Some Product #6: Generation X, Sex Museum, Cala Vento y más

https://i0.wp.com/munster-records.com/static/thumbs/images/productimage-picture-sweet-revenge-830_jpg_382x5000_q100.jpgGENERATION X

Sweet revenge

Munster Records

Decía Dave Eggers sobre The June Brides que, habiendo completado su discografía, pasó la siguiente década buscando en el cajón de la J, por si aparecía algún improbable nuevo disco del grupo (ya disuelto). A mí me sucedió lo mismo con Generation X, mi segunda banda predilecta del punk 76-79: pasé parte de mi juventud husmeando en la G, a sabiendas de que ya había completado su material: 3 álbumes y siete singles. Pero: ¡milagro! El guitarra original de la banda, Bob Andrews, guardó los másteres de un álbum perdido, el hoy llamado Sweet Revenge. Se grabó en julio de 1979, y estaba destinado a ser su tercer elepé, tras el potable Beyond the valley of the dolls. Los fans sabemos ahora la verdad: Derwood abandonó la banda y Billy Idol regrabó varias de esas canciones para el aerodinámico y radiofónico Kiss me deadly, ya como Gen X. Sweet revenge, sin embargo, no es una colección cacofónica de maquetas pachuchas. Se escucha como un álbum casi listo: la versión cruda, sin pintar al aerosol, de Kiss me deadly. Comparte varios hits (la persistente “Dancing with myself”, “Triumph”, “Revenge”, en formato más rudo, menos nueva ola) y añade varios temazos que se perdieron en el camino: “Modern boys”, “Girls girls girls”, “Flash as hell”, todos de retórica y empuje 100% Generation X. Punk coreable, estribillos pop, letras de mocedad exaltada y tremenda chulería en la voz de Idol. Muy necesario, y no solo para completistas.

CALA VENTO

Cala Vento

BCore

Cala Vento son como si dos de Superchunk se hubiesen ido al súper, y los dos miembros restantes se hubiesen quedado en el local grabando maquetas, con menos medios pero iguales ganas. Cala Vento son dos chavales empordanencs de pueblo y pastizal que llegan a la Ciudad Condal y, abrumados por su belleza y dimensiones, incorporan su espíritu –real o idealizado- a la dialéctica de sus canciones (como cuando Weller se mudó de Woking a Londres, y se puso a hacer canciones con London en el título). Cala Vento son románticos, inocentes y precoces a la vez, dominan la lírica pop española como si llevasen en esto bastante más tiempo del que llevan, y afirman (adecuadamente) recoger una antorcha de manos de predecesores con mucha ventaja (Nueva Vulcano) o poca (Vàlius). Cala Vento son de lo mejor de aquí: sentimentales, víricos, tempranos y llenos de empuje pop. No paro de cantarles.

 SEX MUSEUM

Fuzz face

Independence

Sex Museum 30 Aniversario

Sex Museum ya son una institución. Los madrileños llevan 30 años dándole, lo que me alegra mucho y fastidia sobremanera, pues implica que TODOS somos unos vejestorios. Sí, usted también. Haciendo gala de su irreductible espíritu autárquico, Sex Museum no esperan la llamada de Sony y reeditan sus propios elepés. Fuzz face es su debut mod-garajero de 1987, y en él parecen los hermanos granujientos y procaces de sus aplicados primos barceloneses Los Negativos. Gamberrería pueril-teen en canciones como “Big cock” y “Sexual beast” (obsesión pubescente), versiones 60’s punk que ahora suenan manidas pero en 1987 no lo eran (“C.C.Rider” y “Psycho”) y solo una canción en castellano, “Ya es tarde” (cúspide del álbum). La portada es tan alucinante que el contenido –garaje rock de papel cebolla- quizás decepcione a los profanos. Independence (1989) es un disco mucho más entero, además de una declaración de principios en toda regla (independencia, leñe). Contiene su hit inapelable y en mi opinión mejor canción de su carrera, “Friends”, así como la pegadiza “I’m moving”. Algunos fruncieron el ceño por su evolución al sonido Detroit y hard rock, melenas cortinaje y chalecos de cuero (sin camisa), y los mods les abandonaron más o menos en masa, pero salta a la vista que esa nueva dureza les dio empuje, alas, ideas y gónadas. Lástima que no incluya el pepinazo “Where I belong”, single predilecto de los fans.

KIM FOWLEY

I’m Bad

Vinilissimo / Munster

Fowley es un jerarca loco del pop: hijo de actores del Hollywood 30’s, niño dañado por antonomasia, compositor por encargo de maravillosa basura sixties (The Seeds, Gene Vincent, The Rivingtons…), productor chiflado de un montón de grupos (¡The Runaways!), automitólogo incansable y celebrable excéntrico, Fowley tiene también en su haber tres decenas de álbumes. El semi-célebre es Outrageous, de 1968 (fue el único que entró en los charts), pero toda la producción sesentera y setentera merece la pena. I’m bad, grabado en 1972 para Capitol Records, es un ejercicio sexy de glam rock/Bowie/T.Rex/Slade con un montón de riffs stonianos la mar de macarras, donde Fowley canta (simulando carraspera de gángster) sobre chicas malas, navajas automáticas y fornicación, y viene repleto de fusiladas al “Queen bitch”. Incluye auténticos hits chicle de discoteca de barrio y futbolín, como “Queen of stars”, la sensacional “I’m bad” o “It’s great to be alive”. Fowley es maravilloso, y escuchar sus discos lo más divertido que uno puede hacer con los pantalones puestos. El mundo será un lugar mucho más gris y deprimente cuando él desaparezca.

 https://i0.wp.com/www.deejay.de/images/xl/3/5/137035.jpgLEN BRIGHT COMBO

The Len Bright Combo presents… The Len Bright Combo by The Len Bright Combo

Combo Time!

Fire

La odisea de Wreckless Eric (Eric Goulden) tiene tela. Talento precoz del punk deslavazado, firmante del clásico “Whole Wide World” para Stiff Records, Goulden acabó alcoholizado y hecho unos zorros hacia 1980, tras tres discos brillantes. Pero en 1984 se mudó a Kent, donde proliferaban los grupos de mod-garaje-punk como The Milkshakes y The Prisoners. Fue amor a primera vista. Goulden se unió a Russ Wilkins y Bruce Brand (ex-Milkshakes) y juntos formaron el mítico trio The Len Bright Combo. Grabaron dos álbumes oscuros, no ensayaron jamás y se forjaron un fiel ejército de fans. Los dos elepés, de 1985 y 1986, son pura diversión, un certero rechazo de todo lo que Wreckless Eric había sufrido en su etapa popstar. Abunda el sonido The Who, feedbacks ensordecedores, espléndida lírica a lo Ray Davies, tensión Velvetiana (en los tom-toms de Brand) y atmosfera marciana estilo Joe Meek. Ambos discos contienen su cuota innegable de nuevos hits: “You are gonna screw my head off”, “Comedy time” o la diatriba anti-yuppie “Young, Upwardly mobile… and stupid”. El grupo se disolvió en 1987 tras un accidente de furgoneta, pero esta doble reedición aplaude su impulso, emoción y alma.

RENALDO & CLARA

Fruits del teu bosc

Bankrobber

Lindísimo álbum de debut el de Renaldo & Clara. Remite de inmediato a Le Mans y el Donosti Sound, con The Softies, Alison Statton, la Margo Guryan del Take a picture y el soft-pop de Laurel Canyon enhebrados en la fórmula. Compone y canta Clara Viñals, con una voz de melancolía dominical y un balsámico acento leridano que pueden fundir casquetes polares, y la acompañan mandolinas bien utilizadas (no cansinas), pausadas baterías jazz y contrabajos de voz grave. Cuando se disparan, como es el caso de “Veueta”, clavan medios tiempos optimistas y sentidos como los de aquel “Bar-Comedor” de La Buena Vida hacia 1993. Todo bonito, sutil y elevadizo, y con letras por encima de la media. Si les juntáramos en un concierto con Coach Station Reunion las guerras cesarían de inmediato y la humanidad empezaría a enmendarse.

SKIN-DEEP

More Than Skin-Deep

THE BURIAL

A day on the town

Keep On Keepin’ Records

Nadie recuerda al ska 80’s. Quizás sea porque su antecesor inmediato, la 2-Tone, movía multitudes y millones, y en comparación los grupos de 1985 parecen unos desgraciaditos. O quizás sea porque de sus filas no salieron grupos tan versátiles y de atractivo universal como Madness, The Specials o The Beat. Pero había color, había color. The Burial y Skin-Deep, ingleses ambos, son lo mejor de una cultura que legó algunos discos asombrosos. Skin-Deep eran skins de Doncaster (más de pueblo que un tractor) y sin embargo no le daban mucho al ska (solo el “Come into my parlour” de Bleechers) y menos aún al Oi! o el punk. Lo suyo era una mezcla de The Housemartins y Redskins, pop trotante y sentimental, trompetas asmáticas, caras aniñadas pero melancolía precoz, cantos a la juventud perdida (cuando aún no se ha marchitado, como en “All the fun”) y un montón de hits grabados en lo que parece una caja metálica de galletas andorranas. Curiosidad para frikis: uno de sus integrantes acabaría en los Babyshambles de Pete Doherty (ugh). The Burial les van a la zaga. Pese al nombre cenizo (El Sepelio), lo suyo era puro skinhead pop –no es un oxímoron- escuela 1988 con toques Stiff Little Fingers/The Undertones, algo de calypso (la inolvidable “Sheila”), e incluso un par de lentas en modo protesta Billy Bragg. Todo bailable y cantable, muy working class (“A day in the town” es una viñeta de ocio proletario en la vena de los mejores Kinks), bien sentimental y subcultural. Ambas reediciones incluyen hoja interior y fanzine para coleccionistas.

(Estas son algunas críticas de álbum que han ido apareciendo en los últimos meses en Cultura/S de La Vanguardia. Nunca alcanzo a recordar dónde y cuando han salido -si exceptuamos la de Generation X, que apareció el sábado 10 de septiembre-. Otras tienen año y medio, pero imagino que a alguien pueden resultarle útiles aún)

John O’Hara: el arte de quemar puentes

Una pieza que me gusta mucho (haber escrito, y cómo quedó) sobre uno de mis escritores favoritos. Por su narrativa y también por el resto de intangibles biográficos. Me identifico una miaja con él. En mejor persona (pero tampoco mucho).

Léanla en Babelia, clicando aquí con inusitado vigor. Y al terminar compren la colección de cuentos de la que hablo, así como el estupendísimo Cita en Samarra.

A mandar.

3 discos para el 30 aniversario de Rockdelux: TSC, Dexys y Prefab Sprout

El mes pasado, la revista Rockdelux celebraba su 30 aniversario con un número especial que listaba (y comentaba) los 300 discos más importantes del período 1984-2014. Nuestra modesta aportación fueron estas tres críticas a tres álbumes que nos chiflan desde siempre. Esta es la edición original sin cortes:

The-Style-Council-Café-BleuTHE STYLE COUNCIL
Café Bleu
Polydor, 1984
Un soulero salto al vacío con fallos estrepitosos y gloriosos aciertos. Lo más mod de Weller está aquí. Ambicioso y pretencioso (como atributo).
Café Bleu es un disco audaz y valiente. Por supuesto, la valentía puede ser también ridícula, especialmente si tras el arrojo acabas de bruces en un montón de estiércol. Weller ya había alienado de forma imprudente a su audiencia en Introducing, el mini-lp que precede a este, con todos los guiños, sonidos y trucos anti-rock posibles: abandonando la guitarra, hablando de Modern Jazz Quartet, haciéndose fotos en París, incluyendo un Club Mix (de “Long Hot Summer”, que para colmo venía con video homoerótico), abrazando el funk y luciendo pintorescos mocasines con borlas. Pero es Café Bleu el que definitivamente echó a patadas a la sección más pollina de fans de The Jam. Está lleno de instrumentales de órgano (“Mick’s blessings” o “Council Meetin’”), baladas rompecorazones de confesión exhaustiva (“My ever changing moods” o “You’re the best thing”), varios uptempos optimistas de viva-la-vida y aúpa-el-amor (“Headstart for happiness” o “Here’s one that got away”), emotiva protesta de clase envuelta en frágil folk moderno (“The whole point of no return”), incluso un rap, “A gospel”. Espantoso, pero ese no es el asunto. El asunto es el coraje para hacer todo eso, para citar a Marat y llevar calcetines blancos y mordisquearle las orejas a tu teclista, cuando los compradores de tus álbumes reclamaban riffs The Who.

Dexys_Midnight_Runners_Don't_Stand_Me_DownDEXY’S MIDNIGHT RUNNERS
Don’t Stand Me Down
Mercury, 1985
Rowland de chivo expiatorio de sí mismo. Todos sus miedos y anhelos y dudas y odios en un solo álbum. El disco más valiente de los 80.
Don’t Stand Me Down ha adquirido estatus con los años. En su momento, la mayoría de gente salió huyendo de él, como si fuese un leproso a las puertas de un villorrio. A los que esperaban petos y hits obvios, les azotó con trajes Brooks Brothers, soul refinado y canciones de nueve minutos. El sector subcultural tampoco obtuvo un retorno a los manifiestos apasionados o el orgullo de gang estibador. Nadie quedó contento: ni siquiera Kevin Rowland, por supuesto, que (en un arranque de pánico y testarudez sin parangón) se negó a extraer single del álbum, pisoteando así cualquier posibilidad comercial. Pero a quién le importa: Don’t Stand Me Down es puro Dexys. Ahí está todo lo que Rowland anhelaba decir. Un acto impoluto de expiación y denuncia; de autocrucifixión y virulenta animosidad. “This is what she’s like” suena a declaración de amor, pero solo es una excusa para listar a los tipos de gente que odia. “The occasional flicker” es bipolar: un intento de redención personal, a la vez que una bravuconada autoafirmativa. En “One of those things” pelea a la vez con los flácidos del nuevo romanticismo y los charlatanes socialistas de clase media, y en “Knowledge of beauty” se atreve a hablar con orgullo de su herencia irlandesa. Un hombre lleno de dudas que está a punto de tocar fondo, pero antes quiere sincerarse, arrancar corazas y renacer en otro.

StevemcqueenPREFAB SPROUT
Steve McQueen
CBS / Kitchenware, 1985
Una cara excepcional y la otra no, pero incluso así es su álbum perfecto. Pop casi cursi, casi excesivo, siempre inolvidable y emocionante.
Steve McQueen requirió un esfuerzo, y de los que extenúan. Si uno venía de la nueva ola y el punk y lo mod (mi caso), el primer álbum de Prefab Sprout no parecía a simple vista acarrear ninguno de los atributos deseables en 1985. Los arreglos eran un ejemplo de los peores excesos 80’s, la banda iba ataviada con el sospechoso look hard times (acuñado por Robert Elms) de jeans rotos y chupas de aviador (que en breve usarían inmundicias como Bros) y, aunque la foto de portada homenajeaba al Steve McQueen de La Gran Evasión, era imposible no mirar a la banda y pensar en los pijos de tu propio instituto. Pijos que, no está de más decirlo, se abalanzaron sobre Prefab Sprout del mismo modo que se acababan de abalanzar sobre The Housemartins: con avidez y usándolos de blasón, como si fuesen suyos. Son cosas que no deberían importar pero importan; y más cuando tienes dieciséis años.
Por fortuna, con el tiempo todo lo enumerado dejaría de importar. Una parte de ese contexto forzoso y forzado pasaría como “agua bajo el puente” (que dicen los ingleses), y solo quedarían las canciones y el genio de Paddy McAloon. Porque se trata de eso, después de todo: de las canciones. Steve McQueen contiene una cantidad tan elevada de canciones perfectas que parece imposible. McAloon había ido perfeccionando su arte desde 1982, cuando sacaron aquel fenomenal single “Lions In My Own Garden: Exit Someone” (que hoy versiona a menudo en directo Bart Davenport), una cosa no particularmente pegadiza (al modo clásico del pop) pero bien hermosa, con armónica y xilofón y una letra tirando a enigmática. Luego sacaron disco de debut en Kitchenware (la discográfica de Hurrah!: ¡conexiones!), Swoon, que era la mar de lindo (perenne “I never play basketball now”) pero se ve hoy como una toma de impulso para el disco grande. Un buen álbum, solo que sin singleazos estruendosos para el resto de una vida.
¿Qué tiene Steve McQueen, así, que no tuviese Swoon? Estribillotes. Estribillos como buques majestuosos a los que ves regresando entre la bruma, una y otra vez. Estribillos que son anclas, y que encadenan la composición para siempre en el espíritu de uno. Estribillos en los que puedes confiar, demonio, que son como motores antiguos de motocicletas clásicas: nunca te dejan tirado en medio de la carretera. Están en todas partes, esos malditos estribillos. En “Faron Young”, con su aire de rockabilly sutil y su “you give me Faron Young four in the morning”; en “Appetite”, mi eterna favorita del álbum, excesiva y almibarada como ella sola, soberbia y bonita y afectada que no veas, como una pizpireta veinteañera haciéndose la dura (“Then I think I’ll name you after me / Yes I think I’ll call you appetite”); en esa maravilla que es “Bonny” (estribillón: “Bonny don’t live at home”), y que podría ser la más buena de un buen álbum de The Go-Betweens; en el primer single extraído del disco, “When love breaks down”, que ya presentaba armas y definía las intenciones de McAloon y compañía: pianos al borde del melindre; percusiones electrónicas que parecían fabricadas en un laboratorio del Entreprise; la voz balsámica a la vez que rotunda de Paddy; los coros overdubbeados que susurraba, insinuante y de esquinillas, Wendy Smith; campanillas y parones de pura radiofórmula soul; y la producción encerada -a todas luces excesiva- de Thomas Dolby (ni siquiera el Rumours de Fleetwood Mac está tan sobreproducido). Y, finalmente, “Goodbye Lucille #1”, rebautizada “Johnny Johnny” un año después, con su medio-afectado-medio-estremecedor aullido a mitad de canción y su insistente coro-estribillo de “Johnny Johnny oooh” y su emoción en ascensión. “Goodbye Lucille #1” es como un libro de Fante: no teme ser sentimental. No teme desnudarse. Es una canción que da rienda suelta a las pasiones, y que está estructurada como una lista de consejos de los que siempre ha estado plagado el pop (“Oooh, Johnny Johnny Johnny, I advise you to forget her”).
Los prefabristas veteranos habrán captado que he citado solo canciones de la cara A. Es cierto, y no ha sido por pereza. Sucede que Steve McQueen es como aquel lanzador de jabalina de Las doce pruebas de Astérix, que luce un brazo muchísimo más fornido que el otro. Este disco es así: todas sus canciones son buenas, pero las excepcionales se agolpan en el lado A del vinilo. Prefab Sprout harían muchas más canciones de altura (“Cars and girls” o “The king of rock’n’roll”) pero esto era, cómo negarlo, irrepetible. Kiko Amat