Toma anfetas (o no): un artículo para Cáñamo

En la revista Cáñamo de agosto del 2018 aparece un extenso artículo del menda (aparezco ahí, en portada, cerca del menisco derecho de la moza). El artículo versa exclusivamente sobre anfetaminas y mi vieja relación (de abuso) con ellas. No existe versión online de la cosa, así que tendrán que pillarse la versión papel y buscarme en sus páginas.

Para abrirles los munchies me permito incluir aquí el inicio de dicha pieza, que luego entra a trapo en los particulares autobiográficos con una gran inmoderación:

  1. Indicaciones

– “Estados depresivos, astenia matutina, surmenage, intoxicación por barbitúricos, curas de deshabituación en toxicómanos, narcolepsia, parkinsonismo post-encefálico, tumores diencefálicos, hipertiroidismo y…”, espera, esto está medio tapado por la foto de Sandie Shaw -acerco la cara a la pared, donde pegué un viejo prospecto de Centramina a modo decorativo, y leo, resiguiendo la línea con el dedo- “Obesidad”, creo que pone.

– Ahora me dirás que sufrías alguna de esas -suelta mi mujer, y ambos extremos de su boca se tuercen hacia arriba, como si le dieses la vuelta a un arco. Las pecas de sus comisuras se reagrupan en pequeños comandos de melanina.

– No, claro que no -le respondo, dejando de leer y volviéndome hacia ella, mis dos cejas fruncidas en una sola oruga central- Tenía diecinueve años y pesaba 45 kilos. La emoción dominante en mí a esa edad era la euforia ingobernable; con algún conato ocasional de tristeza en almíbar. No tenía tumores, ni párkinson, ni hipertiroidismo, que yo sepa. Me levantaba de la cama de un brinco, cantando canciones inglesas a grito pelado, como un joven cadete recién alistado. Y en cuanto a lo del “surmenage”, no sé lo que es.

– Enfermedad Sistémica de Intolerancia al Esfuerzo -contesta- Fatiga crónica, vamos.

– Decididamente no sufría de eso tampoco. De hecho, producía más energía de la que podía consumir. Tendrían que haberme conectado algún tipo de batería al trasero para luego recargar a otra gente con menos recursos.

– El gran enigma, entonces, sigue sin resolver: ¿por qué narices te metías tanta anfetamina?

Inclino la cabeza hacia un lado, los ojos en las esquinas de los párpados, como el que trata de escrutar por dentro un rincón de su cabeza.

– ¿Sabes qué? -le digo, volviendo a mirarla- Que no tengo ni idea.

Del tripi ochentero a la «microdosis»

Esto es un despiece que escribí para El Periódico del 26 de mayo. Acompaña a un artículo central sobre el LSD, Abbie Hoffman y todo el sidral.

El mío, como leerán, surge de la más estricta y esperpéntica experiencia en primera persona con los ácidos y las fenetilaminas (y la bazofia semitóxica que engullíamos de adolescentes, que como pueden imaginar no pertenecía a ninguno de los grandes grupos lisérgicos).

Espero que les guste, y también que no prueben nada de eso en casa.

Acieeed Heil!

Mi artículo sobre drogas y poder para Cultura/S de La Vanguardia es el más leído del suplemento. Pueden leer la parte del High Hitler, nazis enchufados, anfetas-ss y el Rave-Reich en este práctico link.

Una vez lo hayan terminado, ya recolocada la quijada a su posición original, pueden pasar a leer lo que les corto-pego aquí debajo, que son los dos despieces del texto original que no están disponibles online. Porque ustedes lo valen.

Opio rojo, opio azul: la droga como arma

https://i0.wp.com/www.librosalcana.com/764751.jpgLa teoría de que existe una conspiración para endrogar a la población con fines políticos es más vieja que mi Samsung. En verdad se trata de un juego a lo “el mundo al revés quien lo dice lo es” que han usado siempre los perlas de un bando para desacreditar al enemigo, y viceversa. Según Juan Carlos Usó, autor de ¿Nos matan con heroína?; sobre la intoxicación farmacológica como arma de estado (Libros Crudos, 2015), la primera nación acusada de ello fue Inglaterra, cuando las Guerras del Opio del XIX, por los Chinos (que también traficaban). Ya en la Guerra Fría los medios de masas americanos culpaban al comunismo y al maoísmo del narcotráfico, una acusación de la que se hacían eco los periódicos de la carcunda española como ABC, que hablaba de “opio rojo”, y Arriba, que tildaría al padrecito Mao de “perfecto rey del opio”.

El cambio de sesgo ideológico llegaría en los 60, cuando la contracultura y el movimiento sesentayochista redirigirían la culpa hacia los powers that be. Es una mascletá libertaria de denuncias que da inicio con panfletos libelosos como Capitalism plus dope equals genocide (1970) de Michael “Cetewayo” Tabor y La droga, potencia mundial: el negocio con el vicio (1981) de Hans-Georg Behr, entre otros. El gobierno norteamericano empieza a revelarse como el Fu-man-chú de una trama maquiavélica para acabar con la agitación revolucionaria de melenudos, negros y rojos. La revista Ramparts, en un reportaje de 1971, señalaba a la CIA como facilitadora de ese meneo de heroína, y solo un año después Triunfo reproduciría sus puntos de vista para el público español.

La verdad está envuelta en penumbra, claro, pero Usó tiende a pensar que la CIA utilizó fondos del narcotráfico para guerrear contra el comunismo, sí, pero que dicha táctica obedecía a “fines geopolíticos”, no “biopolíticos” (es decir: intoxicación sistemática de jipis y ácratas). Asimismo, en mi opinión, la existencia de CointelPRO (programa de contrainteligencia creado para desbaratar organizaciones disidentes dentro de los Estados Unidos) y más particularmente del programa secreto de control mental MK Ultra, que experimentó con sustancias alteradoras de la percepción (como arma de estado) hacen que uno casi se sienta obligado a creer que, si el gobierno USA no promovió un genocidio toxicológico centralizado y sistemático (como afirma Usó), fue únicamente por la dificultad logística. No por falta de ganas. K.A.

Pero: ¿nos matan con heroína, sí o no?

https://i0.wp.com/www.playgroundmag.net/bbtfile/6_20151211zdXn6Y.jpegLa respuesta breve de Juan Carlos Usó (Nules, 1959) es que el estado no nos mata con heroína. Ya pueden llamar a su camello con la seguridad de que no pertenece al CESID. La menos breve concluye que jamás existió una conspiración “biopolítica” destinada a sojuzgar con opiáceos a la airada juventud de la Transición, y que se trató únicamente de corrupción policial desmadrada.

Usó señala un tufo moralista en la gestación de la conspiranoia, con los movimientos obreristas de los años 30 hablando de un “liberticidio” narcótico orquestado por los “defensores del clericalismo y capitalismo”. Cuando la contracultura española recogió ese testigo, y lo revitalizó con teorías de la contracultura gringa, se limitó a repetir las tesis valiéndose del reconcomio y la sospecha (razonable) hacia el Estado post-franquista, sin efectuar un examen profundo. Usó cita el artículo de Eduardo Haro Ibars de 1978 “Nos matan con heroína” para Ozono como impulsor de la idea de la heroína como “instrumento de control por parte del poder”. La contracultura friqui en pleno (de Pau Riba a Pepe Ribas de Ajoblanco), así como los punks posteriores, enarbolaron la idea del complot. Usó subraya a los grandes fiscales de dicha componenda, la izquierda abertzale, con declaraciones de HB en 1980 sobre la “mafia de la heroína”, la cruzada contra el tráfico de drogas que inició ETA y el dosier de la asociación Askagintza de 1984, entre otros. Todos aseveran que el infame Estado Español nos metió picos en vena para acabar con el amonal.

Usó busca derribar esa visión con varios argumentos: las teorías no tienen en cuenta la responsabilidad del usuario (tratan a los adictos como niños sin uso de razón, meras víctimas no-pensantes de un genocidio gubernamental); nunca se comenta la patente fascinación filo-suicida que despertaba el jaco entre los rocanroleros; se ignora la (perniciosa) influencia de la política prohibicionista; otorga a los presuntos responsables de un programa de esa envergadura una “sobrehumana comprensión de los hechos”, como si –se lo digo con mis palabras- los perpetradores del genocidio opiáceo fueran Lex Luthors omnipotentes en lugar de una cáfila de picoletos iletrados. Usó viene a decirnos que, en un país de chotas y corruptos, ¿cómo puede ser que jamás se hayan destapado evidencias de esta conjura?

Y es ahí donde Usó se pega lo que los ingleses llaman un “tiro en el propio pie”, al enumerar una pasmosa lista de casos de narcotráfico policial en el marco de iniciativas gubernamentales como el GAL, el Plan Zona Especial Norte y la Ley Antiterrorista. Por ejemplo la desaparición de 150 kilos de coca incautada en Irún en 1988, lo que daría lugar al famoso “Informe Navajas”: la confirmación de que existía una “tupida red” de agentes quienes, amparados en la lucha antiterrorista, y centralizados en el cuartel de Intxaurrondo, controlaban el comercio de heroína en Euskadi. El “informe Navajas” desapareció tras ser “sistemáticamente saboteado” por la benemérita, y el coronel Galindo exculpó a los demás oficiales acusados por Garzón, comiéndose el marrón. Usó sostiene que los agentes traficaban con heroína por afán de lucro, y que la utilizaban como “instrumento y moneda de cambio” para pagar a chivatos, operaciones encubiertas, etc., pero se apresura añadir que tal cosa no implica la existencia de un programa trazado desde arriba por una especie de Mago de Oz contrarrevolucionario (mis palabras, de nuevo).

Tras leer el libro de Usó, la sensación prevalente en este articulista es la de “interés suspicaz”. El autor argumenta bien la tesis anti-conspiranoia, pero entonces agarras la prensa y lees que el pasado 15 de noviembre detuvieron al Sargento Béjar, de la Comandancia de Algeciras, implicado en una nueva red de narcotráfico. Béjar, qué cosas, fue imputado por la Audiencia Nacional a mediados de los noventa en los sumarios sobre guerra sucia que salpicaron a Intxaurrondo, y su nombre aparece en el sumario del caso Lasa y Zabala (aunque sería exonerado por Galindo en una declaración firmada). Y entonces sientes aquel molesto cosquilleo en la nuca. K.A.

10 drogas que tomé

Otra garbosa pieza piyuli-confesional, esta vez sobre experiencias con narcóticos de distinto pelaje: 10 drogas que tomé. Estrictamente vivencial, como ya imaginan, aunque llena de aplicaciones prácticas. Léanla y sabrán todo lo que hay que saber sobre resaca de speed (e inexplicable desaparición del propio pito), cosas que no te suceden en el anus cuando tomas popper, el día que creí haber tomado heroína pero luego resulto que no era heroína ni de culo, paranoia anti-hippy derivada del consumo desmedido de MDMA en polvo, blackouts motrices de diazepam, los rastros del tajín que dejé por toda la casa en mi última cogorza y muchísimo más.

Todo para entretenerles enseñando, enseñarles entreteniendo.