Aterratges (una crónica de juventud)

Esto que les linkeo abajo es un texto de crónica que escribí durante las vacaciones de verano para la revista Barcelona Metròpolis, del ayuntamiento de esta gran ciudad. No es un relato ni tampoco un cuento, a no ser que se refieran a un cuento de terror (autobiográfico)

Se trata de una vieja anécdota juvenil que me suena haber contado en algún otro sitio en formato breve, y que aquí reexplico en el que para ustedes, lectores fieles, ya será el familiar tono ciclotímico Dios qué risa me da / Dios voy a saltarme la tapa de los sesos ahora mismo.

Está en catalán. Se llama Aterratges (aterrizajes).

Me gusta el panel ilustrado que han hecho para la ocasión (aunque yo nunca he tenido ese cuellaco).

Il·lustració © Sonia Alins

Toma anfetas (o no): un artículo para Cáñamo

En la revista Cáñamo de agosto del 2018 aparece un extenso artículo del menda (aparezco ahí, en portada, cerca del menisco derecho de la moza). El artículo versa exclusivamente sobre anfetaminas y mi vieja relación (de abuso) con ellas. No existe versión online de la cosa, así que tendrán que pillarse la versión papel y buscarme en sus páginas.

Para abrirles los munchies me permito incluir aquí el inicio de dicha pieza, que luego entra a trapo en los particulares autobiográficos con una gran inmoderación:

  1. Indicaciones

– “Estados depresivos, astenia matutina, surmenage, intoxicación por barbitúricos, curas de deshabituación en toxicómanos, narcolepsia, parkinsonismo post-encefálico, tumores diencefálicos, hipertiroidismo y…”, espera, esto está medio tapado por la foto de Sandie Shaw -acerco la cara a la pared, donde pegué un viejo prospecto de Centramina a modo decorativo, y leo, resiguiendo la línea con el dedo- “Obesidad”, creo que pone.

– Ahora me dirás que sufrías alguna de esas -suelta mi mujer, y ambos extremos de su boca se tuercen hacia arriba, como si le dieses la vuelta a un arco. Las pecas de sus comisuras se reagrupan en pequeños comandos de melanina.

– No, claro que no -le respondo, dejando de leer y volviéndome hacia ella, mis dos cejas fruncidas en una sola oruga central- Tenía diecinueve años y pesaba 45 kilos. La emoción dominante en mí a esa edad era la euforia ingobernable; con algún conato ocasional de tristeza en almíbar. No tenía tumores, ni párkinson, ni hipertiroidismo, que yo sepa. Me levantaba de la cama de un brinco, cantando canciones inglesas a grito pelado, como un joven cadete recién alistado. Y en cuanto a lo del “surmenage”, no sé lo que es.

– Enfermedad Sistémica de Intolerancia al Esfuerzo -contesta- Fatiga crónica, vamos.

– Decididamente no sufría de eso tampoco. De hecho, producía más energía de la que podía consumir. Tendrían que haberme conectado algún tipo de batería al trasero para luego recargar a otra gente con menos recursos.

– El gran enigma, entonces, sigue sin resolver: ¿por qué narices te metías tanta anfetamina?

Inclino la cabeza hacia un lado, los ojos en las esquinas de los párpados, como el que trata de escrutar por dentro un rincón de su cabeza.

– ¿Sabes qué? -le digo, volviendo a mirarla- Que no tengo ni idea.

5 pistas sobre Eduard Limónov

Limonov1) Es el rey de la primera persona: Eduard convierte su vida en mito, y toda su obra circula alrededor de ello. “La única leyenda viva que le interesa es él”, sugería Emmanuel Carrère en Limónov. Limónov es un egocéntrico loco que solo sabe hablar de sí mismo, pero lo hace con tal belleza, humor, patetismo y éxtasis, que convierte cada batallita en un momento trascendente. Édichka también es un bocazas: no hay escritor más petulante y chulo que él. Pero a la vez es un tipo honesto, leal y muy generoso. No es un hipócrita ni un cobarde, y mucho menos un cínico. Podrá arrearles un taburetazo, pero nunca por la espalda, y solo cuando realmente lo merezcan.
2) Es un romántico: Lo que implica que su primera persona puede ser más o menos fiable dependiendo de lo contado. Como Nik Cohn, Limónov no deja que la verdad se entrometa en una buena historia. Mentiroso compulsivo, cuentacuentos supremo, amante de la visión épica, la hipérbole y la exageración patológica, Édichka explica su propia existencia desde el über-romanticismo de un poeta guerrero en plena epifanía. Importa poco si la viñeta narrada le deja como un superhombre o un gusano asqueroso: lo crucial, entiéndanlo, es el impulso. Su voz en Soy yo, Édichka (Marbot, 2014) ostenta megalomanía tiznada de pavor, pasión-con-demonios, apocamiento que pude tornarse furia esquizoide, odio de clase y hambre por la vida.
3) Es un dandi: Limónov ama la ropa. En sus inicios incluso alardeaba de ser un “sastre autónomo”. Aunque hace años que Eduard solo maneja un inquietante look Trotsky + mosquetero facial combinado con tabardos negros de la armada soviética y pantalones de paraca, en Soy yo, Édichka le vemos luciendo acampanados blancos, trajes de tres piezas color malva (agh), cazadora de cuero con pajarita (ugh), botines puntiagudos, camisas de chorreras y otros atentados estéticos contra la salud mental.
4) Es un punk: Y no solo porque en su etapa neoyorquina fuese fan de Ramones o Talking Heads o porque en su juventud editara fanzines de poesía. Es un punk porque se limpia las ancas con el canon de la alta cultura, con los popes del establishment, y “no ama las peregrinaciones literarias ni a los barbudos del XIX”. Se mofa de la bohemia de su Jártov natal (y, en Soy yo, Édichka, de la bohemia rusa neoyorquina), de sus chaquetas casposas y reverencia por los clásicos, así como rechaza la idea underground del fracaso como acto noble.
5) Es un hombre con biografía: Sí, su vida es ligeramente distinta a la de, por ejemplo, Martin Amis. Edichka fue delincuente fallido en Jártov, airado dandi del underground moscovita, punk ruso en NY que terminó sodomizado por un homeless, mayordomo de un multimillonario, celebridad literaria en París, voluntario en la guerra de los Balcanes (¡por el lado Serbio!), fundador del partido Nacional-Bolchevique, reo de varias cárceles, miliciano nasbol en Kazajstán, convicto por terrorismo y filofascista ocasional, entre muchas y terribles cosas. Quizás piensen que está como una chota, pero desde luego es de los tipos más interesantes que llegarán a conocer jamás. Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Babelia de El País del 17 de enero del 2015. Pueden también leerlo en la edición digital del suplemento. O sea, acá)