MARK FORSYTH: “El mundo experimentado en completa sobriedad nunca ha sido, ni será, suficiente” (la charla completa)

El británico Mark Forsyth repasa en su didáctico y ocurrente libro Una borrachera cósmica; una historia universal del placer del beber (Ariel) la evolución de la melopea humana a través de los siglos y las culturas.

Mark Forsyth

“Cada vez que salimos de un pub en busca de un kebab grasiento”, me suelta Mark Forsyth, “estamos repitiendo lo que un antepasado nuestro hizo hace millones de años”. Es todo un consuelo. Gracias a Una borrachera cósmica podemos culpar al determinismo evolutivo de lo que, visto desde fuera, solo parecería una atroz liada post-licor café. Tras empaparse (ejem) de este completo, a la par que jocoso, libro, ustedes renacerán en connoisseurs de la borrachera. Conocerán a fondo sus usos y abusos, modos y modas. Zanjarán debates con amigos straight edge a base de proverbios sumerios (“no conocer la cerveza no es normal”) y perorarán sobre saloons del Lejano Oeste como si hubiesen estado allí, bota campera en riel de latón, tirando monedas a la barra sin contarlas antes, ni preguntar cuánto cuesta la copa.

 Los humanos estamos diseñados para beber. Nada de lo que sucedió anoche en la tasca es mero azar.

En efecto. Los humanos somos el segundo mejor bebedor del mundo animal. El primero de todos es la musaraña arborícola de Malasia. No te recomiendo empezar una competición de chupitos con ese animal. Pero lo nuestro tiene sentido: el alcohol proporciona una cantidad enorme de energía. Si lo que quieres es extraer el mayor número posible de calorías de la cebada, es mejor hacer cerveza que pan. Además, nuestros hígados mutaron para que pudiésemos procesar mejor el alcohol. Producimos una enzima específica para eso. Podemos beber más que cualquier otro simio. Somos mejores procesando el alcohol y transformándolo en energía. Esa mutación empezó en el momento en que descendimos del árbol. Podría decirse, de hecho, que bajamos del árbol solo para convertirnos en un bruto buscador de alcohol.

Tu libro resuelve un enigma que nos llevaba de cabeza desde el principio de los tiempos: ¿por qué beber da tanta hambre?

Cada vez que salimos de un pub y vamos desesperadamente en busca de una hamburguesería o un kebab estamos repitiendo lo que un antepasado nuestro hizo hace millones de años. Es lo que se conoce como “efecto aperitivo”. El alcohol activa en el cerebro una neurona que da un hambre bárbara. Es paradójico: estás consumiendo energía, pero esa energía te hace desear ingerir aún más energía. La respuesta es que, hace diez millones de años, si te topabas con fruta pasada, lo razonable era comértela toda de una sentada y almacenar la grasa y la energía sobrante en tu cuerpo, porque era posible que no volvieras a hallar alimento en un tiempo. Eso explica también porque somos tan buenos al detectar el alcohol. Así como los tiburones pueden detectar pequeñas cantidades de sangre en el agua, nosotros olemos el alcohol a distancia. Cada trago te proporciona alcohol, que activa una neurona que te hace sentir más hambriento. Es un imperativo evolutivo.

La evolución explica también por qué nos gusta libar en grupo.

Sí. Un humano borracho es una presa fácil para un depredador, pero veinte humanos borrachos son una amenaza.

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La revolución agrícola no empezó por un antojo de müesli.

No. Queríamos alcohol. Es así de sencillo. Necesitábamos vitamina B. Si empiezas a cultivar la tierra quiere decir que has dejado de cazar, o sea que de repente te falta una vitamina esencial que viene de la carne. Sin ella morirías. Pero esa vitamina se halla en la cerveza, y en abundancia.

Los egipcios pasaban bastante de beber socialmente y de catas civilizadas. Solo querían mamarse y vomitar.

Sí. Los egipcios eran binge drinkers [ríe]. Los antropólogos distinguen entre culturas secas y culturas húmedas. En algunas culturas se bebe hasta perder la razón, en otras la bebida se incorpora al día de un modo civilizado. Lo triste es lo que sucedió en el México azteca, donde tenían un calendario que señalaba los días en que podías empaparte a beber, porque eran festividades religiosas. Merluza el viernes y sobriedad el lunes; sin problemas. Cuando llegaron los conquistadores españoles, prohibieron el calendario azteca, así que de repente los nativos no tenían forma de saber si aquel era un día de sobriedad o de coger la curda. Ante la duda, escogieron coger la curda siempre, y el alcoholismo se volvió pandémico. Me interesa mucho cómo intentamos controlar la anarquía que es inseparable del alcohol.

El alcohol es contradictorio por definición. Es anarquía y orden, es paz y es violencia, es lucidez y es confusión… ¿Qué narices es la borrachera?

Esa es una de las razones por las que escribí el libro. Hace diez años me encontré pensando: ¿qué es realmente la borrachera? O sea, soy consciente de lo que me hace. Estoy aquí en una terraza disfrutándolo. Y llevo años haciéndolo a menudo. Pero ¿qué es exactamente lo que hace? ¿Cómo podría explicarle a un alienígena lo que es la borrachera? Podrías definir alguno de los resultados físicos, como por ejemplo que de repente han desaparecido tus reflejos, pero esa no es la razón por la que bebemos. No bebo para arruinar mis reflejos y tropezar en las escaleras. La razón es misteriosa.

¿Sí? Me temo que, en mi caso, el misterio está resuelto.

Entiendo [ríe]. Lo que trato de decir es que la filosofía del tiempo empezó con San Agustín, cuando dijo: “¿Qué es el tiempo? No sabría explicar lo que es, pero si cierro los ojos sé lo que es”. Lo mismo sucede con la borrachera. La cosa se complica si pensamos que la borrachera significa cosas distintas dependiendo de la cultura en la que nace. La borrachera te hace lo que tú crees que te hace. Si crees que emborracharte te va a hacer alucinar, o tener visiones de tus ancestros, eso es lo que te sucederá. Aunque la verdad es que si yo me topara con mi abuela fallecida cada vez que me tomo unas pintas lo dejaría de inmediato [ríe].

Beber está lleno de buenas intenciones. Un par de copas, como bien afirmas en el libro, ayudan a la visión mística y el pensamiento abstracto. Lo jodido llega con las diez siguientes.

Al documentarme para este libro me he dado cuenta de que abundan los registros históricos de costumbres alcohólicas preliminares, o al menos hasta los primeros tragos. Los rezos que debes dirigir a los dioses, o ancestros, antes de echarte algo al gollete, el ambiente requerido, el protocolo, ese tipo de cosas están registradas meticulosamente, pero casi no existe material sobre el final de la noche [ríe].

Dejémoslo claro, entonces: pisparse es bueno con relativa moderación.

Sí. Mucho alcohol va a joderte el hígado, eso por descontado, pero sobre todo el peligro reside en lo que tu marco de referencia cultural te indique que tienes que hacer cuando estás borracho. Yo soy inglés, un lugar en el que la bebida se relaciona con la agresividad, la gente se pelea al salir de los pubs y ese tipo de cosas. Pero en agosto fui a un pequeño pueblo de Burgos llamado Salas de los Infantes, en plenas fiestas, y pese a que todo el mundo estuvo bebiendo durante toda la noche, no presencié el menor problema, ni siquiera el menor atisbo de agresividad. Como inglés, aquella fue una visión chocante. Los españoles no asocian el beber a la agresividad, y por tanto no se ponen agresivos cuando beben. La relación que tienen con el alcohol es más civilizada.

“His mouth had been used as a latrine by some small creature of the night, and then as its mausoleum.” (Lucky Jim, Kingsley Amis

En el libro hablas de culturas secas y culturas húmedas. Los italianos serían húmedos, los escandinavos secos. ¿Qué sois los ingleses?

Somos una mezcla, diría yo. Yo bebo a la italiana, a lo largo del día en pequeñas cantidades, me gusta estar un poco a tono pero no borracho. Pero algunos de mis compatriotas, incluso yo mismo lo hago de vez en cuando, son de comportarse durante la semana y luego beber torrencialmente cuando llega el fin de semana, Saturday night it’s alright for fighting. Ya sabes, beber hasta acabar insensible. El alcohol no solo te afecta de un modo distinto dependiendo de tu cultura, sino que también interviene el tipo de alcohol que consumes y a qué lo asocias. Los ingleses que beben vino tienen menor tendencia a buscar greña, porque asocian el vino a la sofisticación continental. Pero si les das cerveza inglesa a hombres portugueses (esto es un experimento real), verás cómo se ponen agresivos de un modo que no es común en su sociedad. Simplemente lo hacen porque asocian la lager a los hooligans ingleses que veranean en sus costas.

Mis amigos estarían en desacuerdo con lo que has dicho de los españoles. Siempre que van a Italia o Francia vuelven desdeñosos de la ridícula ingesta de esos países.

Existe una diferencia, es cierto. España tiende a estar por encima, en cuanto a consumo de alcohol per cápita, de países como Italia, es innegable. Pero incluso así, España está en la franja baja, que por definición es la que bebe civilizadamente, mientras que el Reino Unido está en la media, y países como Lituania o Moldavia son los campeones absolutos. Moldavia tiene el récord de unidades por cápita. Vencen incluso a los rusos, que ya es decir. En el libro aparece la estremecedora estadística rusa que dice que si eres un varón ruso tienes un 27% de posibilidades de que tu muerte esté relacionada con el consumo de alcohol. En Rusia la cerveza se considera un refresco (literalmente).

Échale la culpa al vodka.

No se trata solo de que el vodka sea por gradación más peligroso que el vino o la cerveza (lo es), sino que su cultura está basada en forzar a la gente a beber ritualmente en momentos determinados. Es una liturgia que te deja indefenso. Yo he estado allí, y la sucesión de brindis que tienes que realizar antes de la comida es extenuante. La presión social es implacable, no puedes negarte a brindar con los demás por la salud de la madre del anfitrión, y luego el honor de la nación, etc. Estamos hablando de diez chupitos como preámbulo a cualquier comida.

Pedro El Grande está indispuesto

Stalin o Pedro El Grande disfrutaban reduciendo a sus consejeros o ministros a estados lamentables de taja.

Los rusos imponen la borrachera. El ejemplo de Stalin es tristemente célebre. Emborrachaba a su Politburó cada noche. Es imposible conspirar contra alguien si pasas la mayoría de noches en el salón de su casa poniéndote completamente curda. Por añadidura, quién sabe lo que podrías largar. El pacto Mólotov-Ribbentrop de 1939 fue celebrado con una cena que incluía veintidós brindis antes de que llegara cualquier alimento. La cuestión era humillar al Politburó, y de paso averiguar si tramaban algo contra él. Es un método brillante y horrible. Pedro El Grande tenía algo llamado La Gran Águila, una copa gigante que contenía un litro y medio de vino. Si eras sorprendido bebiendo con moderación en una cena oficial eras forzado a engullirla de un trago. Pedro El Grande comprendía el poder de reducir a alguien a ese estado ridículo de indefensión curda. La diferencia entre Stalin y Pedro El Grande es que Stalin hacía trampa y bebía menos que los demás (corre el rumor de que su vodka era en realidad agua), mientras que Pedro El Grande bebía tanto como sus infaustos compañeros de fiesta.

Me gusta la idea de “bebida de transición” que describes en el libro.

Nos gusta marcar la transición de una parte de la vida a otra. Puedes verlo a pequeña escala con la pinta de cerveza que suelen tomar los ingleses al término de cada jornada laboral, y que marca el final de la jornada de trabajo remunerado y el comienzo de tu tiempo de asueto. En África es todo lo contrario: tomas alcohol al principio de tu jornada laboral, para indicar que empieza esa parte del día. A mayor escala solemos señalar bebiendo las efemérides, los cumpleaños, el año nuevo, las bodas, los funerales, los nacimientos. Nos anunciamos que termina una etapa y empieza otra.

Sin embargo, podría decirse que existe una segunda bebida de transición, que es cuando te has tomado unos tragos y entonces eres incapaz de detenerte. Es la transición de humano racional a bestia enloquecida.

[ríe]. En efecto. Para bien o para mal, el mundo experimentado en completa sobriedad nunca ha sido, ni será, suficiente.

No era así ni siquiera para el Hijo del Hombre. Jesús de Nazaret no era ajeno a la ocasional lubricación de gollete.

Todas las fuentes indican que Jesucristo bebía. Era bebedor. Lucas afirmó: “ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino”. San Pablo dijo “la gente nos llama borrachos, pero no lo somos”. Eso nos indica que los primeros cristianos tenían fama de borrachines. Pablo tuvo que advertirle a la gente (en Corintios) que el vino era para la comunión, no para ponerse pedo. Uno puede entender de donde viene la confusión: Jesús proveyó a los invitados a las bodas de Caná de cuatrocientos cincuenta litros de vino. Importa poco si se trata de una alegoría. La historia prueba, simplemente, que los cristianos veían el vino como una cosa buena. El rito central del primer cristianismo era la comunión, lo cual no es tan distinto de los ritos dionisíacos. En la antigüedad debieron verlos como otra cultura bebedora.

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¡Bebe, bebe, bebe!. Keg party en Judea.

Pablo de Tarso era el plasta que acabó con la parranda, ¿no? La suegra que se lleva el vino antes de que termine la comida.

[ríe]. En cierto modo sí. Pero en la carta a Timoteo, dice: “ya no bebas agua sola, sino usa un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades”. No era tan malo. Desde luego no era un completo abstemio, entre otras razones porque serlo era incompatible con los ritos del cristianismo primitivo. Donald Trump es un abstemio que, según afirma, solo bebe vino con la comunión. No estoy tratando de compararle con Jesucristo, que conste [ríe].

Por culpa de cierto genocida austríaco, los abstemios no gozan de simpatía universal, que digamos.

Los abstemios tienen un deseo de autocontrol, de no dejarse ir, que, a ojos de cualquier bebedor les convierte automáticamente en sospechosos. No bebe en absoluto, ¿cuál es su secreto? ¿Qué esconde? Desde la antigua Grecia existe el convencimiento de que en el vino hallarás al verdadero hombre. Platón pensaba que si podías confiar en un colega cuando estaba borracho, podías confiar en él en cualquier circunstancia. Los germanos tomaban todas sus decisiones políticas borrachos, bajo el pretexto de que su estado de embriaguez les volvía honestos. Los persas discutían de negocios dos veces: una borrachos y la otra sobrios. Si llegaban a la misma conclusión, sellaban el pacto. Tiene mucho sentido.

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Qué amargo está esto, hostias

Quizás deberíamos adoptar ese método para mejorar las relaciones internacionales.

Sospecho que ya se hace así, solo que simplemente lo mantienen en secreto [ríe].

Los romanos infligieron sobre la raza humana toda esa cháchara de taninos y añadas que tantas sobremesas ha torpedeado.

Sí, les gustaba dar la vara con eso. Las sesiones de bebida romana eran de lo más desagradables. Estaban basadas por completo en estatus social y en humillar al pobre. El escalafón definía el tipo de vino que podías beber. Tenían vino de distinta calidad en la misma mesa. Si eras chusma, te daban el vino malo, así de sencillo. Esa es otra razón por la que mi libro no habla de alcohol, sino de la borrachera. No quería adentrarme en todo ese terreno del terroir y las uvas y la procedencia. Para mí, la borrachera es lo verdaderamente misterioso de todo este asunto, no la fermentación del mosto.

Dedicas un capítulo entero a Australia, un territorio cuya historia está unida de un modo indisoluble al bebercio.

Tiene gracia, porque Australia fue proyectada como colonia seca. Ese es uno de los fracasos más sonados del Gobierno británico, y mi plan histórico fracasado favorito, más que el Plan Quinquenal de Mao Zedong o la campaña rusa de Napoleón. A lo largo de la historia hay una constante, que es que las clases superiores creen que beber está bien mientras sean ellos quien lo hace, pero que en manos de la purria se convierte automáticamente en un acto sedicioso. Lo primero que sucedió en Australia fue un motín por culpa del ron. El primer edificio de Nueva Gales del Sur, de hecho, fue una bodega donde se almacenaba alcohol. El alcohol se convirtió allí en moneda de cambio y en método de control de la población. El primer levantamiento popular de la isla se llama La Rebelión del Ron. Australia se construyó a base de ron. Es una historia fascinante.

La Ley Seca funcionó. Esa es otra sorpresa.

La prohibición no iba dirigida tanto al alcohol como a lo saloons. Sitios a donde iban los hombres a gastar su dinero, el día de paga, y de donde salían para zurrar a sus mujeres (quienes por descontado no estaban invitadas al baile). Eso es lo que se trataba de prohibir, del mismo modo que, como alguna gente aduce, para terminar con el hooliganismo se tendría que prohibir el fútbol. La Ley Seca buscaba acabar con la cultura violenta y misógina del saloon, y consiguió lo que se proponía. El siguiente paso evolutivo, el Speakeasy, o pequeños salones neoyorquinos donde se servían bebidas alcohólicas, ya era mucho más sofisticado, y las mujeres eran bienvenidas.

Hablando de Ley Seca, leí tu libro a la vez que The unexpected joy of being sober, de Catherine Gray. Ambos fueron un regalo de mi mujer. Recibí señales mezcladas.

[ríe] Existe una conexión. Los dos libros aparecieron casi a la vez, y fueron reseñados juntos en The Guardian. Estoy seguro de que el libro de Catherine Gray es excelente. Conozco a gente que tuvo que dejar de beber (por razones de salud, o por problemas de alcoholismo), y sé que dejarlo fue lo mejor que podía pasarles. Para mucha gente el alcohol es un problema. Es un tema que no toco en el libro más que de pasada, pero a lo largo de la historia ha existido muchísima gente que ha sucumbido a la compulsión, y que no ha conseguido ceñir el consumo de alcohol a una proporción racional. Eso es algo terrible, jamás querría cometer la frivolidad de decir que los abstemios son esto o lo otro. Existen muchas razones para no tocar el alcohol, y muchas de ellas son perfectamente razonables. Dicho esto, no era el tema de mi libro.

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Catherine Gray afirma que el alcohol actúa en cierto modo como un veneno en el organismo.

Es una droga. En eso estamos de acuerdo. Puede desorientarte, de una forma placentera o terrible, depende. Altera tus sentidos, como el café, la nicotina, la cocaína o la heroína. Le hace cosas a tu cerebro. Pero no estoy seguro de que sea un veneno. Tiene demasiadas cosas positivas.

Lo cierto es que me gusta tanto beber como no beber. No me gustaría ser un abstemio ni un borracho. Ambas cosas me parecen una terrible limitación de mi vida en la Tierra.

Lo mismo digo. Este mediodía he bebido un poco y esta noche, hacia las siete, cuando vaya de visita a casa de mi hermana, ella abrirá una botella de vino, y beberemos transicionalmente, para indicarles a nuestros cuerpos que esa noche comeremos juntos, y charlaremos, y luego me marcharé a casa. Estamos atrapados en este planeta, y siempre querremos escapar de él de tanto en cuando con la ayuda del alcohol.

Kiko Amat

(Esta es la versión sin cortes de la charla que mantuve recientemente con el autor británico sobre su libro La borrachera cósmica, y que se publicó, convenientemente editada, en El Periódico de Catalunya. Y hubo gran regocijo. Los derechos de todo esto son míos, míos, míos, pero si sonríen el mundo sonreirá con ustedes y les dejaré citarlo)