Odio (Integral Vol.3)
PETER BAGGE
La Cúpula, 2008
124 págs.
“O’Connor might have believed that the violence in [The violent bear it away] forced her characters to accept the reality in their lives, but more than that, it prepared them to accept moments of grace. In a territory ruled by the Devil, the use of violence might be the only way to seek and find the Kingdom of God.”
Flannery O’Connor and Robert Giroux; a publishing partnership
PATRICK SAMWAY, S.J.
Notre Dame Press, 2018
251 págs.
“Los escritos de HPL tienen un solo objetivo: llevar al lector a un estado de fascinación. Los únicos sentimientos humanos de los que quiere oír hablar son la maravilla y el pánico. Construye su universo sobre ellos, y exclusivamente sobre ellos. Está claro que se trata de una limitación, pero de una limitación consciente y deliberada. Y no hay auténtica creación sin cierta ceguera voluntaria.”
H.P. Lovecraft: contra el mundo, contra la vida
MICHEL HOUELLEBECQ
Anagrama, 2021 (publicado originalmente como H.P. Lovecraft. Contre le monde, contre la vie en 1991)
130 págs.
Lobo: El asunto Quigly
ALAN GRANT + VAL SEMEIKS & CHRISTIAN ALAMY
ECC Cómics 2015 (contiene el primer anual y la serie Lobo 1-6 publicada entre 1993-1994)
216 págs.
**** Junto a Punisher y Deadpool, uno de mis héroes favoritos. Fui rajadamente fan de LOBO en los 90, y luego se me olvidó, y ahora vuelvo a serlo por partida cuadruple y estoy releyéndomelo todo.
“One of the most common and saddest spectacles is that of a person of really fine sensibility and acute psychological perception trying to write fiction by using these qualities alone. This type of writer will put down one intensely emotional or keenly perceptive sentence after the other, and the result will be complete dullness. The fact is that the materials of the fiction writer are the humblest. Fiction is about everything human and we are made out of dust, and if you scorn getting yourself dusty, then you shouldn’t try to write fiction. It’s not a grand enough job for you.”
Mystery & manners
FLANNERY O’CONNOR
Faber & Faber 2014 (publicado originalmente en 1962)
237 págs.
**** El mejor libro sobre el oficio de escribir que he leído jamás. Si se leen esto + el Mientras escribo de Stephen King + las primeras diez páginas del Viure escrivint de Anne Dillard + The Elements of style de Strunk & White (un favorito de Vonnegut) ya tienen todas las directrices necesarias para empezar con esto. Solo les faltará, naturalmente, el DON.
**** Este libro será publicado en un futuro no muy lejano por la editorial catalana L’Altra.
“La visión de la mesa cuando al fin desfilamos al comedor hizo correr por mi interior un escalofrío. Era una comida sólo para gente muy joven y muy hambrienta. La inflexible solidez y frialdad de las viandas era bastante para asustar a toda persona consciente de que su digestión requiere jugos. Había delante un queso inmenso que parecía mirarnos de una manera provocadora. No sé describirlo de otro modo. Tenía un aire fanfarrón, disoluto, de memo-me-impune-lacessit, y me di cuenta de que el profesor se estremecía solo de verlo. Junto a una gran hogaza de pan aparecían las sardinas, más aceitosas y repulsivas que nunca en su misma lata original. Había un jamón, reducido a su último tercio, y un pollo que había sufrido ya grandes desperfectos en otra salida a la mesa. Finalmente, al lado del plato de Ukridge se hallaba amenazadora una botella negra de whisky. El profesor parecía ser, por su parte, de aquellas personas que sólo beben rosado de un año determinado o nada.”
Amor y gallinas
P.G. WODEHOUSE
Anagrama, 1991 (publicado originalmente como Love among the chickens en 1906)
184 págs.
Traducción de Carlos Botet
**** Un Wodehouse al mes mantiene a Kiko alejado de la terapia electroconvulsiva.
“I, for instance, wanted to write jangly little English songs about love affairs on run-down rainy railway stations. I did not want to write the type of Great Big Rock Songs that hard-loving men in poodle cuts, being all brave-through-the-tears, would bawl out during their US Stadium gigs. I wanted to bring pop music back to the village green. I didn’t want to write about route 66, I was more interested in the A120 side-roads near Elmstead Market.”
The greatest living Englishman
MARTIN NEWELL
Autumn Girl Books, 2019
367 págs.
**** Memorias parciales, sospecho que autoeditadas (del todo coherente con su pequeña cottage industry de DIY pop), de parte de uno de mis músicos favoritos, además de faro espiritual y modelo moral («¿Qué haría Martin Newell en mi lugar?» es una pregunta que me hago con creciente regularidad según avanza mi carrera literaria; y mi vida, vamos)
“Esto es una dictadura: la dictadura de los adultos”, concluye Eddie mientras camina a oscuras por las calles del Saltovsky. Eddie era capaz de orientarse en la más absoluta oscuridad por el Saltovsky. Conocía a la perfección cada esquina, cada piedra, cada árbol. “Sí, la dictadura de los adultos, peor incluso que la dictadura del proletariado”.
Eddie pensaba que los adultos hacían muchas gilipolleces. Como trabajar, por ejemplo. Lo hacían solo para ocultar sus grandes vacíos existenciales, no porque les gustase. Lo veía muy claro, por ejemplo, en su vecino de la Avenida del Paralelo 22, el tío Sasha Chepyga: lo que más le gustaba era estar enfermo, porque así no tenía que ir a trabajar. Se ponía muy contento cuando le dolía algo y podía quedarse todo el día en casa: dedicaba el día a jugar al fútbol con su hijo Vitka y con Tólik el Jorobado. Se sentía tan pleno que hasta se permitía el lujo de no beber vodka para poder seguir dándole al balón en el parque.”
El adolescente Savenko, o Autorretrato de un bandido adolescente
EDUARD LIMÓNOV
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2020 (publicado originalmente en 1987)
330 págs.
Traducción de Pedro J. Ruiz Zamora
“TRUSCOTT Durant deu anys, la mort ha estat associada amb el seu nom de manera persistent.
FAY El mateix podria dir d’un enterramorts, encara que fos de carrera professional discreta.
TRUSCOTT Els enterramorts no poden fer altra cosa que barrejar-se amb els difunts. És el seu deure. Vostè no té aquesta excusa. Set marits en menys d’una dècada. Hi ha alguna cosa que, seriosament, no acaba de funcionar en la seva manera d’enfocar el matrimoni. El que em fa por de debò és que faci cas omís de les seves experiències passades i consideri comprometre’s una vuitena vegada.
FAY ¿Com ho ha sabut?
TRUSCOTT Porta el vestit d’una altra dona tal com si li haguessin fet a mida.
FAY (amb els ulls oberts per la sorpresa) Em té meravellada. Aquest vestit era de la senyora McLeavy.
TRUSCOTT Ha sigut una deducció elemental. Aquest tipus de cremallera només la porten les dones d’edat avançada.
FAY Hauria de treballar de detectiu.
TRUSCOTT Sovint es pensen que ho soc. És una situació molt incòmoda. Cada dos per tres hi ha gent que insulta la meva dona pensant-se que està casada amb un policia. I ella no para de renyar-me pels mals tràngols que passa. (Riu.) ja deu saber quin pa s’hi dona, a la vida conjugal. Segur que sí. (Mastega la pipa una estona.) ¿Quan té la intenció de demanar-li la mà al senyor McLeavy?
FAY Al més aviat millor. Qualsevol retard pot ser fatal.”
(de Loot / Botí)
Tot el teatre I / Complete plays I
JOE ORTON
Prometeu Edicions
604 pàgs.
Traducció de Marc Rosich (edició bilingüe, anglès-català).
(Incluye The ruffian on the stair, Entertaining Mr. Sloane y Loot)
****** Fan de Orton de toda la vida. Aproveché la primera edición completa de sus obras (parte 1) en catalán para releerle. Loot sigue siendo su cúspide. Viva Orton. Viva los autores chusmeros («I come from the gutter and don’t you forget it«).
He escrito otro prólogo. Vuelve a ser para un libro que me encanta, el Boy About Town de Tony Fletcher, que publica en España la editorial Chelsea en edición aumentada y a todo color.
Les muestro un fragmento de dicho texto (que, dicho de paso, me gusta mucho). Habla de (oh, sorpresa) adolescencia:
«2. Mi juventud propiamente dicha empezó una tarde de sábado, recién clausurado el verano de 1985, cuando, con catorce años, a punto de empezar BUP, fui a jugar a muñecos de Star Wars en casa de mi primo, como llevaba ocho años haciendo. Pero aquel día traería un desenlace inesperado. Mientras mi primo intentaba mostrarme las prestaciones de la nave de Boba Fett, recién incorporada al parque móvil, me di cuenta de que, en lugar de escucharle fascinado, no podía dejar de hojear (terribles ganas de mear; ojos fuera de las cuencas) la remarcable colección de Guido Crepax de su padre[1]. El resto ya lo imaginan. Baste decir que si aquel día acabamos tomando la Estrella de la Muerte no fue gracias a mis famosos movimientos envolventes de tropas. Resulta difícil culminar con éxito la batalla decisiva de la flota rebelde cuando su almirante está encerrado en el baño, realizando una introducción apresurada al cómic erótico de calidad.
Justine fue, a la sazón, el principio pueril de algo fundamental. En el espacio de unos meses pasé de tararear con creciente aprensión la canción de Kenny Rogers que sonaba en el Seat paterno, a sentir escalofríos con el estribillo del “Wild boys” de Duran Duran, a berrear “In the city” de The Jam en el balcón familiar, dando brincos y tratando de escandalizar a los vecinos (que se negaron a ser escandalizados). Un día me ponía la ropa de mercadillo que me compraba mi madre, al siguiente le indicaba qué ropa de mercadillo debía comprarme, al otro me negaba a ponerme esa ropa “trapera” y salía de casa pegando un portazo, al final conseguía, tras mucho implorar, que mi madre me acompañara a Flexor[2] a comprarme un polo Fred Perry (español).
Un día bebía leche con Nesquik, al otro probaba la cerveza (asco), al tercero decidía confeccionar un batido de frutas y licores demodé del armarito de mis viejos (causa plausible de los brincos antes mentados), al cuarto decidía darle una nueva oportunidad a la cerveza (mmm… No, asco), y el viernes ya me echaba al buche el contenido de numerosas Xibecas, moscateles y calimochos, en la fiesta casera de un amigo heavy, antes de arremeter a bailar frenopáticamente el “You really got me” (versión Van Halen) y, como inmediata consecuencia del centrifugado danzón, echar las tripas en la cama de la hermana pequeña.
Poco a poco, mi voz pasó de fiable castrati a impredecible Gallo Claudio. Las chicas eran de repente lo más fascinante del mundo (después de Brighton 64), y me preguntaba cómo había podido odiarlas hasta entonces. Y, ya puestos a preguntar, ¿era sano desear de aquel modo unos zapatos new wave? ¿Debería pintarme las patillas con rimel hasta que me creciesen las de pelo? (decididamente no[3]). ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Dónde iba a terminar aquel proceso de mutación? ¿Compraría mi tío nuevos cómics de Guido Crepax? (empezaba a sabérmelos de memoria).
[1] Aún no entiendo qué hacían en la habitación de mi primo, junto a los Astérix. Prefiero no pensar en ello.
[2] Famosa tienda barcelonesa de Fred Perry de concesión española (Comercial Ebro), meca de los mods ochenteros.
[3] Un niu wey de mi instituto lo hizo, en un arrebato de desesperación imberbe, y aún nos reímos de él.»
“Saqué una mano de debajo de las sábanas y toqué el timbre para llamar a Jeeves.
–Buenas tardes, Jeeves.
–Buenos días, señor.
Esto me sorprendió.
–¿Es por la mañana?
–Sí, señor.
–¿Está seguro? Parece muy oscuro fuera.
–Hay niebla, señor. Si recuerda, estamos en otoño, época de neblinas y dulce fertilidad.
–¿Época de qué?
–De neblinas, señor, y dulce fertilidad.
–¿Eh? Sí. Sí, ya entiendo. Bueno, sea lo que fuere, deme uno de sus estimulantes, por favor.
–Tengo uno a punto, señor, en la nevera.
Desapareció, y yo me incorporé en la cama con la desagradable sensación que a veces se tiene de que uno se va a morir a los cinco minutos. La noche anterior, había ofrecido una pequeña cena en Los Zánganos a Gussie Fink-Nottle como amistosa despedida antes de sus próximas nupcias con Madeline, la única hija de sir Watkyn Bassett, comendador de la Orden del Imperio Británico, y estas cosas tienen su precio. En realidad, antes de que Jeeves entrara estaba soñando que algún sinvergüenza me clavaba clavos en la cabeza; no clavos ordinarios, como los utilizados por Jael, la esposa de Heber, sino clavos al rojo vivo.
Jeeves regresó con el regenerador de tejidos. Me lo eché al coleto y, después de experimentar el malestar pasajero, inevitable cuando uno bebe los revitalizadores matinales de Jeeves, esa horrible sensación de que la parte superior del cráneo sale disparada hasta el techo y los ojos salen de sus órbitas y rebotan en la pared opuesta como pelotas de ráquetbol, me sentí mejor. Sería exagerado decir que en ese momento Bertram volvía a estar en sazón, pero al menos había llegado al estado de convaleciente y por fin tenía fuerzas para conversar.
–¡Ah! –exclamé, recogiendo los globos oculares y colocándolos en su lugar–. Bueno, Jeeves, ¿qué sucede en el gran mundo? ¿Es el periódico lo que tiene ahí?
–No, señor. Es un poco de literatura de la agencia de viajes. He creído que a lo mejor le gustaría echarle un vistazo.
–¿Eh? –dije–. Usted lo ha hecho, ¿verdad?
Y hubo un breve y –si ésta es la palabra que quiero– elocuente silencio.
Supongo que cuando dos hombres de acero viven en íntima asociación, tiene que haber choques de vez en cuando, y recientemente se había producido uno en casa de los Wooster. Jeeves intentaba convencerme de que efectuara un crucero alrededor del mundo, y yo no quería. Pero a pesar de mis firmes manifestaciones al respecto, apenas pasaba un día sin que me trajera un fajo o ramillete de esos folletos ilustrados que los aficionados a los espacios abiertos reparten con la esperanza de fomentar esa costumbre. La actitud de Jeeves recordaba irresistiblemente la de algún podenco diligente que insiste en llevar una rata muerta a la alfombra de la sala de estar, aunque repetidamente se le indique, con la palabra y el gesto, que el mercado para ello es flojo o incluso inexistente.
–Jeeves –dije–, este asunto tiene que cesar.
–Viajar es sumamente educativo, señor.
–No soporto más educación. Me llenaron de ella hace años. No, Jeeves, sé lo que le pasa. Esa vieja vena vikinga suya ha aparecido otra vez. Usted añora el sabor de las brisas saladas. Se ve a sí mismo caminando por la cubierta de un barco con gorra de capitán. Posiblemente alguien le ha hablado de las bailarinas de Bali. Lo comprendo. Pero no es para mí. Me niego a ser trasegado a un maldito transatlántico y arrastrado alrededor del mundo.
–Muy bien, señor.”
El código de los Wooster
PG WODEHOUSE
(Anagrama 2010, publicado en el primer volumen del Ómnibus Jeeves junto a ¡Gracias Jeeves! y El inimitable Jeeves. The Code of The Woosters se publicó por primera vez en Gran Bretaña en 1938)
402 págs.
Traducción de Carme Camps.
***** PG Wodehouse es uno de mis escritores favoritos. Suelo leerle una vez al mes, o cada doce o trece libros, independientemente de si tengo algún libro suyo no leído entre manos o no. Quizás sea el autor que más he releído en mi vida. Esto, naturalmente, es también una relectura (la cuarta, si quieren saberlo).
«Aquel otoño me puse insoportablemente chulo. Chulo como el obrero que comparte cama con una condesa, como el delincuente de poca monta que acaba de ejecutar un golpe maestro. Mi primera novela tenía que aparecer en las librerías parisinas al cabo de un mes. Me había traído conmigo a Londres las galeradas.
Recorría las calles con ganas de escupir a la gente en la cara, de arrancar a los niños de sus cochecitos, de meter mano debajo de la falda a las más pudorosas señoras de edad. En una ocasión, saliendo borracho de una bodega de vinos en Sloane Square, a duras penas pude contenerme para no tirarle de la oreja a un policía. Diana me lo impidió. Solo me permití la ridícula satisfacción de señalar con el dedo el rubicundo careto del bobby, mientras me partía de risa. Era feliz, ¿cómo no iba a serlo? Había conseguido encandilarlos a todos, les había vendido la moto. «A todos» quiere decir a todo el mundo, a la sociedad —la society, esa palabra que en el oído ruso tintinea como «pandilla de mamones», «batallón de suckers»—. Tenía la sensación de haberles tomado el pelo a todos y la seguridad de no ser en justicia un escritor, sino un farsante.
Fue durante aquel subidón, a lomos de una hirviente ola de arrogancia, soberbia y delirios de grandeza, cuando me ligué a ese pedazo de actriz, Diana. ¡A una actriz, joder! Diana aparecía en el cine y también en la tele, en series y cosas por el estilo. La gente la reconocía por la calle… Para ser justos, lo lógico habría sido que me mandara rápidamente a paseo. Ella era famosa, y yo no pasaba de simple escritor primerizo. Sin embargo, la misma osadía que sirve para obnubilar y arrastrar a las masas, sirve también para engañar a una estrella de cine hasta conseguir que se nos abra de piernas.
No solo se fue a la cama conmigo, sino que me dejó vivir en su piso, en King’s Road, y me paseó en su coche por Londres y por toda Gran Bretaña. Debo puntualizar que aquella morena, una verdadera bomba de muslos voluminosos y nalgas orondas, que había encarnado a un buen puñado de histéricas en las adaptaciones televisivas de Maupassant, Dostoyevski y Henry James, no fue la única víctima de mis encantos. ¡Oh, no, estafé a un importante número de los habitantes de la Gran Bretaña que se cruzaron en mi camino!»
El hombre sin amor
EDUARD LIMÓNOV
Fulgencio Pimentel
282 págs.
Traducción y notas de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea
Novedad imprescindible en sus librerías predilectas. Una novela que me FLIPA espantosamente, y que acaba de ser traducida al castellano y al catalán, por Sajalín y Males Herbes. Me refiero naturalmente a Pánico al amanecer / Despertar a l’infern (Wake in fright, 1961), del australiano Kenneth Cook.
Los editores de ambas editoriales, sabiendo de mi extrema fanidad por el libro, me encargaron un prólogo/aval inmortal a dos lenguas, que titulé «Descarrilado en el outback«, y que en castellano empieza de este modo tan prometedor:
«1. Hace poco leí una novela cuyo clímax parecía ser la visita de pleitesía que un poeta joven le dedicaba a un poeta venerable (el poeta venerable no le salía a abrir en pelotas, cosa que hubiese aumentado dramáticamente mi interés en la historia). Aquel hecho me llevó a ponderar la sobrerepresentación de algunos temas en literatura. Hoy en día, es innegable, se escribe demasiado sobre la escritura. El mundo editorial anglófono ha celebrado en los últimos años la publicación de no una, sino varias novelas centradas en Henry James, un hecho que ya sería difícilmente justificable si el autor hubiese vivido como Keith Moon, John Holmes y Escipión El Africano, juntos. Huelga decir que no fue así. Los peores peligros a los que se enfrentó James a lo largo de su carrera fueron las hemorroides y la famosa sequía de tinta de 1886.
Me resulta difícil comprender, así, por qué tantos novelistas, teniendo un mundo de experiencia humana a su disposición, optan por plasmar la insulsa vida de su gremio (Jack London o Herman Melville no cuentan). En mi opinión, este estado de las cosas representa un trágico fracaso de la imaginación, así como un desperdicio inmoral de las posibilidades de la narrativa. Es como si Charles Darwin, tras recorrerse el globo observando anomalías evolutivas en su hábitat natural, hubiese decidido dedicar el resto de su obra a escribir sobre papel de pared.
Dovlátov aducía que el exotismo del material biográfico era un estímulo literario de importancia, y lo mismo podría decirse del exotismo paisajístico. Algunos contextos y escenarios no dejan de aparecer en novelas, y están más masticados, digeridos y excretados que el skyline de Nueva York (cliché fotográfico por excelencia), mientras que otros aparecen raramente, o jamás. Y aunque es cierto que “lo que llamamos originalidad y descubrimiento no suelen ser más que las ínfulas y delusiones de nuestra inocencia, ignorancia y arrogancia”, como afirmaba Nick Tosches[1], resulta indiscutible que algunos temas y lugares literarios están menos andados que otros. Algunos no lo están en absoluto.
Pánico al amanecer, una oscura novela de 1961 que transcurre en la inmensidad baldía del Outback[2] australiano, por cuya historia transitan canguros torpes, policías borrachos y lugareños violentos, por no mencionar a un protagonista condenable, empieza de la mejor manera posible: situándose fuera del lugar común y el trasfondo cómodo. Pero no se trata solo de eso, como el lector comprobará en breve. Pánico al amanecer es, además, una novela llena de vigor, amenaza y acción, que gracias a su prosa engañosamente simple se lee de una tacada y deja una huella imborrable.
Lo de imborrable no es un atributo baladí. Muchas novelas pasan a través de nosotros como ventosidades. Si trato de conjurar algún recuerdo de Campos de Londres, por decir solo una, lo único que me viene a la mente es que transcurría en Londres (espero). Algo así sería del todo imposible con Pánico al amanecer, una novela única, casi género en sí misma, cuya trama y pasajes más terribles se quedan impresos en la mente del lector para el resto de su vida, igual que si fuesen tatuajes.»
[1] En su espléndido Country; the twisted roots of rock’n’roll (1977).
[2] El interior remoto y semiárido de Australia, también llamado Never-Never. Ocupa el 81% del continente, y está mayormente deshabitado.
Good news everyone: ya esta disponible el librito El soroll dels carrers / The Noise From the Streets, de NIK COHN, en la colección Breus del CCCB. Es una transcripción de la charla i-nol-vi-da-ble que el autor (y héroe) dio en el marco del festival Primera persona en su edición del 2019.
Es un texto vibrante, del todo primerapersonil y 100% Cohn. Pueden adquirirlo aquí por solo 8 euros. Yo lo haría.
“And presently the cab would roll away down the long drive, and my work would begin, and with it the soul-discipline to which I alluded.
‘Taking duty’ makes certain definite calls upon a man. He has to answer questions; break up fights; stop big boys bullying small boys; prevent small boys bullying smaller boys; check stone-throwing, going-on-the-wet-grass, worrying-the-cook, teasing-the-dog, making-too-much-noise, and, in particular, discourage all forms of hara-kiri such as tree-climbing, waterspout-scaling, leaning-too-far-out-the-window, sliding-down-the-banisters, pencil-swallowing, and ink-drinking-because-somebody-dared-me-to.
At intervals throughout the day there are further feats to perform. Carving the joint, helping the pudding, playing football, reading prayers, teaching, herding stragglers in for meals, and going round the dormitories to see that the lights are out, are a few of them.
I wanted to oblige Cynthia, if I could, but there were moments during the first day or so when I wondered how on earth I was going to snatch the necessary time to combine kidnapping with my other duties. Of all the learned professions it seemed to me that that of the kidnapper most urgently demanded certain intervals for leisured thought, in which schemes and plots might be matured.
Schools vary. Sanstead house belonged to the more difficult class, Mr. Abney’s constant flittings did much to add to the burdens of his assistants, and his peculiar reverence for the aristocracy did even more. His endeavor to make Sanstead House a place where the delicately nurtured scions of the governing class might feel as little as possible the temporary loss of titled mothers led him into a benevolent tolerance which would have unsettled angels.
Success or failure for an assistant-master is, I consider, very much a matter of luck. My colleague, Glossop, had most of the qualities that make for success, but no luck. properly backed by Mr Abney, he might have kept order. As it was, his classroom was a beargarden, and, when he took duty, chaos reigns.
I, on the other hand, had luck. For some reason the boys agreed to accept me. Quite early in my sojourn I enjoyed that sweetest triumph of the assistant-master’s life. the spectacle of one boy smacking another boy’s head because the latter persisted in making a noise after I had told him to stop. I doubt if a man can experience so keenly in any other way that thrill which comes from the knowledge that the populace is his friend. political orators must have the same sort of feeling when the audience clamours for the ejection of a heckler, but it cannot be so keen. One is so helpless with boys, unless they decide that they like one.
It was a week from the beginning of the term before I made my acquaintance of the Little Nugget.»
The Little Nugget
P.G. WODEHOUSE
Penguin Books, 1959 (publicado por primera vez en Methuen, 1913)
208 Págs.
No es una canción, imagino que se dan cuenta. Es mi escena favorita de mi serie favorita. Del capítulo «The late Philip J. Fry» (7º episodio de la 6ª Temporada). Es autoexplicativa. Muy terapéutica para mí. Incluso diría que conmueve mi cansado corazón. La he visto y revisto decenas de veces. Si llega el fin del mundo me gustaría presenciarlo del mismo modo, bien acompañado, con cerveza fría y un robot.
Лимонов мертв. Que quiere decir «Limonov ha muerto». Uno de mis autores predilectos y faro en mis tinieblas la ha espichado. Mierda y remierda. Para homenajearle, y lanzar algún tipo de vacuna contra las paridas monumentales que se van a escribir sobre él en todas partes, escribí este enérgico panegírico para, cómo no, El Periódico de Catalunya. Me encanta, aunque esté feo que lo diga yo.
Compártanlo de uno al otro confín. Enchúfenlo en las redes. Digánselo a los compas (por Skype). Limónov… ¡Presentes!
John Fante fue un semi-maldito escritor americano de bullente sangre italiana, de talante más mordedor que ladrador. Vivió de 1909 a 1983 y publicó solo seis novelas, un par de noveletas y un libro de cuentos. El resto del tiempo lo derrochó en Hollywood, forrándose y odiándose a sí mismo. Charles Bukowski, su fan #1 y confeso discípulo, le salvó del completo ostracismo prologando la reedición de Pregúntale al polvo, y gracias a él leemos a Fante hoy. Su personaje emblemático es Arturo Bandini, una suerte de alter-ego con el histrionismo subido y la llorera de bandera, que campa, asqueado y delirante, por las cuatro novelas que van a leer, y que Fante escribió a lo largo de toda su vida: Espera a la primavera, Bandini, El camino a Los Ángeles, Pregúntale al polvo y Sueños de Bunker Hill. Esta última publicada post-mortem.
Billy Childish es un discípulo formal y espiritual de Fante. Childish reúne muchas medallas en un solo bigotudo estajanovista: poeta disléxico, punk-rocker incorruptible, pintor figurativo, narrador confesional, esteta asceta, ex-bebedor y ex-follador de caniches, fabricante de juguetes raros, amante de la sombrerería y el look Primera Guerra Mundial, grabador de grabados, homenajeador de padres y mentores (Kinks, Kurt Schwitters, Bo Diddley, Van Gogh, The Downliners Sect), hijo de padre violento (a quien terminó zurrando en una ocasión; como narró en “the day I beat my father up”) y padre de una caterva de grupos asombrosos: The Milkshakes, Thee Mighty Caesars y The Headcoats, por mentar solo tres. Childish es desafío original, es hacer lo que te piden las entrañas, es dar crédito constante a tus héroes (Fante entre ellos), es odiar la mentira e ir a favor de la tradición (se describe a sí mismo como “radical traditionalist”) y el entusiasmo, contra el arte conceptual y el monetarismo. Childish es (de veras) uno de los artistas más influyentes del mundo. Mudhoney y REM y Beck y un tal Kurt Cobain eran fans. El fulano aquel de los White Stripes era fan también pero luego le odió, cuando reparó en que la reciprocidad iba a permanecer ausente en su relación. Incluso Kylie Minogue le citó una vez (por razones que somos incapaces de comprender ahora mismo).
En último lugar, parte del mismo linaje y tradición, está quien firma esto, el novelista Kiko Amat, que conversa con Billy Childish via Skype sobre el autor predilecto de ambos.
Lo primero que me gustaría que me contaras, Billy, es cómo entraste en el mundo de John Fante y a través de quién.
Por aquel entonces yo estudiaba en la St. Martins School of Art, en Londres, en el año 1980. Peter Doig (un amigo pintor que estaba en mi mismo curso) y yo teníamos gustos muy parecidos en todo: pintura, libros, rock’n’roll… Este mismo amigo, que ahora es un artista muy famoso, me pasó un libro de un tal Charles Bukowski que me gustó bastante, así que fui a una pequeña librería alternativa que había en Covent Garden y empecé a buscar más libros del mismo autor. Tenían un par de copias de libros suyos en Black Spring Books, y también una copia de Pregúntale al polvo de un tal John Fante. Que, como ya sabes, llevaba la famosa introducción de Bukowski. Lo que yo solía hacer en aquella época para decidir qué me gustaba y qué no era ir pasando alfabéticamente por la sección de narrativa, ir cogiendo libros al azar y leer el primer párrafo a ver qué tal, para luego devolverlos a la estantería si no me acababan de convencer. Ocasionalmente leía más de un párrafo y acababa comprándolos. Eso fue lo que sucedió con Pregúntale al polvo. Creo que me lo leí casi entero en la bañera, una vez hube llegado a casa.
¿Qué edad tenías cuando sucedió todo eso?
Diecinueve o veinte. En 1977 tenía diecisiete años, así que en 1980 ya habría cumplido los veinte. Soy disléxico, y siempre he tenido problemas con la lectura y la escritura. En aquella época yo trataba de escribir poesía, pero Pregúntale al polvo fue el libro que me hizo pensar que quizás también podría intentar escribir prosa, ya puestos. A lo mejor era un delirio mío [ríe], pero sentí que sí, que podía hacerlo. Para decirlo de un modo clásico: Fante me inspiró a escribir piezas de prosa. Lo que me encantaba del trabajo de Fante era sobre todo el aspecto cómico. Al poco tiempo leí también Espera a la primavera, Bandini. Bukowski me había inspirado, no lo niego, especialmente en cuanto a la poesía: me había mostrado cómo expresar cosas que yo no tenía ni idea de cómo expresar. Lo malo de Bukowski era que siempre daba la impresión de ser la estrella de una película de serie B. Había leído demasiado a Hemingway, está claro. Ese postureo de tipo duro es lo que menos me gustaba de él, incluso hoy, y creo que lo mismo le sucede a otra gente. Les causa rechazo su palabreo fardón. No me gustaba esa pose de Marlowe que se llevaba. ¿Quién escribió lo del Marlowe ese? ¿El detective duro de las novelas?
Raymond Chandler.
Ese. Veo ahora que Bukowski se fijaba mucho en Raymond Chandler, además de en otros autores del mismo estilo. Hard-boiled. Se nota en ese rollo serie B que te comentaba. Asimismo, nunca vi nada de eso en Fante. Leías sobre Arturo Bandini y te parecía estar mirando una película de Laurel y Hardy. Fante te está describiendo la clase de idiota que es ese fulano, Bandini, y la estupidez que está a punto de realizar, y tú como lector quieres que no la haga, del mismo modo que quieres que Laurel y Hardy no se metan en líos. Bukowski, por el contrario, te va a decir que todo el mundo es idiota, pero que él es un tío listo. Él es quien mola, quien sabe de qué va todo. Esa es una gran diferencia entre los dos autores, Fante y Bukowski, que alguna gente no ve. Por eso me parece tan interesante que Bukowski, quien supuestamente era un gran fan de Fante, no pillase la increíble fragilidad que desprenden los escritos del segundo, la que pone en boca de Bandini. Un chico con muchos defectos, Bandini, bombástico y bocazas, presuntuoso, muy ambicioso también, aunque a la vez siempre parece quedarse corto a la hora de realizar esas ambiciones. Creo que todo eso es encantador, hace de él alguien muy cercano. Dicho esto, con los años trabé amistad con Dan Fante, el hijo, y me contó que John no era así ni por asomo [carcajada]. Que el tío era un completo gilipollas. Me dijo: “John era un miserable, Billy”.
Yo con el tiempo me he hecho una idea de Fante como persona harto distinta de Bandini. Más cercana a Bukowski, quizás. Más duro que él, incluso.
No estoy tan seguro de eso. Sé lo que quieres decir, pero no lo creo; no creo que fuese como Bukowski. Creo que a quien John se parecía de verdad era a su padre, Nick Fante, por mucho que se negara a admitirlo. Dan me contó muchas cosas de su abuelo, Nick Fante, y se ve que John era muy parecido a él. Dan era un chico majo, pero de vez en cuando también le notabas una cierta actitud, la misma que debía tener su padre. A la defensiva. Dan es, en mi opinión, una versión amable de John. Y John, a su vez, era una versión menos mala de Nick. Nick era una puta pesadilla, según se ve. Dan me contó que, cuando él era joven, se celebró algún tipo de reunión familiar en un bar, piensa que Nick ya era un hombre mayor por aquel entonces, y el abuelo se enzarzó en una pelea a navajazos con alguien [carcajada].
¡Dios santo!
Sí. Creo que lo que también sucedía era que los Fante eran hombres muy bajitos con complejos enormes. Podríamos resumirlo así: Los Fante: complejo de bajitos.
Fornidos y tapones. Como cajas de madera.
Sí, Dan era como un cubo. Pero también bastante menudo. Quizás “menudo” no sea la palabra. Pequeño, pues. Pequeños y cabreados, los Fante.
Volviendo al espíritu de sus libros, concretamente de la tetralogía Bandini, a mí me conmueve la forma en que Fante pinta a los seres humanos. Como cosas patéticas, pero a quienes trata con el máximo cariño y humor, sin condescendencia o melodrama.
Ya. Yo no diría “patéticos”, quizás. Diría que los describe como defectuosos, esencialmente. Y cuando se permite hablar de algunos sentimientos que se negaba a la hora de tratar en persona con su familia e hijos, uno percibe un gran amor en sus palabras. Y a la vez notas un gran amor por la literatura, por la escritura. Hay muchas cosas sagradas en Fante, y ese es para mí uno de sus grandes encantos. Cómo habla de las cosas que le son preciosas, cómo las cuida y mima, cómo las eleva. Dan me dijo que su madre editaba a John (ella siempre revisaba todas y cada una de las páginas del manuscrito que le pasaba su marido) y se ve que era un autor que casi nunca reescribía. Era un escritor muy fluido y natural. Esto es algo que Bukowski recuerda en su prólogo, tal y como lo recuerdo de haberlo leído hace un montón de años, lo de la facilidad y la simplicidad de cada línea.
Lo limpias que son, ¿no? Allí no sobra ni falta nada. No se permite ningún exceso. Admiro esa contención casi perfecta.
Sí. Sus frases son limpias y simples. En algunas secciones puedes detectar de dónde surge esa pulcritud y contención de Fante. Leí a Sherwood Anderson porque John le mencionaba en algunos libros. Creo que Fante toma esa simplicidad de Anderson. Así como de otros escritores americanos modernos, claro. John nunca se cree maravilloso, nunca alardea. Cuando hace que algunos de sus personajes alardeen de algo o se crean superiores es porque va a gastarles alguna broma pesada. John nunca es tosco, la verdad; nunca deja de ser elegante. Cada vez que se acerca al cliché, o tú crees que la historia va a terminar en cliché, escapa de ello de forma muy astuta. Escribe increíblemente sencillo, elegante… La expresión que suele utilizarse al describir la obra de Fante es “engañosamente simple”. Cuando lees a John Fante sientes como si una persona te estuviese hablando directamente a ti. Y a la vez te hace pensar en que tú también puedes hacerlo, pues en sus manos da la impresión de que es algo fácil. La mejor escritura a menudo parece carecer de complejidad, porque nunca te carga o cansa. Uno de mis libros favoritos es Hambre, de Knut Hamsun, y Dan me contó que era también el libro favorito de John Fante, como quizás ya sepas. Por supuesto, cuando lees Hambre te das cuenta de que Fante sacó de allí la idea de lo ridículo del ego, y la voz de su primera persona, de Arturo Bandini. Porque Hambre es pura tragicomedia. Es uno de los libros más increíbles que he leído. No me sorprende que Fante tomara tanto de allí, porque es un libro que te cambia por completo. Es como un compendio digerible de lo mejor de Dostoievski.
Me gusta mucho que Fante no temiera mostrar la influencia patente que Knut Hamsun había tenido en él. Eso es algo que también haces tú siempre con tus músicos y artistas favoritos: llevarlos de blasón.
Sí. Eso es muy interesante. Verás: quizás yo parezca alguien muy raro en mi generación, por la forma en que concibo mi música y mi arte, y es porque vengo de una generación que oculta sus influencias. Pero en la época victoriana, o en el periodo modernista -especialmente en el caso de sus pintores-, las influencias se llevaban de emblema, se expresaban con orgullo. Y creo que eso es algo que siempre hizo John Fante, con lo que siempre dio ejemplo. Identificarse con sus héroes, unirse a sus héroes, JL Mencken o Hamsun o quien fuera. En mi opinión esa es la forma correcta de entender los conceptos de deuda y tradición. Por desgracia, en el mundo en el que vivimos eso se considera poco cool. Lo que hace todo Dios es simular que se han inventado a sí mismos. Pero eso es una puta mentira. Y te diré algo más: es muy mal karma. Para mí es algo perfectamente obvio: tienes que cantar las alabanzas de aquellos que te ayudaron. Que te señalaron la dirección. Porque es un testigo que se te entregó. Y los verdaderos artistas admiten la existencia de ese testigo, no simulan que nadie les ha influido. Alguna gente aduce que soy un tipo orgulloso porque siempre digo que soy un verdadero artista. No parecen comprender que soy un verdadero artista precisamente porque reconozco a todos aquellos que estaban antes que yo y que deben ser reconocidos. Así que tal vez sea arrogancia artística, pero está templada por la humildad de saber que no has inventado nada. Uno tiene que ser generoso con estas cosas. Yo siempre he nombrado a Fante. Recomendé a muchos amigos americanos que le leyeran. Uno de ellos se empeñó en que alguien de la familia Fante le firmase Espera a la primavera, Bandini, y se lo mandó a la viuda de John, y el libro llegó a manos de su hijo Dan Fante, que aunque había escrito varios libros no encontraba editorial. Esto llegó a mis oídos. Se dio el caso que yo sí conocía una editorial americana que acababa de publicar allí una de mis novelas, así que intercedí para que ellos publicaran la primera novela de Dan. Aquello fue grande: su padre hizo que yo escribiese novelas, y yo pude ayudar a que su hijo publicase las suyas. Fue un caso de retribución pura.
Karma, como decías, es la palabra perfecta. Devolverles el favor a tus héroes. Equilibrar las cosas.
Sí. No quiero que suene a gran favor, ni nada. Era solo una carta de recomendación, y Dan Fante habría terminado publicando sus libros de un modo u otro. El mérito es de Dan Fante, no puedo colgarme ninguna medalla por eso. Pero me enorgullece poder decir que yo ayudé a cerrar el círculo. Que colaboré en el desarrollo de una tradición de la que John Fante formaba parte.
No sé que hubiese hecho John Fante con un artista que tomara de lo suyo y no lo admitiese. O tú mismo. ¿Qué se hace con alguien que toma de nuestra tradición pero no devuelve nada, ni da las gracias?
A mí me pasa continuamente. Pero no odio a nadie. Lo encuentro hiriente respecto a mi ego, pero tampoco invierto demasiado tiempo en solucionarlo. Me digo a mí mismo que soy un bebé, que no me gusta eso por la misma razón que un bebé se enfadaría por algo que se realiza contra su voluntad, y sí, a veces me molesta; pero no le dedico ninguna energía. Lo cierto es que me sucede tan a menudo como para ser lo habitual. Te diré otra cosa que hace mucha gente: como soy un tío que siempre señala las cosas que le gustan, y quién me influencia, y a quién disfruto, alguna gente que viene a mí en busca de ayuda para escribir o hacer música o pintar sale de allí con recomendaciones de buenos artistas; les sugiero un camino, que lean a John Fante, o admiren la pintura de Kurt Schwitters, diversas influencias… Lo que hace alguna gente entonces es reivindicar esas influencias como su influencia, y luego me borran de la ecuación [carcajada].
Sé de lo que me hablas.
Supongo que así creen que quedaran más sofisticados, porque se supondrá que han hallado esas fuentes ellos mismos. Eso es una locura. ¿Por qué querría alguien esconder la ayuda de otro? Me doy cuenta de que no se están haciendo ningún favor, porque eso demuestra que no han entendido nada. Que no han entendido el valor del respeto. El problema es que si mientes entras en un conflicto. Si mientes, estás en conflicto con tu verdad. Y eso representa una distorsión en tu mente. Porque por supuesto alguna de esa gente tiene que haber hecho un esfuerzo enorme para eliminar o negar lo que en realidad sucedió, y eso envenena su alma. El único dañado de todo este proceso es quien miente, por no haberse dado cuenta de que haber sido influenciado por alguien es un gran honor. Para mí, admitir que John Fante me influenció a la hora de escribir es como aguantarle la puerta a alguien. Soy muy educado y me paso el día aguantando puertas. Aguanto puertas para dejar pasar a gente, pero a la vez ellos me están haciendo un gran regalo: la posibilidad de eliminar mi ego e involucrarme con el mundo de una forma verdadera. No ser el capullo egoísta que soy. Me da otro ángulo. Por eso cuando ayudo a alguien y me dan las gracias, yo siempre respondo “ha sido un placer” o “el placer es mío”. Porque el placer es mío. Es el placer de no haber sido un imbécil. El placer de que alguien te influya.
De darte la posibilidad de actuar con bondad.
Bueno, creo que eso te libera, en realidad. No sé si te convierte en alguien mejor, pero sí en alguien más libre. Mentir te ata. Tienes que hacer concesiones en tu relación contigo mismo. Por tanto, alguien que miente sobre sus influencias quizás no sea mal tipo, pero desde luego sí está siendo ignorante. Porque no ha comprendido el valor de la influencia. Yo nunca he simulado que John Fante no haya sido una influencia en mi escritura. Lo ha sido, y he tomado cosas de él.
Hablando de mostrar la influencia de John Fante, acabo de recordar que en tu sello (Hangman Records) sacaste un single de una banda, Ye Ascoyne D’Ascoynes, que llevaba una foto de John Fante en portada. Compré ese disco en 1993, cuando no había leído a Fante aún.
Es increíble que menciones eso [sonríe]. Qué coincidencia más extraordinaria. Los Ascoyne D’Ascoynes eran una banda local, de Chatham; uno de ellos, Ian Smith, era el batería original de The Dentists, y también tocaba la batería en los Ascoynes. Pues bien (esto es buenísimo, es exactamente de lo que estábamos hablando), resulta que este Ian era el tipo de individuo que hace cosas como las que te decía antes. Yo soy un enorme fan de Kurt Schwitters desde mis 17, de cuando iba a la escuela de arte. Ian debe tener seis o siete años menos que yo. Le conozco desde que él era aún un niño, y yo ya había formado The Milkshakes. Yo le hablé de Kurt Schwitters, y en la época, como yo no paraba de leer a John Fante, le regalé una copia de Pregúntale al polvo. Él me contestó que no era lo suyo, que no le había gustado. Tres años más tarde me vino un día y me dijo “Hey, Billy, deberías leer a un escritor que he descubierto, se llama John Fante” [ríe]. Yo le dije: “claro, es el libro que te regalé, tío”. A partir de allí Ian era el tío que había descubierto a John Fante, y luego también a Kurt Schwitters. Para colmo, la portada del single que mencionas, y que yo les produje, es un collage a lo Kurt Schwitters, y lleva la cara de John Fante [carcajada]. He ahí un tío en completa fase de negación. Pero yo les produje el disco y dejé que siguiera diciendo lo de sus “descubrimientos”. Era su decisión.
Hay una cosa que me chifla de Arturo Bandini: que llora un montón. Y viniendo como yo de una cultura de clase obrera, una cultura que desprecia a los hombres que lloran, ese es un atributo que me parece admirable. A mí me mostró un mundo de hombres donde era aceptable llorar.
[Ríe] Ya. Me pregunto si eso era tan común en los personajes de otros libros de la misma época, y me parece que no. Que era una cosa muy rara. No olvides que Bandini, además, llora muchas veces con intenciones manipuladoras. Llora para salirse con la suya. Y ligar con mujeres [sonríe]. ¿Te acuerdas?
Sí. Pero otras veces no puede impedirlo. Está angustiado de verdad. De una forma muy italiana e histérica.
De nuevo, es imposible preguntarse si eso era algo que hacía John Fante. Es una idea interesante, ¿no? Es imposible saber cuáles de los rasgos de Bandini son cercanos a los del autor. Otra hipótesis es que eso viene de que alguien como John, desde un punto de vista psicológico, podría ser considerado un niño de mamá. Piensa que su padre era un completo gilipollas, y que al chico no le quedó otro remedio que decantarse hacia su madre, y cuidar de ella en algunas épocas. En todos los libros se palpa esa calidez hacia la madre. También hacia el idiota del padre, pero es un amor mezclado con temor y respeto. Así que sí: quizás Fante era un niño de mamá.
Por otro lado, las lágrimas de Bandini tienen un inmenso componente de pura rabia. De resentimiento y odio contra un mundo que le pisotea.
Es posible. No lo recuerdo con tanto detalle. Habré leído Pregúntale al polvo unas seis o siete veces en total, y lo mismo puedo decir de la mayoría de libros de Fante. Los he releído todos. Mi favorito posiblemente sea Espera a la primavera, Bandini. En todas las de Bandini el personaje es muy emocional e intenso, lo que de nuevo me lleva al protagonista de Hambre, un tipo con respuestas emocionales muy intensas. A todo. Y eso de nuevo nos lleva al Raskólnikov de Crimen y castigo, que es de donde yo creo que Hamsun sacó algunos aspectos para Hambre. El joven artístico, intenso, en combate contra el mundo. Lo verdaderamente asombroso de todo esto es que ninguno de los libros de John Fante (y, por extensión, tampoco los de Hamsun o Dostoievski) son libros para jóvenes. Considera, por ejemplo… ¿Quién escribió El guardián entre el centeno?
J.D. Salinger.
Salinger, eso. Si piensas en El guardián entre el centeno, ese es un libro que uno tiene que leer cuando es bastante joven. Máximo, a los veinte. Si te lo lees a los treinta o cuarenta, ya no funciona; aquel tío ya no te interesa. Para mí, su protagonista no es ni la mitad de convincente de lo que sería para alguien mucho más joven. Es un libro para jóvenes. No creo que ese sea el caso de Fante. Él trasciende la barrera de la edad, y creo que lo consigue a base de humor. Creo que la ridiculez y la comicidad son dos rasgos que hacen que Bandini funcione. Le quita toda aquella solemnidad que tiene el protagonista de Salinger. El Bandini de Fante te gusta a los cincuenta porque aún reconoces a aquel idiota risible que lo protagoniza. Cuando lees a Salinger a los veinte aún no puedes reconocer a un idiota; solo la madurez puede ayudarte a reconocer la idiotez. Y de adulto aquel protagonista solo te parece un chico más bien repelente. Así que los libros de Fante son libros muy maduros y precoces. Tiene visiones diáfanas de la idiotez del ego. Y eso lo hace atemporal y muy potente.
También me gusta que Bandini sea un mierda, a veces. Que Fante no lo pinte como un tío dañado pero benigno, sino alguien envidioso, resentido, hipócrita, incluso racista. Hay calidez en su corazón, pero también mucha bilis. Su lado peor le humaniza.
Estoy completamente de acuerdo. En ese sentido Fante es muy realista. Bukowski, de nuevo, es la estrella de alguna película de acción de bajo presupuesto, pero Bandini es claramente el protagonista de una tragicomedia. No es un detective encallecido por la vida. Arturo va de que es más listo que el resto del mundo, pero luego va y la caga, y te das cuenta de que no es ni más ni menos listo que nadie. Arturo no encaja, está en desacuerdo con el mundo. Bukowski tampoco encaja, pero se pinta como un héroe. Arturo Bandini, por el contrario, es el perfecto antihéroe.
Sí. También procede analizar el germen de su rabia. Incluso cuando lanza insultos racistas contra sus colegas filipinos nos recuerda que a él los anglosajones le llamaban espaguetini, pelo-grasiento, guinea. Le humillaron, y por eso humilla a otros a su vez. Es realismo puro.
Esa es la grandeza y el encanto de Fante. Su personaje es completamente tridimensional, tiene todas esas contradicciones y daños. Puede ser un capullo y encantador. Bandini es así. Y huelga decir que así es como somos la mayoría de humanos.
¿Cuál dirías que es tu Fante predilecto, después de todos estos años?
Espera a la primavera, Bandini. Y uno de mis fragmentos favoritos de todos sus libros es de La hermandad de la uva. Cuando su hermano está tratando de convencerle de que vuele de visita al pueblo, porque su padre la está liando y están a punto de divorciarse con la madre y todo eso. Y él llega, y el hermano ni siquiera va a buscarle al aeropuerto, todos le tratan como si no comprendiesen qué está haciendo allí y aplican una presión emocional terrible encima del pobre tipo. Es un fragmento que explica de una forma perfecta las dinámicas familiares y la forma absurda en que interactúan los humanos. Toda la mierda que se acumula, y la mentira. Pero el libro que más me gusta es Espera a la primavera, Bandini, y también Pregúntale al polvo. Ni siquiera recuerdo Un año pésimo, solo lo leí dos veces. Acabo de recordar algo más sobre los Fante que quizás deberías saber.
Cuenta, cuenta.
Dan me contó que su hermano Nick Fante había sido uno de los que diseñó, o ayudó a diseñar con algún tipo de trabajo de ingeniería, la primera cápsula espacial que aterrizó en la luna. Una parte, al menos. Las patas, si no recuerdo mal. Creo que es un detalle bonito, aunque no sé si dudar de la veracidad de la historia. ¡Los Fante contribuyeron a la conquista de la luna! [ríe]. Dan tenía un espíritu muy generoso. Su único problema es que no se creía merecedor de todos los elogios. Se menospreciaba.
Los Fante tenían una relación compleja con la familia. Con los lazos de sangre. John Fante la pinta como algo dañino pero indispensable a la vez. Hay mucho amor en sus palabras, incluso cuando maldice a Svevo de formas terribles.
Sí. Creo que eso también es muy italiano [ríe]. Asimismo, él despreciaría mi comentario, por venir de un puto limey, de un inglés. Diría que no entiendo nada. Se ve que John era un tipo que golpeaba siempre primero. Dan siempre contaba que cuando John conocía a alguien siempre empezaba siendo un cabrón grosero, para quedar por encima. Para empezar con ventaja. Se ve que era de ataque rápido [ríe]. Debía ser un buen bastardo.
(Esta charla se publicó como prólogo del Compendium Fante de Anagrama en el año 2016. He eliminado un par de frases de la introducción que apestaban, y no me di cuenta entonces, porque había bajado la guardia dos segundos. El resto está igual)
Mi entrevista con el periodista y rugbista jerezano Fermín de la Calle. Con motivo de la publicación de su libro Con fina desobediencia (Libros del KO) hablamos de… Premio: rugby. Y de mis traumas infantiles. Pero sobre todo de rugby. Y de mis traumas infantiles también.
Pueden leer la charla aquí. La realizamos en un antro de Sants rodeados de rugbistas berreantes (un maorí, dos kiwis, el resto santboianos de tez colorada), aún no entiendo cómo carajo alcancé a transcribirla, entre tanto cántico cubatil.
Murió Nick Tosches, uno de mis autores favoritos.
Dos de sus libros son santorales para mí. Fuego Eterno; la historia de Jerry Lee Lewis (Contra Editorial) y Dino; living high in the dirty business of dreams (biografía de Dean Martin, inédito en España).
Yo le entrevisté en exclusiva no hace tanto. Pueden leerlo aquí. Hablamos en exclusiva de Jerry Lee Lewis (ahora lamento no haberle hecho cien millones de preguntas sobre Dino).
Y aquí tienen el obituario que le dedica The Guardian.