¿Cómo empezó la piratería digital? ¿Por qué se hundió el cedé? ¿Quién inventó el MP3? ¿Quién mató a la industria musical? (¿y merecía morir?) ¿Qué rayos es el “paciente cero”?¿Por qué usted puede bajarse cualquier parida en The Pirate Bay pero han cerrado todas las tiendas de discos de Barcelona? Las respuestas en Cómo dejamos de pagar por la música. Y en esta entrevista de Kiko Amat al autor.
Stephen Witt es el Indiana Jones del MP3. Este periodista de Brooklyn podría haberse contentado con incrustar sus académicas narices en los libros ya existentes sobre la era digital o el advenimiento de la piratería, pero prefirió encasquetarse sombrero, agarrar látigo y salir por la ventana a husmear él mismo en las fuentes físicas. El resultado es el revelador Cómo dejamos de pagar por la música (Contra, 2017), una obra que se lee como una apasionante novela policíaca, pese a que versa sobre friquis, laboratorios de “psicoacústica” y ejecutivos de la industria musical. El libro entrelaza tres historias ignotas: la de Karlheinz Brandeburg, padre del MP3; la de Doug Morris, el big daddy de Universal Records; y la de Dell Glover, un piernas cualquiera quien, casi sin darse cuenta, al empezar a planchar cedés desde su habitación, se convirtió en el mayor filtrador de música inédita del mundo y varió para siempre el curso de la historia.
Tu libro me recuerda al trozo aquel de JFK en que Garrison se cita con “X” en las escaleras del Capitolio. Solo que en lugar de investigar asesinatos de presidentes…
Hablé con tíos que robaban cedés [ríe]. Sí. Es algo así.
Todo parece empezar en un lugar y un momento muy concreto, como en los documentales de Adam Curtis.
Cierto. Lo que sucede con Adam Curtis es que él dobla la verdad. La amolda a su teoría. Nos cuenta algo que podría haber pasado, más que lo que pasó. En mi caso, todo es real. No exagero la importancia histórica de algo. Un 80% del libro es inédito, se basa en investigaciones propias, no fuentes ajenas o artículos ya publicados. De lo que menos hablo en el libro es del fenómeno Napster y la tecnología de pares, pero solo porque había sido cubierto extensamente en otros lugares. Yo preferí hablar del subsuelo, de las cosas que no se habían contado. Sobre el primer gran pirata de la era digital, Dell Glover, por ejemplo. El llamado “paciente cero”. Un tipo que nadie conoce, pese a que creó el mundo en el que vivimos.
¿No tuviste un poco la sensación de que aquello era la “banalidad del mal”, como se dijo de Eichmann? Glover, que trabajaba en la fábrica de CDs de Polygram y por eso lo empezó todo, no es precisamente un villano Bond.
La verdad es que era más interesante de lo que yo esperaba. Yo creía que iba a topar con la historia de una generación bajándose cosas en sus ordenadores poco a poco. Pensaba que aquella era la forma en que toda esa música gratis acabó en internet. ¡Pero de golpe descubrí que todo venía de un solo hombre! Imagina mi sorpresa. No creo que Glover sea un tipo banal. No era un tipo cualquiera: un trabajador negro de una fábrica de prensado de cedés cuyos mayores intereses son los ordenadores y las motos de carreras. A primera vista es el estereotipo de personaje de clase obrera, pero su inusual proclividad hacia los aspectos tecnológicos del proceso (algo en cierto modo inusual para alguien de su clase social), sumado al hecho que estuviese tan bien situado para empezar la filtración masiva de material, le convierten en alguien único. Es más banal la parte que trata exclusivamente de la industria discográfica y personajes como Doug Morris y el resto de CEOs de las grandes compañías. El egotismo, la rapacidad, las extravagancias monetarias… Todo sonaba a cliché. Por el contrario, todos los piratas que entrevisté eran grandes personajes. Todos tenían algo raro, una historia extraña que contar. No eran gente común.
En historia, grandes cambios se producen por razones locales. Muchos de los personajes que provocaron cambios radicales en la industria y tecnología musical estaban actuando por pequeñeces.
Muy de acuerdo. Marx creía que la grandes revoluciones comunistas vendrían como consecuencia lógica de tomar los medios de producción, no por la afiliación a una ideología. La gente quería tener más cosas. Y eso, como apuntas, es literalmente lo que sucedió en este caso. Un tipo literalmente se adueñó de los medios de producción y empezó a producir objetos desde su casa, sin obedecer las normas de propiedad intelectual o las normas capitalistas de intercambio económico. Y no lo hizo porque fuese un radical de izquierdas. Lo hizo porque quería una moto de agua. Todo lo que provocó en el mundo vino dado por una necesidad casi infantil de determinados bienes físicos (algunos eran artículos de lujo bastante ridículos, además; no lo hizo para alimentar a su familia). Glover no era un marxista. No tenía convicciones políticas. Él te diría claramente que lo hizo todo por un televisor de plasma o un nuevo quad. Pero nosotros sí podemos darle una interpretación marxista. Lo suyo fue una revuelta en toda regla contra los propietarios de los medios de producción.
Yo estaba bastante predispuesto en contra de la industria musical. Pero los pirateadores de los que hablas tampoco me cayeron muy simpáticos, la verdad.
No lo eran. Eran trolls mezquinos, en su gran mayoría. Es solo que yo hablé con los trolls originales, los que estaban al principio de todo, antes de que el troleo se hiciese popular. No era gente que aceptase ninguna responsabilidad por lo que hizo, por su comportamiento negativo y antisocial. Por otra parte, eran chavales. Cualquier actividad que atraiga primordialmente a chicos adolescentes va a tener un elemento antisocial asociado. Vas a hallar mala actitud y peores modales. Pero solo porque así son los adolescentes. Yo era uno de ellos, y hacía tonterías parecidas. Crees que la vida es una broma, que no tienes por qué pedir perdón por nada… Pero algunos de esos chavales sí querían realizar actos de naturaleza política. Se dieron cuenta de que formaban parte de un movimiento político que estaba “liberando” información a través de internet. Yo simpatizo con esa idea. Solo desearía que…
…fuese verdad.
Exacto. Ojalá no fuese gente aburrida en su casa saqueando cosas gratis. Mucha de esa gente, en efecto, eran solo trolls, eran antisociales y infligieron graves daños a la industria mediática y a muchos artistas. Pero un porcentaje de esos tipos creía en lo que hacía, y estaban dispuestos a ir a la cárcel por ello. No se rindieron, ni siquiera cuando empezaron a ir a por ellos. La mayoría no era así: estuvieron en el ajo hasta que les llegaron las primeras denuncias: entonces se asustaron y empezaron a delatar a todos sus amigos.
Futurama los describía muy bien. Un montón de friquis granujientos escondidos en IRC…
Eran así. Cuando todo esto empezó, en 1997 o 1998, la cosa era abrumadoramente masculina. Todos sus integrantes eran varones de diecisiete años. El internet moderno ya no es así. Todo dios está allí, ha cambiado radicalmente desde que empezó la revolución del smartphone. Gente mayor, chicas… de repente todo el mundo estaba online. Eso creó una gran fricción en la red, casi podría decirse que hubo una guerra de géneros. Virtual, claro. Lo fascinante de todo esto es que muchos de esos trolls originales ni siquiera tenían grandes conocimientos técnicos. Muy pocos sabían programar o utilizar códigos. Solo eran gente a quien le interesaba entrar en ese nuevo mundo. No necesariamente gente con talento.
Por mal que caigan los trolls, es muy difícil sentir compasión por alguien como Doug Morris, CEO de Universal, quien cobraba 50.000 dólares al día.
Estoy de acuerdo. Y se fue de rositas de la catástrofe. Hizo una enorme fortuna mientras la industria musical se iba hundiendo. Él permaneció en la cima, pero su bando fue aplastado. Te voy a decir lo que deberían haber hecho para triunfar en la batalla que perdieron: deberían haber abandonado el compact disc en el año 1996 o 1997. Era su formato más lucrativo y se hicieron de oro con él, pero deberían haberlo soltado para concentrarse en algo que tuviese una fácil distribución a través de internet. Pero no lo hicieron. Se aferraron al formato hasta el último aliento.
¿Fue por razones de pura avaricia? ¿Ignorancia?
Avaricia sí. Autocomplacencia también. Pero hay que comprender una cosa: hoy damos por sentado que internet destruyó todos los formatos anteriores. Pero algo como internet nunca había sucedido. La industria discográfica fue la primera en enfrentarse a aquella nueva amenaza. Y en aquel momento nadie creía que aquello fuera relevante. Bill Gates escribió un libro en 1997 sobre el futuro de la informática, y casi ni menciona internet. Mucha gente no pensaba que aquello fuese a cuajar, ni desde un punto profesional ni desde uno social. Y, para colmo, no comprendían la nueva tecnología. No entendían qué era aquello de la tecnología de compresión (lo que por otro lado es normal, pues es algo casi incomprensible para un profano). Creían que el cedé era el formato perfecto: daba una inmensa calidad de sonido, era semi-portátil y muy barato de producir. Los beneficios eran colosales. uno puede entender que rechazaran una propuesta que en el fondo sonaba así: “vamos a obtener un sonido inferior, sin formato físico, en archivos 100% portátiles, y por cierto, no vais a sacar ni un duro de ello”. Aceptar algo así era duro. Pero hay una cosa añadida que considerar: incluso sin el pirateo, la industria musical estaba acabada, tal y como la conocíamos hasta entonces. Porque en la nueva industria digital, el single se iba a desacoplar del álbum. Eso es lo que les mató. Hoy casi no existe la piratería; la mayoría de gente se ha movido al streaming. Pero la industria discográfica no se ha recuperado. Y eso sucede porque durante muchos años se salieron con la suya al meter un hit single en un elepé, y vender 10 o 15 millones de álbumes, a 13 o 14 dólares cada uno. Ese mundo ha muerto. El single ha sido extirpado del álbum, y eso les ha colocado en una situación permanente de ganancias reducidas. No hay nada que puedan hacer contra ello. Es natural que Morris se negara a ir en aquella dirección. Sabía que iba a morir. Conocía los riesgos. Al final rechazaron invertir en el futuro de la distribución musical, y un puñado de adolescentes lo hicieron por ellos.

Doug Morris, CEO de Universal-Sony. Uno de los villanos de esta saga. Es el del medio.
No quiero ir de profeta ni nada de eso, pero los que veníamos del vinilo ya sabíamos que el cedé era un formato deficiente. Y lo de que mejoraba el sonido solo lo percibieron dos musicólogos.
O ingenieros de sonido. En teoría el cedé era un formato inmortal, porque al contrario de la degradación de los surcos de vinilo, podías poner un cedé cien veces sin que el lector degradara el soporte. En la práctica no es así, porque los cedés se rayan continuamente. Y se rompen. Era un formato bastante débil, sensible a los elementos. Tenía muchas taras. La ventaja era que era el primer sistema completamente digital. Y a la gente le gustó, seamos honestos. En la cima de su reinado, a finales de los 90, el vinilo estaba muerto y enterrado. Estaba por debajo del 1% del mercado. Eso significa que todo el mundo se había pasado al cedé. Y llegaron los burners, la gente podía hacer mix cds… Yo crecí con aquel formato. Pero tenían un montón de limitaciones, que se hicieron más y más aparentes según nos íbamos moviendo hacia un mundo digital más portátil. Y nadie los coleccionaba de forma nostálgica, como sucedía con los discos de vinilo.
¿Le cantamos un “se lo merece” a la industria musical?
Ganaron demasiado dinero durante demasiado tiempo, y a expensas del consumidor. A la vez, esas ganancias descabelladas crearon un sistema cómodo de egos artísticos, bastante prolíficos, y aquel dinero permitió que mucha gente formara parte de la industria; gente que hoy en día no tiene acceso a ella, pues el tamaño de la industria se ha encogido. Hasta cierto punto, puesto que era difícil hacer dinero únicamente de las vendas de los álbumes (o del streaming), aquello forzó a mucha gente hacia una mentalidad mercenaria. Y por eso la música que tenemos hoy es buena, en cierto modo, pero toda suena a anuncio de Pepsi. Y la razón es: todos los músicos quieren ser fichados para un anuncio de Pepsi.
O la banda sonora de un filme.
Exacto. Esa es una fuente de ingresos clave para un grupo hoy. Pero en la cúspide de la época del vinilo, incluso en la del cedé, un grupo podía permitirse no hacer eso y vivir solo de las ventas de sus discos. Eso ha provocado que el sonido o la producción sean radicales, pero los valores mucho más conformistas y pro-corporativos. Y todo ello provoca un decrecimiento de la ambición artística.
Me gusta que menciones a los artistas, porque en muchas discusiones sobre industria musical vs. piratería se olvida que en medio de todo ello (a menudo generando la riqueza) hay un tipo con una guitarra de quien nadie habla. Y creo que fue estafado en modo sándwich.
Al artista le dieron por todos lados, es verdad. Son los que salieron peor parados de aquella batalla. y lo suyo no tiene una solución fácil. La parte complicada es esta: incluso si tienes un hit para el álbum, aún tienes que grabar las otras doce, o veinte, o treinta. Es mucha faena, y a menudo hay mucha gente implicada en el proceso, de productores a compositores de encargo. Gente que cobra. Existe ese mito del artista como figura heroica, que no sé hasta que punto es acertada; después de todo solo es un tío en un escenario. El público quiere que sean héroes, pero la verdad es que muy pocos están a la altura. Otro mito es el de la figura creativa solitaria, algo que hoy en día y si hablamos del mainstream, ya no es cierto, simplemente. Detrás del artista de rap hay un abogado a cargo de los samplers, un agente, múltiples productores, mezcladores, ingenieros de sonido, un compositor de encargo… Para muchos artistas actuales el proceso se parece mucho a un karaoke en el que ellos entran y cantan con un tono determinado una canción en cuya creación no han tenido casi nada que ver. A veces ni eso: su voz es una amalgama de treinta tomas previas, combinadas para crear el tono ideal. Eso es así para todo el pop mainstream, y para buena parte del pop independiente también. Dicho esto, aún tenemos unos cuantos visionarios icónicos que se lo hacen todo ellos mismos; pero son la excepción. Mira a Kanye West: los créditos de una sola canción listan a veinte o treinta colaboradores. Por canción. Es más un director de orquesta que un músico pop. La conclusión es que hoy, pese a la existencia de programas facilitadores de grabación casera como Soundcloud o ProTools, es más difícil grabar discos.
Algunos artistas lo entendieron todo mal. Como Lars Ulrich, de Metallica, cuando llevó a Napster (y, por extensión, a sus usuarios) a juicio.
Lo fácil era culpar a los piratas, pese a que la industria musical tenía lacras muy profundas y muy arraigadas. Pero lo entiendo, en cierto modo. Míralo de otro modo: soy escritor. Cobro igual si la gente se termina mi libro o no. Y a menudo no lo terminan. Creo que esa es la norma de la industria editorial: una gran parte de lo que se vende no se lee. Pero imagina una situación económica en la que el lector solo pagara por lo que de verdad lee. Eso seria una catástrofe económica para mí. Ganaría mucho menos dinero. Y eso es lo que sucedió con la industria musical, y no solo por la piratería. Simplemente llegó un nuevo tipo de tecnología que reescribió las relaciones económicas del medio. Eso es lo que jodió al artista. Ya no pueden vender un disco entero. Ahora solo se cobra por cada escucha de canción. Es una jodienda total, y ya no hay marcha atrás.
¿Todo lo que cuentas podría haber ido en otra dirección si alguno de los capítulos hubiese terminado diferente? Pongamos que el MP2 hubiese ganado al MP3, y no al revés. ¿Se habría hundido igual la industria musical?
La mejor analogía para hablar de ello es Galileo Galilei. Galileo era el científico más importante del siglo XVII. Había construido el telescopio más sofisticado de su época. No era más complejo que unos binoculares para observar pájaros de hoy, pero con él fue capaz de ver la cara de Venus y los anillos de Saturno por primera vez. Imaginemos que el día en que Galileo iba a construir su telescopio, se cae a un pozo y se parte el cuello. ¿Sería el mundo distinto? La respuesta es no. La tecnología de lentes que estaba progresando en aquel momento permitió que múltiples científicos estuviesen trabajando en telescopios a la vez. Galileo era mejor artesano y llegó a ello antes, pero era inevitable que otra gente llegara a sus mismas conclusiones tarde o temprano. El progreso en ese campo era imparable. Lo mismo puede decirse de la mayoría de personajes del libro. Todos son Galileo. Todos estaban empujando para ser los primeros en un campo muy competitivo, pero si no llegan a tener éxito otros lo hubiesen tenido. Como te decía antes, si la industria musical llega a reaccionar a tiempo quizás Napster no hubiese tenido razón de existir. Pero el destino hubiese sido el mismo: la tecnología del streaming habría acabado apareciendo, y con ella la economía que lo acompaña. La historia no siempre funciona así. Todos los personajes del libro estaban cuerdos y eran gente lógica; no hay locos. Mientras que en la historia a menudo aparecen personajes chiflados y toman el poder. Como está sucediendo en mi país ahora mismo.
(Esta es la habitual versión extendida, sin más cortes que los de pura oralidad, de la entrevista que publicó El Periódico el domingo 2 de julio, y que ustedes pueden leer en su versión papelesca aquí)