NANCY ISENBERG: “Los norteamericanos se niegan a aceptar que viven en un sistema de clases”

La historiadora estadounidense deshace en su libro White Trash (Capitán Swing) todos los mitos de clase de los Estados Unidos y traza una tradición proto-Trump que se remonta al nacimiento del país.

Libros de Nancy Isenberg. Biografía y bibliografía - txalaparta.eus

Donald Trump entró en la política norteamericana como proverbial elefante en cacharrería. Un elefante tardo, bravucón, pésimo negociante y (peor aún) millonario. El shock de aquella delirante entrada provocó que algunos tildaran su “política” de “novedosa”. Lo cierto es que, como demuestra White Trash; los ignorados 400 años de historia de las clases sociales estadounidenses el fenómeno Trump es tan viejo como el país. Siempre han existido políticos populistas, mendaces, bocazas y con retórica redneck. White Trash, un libro que no se escribió con Trump en mente pero logra mapear su existencia al milímetro, habla también de esclavismo, linaje, elitismo y oligarquía, y sobre todo de cómo un país obsesionado con la clase social ha creado el mito de ser un país “sin clases”.

Desde el principio, las colonias fueron consideradas por la clase dirigente “el retrete por donde excretar” la escoria del mundo.

Es difícil contar esto sin eufemismos [ríe]. Si algo me gusta del periodo isabelino es que no habían inventado la demagogia. Son muy directos, no tratan de disfrazar sus sentimientos, como harían a partir del siglo XVIII y la Ilustración, suavizando el tono. Jefferson siguió considerando que los pobres eran “basura” [ríe], pero lo decía con la boca pequeña. Me parece interesante la asociación que realizaban entre gente residual (waste people) y erial (wasteland), o tierra sin cultivar. Las metáforas basadas en la tierra eran muy importantes para definir identidad cívica, por eso los primeros votantes eran terratenientes. Eso todavía moldea la política estadounidense actual: la medida del éxito moderna sigue siendo poseer tu propia casa. Un ciudadano útil y productivo tiene que poseer tierras.

Los pobres eran “excremento humano” que solo servía para fertilizar dicha tierra, como dijo Thoreau (quien se las daba de progresista).

Exacto. Eran gente sacrificable. Hay gente que aún lo ve así. En los 90’s una escritora conservadora dijo aquello de que “pueden pasar un poco de hambre”.

El Nuevo Mundo era, esencialmente, un gran campo de trabajo.

Jamestown estaba a punto de fracasar, por las guerras indias y el hambre constante, hasta que lo transformaron en una colonia-prisión. En aquella época no temían usar el término, ni tampoco el de workhouse (hospicio de trabajo forzado). Los Estados Unidos eran lo mismo que Australia. Una prisión inmensa para gente que era una carga para la Gran Bretaña.

La diferencia entre Australia y Estados Unidos es que los segundos son unos maestros en la creación de mitos. Los australianos no tenían Disney.

A los norteamericanos nos chifla el mito. Por eso inventamos el de los Padres Peregrinos y los Puritanos, para fingir que la gente llegó aquí en busca de libertad religiosa. Pero los religiosos eran una minoría. Los factores que impulsaron la emigración a América eran económicos. Los creadores de mitos del XIX afinaron aún más la fábula, al añadir el concepto del Pionero que necesita moverse hacia el Oeste. Cuando la gente utiliza la palabra “pionero” o “colono” están borrando las connotaciones negativas que se asociaban a la gente que “supuraba” (como se decía entonces) hacia el Oeste. No eran colonos, eran pobres. Incluso la gente que es sensible contribuye a borrar la historia real. Rediseñan el pasado para sentirse mejor.

Por mucho que los padres de la patria se llenaran la boca con la Declaración de Derechos del Hombre, lo cierto es que la sociedad norteamericana siempre fue aristocrática y “semi-feudal” en su concepción. Igual que Gran Bretaña.

Sí, especialmente en el sistema de plantaciones del sur agrario. Jefferson defendía la expansión al Oeste, pero no prometía ascenso social, solo movilidad horizontal. Jefferson quería deshacerse de la Cámara de los Lores y de los títulos de propiedad, pero al final lo que hizo fue recrear una aristocracia de la riqueza. Los norteamericanos se niegan a aceptar que tenemos un sistema de clases. Jefferson quería creer que habíamos creado una nueva sociedad, pero en realidad había replicado la inglesa, con otros nombres. Cogimos sus leyes y cultura; no inventamos un país de la nada, como finge todo el mundo.

El mito es tan potente que a uno le entran ganas de creérselo: heroísmo, libertad, “derecho a la felicidad”…

Jefferson mantuvo una conversación con una familia pobre, cuyos niños iban semidesnudos, sin zapatos, el padre de familia llevaba la camisa abierta… Eran “basura blanca”. Pero aquel descamisado le habló a Jefferson con orgullo, porque poseía un pedazo de tierra, y eso se consideraba libertad. Nuestros políticos aprenden muy rápido a hablar el lenguaje de los pobres y a utilizarlo cuando les conviene, pero cuando salen elegidos lo olvidan muy rápido. Excepto en el caso del New Deal, que es el momento más progresivo de la historia de los EUA.

Aniversario del nacimiento de Benjamin Franklin

Benjamin Franklin tampoco era el achuchable caballero con ratón parlante de la película de Disney.

Franklin no venía de la élite, y fue ascendiendo a través de las clases, por lo que solía ser un poco más honesto que los demás al hablar de clase social. Subrayaba que los americanos defendían la esclavitud, que a su vez se apoyaba en la explotación infantil, porque así perpetuaban la condición de la madre. Era como crear un pedigrí distinto. Cuando Franklin dijo que las colonias norteñas eran mejor que las sureñas era porque el norte podía reproducir una población vasta de familias numerosas, y así el hombre sobreviviría explotando a su mujer e hijos. Franklin siempre afirmó que la explotación familiar era esencial para la idea de moverse al Oeste y ascender socialmente. Por supuesto, no había ninguna garantía de que eso prosperara. En sociedades agrarias hay mucha menos movilidad social que en sociedades comerciales. En 1776, la época de la Revolución Americana, Gran Bretaña tenía mucha más movilidad social que las colonias. Es la gran paradoja [ríe].

El nuevo país desarrolló una obsesión con la pureza de la sangre, el “buen linaje” y la nobleza hereditaria que, de hecho, rivalizaba con la inglesa (y con los nazis).

La atención al pedigrí influencia al pensamiento racial y se hereda de la idea de clase. El sistema legal inglés está basado por entero en las ideas de herencia y estirpe. La aristocracia, es bien sabido, funciona por línea sanguínea y genealogía. El concepto de “buen linaje” proviene de comunidades agrarias, donde los humanos convivían con animales. Daniel Huntley, uno de mis “favoritos”, era un confederado que consideraba la élite sureña como “raza de jinetes” y siempre los equiparaba a los sementales [ríe], mientras que los pobres blancos eran jamelgos de sangre degenerada que pastaban en los páramos. Esto no eran solo metáforas. Su mundo no hacía tantas diferencias entre humanos y animales. Franklin pasó la vida estudiando hormigas y palomas; para él los impulsos biológicos eran más reveladores que las estructuras sociales a la hora de moldear comportamientos humanos.

Todas las guerras son guerras de clases. Los pobres blancos sureños no tenían esclavos, ni ningunas ganas de guerrear por las élites terratenientes del sur.

Algunos estados esclavistas del sur se unieron a la unión, como Virginia Occidental, y esclavistas sureños se afiliaron al ejército del “norte”. Las rebeliones internas eran incesantes (cosa que me encanta). En mitad del Mississippi, el estado natal de Jefferson Davies, surgió lo que llamaron Jones Free State, una sociedad libre independiente que creó su propio estado antiesclavista en medio de la Confederación. Algo así indica que los blancos pobres y los negros tenían redes subterráneas, y más contacto entre ellos que el que tenían las clases medias blancas con los blancos pobres. Ese es el problema con la sociedad actual: la gente ve esas manifestaciones pro-Trump y asume que son todo basura Blanca y que la cosa va de supremacía racial. Pero no es tan sencillo. En el sur, y en todos los Estados Unidos, clase y raza van siempre unidos. Los progresistas no ayudan, en ese sentido. Han perdido el foco de clase que existía en la política de los años sesenta, por ejemplo.

La vieja displicencia del Norte respecto al Sur explica eventos futuros, como la derrota de Hillary Clinton.

El género también tuvo que ver. Mira a Donald Trump. Está obsesionado con su fuerza y masculinidad. Vemos el liderazgo en términos de género. Pero es cierto que el partido demócrata solía ser el partido de la clase obrera y los sindicatos y apelaba a la clase “no-experta”. Joe Biden le critica a Hillary Clinton que ponga tanto énfasis en las “élites con pedigrí”. Yo estoy a favor de los expertos (no quiero vivir en un mundo donde un presidente idiota no presta atención a los hechos y nunca aprende), pero tienes que ampliar ese paraguas para no apelar solo a una sensibilidad de clase media. El problema con mi país es que la gente pobre no vota, y la mayoría de ellos estarían a favor de la política demócrata. Los mayores fans de Trump no son de clase obrera, sino gente que se ha movido a la clase media, adquiriendo valores conservadores y anti-estado, a la vez que conservan un resentimiento atávico por haber sido ignorados durante siglos. Por eso les gusta Trump. Él ha creado un espacio para ellos. Los medios de comunicación no han tenido más remedio que empezar a hablar en términos de clase social, cosa que odian. Aquí los periodistas son especialistas en hablar de raza, y a veces de género, pero nunca mezclados. Una periodista me dijo: “si hablamos de clase, ¿eso quiere decir que tenemos que dejar de hablar de raza?”. Como si solo pudieses hablar de una cosa a la vez [ríe].

Unknown Artist - La Ballade De Davy Crockett (Flexi-disc) | Discogs

Existe una tradición de proto-Trumps que se han paseado por la historia de tu país. Andrew Jackson, Davy Crockett, James K. Vardaman… Debo decir que caen mejor que Trump.

Esa es la razón del éxito de Trump. Está basándose en tradiciones que son parte de la cultura norteamericana. Es cierto que Davy Crockett cae más simpático, e hizo algunas cosas buenas: a) se rebeló contra Jackson, b) defendía los derechos de los squatters, u ocupantes ilegales de tierras, y c) también defendía los derechos de los nativos americanos. Hizo política, creó leyes, existía en el mundo real. Trump no presta atención a las condiciones materiales, para él todo es teatro y electoralismo. No tiene creencias. Cuando era la hora de codearse con demócratas era demócrata. Ahora se ha vuelto más viejo, más cascarrabias y más loco, la paranoia se le ha subido a la cabeza, así que encaja en el partido Republicano actual. Cuya idea es atacar y atacar, y buscar cabezas de turco.

Puedo entender cómo alguien de clase obrera vota por un paria que ha “triunfado” en el mundo, como Vardaman o Lincoln, aunque sus políticas le sean perjudiciales. Pero Trump nació millonario.

En Luisiana, donde yo vivo, la gente que votó por Trump le consideraba un buen hombre de negocios, porque los medios de comunicación no expusieron sus bancarrotas y sus fracasos. Primer error. El segundo error es que le votan por cómo se expresa. Es un billonario que habla como si estuviese en un chaflán de Queens. Esa gente rechazó a los otros candidatos republicanos, así como a Hillary Clinton, porque no querían un político con experiencia. La moda actual es antipolíticos, y por eso los candidatos tienen que vestir informal y hablar como la gente. La forma de hablar de Trump les resulta refrescante, y lo confunden con autenticidad. Que mienta o diga lo primero que se le pasa por la cabeza quiere decir que no está leyendo un guion. Y eso refuerza su atractivo.

La tendencia no es solo antipolíticos expertos, sino también anti-intelectual, ¿no?

En el 2016, solo un 32% de los estadounidenses tenían títulos universitarios. Los demócratas no pueden seguir utilizando la retórica meritocrática: educarse, superarse… Porque eso solo es aplicable a un tercio de la población. El resto de la gente tiene trayectorias profesionales completamente distintas. Los republicanos destruyeron los sindicatos, y los demócratas no hicieron nada para oponerse a las legislaciones del “derecho a trabajar” y todo eso. Por último, la clase obrera de hoy ya no son tipos blancos con cascos de construcción, como muestran los noticiarios. Es más diversa en raza y género. Pero Trump está atrapado en esa retórica, que le viene de Steve Bannon, un tío de origen humilde que se hizo superrico y super-corrupto, y se llenaba la boca con el Rust Belt y el declive industrial que él contribuyó a crear.

Donald Trump: A History of the Presidential Candidate's Involvement with  WWE | Bleacher Report | Latest News, Videos and Highlights

James K. Vardaman, senador demócrata de Mississippi, se apropió, como Trump, de la retórica white trash. Se definía a sí mismo como el “redneck original”.

Sí, es parecido a lo de Trump con el wrestling. Todo es exagerado y camp, es su simulación de millonario matón. La gente que va a los campeonatos de wrestling es de clase obrera, y saben que aquello es camp y falso y teatral, pero su sensibilidad sobre qué es divertido es distinta a la de la clase media. Quieren ver a gente con sus mismos gustos en el poder. Trump comprende y conecta con eso.

No esperaba empatizar con Lyndon B. Johnson. Le tenía demonizado por Vietnam, pero tu libro arroja una luz favorable sobre él.

La guerra del Vietnam es la crítica más habitual que se le suele hacer. Pero Johnson era un tipo honesto y un político de verdad: conseguía que se aprobaran leyes en el congreso (algo que hoy resulta imposible). Además, comprendía perfectamente los problemas de los pobres, porque él era un producto del New Deal: un profesor de escuela que había trabajado en proyectos del New deal y enseñado a niños pobres. Mucha gente piensa en su programa de la Great Society y solo recuerda los fondos destinados a los guetos negros urbanos, pero ignoran los fondos que se destinaron a los pobres blancos rurales de los Apalaches, por ejemplo. Para él, esas dos clases estaban sufriendo y necesitaban el mismo tipo de ayuda. Los demócratas actuales solo se fijan en raza y en entornos urbanos, dándoles una excusa a los críticos de las ayudas gubernamentales. Convertimos a los blancos pobres rurales en invisibles, y luego nos sorprendemos de que los conservadores logren incitar el odio racial.

Kentucky County That Gave War On Poverty A Face Still Struggles : NPR

En España sucede algo similar.

Los estados sureños proveen menos asistencia que los norteños, pero consiguen más ayudas. Luisiana tiene cargas fiscales regresivas, e impuestos a la propiedad bajísimos. El problema es que los pobres asumen que los políticos son corruptos, porque en el pasado lo han sido, y no esperan nada de ellos. Yo crecí en New jersey, donde la gente se queja. En el sur, la gente pobre acepta lo que le dan. Eso se convierte en un juego de suma cero que los republicanos explotan: el pobre blanco asume que no va a recibir ayudas, y no quiere que otros las consigan. Los terratenientes sureños no van a favor de la clase obrera blanca del sur. Es igual que en la Confederación. Los pobres blancos del sur ondean la confederada, la bandera de una gente que les odiaba y les aplastó [ríe].

La tentación de realizar otra comparación con España es casi irresistible.

Los terratenientes sureños intentaron quitarles el voto. Imagina. Temían que les sedujera Lincoln y empezara un levantamiento de clase. Pero la confederación ha sido tan romantizada tras los sesenta que es imposible discutir la realidad. La clase obrera sureña defiende los monumentos de Jefferson Davies o Robert E. Lee, oligarcas que les consideraban carne de cañón. Esas estatuas las construyó la nueva élite blanca sureña, no son en honor del pueblo.

Los ataques a Lyndon B. o Sarah Palin, dos políticos completamente distintos, se parecían en su naturaleza clasista.

Se centraban en que eran paletos sin educación, gañanes sin modales. Cuando la gente asciende en la escala social, empieza a desdeñar a los que se quedan abajo. La idea de que los que vienen de bagajes pobres van a ser automáticamente liberales o progresistas es falsa. Bernie Sanders habla siempre del 1% que tiene el poder, pero el sistema de clases se transmite por todas las clases. Infecta la relación que la clase obrera tiene con la clase pobre. La mayoría de gente trabajadora tiene miedo de empeorar económicamente. Las estadísticas muestran que la clase obrera no asciende: tiende a caer, luego tal vez vuelve a su estado anterior, pero raramente se muda a la media. Lo de que “solo hay un camino y es hacia arriba” es una patraña: la gente trabajadora desciende. El triunfo de algunas políticas (y de Trump) están basadas en la explotación del resentimiento: de las clases medias hacia las clases obreras y pobres, o de la clase obrera intentando conservar su identidad y distinguiéndose del lumpen. El redneck se define en contraposición a la basura blanca. Los llamados rednecks se ven a sí mismos como gente que trabaja duro y bebe duro, pero que tiene un empleo, mientras que la basura blanca vive de las ayudas y no aporta nada a la sociedad.

The Surprising Backstory of The Beverly Hillbillies - The Life & Times of  Hollywood

Repasas los estereotipos clasistas de la televisión norteamericana y el show business.

El propósito de una serie como The Beverly Hillbillies era hacer que la clase media odiase al banquero a la vez que sentía resentimiento por una familia de basura blanca que no merecía el regalo. La gente mira una serie como Here comes Honey Boo Boo porque es como un desfile de freaks. Te sentirás superior a ellos, porque son patéticos y puedes reírte de su estupidez. La clase media es profundamente insegura: solo se define a sí misma por quien tiene encima y debajo.

El esclavismo funcionaba por eso. Porque los pobres blancos temían descender al nivel del esclavo.

Sí. La confederación utilizaba esa idea para competir con el encanto de Lincoln. Los republicanos norteños querían pasar el Homestead Act, que pretendía entregar tierras a los pobres. Un cambio en las leyes de propiedad era algo muy peligroso para la élite sureña. Así que les dijeron a los pobres que el Norte les iba a hacer descender al nivel de esclavos negros. En realidad, los potentados sureños consideraban a la basura blanca por debajo de los esclavos, porque según ellos los esclavos eran productivos. Eso es revelador. Respetaban a sus esclavos porque les hacían ganar dinero, mientras que la basura blanca eran ladrones, usurpadores de tierras e inútiles. Solo querían librarse de ellos.

Reexaminas una de las imágenes más famosas del racismo blanco, que es Hazel Bryan increpando a la primera estudiante negra de Little Rock, Arkansas.

Es interesante reexaminar lo sucedido, porque Hazel Bryan ya no era basura blanca cuando se tomó esa imagen. Su familia se había mudado a la ciudad no hacía mucho, y de repente vivía en una casa con lavabos. A todos los efectos, había ascendido socialmente, y adoptado el temor a descender de la clase media. En segundo lugar: en Little Rock había tres institutos: el de la élite, que no era integrado; el afroamericano; y Central High, que era el de la clase obrera. Cuando empezaron a integrar, lo hicieron con el de clase obrera. Era un experimento social, que además no iba a salpicar a la élite, que continuaba teniendo un instituto solo para blancos. La explosión racista de Little Rock tenía mucho de ira de clase, y eso jamás se comenta. El caso de Hazel Bryan es interesante, porque descendió socialmente, y acabó viviendo en una caravana, como tanta otra gente de su generación. Sus padres, que eran hijos del New Deal, ascendieron; ella cayó.

Bill Clinton fue “el primer presidente negro”. Explícanos la teoría.

Sus experiencias con la pobreza eran similares a los de un afroamericano. Comprendía los aprietos de la comunidad negra porque venía de una clase similar. Los republicanos lo leyeron de otro modo: le llamaron el primer presidente white trash. Le odiaban como nunca odiaron a Obama. Cuando sucedió el escándalo Monica Lewinsky lo atribuyeron a su talante de basura blanca. Los republicanos creían que Reagan era un Rey: el dignatario perfecto, elegante, señorial… La señora Reagan miraba por encima del hombro a los Carter, que venían de la clase trabajadora, y una vez en el poder hizo fumigar la Casa Blanca. Reagan les hizo vivir de nuevo el sueño aristocrático americano. Pero Clinton… Era un insulto viviente a aquello. Los llamaban el príncipe y el mendigo. Insultaban a su madre, que había sido pobre y adicta a las drogas. El pedigrí era clave para analizarle. Con Sarah Palin hicieron lo mismo. Se ensañaron con que su hija se había quedado embarazada antes del matrimonio, como si aquello fuese un atributo lumpen. Twitter e internet difundieron el bulo de que el hijo disminuido de Palin era en realidad hijo de su hija. Cuando tratan de meterle alguna puya a Hillary Clinton (y las mujeres acarrean un mayor estigma de clase que los hombres) siempre es por algún defecto de clase: mala dentadura, por fumar, por no engendrar suficiente descendencia. Por ser una mala madre que alimenta a sus hijos con arcilla, como se decía antes.

Bill Clinton plays the sax - Iconic presidential campaign moments - CBS News

Danos tu apuesta para estas elecciones.

Trump ha quemado la mayoría de sus puentes. Su rabia y fealdad no son solo clasistas y racistas sino también machistas, y creo que casi nadie le soporta. Los republicanos del Lincoln Project, que son desertores anti-Trump, afirman que el partido republicano actual está dividido, y es por razones de clase. Los republicanos con cierta educación tienen Fatiga Trump, y se han dado cuenta de que Biden no es el anticristo [ríe]. Creo que ese tipo de republicanos va a cambiar su voto. Y todo empezará en Pensilvania, el estado de Biden. Está hablando de clase en su programa: señala a Trump como un snob que mira por encima del hombro a los pobres, el tipo que prohíbe el ingreso del trabajador corriente al club de campo. El sur sigue siendo un caso perdido, pero va a notarse un incremento de votantes negros y mujeres negras (que siempre han apoyado a Hillary). Resumiendo: la gente está harta de Trump. Lo que quieren ahora es un presidente aburrido. Pero aún van a votarle muchos, no nos engañemos. Las dos cosas que me preocupan post-elecciones son: a) las milicias (van a crear violencia, seguro) y b) la división absoluta de los republicanos, que, incapaces de rehacer el partido desde los cimientos, tal vez se vean obligados a buscar a alguien peor que Trump. Pues alguien como él ya ganó una vez. ¿Por qué no repetir?

Kiko Amat

(Hace un par de meses entrevisté a Nancy Isenberg para El Periódico, en la que todo apunta que fue la última entrevista que voy a realizar en un tiempo. Por razones de tiempo. Esta es la fabulosa charla sin cortes de aquella entrevista. Todos los derechos de Kiko Amat. Citen la fuente, si me hacen el favor)

Cosas Que Leo #36: LA MENTE REACCIONARIA,Corey Robin

CoreyRobin_LaMenteReaccionaria

«El segundo elemento que encontramos en esas voces tempranas de la reacción es una sorprendente admiración hacia la revolución contra la que están escribiendo. Los comentarios más arrobados de Maistre quedan reservados a los jacobinos, cuya voluntad brutal e inclinación a la violencia —su «magia negra»— claramente envidia. Los revolucionarios tienen fe en su causa y en sí mismos, lo que transforma un movimiento mediocre en la fuerza más implacable que Europa ha visto nunca. Gracias a sus esfuerzos, Francia ha sido purificada y restaurada a su justa posición de orgullo en la familia de naciones. «El gobierno revolucionario», concluye Maistre, «endureció el alma de Francia templándola en sangre».

Burke es de nuevo más sutil, pero corta más profundamente. El gran poder, sugiere en De lo sublime y de lo bello, nunca debería aspirar a ser —y nunca puede ser— hermoso. Lo que el poder necesita es lo sublime. Lo sublime es la sensación que experimentamos frente al dolor extremo, el peligro o el terror. Burke lo llama «horror delicioso». El gran poder debería aspirar a lo sublime, en vez de a la belleza, porque lo sublime produce «la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir». Es una emoción imponente pero vigorizante, que tiene el efecto simultáneo y contradictorio de disminuirnos y magnificarnos. Nos sentimos aniquilados por el gran poder; al mismo tiempo, nuestro sentido del ser «se hincha» cuando «conversamos con objetos terribles». El gran poder alcanza lo sublime cuando es, entre otras cosas, desconocido, misterioso y extremo. «En todas las cosas», escribe Burke, lo sublime «aborrece la mediocridad». En Reflexiones, Burke sugiere que el problema en Francia es que el Antiguo Régimen es hermoso, mientras que la revolución es sublime. El interés de los terratenientes, piedra angular del Antiguo Régimen, es «perezoso, inerte y tímido». No puede defenderse «de la invasión de la capacidad», y ahí la capacidad la representan los nuevos hombres de poder que la revolución lleva adelante. En otras páginas de las Reflexiones dice que el interés del dinero, aliado de la revolución, es más fuerte que el interés aristocrático porque está «más dispuesto a la aventura» y «a nuevas empresas de todo tipo». El Antiguo Régimen, en otras palabras, es hermoso, estático y débil; la revolución es fea, dinámica y fuerte. Y en los horrores que perpetra —la turba irrumpiendo en la cámara de la reina, arrastrándola medio desnuda a la calle y llevando tanto a ella como a su familia a París—, la revolución adquiere una especie de sublimidad: «La alarma nos lleva a la reflexión», escribe Burke sobre las acciones de los revolucionarios. «Nuestras mentes […] son purificadas por el terror y la piedad; nuestro orgullo, débil y no pensante, queda humillado bajo las dispensaciones de una sabiduría misteriosa».

Más allá de esas sencillas muestras de envidia o admiración, el conservador realmente aprende de las revoluciones a las que se opone y acaba imitándolas. «Para destruir a ese enemigo», escribió Burke de los jacobinos, «de un modo u otro, la fuerza que se le oponga deberá guardar alguna analogía y similitud con la fuerza y el espíritu que ese sistema ejerce». Este es uno de los aspectos más interesantes y menos comprendidos de la ideología conservadora. Pese a que los conservadores son hostiles hacia los objetivos de la izquierda, en especial el empoderamiento de las castas y clases bajas de la sociedad, a menudo son sus mejores aprendices. A veces, sus estudios son autoconscientes y estratégicos, como cuando miran a la izquierda en busca de formas de comunicación popular o de nuevos medios para sus objetivos repentinamente deslegitimados. Temerosos de que los filósofos tomaran control de la opinión popular en Francia, los teólogos reaccionarios de mediados del siglo XVIII siguieron el ejemplo de sus enemigos: dejaron de escribir abstrusas disquisiciones entre ellos y empezaron a producir propaganda católica, que se distribuiría a través de las mismas redes que llevaban la ilustración al pueblo francés. Gastaron vastas sumas en financiar concursos de ensayos, como aquel en el que Rousseau se hizo célebre, para recompensar a los autores que escribían defensas accesibles y populares de la religión. Los antiguos tratados de fe, declaró Charles-Louis Richard, eran «inútiles para las multitudes, que, sin armas y sin defensas, sucumben rápidamente a la Philosophie». Su obra, en cambio, fue escrita «con el deseo de poner en manos de todos aquellos que saben cómo leer un arma victoriosa contra los ataques de esa turbulenta Philosophie».»

La mente reaccionaria; el conservadurismo desde Edmund Burke hasta Donald Trump

COREY ROBIN

Capitán Swing, 2019

328 págs.

Traducción de Daniel Gascón.

Guerras culturales en internet

Dos libros, Muerte a los normies, de Angela Nagle, y La trampa de la diversidad, de Daniel Bernabé, analizan las guerras culturales que han llevado a Trump y a la alt-right al poder, así como las reivindicaciones identitarias que “atomizan” a la clase obrera y dividen a la izquierda

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Trump no es más que un trol a mayor escala, como los Clicks gigantes que hay en las puertas de las jugueterías, y su camino a la Casa Blanca fue allanado por otros trols. Los mismos que yo, con una vista que espero me conserve Dios, despreciaba aduciendo que eran MEP (Masturbadores En Pijama) y no representaban ninguna amenaza para el “mundo real”.

Se me olvidó, claro está, que tenían derecho a voto.

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Muerte a los normies, de Angela Nagle, relata cómo llegó Trump a la presidencia, tras una guerra digital que la izquierda tradicional no había visto venir. Nagle cartografía el combate: a un lado está esa “contrarrevolución sin líderes”, culturalmente trol, compuesta por gamers, chaneros (foreros de 4chan), antifeministas y la extrema derecha de internet, con su “cinismo nihilista”, “ironía reactiva”, schadenfreude y afición linchatoria. En el otro extremo se halla la izquierda Tumblr, “una cultura basada en acusar a la ligera de misoginia, racismo, (…) transfobia y demás” que “llegó a su más absurda apoteosis con una política centrada en poner el foco en las minucias (…) de las identidades”. Una izquierda de tablet, “autoflageladora y ultrasensible”, con su “cultura de la denuncia”, cry bullying y obsesión identitaria.

Nagle no pierde de vista a los malos (el bando que “vio como su candidato ocupaba el puesto de presidente”), pero tampoco olvida que fue el puritanismo mojigato de sus oponentes quien precipitó el desenlace: mientras los izquierdosos-con-Iphone fetichizaban “la red espontánea, sin líderes e internetcéntrica”, en el vacío de poder nacía un monstruo que había hecho suya “la estética de la contracultura, las transgresiones y el inconformismo”. La alt-right hizo que ser facha volviera a ser molón (para un montón de tarugos) jugando con la rebeldía anti-mainstream. Los izquierdosos nos hemos dado cuenta tarde de que “los primeros neocon empezaron como trotskistas”, se alimentaron de nuestras vanguardias y punkeríos, y regurgitaron lo aprendido en un arrasador movimiento de derecha. Hoy cualquier chaval frustrado puede caer en las garras de mostrencos como Gavin McInnes de Vice, el neonazi-gamer Andrew Auenrheimer (weev) o Mike Certovich, gran patán neomasculino. Su existencia, afirma Nagle, nos obliga a replantearnos la idea de contracultura, pues “el ascenso de Trump y la alt-right no es la evidencia del retorno del conservadurismo, sino de la total hegemonía de la cultura del inconformismo, la autoexpresión, la transgresión y la irreverencia gratuita”.

Resultat d'imatges de trampa de la diversidadLa trampa de la diversidad, de Daniel Bernabé, es otro ensayo clave para comprender las guerras culturales de nuestro tiempo, aunque, al contrario que el anterior, erra el tiro tantas veces como acierta. Las tesis del libro son que “la diversidad se ha convertido en un mercado competitivo al servicio del neoliberalismo”, y “deconstruir identidades hasta atomizarlas es dar anfetaminas neoliberales al posmodernismo”. Bernabé toma carrerilla: nos explica la modernidad y su reacción, el posmodernismo, que define como “la aceptación del mundo fragmentario e inasible de la modernidad, que lejos de enfrentarse, se celebra con una mueca de inteligente desencanto”. El autor analiza el fracaso del sueño hippie y el nacimiento de un nuevo egoísmo desclasado (“la New Age, el incienso y la psicodelia se fueron, pero quedó el gusto individualista”). De allí a la reacción neoliberal y las claudicaciones de Clinton, Blair e, inevitablemente, el PSOE.

Todo lo descrito son cimientos legítimos para llevarnos a las políticas de identidad. Pero ahí es donde el periodista madrileño empieza a perder pie. Al poner el debate identitario en el epicentro de los problemas de la izquierda, Bernabé hace como un médico que acertara a diagnosticarnos el origen de un prurito en la ingle pero ignorara la gangrena pestilente del brazo.

El autor empieza separando las aspiraciones «netamente humanas, como comer y vivir bajo un techo” de las que, en su opinión, son caprichos occidentales. Esa mirada admonitoria, de tono catequista, lastra el libro. Uno puede comprender que Bernabé esté enojado con una izquierda que considera más urgente la libertad de definirse como medio-elfo que el derecho universal a la vivienda. Lo que sucede es que Bernabé utiliza tan solo ejemplos extremos de reivindicación identitaria para convencernos de su puerilidad, y así sentenciar que “dar una respuesta a la troika es más importante que las políticas de diversidad”. Lo que viene a significar que, si sufres algún tipo de cuita identitaria, deberías poner esa llamada en espera, y concentrarte en aplastar el capitalismo. La propuesta de Bernabé no solo es insensible, sino también irrealizable, y recuerda a la vieja cerrazón de los comunistas de partido hacia todo lo que no encajaba en el materialismo histórico.

El segundo lastre de la obra es su talante nostálgico. Bernabé confiesa que sufre “aversión al presente”, un espíritu que no parece el más indicado a la hora de solucionar problemas actuales. Por añadidura, nos habla de un ayer imaginario, hecho épico mediante obras de ficción. Mitifica los tiempos de la lucha pre-internet, las vanguardias de los 30, los filmes neorrealistas, Mayo del 68, Neil Young e incluso la RDA. A ratos parece un veterano estalinista vociferando en la Plaza Roja, y como tal escoge su argumentario histórico de manera selectiva. En su Shangri-La proletaria no existen los comisarios políticos, los chotas o los militantes de rebaño. Los sindicatos están compuestos por gente “normal” que va en bicicleta a la fábrica y entona canciones irlandesas en el pub. Margaret Thatcher dijo en 1983 que deberíamos “regresar a los valores victorianos”, olvidando todos los que no procedían, de la sífilis al colonialismo, y Bernabé, de un modo parecido, realiza extenuantes contorsiones dialécticas para que su ucronía obrera no se salpique de pasado vergonzante.

La trampa de la diversidad, así, funciona como esencial elemento de discusión actual, así como crítica de la izquierda sobre-identitaria, pero falla al señalar enemigo y fracasa en numerosos frentes. No solo políticos, sino también humanos. Kiko Amat

Muerte a los normies; las guerras culturales en internet que han dado lugar al ascenso de Trump y la alt-right

Angela Nagle

Orciny Press

Trad. de Hugo Camacho

156 págs.

La trampa de la diversidad; cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora

Daniel Bernabé

Akal

249 págs.

(Este artículo se publicó previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 5 de enero del 2018)