Cosas Que Leo #194: ANTISOCIAL: LA EXTREMA DERECHA Y LA «LIBERTAD DE EXPRESIÓN EN INTERNET, Andrew Marantz

“¿Me estaban adoctrinando? Supongo que sí. También estaba siendo adoctrinado para creer que los perritos son bonitos, que la gravedad es una fuerza que causa que los objetos caigan a la Tierra y que interrumpir a la gente cuando está hablando es una grosería. Otra palabra para el adoctrinamiento es educación. Una sociedad no puede sobrevivir sin un relato; lo que pasa es que hay relatos mejores y peores.”

Antisocial: la extrema derecha y la “libertad de expresión” en internet

ANDREW MARANTZ

Capitán Swing, 2021

536 págs.

Traducción de Lucía Barahona

Cosas Que Leo #78: WHITE TRASH, Nancy Isenberg

“¿Qué era lo que confería un carácter tan peculiar a esa ridícula ralea? Sus inherentes defectos físicos. En las descripciones de mediados del siglo XIX, los habitantes de los médanos y los comearcillas, demacrados y envueltos en harapos, eran sujetos dignos de atención clínica, rodeados de hijos deformes y prematuramente envejecidos a los que el hambre distendía la panza. Quienes les observaban con ánimo diagnóstico trataban de leer más allá de sus rostros mugrientos y resaltaban la espectral tonalidad blancoamarillenta de la piel de los blancos pobres (color al que daban el nombre de “sebáceo”). Con sus cabellos de un blanco algodonoso y su piel de cera, estos extraños seres, en los que a duras penas se reconocía la condición de miembros del género humano, acabaron metidos en el mismo saco que los albinos. Claros productos de la endogamia, estos desdichados terminaban de echarse a perder por su doble adicción al alcohol y la miseria (…). La escoria blanca del sur quedó así clasificada como “raza” y se resaltó la circunstancia de que sus ejemplares podían transmitir horrendos rasgos a su descendencia, lo que eliminaba toda posibilidad de progreso o movilidad social.”

White trash; los ignorados 400 años de historia de las clases sociales estadounidenses

NANCY ISENBERG

Capitán Swing, 2020

710 págs.

Traducción de Tomás Fernández Aúz.

NANCY ISENBERG: “Los norteamericanos se niegan a aceptar que viven en un sistema de clases”

La historiadora estadounidense deshace en su libro White Trash (Capitán Swing) todos los mitos de clase de los Estados Unidos y traza una tradición proto-Trump que se remonta al nacimiento del país.

Libros de Nancy Isenberg. Biografía y bibliografía - txalaparta.eus

Donald Trump entró en la política norteamericana como proverbial elefante en cacharrería. Un elefante tardo, bravucón, pésimo negociante y (peor aún) millonario. El shock de aquella delirante entrada provocó que algunos tildaran su “política” de “novedosa”. Lo cierto es que, como demuestra White Trash; los ignorados 400 años de historia de las clases sociales estadounidenses el fenómeno Trump es tan viejo como el país. Siempre han existido políticos populistas, mendaces, bocazas y con retórica redneck. White Trash, un libro que no se escribió con Trump en mente pero logra mapear su existencia al milímetro, habla también de esclavismo, linaje, elitismo y oligarquía, y sobre todo de cómo un país obsesionado con la clase social ha creado el mito de ser un país “sin clases”.

Desde el principio, las colonias fueron consideradas por la clase dirigente “el retrete por donde excretar” la escoria del mundo.

Es difícil contar esto sin eufemismos [ríe]. Si algo me gusta del periodo isabelino es que no habían inventado la demagogia. Son muy directos, no tratan de disfrazar sus sentimientos, como harían a partir del siglo XVIII y la Ilustración, suavizando el tono. Jefferson siguió considerando que los pobres eran “basura” [ríe], pero lo decía con la boca pequeña. Me parece interesante la asociación que realizaban entre gente residual (waste people) y erial (wasteland), o tierra sin cultivar. Las metáforas basadas en la tierra eran muy importantes para definir identidad cívica, por eso los primeros votantes eran terratenientes. Eso todavía moldea la política estadounidense actual: la medida del éxito moderna sigue siendo poseer tu propia casa. Un ciudadano útil y productivo tiene que poseer tierras.

Los pobres eran “excremento humano” que solo servía para fertilizar dicha tierra, como dijo Thoreau (quien se las daba de progresista).

Exacto. Eran gente sacrificable. Hay gente que aún lo ve así. En los 90’s una escritora conservadora dijo aquello de que “pueden pasar un poco de hambre”.

El Nuevo Mundo era, esencialmente, un gran campo de trabajo.

Jamestown estaba a punto de fracasar, por las guerras indias y el hambre constante, hasta que lo transformaron en una colonia-prisión. En aquella época no temían usar el término, ni tampoco el de workhouse (hospicio de trabajo forzado). Los Estados Unidos eran lo mismo que Australia. Una prisión inmensa para gente que era una carga para la Gran Bretaña.

La diferencia entre Australia y Estados Unidos es que los segundos son unos maestros en la creación de mitos. Los australianos no tenían Disney.

A los norteamericanos nos chifla el mito. Por eso inventamos el de los Padres Peregrinos y los Puritanos, para fingir que la gente llegó aquí en busca de libertad religiosa. Pero los religiosos eran una minoría. Los factores que impulsaron la emigración a América eran económicos. Los creadores de mitos del XIX afinaron aún más la fábula, al añadir el concepto del Pionero que necesita moverse hacia el Oeste. Cuando la gente utiliza la palabra “pionero” o “colono” están borrando las connotaciones negativas que se asociaban a la gente que “supuraba” (como se decía entonces) hacia el Oeste. No eran colonos, eran pobres. Incluso la gente que es sensible contribuye a borrar la historia real. Rediseñan el pasado para sentirse mejor.

Por mucho que los padres de la patria se llenaran la boca con la Declaración de Derechos del Hombre, lo cierto es que la sociedad norteamericana siempre fue aristocrática y “semi-feudal” en su concepción. Igual que Gran Bretaña.

Sí, especialmente en el sistema de plantaciones del sur agrario. Jefferson defendía la expansión al Oeste, pero no prometía ascenso social, solo movilidad horizontal. Jefferson quería deshacerse de la Cámara de los Lores y de los títulos de propiedad, pero al final lo que hizo fue recrear una aristocracia de la riqueza. Los norteamericanos se niegan a aceptar que tenemos un sistema de clases. Jefferson quería creer que habíamos creado una nueva sociedad, pero en realidad había replicado la inglesa, con otros nombres. Cogimos sus leyes y cultura; no inventamos un país de la nada, como finge todo el mundo.

El mito es tan potente que a uno le entran ganas de creérselo: heroísmo, libertad, “derecho a la felicidad”…

Jefferson mantuvo una conversación con una familia pobre, cuyos niños iban semidesnudos, sin zapatos, el padre de familia llevaba la camisa abierta… Eran “basura blanca”. Pero aquel descamisado le habló a Jefferson con orgullo, porque poseía un pedazo de tierra, y eso se consideraba libertad. Nuestros políticos aprenden muy rápido a hablar el lenguaje de los pobres y a utilizarlo cuando les conviene, pero cuando salen elegidos lo olvidan muy rápido. Excepto en el caso del New Deal, que es el momento más progresivo de la historia de los EUA.

Aniversario del nacimiento de Benjamin Franklin

Benjamin Franklin tampoco era el achuchable caballero con ratón parlante de la película de Disney.

Franklin no venía de la élite, y fue ascendiendo a través de las clases, por lo que solía ser un poco más honesto que los demás al hablar de clase social. Subrayaba que los americanos defendían la esclavitud, que a su vez se apoyaba en la explotación infantil, porque así perpetuaban la condición de la madre. Era como crear un pedigrí distinto. Cuando Franklin dijo que las colonias norteñas eran mejor que las sureñas era porque el norte podía reproducir una población vasta de familias numerosas, y así el hombre sobreviviría explotando a su mujer e hijos. Franklin siempre afirmó que la explotación familiar era esencial para la idea de moverse al Oeste y ascender socialmente. Por supuesto, no había ninguna garantía de que eso prosperara. En sociedades agrarias hay mucha menos movilidad social que en sociedades comerciales. En 1776, la época de la Revolución Americana, Gran Bretaña tenía mucha más movilidad social que las colonias. Es la gran paradoja [ríe].

El nuevo país desarrolló una obsesión con la pureza de la sangre, el “buen linaje” y la nobleza hereditaria que, de hecho, rivalizaba con la inglesa (y con los nazis).

La atención al pedigrí influencia al pensamiento racial y se hereda de la idea de clase. El sistema legal inglés está basado por entero en las ideas de herencia y estirpe. La aristocracia, es bien sabido, funciona por línea sanguínea y genealogía. El concepto de “buen linaje” proviene de comunidades agrarias, donde los humanos convivían con animales. Daniel Huntley, uno de mis “favoritos”, era un confederado que consideraba la élite sureña como “raza de jinetes” y siempre los equiparaba a los sementales [ríe], mientras que los pobres blancos eran jamelgos de sangre degenerada que pastaban en los páramos. Esto no eran solo metáforas. Su mundo no hacía tantas diferencias entre humanos y animales. Franklin pasó la vida estudiando hormigas y palomas; para él los impulsos biológicos eran más reveladores que las estructuras sociales a la hora de moldear comportamientos humanos.

Todas las guerras son guerras de clases. Los pobres blancos sureños no tenían esclavos, ni ningunas ganas de guerrear por las élites terratenientes del sur.

Algunos estados esclavistas del sur se unieron a la unión, como Virginia Occidental, y esclavistas sureños se afiliaron al ejército del “norte”. Las rebeliones internas eran incesantes (cosa que me encanta). En mitad del Mississippi, el estado natal de Jefferson Davies, surgió lo que llamaron Jones Free State, una sociedad libre independiente que creó su propio estado antiesclavista en medio de la Confederación. Algo así indica que los blancos pobres y los negros tenían redes subterráneas, y más contacto entre ellos que el que tenían las clases medias blancas con los blancos pobres. Ese es el problema con la sociedad actual: la gente ve esas manifestaciones pro-Trump y asume que son todo basura Blanca y que la cosa va de supremacía racial. Pero no es tan sencillo. En el sur, y en todos los Estados Unidos, clase y raza van siempre unidos. Los progresistas no ayudan, en ese sentido. Han perdido el foco de clase que existía en la política de los años sesenta, por ejemplo.

La vieja displicencia del Norte respecto al Sur explica eventos futuros, como la derrota de Hillary Clinton.

El género también tuvo que ver. Mira a Donald Trump. Está obsesionado con su fuerza y masculinidad. Vemos el liderazgo en términos de género. Pero es cierto que el partido demócrata solía ser el partido de la clase obrera y los sindicatos y apelaba a la clase “no-experta”. Joe Biden le critica a Hillary Clinton que ponga tanto énfasis en las “élites con pedigrí”. Yo estoy a favor de los expertos (no quiero vivir en un mundo donde un presidente idiota no presta atención a los hechos y nunca aprende), pero tienes que ampliar ese paraguas para no apelar solo a una sensibilidad de clase media. El problema con mi país es que la gente pobre no vota, y la mayoría de ellos estarían a favor de la política demócrata. Los mayores fans de Trump no son de clase obrera, sino gente que se ha movido a la clase media, adquiriendo valores conservadores y anti-estado, a la vez que conservan un resentimiento atávico por haber sido ignorados durante siglos. Por eso les gusta Trump. Él ha creado un espacio para ellos. Los medios de comunicación no han tenido más remedio que empezar a hablar en términos de clase social, cosa que odian. Aquí los periodistas son especialistas en hablar de raza, y a veces de género, pero nunca mezclados. Una periodista me dijo: “si hablamos de clase, ¿eso quiere decir que tenemos que dejar de hablar de raza?”. Como si solo pudieses hablar de una cosa a la vez [ríe].

Unknown Artist - La Ballade De Davy Crockett (Flexi-disc) | Discogs

Existe una tradición de proto-Trumps que se han paseado por la historia de tu país. Andrew Jackson, Davy Crockett, James K. Vardaman… Debo decir que caen mejor que Trump.

Esa es la razón del éxito de Trump. Está basándose en tradiciones que son parte de la cultura norteamericana. Es cierto que Davy Crockett cae más simpático, e hizo algunas cosas buenas: a) se rebeló contra Jackson, b) defendía los derechos de los squatters, u ocupantes ilegales de tierras, y c) también defendía los derechos de los nativos americanos. Hizo política, creó leyes, existía en el mundo real. Trump no presta atención a las condiciones materiales, para él todo es teatro y electoralismo. No tiene creencias. Cuando era la hora de codearse con demócratas era demócrata. Ahora se ha vuelto más viejo, más cascarrabias y más loco, la paranoia se le ha subido a la cabeza, así que encaja en el partido Republicano actual. Cuya idea es atacar y atacar, y buscar cabezas de turco.

Puedo entender cómo alguien de clase obrera vota por un paria que ha “triunfado” en el mundo, como Vardaman o Lincoln, aunque sus políticas le sean perjudiciales. Pero Trump nació millonario.

En Luisiana, donde yo vivo, la gente que votó por Trump le consideraba un buen hombre de negocios, porque los medios de comunicación no expusieron sus bancarrotas y sus fracasos. Primer error. El segundo error es que le votan por cómo se expresa. Es un billonario que habla como si estuviese en un chaflán de Queens. Esa gente rechazó a los otros candidatos republicanos, así como a Hillary Clinton, porque no querían un político con experiencia. La moda actual es antipolíticos, y por eso los candidatos tienen que vestir informal y hablar como la gente. La forma de hablar de Trump les resulta refrescante, y lo confunden con autenticidad. Que mienta o diga lo primero que se le pasa por la cabeza quiere decir que no está leyendo un guion. Y eso refuerza su atractivo.

La tendencia no es solo antipolíticos expertos, sino también anti-intelectual, ¿no?

En el 2016, solo un 32% de los estadounidenses tenían títulos universitarios. Los demócratas no pueden seguir utilizando la retórica meritocrática: educarse, superarse… Porque eso solo es aplicable a un tercio de la población. El resto de la gente tiene trayectorias profesionales completamente distintas. Los republicanos destruyeron los sindicatos, y los demócratas no hicieron nada para oponerse a las legislaciones del “derecho a trabajar” y todo eso. Por último, la clase obrera de hoy ya no son tipos blancos con cascos de construcción, como muestran los noticiarios. Es más diversa en raza y género. Pero Trump está atrapado en esa retórica, que le viene de Steve Bannon, un tío de origen humilde que se hizo superrico y super-corrupto, y se llenaba la boca con el Rust Belt y el declive industrial que él contribuyó a crear.

Donald Trump: A History of the Presidential Candidate's Involvement with  WWE | Bleacher Report | Latest News, Videos and Highlights

James K. Vardaman, senador demócrata de Mississippi, se apropió, como Trump, de la retórica white trash. Se definía a sí mismo como el “redneck original”.

Sí, es parecido a lo de Trump con el wrestling. Todo es exagerado y camp, es su simulación de millonario matón. La gente que va a los campeonatos de wrestling es de clase obrera, y saben que aquello es camp y falso y teatral, pero su sensibilidad sobre qué es divertido es distinta a la de la clase media. Quieren ver a gente con sus mismos gustos en el poder. Trump comprende y conecta con eso.

No esperaba empatizar con Lyndon B. Johnson. Le tenía demonizado por Vietnam, pero tu libro arroja una luz favorable sobre él.

La guerra del Vietnam es la crítica más habitual que se le suele hacer. Pero Johnson era un tipo honesto y un político de verdad: conseguía que se aprobaran leyes en el congreso (algo que hoy resulta imposible). Además, comprendía perfectamente los problemas de los pobres, porque él era un producto del New Deal: un profesor de escuela que había trabajado en proyectos del New deal y enseñado a niños pobres. Mucha gente piensa en su programa de la Great Society y solo recuerda los fondos destinados a los guetos negros urbanos, pero ignoran los fondos que se destinaron a los pobres blancos rurales de los Apalaches, por ejemplo. Para él, esas dos clases estaban sufriendo y necesitaban el mismo tipo de ayuda. Los demócratas actuales solo se fijan en raza y en entornos urbanos, dándoles una excusa a los críticos de las ayudas gubernamentales. Convertimos a los blancos pobres rurales en invisibles, y luego nos sorprendemos de que los conservadores logren incitar el odio racial.

Kentucky County That Gave War On Poverty A Face Still Struggles : NPR

En España sucede algo similar.

Los estados sureños proveen menos asistencia que los norteños, pero consiguen más ayudas. Luisiana tiene cargas fiscales regresivas, e impuestos a la propiedad bajísimos. El problema es que los pobres asumen que los políticos son corruptos, porque en el pasado lo han sido, y no esperan nada de ellos. Yo crecí en New jersey, donde la gente se queja. En el sur, la gente pobre acepta lo que le dan. Eso se convierte en un juego de suma cero que los republicanos explotan: el pobre blanco asume que no va a recibir ayudas, y no quiere que otros las consigan. Los terratenientes sureños no van a favor de la clase obrera blanca del sur. Es igual que en la Confederación. Los pobres blancos del sur ondean la confederada, la bandera de una gente que les odiaba y les aplastó [ríe].

La tentación de realizar otra comparación con España es casi irresistible.

Los terratenientes sureños intentaron quitarles el voto. Imagina. Temían que les sedujera Lincoln y empezara un levantamiento de clase. Pero la confederación ha sido tan romantizada tras los sesenta que es imposible discutir la realidad. La clase obrera sureña defiende los monumentos de Jefferson Davies o Robert E. Lee, oligarcas que les consideraban carne de cañón. Esas estatuas las construyó la nueva élite blanca sureña, no son en honor del pueblo.

Los ataques a Lyndon B. o Sarah Palin, dos políticos completamente distintos, se parecían en su naturaleza clasista.

Se centraban en que eran paletos sin educación, gañanes sin modales. Cuando la gente asciende en la escala social, empieza a desdeñar a los que se quedan abajo. La idea de que los que vienen de bagajes pobres van a ser automáticamente liberales o progresistas es falsa. Bernie Sanders habla siempre del 1% que tiene el poder, pero el sistema de clases se transmite por todas las clases. Infecta la relación que la clase obrera tiene con la clase pobre. La mayoría de gente trabajadora tiene miedo de empeorar económicamente. Las estadísticas muestran que la clase obrera no asciende: tiende a caer, luego tal vez vuelve a su estado anterior, pero raramente se muda a la media. Lo de que “solo hay un camino y es hacia arriba” es una patraña: la gente trabajadora desciende. El triunfo de algunas políticas (y de Trump) están basadas en la explotación del resentimiento: de las clases medias hacia las clases obreras y pobres, o de la clase obrera intentando conservar su identidad y distinguiéndose del lumpen. El redneck se define en contraposición a la basura blanca. Los llamados rednecks se ven a sí mismos como gente que trabaja duro y bebe duro, pero que tiene un empleo, mientras que la basura blanca vive de las ayudas y no aporta nada a la sociedad.

The Surprising Backstory of The Beverly Hillbillies - The Life & Times of  Hollywood

Repasas los estereotipos clasistas de la televisión norteamericana y el show business.

El propósito de una serie como The Beverly Hillbillies era hacer que la clase media odiase al banquero a la vez que sentía resentimiento por una familia de basura blanca que no merecía el regalo. La gente mira una serie como Here comes Honey Boo Boo porque es como un desfile de freaks. Te sentirás superior a ellos, porque son patéticos y puedes reírte de su estupidez. La clase media es profundamente insegura: solo se define a sí misma por quien tiene encima y debajo.

El esclavismo funcionaba por eso. Porque los pobres blancos temían descender al nivel del esclavo.

Sí. La confederación utilizaba esa idea para competir con el encanto de Lincoln. Los republicanos norteños querían pasar el Homestead Act, que pretendía entregar tierras a los pobres. Un cambio en las leyes de propiedad era algo muy peligroso para la élite sureña. Así que les dijeron a los pobres que el Norte les iba a hacer descender al nivel de esclavos negros. En realidad, los potentados sureños consideraban a la basura blanca por debajo de los esclavos, porque según ellos los esclavos eran productivos. Eso es revelador. Respetaban a sus esclavos porque les hacían ganar dinero, mientras que la basura blanca eran ladrones, usurpadores de tierras e inútiles. Solo querían librarse de ellos.

Reexaminas una de las imágenes más famosas del racismo blanco, que es Hazel Bryan increpando a la primera estudiante negra de Little Rock, Arkansas.

Es interesante reexaminar lo sucedido, porque Hazel Bryan ya no era basura blanca cuando se tomó esa imagen. Su familia se había mudado a la ciudad no hacía mucho, y de repente vivía en una casa con lavabos. A todos los efectos, había ascendido socialmente, y adoptado el temor a descender de la clase media. En segundo lugar: en Little Rock había tres institutos: el de la élite, que no era integrado; el afroamericano; y Central High, que era el de la clase obrera. Cuando empezaron a integrar, lo hicieron con el de clase obrera. Era un experimento social, que además no iba a salpicar a la élite, que continuaba teniendo un instituto solo para blancos. La explosión racista de Little Rock tenía mucho de ira de clase, y eso jamás se comenta. El caso de Hazel Bryan es interesante, porque descendió socialmente, y acabó viviendo en una caravana, como tanta otra gente de su generación. Sus padres, que eran hijos del New Deal, ascendieron; ella cayó.

Bill Clinton fue “el primer presidente negro”. Explícanos la teoría.

Sus experiencias con la pobreza eran similares a los de un afroamericano. Comprendía los aprietos de la comunidad negra porque venía de una clase similar. Los republicanos lo leyeron de otro modo: le llamaron el primer presidente white trash. Le odiaban como nunca odiaron a Obama. Cuando sucedió el escándalo Monica Lewinsky lo atribuyeron a su talante de basura blanca. Los republicanos creían que Reagan era un Rey: el dignatario perfecto, elegante, señorial… La señora Reagan miraba por encima del hombro a los Carter, que venían de la clase trabajadora, y una vez en el poder hizo fumigar la Casa Blanca. Reagan les hizo vivir de nuevo el sueño aristocrático americano. Pero Clinton… Era un insulto viviente a aquello. Los llamaban el príncipe y el mendigo. Insultaban a su madre, que había sido pobre y adicta a las drogas. El pedigrí era clave para analizarle. Con Sarah Palin hicieron lo mismo. Se ensañaron con que su hija se había quedado embarazada antes del matrimonio, como si aquello fuese un atributo lumpen. Twitter e internet difundieron el bulo de que el hijo disminuido de Palin era en realidad hijo de su hija. Cuando tratan de meterle alguna puya a Hillary Clinton (y las mujeres acarrean un mayor estigma de clase que los hombres) siempre es por algún defecto de clase: mala dentadura, por fumar, por no engendrar suficiente descendencia. Por ser una mala madre que alimenta a sus hijos con arcilla, como se decía antes.

Bill Clinton plays the sax - Iconic presidential campaign moments - CBS News

Danos tu apuesta para estas elecciones.

Trump ha quemado la mayoría de sus puentes. Su rabia y fealdad no son solo clasistas y racistas sino también machistas, y creo que casi nadie le soporta. Los republicanos del Lincoln Project, que son desertores anti-Trump, afirman que el partido republicano actual está dividido, y es por razones de clase. Los republicanos con cierta educación tienen Fatiga Trump, y se han dado cuenta de que Biden no es el anticristo [ríe]. Creo que ese tipo de republicanos va a cambiar su voto. Y todo empezará en Pensilvania, el estado de Biden. Está hablando de clase en su programa: señala a Trump como un snob que mira por encima del hombro a los pobres, el tipo que prohíbe el ingreso del trabajador corriente al club de campo. El sur sigue siendo un caso perdido, pero va a notarse un incremento de votantes negros y mujeres negras (que siempre han apoyado a Hillary). Resumiendo: la gente está harta de Trump. Lo que quieren ahora es un presidente aburrido. Pero aún van a votarle muchos, no nos engañemos. Las dos cosas que me preocupan post-elecciones son: a) las milicias (van a crear violencia, seguro) y b) la división absoluta de los republicanos, que, incapaces de rehacer el partido desde los cimientos, tal vez se vean obligados a buscar a alguien peor que Trump. Pues alguien como él ya ganó una vez. ¿Por qué no repetir?

Kiko Amat

(Hace un par de meses entrevisté a Nancy Isenberg para El Periódico, en la que todo apunta que fue la última entrevista que voy a realizar en un tiempo. Por razones de tiempo. Esta es la fabulosa charla sin cortes de aquella entrevista. Todos los derechos de Kiko Amat. Citen la fuente, si me hacen el favor)

Cosas Que Leo #36: LA MENTE REACCIONARIA,Corey Robin

CoreyRobin_LaMenteReaccionaria

«El segundo elemento que encontramos en esas voces tempranas de la reacción es una sorprendente admiración hacia la revolución contra la que están escribiendo. Los comentarios más arrobados de Maistre quedan reservados a los jacobinos, cuya voluntad brutal e inclinación a la violencia —su «magia negra»— claramente envidia. Los revolucionarios tienen fe en su causa y en sí mismos, lo que transforma un movimiento mediocre en la fuerza más implacable que Europa ha visto nunca. Gracias a sus esfuerzos, Francia ha sido purificada y restaurada a su justa posición de orgullo en la familia de naciones. «El gobierno revolucionario», concluye Maistre, «endureció el alma de Francia templándola en sangre».

Burke es de nuevo más sutil, pero corta más profundamente. El gran poder, sugiere en De lo sublime y de lo bello, nunca debería aspirar a ser —y nunca puede ser— hermoso. Lo que el poder necesita es lo sublime. Lo sublime es la sensación que experimentamos frente al dolor extremo, el peligro o el terror. Burke lo llama «horror delicioso». El gran poder debería aspirar a lo sublime, en vez de a la belleza, porque lo sublime produce «la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir». Es una emoción imponente pero vigorizante, que tiene el efecto simultáneo y contradictorio de disminuirnos y magnificarnos. Nos sentimos aniquilados por el gran poder; al mismo tiempo, nuestro sentido del ser «se hincha» cuando «conversamos con objetos terribles». El gran poder alcanza lo sublime cuando es, entre otras cosas, desconocido, misterioso y extremo. «En todas las cosas», escribe Burke, lo sublime «aborrece la mediocridad». En Reflexiones, Burke sugiere que el problema en Francia es que el Antiguo Régimen es hermoso, mientras que la revolución es sublime. El interés de los terratenientes, piedra angular del Antiguo Régimen, es «perezoso, inerte y tímido». No puede defenderse «de la invasión de la capacidad», y ahí la capacidad la representan los nuevos hombres de poder que la revolución lleva adelante. En otras páginas de las Reflexiones dice que el interés del dinero, aliado de la revolución, es más fuerte que el interés aristocrático porque está «más dispuesto a la aventura» y «a nuevas empresas de todo tipo». El Antiguo Régimen, en otras palabras, es hermoso, estático y débil; la revolución es fea, dinámica y fuerte. Y en los horrores que perpetra —la turba irrumpiendo en la cámara de la reina, arrastrándola medio desnuda a la calle y llevando tanto a ella como a su familia a París—, la revolución adquiere una especie de sublimidad: «La alarma nos lleva a la reflexión», escribe Burke sobre las acciones de los revolucionarios. «Nuestras mentes […] son purificadas por el terror y la piedad; nuestro orgullo, débil y no pensante, queda humillado bajo las dispensaciones de una sabiduría misteriosa».

Más allá de esas sencillas muestras de envidia o admiración, el conservador realmente aprende de las revoluciones a las que se opone y acaba imitándolas. «Para destruir a ese enemigo», escribió Burke de los jacobinos, «de un modo u otro, la fuerza que se le oponga deberá guardar alguna analogía y similitud con la fuerza y el espíritu que ese sistema ejerce». Este es uno de los aspectos más interesantes y menos comprendidos de la ideología conservadora. Pese a que los conservadores son hostiles hacia los objetivos de la izquierda, en especial el empoderamiento de las castas y clases bajas de la sociedad, a menudo son sus mejores aprendices. A veces, sus estudios son autoconscientes y estratégicos, como cuando miran a la izquierda en busca de formas de comunicación popular o de nuevos medios para sus objetivos repentinamente deslegitimados. Temerosos de que los filósofos tomaran control de la opinión popular en Francia, los teólogos reaccionarios de mediados del siglo XVIII siguieron el ejemplo de sus enemigos: dejaron de escribir abstrusas disquisiciones entre ellos y empezaron a producir propaganda católica, que se distribuiría a través de las mismas redes que llevaban la ilustración al pueblo francés. Gastaron vastas sumas en financiar concursos de ensayos, como aquel en el que Rousseau se hizo célebre, para recompensar a los autores que escribían defensas accesibles y populares de la religión. Los antiguos tratados de fe, declaró Charles-Louis Richard, eran «inútiles para las multitudes, que, sin armas y sin defensas, sucumben rápidamente a la Philosophie». Su obra, en cambio, fue escrita «con el deseo de poner en manos de todos aquellos que saben cómo leer un arma victoriosa contra los ataques de esa turbulenta Philosophie».»

La mente reaccionaria; el conservadurismo desde Edmund Burke hasta Donald Trump

COREY ROBIN

Capitán Swing, 2019

328 págs.

Traducción de Daniel Gascón.

CHRISTOPHER RYAN: “El género transversal ya existía en los cazadores-recolectores”.

Simplify Human Sexuality: Christopher Ryan Says Embrace Your ...

El escritor estadounidense nos proporciona argumentos para el optimismo (cauteloso) en Civilizados hasta la muerte; el precio del progreso (Capitán Swing 2020), una dura crítica a la civilización post-agrícola a la vez que una necesaria reevaluación de las sociedades de cazadores-recolectores.

La pandemia global del Covid-19 ha acrecentado las voces apocalípticas. Mucha gente ayer esperanzada nos recuerda hoy que el hombre es un lobo para el hombre, que compartimos genética con las ratas y que una visión razonablemente optimista del porvenir incluye el viejo canibalismo. Amigos que hace tan solo un año se levantaban de la cama con un espíritu similar al de Teletubby Land, dispuestos a pasar un apacible día botando la Pelota de La-La, hoy agachan la cabeza y empiezan a barajar la parte del cuerpo necrótico de sus familiares que deglutirán cuando llegue El Fin.

Es difícil afirmar en qué punto la civilización actual pasó de canturrear el “Todo Es Fabuloso” de la Legopelícula al “Into the Void” de Black Sabbath. Qué sucedió para que el paradigma futuro aceptado por todos pasara de Winnie The Pooh a La carretera de Cormac “Soñador” McCarthy. Y a propósito de Cormac, como dijo Nick Hornby: “es importante recordar que La carretera es el producto de la imaginación de un hombre: el mundo literario tiende a creer que el mundo menos consolador siempre es La Verdad (…), pero tal vez cuando llegue el día del juicio final nos sorprendamos compartiendo los sándwiches y cantando “Puente sobre aguas turbulentas”, en lugar de sacar los cerebros de nuestros hijos con cucharas”.

Macro-LOL, y además lleva razón. Otro que también parece tenerla (o cuanto menos esgrime argumentos animosos a su favor) es el escritor estadounidense Christopher Ryan, quien en su muy didáctico y divertido Civilizados hasta la muerte; el precio del progreso plantea una reevaluación de nuestro pasado cazador-recolector que, gracias al cielo, señala el camino hacia un mundo menos infausto.

Tu libro afirma que como especie no estamos tan mal. Nos hemos juntado con malas compañías, sí, pero no somos ratas.

No querría caer en la posición rousseauniana, que propone que los humanos son buenos por naturaleza, ni en la hobbesiana, que expone lo contrario. Quienes dicen que compartimos genes con las ratas tienen razón: las ratas son muy sociales y son capaces de sobrevivir en muchos entornos distintos, como nosotros. Podemos comer de todo, igual que ellas. Por el contrario, los lobos, a los que tanta gente nos compara estos días, solo pueden comer una cosa: carne. Y un poco de hierba de vez en cuando. Los lobos no sobrevivirán, pero nosotros sí. La cosa es que, hasta la aparición de la agricultura, el sistema social más ventajoso para los humanos era el de cooperación y dependencia mutua. Podemos decir que ese sistema es bueno porque sentimos de forma innata que es bueno, y la razón por la que sentimos eso es que es profundamente humano. Cuando apareció la agricultura, de repente resultó más ventajoso acaparar propiedad y ejercer control sobre otra gente, y eso es lo que empezamos a hacer. Pero seguimos siendo el humano que se formó en un entorno cooperativo, así que el egoísmo aún nos duele. Va contra nuestra naturaleza.

Ryan_CivilizadosHastaLaMuerteSi tu libro fuese un cómic, el supervillano sería la agricultura.

En todos los lugares del globo donde ha aparecido la agricultura (y ha aparecido en siete lugares de forma independiente), se daba siempre la misma secuencia de eventos climáticos. Un incremento de la pluviosidad, incremento de la abundancia de alimento, a raíz de esto aumento de la población humana (igual que la de coyotes o conejos y el resto de animales), y de repente un cambio repentino que lleva a la disminución de la oferta de alimento. Normalmente la población humana estaría condenada a reducirse, como la del resto de animales, si no fuese porque alguien de repente se da cuenta de que existe una forma de reconducir el agua de los ríos hasta donde están los árboles. Sea un canal, o cubos, o lo que sea.

No parece una idea tan terrible.

No. En ese momento parecía buena idea. Estabas salvando las vidas de tus colegas. El problema es que, una vez nuestra especie dio ese paso, no pudo volver atrás. Pasamos por una puerta que no recordamos, y que se cerró tras de nosotros. No existió un momento de decisión o debate, nadie pensó en lo que aquello supondría para el aumento de población, por ejemplo. Yo lo comparo a la anécdota del tipo aquel que se agarró a un globo para que no escapara y el globo lo elevó y no supo encontrar el momento de soltarse, y al final no pudo aguantar más y se soltó y murió. Hay una transición demasiado rápida entre echar una mano, aferrarse a la vida y darse cuenta de que aferrarse ha sido un error fatal. Nadie te cuenta el riesgo implícito en ese movimiento, y eso es lo que sucedió con la agricultura. Se tomó una decisión lógica sin pensar en las consecuencias a muy largo plazo. Algo que, por otro lado, los humanos hacemos constantemente. Invitas a una copa a una mujer, pero no piensas que en veinte años te vas a divorciar de ella.

La revolución digital, y la forma en que nos lanzamos a ella sin pensar, recuerda a la agrícola. No existió un proceso democrático previo. Se nos vendió como el único camino.

Totalmente de acuerdo. Se parecen mucho ambas, como también se les parece la revolución industrial. A los granjeros de subsistencia no les preguntaron si preferían ir a trabajar a las fábricas.  Fueron forzados a ello.

Si la agricultura fue tan mala, en términos de nutrición, medio ambiente, etc. ¿por qué carajo la adoptamos? ¿Nos forzaron y no nos acordamos? ¿Somos el abusado que borra recuerdos onerosos?

No, somos el tipo que anda subido a un elefante y cree que le está diciendo al elefante por dónde debe tirar, cuando en realidad lo único que hace es intentar sostenerse allí arriba, porque el elefante irá a donde le dé la gana [ríe]. Otra metáfora: somos como el tipo que maneja una canoa río abajo, y cree que tiene libertad de movimientos porque puede ir de una orilla a la otra, pero en realidad es lo único que puede hacer; no puede ir contra corriente. No tiene opción. Hemos creado la ilusión de que tenemos mayor habilidad para controlar el flujo de la historia, pero en realidad seguimos siendo el individuo de la canoa.

Agriculture development and its imprints in environmental records ...

Fun never ends. La bendición de la agricultura neolítica.

Los héroes de esta historia eran los cazadores-recolectores. ¿No tenían nada malo?

Muchas cosas. La mayoría de debilidades y fallos que aún hoy exhibimos los humanos ya existían en los cazadores-recolectores (CR). Los celos y la posesividad sexual, por ejemplo, eran un grave problema en los grupos de forrajeros. La causa primordial de violencia en aquellos grupos eran las peleas por mujeres. El impulso hacia el egoísmo también existía, pues es innato en el homo sapiens. La diferencia era el modo en que aquellas sociedades relacionaban ante dichos impulsos. Los CR trataban de minimizarlos (ridiculizándolos, por ejemplo), mientras que en nuestra sociedad se premian y se admiran. Todo el mundo ama a Bill Gates; nadie se pregunta cómo es posible que sea tan rico. Y luego está el tema de la mortalidad infantil, que era el gran problema de los grupos CR: entre el 20% y el 35% de los niños morían antes de los cinco años. Ese es un problema enorme, representa mucho sufrimiento y pena. Así que aquello no era el paraíso, por un lado, pero por el otro la vida de los cazadores-recolectores es nuestra verdadera naturaleza. Venimos de allí. Somos perros que miran a los lobos por la ventana. La vida de los lobos no es perfecta, pero es la vida natural de un cánido.

Sostienes que, pese a que en las sociedades forrajeras morían muchos niños, los que sobrevivían eran cuidados con más atención y amor que muchos niños actuales.

Cito a Sarah Hrby, una primatóloga y antropóloga de Harvard especializada en cuidados maternos, quien dijo que si sobrevivías a la infancia en una sociedad CR eras amado y cuidado por todos lo adultos, y también respetado como un humano hecho y derecho (aunque tuvieses cinco años). No eras propiedad de nadie ni se te consideraba a medio hacer. En nuestra sociedad llega a la edad adulta gente que jamás fue amada, que estuvieron enfermos, y eso tiene repercusiones. De hecho, los niños no queridos de nuestra sociedad crecen y se convierten en líderes. La ausencia de amor les llena de hambre de poder. En Estados Unidos se considera esa voluntad de poder como algo bueno por definición.

De los viejos forrajeros me preocupa, francamente, su tendencia a la presión social. Debo decir que nunca he reaccionado bien ante ella. Me preocupa ser dejado de lado y morir de hambre cuando regrese la era de los cazadores-recolectores.

[ríe] A mi me sucedía lo mismo. Pero conviene matizar algo. Por un lado, es cierto que en una sociedad CR uno de tus máximos temores sería ser rechazado por el grupo. Si matas a alguien o abusas de un niño se te echa del grupo, y eso es una sentencia de muerte, pues el grupo es tu única forma de supervivencia. Mi teoría es que precisamente por eso nos duelen aún tanto los rechazos de cualquier tipo. Hoy en día si un grupo de amigos te rechaza ya no implica que vayas a morir, pero lo sientes como si así fuese. Por otro lado, los CR eran extremadamente reticentes a que les dijesen lo que tenían que hacer. Porque todo el mundo era autónomo y todo el mundo sabía cómo conseguir comida y procurarse refugio (también las mujeres y niños de diez años). La dinámica política de los forrajeros era igualitaria y anarquista. No había líderes ni jerarquías. Por eso a las pocas sociedades CR que aún existen les resulta tan confuso cuando llega alguien de nuestro mundo y les pide ver al “jefe”. En esos mundos no había jefes. Excepto con los mayas o aztecas, que eran civilizaciones. Así que, por un lado, la presión social es muy importante en esos grupos, pero por otro eran increíblemente permisivos. Si nacías con pene y decías que eras una mujer, a todo el mundo le parecía fantástico. En cuestiones de género, por ejemplo, no existía presión social. Se aceptaba que fueses lo que decías ser. Lo que no podías hacer eran cosas que pusiesen al grupo en peligro.

Ancient Hunter-Gatherers and Farmers Made Love, Not War - Dünyalılar

No es difícil decidir quién querríamos ser de esta ilustración.

O sea, que podías ser el friqui mayor del grupo y no solo no te hacían la vaca en el patio sino que todo el mundo te amaba. De hecho, te hacían chamán.

Sucedía a menudo. También con lo que hoy consideramos enfermos mentales, que solían ser considerados seres sagrados con posibilidades chamánicas. El tercer género, el género transversal, ya existía en los CR. La rareza les encantaba, mientras no fuese agresiva o peligrosa.

O sea que nada de skinheads.

[ríe] No. Nada de recolectores con botas. Otro aspecto permisivo de los CR era su mirada a la vagancia. Si un día no te apetecía recoger bayas, no lo hacías y punto, no había presión social, al final del día recibías tu parte. Otro día ya recogerías bayas tú por otro. Pero si le hacías daño a alguien, o te negabas a compartir, o acumulabas alimentos, te echaban.

El arte nace del conflicto y la alienación. En una sociedad armónica y tolerante como los forrajeros, ¿sería el arte redundante?

Cierto arte sí. La mayoría del arte con el que estamos familiarizados tú y yo nace del conflicto, cierto, porque el temperamento artístico entra en conflicto con el capitalismo. Existe en una sociedad que dice que el arte no es válido a no ser que dé beneficios, y que el amor y la bondad y la amistad son una mierda y lo que importa son las casas, los coches y las tetas postizas. Un arte nacido en esa sociedad tiene que reaccionar contra ella, porque es una sociedad enferma. Los CR tenían arte, pero era de otro tipo. El baile, por ejemplo, no tiene que ser una reacción enfadada; puede nacer del gozo. El arte de la narrativa es la actividad más antigua que poseen los humanos. Cada noche, a lo largo de tu vida, te sentabas alrededor del fuego. ¿Quién era admirado en esa sociedad? Los cazadores, por descontado, porque contribuían a conseguir alimento. Pero el tipo que proporcionaba entretenimiento al grupo cada noche… Era un elemento muy valioso de esa sociedad. El amor que aún le profesamos a la narrativa, a contar o inventar historias, a recordarlas toda la vida, ver las cosas con una estructura narrativa… Todo eso viene de las historias que los forrajeros se contaron alrededor del fuego durante 300.000 años. Crecieron en un mundo narrativo. Y su narrativa no era una reacción de enfado, sino más bien de asombro o apreciación. O de explicación: ¿por qué los dioses nos aman? Al contrario de lo que sucedería en el mundo post-agrícola, donde la pregunta más frecuente era: ¿por qué los dioses nos odian?

Civilized To Death | Psychology TodayOtra cosa que me inquieta de los forrajeros es que no tengan una palabra para “adolescencia”. Soy fan de los teenagers, su desaparición representaría una terrible pérdida.

Tu experiencia debió ser mucho mejor que la mía. Mucha gente experimenta la adolescencia como una época dolorosa que preferirían ahorrarse. Las tasas de suicidio y depresión crecen en la adolescencia. Mi adolescencia fue un periodo frustrante, porque tenía hambre de experiencias adultas que parecían no llegar nunca: sexualidad, independencia, libertad de decisión, respeto de tus iguales… Una serie de cosas que no posees cuando tienes acné y llevas ortodoncia. Desde cierto punto de vista la adolescencia puede considerarse un lujo del mundo moderno, pero desde otro es una experiencia insatisfactoria, un estadio en que no eres ni niño ni adulto.

Pero ese estadio está lleno de posibilidades…

Es un artefacto del mundo moderno. Necesitamos ese estadio para plantearnos una serie de decisiones futuras. Los forrajeros, claro está, no necesitaban plantearse si iban a estudiar medicina o no. Hacían lo que el resto del grupo: cazar animales, poner trampas, construir cabañas, pescar. No necesitaban ese periodo entre feto y nonato, cuando estás atascado en el útero.

NPP: Narrativa del Progreso Perpetuo. Háblanos de ese concepto.

Cada sociedad utiliza propaganda para legitimarse. Toda sociedad afirma que está haciendo las cosas lo mejor posible. La NPP es la propaganda de los logros de la civilización, que minimiza o demoniza los logros de las sociedades forrajeras. Nos dice que ahora todo es fantástico, que tenemos móviles, ordenadores, coches, comida y las cosas nunca nos habían ido tan bien. Y también que antes de la civilización todo era horrible. Que la vida era solo lucha por la supervivencia, que nos moríamos de hambre, nos atacaban animales continuamente y era un infierno. Y esto de ahora es el cielo. Ese trayecto desde el infierno, donde la vida humana era solitaria y cruel y brutal y corta, a la actualidad, donde todo es la monda (según Steven Pinker y toda esa gente) es la Narrativa del Progreso Perpetuo. Poner en duda esa premisa es difícil, porque su preponderancia es abrumadora, y todos hemos escuchado la misma historia miles de veces. De hecho, es la historia central de nuestras vidas. La expresión “cruel y brutal y breve” es una de las más famosas en lengua inglesa. Es ubicua y muy potente. Lo que yo digo es que es legítimo dar un paso atrás y realizar un análisis de costes y beneficios de la civilización. Algún lector decidirá que la civilización vale la pena por… el arte, como decías. Los forrajeros no tenían a Beethoven.  Ni una fotografía de la tierra realizada desde la luna. Y eso es legítimo. Pero yo digo que nos han mentido sobre el verdadero coste de la civilización que hizo posible a Beethoven y esa fotografía.

THOMAS HOBBES: Biografía, Obras, Teorías, Aportaciones y mucho más

Thomas Hobbes: party time

Algunos de los apóstoles de la NPP no eran tipos particularmente perversos, pero sí muy cenizos, como Thomas Hobbes.

Las circunstancias personales de uno de los grandes defensores de la civilización moderna, Thomas Hobbes, eran desgraciadas, y tendía a juzgar el pasado con esas lentes. Lo suyo era muy parecido a cómo actúa el racismo. Los norteamericanos más racistas son los blancos pobres, porque aunque están en la mierda les proporciona una cierta satisfacción señalar a gente que está peor.

Tu premisa es que la civilización es una cura para dolencias que no existían antes de la civilización.

Mira la pandemia presente. En el mundo de los CR no había suficiente densidad de población para que se extendiese una epidemia. Lo que estamos utilizando ahora, distancia social, era natural para los forrajeros, que vivían en una densidad de población de una persona por kilómetro. Los defensores de la civilización suelen esgrimir los adelantos de las vacunas contra la tuberculosis o la gripe, olvidando que esas enfermedades infecciosas ni siquiera existían en la época de los CR. Lo mismo con las enfermedades cardíacas, la presión alta, la diabetes… Las mayores causas de mortalidad modernas no existían. Los CR no conocían las cardiopatías ni el desgaste dental. Las dolencias que sufrimos hoy en día aparecieron con la civilización.

Los neohobbesianos y malthusianos siempre esgrimen el experimento aquel de las descargas eléctricas anónimas para probar la “maldad” innata en el hombre.

Es una media verdad, como tantas otras, que si algo prueba es lo potente que es la Narrativa del Progreso Perpetuo. Cualquier dato que halles, si “prueba” tu narrativa, es incorporada y tragada por ella. Pero si esa información la cuestiona, se entierra. El experimento Millgram, pues así se llamaba, nació inspirado por los campos de la muerte nazis. Buscaba explicar cómo gente ordinaria había podido comportarse de aquel modo tan despiadado. Millgram montó esa serie de experimentos en universidades de los Estados Unidos para ver si la gente era capaz de infligir dolor al prójimo si así se les ordenaba. Lo que no se dice es que, de todas las sesiones, solo dos casos aceptaron infligir dolor sin reservas. Lo que hizo Milgram fue centrarse en esos dos casos, obviar el numeroso porcentaje de sujetos que rechazaron participar. Puro sesgo de confirmación. La desinformación de Milgram, y la ubicua narrativa neohobbesiana de que los humanos son crueles por naturaleza, han causado una enorme confusión. Pero la sociología de los desastres prueba que los humanos no se aprovechan del prójimo en las catástrofes, no violan ni saquean ni matan, sino que en una proporción altísima tienden a ayudar, y no solo a la propia familia. El fundador de la sociología de desastres afirmó que su investigación le había convencido de que la verdadera catástrofe era la vida diaria. La mayoría de gente con la que habló estaba convencida de que la catástrofe vivida era el punto álgido de su existencia: un momento en que pudieron ayudar, estuvieron conectados, le hallaron un significado a su vida, formaron parte de algo. Y tras aquello volvieron a la vida diaria, solos, desconectados, sin conexión con sus vecinos.

Ethical Problems - The Milgram Experiment

Qué coincidencia que algunos de los acérrimos defensores de la NPP vengan de las clases pudientes. Gente como Matt Ridley, que es un p*** vizconde.

Hace poco entrevisté a un profesor de Harvard llamado Daniel Lieberman, experto en fisiología y estudioso de los forrajeros, con el que coincido en muchos aspectos. Pero hubo un momento de la charla en que me dijo: “pero claro, por mucho que valore las sociedades de forrajeros, prefiero vivir ahora, cuando un tipo corriente como yo puede tener acceso a tecnología médica de última generación, y una casa, y dos coches…”. Tuve que decirle: colega, eres de todo menos un tipo corriente. Eres un profesor de Harvard que ha escrito ocho bestsellers del New York Times y gana medio millón de dólares al año. tienes acceso a esa tecnología médica, pero una gran parte del planeta no. Lo que hacen muchos de esos apólogos del NPP es comparar a la gente más afortunada del mundo con los cazadores-recolectores. E incluso así, los CR salen ganando en muchos aspectos. Lo que no hacen es comparar a la gente genuinamente corriente del mundo actual, los que no tienen acceso a las mismas cosas que el profesor Lieberman, con los CR. Porque esa gente no tiene cirugía bypass, ni quimioterapia, y tal vez preferirían vivir en una sociedad forrajera (para empezar, no sufrirían cáncer). Matt Ridley, que nació en un castillo y posee un puto banco, es el tipo de gente que te dice que el mundo moderno es la bomba y que todo lo pasado fue peor. Algo que también hacen Ridley o gente como Steven Pinker es escoger muy cuidadosamente la métrica a medir. En El optimista racional Ridley afirma que la vida nunca había sido mejor, y que hoy tenemos más “raquetas de tenis”, “rodajas de mango” y “misiles intercontinentales”, entre otras cosas.

Y velcro.

[ríe] Exacto. Me atrevería a decir que ninguna cantidad de velcro justifica la destrucción del medio ambiente.

Tú te quejas de ese tipo de optimismo sesgado por el progreso, pero podría decirse que tú también eres un optimista. Solo que por otros motivos.

No sé si soy optimista. No tengo hijos, así que puedo permitirme estar más relajado que otros respecto a algunos temas. Como decía al principio, creo que estamos en un río, nuestras opciones de cambio son limitadas. En ese sentido soy fatalista. Pero creo que podemos remar y dirigir la canoa hacia el lado izquierdo o el derecho del río. Y que, continuando con la metáfora, mientras vamos río abajo podemos al menos ver las rocas que se acercan y sortearlas. Hay cosas que sí podemos hacer dentro del contexto del mundo moderno. Escribí este libro para que la gente entienda lo que funciona para hacernos más felices y que nuestras vidas sean más gratificantes. Y el #1 es la comunidad. A raíz de la pandemia mucha gente ha perdido puestos de trabajo, sí, pero muchos de ellos, conocidos y amigos míos, me han dicho que odiaban esos putos trabajos y que jamás habían tenido el valor de abandonarlos. Lo que algunos están haciendo ahora es juntarse con amigos, reunir dinero, y mudarse a una gran casa conjunta. Otros están comprando pequeñas parcelas de tierra en Colorado, donde es muy barato comprar, en pequeños pueblos, lejos de todo. Uno no tiene dinero pero otro sí, otro no tiene hijos pero aquel sí, y todo el mundo ayuda a los demás en lo que puede. Esto no es una utopía futurista. Es algo que está sucediendo ahora mismo, y me parece una buena forma de vivir.

Suena razonable.

Sí, ¿verdad? Desde luego suena mucho mejor que vivir en la ciudad realizando trabajos absurdos y comprando mierda para intentar paliar la infelicidad. Toda crisis tiene un lado bueno. Es una opción para reconfigurar nuestras vidas, e inspirarnos en las vidas de los cazadores recolectores. Te diré algo alucinante que descubrí mientras me documentaba para este libro: el factor #1 que predice satisfacción vital y buena salud no es si eres fumador o no, ni si haces ejercicio o no, ni siquiera es tu peso o tu dieta… Es, sencillamente, si te sientes parte de una comunidad que te ama y te respeta o no. Si te sientes así, vivirás más y más feliz. Hoy en día, según la OMS, la sociedad más saludable del mundo es España. Un lugar donde, como bien sabes, se bebe en abundancia, se fuma… ¿Por qué la gente disfruta vidas tan longevas en España? Porque existe sensación de comunidad, muchísima más que en los Estados Unidos. La pandemia es una buena oportunidad para que nos replanteemos nuestras vidas para maximizar lo importante: la comunidad, la interdependencia, el respeto mutuo y la cooperación. Y abandonemos ya lo que no funciona.

Kiko Amat

(Esta entrevista la realizó Kiko Amat en exclusiva para Bendito Atraso, sin afán de lucro y por pura largueza, curiosidad y enormidad de espíritu. Divulguen la palabra todo lo que se les antoje, pero hagan el favor de citar la fuente)

Civilizados hasta la muerte: el precio del progreso - Ethic : Ethic

Cosas Que Leo #5: CIVILIZADOS HASTA LA MUERTE, Christopher Ryan

Ryan_CivilizadosHastaLaMuerte

“A menudo tengo la impresión de que estamos progresando hacia una manifestación moderna de nuestro pasado lejano, o hacia un precipicio. Nuestras desesperadas peregrinaciones van en busca de un hogar muy parecido al hogar que abandonamos cuando salimos del jardín y comenzamos a cultivar la tierra. Puede que nuestros sueños más apremiantes no sean más que el mero reflejo del mundo tal como era antes de que nos quedásemos dormidos.

Tal vez nos estemos acercando a la llamada singularidad, donde nuestros cuerpos atrofiados por el confort se funden en las pantallas que miramos la mayor parte de nuestras vidas. O tal vez la colonización de otros planetas permitirá que nuestros descendientes habiten en cúpulas lejanas patrocinadas por Apple, Tesla y Caesar’s Palace. Si, como [Maynard] Keynes, esperabais un mundo igualitario de plenitud compartida y tiempo libre a raudales en el que disfrutar de la compañía de vuestros seres queridos, pensad que nuestros antepasados ocuparon un mundo muy parecido a ese hasta la aparición de la agricultura. Lo que vino a llamarse “civilización” surgió hace unos diez mil años, y desde entonces hemos estado progresando para alejarnos de él.

Cuando uno avanza en la dirección equivocada, el progreso es lo último que necesita. El “progreso” que define nuestra época a menudo se parece más a la progresión de una enfermedad que a su curación. la civilización a menudo parece estar tomando velocidad con la misma vertiginosidad con la que desaparecen las cosas por el desagüe. ¿Acaso la feroz creencia en el progreso es una especie de analgésico, un antídoto de fe en el futuro para un presente cuya contemplación resulta demasiado aterradora?”

Civilizados hasta la muerte; el precio del progreso

CHRISTOPHER RYAN

Capitán Swing, 2020 (publicado originalmente como Civilized to death: The price of progress, 2019)

No ficción.

287 págs.

Traducción de Lucía Barahona.

Kiko Amat entrevista a DEREK THOMPSON (la entrevista sin cortes)

El libro Creadores de hits; cómo triunfar en la era de la distracción (Capitán Swing, 2018) trata de explicar por qué algunas cosas se convierten en populares, sea la Mona Lisa, el “Rock around the clock” o Star Wars. Mientras que otras se hunden como perdigones.

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Si alguno de ustedes es artista, se habrá preguntado alguna vez cómo puede ser que su arte no venda un carajo, mientras que el de aquel cursi de allí no para de subir en las listas. También nos sucede como fans: muchos años después de admirar a determinado grupo, sigue sumiéndonos en la perplejidad que no se comieran un rosco, mientras que Queen tienen ya biopic, estatua ecuestre, línea de figuras articuladas y una representación de Els Pastorets con música de la banda.

En nuestra ayuda llega el escritor norteamericano Derek Thompson y su libro Creadores de hits. Sus teorías tal vez no sean del todo halagüeñas (la calidad no lo es todo; el azar juega un papel inestimable; sin distribución da igual quién seas, amiguete; lo radical de verdad no triunfa), pero al menos aventuran respuestas al misterio.

Los humanos buscan una mezcla de familiaridad y reto, curiosidad y conservadurismo.

Sí. Es un poco contraintuitivo, porque la gente asume que a todo el mundo le encanta lo nuevo. De hecho, estudios demuestran que la palabra “nuevo” es la más utilizada en publicidad. Se cree que los humanos tenemos una preferencia innata por la novedad, cosa que no creo que sea cierta. Nos encantan los productos nuevos, los libros que no hemos leído y todo eso, pero en realidad lo que nos gusta de ellos es la “sorpresa de la familiaridad”. Parece una paradoja, pero es algo que sucede continuamente. En una canción que no hemos escuchado nunca, por ejemplo, pero que nos recuerda un poco a aquella otra canción que nos encanta. Nos encanta ese shock de reconocimiento. Cuando el final de una película nueva hace clic con nuestras expectativas, en realidad se trata del shock del reconocimiento. Somos a la vez neofílicos y neofóbicos.

Eso podríamos aplicarlo a los movimientos artísticos o las vanguardias. Cuando aparece uno que es totalmente nuevo, la gente suele odiarlo. Dada, por ejemplo. O la música industrial.

Cierto. Me encanta la pintura abstracta de principios del siglo XX, Picasso o Kandinsky cuando empezaban. La gente creía que esos tipos estaban completamente locos. Suele existir un arco en el cual algo, al principio, no le gusta a nadie, pero según se van familiarizando con ello ese algo va cobrando más adeptos, hasta que accede a un pico de reconocimiento más o menos mayoritario. Hace ese clic, y la gente de repente lo “pilla”.

Es una reacción en cadena. Que algo le guste a cada vez más gente hace que ese algo le guste a cada vez más gente, y así hasta el infinito. La mayoría manda.

Cada vez hay más estudios que demuestran que somos animales de manada. Cuando algo es popular, solo puede hacerse más popular. A la gente le gustan cosas que le gustan a otra gente. Al mismo tiempo existe la figura del hípster, alguien a quien algo le gusta menos cuanto más popular es. Su identidad le fuerza a resistirse a la popularización de su gusto. A la vez, estudios sobre revueltas demuestran que mucha gente no tiene ganas de participar en ellas. Nadie quiere ser el primero en lanzar la piedra contra el escaparate. Pero cuando uno lo hace, y entonces se lanzan diez piedras, y luego veinte piedras, cada vez es más fácil que más gente se sume a la revuelta. La gente espera una prueba de popularidad para seguir una idea.

No sé si eso me reconforta o inquieta. Aplicado al antirracismo, tu teoría me da paz. Luego me acuerdo de Hitler, y tiemblo.

Creo que eso sucede con muchos aspectos de la naturaleza humana: son aterrorizadores e inspiradores a la vez. O a veces no simultáneamente, depende del contexto. El conservadurismo natural de la mayoría de gente en términos de gusto es algo que hay que tener en cuenta. Si eres un novelista o un científico que intenta introducir ideas que no existían antes, es crucial entender que para vender esas ideas radicales hay que hacerlas sutilmente familiares para la audiencia. No es algo pesimista ni optimista: es naturaleza humana. Cuanto más radical es una idea, más conviene pensar estratégicamente para hacerla familiar.

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Los Beatles conocían Fluxus y la música concreta, pero en Revolver decidieron aplicar esas ideas vanguardistas en un formato agradable, que le gustaba a todo el mundo.

Si: es lo que se conoce como M.A.Y.A. Lo Más Avanzado Y sin embargo Aceptable. Conviene recordar, asimismo, que los Beatles no empezaron haciendo Rubber soul o Revolver. Empezaron con “Please Please Me”. Pop muy sencillo, melodías de teatro musical, estrofa-estribillo estrofa-estribillo, que atrapaban a todo el mundo. Según fueron añadiendo complejidad, la gente que había entrado por su simplicidad les siguió hacia la novedad. Lo mismo sucede con Radiohead o Kanye West: empezaron con música más sencilla y popular, y fueron avanzando a sonidos más complejos, llevándose con ellos a su audiencia.

Una cosa sigue deprimiéndome: muchos de mis escritores y grupos pop favoritos nunca triunfaron, por muy M.A.Y.A. que fuesen.

En el libro profundizo en la historia de “Rock around the clock”, de Bill Haley. Era una canción destinada a no ser un hit, pues cuando se lanzó por primera vez fracasó, Bill Haley iba justo de carisma, etc. Pero entonces sucedió aquella historia imposible: al hijo de un actor de Hollywood le encantaba esa canción, y convenció a su padre para que la utilizaran en un filme, que triunfó, y catapultó la canción al #1. Está demostrado que por cada cosa que triunfa hay cien cosas, igual de buenas, que no lo hacen. El triunfo no es sinónimo de calidad. A veces solo tiene que ver con distribución, o suerte, o muchos otros factores. Así que supongo que algo así es un poco deprimente, especialmente si eres novelista. El contenido no sirve de nada si no hay buena distribución. La distribución es familiaridad.

Dedicas una amplia sección del libro a hablar de 50 sombras de grey, y el porqué de su éxito.

Ese libro es un ejemplo de algo que sucede cada vez más. Algunos productos e ideas se vuelven populares no porque en sí mismos sean buenos, sino porque el público quiere participar de la conversación alrededor de la idea. En esos casos, la popularidad es el producto. La conversación es el producto. Mucha gente ve programas de televisión no porque crean que les van a gustar, sino porque son el tema de conversación a su alrededor. El de sus amigos, y colegas del trabajo, o el de las redes sociales que frecuentan. A la gente no le gusta sentirse excluida. Mirarán la serie para comprar una entrada en la discusión. Internet ha acentuado ese fenómeno, que indudablemente ya existía. La gente sufre de F.O.M.O. o Fear Of Missing Out (miedo a perderse algo). Escuchan ese álbum, o leen ese libro, o ven esa serie de HBO, porque no se quieren perder lo que sea esa cosa. O sea, que en realidad están consumiendo el runrún, la habilidad de participar en conversaciones.

Supongo que ayuda que esa “conversación” sea sencilla. Porque por mucho FOMO que tengas, si la “conversación” va de la fisión del átomo, o traducción del sumerio, es posible que te largues bien rápido.

Sin duda. Creo que es así.

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More than a film

La repetición es el hogar. Alguna gente vuelve una y otra vez a sus cosas favoritas. Dices en tu libro que, por ejemplo, Dos tontos muy tontos ya no es solo una película para ti… Es algo más.

Sí, existe una diferencia entre la gente que no vuelve constantemente a sus cosas favoritas y la que sí lo hace. Hay gente que quiere descubrir. Su prioridad es la novedad. A mí me gusta descubrir, pero me encanta la riqueza de experiencia que viene con reconsumir. Volver a encontrar cosas que amar en un libro o filme favorito. Y hallar la seguridad que da el saber a priori que vas a disfrutar con algo. En nuestro caso, como escritores, existe un valor añadido. En nuestra vida diaria ya hay suficiente novedad: estamos escribiendo un libro, esa página está en blanco y esos personajes no existen. Estás inventando de cero. Nuestro trabajo es llenar espacios en blanco. Creo que, debido a eso, buscamos familiaridad en nuestro ocio. No quiero que mi ocio sea tan duro y sorprendente e incierto como es mi trabajo de escritor. Quiero desconectar y volver a ver los mismos episodios de Arrested Development y Friends.

¿Crees que la edad tiene que ver con eso? Tal vez llega un momento, a los cuarenta y largos, en que te dices: a la mierda, ya tengo The Sopranos y AC/DC. Paso de buscar más.

Existe algo llamado “periodos sensibles”. Son los periodos en que los estímulos, o las experiencias, o el trauma, se graban de un modo más profundo, para el resto de tu vida. Da la casualidad de que los “periodos sensibles” de los humanos respecto a la música tienden a darse entre la primera adolescencia y hasta los veinte. Ahí es cuando los gustos musicales se forman. Cuando llegan a los treinta y cinco, la mayoría de usuarios abandona completamente la búsqueda de música nueva. A mí me sucede algo parecido: ya no necesito encontrar mi nueva banda favorita. Ya tengo demasiadas. Esos “periodos sensibles” también existen para el cine, o para la política. Las preferencias políticas de la gente se cristalizan entre los veintitantos y los treinta. La gente de cuarenta años, por lo común, no pasa de ser socialista a la extrema derecha a los cuarenta. Esto demuestra que el gusto por la novedad es algo crucial para los adolescentes, pues están construyendo su identidad, y experimentando con distintas personalidades para ver la que se adecua más a quien son, y a su entorno, pero a los treinta, o los cincuenta, resulta cada vez más raro hallar cambios de personalidad. Llega un momento en que más o menos aceptas quién eres, qué te gusta, qué música escuchas y qué libros lees. Ya no vas a cambiar. Solo repites. En cierto sentido eso es algo triste, porque habrás perdido algo de la motivación del descubrimiento, pero por otro lado es muy sano, porque es un punto de vista realista, y además porque es cálido y reconfortante, y puede hacerte feliz.

La propaganda es otra forma de repetición. A Goebbels le encantaba.

Lo vemos constantemente en las fake news. Repetir algo, por falso que sea, hace que la gente acabe creyéndoselo. Esto es uno de los grandes temas de controversia que existen en los Estados Unidos ahora mismo. Donald Trump miente constantemente, y muchos medios tienden a parafrasearle, diga lo que diga. Por ejemplo: “Donald Trump dice que todos los musulmanes son violadores”. La simple mención de sus palabras las va familiarizando en la mente de la gente. A veces, la familiaridad puede fusionarse con los hechos, por osmosis. Algo nos parece verdadero porque lo hemos escuchado muchas veces. Esto es un punto de contención también en lo que respecta al debate sobre la teoría de la evolución. Si la cobertura de un tema eleva la credibilidad de ese tema, aunque la cobertura sea negativa, creo que tenemos que pensar muy bien cómo transmitimos las noticias. A veces tal vez sea mejor no darle cobertura al debate sobre la existencia del arca de Noé, por ejemplo, si esa cobertura va a confundir más a la gente.

Los tabloides ingleses han hecho de eso un arte: “Robbie Williams niega fumar crack en el parvulario de sus hijos”. Lo de “niega” nunca llega al público.

[ríe] En inglés también usamos el cliché de pregunta injusta, como por ejemplo “¿Cuándo dejaste de pegar a tu mujer?”. La mera formulación de la pregunta apunta a tu culpabilidad. Es una forma de introducir una idea falsa para que la otra persona tenga que responder directamente desde la defensa de su inocencia, incluso si la afirmación era una locura sin base alguna.

La homofilia, o tendencia a quedarnos con gente que se parece a nosotros, puede ser igualmente deprimente o reconfortante, depende de cómo la mires.

Sí. Por un lado podrías decidir que la homofilia es responsable del racismo, porque tendimos a juntarnos con gente de nuestra misma raza. Pero la amistad también es parte de la homofilia. Y el matrimonio. Si desapareciese la preferencia por lo familiar nuestra existencia sería mucho más complicada, porque querríamos cambiar todo el rato, y nos cansaríamos antes de la gente que nos rodea. Un teenager puede hartarse de un tipo de música o una moda, y es lo natural, pero no es deseable que esa ley rija nuestras relaciones adultas. Sería extenuante estar desechando y adoptando nuevos amigos continuamente. Asimismo, esta tendencia a crecer rodeado solo de gente que es como tú, sea gente blanca o negra, provoca que te pierdas mucha riqueza, y experiencias, y creces desconfiando de otras culturas y religiones, ideas foráneas, simplemente porque es más cómodo y agradable quedarte con los que son igual que tú.

(Esta entrevista se publicó en formato reducido en El Periódico de Catalunya. La que acaban de leer es la versión sin cortes. El copyright es to-pa-mí).

DEREK THOMPSON: «Cuando algo es popular, solo puede hacerse más popular»

Es una entrevista que le he hecho a Derek Thompson, barbilampiño autor de Creadores de hits; cómo triunfar en la era de la distracción, un libro muy ameno e informativo que ha sacado recientemente Capitán Swing.

Aún no he decidido si lo que leí en sus páginas resultó desalentador o todo lo contrario (al menos para un artista como yo). Pero me hizo pensar en unas cuantas cosas, y espero que a ustedes (si lo leen) les haga pensar en otras cuantas.

Oh, ah, éxito comercial, amante tan elusivo como impulsivo, ¿dónde te encuentras? Ni pajolera, pero la entrevista, al menos, está aquí. En unos días publicaré el director’s cut, con el doble de preguntas y respuestas.

La guerra es estúpida (pero la gente no)

El decano del periodismo de campo estadounidense, Studs Terkel, entregó en 1985 una historia oral de la IIª Guerra Mundial que le mereció el Pulitzer y pulverizó toda idea romántica que aún quedaba sobre el conflicto “justo”.

https://i0.wp.com/capitanswing.com/wp-content/uploads/StudsTerkel_LaGuerraBuena.jpgYa sabíamos que la IIª Guerra Mundial, y las guerras en general, no eran como en Objetivo Birmania, donde nadie se hincha por el beriberi ni se caga encima por la disentería, donde las bombas caen sin desmembrar a nadie, donde todo el mundo es osado y valiente (menos el ocasional nenaza en pleno ataque de pánico, siempre étnico y sin afeitar), y los yanquis son unos trozos de pan y el enemigo (japos, boches, charlies) unos perros infames. Sabíamos que no era así, como también intuíamos que los Westerns eran un camelo, pero tuvieron que llegar unas cuantas audaces novelas y películas de los 70 y 80 para explicarnos cómo nos mintieron el establishment y Hollywood, su perro fiel.
La respuesta es: en todo. Nos engañaron en todo, vamos.

La guerra “buena”, del mítico reportero de Chicago Studs Terkel, es una suerte de Apocalypse Now hecha historia oral de la IIª Guerra Mundial. Publicado originalmente en 1984, aún en años de Guerra Frío-Templadita, el libro ignora la historia oficial (los movimientos de tropas, los comunicados, los pactos, las fatídicas –y mendaces- estadísticas) y se apoya únicamente en el testimonio de un vasto elenco de protagonistas. Los que estuvieron allí, cara al fango y aterridos, llenos de dudas, ira, sopor o confusión.

Leyendo La guerra “buena” aprenderán ante todo que la guerra es caos. Que no se parece en nada al avance pulidet, de visión diáfana, lleno de propósito y bravura, que mostraban aquellos obscenos filmes bélicos de los cincuenta. Los soldados, marinos, coroneles, enfermeras, prisioneros de guerra -incluso el enemigo- entrevistados nos pintan aquí un marco de chapuza universal, incompetencia de los mandos, aliados matándose entre ellos, miedo permanente, borrachera eterna, delincuencia (robos, estraperlo, violaciones: por doquier), racismo autorizado (el trato vergonzoso que recibieron los soldados negros –muchos de ellos auténticos héroes- en aquella contienda) y un asqueante etcétera.

Es el detalle lo que impresionará al lector. Lo que no aparecía en las clases de historia ni en los libros con sello gubernamental que leímos. Porque nadie nos habló del olor (“Ir atravesando un pueblo y, de repente, notar aquel olor espantoso (…) y oler la muerte. Es un olor que no discrimina, todo huele igual”). O de la atrocidad, vista bien de cerca: los bracitos amputados de los niños; las cabezas sin techo, sesos a la vista; los campos de exterminio, los cuerpos amontonados “como pilas de troncos”. Las incontables horas de espera, el tedio pertinaz (“No creo que haya nada más aburrido que ser soldado de infantería”). El miedo y la cobardía como constantes generalizadas, y no como bajeza puntual de unos cuantos traidores de tez aceitunada. Y una mirada distinta al lado de los “buenos”: las bombas de Hiroshima y Nagasaki (perfectamente evitables), Dresde, Iwo Jima, Bataan, todas las matanzas “justas”.
Terkel, quizás el mejor periodista del siglo XX (imprescindibles todas sus historias orales, especialmente Hard Times, sobre la Gran Depresión, y Working, sobre el trabajo), desentierra esa verdad de la única forma posible: hablando con quienes la vivieron. Y consigue con ello uno de los mejores manifiestos antibelicistas jamás firmados. Una clase magistral de compromiso con la justicia que es a la vez un emocionante periplo por la experiencia humana en tiempo de guerra.

Sirvieron allí
“Bebía aproximadamente un litro de whisky al día (…) Era la única manera de poder matar (…) Empecé a hacerlo en Filipinas, al ver los cuerpos bombardeados de todos esos hombres, mujeres y niños, especialmente los de los bebés. Estaban al borde de la carretera, y nosotros los arrollábamos con nuestros tanques”
John Garcia, soldado, 7ª División de Infantería

“Lo que te lleva a reventar playas no es el patriotismo ni el heroísmo, sino la sensación de no querer fallar a tus compañeros”
Robert Rasmus, soldado, 106ª División de Infantería

“Una de las cosas más tristes que he visto en la vida ocurrió mientras volábamos en un avión que recibió un impacto. El artillero que iba sentado en la torreta superior del fuselaje de repente estaba a nuestro lado, en el aire, empezando a caer. Se limitó a decirnos adiós con la mano”.
John Ciardia, artillero en un bombardero B-29

Kiko Amat

La guerra “buena”
Studs Terkel
Capitán Swing
746 págs.
Trad. de Lucía Barahona

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia el 27 de febrero del 2016)

Clasificado X: Malcolm, el tío más peligroso de América

Biografía Se vuelven a publicar las memorias del más radical de los líderes negros de los sesenta, el furibundo e imponente Malcolm X, con motivo del 50avo aniversario de su asesinato.

xLa primera sorpresa agradable de esta nueva edición de Malcolm X es la portada. Quiero decir que en ésta, al menos, aparece Malcolm X. En la versión de Ediciones B que leímos en 1992 solo se veía a Denzel Washington con cara de pasmo, recién maquillado para el biopic de Spike Lee. Malcolm X, ustedes ya lo saben, fue el más radical de los activistas afroamericanos de la década de los 60. Su fascinante historia, trufada de complejidad, violencia, rincones oscuros y súbitos cambios de tercio (Malcolm, como un grupo pop inglés de los sixties, pasó por cuatro o cinco etapas vitales con looks y retórica bien diferenciados), es lo que hace de estas memorias –dictadas al periodista Alex Healy- algo igualmente fascinante.

Lo más descacharrante es su etapa de malandro juvenil, a lo largo de los 40’s. Aquel “Red”, que siempre iba “vocinglero y bastante animadito” por el cannabis, que robaba de los sitios todo lo que no estuviese claveteado al suelo y que no tenía más intereses que la coyunda, el crimen y los narcóticos. Oh: y alisarse el pelo con sosa cáustica. Esta primera parte del libro se lee como una (buena) novela de delincuencia juvenil de Frank Norman, Warren Miller o Ed Bunker. Allá iba Red, vestido como un árbol de navidad (“en realidad parecía un verdadero payaso, pero mi ignorancia me hacía creer que estaba en la onda”), abofeteando a señoras (las partes de violencia de género –por las que el renacido X no pide disculpas, ni leches- son de espanto), poniéndose to’fino de cocaína y bailando swing hasta el descoyunte rotular.

Ya en la cárcel (1945), Malcolm “ve la luz”. Ustedes dirán: oh, no. Los avezados lectores de biografías rock sabemos bien que la aparición de “la luz” redentora en la vida del artista coincide mágicamente con la aparición de los yogures, el sermón y lo pelma. Y Dios. Cuando Alá entra por la puerta, la diversión salta por la ventana. Por supuesto, la parte eminentemente política de Malcolm X se inaugura con esa “luz” cegadora, así que no nos queda más remedio que seguir leyendo. El libro recompensa nuestro tesón con una impecable parte carcelaria que (de nuevo) se lee como una buena novela de presidio de Malcolm Braly o Don Carpenter.

Malcolm X se convierte entre rejas a la Nación del Islam –entonces bajo el liderazgo de Elijah Muhammad- y pasa a ser ministro de la organización. Aquí conviene distinguir entre las vicisitudes que asaltan al nuevo Malcolm (la creación de su discurso, el proselitismo, la lucha racial) y las locuras punibles por la ley que Elijah pone en su boca. En aquel Malcolm X hallará el lector muchas verdades (sobre imperialismo blanco, sobre el establishment, sobre racismo estadounidense) pero también un notable surtido de charlatanería geneticista, pseudociencia majareta, desvaríos enloquecidos sobre Shakespeare (una página entera) o el “diablo blanco”, generalizaciones hebefrénicas sobre la “mujer blanca” y la “debilidad de la mujer” y mucha más tela psiquiátricamente computable. Malcolm X sigue resultando atractivo por su autoridad innata, su coraje, su temperamento inflamable (en la segunda página ya está llamándole “imbécil” a alguien, al estilo Jardiel) y radicalismo insobornable, pero el lector solo puede concluir que también soltaba bastantes paridas. Esta tercera parte del libro es, en cierto modo y por todo lo apuntado, un gran discurso de Elijah Muhammad con ocasionales acotaciones autobiográficas. Explicarlo en 1964 debió parecer crucial, pero al lector del 2015 puede resultarle asaz loco.

La acción se reanuda con el escándalo adúltero de Elijah Muhammad (vean cómico despiece), el desengaño de Malcolm X, su posterior expulsión deshonrosa de la Nación del Islam y su peregrinaje a La Meca. En 1965 Malcolm X ya había cambiado de idea (para bien) sobre un centenar de cosas, pero no-se-sabe-quién lo apioló igual (introduzcan teoría conspirativa favorita aquí; mis apuestas van hacia agentes de COINTELPRO infiltrados en la Nación del Islam). Su influencia política y cultural, en todo caso, sigue siendo inconmensurable. Esta esencial biografía nos recuerda lo colosal de su ejemplo y legado.

PISTAS Y CITAS

Drogas y pistolas: “Ahora que lo pienso, creo que en aquella época yo estaba, por lo menos, ligeramente loco. Para mí, las drogas eran como la comida de la gente común. Llevaba armas como quien usa corbata”.
Bagaje: “Para comprender a alguien, hay que conocer toda su vida, remontarse hasta el nacimiento. La personalidad del individuo es la suma de todas las experiencias que ha vivido. Todo lo ocurrido es un ingrediente de su carácter”.
Legado hip hop: Hagan el favor de teclear en Google “Malcolm X hip hop” y serán sepultados por 100.000 artículos sobre Boogie Down Productions, Public Enemy, Gangstarr y una sartenada de rappers más. Malcolm X es crucial en la creación de la retórica hip hop.
La hilarante (y alarmante) excusa de Elijah Muhammad cuando Malcolm le cuestiona su adulterio: “Yo soy David. Cuando leas que David tomó la mujer de otro hombre, piensa que yo soy ese David. Leerás que Noé se emborrachó. Yo soy ese Noé. Leerás que Lot fornicó con sus propias hijas. Yo debo cumplir todo eso”. Genial, Elijah.
Un chiste racista que Malcolm X utiliza para fines didácticos: “Alguien pidió a un blanco, a un negro y un judío que expresaran un deseo. El blanco pidió acciones de la Bolsa. El negro pidió mucho dinero. Y el judío pidió joyas falsas y la dirección del “joven de color”. Kiko Amat

Malcolm X; una autobiografía contada a Alex Haley
Malcolm X /Alex Haley
Capitán Swing
518 págs
Trad. de César Guidini & Gemma Moral

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 19 de septiembre del 2015)

Owen Jones entrevistado por Kiko Amat + Adoro a los pijos de Barcelona

Dos nuevas piezas del menda para los chicos de Playground:

– Una extensa y sustanciosa charla con Owen Jones, autor de Chavs, la demonización de la clase obrera (Capitán Swing, 2011). Se la recomiendo encarecidamente, porque (está feo que diga yo esto, pero) quedó rebién. Ya lo verán.

– La crónica cómica «Adoro a los pijos de Barcelona«, donde Kiko Amat viaja al barrio de La Bonanova, sin salacot pero con una Vespa hecha jirones y una cazadora nauseabunda. Se trata de la IIª parte (sui generis) de la celebrada columna «Adoro a los pijos de mi país«, donde el autor viajaba a los enclaves pijos del Alt Empordà catalán. Poniendo en peligro su integridad física, por descontado.