen había matado a quince personas y arrojado sus restos por el retrete. No era muy feliz. Cultivaba una anorexia a media jornada, trabajaba en McDonald’s, vivía con un expresidiario y varios ratones, había roto con una novia (horrible) y con la subcultura mod. Tenía veinticuatro años y creía que mis sueños se habían ido por el váter, como cachos de víctimas de Nilsen. Incluso había dejado de leer, tras decidir, con Philip Larkin, que los libros eran «un montón de mierda» y que valía más «darle al frasco». Y escuchar rock’n’roll.

Entonces recibí un paquete de mi madre. Contenía un ejemplar de Alta fidelidad, de Nick Hornby, y una carta: «Este libro eres tú.» Y lo era. De acuerdo, yo no llevaba «jerséis horribles», como Rob, el propietario de la tienda de discos que protagoniza la novela, pero el libro la clavaba en lo restante: melancolía (tic), obsesión por hacer listas (tic), casetes recopilatorios con fines amatorios (tic), halo loser (tic), nerdez irreparable (tic), odio a Sting (requetetic). Alta fidelidad me recordó que algunas novelas sí hablaban de mi (nuestra) circunstancia. Me devolvió la ilusión y recalentó mi entusiasmo. Me hizo volver a amar los libros (aunque nunca dejé de darle al frasco). Y me recordó (supertic) que la música pop era la octava maravilla del planeta. Miradme: 1996, cuarto enmoquetado, engullendo Barons de lata y escribiendo paridas mientras suena el Ten Spot de Shudder to Think y el Demmamussabebonk de Snuff. Tras varios años de rencor homicida, asoma en mi cara una cauta sonrisa.

Cheers, Nick.»

Kiko Amat

(Esa contra es mía. Para celebrar el 50 aniversario de Anagrama, chez moi, la editorial ha lanzado una serie de libros icónicos de su catálogo con portadas flamantes y contraportadas a medida escritas por fans, lectores y vecinos de estantería. A mí me ofrecieron escribir la contraportada del Alta fidelidad, de NIck Hornby. Es la que acaban de leer, y que hallarán al dorso de esta gran novela. Me encantó hacerlo)

Antes del Huracán, en León

Sí, dije que la última presentación de Antes del Huracán sería la de Málaga, hace un mes. mentí. O sea, no mentí, porque entonces no sabía que iba a hacer esta. Ahora lo sé.

Resulta que los audaces y frescos gestores de la novísima librería Sputnik, en León, me han invitado a ir allí la semana que viene. He aceptado, que lo sepan.

La última vez que estuve en león fue en 1995, y en aquella ocasión unos muchachos nacionalsocialistas (madrileños) me patearon en el párquing de un polígono. Estoy casi seguro de que esta visita va a ir mejor.

La cosa será allí, en la librería Sputnik (c/Legión VII, 3, León), como decía, y me presenta el escritor Julio César Álvarez. Hablaremos de Antes del huracán, claro, y algunas cosas más.

Me encantará verles, lectores y fans y gente que pasaba por casualidad por delante de la librería cuando han escuchado mi voz viril. Me encantará verles, quiero decir, siempre y cuando no sean los muchachos nacionalsocialistas aquellos que vuelven para desfilar sobre mi cabeza.

Como pueden ver aquí al lado no han reparado en despliegue de carteles. Y aún queda otro, en A4 apaisado. Porque yo lo valgo. Y ustedes, como lectores, también. Así que no desperdiciemos tamaña abundancia gráfica y veámonos allí, sin más dilación, a las 20:30h.

Kiko Amat presenta a IRVINE WELSH

IRVINE WELSH

Un polvo en condiciones

El autor conversará con Kiko Amat

Viernes 14 de septiembre a las 19 horas

en la Biblioteca Jaume Fuster

(Pl. de Lesseps, 20-22, Barcelona)

Será muy divertido, hagan el favor de venir. En el libro sale la expresión «tsunami de lefa», con eso se lo digo todo.

Huracaneando pt.4

Siguen apareciendo reseñas y entrevistas sobre mi quinta novela, Antes del huracán. Mis promociones siempre se extienden hasta el infinito y más allá.

Esta de acá es de la eficacísima y profunda Miriam Cano, para La Jornada, un semanario de los míos. La entrevista es una de las buenas. Es en catalán.

Esta d’acó apareció en El Asombrario, de Público, otro periódico de los míos, y me la hizo el entusiasta y excelente lector Carlos Madrid durante mi primera visita de promoción. Es en castellano.

Y entonces, no se me vayan a la ducha aún, está esta reseña-entrevista muy laudatoria y estupendamente bien construida que ha hecho Esteve Plantada para Nació Digital. Es en catalán y, corcho, está requetebien y dice cosas sensacionales de la novela y el autor (agradecío, Esteve).

Contra todo, de Mark Greif (un nuevo diseño para la vida)

Una flamante reseña del Contra todo, de Mark Greif (Anagrama, 2018), para el suplemento Babelia de El País.

Léanlo y compártanlo y todo eso.

CARLOS BUSQUED: «Me ofenden los tipos felices que escriben novelas»

El argentino Carlos Busqued es uno de los pocos escritores en español que, en mi canon, mantiene el estatus de super-favorito perenne. Me encantó Bajo este sol tremendo (Anagrama, 2009), y me ha chiflado Magnetizado (Anagrama, 2018).

En el capítulo de extrañas coincidencias y fenómenos paranormales y serendipia a go-gó apuntarles que ambos hemos presentado libros sobre locos que matan, o enloquecen, en el año 1982. Y en los dos libros, escritos con un océano de por medio, se dicen algunas cosas similares. Sobre la normalidad, y la chifladura, y la alienación, y las madres. Chócala, Carlos.

Y a mí también me ofenden personalmente los tipos felices que escriben novelas. Solo están ocupando espacio vital. Shit or get off the pot, que dicen los americanos.

¿Que por qué les cuento todo esto? Porque he entrevistado a Busqued para El Periódico. Y es una charla fetén. Léanla y compren sus dos libros, en el orden que prefieran.