FLAKO: “En este país no hay mayor ladrón que un banquero”

El mítico butronero madrileño, apodado “el Robin Hood de Vallecas”, publica sus memorias Esa maldita pared (libros del K.O) y sube al podio de la crónica negra nacional.

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Flako atracaba bancos que era un primor. Nació en Vallecas, y aprendió el oficio de butronero (acceso por cloacas + boquete en tapia) de su padre, artista del gremio. Aquel hombre le mostró no solo la parte técnica del tema, sino el indispensable decálogo deontológico y ético que debe acompañar a toda carrera delictiva que se precie (como Dexter, para entendernos, pero sin convertir a nadie en albóndigas). Siguiendo sus especificaciones, y añadiendo algún avance de cuño propio, Flako consiguió butronear un número asombroso de sucursales bancarias. Inevitablemente, al final le pillaron (ante las cámaras de televisión). Lo acusaron de siete atracos, cumplió condena por dos y actualmente disfruta de tercer grado penitenciario. En Soto del Real empezó una relación epistolar con el cineasta Elías León Siminiani, y de esa amistad nacería el documental Apuntes para una película de atracos. El propio Elías le instó a escribir su historia en primera persona. El resultado, Esa maldita pared, es una autobiografía criminal llena de violencia, humor y familia, que recuerda tanto a Edward Bunker o Rififí como al “Corre corre corre que te van a echar el guante”

Te llamaban “el Robin Hood de Vallecas”, pero la parte de dar a los pobres se te olvidaba un poco…

La verdad es que sí. Eso sucedió en el robo de la calle Alcalá 74, el banco de Santander, por el que estoy cumpliendo condena. En un momento del atraco la gente se empezó a poner nerviosa, y yo también me puse nervioso, y esa fue mi forma de calmar a la gente, haciendo una broma. También fue en parte homenaje a mi padre, que tras sus atracos sí ayudó muchísimo a la gente y a sus amigos. Fue algo simbólico. Yo he ganado dinero y he ayudado a mi familia y a los míos. No daba para más.

Los criminales, y algunos escritores, tenemos un “estrecho círculo de empatía”. Podías compaginar el afecto extremo hacia tu familia y amigos con el desprecio puntual hacia víctimas o testigos.

Atracar un banco es un oficio que requiere violencia. No es lo mismo atracar que robar (cuando entras por la noche, coges el dinero y te vas). Atracar requiere intimidación física. A la hora de empuñar un arma real estás desprendiendo violencia, aunque no la utilices. Yo he pedido perdón a las víctimas, que no tenían la culpa de que a mí se me cruzaran los cables por la mañana y decidiese que me tocaba atracar un banco y arrasar con lo que se me pusiese por delante. Esta disculpa es sincera: las víctimas de mis atracos no tenían culpa de mi locura. A la vez, dentro de lo que cabe, siempre he intentado utilizar el mínimo posible de violencia, y ser el máximo de educado posible, a la hora de realizar un atraco. Parece contradictorio, pero es así. En mí último atraco, el Bankia de la calle Pilarica nº23, donde me detuvieron, en el sumario se especifica que uno de los atracadores, de complexión gruesa, que se declara líder de la banda, da las gracias a los allí presentes por su colaboración y les pide perdón por las molestias ocasionadas. Pero a la vez no vas a atracar un banco con una barra de pan. Entras con una pistola y cagándote en Dios y amenazando con matar al que no se ponga firmes. Pero es más teatro y paripé que otra cosa. Igual que en las películas.

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Bertoldt Brecht dijo que “el robo de un banco no era nada comparado con fundar uno”, y tú dices que “atracar bancos es un oficio honrado”. Solo dañaste a corporaciones.

Totalmente. Que les den por el culo. En el atraco del Bankia retuvimos a empleados del banco y a algunos clientes, y a nadie le desapareció nada. Todos llevaban carteras, collares, y salieron de allí como habían entrado. En el atraco del Bankia había sobre el mostrador una bandolera tipo hippy que contenía unos 2000 euros en billetes y paquetes de monedas, y como era de una clienta no nos lo llevamos. Una empleada nos ofreció su cartera y la rechazamos. Solo queríamos lo de Bankia. Íbamos a por las preferentes, y así se lo dijimos. Yo nunca he robado un coche ni una moto, nunca he tenido una televisión robada, no he comprado móviles robados. Mi única forma de delinquir ha sido el atraco de bancos. En este país no hay mayor ladrón que un banquero o un político. Cristina Cifuentes solo llegó a robar unas cremas, porque la pobre no daba para más. Yo robaba bancos.

¿Percibes que la gente, sea en la cárcel o en la calle, te quiere más por haber sido atracador de bancos, en lugar de caco callejero o ladrón de pisos?

En la calle sí. Sobre todo cuando los vecinos se enteran gracias al documental o el libro. Un vecino mío da la casualidad de que había sido director de sucursal bancaria, y el tío me dijo que había hecho bien. En la presentación del libro una anciana me dijo también que muy bien hecho. La gente mayor, especialmente los de izquierda, o los que han sido engañados por los bancos, me felicitan. Pero en la cárcel es distinto: hay mucha envidia, y mucha comparación entre delitos: si alguien lleva más tiempo en prisión por un delito que considera menor al tuyo, te cogen ojeriza. Los funcionarios de prisión no: ellos me decían que tendría que haber robado más bancos.

Tu libro es una memoria delictiva, pero también una carta de amor a tu padre, “El Peque”. Le dedicas muchos elogios, pero debía ser angustiante para un niño vivir con un criminal de personalidad volátil.

Mi padre era muy bajito y campechano, pero tenía un pronto que asustaba. A veces era proporcionado, pero a veces dejaba ir una violencia extrema. A mi padre le gustaba mucho ir a ver al Rayo, y una vez en que estaba en una plazoleta con sus amigos, que eran gente mayor, unos del Sevilla se metieron con él por la bufanda del Rayo que llevaba. En la trifulca que siguió, mi padre le rajó la cara a uno con un botellín, lio un cipote de la hostia. Pero en el día a día no era así. Su arranque jodido era ocasional. Yo, como ya le conocía, siempre le intentaba tranquilizar. Mi padre tenía muchos más cojones que yo.

Los niños se amoldan muy rápido a la excepcionalidad o la rareza. Para ti debía ser normal que tu padre apareciese con dos ladrillos de coca…

Todo fue sucediendo de una manera muy llevadera. Yo de niño había escuchado la palabra “butrón”, y mi madre me había insinuado a que se dedicaba mi padre. Pero como vestía muy bien, siempre iba con zapatos Martinelli, sus vaqueritos y chaqueta de cuero, a mí me costaba creerlo. No le veía abajo en las cloacas lleno de mierda. Me chocaba. Pero luego, con el tiempo, lo fui aceptando. Lo de la coca, al principio, fue un poco por casualidad. Unos amigos suyos cayeron presos en la época del famoso intento de asesinato del abogado Rodríguez Menéndez aquel. Mi padre empezó a mover su producto para echarles una mano mientras estaban dentro. Cuando hubo vendido lo que tenían dijo que ya no seguía. Yo era muy pequeño cuando sucedió aquello. Luego, ya de adolescente, lo volví a ver en la época del bar Driver, que llevaba mi padre, y ya me pareció normal. Me pareció tan normal que me puse yo mismo a hacerlo.

A los dieciséis estás hasta el cuello de atracos, farlopa y malandrismo. No sé si esa euforia, que tan bien comunica tu libro, pierde sentido cuando la contrastas con los momentos trágicos (tu detención, el ingreso en la cárcel cuando tu mujer está embarazada…)

Yo me arrepiento de cosas que no he hecho, pero no de lo que ya hice. A lo hecho pecho, y ya está. Pero igual debería haber sido más precavido. Supongo que por lo que pasé yo merece la pena si sales después de cuatro años y estás forrado y ya no te hace falta trabajar, tienes cuatro pisos entre Vallecas y Moratalaz, un coche majo, dos negocios, cuatro plazas de garaje y a vivir… Pero para seguir trabajando… [ríe] Yo soy mileurista. Mira lo que habré sacado con mis atracos que sigo currando.

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Me da la impresión de que los criminales son como los pescadores, tienen cierta tendencia a magnificar sus gestas. Pero lo tuyo se antoja sincero.

Sí. La gente suele aumentar botines y delitos. Yo si no quiero contar algo no lo cuento, pero no digo mentiras. La gente que conoce mi historia la leería y vería que no estoy diciendo la verdad. Yo más que exagerar mis hazañas he tenido que esconder cosas. Y otras veces me he quedado corto. Cuando escribía en el libro sobre lo de trapichear con drogas, hablaba de una cantidad mucho menor que la vendíamos realmente. Un día mi primo Chispi, hablando de ello, me dijo la cantidad real, y me quedé de piedra. Otras anécdotas que parecían exageraciones quedaron fuera del libro. Cuando aún teníamos el cuartel general de la droga en casa de mi primo, salíamos con un cuarto de kilo de cocaína cada uno de su casa, tres veces por semana: él lo llevaba en unos libros, que dejaba en la guantera del coche, a la vista, y yo los metía en los bolsillos de un chándal que llevaba en una percha, no puesto. Alguna gente diría que eso es muy peliculero, pero fue así.

¿Cómo llevaban vuestras madres, abuelas y tías todo ese ir y venir de cocaína y actividades sospechosas?

Mi madre, hacia el final de mi carrera, ya se imaginaba lo que estaba haciendo. Por la gente con quien me juntaba, por lo que salía en televisión. Cuando veía que cuatro encapuchados habían entrado por las cloacas a un banco del barrio de Salamanca, se olía que tenía que ver conmigo. Mi abuela paterna también. Se imaginaban cosas pero no el alcance. Mi abuela me veía con mucho dinero y de viaje, pero no sospechaba que atracaba bancos. Me decía: “ten cuidado de que no salga nuestro nombre por ahí, que con tu padre ya la tuvimos”.

Me sorprende que con tanto despiporre no te engancharas a la cocaína, en plan Lobo de Wall Street.

La droga nunca entró en mi día a día. Lo utilizaba para ir de fiesta de tanto en cuando, con los colegas, pero yo tenía un trabajo fijo que no quería perder, me duchaba, hacía la comida… Nunca llevé ese tipo de vida. Para mí era un aperitivo, lo que me ponían con las copas. Pero si no tomo copas, no me meto rayas. No va con mi carácter. Además, ahora no podría ni aunque quisiera, porque estoy con la condicional.

Edward Bunker dice en todos sus libros, con diferentes frases, que “la culpa era de la sociedad”. La sociedad le trató con una violencia terrible, y le obligó a dejar de ser un niño.

Bueno, Bunker estuvo enganchado a la heroína inyectada. En aquella época no era tan fácil encontrar hipodérmicas, lo hacían con una aguja y un cuentagotas. Era otra época, y su familia estaba más desestructurada que la mía. Salvando la separación de mis padres, y lo de que mi padre fuese atracador de bancos, crecí en una infancia que quizás podría haber sido mejor, pero que no fue infeliz. Podría haber recibido una mejor educación, eso sí, podría haber estudiado… Pero no creo que a mí me hiciese así la sociedad. A mí me hizo así mi padre. Pagar con cárcel, estar separado de mi hijo, me ha hecho recapacitar bastante.  Si no tuviese un hijo quizás hubiese salido de la cárcel rebelde y con ganas de más guerra.

Una pregunta de neófito: con la de atracos que perpetraste, ¿por qué en el libro solo aparece el primero (abortado) y el último (cuando te trincaron)? ¿Es una decisión consciente, lo de omitir las victorias?

[ríe] Hombre, no. Es que yo estoy cumpliendo condena por esos dos. La policía me imputó siete. Pero solo puedo hablar de aquellos por los que fui condenado. De lo que no fui condenado, como no he sido, no puedo hablar. Se parecen mucho a los atracos que yo he cometido, eso sí. Pero los testimonios de los testigos no encajan con mi fisonomía, y los atracadores iban encapuchados, según se ve, así que tampoco pudieron identificarme en ninguno de los siete.

Resultat d'imatges de flako paredCuando yo era niño, en los años setenta, todo el día veía atracos por la televisión. Parecía el deporte nacional. No sé qué sucede, pero ya no se ven tanto.

Yo también lo recuerdo así. En Barcelona, sobre todo, había muchos atracos a bancos. También a furgones blindados, a joyerías… Yo te lo explico. En los años setenta, mi padre iba a tomar un café al bar, y de vez en cuando se encontraba a un amigo suyo  que le decía: “me voy a atracar un banco”. Y él tío iba, saltaba el mostrador, se llevaba siete millones de pesetas, y luego se iba a casa. O se iba al centro de Madrid, se hacía un banco y se llevaba catorce millones. Esto ahora es imposible. La seguridad ha aumentado. Antes el dinero estaba en los cajones, y las cajas fuertes iban con llave. Cogías al director o al interventor, le hacías abrir la caja, te llevabas el dinero y te ibas. Lo que antes se conocía como “un metesaca”. Pero entonces empezaron a colocar cámaras de seguridad y retardos en las cajas fuertes. Un retardo de una caja fuerte podía ser de unos diez minutos, en que tal vez tienes que retener a gente. Eso incrementa los riesgos y la exposición a un peligro, que es que te detengan. Siguieron habiendo metesacas, pero ya había menos dinero en los cajones. Cada vez hay menos dinero a disposición del cliente. Incluso existen códigos que tienen que mandar desde la central para validar operaciones como sacar 3000 euros. Todos esos impedimentos han conseguido que sea casi imposible atracar un banco. Es una razón técnica. Los retardos han aumentado hasta la media hora. ¿Tú sabes lo que es media hora encerrado en un banco reteniendo a gente? Una eternidad. La vez en que me detuvieron, en el Bankia de Pilarica 23, estuve casi 40 minutos encerrado allí dentro, con rehenes, registrando a los clientes. La gente que necesita dinero rápido ahora va a un salón de juegos o una gasolinera, pueden hacer 5000 o 6000 euros rápidos, pero nunca a un banco. Es un suicidio.

Un comisario os llamó “profesionales” y tú siempre has afirmado que robar bancos es un talento. ¿Qué le dirías al señor ese de Gandía de 62 años que hace poco ha atracado un banco a punta de pistola y se ha llevado 900 euros?

Al pobre hombre ese le diría que cómo se le ocurre ir a por dinero a un banco. Allí no hay dinero, ya lo he dicho antes. Se ha jugado de 4 a 6 años en prisión, por 900 euros. ¡A mí me metieron 4 años por un atraco en que recuperaron el dinero!

Otros criminales han dictado sus historias a otros para que las escribiesen. Pero tú, como Edward Bunker o Malcolm Braly, la has escrito tú mismo. Debes sentirte orgulloso.

Pues sí. Mi editor, Emilio Sánchez, una gran persona y amigo, me dice que tengo que seguir leyendo y seguir escribiendo como escribo. Sin mucha técnica, pero como me salen las palabras. Porque eso el lector lo valora muchísimo, me dice. Yo fui mejorando según iba escribiendo el manuscrito, gracias a los libros que me pasaban Emilio y Elías León Siminiani. Tomé estructuras de algunos libros que me pasaron ellos, pero contando mi historia. Aprendí a contar las cosas con más fuerza. Ahora estoy escribiendo una novela que va sobre el último atraco de mi padre, el que no llegó a hacer. Lo que no lo puedo hacer físicamente, me lo invento. Imaginación a tope.

Kiko Amat

(La versión abreviada y editada de esta entrevista se publicó originalmente en El periódico de Catalunya. Esta es la versión sin cortes. Copyright de Kiko Amat, compartan a placer, citen citando la fuente, etc.)

Un obituario para Ranking Roger (The Beat)

La semana pasada murió RANKING ROGER, el vocalista, corista, toaster y panderetero dicharachero de una de mis bandas favoritas, The Beat. Ocupando un sitio preferente en mi costillar desde los 14 años.

Escribí para él una sentidas últimas palabras, que tuvo a bien de publicar El Periódico de Catalunya. Son estas de aquí.

Kiko Amat entrevista al FLAKO

También conocido como el «Robin Hood de Vallecas», ex butronero de pro y autor de la fabulosa memoria delincuente Esa maldita pared (nuevo favorito de true crime nacional).

Lean mi entrevista para El Periódico aquí, si gustan. Difúndanla luego, y todo eso que se suele hacer.

Kiko Amat entrevista a ROBERT FORSTER (The Go-Betweens)

Yep. Que hace unos días entrevisté por Skype (Australia-Barna, ¿sí, dígame?) a uno de mis músicos favoritos, Robert Forster, de The Go-Betweens. La entrevista, en su versión editada y apretujada para que cupiese en dos paginacas de periódico, se publicó este sábado 27 de octubre en El Periódico de Catalunya. Pueden leerla en digital con este sencillísimo método.

La cosa, como leerán en la pieza, tenía su excusa en el estreno del documental sobre la banda, Right here, en el festival de cine documental musical de Barcelona, In-Edit.

En unos días, cuando me dé por ahí, publicaré la versión larga, director’s cut, de la entrevista, como es habitual en este sitio, y ustedes alucinarán berenjenas, pues es una charla fantástica.

Aretha y la segunda fila

Aquí un artículo que escribí hace unos días lleno de virtuosa indignación (en realidad solo era un fastidio de lo más tolerable) sobre esto de Aretha, Aretha y Aretha hasta en la sopa.

Quise recordar a todos los demás, aquellos que nadie o casi nadie recuerda, y sin embargo tenían el mismo o mayor talento que la fallecida. Si cae un soulman en medio del bosque y no hay nadie para escucharlo, ¿ha caído el soulman?

Este eficaz link de El Periódico les llevará directamente hasta mis coruscantes palabras.

Cultura de Autovía (we’ll get our kicks / in route C-31)

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O «cuando la autovía de Castelldefels era un paraíso del ocio», como se tituló en la versión online. Ya pueden leer mi gran dossier sobre la ruta C-31, una crónica que escribí para El Periódico y que fue la pieza más leída del diario en el día de su publicación (una verdadera proeza, teniendo en cuenta que el resto de noticias más leídas del día eran sobre el procés, actores porno y las prótesis tetales de nosequién en nosequé programa).

Pueden leerla escupiendo al aire, siempre que el cipi caiga en este punto.

Dentro del artículo hay un link con despiece sobre la «Verbena punk de La Tortuga Ligera, 1978», que les recomiendo leer con gran vehemencia. Pueden aporrear el link allí, o aquí mismo. Si les apetece.

Qué fue del siglo XX #9: FELIPE (Los Fresones Rebeldes)

Y mi novena entrega de «Qué fue del siglo XX», la serie que interroga a chispazos bla-bli-blu. En esta ocasión me acompaña Felipe, de Los Fresones Rebeldes. Como siempre, para El Periódico de Catalunya.

Ah, sí. Para leerla dénle aquí con el meñique tieso cuando agarren la taza de té.

Qué fue del siglo XX #8: CARLOS SEGARRA (Los Rebeldes)

Y otra perla, la octava, de mi sección «Qué fue del siglo XX» para El Periódico. Lo paso asaz tremendo escribiendo (y recibiendo) los cuestionarios.

En esta edición interrogo a Carlos Segarra, de Los Rebeldes, aquel cuyo amor era la mescalina y no gustaba de trabajar. Espero que les guste.

Dino Zoff en Sant Boi

Otro articulillo para El Periódico. Esta es una pieza en primera persona sobre el Mundial ’82, parte de una serie de recuerdos de peña sobre los mundiales de futebol.

Los lectores de Antes del huracán ya saben que el Mundial España ’82 aparece generosamente en la novela. Pero eso es una novela. Esto es (más o menos, hipérbole enloquecida arriba o abajo) lo que sucedió en realidad.

MIKITA BROTTMAN: «La mayoría de los clásicos son terriblemente aburridos»

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Los lectores no son mejores personas. Los escritores menos aún. Leer puede ensanchar horizontes, pero también puede encerrarnos en una mazmorra mental. Los clásicos del canon suelen causar migraña. Se puede ser infeliz en una habitación llena de libros. Todo esto y más en Contra la lectura, de Mikita Brottman.

El pintor y escritor Wyndham Lewis justificaba la superioridad de su gusto artístico afirmando que coincidía con el de Dios. “Aquello venía a decir”, diría John Carey, “que sus preferencias culturales no eran meras preferencias, sino el equivalente a leyes cósmicas”. Lewis creía en la atemporalidad de los valores estéticos y la superioridad intrínseca de la “gran literatura”. Siguiendo ese razonamiento, negar la calidad de los clásicos o afirmar que son aburridos, o incomprensibles, o que “solo sirven para envolver pescado” (como se decía en Yo, Claudio) rozaría la herejía. La lectura de “buena” literatura es buena para ti, y punto.

Mikita Brottman desafía dicho mandato. Doctorada en Lengua y Literatura inglesa en Oxford, esta inglesa ha desmontado las supersticiones asociadas a la lectura en Contra la lectura (Blackie Books). En él afirma que los clásicos “suelen resultar poco satisfactorios, están sobrevalorados y es improbable que ofrezcan algo más que un dolor de cabeza”. Que “no hay libros que “debamos” leer”. Y que los Cuentos de Canterbury son “como un episodio de El show de Benny Hill de ambientación medieval”. Herejía pura y dura.

En tu libro afirmas que los libros te inculcaron “absurdas ideas sobre el romance”, aumentaron tu separación del mundo…

Creo que eso es algo que no le sucede a todo el mundo, y yo formo parte de una minoría, pues fui una lectora muy precoz. Estoy segura de que el analfabetismo es un problema mayor que los problemas derivados de la lectura. Lo que sucede es que de lo segundo nunca se habla. El énfasis siempre se pone en la lectura por sí misma, pero no se habla de qué libros lees. El acto de leer se fetichiza como si fuese bueno por defecto. Yo leí indiscriminadamente, todo el romance victoriano, Jane Austen… Estoy segura de que a muchos padres les encantaría que su hija leyese ese tipo de libros, pero a mí me dieron una imagen idealizada del mundo que no me preparó para la deprimente realidad social ordinaria en la que iba a crecer. Leí también muchos libros de terror, que pintaban un mundo mucho más excitante de lo que era realmente. La gente dice que los libros son buenos para “escapar”, pero creo que primero deberías vivir, y luego hallar algo de lo que “escapar”. No estoy segura de que un niño necesite “escapar”. Creo que lo más urgente para un niño es vivir experiencias.

Proponer un argumento “contra la lectura” es escandaloso, incluso en nuestros días. Algunas cosas aún parecen intocables.

Para mí es más fácil hacerlo, porque soy profesora de literatura. Tengo más margen para decir que odio ir a representaciones de Shakespeare, que nunca he terminado Finnegan’s Wake. Muchos profesores de literatura no se atreverían a confesar eso, porque son la gente que decide cuáles son los “clásicos”, y si la fetichización de Finnegan’s Wake viene de alguien es de ellos. Pero ¿cuánta gente es realmente capaz de disfrutar la lectura de Finnegan’s Wake? Quizás algún día seré capaz de apreciar el lenguaje y abarcar la intención de Joyce, pero quizás no. Quizás sea un esfuerzo inútil. Joyce no es para todo el mundo, y pretender lo contrario es una insensatez. La mayoría de clásicos no son solo difíciles en términos de lenguaje, sino increíblemente aburridos. Nunca sucede nada en ellos. Me cuesta entender por qué a tanta gente le gusta (o dice que les gusta) Don Quijote. A mí nunca me ha gustado lo más mínimo. Con los “clásicos” ha sucedido lo mismo que con el concepto de “familia”: se ha sacralizado. No puedes decir nada en contra de la familia. Es un pecado gravísimo. Creo que eso es una degeneración del liberalismo, de intentar construir una sociedad mejor, llena de gente más culta, que disfrute de la cultura y las artes. Pero si miras a los ejemplos de forma individual te das cuenta de que no son particularmente enriquecedores. A nadie le gustan de verdad, pero nadie se atreve a decirlo.

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Nick Hornby se queja de que se ha universalizado la idea de que los libros “difíciles” son mejores, y que a no ser que estés rompiéndote la cabeza no estás recibiendo conocimiento.

A mucha gente nunca le ha sucedido lo de estar absorto en un libro, y no ser capaz de dejarlo, y estar deseando leer qué sucederá en el siguiente capítulo, porque los únicos libros que han leído son los que les obligaron a leer en la escuela. Y por supuesto nunca los disfrutaron. Así que jamás han escogido un libro ellos mismos, jamás han accedido a la experiencia de amar un libro. Y eso es algo muy triste, porque al final se trata solo de eso: de que te gusten. Para eso sirven los libros: para disfrutar. Los libros tienen el potencial de proporcionarte más placer que cualquier otro tipo de medio, incluyendo el cine o la música. Se pone mucho énfasis en que la literatura posee innumerables cualidades positivas potenciales además de proporcionar placer. Como si dar placer no fuese suficiente. Se dice que una educación humanística ayuda a la gente a entrar en Silicon Valley, o en ingeniería, o lo que sea, en lugar de decir: hey, quizás esto solo va de placer y punto. A lo mejor no tiene aplicaciones externas. A lo mejor solo deberías estudiar literatura porque te lo pasas bien. ¿Todo tiene que retrasar el Alzheimer, o afectar las neuronas de tu cerebro, o ser “bueno” para ti?

“Los libros no te hacen mejor persona”, es algo que repites a menudo en el libro. Hitler leía mucho.

Los libros no son el autor. Muchos libros, por lo que dicen sus páginas, te dan ganas de conocer a quién los escribió, pero aprendes pronto a disociar ambos conceptos. En mi libro comento el caso de alguien que se encontró con Henry James en una librería londinense, y estuvo un rato charlando con él, y se aburrió tanto que solo deseaba volver a su casa a leer algún libro de Henry James [ríe]. Creo que hay dos tipos de autores: uno de ellos utiliza la escritura como sustituto de estar en el mundo; el otro la utiliza como una extensión de estar en el mundo. Para la mayoría de autores que son gente horrible, su obra sustituye el estar en el mundo. Quizás incluso empezaron a escribir porque eran introvertidos, o no tenían ningún éxito, o tenían problemas de comunicación, y escribir se convirtió en un sustituto de vivir. Donde yo vivo ahora hay un moda que consiste en ir a un bar y escribir. Sí, como lo oyes: ponerte elegante, juntarte con un grupo, relacionarte un rato, escribir otro rato, luego relacionarte un poco más. Me parece un sinsentido. Nunca lograrás escribir nada de ese modo. La escritura va de soledad e introspección. Es lo contrario de socializar, vamos.

Yo era un freak antes, lo admito, pero escribir novelas solo ha hecho que aumentar mi friquidad. Me ha metido hacia dentro, en lugar de hacia fuera.

Escribir es una actividad intelectual interna, antisocial, egoísta y egotista. Es difícil compaginarla con una vida familiar, o social. Debes conservar todo el rato una creencia absoluta en ti mismo y en tu trabajo, tienes que crear un universo propio… Es como ser un sicópata. Creas tu mundo y vives en el centro de ese mundo, y los demás no importan.

Lo de que deberías leer tal libro siempre suena a amenaza encubierta, como el “consejo” de una madre pasivo-agresiva.

“Deberías leer” es, en efecto, una orden. No mereces pertenecer a una sociedad culta hasta que leas esto o aquello. Pero eso no solo sucede con los clásicos. También se da en esos libros que se ponen de moda en un momento dado, como los de Karl Ove Knausgaard o Elena Ferrante. Tiene lugar una presión mediática y social para que todos leamos lo mismo. Pero yo no los leo. El hecho de que se hable tanto de ellos me causa rechazo. Quizás los lea en diez años, cuando ya no estén de moda. La presión social me desalienta.

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El canon de la alta cultura me parece clasista y elitista.

Sin duda. Pero nunca se verbaliza de ese modo. Siempre se disfraza de filantropía y justicia social. Lo peor es cuando se te dice que te “encantará” ese libro, pero tú sabes que no va a ser así. Te lo dicen porque a ellos les gusta, y ellos asumen que eres como ellos, o como mínimo deberías serlo, porque ellos son los cultos y sofisticados y sus gustos deberían ser los tuyos. Es algo que se te impone. Mucha gente se horroriza al escuchar que leo libros de terror, y biografías de celebridades, en lugar de alta literatura. Es absurdo. La gente debería leer lo que les proporciona placer. Tememos que nos pillen leyendo algo inapropiado para nuestro personaje, o imagen pública. Dejamos sobre la mesilla del salón los libros que queremos que los invitados vean que estamos leyendo. Es una forma muy anticuada de pensar.

Existe un problema añadido con los clásicos: no solo estás obligado a leerlos, sino que debes leerlos de la forma “correcta”.

Y en la edición adecuada. Y no te saltes las descripciones. Ni se te ocurra escucharlo en un audiolibro. O traducido. A menudo me preguntan si me gustó un libro concreto, y cuando digo que no, la conversación pasa a otro tema. Pero a mí me gustaría hablar largo y tendido sobre por qué no me gustó. Especialmente si no me gustó en absoluto. Me encanta ese tipo de conversación. Las razones por las que no nos gusta algo a menudo son más interesantes que las que esgrimimos cuando algo nos gusta. Pero alguna gente se toma ese desagrado como un fallo por tu parte: algo que no pudiste hacer. En realidad lo interesante es cuando encuentras algo que odiar en una obra de literatura, y no solo lo engulles sin más. Odiar positivamente es muy interesante.

A mí me enerva cuando escuchan las abundantes razones sobre por qué odias ese libro, pero al final te espetan que no puede ser. Que lo has leído “mal”.

Cuando te dicen eso suena como si hubiesen descubierto que tienes un fallo de carácter. Antes de descubrir que Guerra y paz te parecía un ladrillo pensaban que eras un tipo decente, pero ahora que has confesado… Se te ha visto la tara. Conozco a alguien que hace exactamente eso cuando le digo que no he leído algo. Desorbita los ojos y luego exclama: “¿Que no te has leído Guerra y paz?” O sea, horrorizado. Explotando de indignación, como si fuese la cosa más espantosa que han escuchado jamás, y que tienes que solucionar de inmediato.

Si yo fuese psiquiatra diría que eso es un complejo de inferioridad que sobrecompensa, por pura inseguridad cultural.

Tiene también un punto de dominación, de marcarte un punto. Pero desde luego es inseguridad cultural disfrazada, de eso no cabe duda.

¿Tus argumentos contra la lectura podrían aplicarse a cualquier actividad solitaria llevada a un extremo? Quizás leer doce horas al día sea malo para ti, pero también lo sería hacer pulsos.

Sí, pero la gente no se pasa el día diciendo que hacer pulsos es bueno para ti [sonríe]. O que hacer pulsos te hará crecer como persona. Las campañas contra la lectura me tocaron la fibra de una forma particular, porque hablaban de la actividad que yo practico de un modo que no reconocía. Pero tienes razón: todas las actividades llevadas a extremos, incluso las que teóricamente tienen que sentarte bien, como el yoga, o ir a la iglesia, o ayudar a ancianas, pueden aislarte del resto del mundo.

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Mucha gente utiliza la palabra “escapismo” de un modo derogatorio, como si escapar de este mundo a través de la fantasía fuese condenable. Pero John Carey dice que “el escapismo es una necesidad humana básica”.

Es cierto. Por añadidura, existen muchas formas perniciosas de escapismo, como el alcohol y las drogas. La lectura, por comparación, es mucho mejor. Es relativamente barata, no es adictiva… Es un vicio que puedes llevar demasiado lejos, como digo en mi libro, pero hay vicios mucho peores. La gente necesita escapar de la realidad. Llevé un club de lectura en cárceles de máxima seguridad, y te aseguro que escapar a través de la lectura era esencial para los presos. Para ellos los libros son una forma de escape imprescindible. Muchos de ellos no saben ni qué es internet. Ellos me enseñaron el valor de cualquier libro que te permita evadirte de tu realidad. Los libros de viajes, o de aventuras… Imagina el efecto que puede tener eso en una mente presa.

Tu libro establece un punto fundamental: que aquellos “clásicos” fueron escritos por y pensados para gente muy distinta a nosotros, en un mundo radicalmente distinto.

Me parece chocante que nunca se hable del contexto histórico, que es lo primero que tendría que considerarse antes de leer un clásico. Dickens era la cultura pop de su tiempo, y la mayoría de sus trabajos aparecían serializados en revistas: él era las series de Netflix de entonces. Tenía que extender artificialmente sus novelas porque le pagaban por palabra. Incluía personajes, y no paraba de adjudicarles nuevos rasgos, y de hacerlos aparecer y desaparecer, porque quería que duraran el máximo posible. Lo mismo con Joseph Conrad, que publicaba en revistas juveniles. Es difícil de imaginar, porque sus trabajos tienden a ser complicados y reflexivos, pero para empezar la gente tenía otro gusto, y además, como he dicho, estaban serializados. Solo leías una decena de páginas de golpe, y entonces esperabas al siguiente episodio. Nadie leía esos libros de 700 páginas de Dickens del tirón. Además, se asumía que los lectores, que eran de una clase social determinada, gozaban del tiempo libre suficiente para disfrutar de descripciones de paisajes o interiores de casas que duraban varias páginas. La gente leía así. Del mismo modo que un par de siglos antes la forma habitual de lectura era la obra de teatro en verso, y el público lector no esperaba leer en prosa. Nosotros, lectores modernos, deberíamos juzgar todos esos clásicos como artefactos históricos. No debería esperarse que se lean o disfruten como un libro de Stephen King. Son otra cosa.

Me gustaría comentarte una serie de clásicos canónicos que en mi opinión están sobrevalorados, o sacralizados, o son un latazo, para conocer tu opinión. Mi caballo ganador y candidato #1 es, cómo no, el Ulises de James Joyce.

Hace cinco años traté de leerlo por enésima vez. Me compré otra copia, para volverlo a intentar, porque las veces anteriores no había pasado de las primeras dos o tres páginas. Para mí era un galimatías, simple y llanamente. Pero a mi pareja le encanta, un amigo mío bautizó a su perro con el nombre de un personaje del libro… Así que decidí volver a probar. Duré veinte páginas. Era inútil: nada se me quedaba en la cabeza, el estilo me parecía forzado y farragoso, no había trama, la historia era inexistente y no me daba ningún placer. Ulises siempre se vota como la novela #1 de la humanidad, pero me encantaría saber a cuánta gente le encanta. ¿Quién está ahí fuera votándolo?

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En segundo lugar está Virginia Woolf. Es un problema personal y político, más que literario. Su personalidad (si exceptuamos lo feminista) me parece tan reprobable, y era tan clasista, y fue tan horrible con Arnold Bennett, y excomulgó a Daniel Defoe… Que me siento incapaz de disfrutar de sus libros.

Lo comprendo. A mí me caía fatal, siempre me ha caído fatal Virginia Woolf. Pero recientemente he regresado a sus novelas y he empezado a ver lo que hacía desde otra perspectiva. Estoy de acuerdo que su forma de ver el mundo es elitista, y muy distinta a la mía, pero supongo que he desarrollado otra sensibilidad. Quizás me he vuelto elitista [ríe]. La cosa es que ahora me interesa. En esta no estamos de acuerdo.

El #3 me encantaría que me gustara, porque es autor favorito de muchos de mis autores favoritos. Me refiero a William Faulkner, y muy especialmente El ruido y la furia. Sus raptos líricos me arrancan carcajadas en momentos serios.

Nunca he comprendido el atractivo de Faulkner. Sus lectores deben saber algo que no me están diciendo. Nunca he podido terminar un libro suyo. Escribe declamando. Se parece a Joyce en el sentido de que su prioridad es el juego con el lenguaje, y ese juego se entromete en la lectura todo el tiempo. Pero a mí no me interesa el juego con el lenguaje, en absoluto. Doble suspenso para Faulkner.

Mi #4 es problemático. Hemingway inventó una forma de escribir, lo que no es poca cosa. Pero, como sucede con la mayoría de inventos, los prototipos no volaban. Adiós a las armas es insustancial hasta un extremo exasperante. Carson McCullers dijo que Hemingway no tenía nada que decir, y creo que tenía razón.

[carcajada]  Lo peor es que en novelas donde en apariencia suceden tantas cosas (corridas de toros, guerras, pesca submarina…) en realidad no suceda nada. El paisaje es dramático y exagerado, pero la trama es plana, inerte, los personajes no dicen nunca nada de interés, las conversaciones amorosas son de risa, ni siquiera el estilo de la prosa está vivo. De acuerdo que quiso prescindir de los ornamentos, pero a ratos escribe como si estuviese bajo los efectos de un sedante. ¿Dónde está la acción? Hombres van a pescar atunes. Hombres van a corridas de toros. Hombres van a la guerra. Y entonces… Nada. Sus peores defectos son esos: solo aparecen hombres, y esos hombres no realizan ninguna actividad de interés.

Me parece una proeza lo de conseguir que sea soporífero, y monótono, un libro cuyo protagonista conduce ambulancias en plena Iª Guerra Mundial.

Es uno de los escritores que peor ha descrito la guerra, el alcoholismo y el ímpetu sexual. Y eran sus temas favoritos. Cualquier otro escritor supo aprovecharlos mejor. Hemingway nunca es explícito sobre nada. ¡Y las vivió! ¿Cómo puede alguien vivir experiencias como las de Hemingway y describirlas con tan poco interés?

Mi candidato #5 es una nacionalidad: los rusos. Me reí mucho con tus argumentos contra la novela rusa.

Oh, Dios. Todos esos rusos. Todos esos motes confusos. Y los campesinos…

Y médicos. Sus mujeres siempre miran mucho por la ventana. Y ese maldito… ¿Cómo se llama? Samovar.

[ríe] Solo me gustan las historias cortas de Chéjov. Pero cuando escribe novela larga, en el momento en que un personaje tiene más de un nombre, ahí empiezo a perderme. Y entonces aparecen los campesinos. Y el samovar ya no está solo dentro de la casa, sino que lo sacan al exterior, y beben té en los campos, y hablan de cultivos, y de Rusia. Siempre de Rusia. Es una pena, porque algunas partes de Tolstoi, y algunas partes de Dostoyevski, me encantan, pero no puedo con el todo. Y esos libros tan largos, con tantos personajes… Tolstoi debería haber tenido un editor severo. Son autores cuyas novelas hoy en día serían editadas a la mitad por cualquier editor solvente.

A veces sueño con un Moby Dick de 250 páginas, donde Ahab aparece todo el rato y no nos cuentan cómo se desuella una ballena, paso a paso.

Y hay demasiado mar. No me gusta que Melville hable tanto del mar. Quitemos todo lo relativo a la caza de la ballena, quitemos todas las ballenas que no son Moby Dick, quítale todo ese mar y las descripciones del agua y las olas, y casi todos los personajes, y quédate solo con Ahab y sus diálogos y dos o tres personajes principales, y mantiene la aventura, y sería un clásico moderno. Lo leería todo el mundo.

Y a pesar de todo lo que hemos dicho: los libros son lo mejor, ¿no?

[sonríe] Por supuesto. No hay nada mejor. Solo hay que ser honesto sobre ellos, y no convertirlos en fetiche o manía. Porque no hace falta. No hace falta otorgarles cualidades extra. Ya son magníficos. No pretendamos que encima tienen poderes mágicos. Kiko Amat

Contra la lectura

Mikita Brottman

Blackie Books

153 págs.

Trad. de Lucía Barahona

(Esta pieza se publicó originalmente en El Periódico del 5 de mayo del 2018. La que acaban de leer es la charla sin cortes. Pueden leer la versión editada acá).

Qué fue del siglo XX #5: Patrizia Escoin (Los Romeos)

Ya pueden leer la cuarta entrega. Por fin: una chica. Patrizia Escoin, de Los Romeos.

Lamento el camp-de-naps anterior (y el que está por venir), pero es que el pop español de los ochenta era asaz testicular. Asimismo, buscaremos y hallaremos más representación femenina, no se inquieten.

Pueden leer el cuestionario sacándose los zapatos y atravesando este portal bidimensional.

Tom Franklin y Mark Richard: «En el sur, todos hablamos el mismo idioma de supervivencia despiadada»

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Tom Franklin y Mark Richard, dos de los mejores escritores vivos de grit lit norteamericana, tienen en común un pasado colorido y una escritura dura y hermosa y temible. Y, naturalmente, un lugar de origen: el sur. El raro, retorcido, salvaje y violento sur de los Estados Unidos. En sus dos nuevos libros -publicados por Dirty Works- ambos autores hablan de cazadores furtivos, animales letales, dientes podridos y huesos rotos, niños tullidos y “cosas que no pueden explicarse”. Hombres que son una amenaza para sí mismos y para los demás. “Barcas robadas, trapicheos frustrados con drogas, asesinatos menores, meteorología inusual”. Señales de Dios y aparatosos accidentes automovilísticos. Peleas en el barro con tu propio padre. Vietnam. Oxicodona. Licor casero y escopetas oxidadas. Hablan con nosotros de tradición, escritura, trabajo y redención en esta charla a tres voces.

Harry Crews le dijo a su mentor Andrew Lyttle: «los dos venimos del sur, pero no del mismo sur».

Tom Franklin: Quizás porque la escritura «sureña» es una forma de caracterización, los críticos y los lectores la suelen subdividir con facilidad. Larry Brown tiene más en común con Raymond Carver que con William Faulkner, y sin embargo a menudo los encuentras emparejados. La mayoría de los escritores «sureños» coinciden solo en el paisaje, tal vez porque hay mucho, y caminando lo ves más de cerca.

Mark Richard: Dicen que hay 33 tipos de «sur». Tal vez menos, pues he visto desaparecer a un par de ellos. Los dos factores más importantes de esas desapariciones han sido la aplicación de las leyes de absentismo escolar y la introducción de la electricidad en las zonas rurales y, con ella, la televisión. Ya que mencionas a Andrew Lytle, te diré que le conocí cuando estaba enseñando en Sewanee, la Universidad del Sur. Vivía en una cabaña de troncos que tenía una araña de cristal en el techo. Bebimos viejo bourbon Rip Van Winkle en cuencos de plata antes de la cena. Acababa de leer mi novela Fishboy, y dijo «Fishboy es el nieto de Jesús». Un hombre fascinante.

Los escritores de clase obrera tienden a tener pasados ​​coloridos: trabajos pésimos, accidentes terribles, familias taradas. Creo que, aunque es posible ser buen escritor en la tradición universitaria, los que han arrimado el hombro en empleos de mierda escriben con mayor vigor y agallas.

TF: Eso se debe a que gente como Larry Brown y William Gay han vivido entre gente trabajadora y las consideran personas, no personajes (Brown los llamaba solo “gente”). Los escritores de grit lit se han visto forzados a trabajar, y por tanto poseen un conocimiento íntimo de lo que es una fábrica de ladrillos, por ejemplo. Sin embargo, la documentación puede engañar a cualquiera. Recientemente le pregunté a un autor cómo había obtenido tanta información sobre taxidermia para su libro, y dijo «Google».

MR: He tenido muchos trabajos extraños o interesantes, pero no muchos empleos de mierda. He sido locutor de radio, fotógrafo aéreo, trabajé en fábricas de papel, astilleros y acequias de riego. He sido barman, investigador privado, ensamblador de muebles, corresponsal naval, editor de revista, profesor universitario y pescador comercial. Siempre hubo algún aspecto de esas faenas que me llenó. De lo contrario, habría renunciado. Soy un poco delusivo, siempre he sentido que el futuro acarreaba grandes perspectivas. Y de momento lo ha hecho.

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Los escritores sureños en general parecen llevarse bien, estar libres de las habituales inquinas y envidias del sector.

TF: Con un par de excepciones, la mayoría nos llevamos bien. Sabemos que estamos diciendo la misma verdad, o una versión de la misma, y nuestras versiones se alinean lo suficiente como para que disfrutemos de la compañía de los demás. Acabo de ser admitido en la Comunidad de Escritores Sureños y fui a su reunión bienal. Asombroso, todos aquellos grandes escritores sureños mezclándose tan felizmente… Un par de escritores notables no estaban allí, y sospeché por qué.

MR: En cuanto que humanos, siempre habrá envidia, rivalidad y malos sentimientos entre escritores. Pero el vínculo más fuerte que compartimos es que todos somos sureños, y el Sur es una nación derrotada. Las naciones derrotadas tienden a producir una gran literatura porque los vencidos sienten la necesidad de explicarse a sí mismos. Podemos ser “progresistas” porque somos “artistas”, pero en muchos de nosotros hay una vena de sangre rebelde que aun fluye. El sur estaba poblado por personas de ascendencia escocesa e irlandesa, junto a varias razas expulsadas de su patria porque albergaban insatisfacciones persistentes que las hacían peligrosas para ellas mismas y para otros, que solo podía acomodar un lugar salvaje de campo abierto, oscuro, peligroso, tortuoso y habitado por animales e indios igualmente salvajes. Todos hablamos el mismo idioma de supervivencia despiadada, es un lenguaje lleno de presunciones y trampas sonrientes para los incautos. O lo hablas o no. Aquí decimos que los sureños son las personas más agradables del mundo, hasta que los cabreas y te matan.

Algunas de las cosas sobre las que escribís quizás sean normales para vosotros, sureños, pero el resto del mundo las lee con ojos desorbitados.

TF: Bueno, gran parte del sur es provincial. Muchos sureños viven en mundos pequeños y cerrados. El aislamiento engendra extrañeza, y la extrañeza es solo el comienzo.

MR: Asistí a una reunión familiar en Luisiana este fin de semana. Los hombres asaron un cerdo en el patio toda la noche y las mujeres prepararon gumbo, morcillas Boudin y otras recetas cajun. Escuché mucho folklore familiar y muchas patrañas, pero también mucha verdad. Un hombre con el que se casó mi prima me contó que quería construir una nueva casa en su propiedad, pero al no poder obtener un permiso para llevarse la antigua, la enterró en el bosque. Debí sonar escéptico cuando me lo contó, así que acabamos las cervezas, nos metimos en un todoterreno y nos dirigimos hacia el bosque detrás de su nueva casa. Allí estaba. Un vecino y él habían alquilado un bulldozer por la tarde, demolieron la antigua casa familiar y la enterraron en el bosque. Yo la vi. Estas cosas están a nuestro alrededor. Solo tienes que prestar atención.

Dudo que la lit grit reciba subvenciones de la Protectora de Animales. La mayoría de vuestras historias incluyen animales apaleados, desollados vivos, pescados con dinamita o cosas peores.

TF: Eso se debe a que estamos más cerca de la tierra que otros estadounidenses. Esa vida dura de granja es jodida para hombres y animales. Es la economía del goteo.

MR: Las personas tienden a tratar a los animales de la forma en que desearían tratar a otros seres humanos, por lo que es importante observar cómo una persona trata a las criaturas. Nunca tendré tratos con un hombre que patea a un perro.

El escritor de clase trabajadora se separa de sus raíces cuando se convierte en escritor, pero nunca se siente cómodo en su lugar adoptivo. Los dos habéis escrito sobre pertenecer y ya no pertenecer al lugar de origen.

MR: Una de mis canciones favoritas de Leon Russell es “Stranger in a strange land”. No estoy seguro de que podamos separarnos de nuestras raíces. Yo nunca lo he hecho. A la vez, no sé cuán profundas eran esas raíces. Creo que la mayoría de los escritores se sienten fuera de todo, siempre mirando desde fuera, en general.

¿Cómo os tratan los familiares, amigos y conocidos, cuando regresáis al Sur?

TF: Tengo un pie en dos mundos. Escucho historias que ofenderían a muchos de mis amigos urbanos; y si me indignara yo, ofendería a mi hermano. Cuando regreso al sur retrocedo en el tiempo. Yo he cambiado pero, pese a que el paisaje ha sido alterado, las actitudes de la gente de allí son las mismas que cuando me fui. Lo único que puedo hacer es no irrumpir con ira solemne, sino reír. Ofrecer una mirada silenciosa y considerada. La gente se mofa de mí por ser el “liberal”, así que juego ese papel para ellos. Hago de liberal de manual. Pero me tratan bien. Algunos incluso han leído mis libros.

MR: Creo que, en general, están felices por mí y orgullosos de que haya traído un poco de gloria a una ciudad tan pequeña, pero percibo cierta cantidad de sospecha bien merecida desde algunos sectores.

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Los padres no salen oliendo a rosas de los libros grit lit. La mayoría son borrachos jodidos, semi-violentos y desesperados. Y al mismo tiempo, escribís sobre ellos con afecto palpable. «No era fácil ser tu padre», escribe Mark en su novela.

TF: Los malos padres tienen una buena historia. Han tenido una vida difícil, forman parte de una cadena de abuso: el abuelo es violento con el padre, el padre con el hijo, etc. A menudo nuestros personajes intentan romper ese patrón. Es una clásica fuente de problemas, el corazón humano en conflicto consigo mismo. ¿Puedo ser mejor que mi padre? ¿Puedo ser yo mismo un mejor padre? Además, todos simpatizamos con un niño que ha tenido una crianza difícil. Uno de los desafíos de escribir sobre estos padres es hacerlos agradables, o como mínimo aceptables.

MR: Tengo tres hijos, de 20, 17 y 14. El cliché es cierto: tiendes a comprender un poco mejor a tus padres después de convertirte en uno. Mi propio padre era un perfeccionista cuyo único hijo era imperfecto. No pudo ocultar su decepción conmigo. Lo intentó pero no podía, y se sentía mal por eso. Y yo me sentía mal porque él se sentía mal.

La idea de redención es indispensable en vuestros libros.

TF: Bueno, mucha literatura sureña es de raigambre cristiana, y su forma de pensar se centra en la posibilidad de redención. Es algo natural. Todos crecimos escuchando sobre nuestras posibilidades de llegar al cielo y evitar el infierno. Además, si tratas con personajes que son cuestionables (en el mejor de los casos), la redención es una dirección lógica. Queremos que exista la redención para los personajes, porque entonces nosotros, los lectores, quizás también podamos acceder a ella. Ojalá.

MR: No soy evangélico. Creo que la salvación y la redención son cuestiones personales. Soy un cristiano en apuros: llevo un anillo con la cruz, por ejemplo, pero no reparto folletos. Hace unos años yo era invitado habitual de un programa de televisión, y un compañero escritor siempre se refería a mí como El Cristiano. “Preguntémosle al Cristiano qué piensa”, y tal. Al final tuve que decirle: “Jesse, tu salvación no es mi puto problema”.

¿Creéis en Dios?

TF: Por la noche sí.

MR: A veces. El año pasado decidí que no hay Dios, y llevé a un amigo, un sacerdote jubilado local, a almorzar para anunciarle eso. Él es un buen tipo, y suele escucharme. Fue director de escuela secundaria durante 20 años en algunos de los barrios más peligrosos de Los Ángeles, antes de convertirse en sacerdote episcopal. Está casado con una mujer maravillosa, judía, que está muriendo lenta y dolorosamente de cáncer. Escuchó mi proclamación y luego dijo gentilmente «a veces uno de los mayores dones de Dios es la pérdida de la fe». Desde entonces intento salir de mi desesperación (la desesperación es un pecado). Yo creo porque elijo creer. Una vez le preguntaron a Billy Graham si alguna vez había presenciado un milagro, y él respondió que no, y que se alegraba de no haberlo hecho, porque eso habría retrasado su fe unos cincuenta años. Lo entiendo ahora.

¿Os veis el uno al otro en la misma tradición y ocupando un espacio similar en literatura?

TF: Eso espero. Mark Richard es uno de mis escritores favoritos. Él es tal vez el único a quien enseño CADA semestre.

MR: En realidad no. Somos sureños por coincidencia, y preferiría no ser etiquetado como otra cosa que «escritor».

Por favor, contadme una historia extraña de vuestra tierra natal que aún no hayáis puesto en una novela o historia.

TF: Un buen amigo, que murió solo y alcoholizado, se ahogó en su estanque. Él representa cada cliché del sur, y a la vez no es ninguno de ellos.

MR: Hace años, nuestra pequeña ciudad tenía dos funerarias, una para negros y otra para blancos. Una segunda funeraria “blanca” fue abierta por un padre y un hijo, nativos de nuestra ciudad. El hijo era un poco extraño, cuando era un niño una vez pidió un pastel de cumpleaños en forma de ataúd. Parecía volverse más «normal» a medida que crecía, y al final entró en el negocio de la funeraria con su padre. Incluso comenzó a salir con una mujer en Washington DC que era fisioterapeuta de un equipo de fútbol profesional, los Washington Redskins. Salieron durante varios meses; él iba a verla la mayoría de fines de semana. Entonces oímos que había fallecido en un terrible accidente automovilístico. La ciudad entera sufrió un terrible shock. El hijo, de luto, no escatimó gastos para el funeral: el mejor ataúd y cofre, misa, música y de todo. Después del gran funeral, al que asistió la mayor parte de la ciudad, algunas personas contactaron a la oficina del equipo de fútbol para dar el pésame y enviar sus mejores deseos a la familia de la mujer fallecida. Resultó que la mujer no existía, nunca había existido. Brotó de la imaginación del hijo.

Hacedme una breve lista de libros, películas o registros que hayan sido cruciales en la creación de vuestro espíritu y visión y arte.

TF: las novelas de Tarzán de Edgar Rice Burroughs, Stephen King, de Carrie a Pet Sematary (excluyendo La Torre Oscura); “Desde donde llamo”, Raymond Carver; Styx, desde Equinox hasta Paradise Theater; mucha música clásica; Beverly Cleary; Charles M. Schultz; Rick Bass; Cormac McCarthy; Jack Kirby y Stan Lee; Comics Marvel; DC comics.

MR: Luz en agosto, William Faulkner; 33 grados a la sombra, Tom McGuane; The Moviegoer, Walker Percy; Flannery O’Connor, Edgar Allan Poe, Gabriel García Márquez; Capitán Beefheart; Leon Russell; Prince; Kid Creole and The Coconuts; Elvis Costello; George Clinton; El día más largo; Grupo salvaje; Dispara al pianista; Apocalypse Now.

(Esta entrevista se publicó en formato ligeramente editado en El Periódico, el 10 de febrero del 2018. Pueden leer la versión online aquí. La que les cuelgo en Bendito Atraso tiene tres o cuatro preguntas extra para su solaz lector)

 

Mark Kozelek: no disparen al bocazas

Esta es la pieza que escribí a modo de previa del concierto de Mark Kozelek / Sun Kil Moon. Se publicó en El Periódico el pasado martes.

El concierto fue raro. Me gusta que mis artistas favoritos efectuen cambios de rumbo (de hecho, es su obligación), pero eso no implica, naturalmente, que dicho rumbo tenga que ser de mi agrado.

Lo que hizo mi MÚSICO FAVORITO VIVO en el Fabra i Coats era una suerte de poesía beat con desmelene freak y jam flipada al modo San Francisco 1968. Una mezcla de aquellos inescuchables discos spoken word de Jim Carroll y Lydia Lunch donde alguien gritaba cosas sobre lo buena que era heroína y lo mierda que era Dios mientras un tísico tocaba las congas detrás + Grateful Dead probando sonido. Solo que no era nada de eso, sino MI Mark Kozelek. Con un faristol.

Otra cosa: los fans respetamos que Kozelek nunca toque canciones antiguas. Esto no es una orquestina de camping. Dicho esto: ¿hacía falta tocar solo canciones compuestas seis días antes? ¿O en el p*** avión, como el propio artista confesó haber hecho en el caso de su desconcertante panegírico a David Cassidy? (sí, Kozelek: todos sabemos quién leches es. No es un problema de traducción).

Yo iba dispuesto a derramar lágrimas, y lo hice, solo que no por las razones esperadas.

Lo mejor de la noche: los chupitos de ratafia. Y la organización. Y el batería, que había estado en Sensefield (tuve que controlarme para no ir a hacer el grupi).

Madness por fuera, sadness por dentro

Es el título de esta piececica que he escrito para El Periódico con ocasión de la visita de Suggs (Madness). Léanla. Ha quedado bien.

Miren en la entrada anterior para descubrir mi (periférico) papel en ella. La visita, no la pieza.

Por lo demás, planeo llevarle al bueno de Suggs varios discos para firmar y varias frentes de rorros que bendecir.

OmnipreCHEnte

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La ubicuidad engendra invisibilidad. La fotografía icónica del Che Guevara que adorna camisetas, posters y glúteos alrededor del globo es como esa pequeña desviación del propio tabique nasal que ni siquiera detectas en el espejo. De tanto verla ha dejado de estar allí. Lo mismo sucede con otras imágenes desvalorizadas a fuerza de sobreexposición, como el escudo de los Ramones o el logotipo del CND (lo que ustedes, civiles, conocen como “signo de la paz”). Pero lo del Che es más fuerte. Después de todo, el hombre no era modisto de señoras o monitor de esplai: era un guerrillero cuya meta era “acabar con el gran enemigo de la humanidad: los Estados Unidos de América” y sugería hacerlo en “sus casas y centros de ocio”. Un poco como ISIS, vaya, aunque aún no he visto supermodels luciendo look pro-terror islámico. Mark Corrigan, protagonista de la serie cómica Peep Show, se queja en un capítulo de que su novia le está “arrastrando al siglo XXI, con sus logos sin sentido e irónica veneración de tiranos”. El Che no era un tirano, de acuerdo (no le dio tiempo), pero ¿no resulta raro llevar en el pecho a alguien que pidió que en su entierro le despidiese el “canto violento de las ametralladoras”? Su logo no es precisamente un Snoopy con senyera.

Y sin embargo esa imagen ha adornado, en forma de camiseta, los torsos de gente como Jay-Z, Santana o el Príncipe Harry (estableciendo el primer vínculo conocido entre la revolución cubana y la casa real británica), y ha sido tatuado en la piel de Diego Armando Maradona (si bien el estiramiento adiposo de su dermis le ha generado mofletes rubenescos al Che) o Mike Tyson (quien tal vez pensó que estaba tatuándose a otro). Y eso sin contar las veces en que al icono se le ha aplicado una modificación irónica con Photoshop -la idea más calcinada de la historia- a veces para insertar otra faz en lugar de la del revolucionario (Madonna, Hitler, J de Los Planetas), a veces para añadir un troleo del tipo “No tengo ni idea de quién es este tío” o “El comunismo mató a 100 millones de personas y todo lo que me trajeron fue esta estúpida camiseta”.

Aunque algunos, en absurda pugna por rozar la originalidad, hayan utilizado imágenes menos conocidas del Che (incluso la de su cadáver), la “oficial” es la llamada “Guerrillero heroico”, que el fotógrafo cubano Alberto Díaz “Korda” Gutiérrez tomó en un mitin del 4 de marzo de 1960 en La Habana. El Che compartía tarima con Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, y llegó tarde, lo que quizás explique la leve torsión de cuello y la posición ladeada, típicas del familiar lejano a quien han colocado en una posición desventajosa -última fila, espachurrado entre primos- en la foto de boda. Pero es la expresión de su cara -mezcla de tío que descubre que ha confundido gramos por kilos en su receta de ayahuasca y otro que detecta un tufo sospechoso en un ascensor repleto- la que hizo famosa la foto. En aquel mitin, Fidel Castro soltó una trola colosal para justificar la explosión de un barco cargado de armas en el puerto de La Habana (culpa de “los americanos”, como siempre), así que el rictus de flemática atención de Guevara quizás buscase disfrazar el “¿pero qué coño dice?” que apareció en su mente.

La foto cobró azarosa vida propia desde allí. Durante siete años nadie se acordó de ella. Solo cuando el Che fue asesinado en Bolivia en 1967, Fidel decidió ampliarla, y a altura rascacielos, para un acto de remembranza. El editor-terrorista Giangiacomo Feltrinelli la tomó de Korda para la portada de los diarios bolivianos del Che. También mandó imprimir centenares de carteles de promoción. Fueron esos posters gratuitos los que los airados chavalines con trenca del 68 enarbolaron en las calles, catapultando la fotografía a la ubicuidad “rebel chic” del resto de siglo. El obvio significado inicial se iría desvaneciendo, como el sabor en una bolsa de té reutilizada varias veces, hasta la abstracción bigotuda y boinesca que usted y yo reconocemos (y odiamos un poco) en el metro, los bares y las protestas. Kiko Amat

(Una pequeña pieza publicada el domingo 8 de octubre en El Periódico con ocasión de los 50 años de la muerte del Che)

The Joshua Tree: this album is not a rebel album

La pieza que escribí para El Periódico sobre The Joshua Tree, de ustedes-ya-saben-quién. Era el aniversario, o algo. Mi escrito es el «En contra». No hace falta añadir muchísimo más. Esta aquí, y es molón.

STEPHEN WITT: “Aunque la piratería no hubiese existido, la industria musical estaba acabada”

https://i0.wp.com/estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/1/6/periodista-stephen-witt-hace-unos-dias-barcelonabr-br--1498819704861.jpg¿Cómo empezó la piratería digital? ¿Por qué se hundió el cedé? ¿Quién inventó el MP3? ¿Quién mató a la industria musical? (¿y merecía morir?) ¿Qué rayos es el “paciente cero”?¿Por qué usted puede bajarse cualquier parida en The Pirate Bay pero han cerrado todas las tiendas de discos de Barcelona? Las respuestas en Cómo dejamos de pagar por la música. Y en esta entrevista de Kiko Amat al autor.

Stephen Witt es el Indiana Jones del MP3. Este periodista de Brooklyn podría haberse contentado con incrustar sus académicas narices en los libros ya existentes sobre la era digital o el advenimiento de la piratería, pero prefirió encasquetarse sombrero, agarrar látigo y salir por la ventana a husmear él mismo en las fuentes físicas. El resultado es el revelador Cómo dejamos de pagar por la música (Contra, 2017), una obra que se lee como una apasionante novela policíaca, pese a que versa sobre friquis, laboratorios de “psicoacústica” y ejecutivos de la industria musical. El libro entrelaza tres historias ignotas: la de Karlheinz Brandeburg, padre del MP3; la de Doug Morris, el big daddy de Universal Records; y la de Dell Glover, un piernas cualquiera quien, casi sin darse cuenta, al empezar a planchar cedés desde su habitación, se convirtió en el mayor filtrador de música inédita del mundo y varió para siempre el curso de la historia.

Tu libro me recuerda al trozo aquel de JFK en que Garrison se cita con “X” en las escaleras del Capitolio. Solo que en lugar de investigar asesinatos de presidentes…

Hablé con tíos que robaban cedés [ríe]. Sí. Es algo así.

Todo parece empezar en un lugar y un momento muy concreto, como en los documentales de Adam Curtis.

Cierto. Lo que sucede con Adam Curtis es que él dobla la verdad. La amolda a su teoría. Nos cuenta algo que podría haber pasado, más que lo que pasó. En mi caso, todo es real. No exagero la importancia histórica de algo. Un 80% del libro es inédito, se basa en investigaciones propias, no fuentes ajenas o artículos ya publicados. De lo que menos hablo en el libro es del fenómeno Napster y la tecnología de pares, pero solo porque había sido cubierto extensamente en otros lugares. Yo preferí hablar del subsuelo, de las cosas que no se habían contado. Sobre el primer gran pirata de la era digital, Dell Glover, por ejemplo. El llamado “paciente cero”. Un tipo que nadie conoce, pese a que creó el mundo en el que vivimos.

¿No tuviste un poco la sensación de que aquello era la “banalidad del mal”, como se dijo de Eichmann? Glover, que trabajaba en la fábrica de CDs de Polygram y por eso lo empezó todo, no es precisamente un villano Bond.

La verdad es que era más interesante de lo que yo esperaba. Yo creía que iba a topar con la historia de una generación bajándose cosas en sus ordenadores poco a poco. Pensaba que aquella era la forma en que toda esa música gratis acabó en internet. ¡Pero de golpe descubrí que todo venía de un solo hombre! Imagina mi sorpresa. No creo que Glover sea un tipo banal. No era un tipo cualquiera: un trabajador negro de una fábrica de prensado de cedés cuyos mayores intereses son los ordenadores y las motos de carreras. A primera vista es el estereotipo de personaje de clase obrera, pero su inusual proclividad hacia los aspectos tecnológicos del proceso (algo en cierto modo inusual para alguien de su clase social), sumado al hecho que estuviese tan bien situado para empezar la filtración masiva de material, le convierten en alguien único. Es más banal la parte que trata exclusivamente de la industria discográfica y personajes como Doug Morris y el resto de CEOs de las grandes compañías. El egotismo, la rapacidad, las extravagancias monetarias… Todo sonaba a cliché. Por el contrario, todos los piratas que entrevisté eran grandes personajes. Todos tenían algo raro, una historia extraña que contar. No eran gente común.

En historia, grandes cambios se producen por razones locales. Muchos de los personajes que provocaron cambios radicales en la industria y tecnología musical estaban actuando por pequeñeces.

Muy de acuerdo. Marx creía que la grandes revoluciones comunistas vendrían como consecuencia lógica de tomar los medios de producción, no por la afiliación a una ideología. La gente quería tener más cosas. Y eso, como apuntas, es literalmente lo que sucedió en este caso. Un tipo literalmente se adueñó de los medios de producción y empezó a producir objetos desde su casa, sin obedecer las normas de propiedad intelectual o las normas capitalistas de intercambio económico. Y no lo hizo porque fuese un radical de izquierdas. Lo hizo porque quería una moto de agua. Todo lo que provocó en el mundo vino dado por una necesidad casi infantil de determinados bienes físicos (algunos eran artículos de lujo bastante ridículos, además; no lo hizo para alimentar a su familia). Glover no era un marxista. No tenía convicciones políticas. Él te diría claramente que lo hizo todo por un televisor de plasma o un nuevo quad. Pero nosotros sí podemos darle una interpretación marxista. Lo suyo fue una revuelta en toda regla contra los propietarios de los medios de producción.

  https://i0.wp.com/images.eldiario.es/cultura/dejamos-pagar-musica-Stephen-Witt_EDIIMA20160607_0637_5.jpgYo estaba bastante predispuesto en contra de la industria musical. Pero los pirateadores de los que hablas tampoco me cayeron muy simpáticos, la verdad.

No lo eran. Eran trolls mezquinos, en su gran mayoría. Es solo que yo hablé con los trolls originales, los que estaban al principio de todo, antes de que el troleo se hiciese popular. No era gente que aceptase ninguna responsabilidad por lo que hizo, por su comportamiento negativo y antisocial. Por otra parte, eran chavales. Cualquier actividad que atraiga primordialmente a chicos adolescentes va a tener un elemento antisocial asociado. Vas a hallar mala actitud y peores modales. Pero solo porque así son los adolescentes. Yo era uno de ellos, y hacía tonterías parecidas. Crees que la vida es una broma, que no tienes por qué pedir perdón por nada… Pero algunos de esos chavales sí querían realizar actos de naturaleza política. Se dieron cuenta de que formaban parte de un movimiento político que estaba “liberando” información a través de internet. Yo simpatizo con esa idea. Solo desearía que…

…fuese verdad.

Exacto. Ojalá no fuese gente aburrida en su casa saqueando cosas gratis. Mucha de esa gente, en efecto, eran solo trolls, eran antisociales y infligieron graves daños a la industria mediática y a muchos artistas. Pero un porcentaje de esos tipos creía en lo que hacía, y estaban dispuestos a ir a la cárcel por ello. No se rindieron, ni siquiera cuando empezaron a ir a por ellos. La mayoría no era así: estuvieron en el ajo hasta que les llegaron las primeras denuncias: entonces se asustaron y empezaron a delatar a todos sus amigos.

Futurama los describía muy bien. Un montón de friquis granujientos escondidos en IRC…

Imatge relacionadaEran así. Cuando todo esto empezó, en 1997 o 1998, la cosa era abrumadoramente masculina. Todos sus integrantes eran varones de diecisiete años. El internet moderno ya no es así. Todo dios está allí, ha cambiado radicalmente desde que empezó la revolución del smartphone. Gente mayor, chicas… de repente todo el mundo estaba online. Eso creó una gran fricción en la red, casi podría decirse que hubo una guerra de géneros. Virtual, claro. Lo fascinante de todo esto es que muchos de esos trolls originales ni siquiera tenían grandes conocimientos técnicos. Muy pocos sabían programar o utilizar códigos. Solo eran gente a quien le interesaba entrar en ese nuevo mundo. No necesariamente gente con talento.

Por mal que caigan los trolls, es muy difícil sentir compasión por alguien como Doug Morris, CEO de Universal, quien cobraba 50.000 dólares al día.

Estoy de acuerdo. Y se fue de rositas de la catástrofe. Hizo una enorme fortuna mientras la industria musical se iba hundiendo. Él permaneció en la cima, pero su bando fue aplastado. Te voy a decir lo que deberían haber hecho para triunfar en la batalla que perdieron: deberían haber abandonado el compact disc en el año 1996 o 1997. Era su formato más lucrativo y se hicieron de oro con él, pero deberían haberlo soltado para concentrarse en algo que tuviese una fácil distribución a través de internet. Pero no lo hicieron. Se aferraron al formato hasta el último aliento.

¿Fue por razones de pura avaricia? ¿Ignorancia?

Avaricia sí. Autocomplacencia también. Pero hay que comprender una cosa: hoy damos por sentado que internet destruyó todos los formatos anteriores. Pero algo como internet nunca había sucedido. La industria discográfica fue la primera en enfrentarse a aquella nueva amenaza. Y en aquel momento nadie creía que aquello fuera relevante. Bill Gates escribió un libro en 1997 sobre el futuro de la informática, y casi ni menciona internet. Mucha gente no pensaba que aquello fuese a cuajar, ni desde un punto profesional ni desde uno social. Y, para colmo, no comprendían la nueva tecnología. No entendían qué era aquello de la tecnología de compresión (lo que por otro lado es normal, pues es algo casi incomprensible para un profano). Creían que el cedé era el formato perfecto: daba una inmensa calidad de sonido, era semi-portátil y muy barato de producir. Los beneficios eran colosales. uno puede entender que rechazaran una propuesta que en el fondo sonaba así: “vamos a obtener un sonido inferior, sin formato físico, en archivos 100% portátiles, y por cierto, no vais a sacar ni un duro de ello”. Aceptar algo así era duro. Pero hay una cosa añadida que considerar: incluso sin el pirateo, la industria musical estaba acabada, tal y como la conocíamos hasta entonces. Porque en la nueva industria digital, el single se iba a desacoplar del álbum. Eso es lo que les mató. Hoy casi no existe la piratería; la mayoría de gente se ha movido al streaming. Pero la industria discográfica no se ha recuperado. Y eso sucede porque durante muchos años se salieron con la suya al meter un hit single en un elepé, y vender 10 o 15 millones de álbumes, a 13 o 14 dólares cada uno. Ese mundo ha muerto. El single ha sido extirpado del álbum, y eso les ha colocado en una situación permanente de ganancias reducidas. No hay nada que puedan hacer contra ello. Es natural que Morris se negara a ir en aquella dirección. Sabía que iba a morir. Conocía los riesgos. Al final rechazaron invertir en el futuro de la distribución musical, y un puñado de adolescentes lo hicieron por ellos.

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Doug Morris, CEO de Universal-Sony. Uno de los villanos de esta saga. Es el del medio.

No quiero ir de profeta ni nada de eso, pero los que veníamos del vinilo ya sabíamos que el cedé era un formato deficiente. Y lo de que mejoraba el sonido solo lo percibieron dos musicólogos.

O ingenieros de sonido. En teoría el cedé era un formato inmortal, porque al contrario de la degradación de los surcos de vinilo, podías poner un cedé cien veces sin que el lector degradara el soporte. En la práctica no es así, porque los cedés se rayan continuamente. Y se rompen. Era un formato bastante débil, sensible a los elementos. Tenía muchas taras. La ventaja era que era el primer sistema completamente digital. Y a la gente le gustó, seamos honestos. En la cima de su reinado, a finales de los 90, el vinilo estaba muerto y enterrado. Estaba por debajo del 1% del mercado. Eso significa que todo el mundo se había pasado al cedé. Y llegaron los burners, la gente podía hacer mix cds… Yo crecí con aquel formato. Pero tenían un montón de limitaciones, que se hicieron más y más aparentes según nos íbamos moviendo hacia un mundo digital más portátil. Y nadie los coleccionaba de forma nostálgica, como sucedía con los discos de vinilo.

¿Le cantamos un “se lo merece” a la industria musical?

Ganaron demasiado dinero durante demasiado tiempo, y a expensas del consumidor. A la vez, esas ganancias descabelladas crearon un sistema cómodo de egos artísticos, bastante prolíficos, y aquel dinero permitió que mucha gente formara parte de la industria; gente que hoy en día no tiene acceso a ella, pues el tamaño de la industria se ha encogido. Hasta cierto punto, puesto que era difícil hacer dinero únicamente de las vendas de los álbumes (o del streaming), aquello forzó a mucha gente hacia una mentalidad mercenaria. Y por eso la música que tenemos hoy es buena, en cierto modo, pero toda suena a anuncio de Pepsi. Y la razón es: todos los músicos quieren ser fichados para un anuncio de Pepsi.

O la banda sonora de un filme.

Exacto. Esa es una fuente de ingresos clave para un grupo hoy. Pero en la cúspide de la época del vinilo, incluso en la del cedé, un grupo podía permitirse no hacer eso y vivir solo de las ventas de sus discos. Eso ha provocado que el sonido o la producción sean radicales, pero los valores mucho más conformistas y pro-corporativos. Y todo ello provoca un decrecimiento de la ambición artística.

Me gusta que menciones a los artistas, porque en muchas discusiones sobre industria musical vs. piratería se olvida que en medio de todo ello (a menudo generando la riqueza) hay un tipo con una guitarra de quien nadie habla. Y creo que fue estafado en modo sándwich.

Al artista le dieron por todos lados, es verdad. Son los que salieron peor parados de aquella batalla. y lo suyo no tiene una solución fácil. La parte complicada es esta: incluso si tienes un hit para el álbum, aún tienes que grabar las otras doce, o veinte, o treinta. Es mucha faena, y a menudo hay mucha gente implicada en el proceso, de productores a compositores de encargo. Gente que cobra. Existe ese mito del artista como figura heroica, que no sé hasta que punto es acertada; después de todo solo es un tío en un escenario. El público quiere que sean héroes, pero la verdad es que muy pocos están a la altura.  Otro mito es el de la figura creativa solitaria, algo que hoy en día y si hablamos del mainstream, ya no es cierto, simplemente. Detrás del artista de rap hay un abogado a cargo de los samplers, un agente, múltiples productores, mezcladores, ingenieros de sonido, un compositor de encargo… Para muchos artistas actuales el proceso se parece mucho a un karaoke en el que ellos entran y cantan con un tono determinado una canción en cuya creación no han tenido casi nada que ver. A veces ni eso: su voz es una amalgama de treinta tomas previas, combinadas para crear el tono ideal. Eso es así para todo el pop mainstream, y para buena parte del pop independiente también. Dicho esto, aún tenemos unos cuantos visionarios icónicos que se lo hacen todo ellos mismos; pero son la excepción. Mira a Kanye West: los créditos de una sola canción listan a veinte o treinta colaboradores. Por canción. Es más un director de orquesta que un músico pop. La conclusión es que hoy, pese a la existencia de programas facilitadores de grabación casera como Soundcloud o ProTools, es más difícil grabar discos.

Algunos artistas lo entendieron todo mal. Como Lars Ulrich, de Metallica, cuando llevó a Napster (y, por extensión, a sus usuarios) a juicio.

Lo fácil era culpar a los piratas, pese a que la industria musical tenía lacras muy profundas y muy arraigadas. Pero lo entiendo, en cierto modo. Míralo de otro modo: soy escritor. Cobro igual si la gente se termina mi libro o no. Y a menudo no lo terminan. Creo que esa es la norma de la industria editorial: una gran parte de lo que se vende no se lee. Pero imagina una situación económica en la que el lector solo pagara por lo que de verdad lee. Eso seria una catástrofe económica para mí. Ganaría mucho menos dinero. Y eso es lo que sucedió con la industria musical, y no solo por la piratería. Simplemente llegó un nuevo tipo de tecnología que reescribió las relaciones económicas del medio. Eso es lo que jodió al artista. Ya no pueden vender un disco entero. Ahora solo se cobra por cada escucha de canción. Es una jodienda total, y ya no hay marcha atrás.

¿Todo lo que cuentas podría haber ido en otra dirección si alguno de los capítulos hubiese terminado diferente? Pongamos que el MP2 hubiese ganado al MP3, y no al revés. ¿Se habría hundido igual la industria musical?

La mejor analogía para hablar de ello es Galileo Galilei. Galileo era el científico más importante del siglo XVII. Había construido el telescopio más sofisticado de su época. No era más complejo que unos binoculares para observar pájaros de hoy, pero con él fue capaz de ver la cara de Venus y los anillos de Saturno por primera vez. Imaginemos que el día en que Galileo iba a construir su telescopio, se cae a un pozo y se parte el cuello. ¿Sería el mundo distinto? La respuesta es no. La tecnología de lentes que estaba progresando en aquel momento permitió que múltiples científicos estuviesen trabajando en telescopios a la vez. Galileo era mejor artesano y llegó a ello antes, pero era inevitable que otra gente llegara a sus mismas conclusiones tarde o temprano. El progreso en ese campo era imparable. Lo mismo puede decirse de la mayoría de personajes del libro. Todos son Galileo. Todos estaban empujando para ser los primeros en un campo muy competitivo, pero si no llegan a tener éxito otros lo hubiesen tenido. Como te decía antes, si la industria musical llega a reaccionar a tiempo quizás Napster no hubiese tenido razón de existir. Pero el destino hubiese sido el mismo: la tecnología del streaming habría acabado apareciendo, y con ella la economía que lo acompaña. La historia no siempre funciona así. Todos los personajes del libro estaban cuerdos y eran gente lógica; no hay locos. Mientras que en la historia a menudo aparecen personajes chiflados y toman el poder. Como está sucediendo en mi país ahora mismo.

(Esta es la habitual versión extendida, sin más cortes que los de pura oralidad, de la entrevista que publicó El Periódico el domingo 2 de julio, y que ustedes pueden leer en su versión papelesca aquí)

Kiko Amat entrevista a LUCÍA LIJTMAER

La escritora y periodista barcelonesa publica Yo también soy una chica lista (Destino, 2017) el manual feminista más divertido, faltoso, emotivo y confesional que se ha visto por nuestros lares. Todo el mundo debería tenerlo (hombres también).

 

https://i0.wp.com/www.ara.cat/2017/06/03/cultura/Lucia-Lijtmaer-No-feminazi-terrorific_1807629391_41277770_1500x1001.jpgLucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) es barcelonesa, aunque nació en Argentina y tiene un árbol genealógico más mezclado que la sala de espera de Ellis Island en 1892 (lo que explica la diabólica J en mitad de su apellido). Es periodista pop y anticapitalista. También feminista, de la Escuela Caitlin Moran Para Chicas Cabreadas con Propensión a la Hilaridad. Lleva el sentido del humor de serie, pero no teme desenfundar cuando hay que plantar cara al malo. Escribe para ADN, Factual, Público, El País, Mongolia y Eldiario.es, y siempre está en muchos sitios, a menudo en eventos simultáneos, lo que ha originado teorías sobre su sobrenatural capacidad de omnipresencia. Comisaría un festival feminista en La Casa Encendida, el celebrado Princesas y Darth Vaders, en pos de su cuarta edición. También es traductora literaria (tradujo a jarvis Cocker) y profesora en centros como la Universitat de Vic. Ha publicado los libros Quiero los secretos del Pentágono y los quiero ahora (Capitán Swing, 2015) y Casi nada que ponerte (Los Libros del lince, 2016), una semi-memoria sobre su infancia argentina. Su último libro es un manual tronchante y militante que plantea el feminismo de un modo natural y práctico, nada blandengue ni envarado.

 El Día del Golpe en la Cabeza es el momento en que se adquiere conciencia de vivir en un mundo injusto para las mujeres. ¿Cómo fue tu golpe?

Era un bar normal, y estábamos en plena reunión informal de trabajo. Primero me dijeron dónde sentarme, algo que en su momento naturalicé pero que no es nada natural. Algo más tarde me hicieron callar. Vi que mi opinión era menos importante que la del resto del grupo: todo hombres. Algo después se lo comenté a una amiga, por si me lo había imaginado yo, que soy susceptible, y me dijo (perpleja) “¿Como un profe en clase de mates?”. Y ese fue el inicio de algo que ya intuía: que las mujeres éramos de segunda clase. Que las cosas estaban peor para una parte de la población. Que en cultura, por mucho que lo intentemos, las mujeres jamás seremos tan guay como los hombres.

¿Recuerdas cómo pensabas antes de ese momento?

Yo creía que las feministas eran pesadas, quejicas… Me da mucha vergüenza acordarme de discusiones en que yo les decía a amigas militantes mucho más concienciadas que por qué tenían que hablar de “sus cositas”. Yo era una ferviente creyente en la meritocracia. Creía que el feminismo estaba superado, y que nosotras conseguiríamos llegar a donde teníamos que llegar por mérito propio. “Si somos buenas, triunfaremos”. Una idea completamente neoliberal que no tiene en cuenta nada de tu entorno ni tu realidad social, en suma. Pero ya me molestaban cosas, como la idea de la chica indie lánguida, de pose. Una feminidad que se compró mucho en el dos mil, y todo lo que se saliese de eso no existía culturalmente. Yo veía que yo no era eso, por ejemplo, pero no veía la idea más amplia: que no estaba en igualdad de condiciones.

Una cosa es ser quejica, y la otra es protestar.

Totalmente. Yo temía molestar. Además, soy tímida. No me hace una gracia especial lo de hablar de ciertas cosas en público. Pero, claro, lo de no molestar de repente entraba en contradicción con la violencia. Hacer callar a alguien es un acto de violencia. Por no entrar a hablar de todos los demás actos de violencia que, sin tener una vida especialmente difícil, te suceden constantemente y son aun peor que ese.

Propones intercambiar enunciados. Colocar la palabra “negro” en alguna frase referida a las mujeres para darte cuenta de lo ofensivo que resultaría.

Efectivamente. Lo chocante es, de nuevo, lo naturalizado que está el discurso machista. Que tú has de quedarte en tu sitio, no molestar… A mí me gusta unir ambos conceptos, de hecho: género y clase. Porque en el fondo van juntos. Ese es el discurso mediático habitual. Las cosas que dicen, no sé, Salvador Sostres, o Pérez-Reverte, sobre las mujeres y sobre el proletariado serían impensables si hiciesen referencia a raza. Me da impresión que todos esos discursos se están radicalizando: contra las mujeres, contra la clase obrera… Voces que justifican las barbaridades que dicen escudándose en que están “oprimidos”, que hay una censura de “corrección política”. Los varones blancos de clase alta están oprimidos, según se ve.

Yo creo que quizás también haya algo de efecto bumerán producto de años de izquierda cosmética. Hillary, Felipe, IU, etc.

Tal vez. Pero si es así, esas voces de derecha están utilizando ese efecto para pronunciar un discurso en el que siempre han creído. El fracaso de la socialdemocracia les viene perfecto para decir al fin lo que opinan: que el estado del bienestar no funciona, que lo que “ellas” dicen no es cierto… Por otra parte, es perfectamente comprensible que algunos discursos calen en momentos de crisis. Escuchas el discurso de los alcaldes del FN del sur de Francia y entiendes que aquello cale entre una población ya polarizada. Lo que sucede es que esa gente no debería tener un lugar desde el que hablar. Al igual que los machistas. ¿Por qué tenemos que soportar un discurso de odio?

Por otra parte, el discurso de algunos medios es más insidioso y perverso que el de un alcalde del FN. Hablo, por supuesto, de Friends.

La mayoría de sitcoms acaban en matrimonio y bebé. Hay contadas series que dibujen una alternativa que no sea parir o casarse. Que dos tías estén en un bar tomando un cóctel, y (ojo) hablando de cualquier cosa que no sea hombres [ríe], es radical. Elizabeth Moss, la productora de The Handmaid’s Tale, declaraba que no sabía si le dejarían hacer una serie en la que las mujeres fuesen las protagonistas. Imagina.

Uno se pregunta cómo permitieron que se filmara Thelma y Louise.  Aunque, naturalmente, hubiese sido más radical si en lugar de follarse a Brad Pitt hubiesen hablado de libros.

O follado entre ellas [ríe]. Thelma y Louise no ha vuelto a suceder. La experiencia femenina siempre es femenina, nunca es universal. Es un género en sí mismo: “pelis de mujeres”. El nicho de mercado son nuestras vaginas. Cuando hablamos de genérico hablamos de hombres que hacen cosas. Dos hombres y un destino no es una película “masculina”, pero no dejan de ser dos hombres todo el rato, haciendo cosas de hombres. Pero como no es de mujeres, es un “clasicón” [ríe].

https://www.planetadelibros.com/usuaris/libros/fotos/250/m_libros/portada_yo-tambien-soy-una-chica-lista_lucia-lijtmaer_201702201317.jpgSi una chica escribe un libro que hable de “haber degollado a toda la población de Huelva”, en la portada llevará un jarrón con flores y un filtro pastel.

Y otra cosa: si eres chica y escribes libros, aunque sean de ciencia ficción, siempre son “sobre ti misma”. Nunca le preguntan a Philip Roth, que claramente ha escrito muchas veces el mismo libro basado en su propia vida, si va “de él”. No. Lo suyo es “universal”. Siri Husvedt decía que cuando escribió un libro sobre infidelidad todo el mundo le preguntaba si estaba bien con Paul Auster. Si eres mujer no es ficción. Eres nicho de mercado. Hace poco, Errejón dijo que era “el día de estar con el colectivo de las mujeres”. Tuvo que salir alguien a recordarle que no somos un “colectivo”, sino la mitad de la población.

Revistas femeninas. ¿Quién escribe las paridas de Marie Claire? Tú dices que son mujeres a quien “les toca apechugar”, lo cual me suena un poco al “solo cumplía órdenes” de los juicios de Dachau.

A la vez, tengo varias amigas redactoras, y veo lo que están haciendo desde dentro para que no sea así. Colocar según que artículos en esas revistas es muy complicado, y lo están consiguiendo en algunos casos. Pero muchas abandonan, y con asco. ¿Por qué las periodistas siempre terminan en revistas femeninas? Porque son uno de los pocos espacios donde pueden ascender. No quería culpar a las trabajadoras. El problema son los anunciantes, la dirección…

Desde luego. Del mismo modo que el problema no es el chaval que compra el bono del Primavera Sound, sino del tipo que creó ese espacio.

Exacto. Por eso me interesa explicar por qué esas revistas son reductos de mujeres, cuando en una redacción normal las mujeres no pasamos del mileurismo, porque somos más baratas y nos quejamos menos. Dicho todo esto, es innegable que también hay muchas mujeres que no están concienciadas, y eso es un problema añadido. Nosotros dos hablamos de un entorno en que ha calado ese discurso, pero hay mucha gente que está encantada de estar en esos espacios, y que cree en esos discursos de belleza y en esos cánones, y que creen que hacen lo que hay que hacer.

Lo que tú denominas el “Letargo Eterno”, o etapa perpetua de no-concienciación.

El coma profundo [sonríe].

Las mujeres no concienciadas perpetúan un discurso de opresión. Hollywood y las películas de mujeres que se odian entre ellas, por ejemplo.

Totalmente, y esto es así. Pero intento no demonizarlas, porque entonces perpetuas el viejo “mira qué tonta”. Es muy fácil odiarse entre mujeres. Todo está preparado, y tú estás diseñada, para tener miedo de la tía que tienes al lado: porque te robará el novio, porque te quitará el empleo, porque es más guapa que tú… Peor tampoco es cuestión de irse al otro extremo, como buenas samaritanas. El concepto de solidaridad femenina también debería revisarse. Porque depende con quién… [ríe]. A mí que Cristina Cifuentes diga que es feminista, mientras está desahuciando a mujeres solteras en acogida por maltrato… Eso no me lo trago.

Gwyneth Paltrow y las “yummy mummys”, 24 horas al servicio de la über-maternidad, también es intragable.

Gwyneth es la primera estrella de Hollywood que compra y vende el discurso aspiracional. Algo que es una barbaridad. Existe un modelo de mujer, pero no existe un modelo de hombre. El modelo de mujer es alguien como Gwyneth. El capitalismo te vende que si no eres feliz es porque no eres como ella. Porque no tienes el horno de leña toscano y la crema de caviar y…

…Y las operaciones de bajos.

[ríe] Sí. Por alguna razón, tu coño nunca está bien. Y el súmmum de todo ello llegó con las madres mormonas. 25 años y 5 hijos. ¿Cómo me puedes vender que eso es feminista? Lo siento pero parir no es feminista. No es un logro del feminismo. Se plantea como una opción personal (“yo he decidido quedarme en casa y criar”) que tenemos que respetar. Y la respetamos. Pero que no nos vendan que la gran conquista social del 2010 es quedarte en casa y hornear magdalenas. Cuando el fenómeno Russian Red pasó lo mismo: de golpe todas las chavalas hacían ganchillo. A mí algo así no me parece casual. Que nadie optase por tocar la batería o aprender defensa personal, sino por hacer colchas [cara de asco].

Me angustia la dictadura de la belleza femenina. Este idolatrar la guapura me parece la cosa más obscena y banal del mundo. Nacieron así, por el amor del cielo. La belleza tiene cero mérito.

No es casual que haya muchas mujeres que entran en el feminismo cuando empieza a decaer su atractivo físico o poder sexual. O dejan de ser “deseables”. Nos enseñan que ese es nuestro motor de vida: atraer. Yo me pregunto si compramos ese discurso en todas partes, incluso en las que están de nuestro lado. Por ejemplo: Pussy Riot. ¿Habrían tenido tanta visibilidad si no pareciesen estrellas de Hollywood? Claro, al mismo tiempo no eran sujeto activo. La atención mediática lo fue. Ellas no tenían la culpa de parecer supermodelos. Por eso hablo del concepto de “gordibuena” en el libro como un mal de construcción mediática. Porque el “fofisano” tiene que estar solo sano, pero la “gordibuena” tiene que estar buena. Explicar hasta qué punto te afecta eso es un ejercicio de honestidad muy necesario. No conozco a ninguna mujer que sea inmune a ello. Caitlin Moran lo explica muy bien: todas queremos ser una versión más delgada de nosotras mismas. Tu ideal siempre pierde peso. Es muy fuerte. No se te pasa nunca.

Creo que ayudaría si los hombres dejaran de creerse en el derecho de puntuar los cuerpos de las mujeres.

Me gusta ver cómo algunos amigos han cambiado de mentalidad respecto a ese asunto. El otro día unos amigos le afearon la conducta a otro par que se puso troglodita a la hora de hablar de mujeres. Para los hombres es muy importante tener amigas. Si un hombre solo va con hombres, hay un problema. Yo me junto con hombres porque me interesan. Y me ilusiona ver cómo algunos comportamientos (el que habla fatal de su novia, por ejemplo) empiezan a parecerles mal, incluso cuando no hay mujeres delante. Solo juzgamos la violencia cuando es física, pero todos conocemos a gente que machaca a su pareja sistemáticamente. Cuando no hablamos, somos cómplices. Si creemos que lo personal es político, todos hemos vivido situaciones que sabíamos que no estaban bien, y en las que deberíamos haber intervenido. La frontera es difícil, pero lo es menos cuanto más reiterativa es esa conducta. Porque entonces queda claro que hay un patrón.

Como sucede con el fútbol, algunas conductas infames se toleran porque son mayoritarias. Como las fotos guarras en los chats.

Mira lo que sucedió con el caso de La Manada, la violación aquella en los Sanfermines. y cómo una mayoría de la sociedad lo vivió como algo normal y disculpó su comportamiento.  O luchamos contra esas cosas o somos cómplices, insisto.

En el libro lamentas que “a finales de los noventa no podías salir de casa sin tener una polla en la boca”. Que para parecer moderno y liberado tenías que estar todo el día hablando de porno y relatando gráficamente tu vida sexual.

Yo a lo de follar sí le puedo encontrar un deje político, con lo del post-porno, los cuerpos no-normativos, lo de que la exposición pública de ciertas prácticas no está asumida… Y me parece bien. Lo que me parece el demonio es la idea de consumo. Es decir: el sexo como capitalismo. Que de repente tengas que hablar de ciertas cosas con gente que no conoces de nada, y que eso suma puntos de guay, y que para colmo eso es feminista. Eso era puro tupper-sex. Se lanzó ese mensaje porque querían vendernos cosas. Dildos y un consumo pornográfico que se vendía como liberador. Ahora interesa que las tías vayamos depiladas porque eso es lo “guay”. La promiscuidad sexual no es siempre libre, a menudo es una imposición comercial. Es un modelo de consumo. Por eso quería tratar la pornografía. Porque para mí sería muy fácil decir que vale todo. Pero no es así. Diversidad sexual sí, pero hablemos de las condiciones en que se hace la pornografía. Me gusta que se estén haciendo documentales sobre eso. Si miramos de dónde viene la ropa que llevamos, cómo no vamos a querer saber de dónde sale el porno que consumimos.

Citas a la pornstar Stoya, quien afirma que su trabajo “no tiene nada de feminista”. Yo entrevisté una vez a una actriz porno, Amarna Miller, y tuve la sensación de que me estaba vendiendo un producto, de un modo muy calculado. Era un discurso articulado pero promocional.

A mí me parece interesante que Amarna Miller diga que ella es masoquista, y que eso forma parte de su imaginario, y que ella utiliza su cuerpo, y que esa es su herramienta. Yo soy partidaria de eso. Pero no puede afirmar que esa es la pornografía mainstream. Lo que ella dice contradice las estadísticas. El porno es muy neoliberal. A mí me gustaría que gente como Amarna Miller dijese: “señores, yo soy una privilegiada. Pero está pasando todo esto”. Y utilizara su voz como herramienta de protesta.

Un personaje de Vernon Subutex 2, de Virginie Despentes, dice “odia el porno. lo envilece (…), le llena la cabeza de guarradas a las que no está acostumbrado. No le piden su opinión, le meten porno en las narices a todas horas”.

Una amiga mía me dijo que había dejado de masturbarse fantaseando, y que ahora solo podía hacerlo con porno, y estaba cabreada. Decía que aquello le había roto la fantasía. A mí me parece bien que exista la pornografía, y puedo consumirla, pero he empezado a pensar de dónde sale e intento… Saber de dónde viene, como hago con el pollo [ríe]. Y por otro lado está lo de que el acto repetitivo de consumo genera problemas. Y nos estamos acostumbrando a imaginarios que dan miedo. Las categorías actuales del porno, si las lees enteras, dan miedo.

Sí. No me hace la menor ilusión que la primera imagen sexual que vean mis hijos tenga relación con bates de béisbol.

Lo primero que debería hacerse es limitar el acceso. Que pongas “bates de béisbol” y lo primero que aparezca, sin el menor filtro, sea una mujer, que en el fondo está siendo humillada… Internet lo ha democratizado (falsamente) todo. De golpe estás al mismo nivel que un tarado mental que vende cloroformo, que es algo con lo que me topé cuando investigaba la Deep Web.

El troleo en la red es 100% machista y abusón.

Es interesante ver cómo se construyen esas redes digitales. Hay redes que no permiten ese abuso. Twitter lo permite todo. Tendrías que cargarte a alguien para que te cerraran una cuenta. Es natural: la cúpula dirigente de Twitter, en su 90%, está formada por hombres blancos anglosajones de clase alta. Su realidad no entiende el abuso. Owen Jones dice lo mismo: háblale a alguien del establishment, que va de Eton al Parlamento o la Banca, sobre las ayudas sociales. Twitter perpetua el problema ofreciendo impunidad completa a los machistas o racistas. Luego vienen las amenazas físicas, y todo el mundo hace la vista gorda. Esto es un mal endémico de este país. Como cuando toleramos que el suplemento de El Mundo entrevistase a la líder de Hogar Social. Un medio de modernos le hace una entrevista estrella a una dirigente de ultraderecha como si fuese lo más normal del mundo.

En el libro citas la pancarta de aquella activista en Washington DC: NO PUEDO CREER QUE SIGA TENIENDO QUE MANIFESTARME POR ESTA MIERDA. ¿Tuviste tú algún momento de “No puedo creer que siga teniendo que escribir sobre esta mierda”?

A veces sentía que estaba diciendo obviedades. A ratos pensaba que quedaría blanda, como cuando lo de la tasa rosa. ¡Pero es que te están cobrando de más por un producto solo porque es de uso femenino! ¿Por qué los tampones están tasados como artículos de lujo? Tienen el mismo impuesto que el caviar. Son cosas obvias que han salido en los periódicos, pero hay que decirlas. Hablo mucho de filmes porque nuestro imaginario se cimentó en ellas. o en televisión. Cuando me tragué todos los realitys sobre bodas perfectas me di cuenta de lo potente que era su mensaje. Yo también quiero una epifanía como la de las novias de esos programas y su vestido blanco. Si el vestido blanco va a hacer que yo tenga una misión vital, voy a acabar comprándolo. Es más fácil que cambiarlo todo.

(Este es el corte del director -la charla entera- de la entrevista que realicé con Lucía Lijtmaer para El Periódico, y cuya versión breve y editada pueden ustedes leer aquí)

 

Sgt. Pepper’s: música para musicólogos

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Ay, no, que no es este

Antes de comenzar, y anticipando la crecida de hatemail en mis cultivos, déjenme decirles que soy fan de los Beatles. En cuanto a Sgt. Pepper’s., digamos que no lo considero abominable ni vomitivo, pero sí muy irritante. Es como ese amigo que te copia las muletillas o la gente que fuma en pipa. No son Klaus Barbie, no pedirías su extradición ni mandarías un escuadrón del Mossad, pero sí sientes de vez en cuando el impulso de aplastarles un cupcake en la cara.

Uno de los problemas del álbum es su aureola. Sgt. Pepper’s es el tipo de elepé del que los musicólogos dicen, ajustándose pajaritas imaginarias al cuello, que es una “síntesis psique-clásica”, con sus “cadencias doble plagales” y “escalas pentatónicas”. ¿Uh? El octavo disco de los Beatles es el disco más sobrevalorado y pomposo de la historia. Cuando apareció en 1967 se escuchó un suspiro de satisfacción: eran los críticos decanos de Oxbridge, que por fin veían como el rock’n’roll dejaba de ser popular, flamígero y bailable (chusmero, por decirlo rápido y mal) y se convertía en… Intelectual. “Estableció el puente entre cultura popular y Arte legítimo”. Ecs.

Sgt Peppers es el tiro de gracia al rock’n’roll y el pop de single tal y como los conocimos hasta 1967: bobos y breves y épicos. Marcó el inicio del aburrimiento y la contemplación en el pop blanco, instauró el sombrío trienio del rock “adulto” (1968-70, hasta que llegó el glam rock), los cantautores para divorciados, el odioso blues rock. Sin Sgt Pepper’s no hay Genesis ni el Dark Side of The Moon de Pink Floyd, discos que exigían ser escuchados a oscuras, con reverencia y sumisión (que solo se rompían cuando algún no-creyente soltaba un pedo). Música estudiantil: Sgt. Peppers es un ornamento ideal para universitarios. Música para enmarcar y medir, en lugar de para morrear y dar cabriolas y enfrentarse a la policía. Arranca el pop de los clubes sociales, las discos, las fiestas caseras, la clase obrera, en suma, y lo coloca un anfiteatro repleto de catedráticos, para ser convenientemente diseccionado y embalsamado y degustado sin peligro de contagio.

Ustedes dirán que nada de esto es culpa del grupo o del disco. Al contrario. Este es un álbum que se confeccionó como un “concepto” unitario, como una pieza de museo. Un cerebral producto de laboratorio grabado durante 129 días por músicos hastiados al borde del cisma. 129 días de marear la perdiz y golpear el cadáver, de ir pegando mierdecillas y pedorretas, a ver si algo se quedaba pegado (Slade grababan sus discos en 2 días; saquen cuentas). Un disco que fue gestado a base de ideas tan presuntuosas como petrificadas, mientras una colosal pluma de emú emergía del sombrero de McCartney.

Inconsistente, extraviado y desganado; así es SPLHCB. Compárenlo a los dos discos previos del grupo, Rubber Soul (1965) y Revolver (1966): dos elepés llenos de vida y hits, melancólicos a la vez que audaces y frescos, realizados por un grupo cohesionado en su fase imperial. Y ahora echen un vistazo a esto: unos pocos hits inapelables (“Lucy in the sky with diamonds”, “She’s leaving home”, “A day in life”) conviven con puro material de cara B discreta: “Fixing a hole”, “Lovely Rita”, el pastiche raga “Within you without you”, el vodevil fotocopia-sin-toner de “Being for the benefit of Mr.Kite”. Que estas canciones de relleno fuesen aceptadas en el LP solo significa que los Beatles habían secado el manantial y creían que cualquier birria colaría. Y eso resulta deprimente, lo mires como lo mires.

(Escribí esta pieza para El Periódico del pasado nosecuantos. Hace tres o cuatro días. Era el aniversario del Sgt. Pepper’s, o algo así. Yo acusaba, otro caballero (Carles Estrada, de Los Negativos) defendía. Quedó bien. La cuelgo directamente en lugar de limitarme a emplastar el link para darle colorido a la página)

 

 

 

Manchester: alma norteña

El Periódico me encargó hace unos días una pieza para homenajear a Manchester después del atentado. La escribí. Según la escribía me iba dando cuenta de la cantidad de bandas de allí que me encantan. En la imagen principal aparecen los Oasis, inevitablemente, acompañados por sus pilosas cejas, pero yo no pensaba en ellos.

Pueden leerla, por supuesto, activando este micrófono oculto mediante un fuerte alarido con acento de Manchester. Todo lo nasal que puedan.