Biografía Se vuelven a publicar las memorias del más radical de los líderes negros de los sesenta, el furibundo e imponente Malcolm X, con motivo del 50avo aniversario de su asesinato.
La primera sorpresa agradable de esta nueva edición de Malcolm X es la portada. Quiero decir que en ésta, al menos, aparece Malcolm X. En la versión de Ediciones B que leímos en 1992 solo se veía a Denzel Washington con cara de pasmo, recién maquillado para el biopic de Spike Lee. Malcolm X, ustedes ya lo saben, fue el más radical de los activistas afroamericanos de la década de los 60. Su fascinante historia, trufada de complejidad, violencia, rincones oscuros y súbitos cambios de tercio (Malcolm, como un grupo pop inglés de los sixties, pasó por cuatro o cinco etapas vitales con looks y retórica bien diferenciados), es lo que hace de estas memorias –dictadas al periodista Alex Healy- algo igualmente fascinante.
Lo más descacharrante es su etapa de malandro juvenil, a lo largo de los 40’s. Aquel “Red”, que siempre iba “vocinglero y bastante animadito” por el cannabis, que robaba de los sitios todo lo que no estuviese claveteado al suelo y que no tenía más intereses que la coyunda, el crimen y los narcóticos. Oh: y alisarse el pelo con sosa cáustica. Esta primera parte del libro se lee como una (buena) novela de delincuencia juvenil de Frank Norman, Warren Miller o Ed Bunker. Allá iba Red, vestido como un árbol de navidad (“en realidad parecía un verdadero payaso, pero mi ignorancia me hacía creer que estaba en la onda”), abofeteando a señoras (las partes de violencia de género –por las que el renacido X no pide disculpas, ni leches- son de espanto), poniéndose to’fino de cocaína y bailando swing hasta el descoyunte rotular.
Ya en la cárcel (1945), Malcolm “ve la luz”. Ustedes dirán: oh, no. Los avezados lectores de biografías rock sabemos bien que la aparición de “la luz” redentora en la vida del artista coincide mágicamente con la aparición de los yogures, el sermón y lo pelma. Y Dios. Cuando Alá entra por la puerta, la diversión salta por la ventana. Por supuesto, la parte eminentemente política de Malcolm X se inaugura con esa “luz” cegadora, así que no nos queda más remedio que seguir leyendo. El libro recompensa nuestro tesón con una impecable parte carcelaria que (de nuevo) se lee como una buena novela de presidio de Malcolm Braly o Don Carpenter.
Malcolm X se convierte entre rejas a la Nación del Islam –entonces bajo el liderazgo de Elijah Muhammad- y pasa a ser ministro de la organización. Aquí conviene distinguir entre las vicisitudes que asaltan al nuevo Malcolm (la creación de su discurso, el proselitismo, la lucha racial) y las locuras punibles por la ley que Elijah pone en su boca. En aquel Malcolm X hallará el lector muchas verdades (sobre imperialismo blanco, sobre el establishment, sobre racismo estadounidense) pero también un notable surtido de charlatanería geneticista, pseudociencia majareta, desvaríos enloquecidos sobre Shakespeare (una página entera) o el “diablo blanco”, generalizaciones hebefrénicas sobre la “mujer blanca” y la “debilidad de la mujer” y mucha más tela psiquiátricamente computable. Malcolm X sigue resultando atractivo por su autoridad innata, su coraje, su temperamento inflamable (en la segunda página ya está llamándole “imbécil” a alguien, al estilo Jardiel) y radicalismo insobornable, pero el lector solo puede concluir que también soltaba bastantes paridas. Esta tercera parte del libro es, en cierto modo y por todo lo apuntado, un gran discurso de Elijah Muhammad con ocasionales acotaciones autobiográficas. Explicarlo en 1964 debió parecer crucial, pero al lector del 2015 puede resultarle asaz loco.
La acción se reanuda con el escándalo adúltero de Elijah Muhammad (vean cómico despiece), el desengaño de Malcolm X, su posterior expulsión deshonrosa de la Nación del Islam y su peregrinaje a La Meca. En 1965 Malcolm X ya había cambiado de idea (para bien) sobre un centenar de cosas, pero no-se-sabe-quién lo apioló igual (introduzcan teoría conspirativa favorita aquí; mis apuestas van hacia agentes de COINTELPRO infiltrados en la Nación del Islam). Su influencia política y cultural, en todo caso, sigue siendo inconmensurable. Esta esencial biografía nos recuerda lo colosal de su ejemplo y legado.
PISTAS Y CITAS
Drogas y pistolas: “Ahora que lo pienso, creo que en aquella época yo estaba, por lo menos, ligeramente loco. Para mí, las drogas eran como la comida de la gente común. Llevaba armas como quien usa corbata”.
Bagaje: “Para comprender a alguien, hay que conocer toda su vida, remontarse hasta el nacimiento. La personalidad del individuo es la suma de todas las experiencias que ha vivido. Todo lo ocurrido es un ingrediente de su carácter”.
Legado hip hop: Hagan el favor de teclear en Google “Malcolm X hip hop” y serán sepultados por 100.000 artículos sobre Boogie Down Productions, Public Enemy, Gangstarr y una sartenada de rappers más. Malcolm X es crucial en la creación de la retórica hip hop.
La hilarante (y alarmante) excusa de Elijah Muhammad cuando Malcolm le cuestiona su adulterio: “Yo soy David. Cuando leas que David tomó la mujer de otro hombre, piensa que yo soy ese David. Leerás que Noé se emborrachó. Yo soy ese Noé. Leerás que Lot fornicó con sus propias hijas. Yo debo cumplir todo eso”. Genial, Elijah.
Un chiste racista que Malcolm X utiliza para fines didácticos: “Alguien pidió a un blanco, a un negro y un judío que expresaran un deseo. El blanco pidió acciones de la Bolsa. El negro pidió mucho dinero. Y el judío pidió joyas falsas y la dirección del “joven de color”. Kiko Amat
Malcolm X; una autobiografía contada a Alex Haley
Malcolm X /Alex Haley
Capitán Swing
518 págs
Trad. de César Guidini & Gemma Moral
(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 19 de septiembre del 2015)