Hoy he dejado la fábrica: nuevo libro de David Monteagudo

Esta es mi reseña de Hoy he dejado la fábrica, el nuevo libro de relatos de David Monteagudo (Lugo, 1962) publicado por la editorial Rata.

Monteagudo abandona aquí todo lo paranormal y dirige su mirada a pantuflas, tiestos y sofritos. Con resultados desiguales, pero esperanzadores. Apoyemos a nuestros autores de realismo proleta locales (es lo que yo les pido).

Mi reseña apareció en el suplemento Babelia de El País, por si no lo sabían.

With love and squalor,

Kiko

Kiko Amat entrevista a BRADFORD

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Es un miércoles cualquiera en El Cubil. Mi uniforme es el de faena: pantalones de pijama arrugados y camiseta con el cuello deshilachado. Quizás debería haberme arreglado un poco (me digo, volviendo un poco el rostro, ante el reflejo de la pantalla). Muevo la taza de té cenagoso. Desde la ventana de Skype me observan sonrientes Ewan Butler y Ian Hodgson, ambos exmiembros de la desaparecida banda Bradford. Butler, en camiseta blanca de manga corta, se camufla con la pared enyesada del cuarto de los trastos, pero Hodgson luce cazadora Harrington color burdeos y sombrero pork pie de ala estrecha con pluma al estilo suizo. Su elegancia es un tanto incongruente. A su vera hay una máquina de coser; se distinguen figuras humanas en movimiento (hijos, esposas) por el resquicio de la puerta entreabierta. No es la mansión de una vieja estrella del pop. Weller no pernocta aquí.

Y sin embargo Bradford estuvieron a punto de ser muy grandes, de subirse al bajel del pop inmortal; pero se quedaron en el puerto, maletas en mano y examinando sus pasaportes con desazón. Lo leerán en sus palabras un poco más abajo. Fueron los mimados de la prensa pop inglesa durante un brevísimo periodo de tiempo (1988-1990). Morrissey, líder de la banda más grande del país en 1985, The Smiths, les aplaudió en público hasta despellejar sus delicadas manos. Ficharon por Foundation, el sello “emergente” de Stephen Street (aunque a decir verdad todo bicho viviente de la industria les tiraba los trastos). Telonearon a Morrissey en su primer concierto en solitario, Wolverhampton Civic Hall 1988. Y más cosas, y más cosas [léanlas en mi pieza para Babelia de El País]. Y de repente cayó la guillotina, y la fábula quedó descabezada de un modo tan cruel como imprevisto.

Hoy en día poca gente recuerda a Bradford. Para algunos solo son los compositores originales de aquel “Skin Storm” que Morrissey incrustó en una cara B. Y aunque es cierto que muchos grupos inmensos lo son por una buena razón (eran mejores que la competencia) a veces la industria y los movimientos sísmicos culturales se tragan a bandas que, en otro tiempo y lugar, habrían sido de largo recorrido. Bradford son ese tipo de banda. Las coordenadas tal vez les suenen: ascéticos, pandilleros, alienados, vulnerables, amantes de las trompetas y la desnudez emocional, cráneos al tres, trapos clásicos de calle, izquierda compasiva sin panfletos, hits gigantes, baladas melancólicas. Himnos al coraje y a la autodeterminación. Poco antes de que debutaran, London 0 Hull 4 de The Housemartins había llegado al #3 de las listas y tanto Our Favorite Shop de The Style Council como Meat is Murder de The Smiths al #1. Bradford se preparaban para una fase imperial que jamás llegaría. Y hoy, con el recopilatorio Thirty Years of Shouting Quietly (A Turntable Friend) ya en la calle, están aquí conmigo, en Skype, para hablar de aquellos años.

Resultat d'imatges de bradford skin stormLa palabra «skinhead» aparece en varios artículos de la época sobre la banda. No sé si vosotros os definíais como tales o simplemente la prensa os bautizó así por el corte de pelo y las botas.

EWAN BUTLER: Ian y yo estuvimos expuestos de forma masiva al movimiento punk cuando éramos jóvenes. Ambos compartimos influencias muy similares; bandas como The Clash y The Jam fueron clave en nuestro desarrollo musical, y ellos a su vez tomaban influencia y estética de los movimientos de los 60 y 70 a los que estábamos destinados a desembocar. Siempre nos había encantado el sonido y la actitud de la generación mod y su estrecha relación con el sonido Motown y Ska. Mi hermano mayor era skin, y a través de él conocí a grupos como los Redskins. Yo estaba en ese punto de la adolescencia en que necesitaba adoptar otra pinta. Había sido punk y llevado un peinado mohicano, y me pasé a lo skinhead poco antes de que empezara Bradford como banda. Ian y yo nos conocimos, y él también adoptó la imagen al entrar en el grupo. Supongo que fue y sigue siendo un look elegante que provoca una reacción, sea la que sea … No es un estilo que puedas ignorar fácilmente.

Ian Hodgson: La ropa es muy importante a la hora de expresarte, especialmente entre la juventud de clase obrera. Cuando salimos nosotros estaba en boga el estilo casual, callejero y futbolero y elegante, y muchos de mis amigos lo llevaban. Yo venía de ese sector, y a la vez me gustaban The Small Faces y The Jam; iba un poco de mod. Así que para mí no fue un enorme cambio lo de adoptar el rollo skin cuando me uní a Bradford. Simplemente me corté el pelo y me puse una chaqueta distinta. Fue algo natural.

Lo que me gusta es que es un look skinhead pobretón: abrigos del padre, tejanas gastadas, zapatos de gente muerta… Como si fuerais los hermanos pequeños de un skin.

IH: Sí. Siempre hemos sido aficionados a la ropa de tienda de caridad. Todo lo que llevo ahora [se señala] es ropa de charity shop [enumera una a una todas las prendas que luce, y su precio correspondiente]. Este look cuesta, en total, unas quince libras. Pero no se trata solo de la ropa, sino también de la cultura: música y libros. Vivíamos barato, porque nadie tenía un duro. En esas tiendas puedes hallar cosas envueltas en polvo que te pueden lanzar a un viaje radical por caminos imprevistos.

EB: En los ochenta no había el acceso a las cosas de hoy. Nos encontrábamos perdidos la mayoría de las veces. Tenías que inventar lo que hacías, o construirlo de cero. No solo en términos de ropa o discos, sino de cara al grupo, a los instrumentos o cosas que necesitabas saber o cómo tocar. Firmábamos el subsidio del paro, los cinco, y no teníamos dinero para gastar en amplificadores o instrumentos. Así que nos las apañábamos con lo que había. Éramos chavales de clase obrera sin estudios. Nadie en Bradford nació con una cuchara de plata en la boca. Todo era bastante difícil, pero a la vez nos dio una conexión a una tradición y a la música que nos inspiraría.

La primera vez que escuché a Bradford me parecisteis una combinación de The Smiths, The Housemartins y The Jam (de la época Setting Sons). Y también Dexy’s Midnight Runners. ¿Es eso más o menos aproximado a como lo veis vosotros?

EB: Sí, todos ellos. Eran grupos que buscaban emocionarte. Muy inspiradores. Te invitaban a moverte, a hacer cosas. Y todas sus letras eran relevantes, hablaban de cosas que experimentábamos cada día. Esos grupos tenían todo lo que yo buscaba en el pop. Una cierta intensidad y creencia absoluta en lo que hacían.

IH: No había mucho dinero para comprar álbumes. Podrías decir que nos alimentamos de una corriente muy estrecha de grupos. Un puñado. Pero a la vez eran bandas que, por sí solas, abrían avenidas enormes, sacabas mucho de cada una de ellas. De cada elepé. Era algo que venía del corazón, y buscaban expresar emociones honestas y reales, y creo que como banda no puedes aspirar a más. Es un punto de partida muy fuerte, empezar con Dexys.

Resultat d'imatges de bradford shouting quietlyEsos grupos expresaban una sensibilidad antimacho que fue muy importante en Bradford. La capacidad de mostrar vulnerabilidad. Tenían baladas melancólicas, te alentaban a mostrar tu lado débil…

IH: Es una combinación imbatible: tíos con pintas de duros pero corazones blandos [ríe]. Yo acababa de dejar mis estudios, en 1984, y justo empezaba a firmar el paro cuando escuché aquello de “I never had a job because I never wanted one”. Grupos como The Smiths hicieron que la identidad masculina fuese algo más fluido. En Bradford venimos de lugares muy macho, de crecer en Blackburn junto a gente que todo el rato se estaba metiendo contigo, por tu peinado, por tu pinta, por lo que fuera… Pueblos violentos. Peleas en pubs. Las bandas que nos gustaban nos dieron permiso para ser algo más… amplio que un hombre corriente. Te proporcionaban aspiraciones que venían de un poder superior. Una mirada ancha. Yo vi a The Jam en 1982 en el Manchester Apollo, y tuve la oportunidad de ir al camerino a conocerles. Paul Weller era mucho más hermoso de lo que había imaginado. Tenía unos ojos muy bonitos, y me di cuenta de que llevaba lápiz de ojos. Así que yo empecé a llevarlo también. A veces incluso me pintaba las uñas de negro. Todo eso confundía a la gente, despertaba animosidad. Pero dime: ¿qué hay de malo dar brincos por ahí con los ojos pintados, EH? [ríe].

EB: Cuando eres adolescente topas de narices con todas las contradicciones inherentes a lo de ser hombre. Empiezas a darte cuenta de cómo te sientes por dentro, y los problemas que tienes para comunicar esas emociones. Aparecen sensaciones mucho más tiernas. The Smiths fueron capaces de exponer esas contradicciones de un modo que hizo que mucha gente se identificase con ellos y se acercara a su música. Cuando teloneamos a Morrissey en su primer concierto en solitario, en Wolverhampton, en 1988, el público eran 4000 personas, en su gran mayoría hombres, sin camiseta, jaleando a otro hombre, también sin camiseta, en el escenario. Era una situación curiosa, porque el ambiente carecía por completo de testosterona. Habían invertido las expectativas que se tenía del género masculino.

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Ian Hodgson y Ewan Butler, segundo y tercero por la izquierda

Había otras escenas que también defendían la torpeza social y la masculinidad defectuosa, pero eran muy distintas a vosotros. Todo ese rollo de C86 y twee escocés parece mucho más cerrado y de clase media que vosotros.

EB: Desde luego. Eran estudiantes, para empezar, y con orígenes adinerados. Tocábamos con ellos, teníamos buena relación personal, pero no nos parecíamos demasiado musical o espiritualmente.

IH: En 1989 tocamos en el Locomotive de París con un grupo londinense llamado The Corn Dollies. Estaban de gira europea. Conocí a su batería, Jack, en un ascensor. Era de clase media-alta. Tenía un acento muy pijo pero pinta de troglodita. Cuando aparecía te lo imaginabas al lado de un fuego, en una caverna, sosteniendo un garrote. Me dijo [imita acento pijo inglés] “he estado de fiesta toda la noche, bebiendo, y tal…”. Y era tan cliché, tan cliché estudiantil, que parecía una broma sacada de The Young Ones. Estuve a punto de carcajearme. Nosotros éramos distintos a toda esa escena. Éramos una pandilla. Tocábamos con grupos más grandes que tenían mejor equipo, pero nosotros ensayábamos más.

Lo irónico es que esos grupos tenían los medios para ser enormes, pero preferían dirigirse solo a su camarilla de anoraks. Mientras que grupos como vosotros o The Housemartins, por decir solo un ejemplo, quisisteis siempre llegar al máximo de gente posible.

IH: Por supuesto. No queríamos ser U2, pero si llegar al máximo de gente sin comprometer nuestros ideales. No llegamos a demostrarlo porque nunca llegamos a ser grandes [ríe]. Pero sabíamos que lo que teníamos era bueno, aunque quizás un poco fuera de época. Creo que nos hubiese ido mejor en otra década. Unos años después, durante el Britpop. Tal vez.

50 peniques más grandes que The Stone Roses

Ese parece ser el consenso general: “5 años tarde para la Smithsmanía, 5 años temprano para el Britpop”. Entre guerras.

IH: Creo que sí. Cuando aparecimos nos tocó ser de veras un “gang of one”. Estábamos bastante solos, no nos sentíamos cercanos a ninguna banda del momento. Nos gustaban grupos pequeños como The Way, de Yorkshire, que llevaban sección de viento, y otra banda llamada 3-Action!, de Hull, muy del rollo Housemartins, también socialistas politizados como nosotros. Ya sabes lo que sucedió con Margaret Thatcher en el Reino Unido y su ataque a la clase obrera. En cualquier caso la cultura del lujo y del escapismo nos decantó hacia el otro lado: nos volvimos muy austeros y realistas, tanto en la pinta que llevábamos como en la forma de vida.

EB: Creo que la prensa decidió que el nuevo estilo en boga iba a ser el Madchester, y concentraron en ello todos sus recursos. Hasta entonces habíamos tenido una visibilidad enorme en prensa, Morrissey había declarado que éramos los herederos de The Smiths, y durante unos seis meses se nos consideró los “protegidos” de los periodistas. Parecía que no podíamos hacer nada mal. Y de repente, de un día para otro, todo cambió. Nos vimos con el paso cambiado, no encajábamos en absoluto. Fue algo difícil de tragar, si te soy sincero, incluso creó tensiones irresolubles entre nosotros. Porque estábamos construyendo algo desde aquel éxito inicial y de repente el suelo desapareció bajo nuestros pies.

Lo de elevar bandas a la estratosfera para luego aplastarlas contra el asfalto es una vieja tradición de los semanarios musicales ingleses…

EB: Llevamos muchos años en terapia [sonríe].

IH: Es un poco como si te sacaran de la montaña rusa en la que estabas y te pasaran al tiovivo de caballitos para niños pequeños. Cuesta acostumbrarse al cambio, te sientes un poco ridículo. Dando círculos una y otra vez por el sitio donde empezaste, y del que creías que habías escapado. De salir en el NME cada dos por tres me vi en la cola del paro otra vez. En 1992 ya habíamos estallado en llamas, de nosotros no quedaban ni las cenizas. Fue difícil acostumbrarse a eso. ¡Pero ahora estamos bien! [pone cara de paciente de psiquiátrico].

Resultat d'imatges de bradford skin stormHe leído que “todo acabó de un modo horrible” para vosotros.

IH: Éramos cinco jóvenes emocionales. Cuando empezó la caída todos buscamos una razón, alguien a quien culpar del desastre [simula sollozar]: “fue tu forma de tocar el bajo”, “no, fue tu voz”. Algo que nos era ajeno -un cambio de dirección musical en todo el país- se internalizó.

EB: Admito que yo estaba en estado de shock. Fue duro. Tampoco es que fuese algo tan raro o inusual: éramos cinco chavales de una edad en que la gente discute y se pelea y termina amistades. Nosotros, además, estábamos en un grupo, con todas las tensiones añadidas que eso conlleva. La gente te empieza a hartar, por ninguna razón en particular.

IH: No somos violentos. Nos gusta la paz. Así que no nos lanzamos a trifulcas a puñetazos entre nosotros. Aunque admito que algún empujón torpe en el local de ensayo sí que hubo.

EB: Algún bolsazo [ríen].

Pero hemos ido a lo horrible sin pasar por lo celestial: la época en que Morrissey dijo “Lust roulette” casi me hace llorar”, Stephen Street os fichó para su sello Foundation…

EB: Al principio fue inmenso. Pura euforia. Antes de que Morrissey hablara de nosotros solo éramos un grupo local haciendo conciertos locales. Y de repente Morrissey nos arrancó de la oscuridad, salimos en el NME,  Melody Maker y Sounds, todo el mundo quería saber quién éramos, Morrissey y mucha otra gente venía de visita a Blackburn… Fue una experiencia inmensa, irreal, y pasó tan rápido que nos quedamos pellizcándonos, tratando de decidir si había sucedido de verdad.

IH: Geoff Travis, de Rough Trade. Adrian Thrills, del NME. Visitantes habituales. Muchos mánagers y agentes, de CBS y otras multinacionales, venían al local de ensayo blandiendo sus chequeras. Pero al final nos quedamos con Stephen Street. Conocerle fue la segunda mejor cosa que le pasó a la banda. Se convirtió en un sexto miembro. Su mentalidad y estética era la nuestra. Fue una bendición, nos ayudó a encontrar un foco. Por supuesto, más tarde su sello entró en bancarrota y todo se fue a pique.

Morrissey entabló amistad personal contigo particularmente, Ian.

IH: No tengo muchos ídolos: Joe Strummer, Paul Weller, Kevin Rowland y Morrissey. Que Morrissey dijese que mi grupo merecía heredar la corona de The Smiths, en un momento en que lo que él decía se tomaba como un evangelio… La vida no podía ser más hermosa. Morrissey incluso vino a visitarme unas cuatro veces a Blackburn, me llamaba regularmente y cuando estaba de gira nos intercambiamos muchas «notas tontas» (postales y cartas, así como programas de sus giras americanas). Fue una relación de amistad fantástica. Él era muy erudito, había leído mucho y poseía un vasto conocimiento de cultura pop británica, así como de películas y comedias kitchen sink de los años 50 y 60. A veces era un poco tímido, pero divertido a matar, con un sentido del humor norteño muy seco. Creo que le gustaba mi aspecto skinhead, y acabé dándole mi copia del libro Skinhead de Nick Knight, que le encantó. Creo que aquel libro, de hecho, influyó en su carrera; fíjate en las botas y dobladillos que lleva en las primeras fotos de su carrera en solitario. Cuando se mudó a Los Ángeles perdimos contacto. Hacia 1992.

Terminemos hablando de política. Me gusta que vuestra perspectiva izquierdista fuese de “experiencia vivida, no consignas marxistas”, como dice de vosotros Fergal Kinney, de Louder Than War, en el recopilatorio.

IH: En aquella época había muchas bandas que utilizaban retórica marxista: Easterhouse, Microdisney, McCarthy, That Petrol Emotion… Nosotros éramos distintos. Nos interesaba un tipo de decencia más general, ayudar a la gente y todo eso, más que hablar de revolución. Varios de nosotros hemos terminado trabajando de enfermeros, o ayudando a niños con minusvalías, yo trabajo en la Cooperativa de comida orgánica local, Ewan ayuda a pacientes mentales, o a gente que se está recuperando de un infarto… Cuando terminó la banda no nos vendimos al demonio; no empezamos a vender seguros de vida. Creemos en la humanidad, y siempre hemos intentado ayudar. Por eso estamos aquí.

(esta entrevista es una exclusiva de Kiko Amat para Bendito Atraso).

Mi aristocracia es mi biografía: Virginie Despentes y Vernon Subutex 2

Una nueva pieza para Babelia de El País sobre mi autora francesa actual favorita, esta vez sobre el segundo volumen de Vernon Subutex.

“Si quieres hablar conmigo, dime antes dónde has crecido”.

Léan aquí las razones que esgrimo para que todos ustedes lean esta formidable trilogía. Si no chuta, golpeen una y otra vez con la frente en dicho punto hasta que se parta la pantalla del ordenador.

THE ORCHIDS: los chicos “malos” de Sarah

Si van de inmediato a la web de Rockdelux hallarán allí la entrevista de Kiko Amat con Chris Quinn, el batería de THE ORCHIDS. En ella se habla de los calzones de The Sea Urchins, la poll tax, la capacidad de odiar a otros grupos, lo de ser una banda de clase obrera y emborracharse de manera exuberante. Y más asuntos de interés. No se la pierdan, hagan el favor. Incluye nuestros 4 momentos favoritos de la banda.

Zona franca: La Inmensa Minoría, de Miguel Ángel Ortiz

Miguel-Angel-Ortiz-portadaLa inmensa minoría es una casi perfecta novela de barrio. Importa poco si su joven autor, Miguel Ángel Ortiz (1982), vivió en sus laceradas carnes todo lo que se nos cuenta en el libro. Lo importante es la verdad que contiene, palpable y sólida; una franqueza innata que mucha gente desea utilizar en su prosa pero pocos poseen. En ese sentido, la “autenticidad” del paisaje no es vinculante a la hora de juzgar La inmensa minoría. ¿Vivió Ortiz en la Zona Franca en la época que se describe en el libro? Poco importa. Lo importante es que las situaciones, los personajes, las emociones, laten con La Gran Verdad Fanteana. Una honestidad que no tiene por qué ser biográfica; una pura verdad emocional. O la tienes, o no la tienes.
La inmensa minoría habla de una panda de adolescentes barceloneses de clase obrera a lo largo del 2010. Estos chavales se aburren, pelean, masturban, enamoran y desenamoran, cuernean y son cuerneados, van a clase y odian ir a clase, chutan balones en el equipo local (hay mucho balompié aquí), contemplan cómo sus padres se desloman en curros-de-mierda (olisqueando allí su futuro, sin duda) y terminan divorciándose, se meten en problemas, se emborrachan en bares de viejos y tratan de gestionar la ruptura definitiva con su infancia.

Chusmari (gitano), Pista (chuleta), Peludo (tímido) y Retaco (o Roger, el protagonista) están vadeando el fugaz trance de la adolescencia, velocísimo periodo de entreguerras donde las cosas empiezan a doler (pero simulas que no), donde nada se entiende (pero pretendes que sí) y todo escapa a tu control (pero vas de que “controlas”). El retrato de estos teenagers de ESO y sus cuitas está realizado como procede: la pena, sincera pero sin melindres (“Pensar me dolía. Recordar era una mierda. Y crecer también”); los conatos de violencia y locura púber, sin disculpas ni miriñaques; los momentos de emotividad, sin violines ni cámara lenta; referencias y citas, las justas (Extremoduro, a menudo); la acción, constante y bien narrada; el lenguaje, esbelto y ágil. Miguel Ángel Ortiz ha pintado, en suma, un imponente fresco de la experiencia adolescente de extrarradio, captando toda su rabia, brutalidad, ocasional romanticismo y humor. Una gran novela de la Barcelona no pija. Un digno heredero de la tradición de Marsé, Candel, Ledesma, Casavella o Zanón. Kiko Amat

La inmensa minoría
Miguel Ángel Ortiz
Literatura Random House
430 págs.

(Crítica aparecida originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 24 de diciembre del 2014)

Soul Boys del mundo moderno: Kiko Amat entrevista a SPANDAU BALLET

Para Babelia. Dentro-fuera. Una conversación fugaz de 25 minutos a la que le exprimimos todo el jugo imaginable, agarrándoles de las guerreras para que no se largaran tan pronto. Charlamos de subcultura, de clase obrera, de soul boys, de hedonismo y de punk rock; hablamos incluso de mods.

Este, su escritor de cercanías favorito, ex-detractor convertido en groupie, incluso se hizo una tremebundaza foto con ellos (que ya les mostraré otro día).

Léanla con pasión, justo acá. To cut a long story short: I lost my mind.

Comentario al comentario sobre nuestro comentario (sobre Hipsters, etc.)

Ay: la historia, a estas alturas, es tan familiar como un catarro otoñal. Pues siempre ha sido así, desde mi más temprana mocedad. En mi instituto, en 1988, los plúmbeos del POSI ya nos llamaban “contrarrevolucionarios” y “enemigos de la clase obrera”, solo porque nos mofábamos (una miaja) de ellos. De sus rancias consignas, de sus pancartas, de sus aires mesiánicos, de sus trasnochadas nociones de lo que era “el pueblo”, de su completa falta de sentido del humor, de sus pintas y espíritu ceniciento, carente de dicha y fervor juvenil. Pero, ¿cómo íbamos a ser enemigos de nuestra propia clase? ¿Y éramos “enemigos” solo porque llevábamos tejanos blancos y nos negábamos a aceptar órdenes y nos moríamos de tedio en las manifestaciones? Los estalinistas españoles durante la Guerra Civil utilizaban el mismo hurta-el-cuerpo-y-señala-algo-abstracto con los anarquistas, cuando los segundos les reprochaban sus jerarquías, su catecismo cerril, su obediencia ciega a un ideal absoluto, su irritante paternalismo. A esa gente le interesa confundir la parte con el todo: te mofas del kommissar y ya eres un traidor a la causa. Te ciscas en sus diezmos y ya estás con el invasor. Los de la FAI estaban “a sueldo del fascismo”. Nosotros somos hipsters, burgueses pederastas anti-proletarios patea-caniches y cisca-en-baldosas porque hemos señalado, y bien señalado, el discurso ridículo de un libro que no es más que un panfleto monolítico de autolavado moral. Y porque trata de canjear una hegemonía por otra; y las dos dan bastante repelús.

Seré breve, porque tengo cosas al fuego y luego me urge inspeccionar las caballerizas: criticar Hipsters etc. (me niego a transcribir entero ese título espeluznante) no es ser enemigo de la clase obrera, como sugiere la robótica respuesta a nuestro comentario. Es ser un enemigo del discurso totalitario y delirante que exhibe el librejo de marras, y de la visión engañosa, idealizada y pastoril, que utiliza para describir a la clase obrera (recordemos: nuestra clase). Y de la McCarthyana perspectiva “si no estás conmigo estás contra mí” que se desprende de sus penitentes páginas.
Me pregunto, ya que estamos, quién ha votado a Lenore como interlocutor legítimo del “barrio” (el día que le votaron yo debía estar en el retrete). No dudo que Lenore esté escuchando algunos ecos del gueto, pero me da a mí que el eco es más bien apagado, y que ha ido perdiendo significado manzana a manzana, viajando en taxi de una parte a otra de la ciudad. No me entiendan mal: yo tampoco sería el interlocutor adecuado, pues me paso el día reclinado en la vasta chaise longue de mi céntrico pisito del Eixample, y, aunque no soy de clase media, sí estoy en la clase media (como dijo Nelson Algren) desde hace unos buenos diez años. Pero, ¿Lenore? ¿No se presentó nadie más, o qué? Y en cualquier caso: eso de que una persona de autoridad se encargue de dilucidar qué es cultura callejera y qué no, ¿no les suena un poco a los viejos Papas medievales, los únicos que tenían potestad para dialogar con El Altísimo, y luego transmitir sus explícitas órdenes al vulgo? Francamente sospechoso, todo eso.
¿Y qué sucede si no encajas en el corsé “proletario” de Lenore? ¿Y si eres de un pueblo industrial de extrarradio pero resulta que quien te inspira es, precisamente, Red House Painters? ¿o Felt? ¿o la música Oi!? ¿o Los Planetas? ¿o el glam rock? ¿o los putos niños cantores de Viena? ¿Y si te chifla leer a Wodehouse, cuyas historias se centran exclusivamente en torpes lechuguinos de clase muy alta? No respondan. Sé bien lo que sucede: la excomunión. El destierro. La retirada del carnet working class fidedigno y autentificado con doble timbre y sello. ¡La ignominia y el oprobio! Bah. ¿Somos niños, o qué?
Me imagino a Emma Goldman dirigiéndose a Lenore:

EMMA (presentándose en el puesto de mando): Si no puedo bailar no es mi revolución, tronco.
LENORE: De acuerdo, camarada. Adelante.
EMMA: Guay. Pues ya que estoy aquí me gustaría poner este disco (saca disco de pizarra de entre los pliegues de su faldón) para echar unos bailesitos.
LENORE (abochornado pero inflexible): Uy, no, ese no va a poder ser.
EMMA (perpleja): ¿Cómo dice?
LENORE: Que ese (señalando con cara de asco) no puede usted bailarlo, Sra.Goldman. Tiene que bailar este de aquí, que es el que hemos aprobado en el último comité.
EMMA: Anda y que te zurzan, colega.

El comentario a nuestro comentario sugiere ahora que somos enemigos de los “chonis”; lo que faltaba. Como quedaba bien claro en mi texto, escrito por mí mismo con estas cansadas manos, lo que me parece lamentable es que unos cuantos caballeros autodesignados hayan erigido un nuevo canon de lo que es la izquierda libertaria y anticapitalista actual (se parecen de forma alarmante a aquellos militantes desclasados de los años ochenta: los salvadores del pueblo, los que se iban a Nicaragua pero jamás habían entrado a un maldito bar obrero). Eso me parece lamentable, y también risible. Y también me parece muy cuestionable la visión grotescamente idealizada, vista desde las alturas y utilizando prismáticos, de cualquier clase.

En mi primer comentario ya les dije que Hipsters y toda esa ralea infame que no somos nosotros seis, de Víctor Lenore, me parecía un espanto. Lo mantengo, y si se empeñan lo repetiré aquí: es un libro de moral dudosa, repleto de acusaciones alucinantes (de alguien bastante alucinado, quiero decir), resentido y sermoneante y de tono catequista, y preferiría que me arrancaran de cuajo una muela del juicio a tener que releerlo. Me llena de perplejidad que intenten equiparar a Hipsters etc. con Chavs, el libro de Owen Jones. Como si fuesen la misma cosa. Quizás sus escasos fans imaginan que si repiten lo suficiente los dos nombres juntos, el público va a terminar equiparándolos. Como si yo fuese por la calle canturreando “Kiko Amat, Paul Newman” por la calle, confiando en que el binomio se implantara en el subconsciente de la peña. Pero, por desgracia para Lenore, eso no funciona así. Nada así. La clase obrera está demonizada y hay que defenderla siempre, seas de la clase que seas; Owen Jones está en lo cierto. Pero Owen Jones no ha montado una checa cultural e intelectual para servir a sus propios fines, como sí ha hecho muy gustosamente Lenore.

Para terminar, solo añadir dos o tres cosas relevantes para solaz del público lector:
a) Lenore afirma que ha escrito su libro para “crear debate”, pero no ha entrado a “debatir” ninguna de las numerosísimas y firmes réplicas (David Morán en Rockdelux, Manu González en Blisstopic…) que su libelo ha recibido, del uno al otro confín. Lo que sí ha hecho Lenore, por el contrario, es ovillarse en su viejo bunker y deshacerse de toda crítica agrupándola en un “todos van contra mí” paranoico y miope y trémulo que reúne (rían aquí) al director del Primavera Sound y a mí mismo, por ejemplo; almas gemelas, claro está. La visión de la réplica es la misma que la de Hipsters etc. Si allí juntaba por arte de magia a la reina Letizia, Diplo, Sr.Chinarro, Javier Calvo y Jan Martí de Blackie Books, por decir solo cinco, aquí vuelve a materializarse un gang de enemigos anti-lenoristas sedientos de sangre, barbudos y ricos y modernos y anti-proletarios (su creación frankensteiniana del hipster perverso suena bastante parecido a los protocolos de Sión), que solo existe en su mente.
b) Cuando Lenore se digna a contestar mis acusaciones y emerge (algo mareado) del bunker, va y publica la respuesta de otro señor. Por Dios bendito: ¿Ni siquiera luchamos las propias batallas, Víctor?
c) Y cuando llega la contestación, qué decepción: es un nuevo panfleto; envarado, aburrido, falto de humor y semi-ilegible (y este ajeno, que es aún peor). Y cuyo mensaje, una vez más, es de nuevo el cataclísmico “si no estáis conmigo, estáis contra mí. Todos vosotros”. Lenore (bueno: su portavoz) nos exige solidaridad interclasista -que la tenemos, y a capazos- pero si se fijan bien no es eso lo que reclama. Lo que reclama es que claudiquemos frente a su idea única de “solidaridad”. You’re free to do as we tell you (que decía Bill Hicks). Lo que está diciendo es que, si no aceptamos el catecismo homogéneo de su insignificante grupo de “solidarios”, entonces estamos con la gentrificación, los macrofestivales, la oligarquía, los policías antidisturbios y el neoliberalismo. Quizás también con Hitler, Belcebú, La Trinca y Tipper Gore. Igualito, pero igualito, que lo que decían aquellos estalinistas avejentados de mi juventud.
Algunas cosas no cambian jamás, ¿verdad?

No: si esa es tu revolución, Víctor, ya puedes contarme fuera de ella.

Kiko Amat