Ring Literario #17: Bret Easton Ellis vs. David Foster Wallace

Uno de mis rings predilectos. Este de aquí. No por el pique como tal, que es una nadería, sino por mi texto (se nota que lo pasé particularmente bien escribiéndolo). Donde Bret Con Una T realiza el equivalente de mingitar (de noche) sobre la tumba del enemigo al calumniar a su difunto rival, DFW, por p*** Twitter.

Como siempre, en El Periódico de Catalunya.

Por cierto: se me empiezan a terminar los piques literarios históricos. Lanzo desde aquí una invitación a todos los escritores, especialmente los españoles, para inaugurar algún pique nuevo, desenterrar algún agravio generacional, rememorar odio ancestral a vaca sagrada, por nimios que sean.

Ring literario #16: Gertrude Stein vs. James Joyce

La civilización se tambalea, pero el cachondeo no cesa. Desde el catorceavo día de confinamiento pandemil (debo ser el único tío del país que está haciendo vida seminormal) les mando esta nueva entrega del Ring literario. Donde una coleccionista trapezoidal veta en su tertulia parisina a James «yo ya me entiendo» Joyce. El mundo entero contiene el aliento

Espero que la disfruten y les sirva para pasar unos minutos de asueto sin visiones apocalípticas.

Stiff upper lip, y todo eso.

Ring literario #15: Marcel Proust vs. Jean Lorrain

Un autor decadente francés reta a un duelo a un crítico decadente francés por haberle outeado ante todo París. Su justa termina en algo sacado de Agárralo como puedas. Lean esta didáctica y desopilante nueva entrega del ring literario acá. Son tiempos árduos, pero de cachondeo pasan mejor.

Ring Literario #13: Mark Twain vs. Brett Harte

En el que van dos autores (uno mucho más brillante que el otro) y se hacen amigos y se ponen a escribir una obra de teatro juntos y todo se va a la remierda.

Brett Harte (izq.) y Mark Twain (dcha.). Subalterno y BOSS (está todo en los ojos)

Cuando dos escritores intiman suele invadirles al poco tiempo la compulsión de colaborar artísticamente, como si lo de mantenerse en términos amistosos no fuese suficiente milagro. Haruki Murakami siempre dice que dos literatos no pueden ser amigos, y el caso de Brett Harte y Mark Twain parece darle la razón.

Harte era el mayor: poeta, periodista, cuentista y editor del magacín donde colaboraba el joven Twain. Este, lenguaraz de biografía exótica y carácter indócil, admitía que Harte pulió su estilo y le hizo pasar de “torpe productor de groserías grotescas” a escritor. Deberle cosas a la gente es una mala casilla de salida, que no puede sino emponzoñarse cuando uno de los dos (Twain) es mucho mejor que el otro, y encima la pareja, embriagada por el bromance, decide adaptar un poema del malo (Harte) a obra de teatro. Y a dos manos.

La idea era una mierda, pero aún podía remenarse para que hiciese más pudor. En 1876, en pleno proceso de redacción, Harte le pidió un cuantioso préstamo a su socio. Twain le contestó que ni en broma, y añadió que máximo podría pagarle 25$ por semana para escribir con él una nueva obra. Harte, en un raro momento de aplomo, se limpió el trasero con la oferta.

Desde ese momento, los examigos cesaron de estar en lugares a la vez. Lo que habían pergeñado a desgana (Ah Sin, una floja comedieta sobre racismo anti-chino) se ensayó con la presencia de Harte y la ausencia de Twain. La première fue justo lo contrario. Daba igual quien estuviese. La obra se la pegó, como el hijo no deseado que era.

Esta historia podía haber terminado ahí, pero Twain quería venganza. Por sus rictus de cómico estupor, lectores, deduzco que no son ustedes novelistas; pues lo que hizo MT a continuación se antoja, desde mi punto de vista, de lo más razonable. Escribió al presidente de la nación, James Garfield, para impedir que le otorgase a Harte un puesto diplomático (“Harte es un mentiroso, un ladrón, un estafador, un snob, un borracho, un gorrón, un tramposo y traidor hasta la médula”). Le dijo a un periodista que Harte no tenía conciencia, y que “le pediría los ahorros de toda la vida a una lavandera”. A Henry James, quien preguntó sobre el innombrable, solo le contestó: “Sí, conozco al hijo de perra”. Harte murió en 1902, pero Twain fue incapaz de permitirle descansar en paz y aplicó sus temblonas nalgas a la fría lápida, afirmando en sus memorias que, aunque Harte “le cayó bien al principio”, luego vio que era “malo, malo de verdad (…), carecía de conciencia y sentimientos”.

Ustedes se preguntarán qué hizo Harte a lo largo de veintiséis años de vilipendio. Pues mantuvo lo que muchos críticos literarios definen como “digno silencio”, pero que en mi pueblo siempre hemos llamado de otro modo. Harte es, hoy en día, el típico autor passé que solo resucita fugazmente en escritos mofantes. Como el que acaban de leer. Kiko Amat

(La treceava entrega del Ring Literario, por alguna razón misteriosa, salió en papel pero no online, así que carece de link. La cuelgo aquí entera para que tengan ustedes toda la cole. Hallarán el resto de rings en la versión web de El Periódico de Catalunya)

Réquiem por una mascota rock

Me lo pasé pipa escribiendo esta pieza para El Periódico de Catalunya. Fue una doble paginaca de sábado sobre mascotas del rock, y mi amor hacia ellas, y el porqué de su desaparición.

Disfruté en concreto, por si quieren saberlo, con la sección «Suerte que no tenían mascota» (Anal Vomit, por ejemplo).

RING LITERARIO #11: Vladimir Nabokov vs Edmund Wilson

Y otra entretenida filípica de la serie de pugilismo (desgraciadamente oral) entre escritores. Léanla entrando por este portal dimensional al Periódico de Catalunya.

Seis rings literarios seis

Llevo tanto tiempo sin publicar entradas que se me han acumulado los rings literarios. Ooopsie.

En el interín he publicado seis de ellos, panzada de leerlos se van a pegar:

#5 Ernest Hemingway vs William Faulkner

#6 Charles Dickens vs. Hans Christian Andersen

#7 Mario Vargas llosa vs Gabriel García Márquez

#8 Mary McCarthy vs Lillian Hellman

#9 Camilo José Cela vs Antonio Muñoz Molina

#10 Tibor Fischer vs Martin Amis

En El Periódico, claro está.

MARK FORSYTH: “El mundo experimentado en completa sobriedad nunca ha sido, ni será, suficiente” (la charla completa)

El británico Mark Forsyth repasa en su didáctico y ocurrente libro Una borrachera cósmica; una historia universal del placer del beber (Ariel) la evolución de la melopea humana a través de los siglos y las culturas.

Mark Forsyth

“Cada vez que salimos de un pub en busca de un kebab grasiento”, me suelta Mark Forsyth, “estamos repitiendo lo que un antepasado nuestro hizo hace millones de años”. Es todo un consuelo. Gracias a Una borrachera cósmica podemos culpar al determinismo evolutivo de lo que, visto desde fuera, solo parecería una atroz liada post-licor café. Tras empaparse (ejem) de este completo, a la par que jocoso, libro, ustedes renacerán en connoisseurs de la borrachera. Conocerán a fondo sus usos y abusos, modos y modas. Zanjarán debates con amigos straight edge a base de proverbios sumerios (“no conocer la cerveza no es normal”) y perorarán sobre saloons del Lejano Oeste como si hubiesen estado allí, bota campera en riel de latón, tirando monedas a la barra sin contarlas antes, ni preguntar cuánto cuesta la copa.

 Los humanos estamos diseñados para beber. Nada de lo que sucedió anoche en la tasca es mero azar.

En efecto. Los humanos somos el segundo mejor bebedor del mundo animal. El primero de todos es la musaraña arborícola de Malasia. No te recomiendo empezar una competición de chupitos con ese animal. Pero lo nuestro tiene sentido: el alcohol proporciona una cantidad enorme de energía. Si lo que quieres es extraer el mayor número posible de calorías de la cebada, es mejor hacer cerveza que pan. Además, nuestros hígados mutaron para que pudiésemos procesar mejor el alcohol. Producimos una enzima específica para eso. Podemos beber más que cualquier otro simio. Somos mejores procesando el alcohol y transformándolo en energía. Esa mutación empezó en el momento en que descendimos del árbol. Podría decirse, de hecho, que bajamos del árbol solo para convertirnos en un bruto buscador de alcohol.

Tu libro resuelve un enigma que nos llevaba de cabeza desde el principio de los tiempos: ¿por qué beber da tanta hambre?

Cada vez que salimos de un pub y vamos desesperadamente en busca de una hamburguesería o un kebab estamos repitiendo lo que un antepasado nuestro hizo hace millones de años. Es lo que se conoce como “efecto aperitivo”. El alcohol activa en el cerebro una neurona que da un hambre bárbara. Es paradójico: estás consumiendo energía, pero esa energía te hace desear ingerir aún más energía. La respuesta es que, hace diez millones de años, si te topabas con fruta pasada, lo razonable era comértela toda de una sentada y almacenar la grasa y la energía sobrante en tu cuerpo, porque era posible que no volvieras a hallar alimento en un tiempo. Eso explica también porque somos tan buenos al detectar el alcohol. Así como los tiburones pueden detectar pequeñas cantidades de sangre en el agua, nosotros olemos el alcohol a distancia. Cada trago te proporciona alcohol, que activa una neurona que te hace sentir más hambriento. Es un imperativo evolutivo.

La evolución explica también por qué nos gusta libar en grupo.

Sí. Un humano borracho es una presa fácil para un depredador, pero veinte humanos borrachos son una amenaza.

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La revolución agrícola no empezó por un antojo de müesli.

No. Queríamos alcohol. Es así de sencillo. Necesitábamos vitamina B. Si empiezas a cultivar la tierra quiere decir que has dejado de cazar, o sea que de repente te falta una vitamina esencial que viene de la carne. Sin ella morirías. Pero esa vitamina se halla en la cerveza, y en abundancia.

Los egipcios pasaban bastante de beber socialmente y de catas civilizadas. Solo querían mamarse y vomitar.

Sí. Los egipcios eran binge drinkers [ríe]. Los antropólogos distinguen entre culturas secas y culturas húmedas. En algunas culturas se bebe hasta perder la razón, en otras la bebida se incorpora al día de un modo civilizado. Lo triste es lo que sucedió en el México azteca, donde tenían un calendario que señalaba los días en que podías empaparte a beber, porque eran festividades religiosas. Merluza el viernes y sobriedad el lunes; sin problemas. Cuando llegaron los conquistadores españoles, prohibieron el calendario azteca, así que de repente los nativos no tenían forma de saber si aquel era un día de sobriedad o de coger la curda. Ante la duda, escogieron coger la curda siempre, y el alcoholismo se volvió pandémico. Me interesa mucho cómo intentamos controlar la anarquía que es inseparable del alcohol.

El alcohol es contradictorio por definición. Es anarquía y orden, es paz y es violencia, es lucidez y es confusión… ¿Qué narices es la borrachera?

Esa es una de las razones por las que escribí el libro. Hace diez años me encontré pensando: ¿qué es realmente la borrachera? O sea, soy consciente de lo que me hace. Estoy aquí en una terraza disfrutándolo. Y llevo años haciéndolo a menudo. Pero ¿qué es exactamente lo que hace? ¿Cómo podría explicarle a un alienígena lo que es la borrachera? Podrías definir alguno de los resultados físicos, como por ejemplo que de repente han desaparecido tus reflejos, pero esa no es la razón por la que bebemos. No bebo para arruinar mis reflejos y tropezar en las escaleras. La razón es misteriosa.

¿Sí? Me temo que, en mi caso, el misterio está resuelto.

Entiendo [ríe]. Lo que trato de decir es que la filosofía del tiempo empezó con San Agustín, cuando dijo: “¿Qué es el tiempo? No sabría explicar lo que es, pero si cierro los ojos sé lo que es”. Lo mismo sucede con la borrachera. La cosa se complica si pensamos que la borrachera significa cosas distintas dependiendo de la cultura en la que nace. La borrachera te hace lo que tú crees que te hace. Si crees que emborracharte te va a hacer alucinar, o tener visiones de tus ancestros, eso es lo que te sucederá. Aunque la verdad es que si yo me topara con mi abuela fallecida cada vez que me tomo unas pintas lo dejaría de inmediato [ríe].

Beber está lleno de buenas intenciones. Un par de copas, como bien afirmas en el libro, ayudan a la visión mística y el pensamiento abstracto. Lo jodido llega con las diez siguientes.

Al documentarme para este libro me he dado cuenta de que abundan los registros históricos de costumbres alcohólicas preliminares, o al menos hasta los primeros tragos. Los rezos que debes dirigir a los dioses, o ancestros, antes de echarte algo al gollete, el ambiente requerido, el protocolo, ese tipo de cosas están registradas meticulosamente, pero casi no existe material sobre el final de la noche [ríe].

Dejémoslo claro, entonces: pisparse es bueno con relativa moderación.

Sí. Mucho alcohol va a joderte el hígado, eso por descontado, pero sobre todo el peligro reside en lo que tu marco de referencia cultural te indique que tienes que hacer cuando estás borracho. Yo soy inglés, un lugar en el que la bebida se relaciona con la agresividad, la gente se pelea al salir de los pubs y ese tipo de cosas. Pero en agosto fui a un pequeño pueblo de Burgos llamado Salas de los Infantes, en plenas fiestas, y pese a que todo el mundo estuvo bebiendo durante toda la noche, no presencié el menor problema, ni siquiera el menor atisbo de agresividad. Como inglés, aquella fue una visión chocante. Los españoles no asocian el beber a la agresividad, y por tanto no se ponen agresivos cuando beben. La relación que tienen con el alcohol es más civilizada.

“His mouth had been used as a latrine by some small creature of the night, and then as its mausoleum.” (Lucky Jim, Kingsley Amis

En el libro hablas de culturas secas y culturas húmedas. Los italianos serían húmedos, los escandinavos secos. ¿Qué sois los ingleses?

Somos una mezcla, diría yo. Yo bebo a la italiana, a lo largo del día en pequeñas cantidades, me gusta estar un poco a tono pero no borracho. Pero algunos de mis compatriotas, incluso yo mismo lo hago de vez en cuando, son de comportarse durante la semana y luego beber torrencialmente cuando llega el fin de semana, Saturday night it’s alright for fighting. Ya sabes, beber hasta acabar insensible. El alcohol no solo te afecta de un modo distinto dependiendo de tu cultura, sino que también interviene el tipo de alcohol que consumes y a qué lo asocias. Los ingleses que beben vino tienen menor tendencia a buscar greña, porque asocian el vino a la sofisticación continental. Pero si les das cerveza inglesa a hombres portugueses (esto es un experimento real), verás cómo se ponen agresivos de un modo que no es común en su sociedad. Simplemente lo hacen porque asocian la lager a los hooligans ingleses que veranean en sus costas.

Mis amigos estarían en desacuerdo con lo que has dicho de los españoles. Siempre que van a Italia o Francia vuelven desdeñosos de la ridícula ingesta de esos países.

Existe una diferencia, es cierto. España tiende a estar por encima, en cuanto a consumo de alcohol per cápita, de países como Italia, es innegable. Pero incluso así, España está en la franja baja, que por definición es la que bebe civilizadamente, mientras que el Reino Unido está en la media, y países como Lituania o Moldavia son los campeones absolutos. Moldavia tiene el récord de unidades por cápita. Vencen incluso a los rusos, que ya es decir. En el libro aparece la estremecedora estadística rusa que dice que si eres un varón ruso tienes un 27% de posibilidades de que tu muerte esté relacionada con el consumo de alcohol. En Rusia la cerveza se considera un refresco (literalmente).

Échale la culpa al vodka.

No se trata solo de que el vodka sea por gradación más peligroso que el vino o la cerveza (lo es), sino que su cultura está basada en forzar a la gente a beber ritualmente en momentos determinados. Es una liturgia que te deja indefenso. Yo he estado allí, y la sucesión de brindis que tienes que realizar antes de la comida es extenuante. La presión social es implacable, no puedes negarte a brindar con los demás por la salud de la madre del anfitrión, y luego el honor de la nación, etc. Estamos hablando de diez chupitos como preámbulo a cualquier comida.

Pedro El Grande está indispuesto

Stalin o Pedro El Grande disfrutaban reduciendo a sus consejeros o ministros a estados lamentables de taja.

Los rusos imponen la borrachera. El ejemplo de Stalin es tristemente célebre. Emborrachaba a su Politburó cada noche. Es imposible conspirar contra alguien si pasas la mayoría de noches en el salón de su casa poniéndote completamente curda. Por añadidura, quién sabe lo que podrías largar. El pacto Mólotov-Ribbentrop de 1939 fue celebrado con una cena que incluía veintidós brindis antes de que llegara cualquier alimento. La cuestión era humillar al Politburó, y de paso averiguar si tramaban algo contra él. Es un método brillante y horrible. Pedro El Grande tenía algo llamado La Gran Águila, una copa gigante que contenía un litro y medio de vino. Si eras sorprendido bebiendo con moderación en una cena oficial eras forzado a engullirla de un trago. Pedro El Grande comprendía el poder de reducir a alguien a ese estado ridículo de indefensión curda. La diferencia entre Stalin y Pedro El Grande es que Stalin hacía trampa y bebía menos que los demás (corre el rumor de que su vodka era en realidad agua), mientras que Pedro El Grande bebía tanto como sus infaustos compañeros de fiesta.

Me gusta la idea de “bebida de transición” que describes en el libro.

Nos gusta marcar la transición de una parte de la vida a otra. Puedes verlo a pequeña escala con la pinta de cerveza que suelen tomar los ingleses al término de cada jornada laboral, y que marca el final de la jornada de trabajo remunerado y el comienzo de tu tiempo de asueto. En África es todo lo contrario: tomas alcohol al principio de tu jornada laboral, para indicar que empieza esa parte del día. A mayor escala solemos señalar bebiendo las efemérides, los cumpleaños, el año nuevo, las bodas, los funerales, los nacimientos. Nos anunciamos que termina una etapa y empieza otra.

Sin embargo, podría decirse que existe una segunda bebida de transición, que es cuando te has tomado unos tragos y entonces eres incapaz de detenerte. Es la transición de humano racional a bestia enloquecida.

[ríe]. En efecto. Para bien o para mal, el mundo experimentado en completa sobriedad nunca ha sido, ni será, suficiente.

No era así ni siquiera para el Hijo del Hombre. Jesús de Nazaret no era ajeno a la ocasional lubricación de gollete.

Todas las fuentes indican que Jesucristo bebía. Era bebedor. Lucas afirmó: “ha venido el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad, un hombre glotón y bebedor de vino”. San Pablo dijo “la gente nos llama borrachos, pero no lo somos”. Eso nos indica que los primeros cristianos tenían fama de borrachines. Pablo tuvo que advertirle a la gente (en Corintios) que el vino era para la comunión, no para ponerse pedo. Uno puede entender de donde viene la confusión: Jesús proveyó a los invitados a las bodas de Caná de cuatrocientos cincuenta litros de vino. Importa poco si se trata de una alegoría. La historia prueba, simplemente, que los cristianos veían el vino como una cosa buena. El rito central del primer cristianismo era la comunión, lo cual no es tan distinto de los ritos dionisíacos. En la antigüedad debieron verlos como otra cultura bebedora.

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¡Bebe, bebe, bebe!. Keg party en Judea.

Pablo de Tarso era el plasta que acabó con la parranda, ¿no? La suegra que se lleva el vino antes de que termine la comida.

[ríe]. En cierto modo sí. Pero en la carta a Timoteo, dice: “ya no bebas agua sola, sino usa un poco de vino por causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades”. No era tan malo. Desde luego no era un completo abstemio, entre otras razones porque serlo era incompatible con los ritos del cristianismo primitivo. Donald Trump es un abstemio que, según afirma, solo bebe vino con la comunión. No estoy tratando de compararle con Jesucristo, que conste [ríe].

Por culpa de cierto genocida austríaco, los abstemios no gozan de simpatía universal, que digamos.

Los abstemios tienen un deseo de autocontrol, de no dejarse ir, que, a ojos de cualquier bebedor les convierte automáticamente en sospechosos. No bebe en absoluto, ¿cuál es su secreto? ¿Qué esconde? Desde la antigua Grecia existe el convencimiento de que en el vino hallarás al verdadero hombre. Platón pensaba que si podías confiar en un colega cuando estaba borracho, podías confiar en él en cualquier circunstancia. Los germanos tomaban todas sus decisiones políticas borrachos, bajo el pretexto de que su estado de embriaguez les volvía honestos. Los persas discutían de negocios dos veces: una borrachos y la otra sobrios. Si llegaban a la misma conclusión, sellaban el pacto. Tiene mucho sentido.

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Qué amargo está esto, hostias

Quizás deberíamos adoptar ese método para mejorar las relaciones internacionales.

Sospecho que ya se hace así, solo que simplemente lo mantienen en secreto [ríe].

Los romanos infligieron sobre la raza humana toda esa cháchara de taninos y añadas que tantas sobremesas ha torpedeado.

Sí, les gustaba dar la vara con eso. Las sesiones de bebida romana eran de lo más desagradables. Estaban basadas por completo en estatus social y en humillar al pobre. El escalafón definía el tipo de vino que podías beber. Tenían vino de distinta calidad en la misma mesa. Si eras chusma, te daban el vino malo, así de sencillo. Esa es otra razón por la que mi libro no habla de alcohol, sino de la borrachera. No quería adentrarme en todo ese terreno del terroir y las uvas y la procedencia. Para mí, la borrachera es lo verdaderamente misterioso de todo este asunto, no la fermentación del mosto.

Dedicas un capítulo entero a Australia, un territorio cuya historia está unida de un modo indisoluble al bebercio.

Tiene gracia, porque Australia fue proyectada como colonia seca. Ese es uno de los fracasos más sonados del Gobierno británico, y mi plan histórico fracasado favorito, más que el Plan Quinquenal de Mao Zedong o la campaña rusa de Napoleón. A lo largo de la historia hay una constante, que es que las clases superiores creen que beber está bien mientras sean ellos quien lo hace, pero que en manos de la purria se convierte automáticamente en un acto sedicioso. Lo primero que sucedió en Australia fue un motín por culpa del ron. El primer edificio de Nueva Gales del Sur, de hecho, fue una bodega donde se almacenaba alcohol. El alcohol se convirtió allí en moneda de cambio y en método de control de la población. El primer levantamiento popular de la isla se llama La Rebelión del Ron. Australia se construyó a base de ron. Es una historia fascinante.

La Ley Seca funcionó. Esa es otra sorpresa.

La prohibición no iba dirigida tanto al alcohol como a lo saloons. Sitios a donde iban los hombres a gastar su dinero, el día de paga, y de donde salían para zurrar a sus mujeres (quienes por descontado no estaban invitadas al baile). Eso es lo que se trataba de prohibir, del mismo modo que, como alguna gente aduce, para terminar con el hooliganismo se tendría que prohibir el fútbol. La Ley Seca buscaba acabar con la cultura violenta y misógina del saloon, y consiguió lo que se proponía. El siguiente paso evolutivo, el Speakeasy, o pequeños salones neoyorquinos donde se servían bebidas alcohólicas, ya era mucho más sofisticado, y las mujeres eran bienvenidas.

Hablando de Ley Seca, leí tu libro a la vez que The unexpected joy of being sober, de Catherine Gray. Ambos fueron un regalo de mi mujer. Recibí señales mezcladas.

[ríe] Existe una conexión. Los dos libros aparecieron casi a la vez, y fueron reseñados juntos en The Guardian. Estoy seguro de que el libro de Catherine Gray es excelente. Conozco a gente que tuvo que dejar de beber (por razones de salud, o por problemas de alcoholismo), y sé que dejarlo fue lo mejor que podía pasarles. Para mucha gente el alcohol es un problema. Es un tema que no toco en el libro más que de pasada, pero a lo largo de la historia ha existido muchísima gente que ha sucumbido a la compulsión, y que no ha conseguido ceñir el consumo de alcohol a una proporción racional. Eso es algo terrible, jamás querría cometer la frivolidad de decir que los abstemios son esto o lo otro. Existen muchas razones para no tocar el alcohol, y muchas de ellas son perfectamente razonables. Dicho esto, no era el tema de mi libro.

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Catherine Gray afirma que el alcohol actúa en cierto modo como un veneno en el organismo.

Es una droga. En eso estamos de acuerdo. Puede desorientarte, de una forma placentera o terrible, depende. Altera tus sentidos, como el café, la nicotina, la cocaína o la heroína. Le hace cosas a tu cerebro. Pero no estoy seguro de que sea un veneno. Tiene demasiadas cosas positivas.

Lo cierto es que me gusta tanto beber como no beber. No me gustaría ser un abstemio ni un borracho. Ambas cosas me parecen una terrible limitación de mi vida en la Tierra.

Lo mismo digo. Este mediodía he bebido un poco y esta noche, hacia las siete, cuando vaya de visita a casa de mi hermana, ella abrirá una botella de vino, y beberemos transicionalmente, para indicarles a nuestros cuerpos que esa noche comeremos juntos, y charlaremos, y luego me marcharé a casa. Estamos atrapados en este planeta, y siempre querremos escapar de él de tanto en cuando con la ayuda del alcohol.

Kiko Amat

(Esta es la versión sin cortes de la charla que mantuve recientemente con el autor británico sobre su libro La borrachera cósmica, y que se publicó, convenientemente editada, en El Periódico de Catalunya. Y hubo gran regocijo. Los derechos de todo esto son míos, míos, míos, pero si sonríen el mundo sonreirá con ustedes y les dejaré citarlo)

MARK FORSYTH: «Bajamos del árbol para mutar en buscadores de alcohol»

Me dicen de El Periódico de Catalunya que mi entrevista con el autor británico Mark Forsyth va como un tiro. ¿O era que si sigo escribiendo locuras me pegarán un tiro? Ahora no recuerdo y, además, esta mañana precisamente tengo alojado un pequeño picahielos entre las cejas.

En todo caso, pueden leer mi charla aquí. Solo hablamos de curdas. Con perspectiva histórica, eso sí. Su libro La borrachera cósmica (Ariel) es la remonda, se lo recomiendo con gran vehemencia.

En unos días o semanas o, con toda franqueza, cuando me acuerde, les publicaré la charla sin cortes, como de costumbre.

Ring literario #6: Charles Dickens vs. Hans Christian Andersen

Donde el sicofante y star-crazy y grupiesco escritor danés se apalanca en casa de su ídolo Charles Dickens durante más de un mes. Y sucede lo inevitable.

Lean esta nueva entrega de la serie, como siempre, en El Periódico de Catalunya.

NANDO DIXKONTROL: «He estado tantas horas despierto como una persona de 180 años»

Nando Dixkontrol, el pasado mes de junio, en Barcelona.

Uno de los temas centrales del documental Ciudadano Fernando Gallego es tu doble personalidad. ¿Quién está al mando en estos momentos, Fernando Gallego o Nando Dixkontrol?

Nunca sé quién soy. Ni tengo sensación de estar aquí. Cuando vengo a una entrevista de este tipo suelo ser el Nando Dixkontrol de la época Psicódromo y Ocho. El que conoce el público. El profesional. Lo que lo sucede es que a lo largo de los últimos meses, por culpa de mi separación, he sufrido frecuentes disociaciones. Estoy un poco enfadado con Nando Dixkontrol, porque no ha sabido estar a la altura. Siempre he tenido una vida emocional y sexual muy plena, y Nando no lleva bien lo de estar separado.

En el documental Ciudadano Fernando Gallego: baila o muere se habla de Nando Dixkontrol como una personalidad que creaste. ¿Controla Nando a Fernando?

Nando Dixkontrol no es un sosías, ni un aka. Es una parte de mí. Fernando no tiene ganas de luchar, bastante tiene con enfrentarse al día a día y a los problemas habituales de una persona normal y encima tratar de contentar a todos esos hijos de puta. Muchas veces no puede tirar adelante sin la ayuda de Nando.

Has dicho la palabra “normal”, pero tú eres lo contrario. Alguien que vive en la anormalidad desde siempre.

Eso me viene de pequeñito. Soy un excéntrico, simplemente. Siempre me ha gustado vestirme raro y hacer el payaso. Mamá diría que no hago el payaso, que tengo “vis dramática”, Papá diría que soy un puto actor de tragicomedia griega. En el documental aparecen varias imágenes de mi padre disfrazado. Esas fotos no pertenecen a un carnaval, era mi padre de promoción de cierto producto de una empresa de farmacopea. Mi padre inventó el “transformismo farmacéutico”. Siempre recuerdo ver a mi padre disfrazado. Luego me di cuenta de que aquel disfraz de Drácula que tanto me gustaba de niño también me iba bien para ir a ver a los Depeche Mode. Siempre he sido anormal, en ese sentido.

La palabra “evasión” es una de las más utilizadas en el filme. Parece que te gustan más el mito y la fantasía que la realidad.

A los fans no les entra en la cabeza la realidad. No quieren ver a Fernando Gallego; ese tío no tiene ninguna gracia. Yo he proyectado una imagen de mí mismo, estereotipada, en que mezclo el cómic, la cultura pop, la música. La gente aprecia ese personaje. Lo que sucede es que ese personaje, cuando termina la sesión, luego baja, recoge vasos, habla con la gente, ayuda a los camareros, y esa es otra realidad, quizás no tan glamurosa. La de una persona que trabaja en la escena de clubs, y que contribuye de forma modesta a ella.

“La ruta del exceso lleva al palacio de la sabiduría”. Una cita de Lord Byron que te encanta repetir. Pero a veces la ruta del exceso lleva directamente al sepelio.

Yo me debo haber equivocado de autopista, o tal vez traté de evitar pagar peaje, pero este último año ha sido el infierno de Dante y el descenso por los siete anillos.

Lo que trato de preguntar es si a largo plazo no sale más a cuenta aparcar el exceso para tener una carrera longeva. En lugar de “Baila o muere”, qué tal “Baila más sosegado”.

Cuando he intentado ir con calma ha sido mucho peor. Los problemas que aparecen son inauditos. Resulta que cuando intentas ser “normal” tienes que abandonar todo lo que te gusta. Dejas de hablar de tus temas preferidos, dejas de hacer lo único que te gusta hacer (pinchar discos), dejas de comunicarte a nivel artístico, dejas de vestirte como te da la gana, comer otras cosas. Tienes que tratar de entender lo que son la noche y el día… Empiezas a hacer lo que hace la gente. Se ve que la gente normal duerme, come, descansa, folla, ríe, llora. En los momentos que toca, incluso. Yo no soy así, claro. Alguna gente lleva mi ritmo durante dos días y luego se retiran. El noventa por ciento de la gente con la que tengo relación es gente que conocí en una discoteca. Pero esa gente lleva más o menos una vida normal, no viven en la discoteca, como yo. Cuando estoy solo, o sufriendo desamor, o lo que sea, nadie puede ayudarme. Estoy completamente solo.

Hay un momento del documental en que afirmas que la única cosa que no te abandonará nunca son los discos. ¿Es el arte mejor que la gente que lo produce?

[tajante] Sí. Y el arte existe, entre otras cosas, porque hay gente que piensa como yo. La dicotomía estriba en que también necesitas el contacto físico. Yo necesito que la gente me mire, me escuche, me piropee. Cuando pierdo eso, no hay arte. El arte nace de la necesidad que tienes de comunicarte con la gente. Y la gente te pide tu arte.

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Cuando estás triste, ¿qué te salva, un disco o un amigo?

Un amigo. Al que conocí por un disco [ríe]. El vínculo siempre será la música. Las únicas tres personas que han existido en mi vida sin vinculación musical han sido mi padre, mi madre y mi hermana. La música lo es todo para mí. Si me meto en una conversación musical lo sé todo. Hablo demasiado. Vivo demasiado.

Tu vida se ha definido a menudo como “una vida a 180 bpm”.

He vivido rápido, pero también me he arrepentido de casi todo lo que he hecho. Me he arrepentido de los excesos, me he arrepentido de la soberbia, me he arrepentido del orgullo, me he arrepentido del enganche, me he arrepentido de la adicción. Y sin embargo, paradójicamente, si volviese a nacer haría lo mismo, solo que muchísimo más.

Hay gente que desfasa sin remordimientos. No parece ser tu caso. Tú desfasas con flagelación (según se deduce del documental).

Yo he estado muy mal. He tocado fondo de tal modo que he llegado a autolesionarme. Y te diré algo: me ha ido bien. Otra gente se autolesiona con programas de prevención del alcoholismo o la drogadicción. A mí, autolesionarme me mantuvo en mi sitio. Hacerme daño de forma consciente me ayudó a vivir con el dolor, y eso hace que al final no lo notes. Algunas personas se construyen una coraza con eso. El dolor les endurece. A mí no: el dolor me hizo más sensible, más vulnerable. El hambre me ha hecho reconocer el hambre ajena. Cuando yo he tenido algo, lo he repartido. Ahora que no tengo nada he tenido que pedir dinero para comer, para beber, para colocarme. El dinero lo es todo, pero hay algo más importante que el dinero, que son las ganas de vivir. Yo ahora no tengo muchísimas ganas de vivir, la verdad. Pero he vivido. Mi decálogo del DJ dice que #1 “Todo el mundo es DJ”, y #2 “Ser DJ es vivir dos veces”. Yo he vivido unas cinco. He estado tantas horas despierto en los últimos treinta años como una persona que tuviese 180 años de vida. Si ahora me muero, solo me sabría mal por mi hijo.

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Me gusta que menciones lo de la coraza, porque te veo como alguien que va por el mundo sin parapetos de ningún tipo.

Un tipo con coraza no puede hacer mi trabajo. Pero a la vez ir sin murallas te hace más vulnerable, y he notado que la gente abusa de eso. Desde que salió el documental me he llevado unos chascos monumentales. En treinta años de carrera no he recibido ningún premio, ninguna nominación, ningún reconocimiento. Siempre me han rechazado. Pero ahora este documental ha ganado premios. ¿Tú crees que alguno de mis colegas me ha llamado para felicitarme? Y una mierda. Yo siempre he llamado para felicitar los logros de los demás. Es muy duro, ver que la gente es así. La gente cree que yo he llegado donde he llegado tocándome los cojones, pero he trabajado mucho. He hecho dinero, pero me lo he ganado.

El trabajo de DJ parece jauja pero es un tute, sin duda.

El oficio de DJ es el más raro del mundo. Y está muy poco explicado, casi no hay bibliografía seria, no se ha estudiado a fondo. Si yo llego a los ochenta años habré demostrado que se puede vivir de este oficio, que este te permite ser grande, que te permite sobrevivir… Pero no habré demostrado que es un “trabajo”. Nadie se lo cree. Y con razón. Porque no tiene pinta de ser un trabajo. ¿En qué otro trabajo del mundo puedes llegar borracho y enfarlopado, y ponerte a hacer cosas y que te salgan bien, y que no solo no te despidan, sino que encima te feliciten? Ahora se empieza a venerar al DJ, pero antes el discjockey era la última mierda del local, estaba en la esquina más asquerosa, escondido del público. Ahora, en parte gracias a mi trabajo, los DJs son considerados. El gran problema es que el DJ lo lleva todo. La responsabilidad es enorme. Si sale bien, todos están contentos, pero si sale mal, la culpa siempre es suya. En un grupo de rock’n’roll nunca pasaría eso. El DJ está siempre solo, como decía. Esa es su cruz.

«Gracias».

Si te consuela, el de escritor también es un oficio tradicionalmente solitario.

Por supuesto. El escritor acaba sumido en la alcoholemia, o pegándose un tiro en la cabeza. Les ha sucedido a todos los grandes. La soledad te vuelve loco, hagas lo que hagas.

Hablemos de música. Cuéntame, en tus palabras, cómo la escena vanguardista y moderna del bakalao valenciano llega a Barcelona y se transforma en…

No “llega”. Barcelona va a Valencia, y se empapa de esa cultura. El fenómeno del after es estrictamente barcelonés, en Valencia ni existe el concepto. No existe porque no hace falta. En Valencia lo que existe es la legalidad. En Barcelona, a partir del fatídico año, cuando se declara ilegal nuestra actividad, empiezan a cambiar las cosas. Se elimina el problema mediante la demonización. Se realiza una asociación entre nosotros y algunos individuos neonazis que acuden a nuestros clubs, y por mimetización parece que son de los nuestros. Todo el mundo tiene derecho a pensar lo que quiera mientras no haga daño a nadie, pero nosotros hemos pagado un sambenito muy duro por ello. Pagamos por los grupos violentos del fútbol de la época. Es una cabronada.

Psicódromo estuvo a punto de ser una discoteca acid house.

Intuíamos que aquel sería el último año del acid house, y nuestra intención era aprovecharlo. Pero no nos dieron el permiso hasta después del verano. Durante aquellos meses estuvimos saliendo y viendo como la música evolucionaba, y el acid se ahogó bajo su propio peso. Llegaron estructuras más electrónicas, los típicos cambios de los años que acaban en 9: pasó del 69 al 70, y también del 79 al 80. Y nos sucedió del 89 al 90, con la llegada de los nuevos grupos. Si llegamos a arrancar en mayo hubiese sido distinto. Al final lo que hicimos fue poner pop de guitarras en horario de noche y lo de batalla, el maquineo, de madrugada. Poníamos música fresca que nadie había comprado aún, de productores belgas, alemanes, americanos, que aún no estaban en boga porque dominaba el acid.

Al principio de todo tú pinchabas más negro y Pepebilly más blanco. ¿Es más o menos así?

Más o menos. Pepebilly no sabía nada de negro, él vivía de lo blanco, del rollo siniestro y tal, era el segundo DJ del 666. Yo pinchaba hip hop, ojo, no funky. Ponía Public Enemy siempre que lo pudiese mezclar con algo, hacía la remezcla de la remezcla, sobre un bombo de hip hop, a contragolpe, un bombo divertido y sabroso. Yo le enseñé a Pepebilly que aquel bombo podía encajar en cualquier parte. Le pasé la técnica de los que pinchábamos con negro y él tuvo la idea de mezclarlo con guitarras. Pero que conste que yo blanco ya pinchaba al principio de todo. Lo primero que pinché en la vida fue Kraftwerk, vamos.

Nando Dixkontrol riding the wheels of steel en Psicódromo (Pepebilly de fondo)

Recuérdanos algunas mezclas míticas del Psicódromo.

“Caravan of love” de The Housemartins con “The Godfather” de Sponie Gee. Otra: el “Last train home” del Pat Metheny Group mezclado con un corte de los Final Cut que en lugar de ir a 33 va a 45. Joder, se me saltan las lágrimas [se le humedecen los ojos]. Y la más mítica: Wim Mertens, el “Maximizing the audience, mezclada con el “Body to body” de BiGod 20. Otra mezcla muy difícil era el segundo vals del hermano de Johann Strauss (no recuerdo su nombre), mezclada con una base del “Numbers” de Kraftwerk. Ahora ese loop se puede hacer digital, pero en la época tenías que cuadrar el loop 4 x 4 de Kraftwerk con el 3 x 3 del vals. Es una mezcla que no debería funcionar, matemáticamente es imposible meter 3 en 4 y lo contrario. Y el ritmo del vals no lo puedes tocar. Tienes que manejar en tiempo real el pitch de Kraftwerk para que en cada compás de cuatro tiempos uno se desacelere para encajar y el otro se acelere para recuperar. Yo cerraba los ojos y movía el pitch como si fuese un diapasón. Cuando me daba la sensación de que el vals subía la nota [canta el ritmo], bajaba el pitch. Y ahí encajaba.

Psicódromo empezó a triunfar gracias a aquella famosa redada.

Sí. La noche de la patada de la Ley Corcuera. Esa noche cerraron un montón de locales: el Ozono, el Ars, el KGB y el Otto Sutz. Existe la leyenda urbana de que yo lo sabía con antelación, porque el lema de Psicódromo era: “Si crees que todo está acabado, date una última oportunidad”. Pero eso solo hacía referencia al final del acid house, el final de los 80, que se imponía un principio revolucionario, volver a arrancar con lo básico: bombo contundente mezclado con una nota estridente, de guitarra o sintetizador. Era una invitación a los noventa, que iba a ser la cumbre de lo digital. La era del chip prodigioso. Y entonces tuvo lugar la redada: todo cerró durante varias semanas. Y de repente la gente vio aquel flyer raro de club raro, que estaba muy por debajo de la Gran Via, un local a la izquierda de Marina, en Pueblo Nuevo. En aquella época, Pueblo Nuevo no había pasado por la rehabilitación del Fórum, estaba en mitad de la nada, era una zona mercantil. Y allí en medio toda aquella gente topó con un local diáfano, absolutamente oscuro, con una sola luz en cabina, un local donde no se pagaba entrada (solo la primera consumición)… Un local permisivo. No teníamos etiqueta ni código de vestir. Solo se requería que entraras aseado, vestido y por tu propio pie.

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Vuestro máximo de horas pinchando fueron… ¿Veinte?

Esa fue la famosa noche de San Juan. Eran las doce del mediodía y quedaban diez horas para cerrar. Por primera vez habíamos empalmado noche con madrugada, sin parar un par de horas para limpiar y rellenar neveras. La ley te permitía no cerrar esas dos horas, así que abrimos a las doce de la noche de Sant Joan, hasta las diez de la noche del día siguiente. Veintidós horas. A las doce del mediodía, cuando ya llevábamos doce horas seguidas, cogí el micro y grité: “son las doce del mediodía, quedan diez horas para cerrar… ¡a romperlo todo, hijos de puta!”. Y doscientos clientes empezaron a estrellar los vasos contra el suelo. A las seis de la tarde vino el jefe a por la recaudación. Eran millones de pesetas. Llevaba una Remington. Me dijo: “si un día te quieren pegar el palo, te lo pegan hoy o en año nuevo”. Me dijo: “en esta caja está el sueldo de todos, como habéis trabajado el doble, os pago el triple”. Antes de irse, ordenó que los camareros dejasen de currar y que la gente se sirviese sus propias bebidas, que todo era gratis. Los únicos que tenían que seguir currando éramos yo y Pepebilly. Nunca en la vida he vuelto a ver algo como eso. Ni Hugh Hefner había hecho algo así.

Aquella noche fue también una declaración de principios contra lo tradicional: ni hogueras, ni playas, ni música salsa, ni pachanga: nos encerramos en el puto garito a meter una sesión de maquineo industrial durante 22 horas. Estábamos del lado de las brujas. Me entra la risa cada vez que veo que el señor Laurent Garnier pincha una sesión de ocho horas seguidas, una vez al año. Nosotros, después de San Juan, ya no volvimos a cerrar, empalmamos cada fin de semana, de doce a doce de viernes a sábado, y lo mismo de sábado para domingo. Pinchábamos dos sesiones seguidas de doce horas, cada fin de semana.

Miembros de una iglesia. Varios representantes de la «comuna» de Psicódromo.

Antes decías que por culpa del público “nacional-maquinero” que empezó a frecuentar Psicódromo, la máquina de Barna cobró mala fama.

Sí. Pero todo eso sucedió al cabo de mucho tiempo. Entre el bacalao y Megatron van treinta años. La gente no se da cuenta del paso del tiempo porque yo siempre estoy allí, y parece que el reloj no avance. Pero el Psicódromo, cuando abrió en 1989, era considerado un local vanguardista. Los directores del Sònar iban siempre. Pinchábamos lo más avanzado. El Psicódromo generó una cultura muy especial, muy de Barcelona. No estaba mediatizado, no tenía que ver con la cultura mediática posterior. Nos lo hacíamos todo nosotros, comprábamos los discos nosotros. Familias enteras formaban parte del entorno del club. Los de los ochenta y noventa que sobrevivimos seguimos trabajando, siendo, iguales. Más viejos, tal vez. Más pobres, tal vez. Más tristes, seguro. Hay una edad a partir de la cual es difícil seguir trabajando de esto.

Eres un tipo con un gusto musical amplísimo que en Psicódromo pinchaba lo que le salía de las narices. Pero a partir de un momento parece que empiezas a ceñirte al gusto de tu público. Hablo de la etapa del Ocho, por ejemplo.

El Psicódromo venía de la cultura del ácido, de lo industrial, de los últimos coletazos del Newbeat, mezclado con el nuevo pop de Depeche Mode y gente así. La lógica dictaba que el Psicódromo mirara hacia Detroit, un sitio donde había habido mucha acción, pese a que Barcelona siempre ha sido un poco reacia a lo negroide. Lo que hicimos fue tirar hacia lo blanco. En todo caso, en la cultura de clubs de la época existía un ciclo que hacía que cuando tenías una cierta edad, abandonabas el entorno. Mucha gente lo dio todo durante seis años y no volvió nunca más a verme. Desapareció, y otra gente ocupó su lugar. Claro, lo que sucedía si trabajabas de DJ era que de golpe te encontrabas ante una nueva audiencia. Gente que no tenía tus raíces, que no había vivido lo que tú. Y entonces intentabas algo muy difícil, que era dejar una impronta consiguiendo regenerar tu pasado para una nueva generación. Y, si podía ser, que los viejos regresaran. Para eso tenías que estar un paso delante, ser el más rápido, tener los mejores aparatos.

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Pero, como dice Pepebilly en el documental, “el eclecticismo se va al garete”.

Paco de Lucía llegó un momento en que ya había tocado techo, ya tocaba mejor que nadie en el mundo, y entonces compuso “Entre dos aguas”. Era el siguiente paso. Yo, como DJ, llegó un momento en que ya lo sabía hacer todo, y mejor que nadie. A partir de allí, lo que me la ponía dura era “componer”, para una nueva audiencia, con un nuevo mensaje, en un nuevo club. Volver a crear. Y sigues teniendo tu colección de discos. Lo que cambia es lo que te rodea.

Pero cuando tú en Ocho haces de la máquina algo masivo, ¿no te da la sensación de que has tenido que aparcar la vanguardia?

Sí. Y te da la sensación de que has quedado encasillado a un sonido. Pero te sacrificas porque el local está montado por alguien que confió en ti, ves la ilusión en los ojos de tu nueva audiencia… Y tú, lo que quieres, no nos engañemos, es seguir estando allí arriba, de la forma que sea. Aunque tengas que prostituir un poco tu arte. Pero sigue estando de puta madre, porque yo creo que, ya puestos a chuparla, se la chupas a quien la tiene más larga. Tú haces de esa nueva necesidad, de esa nueva obligación, tu vida. Te consagras a eso. Y a mí me gusta que vengan chavales de veinte o venticuatro años, gente que no conoció Psicódromo, ni el Ocho, a decirme que gracias a mí han descubierto esto o aquello. Siempre existirá una nueva subcultura.

Da la impresión de que la gente de la cultura y la modernidad le dieron la espalda completamente a la máquina, y a ti, cuando esta emprendió su camino más radical (o más populista).

Esa gente no tiene ni puta idea. No ven el esfuerzo y el trabajo que ha tenido que realizar esa persona para cambiar su trabajo y crear un nuevo camino. Un uno por ciento de ellos son los que ahora te respetan y vienen a verte de vez en cuando, porque veinticinco años después se han dado cuenta del valor de lo que hacías. No sé por qué estamos haciendo esta entrevista, porque lo que tendría que hacer es [se pone en pie, empieza a gritar] tirarte ese papel, lanzarte la grabadora a la cara, cogerte del cuello y llevarte a mi local, una hora de sesión, y entonces lo entenderías. Y entonces no me harías una entrevista, sino que estarías luchando en la calle para que me hicieran un puto monumento. Porque soy Nando Dixkontrol, porque llevo toda la vida intentando que este trabajo se dignifique y se glorifique. [vuelve a sentarse]. No por mí mismo, ni por la fama, sino para que los artistas tengan posibilidad de prevalecer. Prevalecer. Da igual si no les gusta lo que hicimos, pero que entiendan el por qué lo hicimos. Hasta un músico de la calle tiene más posibilidades que yo. Lo mío es muy difícil. Lo mío es una puta fábrica. Y como un director de fábrica cada día tengo que inventar algo para que la gente venga y compre mi producto.

Un repeinao Nando, de nuevo en la cabina de Psicódromo, en algún momento de 1990-91

Pese a lo mucho que te ha puteado Barcelona (bueno, el ayuntamiento), sigues amándola.

A mí no me puteó el ayuntamiento, me puteó Pasqual Maragall. Él no era el ayuntamiento. Jordi Pujol era un puto ladrón, no la Generalitat. Los malos no son la policía, los malos son los que abusan del poder. Esta ciudad es la mejor ciudad del mundo. Aquí ha empezado todo. Cuando nos den la razón, estaremos muertos.

Por qué aquí. Por qué Barcelona.

Barcelona es como Ibiza. Ibiza es pequeña para encontrarte y jodidamente confusa para perderte. Barna es una de las grandes capitales del mundo y no hay nada como pasear por el paseo de Gràcia, no hay nada como subir al Tibidabo, no hay nada como irte a Montjuic, no hay nada como bajar por las Ramblas. Te diré algo que nadie sabe: entre las cuatro y media y las cinco y media de la tarde cualquier día laborable, de cada año, tú puedes atravesar la calle Ausias March por el carril central, contra dirección, sin que te atropelle ningún coche [¿]. Hay momentos en el espacio tiempo en que Barcelona se convierte en un remanso de paz increíble. Vete a redescubrir Montjuic, y no por el cruising. En Estados Unidos ya habrían hecho películas en él, de ciencia ficción o de terror. Barcelona es un fuerte, como los de las películas de los indios. Estamos en un punto geográfico perfecto para ser como somos. Rodeados de montañas, con ríos y por mar, un lugar de paso desde hace más de mil años, pegados a Francia, pocas ciudades de Europa tienen nuestra cultura, y tienen un idioma propio, y han luchado por sus intereses como la nuestra. Pocas ciudades de Europa tienen algo como el puto Sónar. El Sónar es la consecuencia directa de Barcelona. ¿Te tiene que gustar la sardana para ser de Barcelona?

Decididamente no.

Claro que no. Esto es una ciudad que permite a todo el mundo ser como le dé la gana. Aquí la gente ha hecho lo que ha querido siempre. Vale, Franco les jodió bastante. Pero no tanto como algunos dicen. Aquí la gente vino a hacerse un hueco y a encontrar un hogar y vinieron de todas partes y a sus hijos les llamaron Jordi. Es una ciudad de oportunidades. Una ciudad donde al extranjero se le da cancha.

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Los madrileños creen que viven en el mejor lugar del mundo, mientras que los barceloneses siempre critican a su propia ciudad. Dos perspectivas distintas.

Pues que no me entere yo de que alguien se mete con Barna, que le pego una patada en los cojones. Yo me puedo quejar de muchas cosas, de que mi mujer me ha dejado, por ejemplo, pero jamás me oirás quejarme de Barcelona. Hasta el nombre es bonito. Debería tener una melodía fija. Que tuvieses que decirlo siempre cantando. Mariscal lo pilló bien en aquella camiseta: Bar. Cel. Ona. Yo intenté hacer una canción que se llamaba simplemente “Barcelona” [canta]:  “Barcelona / te despiertas / Barcelona / siempre abierta / Barcelona / todo el día / Barcelona/ Tú lo sabes…”.

Resultat d'imatges de discoteca ocho cornellà¿Crees que la demonización de la máquina tiene que ver con el entorno de extrarradio al que se le condenó, tras la ilegalización de los afters urbanos?

No. La demonización de la máquina vino por la ropa de camuflaje, la gente del fútbol y la drogadicción masiva. El público maquinero, al contrario que el de otras tribus, se drogaba de forma pública. Incluso Nando Dixkontrol no ocultaba su drogadicción. Los principales garitos de lo nuestro siempre han funcionado en la periferia. En Madrid podías ir a un club que estaba debajo de la puta estación de Atocha, porque en Madrid está el Estado, el ejército, la Iglesia y el Gobierno. Aquí, para pertenecer en suelo urbano, tenías que conocer a un concejal de tal y cual, gente muy poco abierta a lo nuestro, y ya para eso te ibas directamente a la periferia, donde los alcaldes eran accesibles y no te ponían tantas trabas, la mayoría eran rojos, venían del entorno social. Los barrios rojos siempre dan cancha a los clubes, porque tienen una necesidad de mover a su gente, de tenerla controlada y de sacarle un beneficio.

Por eso os llevasteis la máquina a Cornellà.

Bueno, Cornellà ya estaba en el mapa, pero por la mala fama que tenía. Lo que hicimos con el Ocho, por ejemplo, fue poner: Disco Ocho, Barcelona, salida 5, Ronda de Dalt. Era nuestro esperanto para evitar relacionar el club con ningún municipio. Y el alcalde encantado. Porque si el Ocho iba bien, el alcalde sacaba lo suyo, le dábamos cada año un 5% para el Hogar de Ancianos y toda la pesca. Pero si iba mal, no se decía Cornellà en ningún momento. Se popularizó lo de coger el coche e irse fuera, la gente de Barcelona se iba a l’Hospitalet, unos follaban con otros, se establecía una comunicación Barna-extrarradio. Y era guapo, lo de conducir unos pocos kilómetros y llegar allí, a aquel sitio tan sosegado, en mitad de la nada, donde parecía que había caído la bomba atómica. Nosotros dignificamos aquellos espacios fríos, oscuros, obsoletos, de periferia, y los transformamos en sitios de algarabía, donde había vida. Con un bumba-bumba al que todo el mundo se apunta.

Resultat d'imatges de nando dixkontrol

En el documental hay un momento en que sacas de detrás de un sofá el cartel original de Psicódromo, que llevas guardando desde que la noche de su cierre. ¿Dirías que eres una persona nostálgica?

No, yo siempre miro adelante. Me gustan las nuevas tecnologías. Me gusta pinchar matraca dura y tecno duro. Me gusta meter tres o cuatro cosas a la vez. Pero nunca me lo van a permitir. Si me dejasen una sola noche, en el Sónar, delante de cinco mil personas, hacer todo lo que sé hacer, y que llevo veinticinco años haciendo, eso lo cambiaría todo, y ellos lo saben. Pero cada año me veo obligado a llamar a Ricard Robles y pedirle unas entraditas.

¿Te sientes injustamente tratado?

Sí. Pero no por ellos. No por el público, o por el Sónar. Por las circunstancias. Las prostitutas se pueden anunciar en un gran periódico pero está prohibido montar una fiesta a las seis de la mañana. Esto es injusto. La gente tiene derecho a bailar cuando sale el sol, tiene derecho a estar de fiesta mayor y divertirse.

Resultat d'imatges de dixkontrol

¿Un sitio como el Psicódromo, donde pinchabais más de veinte horas seguidas, y de hecho vivíais allí, se puede repetir?

Sí. Está ocurriendo ahora mismo. Siempre habrá personas que querrán hacer eso, porque lo necesitan, porque no quieren vivir como el resto de la gente. Ellos lo harán por amor, con un sentimiento noble, sin saber si están empezando algo o se les homenajearan con un treinta aniversario. Pasarán desapercibidos, tal vez. No prevalecerán. Porque, a ver, ¿por qué en esta ciudad se pueden hacer fiestas para ancianos, para niños, para todo Dios, y no se puede hacer una para nosotros? Si un ayuntamiento es capaz de normalizar las hogueras de San Juan, por qué no puede ser capaz de darle a lo nuestro una ley que lo normalice. Han hecho leyes para lo de fumar, regulando dónde se puede y donde no. Que nos den leyes para la fiesta de after. Las cumpliremos. El acceso, el agua gratis, los párquings de tal capacidad. Lo cumpliremos todo. Nos dijeron que chapáramos el Ocho y chapamos. Fuimos el único local que chapó. Los maquineros de Barcelona cumplieron la ley; no somos ilegales. Somos gente honrada.

Cuéntame una anécdota del Psicódromo que no le hayas contado nunca a nadie. Se otorgan puntos por bizarría.

Pues resulta que en aquella época teníamos un amigo que se llamaba Toti. Para nosotros era muy viejo, pero debía tener sobre los cincuenta. Trabajaba de encargado en un bar de putas de Pedralbes. Nosotros íbamos  a menudo a tomarla a esos bares, pero no por las putas, sino porque eran los que estaban abiertos toda la noche. De hecho, las putas se alegraban de vernos porque pagábamos todas las copas y no queríamos follar. Toti era el que controlaba que los clientes no desfasaran, hablando claro. Era un señor bajito con una gran capacidad para el disfraz. Nos hicimos amigos. El Toti se acostumbró a venir al Psicódromo cuando acababa su turno, a las seis o las siete de la mañana. Solía venir con una puta en cada brazo, y disfrazado de amo de plantación, por ejemplo. Entonces simulaba encadenar a las putas a una columna del Psicódromo, y les ordenaba bailar, como si fuesen sus esclavas. Todo en cachondeo, claro. Otro día vino de sadomaso y dos eslovacas le zurraban a él. Un día vino de torero con dos españolas, esta vez, que le hicieron el paseíllo. Y entonces un día vino sin disfraz. Yo estaba haciendo una mezcla a tres platos y ni me enteré, y eso que normalmente era imposible no enterarte de que había llegado, porque el tío era un espectáculo.

Aquel día fue directo a la cabina y le dijo a Pepebilly: “eh, tú, el del flequillo de portaviones… (Pepebilly por aquella época llevaba tupé psychobilly)… Dile a tu jefe que venga, que aquí le traigo un regalo maestro”. Me fui para allí, y el Toti me entrega una caja de auriculares AKG 101, que eran los auriculares que usábamos en Psicódromo. Cojo la caja, y de golpe noto que se mueve. Acojonado, la dejo encima de un plato vacío. la caja, allí girando. Le digo al Toti: “tío, que la caja se mueve”. Y no por el plato. Él me dice: “no te jode, claro que se mueve, como que os he traído una gallina” [ríe]. Como si le hubiese escuchado, la gallina entonces va y cacarea. Estaba viva. El Toti me dice que la ha traído para que se la tiremos a la gente, que está cansado de lo de los disfraces y las putas y hoy quería hacer algo más espectacular. Y dicho y hecho, me voy al micrófono y digo: “queridos clientes , gracias a la generosidad de nuestro cliente Toti, hoy vamos a arrojar una gallina viva desde la cabina”. Y la tiramos. Cayó al suelo. La gente intentó cogerla, pero era imposible. Es muy difícil, coger a una gallina viva. En Rocky II lo dicen: “si puedes atrapar a una gallina serás más rápido que tu contrincante”. Estuvo toda la madrugada pul7ulando por el club, revoloteando de aquí para allá. Al final la gallina escapó volando, cuando abrimos, ya al mediodía. Volando. Volando de verdad. Es un hecho poco conocido, pero las gallinas pueden volar como cualquier otro pájaro, en situaciones extremas. La gallina salió volando y se metió por debajo del puente que hay al lado del Psicódromo, el de la vía del tren. Y lo siguiente que sucedió no te lo puedo contar, porque es demasiado fuerte y además no se lo creería nadie.

Kiko Amat

(Esta es la entrevista sin cortes que le hice a Nando Dixkontrol para mi pieza sobre el aniversario del club Psicódromo en El Periódico de Catalunya. En la pieza aparecía solo un 10% de la charla, que les cuelgo aquí para su asombro, terror, admiración y disfrute. Todos los derechos son de Kiko Amat. Si cortan, usan, repiten beodos en bares, difunden en guarsap, citen la fuente o su autor les maldecirá. Mi agradecimiento a Nando Dixkontrol, por prestarse a la conversación, y a Álex Salgado, co-director del documental Ciudadano Fernando Gallego: baila o muere, por hacerla posible)

Ring literario #5: Ernest Hemingway vs. William Faulkner

La quinta entrega de los cates literarios. Esta es la de Papa contra Faulkny. Great fun to write. Yo siempre he sido pro-Papa (aunque no estaba exento de la ocasional matraca) y anti-el de la pipa. Como podrán constatar leyendo la piececilla.

Léanla, como siempre, en El Periódico de Catalunya. En este leeeeenk.

Kiko Amat entrevistó a LOQUILLO (la charla sin cortes)

“Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop”

Loquillo: "Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop"

El veterano músico se convierte en raconteur en Chanel, cocaína y Dom Pérignon, un anecdotario de oficio, farándula y tribu que mapea la (excelsa) Barcelona de 1985 a 1989.

Me cito con Loquillo en el 99%, un “moto bar” de Les Corts que es mitad reducto rocker y mitad capilla dedicada a José María Sanz, alias “Loquillo” (o simplemente Loco, si ingresas en la cofradía). Y hablando de santos: Loquillo sigue siendo alto como un San Pablo. Lleva un traje oscuro que es pura geometría, nomeolvides de gánster del Soho y mocasines Montecarlo 1965. Más Gainsbourg que Rat Pack, para entendernos. Lo único que ha cambiado en él es el icónico tupé, que de un tiempo a esta parte aparece nevado, como las cumbres del Canigó. Pero no se dejan engañar por las canas. Es el mismo Loquillo. Su último libro se centra en su Segunda Venida (condal): el periodo 85-89, cuando Barcelona parecía la capital de un Imperio y Loquillo un conquistador que regresaba, triunfante. Un tiempo y un lugar fascinantes de los que, como él mismo apunta, “solo quedan cenizas”.

Dices que este es tu último libro de memorias, y has decidido terminar con tu segunda fase barcelonesa. Tu regreso, del 85 al 89.

He escrito ya varios libros contando mi periplo, que abarcan desde el 72 al 87. De mi infancia a mi adolescencia rocker, la formación del grupo, la ida a Madrid… Pero yo quería acabar con este, y la razón es sencilla: lo de después es aburrido. Las biografías de artistas que se centran en el éxito y los excesos son muy aburridas. A mi me interesaba contar los inicios, los porqués y las razones. Qué hacían unos chavales de veinte años en medio de todo aquello  viviendo vidas que no vivirá la mayoría de gente. La Barcelona preolímpica fue un momento de lucidez, y gestó a una generación que ahora maneja la escena musical en la ciudad. Del mismo modo que los primeros okupas de mediados de los ochenta en Barcelona son la antesala del todo el movimiento libertario en la ciudad. Esto ocurrió aquí.

Aquí la subcultura siempre ha sido muy sub. Nunca ha interesado a nivel oficial o de prensa.

Mira, mi padre era tanguero, del Clot. Iban con fular y su sombrero por el barrio, en plenos años treinta. Eran una subcultura. Y me da rabia que no se hable de esas cosas. Cuando me dieron la medalla de la Ciudad de Barcelona le conté a Pisarello, el teniente de alcalde, que es argentino, que Gardel a su llegada a Barcelona se convirtió en un fenómeno. Una fiebre. Pero a él ni le sonaba. Existe una gran ignorancia sobre la historia cultural de esta ciudad. Barcelona, el area metropolitana de Barcelona, que yo siempre he llamado Distrito Federal, tiene una cuenta pendiente con la cultura pop, con la cultura rock. Todos los consistorios han obviado nuestra cultura y han dado la matraca con la nova cançó y la rumba catalana. Es hora de que se empiece a contar la historia del pop en Barcelona.

No tengo muy claro por qué hemos aceptado que Madrid era «la» ciudad rocanrol, cuando del 84 al 90 los grupos que importaban eran de aquí.

Yo siempre he estado en medio de las dos ciudades. Viví la Movida en Madrid porque en Barcelona en aquel momento no había futuro para el rock’n’roll. Y cuando regresé aquí, fue porque Madrid ya era un circo folklórico donde no existía nada de interés, y donde gente como Mecano u Hombres G eran la nueva movida (en breve la movida será incluso Miguel Bosé). Las grandes bandas madrileñas, como Gabinete o Pegamoides, quedaban lejos o se habían disuelto o empezaban a cambiar para mal. La Movida en realidad duró tres años, hasta el cierre de Rock-ola en el 84. Y en ese momento Barcelona se alza, y además lo hace mediante la iniciativa individual. En la vida eres individual o colectivo, y a mí no me gusta lo colectivo. En aquel momento nos abrimos paso una serie de individualidades, desde todos los ámbitos: rocanrol, mod, punk, gótico… Al principio nadie les hacía caso, grandes bandas tocaban en bares. Los Negativos, uno de los grandes grupos barceloneses de la década, eran un grupo desconocido. Pero aquel pequeño grupo de aberraciones hacía mucho ruido. La diferencia con Madrid, donde la gente interesante también era minoría, es que desde los medios y las instituciones se les apoyó y se vendió aquello como la panacea, y en Barcelona ocurrió lo contrario: el fenómeno se silenció. La prensa en Madrid iba toda a una; el apoyo era total. En Barcelona se ignoraba a las bandas. Se abrieron paso mediante trabajo. Puro curro. Nadie habla de curro. Por cierto, ¿te acuerdas de aquellos suplementos que se sacaban en la prensa de aquí sobre las tribus urbanas?

Por desgracia sí. Aún me despierto sudando en mitad de la noche.

¡Pero dónde váis! ¡Ridículos, que sois unos ridículos, no os enteráis de nada! [ríe] No acertaron ni una. No pillaron nada. Por tanto existía un componente de secreto, de esto está pasando pero nadie lo muestra.

LOQUILLO, El niño grande apuesta fuerte

Es una vieja batalla, en todo caso, la de la “autenticidad” entre las dos ciudades.

Madrid triunfó en su momento precisamente porque hacía alarde de no-auténtica. Cualquier tío podia llegar del pueblo, cardarse el pelo y estar en el ajo. No se pedían credenciales. Y a la vez creo que Barna peca de auténtica. Yo me fui de aquí (dos veces) porque me asfixiaba ese vampirismo: la ciudad te lo saca todo. Es importante largarse de aquí a tiempo, si no te sucede como en la película de Buñuel; no sales nunca.

A la gente que te ve como duro crítico de las deficiencias de Barcelona tal vez les sorprenda el tono de orgullo condal que rezuma Chanel…

Barcelona en ese periodo estaba claramente por encima. Es innegable. Del mismo modo que en 1981 iba muy por detrás. Yo vi como Madrid se alzó y también como su historia se convirtió en un circo. Al mismo tiempo, conviene recordar que mucha de la gente que empezó lo del 80-81 en Madrid venía de la Barcelona libertaria de finales de los 70, que era la ciudad más libre y alucinante del mundo. Ouka Lele y García-Alix estaban aquí antes de irse para Madrid. Almodóvar presentaba sus primeros cortos en Barcelona. Creo que ambas ciudades se necesitan, el péndulo tiene que ir oscilando de una a otra (aunque me apena ver que esto ya hace tiempo que no sucede). No sé si es orgullo; quiero hablar de una generación de jóvenes que la liaron muy gorda, y encima sin subvenciones, sin ayuda de compañías. Ningún apoyo. Y pese a eso, ponías la radio en 1987 y solo salíamos barceloneses: “La mataré” era #1, estaban Los Rebeldes, Brighton 64, El Último de la Fila… Decibelios, que eran de El Prat, vendían un montón de discos. Pero en Madrid gozaban de una infraestructura de locales que aquí no existía. Allí todos se juntaban en los mismos sitios. Aquí cada uno iba por su lado: rockers por aquí, teddy boys por allí, punks por acá, mods por allá…

Bueno, pero aquí las tribus no se zurraban. Éramos más civilizados.

Yo diría que éramos demasiado pocos [ríe]. No podíamos ni pegarnos. Dicho esto, existía un personaje llamado El Príncipe que era quien repartía hostias sin hacer distinciones entre tribus, y ponía orden [ríe]. También teníamos numerosas evoluciones e involuciones: rockers que se volvían mods y mods que se volvían rockers.

Siempre te he visto como un personaje muy adulto, y digo esto como elogio. No te veo la parte de tarambana juvenil, con sus piques e inquinas, caprichos y veleidades…

Soy hijo único de padres mayores. Mi padre había estado en la cárcel y en el exilio. Yo era hijo de alguien que había pringado diez años de su vida. Un preso político. Eso lo notas en casa y te da mucho coraje. Y en mi casa de 50 metros cuadrados vivíamos cinco personas: mi madre, mi madre, mi tía, mi abuela y yo. Yo vivía en el pasillo, en un sofá. Cuando esa es tu situación lo que haces es salir a la calle, y el barrio del Clot era del todo callejero. Nosotros crecimos en la calle. Ese fue nuestro bachillerato.

Resultat d'imatges de loquillo

La mirada de Chanel… es serena y adulta. No vas a saldar cuentas de juventud.

No me interesa poner a parir a nadie, ese tipo de biografías son muy infantiles. Mis libros son casi de aventuras, Los Cinco y los Trogloditas. No es un ejercicio literario. Es un libro escrito con urgencia e inmediatez que intenta plasmar un momento concreto. Además, por aquel entonces éramos todos gallitos metidos en un corral pequeño, a ver quien la tenía más larga y tal. No te lo puedes tomar muy en serio.

Me gusta tu dicotomía de artista que aún hace alarde de orgullo de tribu pero que a la vez supo trascenderla a tiempo.

Siempre he sido pandillero, pero nunca he querido formar parte de clubs motoristas o bandas de delincuentes (porque no olvidemos que en aquel entonces la frontera entre rock’n’roll y delincuencia no estaba muy definida). Yo salí rebotado de mi tribu ya en la época de Los tiempos están cambiando, en 1981. Fui rocker y teddy boy antes que nadie, entonces me fui a londres y vi que los Clash eran una banda de rock’n’roll. Cuando volví aquí y empecé a decirlo, me convertí en la persona más vilipendiada del mundo del rock [ríe].

Cuando la ortodoxia se te tira encima es que estás haciendo algo bien. De otro modo te hubieses quedado haciendo rockabilly toda la vida.

Hay que salirse de lo esperado. ¿Qué fotógrafo está fotografiando a todos los grupos de España? ¿Tal? Pues con ese no hay que hacerse las fotos. ¿Quién es el productor de moda para grupos de indie rock en España? Ricky Falkner. ¿Y para el rock? Carlos Raya. Pues ninguno de esos dos tiene que producirme el nuevo disco. Esa siempre ha sido mi fórmula. Si todos tiran para esa línea, me voy a la contraria. Esa es la mejor forma de sobrevivir a las modas.

Siempre te has rodeado de los espíritus individuales de cada generación. En Chanel… aparecen una serie de personajes únicos y 100% icónicos y barceloneses, desde Fray de Decibelios a Tutti.

Para ser como los demás ya están los demás. En un momento en que no había MTV, ni siquiera casi emisoras de radio, la gente se inventaba su propio personaje. Con el tiempo todo se globalizaría más rápido, salía Kurt Cobain por la televisión y a la mañana siguiente había cincuenta tíos vestido como él. Pero aquí, en la época en que estamos hablando, las pintas que llevaban Tutti, Carlos Segarra, o Fray de Decibelios… Aquellos tíos se inventaron unos personajes tremendos, cosas únicas. A Fray, en el viaje a Vic que cuento en el libro, en 1985, le confundieron con un Hare Krisna. El tío que vino a frotarle el pelo no había visto nunca un skinhead, claro [ríe]. Para que veas como estaban las cosas. Esa era la España real de 1985. La gente se piensa que ya éramos supermodernos por aquel entonces, con los Juegos Olímpicos y el PSOE y no sé qué, pero salías de Madrid y Barcelona y el resto del país parecía una república del Este de los años cincuenta. Todo muy carpetovetónico. Nadie sabía de qué iba nada, y éramos muy jóvenes.

Imatge relacionada

Felpudo y tirantes: Fray (Decibelios)

Tu libro no es nada épico. De hecho, la mayoría de situaciones dan risa.

Es que por mucho que fueses de tipo duro, a los veinticuatro (y yo era el mayor) no parabas de meter la gamba. El el libro cuento todos los gafes relacionados con el Reanult Caravelle del 64 que me compré en 1986. Mientras yo creía que lo tenía aparcado en el garaje de uno de los Trogloditas, en Vic, resulta que su padre lo había estado utilizando para transportar sacos de cemento. Algo más tarde, cuando Sabino y yo conseguimos limpiarlo y lanzarnos a la carretera, nos extrañó que todos los conductores nos saludaran. Pero no era un saludo: ¡la rueda izquierda estaba ardiendo! [carcajada]

En el libro repartes unos cuantos capones a los garajeros y rockers “auténticos” de la época.

Los Trogloditas éramos un grupo de garaje que, de repente, triunfó. Detrás nuestro salió un montón de gente cuyo mayor atributo era la “autenticidad”. Pero es lícito sospechar que muchos de ellos no daban para más. Uno intuía que no había nadie pilotando el barco [ríe]. Creerse en posesión de la verdad absoluta es peligroso. Esos mismos “auténticos”, after-punks del Rock-Ola que se dejaron flequillo de un día para otro y, ya en el Agapo, decían que solo escuchaban garaje de los 60, acabaron escuchando grupos horripilantes. Y a nosotros, que habíamos sacado un elepé llamado El ritmo del garaje tres años antes, todo aquello nos hacía mucha gracia. Kike Turmix, que echaba pestes de la “ful modernilla” e iba del más auténtico de todos, había sido azafato y chico para todo en La Edad de oro. Cosa que le tuve que recordar una vez, por cierto. Dicho esto, mis capones son sin saña, porque todo aquello eran juegos de chavales. Que si escuchas tal grupo o llevas tal pinta ya no te hablo. Cuando yo empecé a llevar esmoquin lo hice por lo mismo, al revés: para tocar los cojones.

Siempre te ha gustado, eso. Tocar un poco los cojones.

Yo tengo dos baremos. El primero es que cuando la prensa te pone bien, empieza a preocuparte. Eso quiere decir que no vas a vender un puto disco. Cuando la prensa te pone fatal, eso es la polla y vas a triunfar. Así que nunca me ha importado que la prensa me pusiera a parir. En cuanto a los críticos, prefiero a un tío que sea mi némesis pero tenga criterio que a otro que un día haga una crítica positiva de David Bisbal y a la mañana siguiente otra, también positiva, de Southside Johnny.

Tu mirada siempre ha sido urbana. En el libro comentas más de vez tus numerosos desencuentros con el mundo de comarcas. Vic, particularmente.

A Sabino le dije muchas veces (en coña) si no podía haber encontrado a unos Trogloditas en Cornellà o Badalona, joder. Lo que pasa es que los Trogloditas estaban en el Karma o no sé dónde aquel día, y les reclutamos. Yo iba a Vic y no entendía nada, y ellos tampoco a mí. En Vic la gente escuchaba a [rictus de horror] la Companyia Elèctrica Dharma. No tengo nada en contra de ellos, pero ¿no sirvió para nada el punk? Para mí la Dharma era el ejemplo perfecto de lo que No Tenía Que Ser. Existía un fenómeno que es algo a estudiar sociológicamente: el progre reciclado. Un tío que hacía jazz-rock y un día vio a The Police (grupo fake por antonomasia), se cortó el pelo, se puso una corbatita fina y se unió a la nueva ola. Eran gente que tenían cinco años más que nosotros, que se las daban de punks y nuevaoleros y modernos, y que como tocaban “mejor” se creían que se lo iban a llevar de calle. Existía una división generacional muy grande, un antes y después. Canet del ‘78 dejó esa ruptura muy clara, cuando los progres llamaron “pija” a Blondie. Pero yo les vi aquel día y me cambió el mundo. ¡Ya era hora!

El problema era la edad, que cantaban los Brighton 64.

Sí. La edad era vital. Aquellos cinco años eran un abismo. Con Quimi Portet no llegamos a un acuerdo para producir El ritmo del garaje porque ellos aún eran de la mentalidad de que había que grabar con muchos profesionales, y yo solo grababa con mi banda. Nos dividía una generación. Se veía en la prensa, en la radio. Yo fui con Los tiempos están cambiando a la radio y Pallardó dijo que era un homenaje a Dylan. Tuve que indicarle que era precisamente todo lo contrario, y encima el disco estaba dedicado a Phil Ochs. Ellos no paraban con la turra de Sisa y “Qualsevol nit pot sortir el sol”, pero ¿sabes qué? Nosotros no queríamos ver salir el sol.

… y un Piknik genial. Los Negativos, 1986.

Antes has mencionado a Los Negativos, una de las grandes bandas ninguneadas de esta ciudad.

Los Negativos, de quien por cierto versioneé “Viaje al norte” en mi último disco, Viento del Este (2016), fueron la banda que mejor ha recogido la trayectoria del pop español. Desde Los Pekenikes hasta su época. Y no eran solo una banda rock. Tenían pasión por la estética, la cultura, el cine… (ningún movimiento juvenil digno ha sido solo musical). El grupo estaba compuesto por cuatro personajes interesantes en sí mismos. Yo fui muy pesado con ellos, era muy fan, siempre hablé de ellos en Madrid, llevaba sus maquetas y discos a todas partes. Pero pasaron desapercibidos, también en nuestra ciudad. Aunque llegaron a tocar en las fiestas de la Mercé de 1986, precisamente el mismo día en que le pegué el famoso bofetón a Ignacio Julià [ríe]. Creo que no fueron comprendidos, ni siquiera entre la post-movida y los renacidos del garaje. Ellos estaban en medio de todo. También creo que en Madrid habrían tenido una carrera más larga. Madrid respeta más el legado pop. En Madrid hubo unanimidad para darle a Rosendo la medalla de la ciudad. Pero cuando me la dieron a mí generó una gran controversia.

Tal vez sea porque siempre has sido franco con el tema de los narcóticos. En tu libro hablas con gran desenfado de tu querencia por la estimulación artificial.

[ríe] Odio las biografías rock donde se censura la parte de las drogas. Pero también odio las que solo hablan de drogas. Las drogas, simplemente, formaban parte de aquello. Éramos chavales que experimentaban. Vivimos el inicio de la ruta del bacalao. Valencia era el lugar más divertido del mundo. Y no sonaba chunda-chunda, sonaban The Cult y The Sisters of Mercy. Soy de la generación de las anfetaminas. La heroína no la veo como algo de mi generación, y eso que casi destruye a mi banda. Pero para mí no tenía nada que ver con nosotros. Era una cosa de hippys, algo de los otros, de la generación anterior. A mí me gustaban las drogas aceleradoras: empezabas con los optalidones de tu madre y de allí a lo siguiente. Pero a la vez nos gustaba el lujo, en drogas y en todo. No quería vivir en un piso ocupado. Yo quería una suite de cinco estrellas. Mi padre, en la Guerra Civil, fue uno de los que ocupó el Ritz. Cuando uno de los primeros grupos de okupas vinieron a pedir que les echara una mano a mediados de los ochenta les dije que me llamaran el día que ocuparan el Ritz [ríe].

En el libro tocas el tema de la construcción de tu “personaje”, el Loquillo icónico, sin debilidad, ni miedo ni tristeza, noble, sólido…

En este libro no salen tristezas porque las tristezas vivieron luego. Además, mi padre me enseñó a sonreir cuando peor iban las cosas. Mi madre, que tuvo a tres hermanos en la cárcel, era muy oscura. Mi padre era la luz. En la época que cuento en el libro mi personalidad era reflejo de mi padre: siempre p’alante, disfrutando los veinticinco años. La construcción del personaje se me puso a huevo. Contrariamente a lo que suele creerse, un artista cuando sale un escenario no actúa; actúa cuando está fuera de él. El personaje de Loquillo lo construí como coraza. Para protegerme. Pero en el escenario me permitía ser yo. A la vez, yo soy Frankestein: soy hijo de todas las personas que me influyeron. Tomé de Gay Mercader, de Carlos Segarra… Y de todo aquello salió el monstruo.

Eres un poco como Dean Martin. Me pregunto si alguien ha traspasado esa coraza que llevas alrededor.

Soy muy celoso de mi intimidad. No tengo redes sociales. Ni whatsapp. No quiero depender de las tecnologías. Parte de esa coraza que mencionas está hecha de mis amigos de siempre. Y te voy a decir algo: acerté. Porque al ganado se lo conoce en la recta de salida. Los que me acompañaron acabaron siendo los número uno de algo, fuese la delincuencia o la hostelería. Si he tenido etapas bajas han venido precisamente porque me rodeé de las típicas ladillas que, como un sarampión, en el mundo del rock tienes que pasar. No hay nada peor para un artista que tener una corte de ladillas. Aquellos a quienes siempre les van mal las cosas y son trepas. De ellos tienes que deshacerte. Porque dan mala suerte. Yo en el 85 había vendido ya 100.000 discos, y aún no había empezado el verdadero pelotazo. Era lógico que se me pegara algun ladillero [ríe]. También tiene que ver con la coraza el hecho de que me haya tomado esto como un oficio. Yo siempre he querido trabajar, y he priorizado mi oficio. Alguna gente pasó por esto del rock’n’roll como si fuesen unas colonias de verano, pero para mí esto era algo más. Era algo serio.

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Todo el mundo se llena la boca con el barrio y el eco del gueto, pero tú siempre has dicho que si eres de barrio de verdad lo que quieres es largarte.

La prioridad número uno de un chaval de clase obrera: largarse. Y punto. Mi abuelo era estibador, mi padre era estibador y yo sabía que por nada del mundo iba a ser estibador. Por mucho que los respete y quiera. Cuando yo crecí, el rock’n’roll era un clavo al que agarrarte si querías escapar del destino de tu clase social. Si hubiese nacido diez años antes habría sido torero. Me habría tirado a la plaza. Pero me tiré para el espectáculo. En mi casa Manolo Escobar era Dios. Además, festejava con una chica del edificio. Una de las primeras fotos firmadas que tuve fue de Manolo Escobar. Mi madre lo adoraba. En mi barrio Manolo Escobar era Dios, lo escuchabas por todas partes. Esa mitificación del artista fue parte de mi infancia. Gracias a ello empecé a pensar en perseguir un tipo de vida distinto. No quise quedarme allí y casarme con la hija de la vecina.

El único artista de la mal llamada “nova cançó” de quien hablas elogiosamente en el libro es Quico Pi de la Serra.

Quico era un disidente. Los suyos le habían dado la espalda. Era un tipo que iba más allá, que se interesaba por la gente joven, por la música pop, que buscaba nuevos caminos. Sin Quico Pi de la Serra yo jamás habría hecho “La mala reputación”. Quico me puso en contacto con otra Barcelona: pero no la laietana o la del jazz-rock, sino la de Candel, la de Marsé, incluso la de Bocaccio. Me enseñó muchas cosas. Y era muy divertido ir con él a los sitios. Vernos juntos descolocaba a los de su bando y a los del mío [ríe]. Se ha sido muy injusto con él. Con él y con Ovidi Montllor. Eran los que iban por delante.

Ahora se redignifica el sonido caño roto, el jazz-rock layetano o la rumba catalana. A juzgar por el libro, no parece que tú hayas cambiado de opinión respecto a ninguno de los tres estilos. 

Los layetanos te miraban por encima del hombro si no habías ido al conservatorio. Pero yo aún no sé tocar la guitarra, y he grabado 32 discos y he vendido tres millones y medio de álbumes. Me pregunto de qué servía tanto conservatorio [ríe]. Con los años he hablado con gente de aquella escena y todo bien. Pero en aquella época nos despreciaban, y eso no se olvida. Y además, su música era un coñazo. Yo a los diecisiete, como era alto, pintón y DJ, siempre ligaba con chicas mayores que yo, e ir a su casa era peligrosísimo. Sabías que en algún momento iba a caer Iceberg. Al final no te salía a cuenta, la verdad. Me sigue haciendo gracia que gente como Pancho Varona, un músico que toca con Sabina, diga que ellos eran muy rockeros porque escuchaban a King Crimson y Pink Floyd. No entiendo que sigan pretendiendo ocupar un espacio que no les corresponde. Siguen sin enterarse de nada. Mucha tienda de campaña y muy poco Free Cinema. Yo no sé qué es el duende ni el karma, pero he visto a The Clash dos veces, y eso me basta.

Kiko Amat

(Esta es la versión sin cortes de la entretenidísima charla que mantuve con Loquillo en uno de sus feudos históricos, el 99% Bar, hace un par de meses. Lo pasamos muy bien y encima pasaron The Leather Boys por la televisión. La entrevista con ligeras ediciones, y con dos páginacas menos -por cuestiones de espacio-, se publicó en El Periódico de Catalunya del 14 de julio del 2019. Todo esto es propiedad de Kiko Amat; pueden citarlo a placer, pero mencionando la fuente)

ROGER DALTREY: «Siempre me han irritado las modas del rock»

Mi entrevista exclusiva con Roger Daltrey, cantante de The Who. Mi labio superior, si quieren saberlo, se mantuvo firme durante toda la charla. Léanla en El Periódico de Catalunya, en este link.

Kiko Amat entrevista a CHRIS OFFUTT

Uno de mis autores favoritos de los últimos años. Muy fan de Kentucky seco (Sajalín) y Mi padre el pornógrafo (Malas Tierras). Lean mi entrevista para El Periódico de Catalunya aquí.

LOQUILLO: «Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop»

Se publicó en El Periódico de Catalunya del domingo 14 de julio.

Una charla prolija y entretenida entre Loquillo y Kiko Amat que combina el sentimiento hondo y la remembranza historicista épico-tribal con grandes momentos de humor mostrenco.

Pueden leerla aquí. Es de las más leídas en estos momentos, y con razón, no por las paridas amarillentas de siempre.

Ring literario #2 y #3

Dos nuevas entregas de mi serie bisemanal sobre escritores picados y injuriosos para El Periódico de Catalunya.

La segunda es un peculiar trío: Pablo Neruda contra Pablo de Rokha contra Vicente Huidobro. Todos contra todos. Y m***** también cada uno, supongo.

La tercera es entre uno de mis héroes, ARNOLD BENNETT, contra la señorona clasista del Bloomsbury Group, Virginia Woolf.

Que los disfruten, y todo eso.

Piques literarios #1: Jean Paul Sartre vs. Albert Camus

Camus (izquierda) y Sartre.

Esto es una nueva sección fija que he inaugurado en El Periódico de Catalunya.Se llama (de momento) Piques Literarios.

Va sobre litigios literarios, como imaginan. Autores hostiándose entre ellos, ciscándose (en el otro) y cismándose. Ex amigos y colaboradores y revisadores de manuscrito ajeno que de repente se odian con una animosidad fratricida. Ex socios en lo novelístico que cortan y en lo venidero solo se desean muertes lentas y dolorosas, grandes fracasos editoriales, cánceres y accidentes automovilísticos. Copiones y copiados. Cabrones y apocados. Fieles y adúlteros. Viejos y jóvenes. Modernistas y anti-modernistas. Guapos y feos.

Léanla, rían, jaleen, aquí.