Cosas Que Leo #89: EL ADOLESCENTE SAVENKO, Eduard Limónov

“Esto es una dictadura: la dictadura de los adultos”, concluye Eddie mientras camina a oscuras por las calles del Saltovsky. Eddie era capaz de orientarse en la más absoluta oscuridad por el Saltovsky. Conocía a la perfección cada esquina, cada piedra, cada árbol. “Sí, la dictadura de los adultos, peor incluso que la dictadura del proletariado”.

Eddie pensaba que los adultos hacían muchas gilipolleces. Como trabajar, por ejemplo. Lo hacían solo para ocultar sus grandes vacíos existenciales, no porque les gustase. Lo veía muy claro, por ejemplo, en su vecino de la Avenida del Paralelo 22, el tío Sasha Chepyga: lo que más le gustaba era estar enfermo, porque así no tenía que ir a trabajar. Se ponía muy contento cuando le dolía algo y podía quedarse todo el día en casa: dedicaba el día a jugar al fútbol con su hijo Vitka y con Tólik el Jorobado. Se sentía tan pleno que hasta se permitía el lujo de no beber vodka para poder seguir dándole al balón en el parque.”

El adolescente Savenko, o Autorretrato de un bandido adolescente

EDUARD LIMÓNOV

Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2020 (publicado originalmente en 1987)

330 págs.

Traducción de Pedro J. Ruiz Zamora

Cosas Que Leo #58: EL HOMBRE SIN AMOR, Eduard Limónov

«Aquel otoño me puse insoportablemente chulo. Chulo como el obrero que comparte cama con una condesa, como el delincuente de poca monta que acaba de ejecutar un golpe maestro. Mi primera novela tenía que aparecer en las librerías parisinas al cabo de un mes. Me había traído conmigo a Londres las galeradas.

Recorría las calles con ganas de escupir a la gente en la cara, de arrancar a los niños de sus cochecitos, de meter mano debajo de la falda a las más pudorosas señoras de edad. En una ocasión, saliendo borracho de una bodega de vinos en Sloane Square, a duras penas pude contenerme para no tirarle de la oreja a un policía. Diana me lo impidió. Solo me permití la ridícula satisfacción de señalar con el dedo el rubicundo careto del bobby, mientras me partía de risa. Era feliz, ¿cómo no iba a serlo? Había conseguido encandilarlos a todos, les había vendido la moto. «A todos» quiere decir a todo el mundo, a la sociedad —la society, esa palabra que en el oído ruso tintinea como «pandilla de mamones», «batallón de suckers»—. Tenía la sensación de haberles tomado el pelo a todos y la seguridad de no ser en justicia un escritor, sino un farsante.

Fue durante aquel subidón, a lomos de una hirviente ola de arrogancia, soberbia y delirios de grandeza, cuando me ligué a ese pedazo de actriz, Diana. ¡A una actriz, joder! Diana aparecía en el cine y también en la tele, en series y cosas por el estilo. La gente la reconocía por la calle… Para ser justos, lo lógico habría sido que me mandara rápidamente a paseo. Ella era famosa, y yo no pasaba de simple escritor primerizo. Sin embargo, la misma osadía que sirve para obnubilar y arrastrar a las masas, sirve también para engañar a una estrella de cine hasta conseguir que se nos abra de piernas.

No solo se fue a la cama conmigo, sino que me dejó vivir en su piso, en King’s Road, y me paseó en su coche por Londres y por toda Gran Bretaña. Debo puntualizar que aquella morena, una verdadera bomba de muslos voluminosos y nalgas orondas, que había encarnado a un buen puñado de histéricas en las adaptaciones televisivas de Maupassant, Dostoyevski y Henry James, no fue la única víctima de mis encantos. ¡Oh, no, estafé a un importante número de los habitantes de la Gran Bretaña que se cruzaron en mi camino!»

El hombre sin amor

EDUARD LIMÓNOV

Fulgencio Pimentel

282 págs.

Traducción y notas de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea

Cosas Que Leo #45: LA FILIAL, Sergei Dovlatov

«El que ens va impressionar més va ser la màquina de cafè. Ens dirigíem a Santa Barbara. L’horitzó era clar i ample. La llum travessava les mates d’arç blanc que hi havia al llarg de la carretera. Feia l’efecte que la casa més propera havia de ser desenes, centenars de milles enllà. I, de sobte, vam veure una garita amb un rètol: «Cafè». L’autocar va frenar. Vam baixar. En Beliakov, l’escriptor, va dirigir-s’hi el primer. Va llegir les instruccions amb atenció. Es va treure una moneda de la butxaca. La va tirar per la ranura. Es va sentir un clac i un gotet de paper va aparèixer per un forat.

—Dària! —va cridar en Beliakov—. Un gotet!

I va tirar una altra moneda. De no se sap quina obertura en va caure un grapadet de sucre.

—Dària! —va cridar en Beliakov—. Sucre!

I va tirar una tercera moneda. El got es va omplir de cafè.

—Dària! —en Beliakov no es calmava—. Cafè!

La Dària Vladímirovna es va mirar el marit amb amor. Llavors, amb una tendresa maternal a la veu, va pronunciar:

—Que no ets a Mordòvia, pallús!

Per a un pare de família, és una gran cosa ser en un hotel. Sobretot en una ciutat americana desconeguda. A l’estiu.

El telèfon guarda silenci. Tens una dutxa fresca a la teva disposició. Cap mena d’obligació.

Pots fumar i deixar caure la cendra damunt del cobrellit. No cal que et tanquis al vàter. Pots anar descalç per la moqueta.

Els bars i restaurants estan oberts. Tens diners. A cada cantonada t’hi espera una trobada agradable.

Pots escoltar les notícies. Pots baixar al bar. Pots esbrinar el telèfon d’una vella coneguda, la Regina Košice, instal·lada a Los Angeles.

En lloc de tot això, què fa un literat rus? Doncs, naturalment, truca a casa, a Nova York. I de cop i volta es carrega a l’esquena tota mena de maldecaps. La mare té bronquitis. El nen estossega. La màquina d’escriure electrònica s’ha de portar a arreglar. I jo, mira, aquí, al simpòsium aquest de La nova Rússia… Com pot ser que et prenguis la vida tan poc seriosament?

Vaig jeure i em vaig posar a rumiar: «Què passa, aquí?». Les circumstàncies eren dubtoses i desconcertants. L’habitació era absurdament espaiosa. Per la finestra, tot el cel l’ocupava un anunci de Pearl Air. Al capçal del llit hi tenia una Bíblia en una llengua que no era la meva. A la butxaca de la jaqueta, una llibreta amb una sola anotació, poc comprensible: «L’humor és el capgirament de la raó». Què vol dir, això?

Què vol dir, tot plegat? Qui sóc, d’on vinc? Què m’ha dut fins aquí?

Tenia quaranta-cinc anys. Els que eren normals ja feia temps que s’havien clavat un tret o que, almenys, s’havien tornat alcohòlics. Jo, en canvi, de poc que no deixo de fumar i tot. Sort que un poeta em va dir:

—Si al matí no pots fer un cigarret, despertar-se i tot resulta absurd…

Va sonar el telèfon. Vaig despenjar.

—Ha demanat quatre copes de brandi?

—Sí —vaig mentir, gairebé sense dubtar.

—De seguida…

Això està bé. Això és fantàstic. Tota situació ha de tenir una petita dosi d’absurd.»

La filial

SERGEI DOVLATOV

Labreu, 2016

156 págs.

Traducción de Miquel Cabal Guarro

Un panegírico para Limónov

Лимонов мертв. Que quiere decir «Limonov ha muerto». Uno de mis autores predilectos y faro en mis tinieblas la ha espichado. Mierda y remierda. Para homenajearle, y lanzar algún tipo de vacuna contra las paridas monumentales que se van a escribir sobre él en todas partes, escribí este enérgico panegírico para, cómo no, El Periódico de Catalunya. Me encanta, aunque esté feo que lo diga yo.

Compártanlo de uno al otro confín. Enchúfenlo en las redes. Digánselo a los compas (por Skype). Limónov… ¡Presentes!

 

DJ STALINGRAD: Antifa antimacho

DJ Stalingrad (nombre real: Piotr Siláiev) tiene la faz bonita (a lo némesis tártara de Miguel Strogoff), la mirada helada y la risa nerviosa. Habla un inglés más o menos fluido que salpica con palabros inventados. Ante todo parece tímido, algo retraído y nerd, la antítesis del Enemigo Público #1 y hooligan salvaje que pinta su libro, el brutal Éxodo (Automática 2015).

silaev-petrSí, hay algo extraño en Stalingrad. He aquí un militante de la izquierda antifascista rusa que llega a Barcelona como dilecto disidente, pero su actitud general es… ¿algo pueril? A lo largo de la charla Siláiev exhibe tics de punk juvenil (nos conmina a esconder las cervezas para una foto) y curioso desdén partisano (St.Pauli, equipo antifa alemán, son “el McDonald’s de los hooligans antifascistas”). A ratos Siláiev habla como un prócer académico, en otras cambia a skin callejero. Y hablando de callejero: he aquí a un hombre que aduce haberse educado en las calles más duras de Moscú, entre vagabundos, nazis y rateros, y a las dos horas de estar en Barcelona ya se ha dejado sisar el Iphone, como un bisoño erasmus. Incluso los ídolos existenciales que aparecen en su novela son de habitación teen, el tipo de posters que colgarías si quisieses importunar a tu madre: GG Allin, el Unabomber… Solo falta Marilyn Manson. Yo no digo que no me crea a Stalingrad (sé que le han sucedido cosas asaz tremendas, y no dudo de su fiera militancia). Solo digo que es un personaje… Contradictorio, vaya.

Solo empezar la novela, el protagonista confiesa que va a contarnos su historia para conseguir sacársela de encima. “Recuerdo para olvidar”, afirma.
En el 2008 hubo un gran redada policial, después de que un miembro del parlamento ruso declarara que yo debería ser arrestado junto a otra gente porque éramos un peligro para el “orden constitucional” o algo así. Entonces decidimos desaparecer por un tiempo. La mayoría de mis amigos emigraron a Ucrania o otros países del Este, pero yo me encaminé a Finlandia, pues tenía los papeles en regla. Me aburrí allí de inmediato y agarré un avión a Tesalónica, pero de repente la guerra estalló y la ciudad quedó en llamas. Allí vi que eso marcaba el final de mi vida anterior, y que debería ponerlo por escrito. Me empujó a ello también la muerte reciente de uno de mis mejores amigos, que habían asesinado poco tiempo atrás. Así que me hice con un cuaderno y lo escribí de una tirada. A continuación otro amigo en Moscú fue asesinado, y empecé a preguntarme qué hacía yo viviendo en el paraíso mientras mis amigos morían. Así que regresé a Moscú y pasé allí tres años más. Realmente trataba de escribir para olvidar, para pasar página de mi vida pasada.
No te ha salido muy bien, porque ahora todos los periodistas van a preguntarte una y otra vez sobre ello.
Claro. Eso es muy cierto. En lugar de olvidar he conseguido lo opuesto. Memorizar la historia.
Es una pregunta algo manida, pero en un libro (presentado como vivencial) como el tuyo se antoja obligatoria: ¿Cuánto de verdad hay en él?
Todo. Es documental. Porque lo estaba escribiendo para mí mismo, no se suponía que llegaría jamás a publicarse. Todo lo que escribo es preciso, pero a la vez siempre aspiré a que fuese un texto de ficción: cambié todos los nombres, no incluí ningún tipo de historial para los personajes que pudiese servir para los medios de comunicación, o así. Por ejemplo, no incluyo background histórico de la guerra entre la derecha e izquierda, porque resultaría algo demasiado obvio para mis amigos. Es un documental exacto, pero altamente ficcionalizado. Como tiene que ser.
En tu novela hay mucha borrachez. El zapoi, o gran merluza rusa, forma parte esencial de las grandes novelas rebeldes rusas, de Limónov a Eroféiev. Y del carácter ruso en general.
En cierto modo. Pero a la vez, eso es una de las partes ficcionalizadas de la novela. Porque me influencian mucho los autores beat americanos, y la aparición del alcohol en Éxodo es como un homenaje a todos esos autores beat. En realidad, la mayor parte de personajes que aparecen aquí no bebían en la vida real. Porque practicaban algún tipo de deporte, o artes marciales [ríe]. Así que es un homenaje estilístico.
Pero historias como la de los obreros de fábrica que se empapuzan de alcohol y juegan a cartas y luego cuelgan al perdedor de una grúa suenan completamente veraces…
¡La vida del trabajador! Sí. No sé. Al menos esa es la historia que cuenta el personaje.
Hay mucha sed de venganza en el libro. Venganza honorable, en el sentido romano de la palabra. Devolver el golpe a los que te mienten y estafan.
Bien, hay varias puntualizaciones que podrían hacerse sobre esto. Es obvio que la violencia juega un rol prominente en la escena hooligan, o en cualquier tipo de guerra de bandas. Pero “venganza” también es una palabra adecuada el intentar describir la situación política en Rusia. En ruso incluso suena bien: месть. Es lo que siente la mayoría de la sociedad rusa respecto a las autoridades, por haber destrozado sus vidas en los años noventa. Si uno piensa en el modo de vida soviet, con tristeza o nostalgia o lo que sea, es interesante percibir que era un modo de existir bastante de clase media. La sociedad soviética era opresiva y dura, pero sus aspiraciones eran pequeñoburguesas. Los medios occidentales no suelen verlo así, pero esta es una reflexión clave. Las infancias de nuestra generación fueron completamente normales. Y de repente, en un par de meses, todo estaba destrozado, por culpa de un puñado de tipos malvados. No por cambio político o por una crisis, sino por un puñado de villanos. Y la vida para los pequeñoburgueses como yo se volvió horrible. Era inimaginable. Jamás habríamos esperado caer a esos niveles de white trash [ríe]. Todo el mundo empezó a experimentar sentimientos de venganza hacia los más ricos, y hacia las autoridades.
Esa venganza se traduce en la novela en actos de gran brutalidad. A menudo las fuerzas de la izquierda autónoma, aunque tengan el derecho moral a sublevarse (y lo tienen), actúan con un nivel de bestialidad similar al de los nazis.
Sí. Es algo que quise enfatizar. No quise detallar demasiado las personalidades, pero sí pintar una generación que a través de la violencia daba un salto social. La violencia nos daba seguridad, incluso (paradójicamente) era algo que nos mantenía fuera de la cárcel, cuando debería ser todo lo contrario. Porque estábamos más organizados, porque teníamos más dinero, podíamos permitirnos mejores abogados y pagar sobornos, todo eso. Incluso como adolescentes. Recuerdo el shock de mis abuelos cuando me vieron sobornar a un policía que nos estaba importunando. Ellos eran académicos y científicos, no esperaban que su nieto fuese un gángster [ríe]. Ni yo tampoco. Me dije: “¿qué coño acabo de hacer?”. Quise describir una generación para la cual la violencia era un lenguaje de poder, una herramienta útil.
SilaevAlgunos tarugos pueden estar en un lado o en el otro. Es solo una cuestión de círculo de afinidades que estén en el antifascismo o el nazismo, ¿no?
[Entendiendo mal la pregunta] Bueno, en el texto original ruso se ve claramente en qué lado está cada uno. Porque aunque utilizan los mismos métodos, hablan un lenguaje distinto. Porque vienen de un background distinto, también. Los dos bandos somos muy distintos. En el texto, los nazis utilizan una jerga moscovita moderna, de los 90’s, y nosotros una mezcla del habla de nuestros abuelos, de jerga 70’s y de dialecto redneck de provincias. Esta diferencia es visible en el texto ruso.
En los ochenta en Europa, lo del hooliganismo era algo puramente de clase obrera. Las firms eran de barrios proletarios.
En Rusia es al revés. Muchos de los nazis vienen de familias que habían hecho fortuna en los noventa, de la nueva burguesía. Eran más ricos que nosotros, muchos de ellos eran universitarios. Y de empresariales (nosotros éramos de humanidades).
Tu libro me recuerda a Eduard Limónov en algunos aspectos. No sé si la comparación te gusta o no.
Muy interesante. Hace un momento le recomendaba a Lucía [Automática] uno de sus libros, precisamente uno que no pertenece a su canon sagrado [ríe]: El libro del agua. Es una colección que escribió durante un periodo de prisión hace diez años, y es una recolección caótica de su vida en forma de novela corta. Conectado de algún modo al tema del agua: ríos, lagos, fuentes, riachuelos… Muy existencial, pero me gusta más que sus novelas clásicas. Es más aventurero. Y él es una gran influencia, sin duda.
Os parecéis en la rabia y la mala leche. Literaria, al menos.
Él mezcla la beat generation y la sed de venganza rusa post-soviética que mencionábamos. Y es el escritor más malhablado de Rusia [ríe], por eso es tan famoso. Porque no para de jurar, y eso que tiene 70 años. Esa es la razón por la que Éxodo se hizo famoso en Rusia. Porque estructuraba mis frases a lo beat, como Limónov.
Yo a Eduard se lo perdono todo. El Nacional-Bolchevismo también, si me fuerzas.
El Nacional-Bolchevismo fue una epifanía para mucha gente de la generación post-soviet. No es exactamente de derechas, como suele decirse por ahí. Es un fenómeno postmoderno. En su periodo de mayor apogeo, a mediados de los noventa, cada ciudad rusa tenía un capítulo nasbol. Y cada capítulo era completamente distinto del de la ciudad vecina: unos eran izquierdosos, otros nazis… No tenían nada en común más allá del acercamiento post-moderno y la figura de Limónov.
Las batallas de tu libro son a menudo entre miembros de la misma clase social. Esto siempre ha sido así. La clase obrera también está llena de cabrones, chivatos, policías y nazis. Sería ridículo pretender que todo el pueblo es puro como la nieve recién caída, como hacen algunos.
Eso es aún más ridículo si piensas en un pueblo tan inmenso como Rusia. Somos 140 millones de individuos. En una masa de población tan grande es imposible generalizar. Aparecen capas y substratos completamente distintos en cualquier clase. La clase obrera de una zona no tiene nada que ver con la que está en la otra punta del país. Están completamente desconectadas.
Me encanta el fragmento donde dices: “Siempre nos están diciendo (…): “Sé tú mismo, no te avergüences, sé tú mismo”. ¿Y si para mucha gente ser ella misma significa ser un canalla o un esquizofrénico?”. Cierto: a algunos tipos habría que decírseles: no seas tú mismo. Sé otra persona, por favor.
[ríe] O, si eres una mala persona, deberías buscar formas útiles de explotar esa maldad.
También dices: “A la gente como tú y como yo no nos conviene tomarnos un descanso”. Explica, por favor.
Mira, pongamos que yo tengo dos tipos de amigos. Mis amigos normales, de infancia y tal, y los amigos que hice en la escena hooligan. Los amigos hooligans se están todo el día metiendo drogas, metiéndose en líos, entrando y saliendo de la cárcel… Pero si me pongo a comparar estadísticamente el número de gente que ha terminado cumpliendo penas largas de prisión, el número es mucho menor en la parte subcultural y pandillera. Porque tenemos mejores abogados, estamos organizados, podemos sobornar a gente… Mis amigos normales terminan en la cárcel por cualquier chorrada, y nadie se ocupa de ellos. Esa frase la dice en el libro un médico de emergencias, no un hooligan. Porque trabajé durante una época en una ambulancia rescatando a gente en estado terminal. En un turno de noche nos encontrábamos a gente completamente chiflada, sin casa, ni papeles, muriendo lentamente… Y todo el mundo nos odiaba. El médico que tenía que ocuparse de ellos, el policía que tenía que firmar los atestados, incluso ellos nos odiaban… Esa gente había abandonado toda esperanza, se había tumbado a esperar su muerte. Eso es lo que sucede si descansas. Si dejas de luchar, te conviertes en alguien sin derechos. Porque cuando eres pobre, eres culpable por defecto.
En tu novela se mezcla la tradición hooligan con la escena grindcore.
Sí. Y las dos cosas coinciden con la aparición de Internet. En ese sentido, estuvimos siempre unos cuantos años por delante de la policía. Ellos no sabían ni conectar un PC.
Toda esa dialéctica del valor, de la guerra, del coraje y la virilidad que exhibes en la novela me recordó un poco a Marinetti y los futuristas. Incluso al pillado de D’Annunzio, si me permites.
En Rusia incluso los gánsteres leen. Para nosotros, incluso para los que practican actos horribles, la violencia no es tanto una forma de demostrar coraje o masculinidad, sino una epifanía, un modo de distorsionar la realidad. Los de nuestro lado son los perdedores, los pringados, los chavales leídos que quieren sentir algo. Son nuestros enemigos los que vienen de esa Rusia moderna y quieren cultivar el estilo macho. Nosotros somos anti-macho, somos lo que sufrimos abusos en la escuela, los que fuimos maltratados por los matones.
58-éxodo-large.pngPero precisamente ese maltrato hay que devolverlo con las mismas armas, ¿no?
Si nos defendemos es porque no tenemos nada que perder. Ya nos consideran lo peor, hagamos lo que hagamos.
Si hay alguna moraleja en el libro, quizás podría ser que puedes escapar a tu destino. Que si no buscas una salida puedes acabar muerto, o en la cárcel.
No está tan claro. Quizás no queda claro en el texto traducido. La mayoría de mis amigos están de maravilla, les va de perlas.
[Confuso] Pero antes has dicho que habían asesinado a dos de tus amigos.
Bueno, sí, dos. Pero el resto están bien. Lo que quiero decir es que si eres pobre y no formas de algún tipo de organización como la nuestra, tus posibilidades de morir aumentan enormemente. Si no participas en la lucha, la paradoja es que tus posibilidades de acabar mal son mucho mayores. Es lo que te decía antes: algunos amigos y gente que conozco de mi antiguo barrio han acabado muriendo porque sí, porque fueron abandonados por el estado. Murieron de cualquier gilipollez, por alguna enfermedad tonta, porque nunca se presentó la ambulancia ni tenían a nadie a quien llamar. En la escena, si alguien tiene cáncer todos aportamos dinero y consigue el mejor tratamiento posible.
La parte más dura del libro es precisamente la de la ambulancia. Y dentro de ella, la parte más horrorosa es la de aquel tío al que encontráis casi muerto y congelado en sus propias heces.
Sí, yo trabajaba de voluntario en esa ambulancia. Me iba bien porque era turno de noche y yo estaba estudiando. Fue una época demencial, aún no entiendo cómo el resto de gente sigue trabajando en aquello. Imagino que el nivel de pobreza extrema es igual en Rusia que en otras sociedades ultracapitalistas y neoliberales como los Estados Unidos: la diferencia es que en Rusia hace mucho más frío [ríe]. Masas de gente llegan a Moscú desde los pueblos de provincias, les roban al cabo de una hora de llegar a la ciudad, y se quedan sin papeles o dinero en una ciudad extraña y hostil. Y de inmediato quedan sepultados en Moscú, una ciudad de 28 millones de personas, y empiezan a morir lentamente. Y a esa gente los hallábamos constantemente en barrios ultra-pobres. El traductor al inglés de Éxodo creía que había un error en el texto cuando leyó que trabajábamos en esa ambulancia y teníamos que acabar peleando contra la gente que íbamos a rescatar. Eso sucedía porque los enfermos eran como zombies locos atiborrados de líquido desatascador de desagües, y nos atacaban. Policía ni hablar, claro. Así que teníamos que noquearlos primero, arrastrarlos a la ambulancia después [ríe]. Lo chocante de la historia del tío al que desatascamos de aquel bloque de hielo y mierda no es que estuviese atrapado en un bloque de hielo y mierda. Es que tenía novia. Que tenía alguien que le amaba, pese a su estado.

Éxodo (Automática, 2015) es un relato en apariencia vivencial –y con profundos aromas beat- de sus azarosas experiencias en la madre Rusia: hostias con nazis, más hostias con nazis, aún más hostias con nazis, borracheras zapoi, machetes y barras de acero, homeless congelados en sus propias heces, odio al sistema que le vio nacer, largos periplos ferroviarios a lo Eroféiev, pobreza, hastío y rabia. Más Tony O’Neill que Charles Bukowski, como un Irvine Welsh sin humor negro o un Limónov mucho menos chiflado y hedonista, DJ Stalingrad nos pasea por lo peorcito de la Rusia actual. Es duro, es corto y es brutal. Se lo recomiendo encarecidamente.

Kiko Amat

(Una versión reducida de esta entrevista se publicó en la revista Rockdelux de abril. Esta es la charla sin cortes ni afeites)

5 pistas sobre Eduard Limónov

Limonov1) Es el rey de la primera persona: Eduard convierte su vida en mito, y toda su obra circula alrededor de ello. “La única leyenda viva que le interesa es él”, sugería Emmanuel Carrère en Limónov. Limónov es un egocéntrico loco que solo sabe hablar de sí mismo, pero lo hace con tal belleza, humor, patetismo y éxtasis, que convierte cada batallita en un momento trascendente. Édichka también es un bocazas: no hay escritor más petulante y chulo que él. Pero a la vez es un tipo honesto, leal y muy generoso. No es un hipócrita ni un cobarde, y mucho menos un cínico. Podrá arrearles un taburetazo, pero nunca por la espalda, y solo cuando realmente lo merezcan.
2) Es un romántico: Lo que implica que su primera persona puede ser más o menos fiable dependiendo de lo contado. Como Nik Cohn, Limónov no deja que la verdad se entrometa en una buena historia. Mentiroso compulsivo, cuentacuentos supremo, amante de la visión épica, la hipérbole y la exageración patológica, Édichka explica su propia existencia desde el über-romanticismo de un poeta guerrero en plena epifanía. Importa poco si la viñeta narrada le deja como un superhombre o un gusano asqueroso: lo crucial, entiéndanlo, es el impulso. Su voz en Soy yo, Édichka (Marbot, 2014) ostenta megalomanía tiznada de pavor, pasión-con-demonios, apocamiento que pude tornarse furia esquizoide, odio de clase y hambre por la vida.
3) Es un dandi: Limónov ama la ropa. En sus inicios incluso alardeaba de ser un “sastre autónomo”. Aunque hace años que Eduard solo maneja un inquietante look Trotsky + mosquetero facial combinado con tabardos negros de la armada soviética y pantalones de paraca, en Soy yo, Édichka le vemos luciendo acampanados blancos, trajes de tres piezas color malva (agh), cazadora de cuero con pajarita (ugh), botines puntiagudos, camisas de chorreras y otros atentados estéticos contra la salud mental.
4) Es un punk: Y no solo porque en su etapa neoyorquina fuese fan de Ramones o Talking Heads o porque en su juventud editara fanzines de poesía. Es un punk porque se limpia las ancas con el canon de la alta cultura, con los popes del establishment, y “no ama las peregrinaciones literarias ni a los barbudos del XIX”. Se mofa de la bohemia de su Jártov natal (y, en Soy yo, Édichka, de la bohemia rusa neoyorquina), de sus chaquetas casposas y reverencia por los clásicos, así como rechaza la idea underground del fracaso como acto noble.
5) Es un hombre con biografía: Sí, su vida es ligeramente distinta a la de, por ejemplo, Martin Amis. Edichka fue delincuente fallido en Jártov, airado dandi del underground moscovita, punk ruso en NY que terminó sodomizado por un homeless, mayordomo de un multimillonario, celebridad literaria en París, voluntario en la guerra de los Balcanes (¡por el lado Serbio!), fundador del partido Nacional-Bolchevique, reo de varias cárceles, miliciano nasbol en Kazajstán, convicto por terrorismo y filofascista ocasional, entre muchas y terribles cosas. Quizás piensen que está como una chota, pero desde luego es de los tipos más interesantes que llegarán a conocer jamás. Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Babelia de El País del 17 de enero del 2015. Pueden también leerlo en la edición digital del suplemento. O sea, acá)