La canción del viernes #36: BRADFORD Greed and peasant land

Pseudo-skinheads sensibles de pueblo, Blackburn 1989. Dexys y Housemartins, izquierda en Harringtons y bombachos, trompetas y melancolía. Morrissey dijo que eran los sucesores naturales de The Smiths (y luego versionó su «Skin storm»). Carrera minúscula: 1 álbum, cuatro singles, de 1988 a 1991. Stephen Street les produjo el elepé. Me recuerdan muchísimo a The Claim. Me encanta todo de ellos, como si hubiésemos sido amigos desde el primer día.

Oh, tenían incluso un video:

 

Postales de un groupie renacido #1: Kevin Rowland y yo

Kiko-Kevin-web

I’m with IDIOT (on the left). Kevin Rowland (Dexy’s Midnight Runners) soporta con la mayor dignidad posible a un groupie loco que ha osado imitar su postura corporal. Noviembre del 2014, Hotel Pulitzer. Foto de Albert Jodar.

 

Kevin y yo

Kevin i joGroupie baboso persigue y halla y se pega-cual-lapa a su artista favorito: o el día que Kiko Amat pasó con KEVIN ROWLAND (Dexy’s Midnight Runners). La mondante crónica de una velada en In-Edit Beefeater oficiando de «una mezcla de ama de llaves victoriana, palanganero, porteador Ubangui, perro fiel y gilipollas-para-todo. Yo soy el tipo a quien Rowland llamará si le urge una cataplasma, un masajito glutear o se le antoja que alicate el baño del hotel con otro embaldosado a juego con sus calcetines».

Léanlo y compadezcan al infeliz de KOKI aquí, en este pedazo de artículo para los fulanos de Gent Normal.

3 discos para el 30 aniversario de Rockdelux: TSC, Dexys y Prefab Sprout

El mes pasado, la revista Rockdelux celebraba su 30 aniversario con un número especial que listaba (y comentaba) los 300 discos más importantes del período 1984-2014. Nuestra modesta aportación fueron estas tres críticas a tres álbumes que nos chiflan desde siempre. Esta es la edición original sin cortes:

The-Style-Council-Café-BleuTHE STYLE COUNCIL
Café Bleu
Polydor, 1984
Un soulero salto al vacío con fallos estrepitosos y gloriosos aciertos. Lo más mod de Weller está aquí. Ambicioso y pretencioso (como atributo).
Café Bleu es un disco audaz y valiente. Por supuesto, la valentía puede ser también ridícula, especialmente si tras el arrojo acabas de bruces en un montón de estiércol. Weller ya había alienado de forma imprudente a su audiencia en Introducing, el mini-lp que precede a este, con todos los guiños, sonidos y trucos anti-rock posibles: abandonando la guitarra, hablando de Modern Jazz Quartet, haciéndose fotos en París, incluyendo un Club Mix (de “Long Hot Summer”, que para colmo venía con video homoerótico), abrazando el funk y luciendo pintorescos mocasines con borlas. Pero es Café Bleu el que definitivamente echó a patadas a la sección más pollina de fans de The Jam. Está lleno de instrumentales de órgano (“Mick’s blessings” o “Council Meetin’”), baladas rompecorazones de confesión exhaustiva (“My ever changing moods” o “You’re the best thing”), varios uptempos optimistas de viva-la-vida y aúpa-el-amor (“Headstart for happiness” o “Here’s one that got away”), emotiva protesta de clase envuelta en frágil folk moderno (“The whole point of no return”), incluso un rap, “A gospel”. Espantoso, pero ese no es el asunto. El asunto es el coraje para hacer todo eso, para citar a Marat y llevar calcetines blancos y mordisquearle las orejas a tu teclista, cuando los compradores de tus álbumes reclamaban riffs The Who.

Dexys_Midnight_Runners_Don't_Stand_Me_DownDEXY’S MIDNIGHT RUNNERS
Don’t Stand Me Down
Mercury, 1985
Rowland de chivo expiatorio de sí mismo. Todos sus miedos y anhelos y dudas y odios en un solo álbum. El disco más valiente de los 80.
Don’t Stand Me Down ha adquirido estatus con los años. En su momento, la mayoría de gente salió huyendo de él, como si fuese un leproso a las puertas de un villorrio. A los que esperaban petos y hits obvios, les azotó con trajes Brooks Brothers, soul refinado y canciones de nueve minutos. El sector subcultural tampoco obtuvo un retorno a los manifiestos apasionados o el orgullo de gang estibador. Nadie quedó contento: ni siquiera Kevin Rowland, por supuesto, que (en un arranque de pánico y testarudez sin parangón) se negó a extraer single del álbum, pisoteando así cualquier posibilidad comercial. Pero a quién le importa: Don’t Stand Me Down es puro Dexys. Ahí está todo lo que Rowland anhelaba decir. Un acto impoluto de expiación y denuncia; de autocrucifixión y virulenta animosidad. “This is what she’s like” suena a declaración de amor, pero solo es una excusa para listar a los tipos de gente que odia. “The occasional flicker” es bipolar: un intento de redención personal, a la vez que una bravuconada autoafirmativa. En “One of those things” pelea a la vez con los flácidos del nuevo romanticismo y los charlatanes socialistas de clase media, y en “Knowledge of beauty” se atreve a hablar con orgullo de su herencia irlandesa. Un hombre lleno de dudas que está a punto de tocar fondo, pero antes quiere sincerarse, arrancar corazas y renacer en otro.

StevemcqueenPREFAB SPROUT
Steve McQueen
CBS / Kitchenware, 1985
Una cara excepcional y la otra no, pero incluso así es su álbum perfecto. Pop casi cursi, casi excesivo, siempre inolvidable y emocionante.
Steve McQueen requirió un esfuerzo, y de los que extenúan. Si uno venía de la nueva ola y el punk y lo mod (mi caso), el primer álbum de Prefab Sprout no parecía a simple vista acarrear ninguno de los atributos deseables en 1985. Los arreglos eran un ejemplo de los peores excesos 80’s, la banda iba ataviada con el sospechoso look hard times (acuñado por Robert Elms) de jeans rotos y chupas de aviador (que en breve usarían inmundicias como Bros) y, aunque la foto de portada homenajeaba al Steve McQueen de La Gran Evasión, era imposible no mirar a la banda y pensar en los pijos de tu propio instituto. Pijos que, no está de más decirlo, se abalanzaron sobre Prefab Sprout del mismo modo que se acababan de abalanzar sobre The Housemartins: con avidez y usándolos de blasón, como si fuesen suyos. Son cosas que no deberían importar pero importan; y más cuando tienes dieciséis años.
Por fortuna, con el tiempo todo lo enumerado dejaría de importar. Una parte de ese contexto forzoso y forzado pasaría como “agua bajo el puente” (que dicen los ingleses), y solo quedarían las canciones y el genio de Paddy McAloon. Porque se trata de eso, después de todo: de las canciones. Steve McQueen contiene una cantidad tan elevada de canciones perfectas que parece imposible. McAloon había ido perfeccionando su arte desde 1982, cuando sacaron aquel fenomenal single “Lions In My Own Garden: Exit Someone” (que hoy versiona a menudo en directo Bart Davenport), una cosa no particularmente pegadiza (al modo clásico del pop) pero bien hermosa, con armónica y xilofón y una letra tirando a enigmática. Luego sacaron disco de debut en Kitchenware (la discográfica de Hurrah!: ¡conexiones!), Swoon, que era la mar de lindo (perenne “I never play basketball now”) pero se ve hoy como una toma de impulso para el disco grande. Un buen álbum, solo que sin singleazos estruendosos para el resto de una vida.
¿Qué tiene Steve McQueen, así, que no tuviese Swoon? Estribillotes. Estribillos como buques majestuosos a los que ves regresando entre la bruma, una y otra vez. Estribillos que son anclas, y que encadenan la composición para siempre en el espíritu de uno. Estribillos en los que puedes confiar, demonio, que son como motores antiguos de motocicletas clásicas: nunca te dejan tirado en medio de la carretera. Están en todas partes, esos malditos estribillos. En “Faron Young”, con su aire de rockabilly sutil y su “you give me Faron Young four in the morning”; en “Appetite”, mi eterna favorita del álbum, excesiva y almibarada como ella sola, soberbia y bonita y afectada que no veas, como una pizpireta veinteañera haciéndose la dura (“Then I think I’ll name you after me / Yes I think I’ll call you appetite”); en esa maravilla que es “Bonny” (estribillón: “Bonny don’t live at home”), y que podría ser la más buena de un buen álbum de The Go-Betweens; en el primer single extraído del disco, “When love breaks down”, que ya presentaba armas y definía las intenciones de McAloon y compañía: pianos al borde del melindre; percusiones electrónicas que parecían fabricadas en un laboratorio del Entreprise; la voz balsámica a la vez que rotunda de Paddy; los coros overdubbeados que susurraba, insinuante y de esquinillas, Wendy Smith; campanillas y parones de pura radiofórmula soul; y la producción encerada -a todas luces excesiva- de Thomas Dolby (ni siquiera el Rumours de Fleetwood Mac está tan sobreproducido). Y, finalmente, “Goodbye Lucille #1”, rebautizada “Johnny Johnny” un año después, con su medio-afectado-medio-estremecedor aullido a mitad de canción y su insistente coro-estribillo de “Johnny Johnny oooh” y su emoción en ascensión. “Goodbye Lucille #1” es como un libro de Fante: no teme ser sentimental. No teme desnudarse. Es una canción que da rienda suelta a las pasiones, y que está estructurada como una lista de consejos de los que siempre ha estado plagado el pop (“Oooh, Johnny Johnny Johnny, I advise you to forget her”).
Los prefabristas veteranos habrán captado que he citado solo canciones de la cara A. Es cierto, y no ha sido por pereza. Sucede que Steve McQueen es como aquel lanzador de jabalina de Las doce pruebas de Astérix, que luce un brazo muchísimo más fornido que el otro. Este disco es así: todas sus canciones son buenas, pero las excepcionales se agolpan en el lado A del vinilo. Prefab Sprout harían muchas más canciones de altura (“Cars and girls” o “The king of rock’n’roll”) pero esto era, cómo negarlo, irrepetible. Kiko Amat

Kiko Amat charla con Bob Stanley Pt.2

Fase B: La entrevista con Bob Stanley

bob3webEn un momento entraremos a hablar de música pop y de cosas pop en un plano más teórico, pero antes querría preguntarte por tu momento de enamoramiento musical. Cómo y cuándo fue, y con qué disco.
Imagino que fue viendo Top Of The Pops. Porque mis padres lo miraban también. Intento recordar algún momento específico, pero no creo que existiese ninguno. Recuerdo verlo cuando estábamos de vacaciones en Bournemoth, hacia el año 1972, y era la época en que solo había una sala de TV en cada hotel, así que todo el mundo tenía que ver la televisión a la vez, en el mismo lugar y la misma cadena. Y tengo un recuerdo de ver a Gary Glitter con su “Rock’n’roll Pt.2”, y de golpe un señor mayor se levantó y cambió de canal. Nadie protestó, porque el anciano no quería ver Top Of The Pops. Qué ibas a hacer. En cualquier caso, me dio la impresión de que todo el mundo quería ver TOTP, que era lo que todo el mundo estaba haciendo en aquel momento. Y seguramente era así. Como digo, no fue un momento sísmico. Pero cuando era algo más niño mis padres me regalaron un gramófono, para poner discos a 78rpm. Tenía discos de Ross Conway y “El lago de los cisnes”, cosas así.
¿Cuál fue el primer disco que compraste con tu propio dinero? ¿Saliste corriendo a conseguir aquel single de Gary Glitter?
La verdad es que no tenía nada de dinero, por aquella época. Era 1972, yo tenía siete años, y no me daban ni calderilla para chucherías. Pero recuerdo ir a Woolworths con mi madre, en Redhill (Surrey), el pueblo donde crecí. Y mi madre me dijo: “Escoge el disco que quieras y te lo compro”. Escogí el “Amateur hour” de Sparks, el segundo single extraído del Kimono my house. Por aquella época no los conocía, pero el single ya había entrado en las listas, y me hacía gracia. Suena a que me lo estoy inventando, ¿verdad?
Hombre, la gente siempre suelta un primer disco cool, no falla, pero en tu caso me lo creo. En mi caso fue el The Doors (comprado) pero el primero regalado fue el Thriller. Debo admitir (glups).
Lo mío fue así, de veras. Eso me recuerda aquella vez que le preguntaron lo mismo a Marilyn, el músico de los 80’s, y justo cuando iba a contestar, el entrevistador dijo, entre paréntesis: “Va a decir T. Rex, ¿verdad?”. Y Marilyn dijo: “T. Rex.” (risas). Lo cierto es que antes de Sparks tuve uno de Benny Hill, pero ese no lo compré. Me lo regaló un tío. En cualquier caso Thriller no es un mal comienzo, es un disco bastante bueno.
¿Pasaste por todos los ritos de pasaje de las subculturas, firmando por alguna (o varias) cuando llegaste a la adolescencia? ¿Fuiste skin, luego punk, luego mod, luego goth…?
La verdad es que no. El punk me pilló demasiado joven, en 1977 tenía solo doce años. Si llego a tener un hermano o hermana mayor seguramente habría sido distinto, pero no fue así; yo era el mayor. El punk me intimidaba lo suyo; llegó a gustarme, pero en su momento no compré los discos. Hablo incluso del 77 y el 78, The Clash y Sex Pistols, no del Oi! ni nada del rollo posterior. Pero sí me gustaron los discos de art-punk, también el lado más melódico del asunto como The Undertones y Buzzcocks. La primera vez que compré cosas que no estuviesen en las listas de éxitos ya había empezado la lista independiente en prensa musical, y comenzaba a escuchar todos esos nombres fascinantes en el programa de John Peel, incluso en el del tipo que hacía el programa antes que él, no sé si era Mike Reed o David “Kid” Jensen. Y recuerdo cuando empezaron a pinchar Dexy’s Midnight Runners, y el “The sweetest girl” de Scritti Politti, con su ritmo dub…
Kevin Rowland planteaba lo suyo en “Burn it down” como algo nuevo, como una legítima alternativa al callejón sin salida del punk. O de la 2-Tone. Aunque en eso no estoy de acuerdo con él, por supuesto.
La 2-Tone me gustaba, también la mayoría de post-punk. Dexys me fascinaban no solo por la música, como imaginas, sino por todos los manifiestos y mitos que circulaban a su alrededor…
Y los ropajes cambiantes.
¡Sin duda! Llegué a llevar un gorrito de lana, a lo marinero (risas), como ellos. Tenía quince años, y debía lucir una pinta ridícula, pero me daba igual. La razón por la que no firmé por ninguna subcultura, como sugerías, era porque a la vez que escuchaba todo aquello también me gustaba la música antigua, incluso pre-rock’n’roll. Cuando fui a vivir a Croydon descubrí que teníamos la segunda tienda de discos de segunda mano más grande del Reino Unido, Beano’s, así que si escuchaba a algún crooner por la radio podía ir a buscarlo allí, y lo tenían. Me encantaba el sonido del rock’n’roll, y por supuesto los aesthetics y la ética de lo mod, pero los mods de mi colegio en 1979 eran una pandilla de idiotas, gamberros con parka y nada más. Los mismo que los rockers, a decir verdad. Yo era más bien un mocker, como Ringo (risas).
https://i0.wp.com/images.45cat.com/the-june-brides-sunday-to-saturday-the-pink-label.jpgImagino que el advenimiento de lo que se dio en denominar C86, los inicios de aquel mod-punk-indie de mediados de los ochenta, debió resultarte excitante e inspirador.
Claro. Muy excitante. Compré el primer single de The Jesus & Mary Chain en 1984, y me pareció la bomba. Empecé a hurgar hacia atrás en el catálogo de Creation Records, lo que llevaban editado desde 1981 o así. Compré el “Sunday to saturday” de The June Brides en 1984, también. Pero no empecé a ir a conciertos hasta un años después, en 1985. Para entonces había vuelto a mudarme, esta vez a Peterborough. ¿Sabes dónde está?
Ni idea.
Ni falta que te hace. Está como a una hora de aquí, hacia el norte de Londres, es un lugar horrible. Pero estaba cerca de Bedford, donde sí programaban conciertos, en un lugar llamado The Georgian Dragon. Una vez me topé con John Peel allí, en la barra del pub. Vi a The Wedding Present, a Age of Chance, a los TV Personalities… Era 1985 en un pub de mala muerte, así que grupos como The Fall no tocaban, ya eran demasiado grandes. Durante esa misma época unos amigos de Peterborough hacían un fanzine llamado Pop Avalanche, yo escribía para ellos, y luego yo y mi amigo Pete empezamos mi propio fanzine, Caff.
Mucha de la gente que conozco de esa escena, o que acabó incorporándose a ella, recorrió el camino hacia atrás. Empezaron con Felt o The Jasmine Minks, y luego empezaron a excavar en los sesenta. Ese no es exactamente tu caso. Tú ya venías de escuchar oldies, y luego esa escena debió parecerte una progresión natural.
Oh, sí. La parte de los fanzines, que era esencial para esa cultura, era muy excitante también. Lo sentí como si estuviésemos de veras construyendo una cultura alternativa a la de T’Pau y Phil Collins. Aunque en realidad imagino que a las multinacionales les encantó, porque de repente todo el mundo que podía haber firmado por la competencia estaba fundando sellos minúsculos y montando pequeños fanzines en un rincón apartado de la cultura, sin representar un problema. Era imposible que aquello alcanzara un tamaño verdaderamente peligroso para las majors. Finalmente sí se hizo grande, en parte gracias al Britpop, quizás.
También fue un momento en que se recuperaba todo ese amor por la psicodelia, el pop de los sesenta, el modismo. Esa cultura dejó puntualmente de tener estigma retro. Julian Cope escribió su increíble artículo sobre garaje rock, “Tales From The Drug Attic”…
Sí, recuerdo de repente ver críticas en NME sobre discos de Love, Gene Clark, los recopilatorios Pebbles… Ed Ball y Dan Treacy estaban predicando también el catecismo 1965. Ese artículo de Julian Cope representó una influencia enorme para mí. Aún lo tengo en algún cajón. Hablaba de The Left Banke, de Tim Buckley, la Chocolate Watch Band… Julian Cope fue una fuente esencial para descubrir cosas en los ochenta, sin duda. Estaba enterado de muchas cosas que no sabía nadie. La gente empezó a hacer casetes para los amigos, también, con lo que la información se fue distribuyendo.
Debías ser aún muy joven cuando todo esto estaba sucediendo.
No me sentía tan joven, pero naturalmente lo era. Cuando apareció “Upside down” de The Jesus and Mary Chain ya tenía diecinueve años, y veinte cuando la explosión definitiva de Creation Records. Era muy pequeño, aunque entonces no me lo pareciera.
No sé si fuiste a la universidad, pero para mí (que abandoné los estudios a los diecisiete) el pop fue mi educación alternativa. Mi colegio.
Y que lo digas. Yo tampoco fui a la universidad. El pop me enseñaba todo lo que quería aprender, por aquel entonces. Aprendí mucho sobre política, sobre chicas… (ríe). Todo tipo de cosas.
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/en/1/19/Can%27t_Stop_Won%27t_Stop.jpgMe gusta como defines pop en Yeah Yeah Yeah: “si entra en las listas, es pop”.
La gente puede ponerse muy snob con esto de la música pop. Han habido buenos libros sobre el tema antes que el mío, como por ejemplo Can’t Stop Won’t Stop, el que escribió Jeff Chang sobre la historia del hip hop. Es un gran trabajo, y cubre un campo muy extenso, pero se ventila a De La Soul en una línea, como si nada. Allí me dije: ¡Un momento! De La Soul fueron muy importantes en el Reino Unido, todo eso de la Daisy Age caló mucho aquí, ayudó a que el hip hop como género adquiriera relevancia y profundidad. Pero al autor no le interesa, porque es un purista, o algo así, y no considera que De La Soul merezcan demasiado espacio en su libro. Odio esa actitud, y eso que la encuentro en muchos estilos y escenas que me encantan: el northern soul (particularmente) y todas las cosas en general que tienen connotaciones mod comparten actitudes muy snob y limitadas. Me pone negro. Especialmente porque sé que en tres años van a descubrir una cara B de un artista completamente unhip y fuera de onda, o demasiado rock, o lo que sea, y va a ser un hit en los clubs underground. Simplemente porque un disc-jockey espabilado ha pensado en pinchar esa cara B.
También existe desprecio a la inversa. El NME y las revistas mayoritarias siempre le han profesado un odio tradicional al northern soul y a lo mod.
Sí, pero al northern soul eso ya le va bien. Creo que les gusta, mantiene su oscuridad y estatus marginal. El desinterés viaja en las dos direcciones. Ese tipo de esnobismo se encuentra en todas partes, en todo tipo de publicaciones. Mira a la gente de la revista Mojo, que solo escriben sobre grupos con “raíces” y “credibilidad”, artistas “serios” como Dylan y Leonard Cohen. Eso es una chorrada, es basura total. Aquí hay un término que lo engloba todo, que es el de “música popular”, y bajo ese paraguas se agolpan muchos géneros y tipos de música. Pero todo es música popular. “I’ll do anything” de Doris Troy se grabó para vender un millón de discos, esa era la intención original. El hecho de que no vendiese un millón de discos es irrelevante. La oscuridad y aureola underground que adquirió el disco es fruto de la pura casualidad. ¿Cómo puede ser que sea un disco más “auténtico” o “puro” porque vendió poco? Julian Cope lo decía en su artículo: todos esos grupos de garaje querían vender, ser Mick Jagger. Somos nosotros los que les hemos etiquetado como “punk”.
Pero basarte en las listas para confeccionar el libro te habrá roto el corazón. Quiero decir que no has podido dedicar espacio a grupos que te encantan pero no hicieron casi ningún tipo de muesca en el Top 40, como Television Personalities o The Jasmine Minks.
He hecho alguna excepción con grupos como The Stooges, por ejemplo. Las normas están para romperlas, y como autor del libro me he permitido romper la norma de las listas cuando me convenía, o el discurso lo requería. Es mi libro, puedo hacer lo que quiera (ríe). Hablo de los Stockholm Monsters, cuyo primer single (“Fairy tales”, Factory Records 1981) produjo Martin Hannett, pese a que solo alcanzó el #41 de las listas independientes. Pero me encanta Martin Hannett, y quería hablar de él. Quiero creer que el libro cubre cada originador y pionero, cada personaje que estuvo al principio de algo relevante, fuese como intérprete o productor o autor. Hay que incidir en ellos, porque incluso si el personaje como tal no tuvo incidencia alguna en las listas, es posible que en el futuro influenciara a grupos que sí iban a entrar. Martin Hannett o The Stooges no fueron grandes en los charts, pero influenciaron a gente que sería número #1. El Johnny Burnette Trio no gozó de mucho éxito en su momento, pero en una generación, o tan solo unos pocos años, influenciaría a mucha gente en Inglaterra, empezando por los Beatles. De ahí su inclusión.

(Entrevista publicada originalmente en la revista El Estado mental #2, y que Bendito Atraso les ofrece ahora en cómodas entregas. Continuará con la parte 3)