Cosas Que Leo #103: THE GREATEST LIVING ENGLISHMAN, Martin Newell

“I, for instance, wanted to write jangly little English songs about love affairs on run-down rainy railway stations. I did not want to write the type of Great Big Rock Songs that hard-loving men in poodle cuts, being all brave-through-the-tears, would bawl out during their US Stadium gigs. I wanted to bring pop music back to the village green. I didn’t want to write about route 66, I was more interested in the A120 side-roads near Elmstead Market.”

The greatest living Englishman

MARTIN NEWELL

Autumn Girl Books, 2019

367 págs.

**** Memorias parciales, sospecho que autoeditadas (del todo coherente con su pequeña cottage industry de DIY pop), de parte de uno de mis músicos favoritos, además de faro espiritual y modelo moral («¿Qué haría Martin Newell en mi lugar?» es una pregunta que me hago con creciente regularidad según avanza mi carrera literaria; y mi vida, vamos)

La Canción del Viernes #64: MARTIN NEWELL «Ain’t no silicone chip»

Una canción temprana de un viejo conocido de estas páginas, Martin Newell (uno de mis músicos favoritos desde hace décadas, como bien saben). La canción es de 1979, quizás por eso me recuerda tanto a Wreckless Eric o Johnny Moped. Todo apunta a que es una maqueta (si bien rutilante). Newell la incluyó en su disco escoba Martin Newell’s jumble Sale, que venía acompañado por esta escueta nota interior: «These selections recorded by Martin Newell mostly on 4-track or mono reel-to-reel, were made in classic lo-fi fashion. We hope you like them.«.

La canción cubre con una película acuosa mis cansados ojos, no sé si por el entusiasmo juvenil y epigramático de la frase principal, o por la metáfora futurista del título, o por la repetición casi autista del verso «I was standing in your kitchen / now I’m standing in your yard«, o por ese final abrupto, como si alguien hubiese pulsado el pause antes de tiempo (o él mismo hubiese dicho: «no sé cómo terminarla. A la mierda, me voy al pub»).

La canción del viernes #57: TELEVISION PERSONALITIES «Privilege»

Una de mis canciones preferidas de los TV Personalities (de mi elepé más querido y abatido: Privilege, de 1990). Para mí, «Privilege» es la lectura más precisa de lo que son las diferencias de clase, y la sensación de inadecuación, inferioridad y vergüenza que provocan (si estás en la clase incorrecta; es decir: abajo). Una gran canción de tristeza de clase, una visión de pérdida y anhelo (y envidia) que es casi conservadora, y que está a años luz de todos los panfletos mendaces que circulan por ahí.

«Well if you’ve got letters after your name
If you’ve got someone who can take the blame
You’ve got privilege
That’s one thing I never had«

MARTIN NEWELL (CLEANERS FROM VENUS). La entrevista completa.

Martin Newell

El líder de la banda Cleaners From Venus, excéntrico padrino de lo-fi británico y mejor artista desconocido de los ochenta, regresa con su cincuentavo disco, Dolly Girls & Spies

Vladímir Mayakovski dijo que “la fama se arrastra tras el genio como una viuda inconsolable en una procesión funeraria” pero eso, como tantos apotegmas rusos, es inexacto. Para empezar, suele ser el genio quien pierde el culo por la fama. De su unión es el genio quien emerge como “viuda inconsolable”, pero la fama no solo sigue viva, sino que está bailando sobre el féretro, magreando a un boy en tanga y haciéndole la higa al genio con la mano libre. No resulta extraño que, vistas las cosas, algunos genios prefieran mantenerse bien alejados de la fama y pulir su oficio con ahínco.

El músico pop Martin Newell es, como dijo Giles Smith en Lost in music, la “industria artesanal” del pop inglés. La cerveza casera de los discos estupendos. Cleaners From Venus han sido tildados de mejor banda desconocida de los ochenta, con razón. En 1983, cuando “Karma chameleon” de Culture Club rozaba el millón de ventas, Newell colocaba 250 copias de su casete The Golden Autumn. Living with Victoria Grey (1986), también autoeditado, llevaba la leyenda “Si te ha gustado, díselo al lechero”, indicación clara de sus miras. Cuando sobre la misma época Captain Sensible (ex Damned) invitó a un equipo de compositores para que le fabricaran un hit, Newell llegó al estudio en bicicleta, a tiempo para ver a Graham Gouldman (10CC) despegando en helicóptero. No hace falta ser un genio para ver que la fama y el éxito no solo no son, para Newell, prioridades, sino viruses contagiosos que evitar a toda costa.

Martin Newell ha sido coronado a lo largo de los años como el rey del “casette underground” y el genio pop del Hazlo-Tú-Mismo, pero esto podría dar una idea equivocada de su visión. Muchos diletantes se escudan en la glorificación del fracaso, disfrazando su indolencia y falta de ideas como corte de mangas a “la industria” y “rechazo a venderse”, pero Newell es lo opuesto. Su DIY es artesano y lustroso, y su “hábito de arte”, que diría Flannery O’Connor, nace de la optimización, no de la falta de ambición. Es tan sencillo como que el arte de Newell funciona mejor así, autónomo y autogestionado, sin injerencias comerciales o distracciones promocionales. Si James Brown era “el hombre más trabajador del soul”, Newell lo es del mundo de la grabación en 4 pistas y los conciertos en pubs. Lo que sigue es la charla íntegra de la entrevista que se publicó en formato editado en El País.

Llevas en esto desde mediados de los 70. Has conseguido un estilo propio, inconfundible.

Me uní a mi primer grupo cuando tenía diecinueve años, y hace tiempo que no logro escuchar mi material del mismo modo en que lo escuchan los demás. Yo describiría mi periplo musical como “tropezando en la oscuridad”. No creo que eso sea malo de por sí. Lo que hago es una mezcla de lo que me encantaría hacer y lo que soy capaz de hacer [ríe]. Mi habilidad estriba en encajar palabras en música. Es algo natural, que yo creía que tenía todo el mundo hasta que mis primeros compañeros de grupo me preguntaron: “¿Cómo haces eso?”. Les dije: “lo hago y punto, pero no sé cómo” [ríe]. Siempre pensé que era un talento innato de savant, pero ahora sé que tiene que ver con el Asperger.

Dolly Birds & Spies | The Cleaners From Venus

¿Crees entonces que la fabricación de canciones pop puede enseñarse, perfeccionarse como un oficio, o es, como dices, algo innato?

Creo que es una mezcla de ambas cosas. El talento no es la habilidad innata de hacer algo. Yo no tengo ni idea de actuar, pero he visto cómo un director le pedía a un actor que interpretase un papel determinado, que comunicase cierta emoción, y entonces el actor sobreactuaba, y  luego se quedaba corto, y al final pillaba el tono. Era entonces cuando el director se lo hacía repetir treinta y cinco veces [ríe]. El talento es la habilidad de sostener ese tono en la distancia. Durante los quince años en que hice de artista spoken word me di cuenta de que daba igual si mi perro se había muerto, o mi mujer me había dejado, o me sentía enfermo o añoradizo, yo seguía siendo un artista cada sábado por la noche, y tenía que salir a hacer mi trabajo. Y esa es la diferencia entre un profesional y un amateur. Mucha gente cree que puede llevar un restaurante solo porque cocina bien, pero tienes que hacer el mismo plato cada día, y siempre al mismo nivel, aunque tengas dolor de cabeza o lo que sea. El talento es la habilidad de hacer algo por lo que tenías inclinación, y llevarlo a la perfección, y mantenerlo.

Tus aspiraciones siempre han sido elevadas. No te basas solo en un par de canciones de Ray Davies, sino que miras a los crooners, a los grandes del Great American Songbook…

No soy un gran músico, considerando la de años que llevo obsesionado con esto. Lo que compongo está por encima de mis capacidades musicales. Puedo escribir cosas mucho más sofisticadas que las que puedo tocar. Puedo escribir jazz, pero no puedo tocarlo. A menudo, los grandes virtuosos del jazz o del rock no eran buenos compositores, y al revés. Burt Bacharach no era un gran músico, pero escribía grandes canciones. Creo que soy parecido a él. Me interesa lo que escribo, y entonces voy y lo coloco en un marco excéntrico. Es como si hubiese realizado una fotografía perfecta y la enmarcara con madera de deriva. A mí me gustan Frank Sinatra y Don Fagen [Steely Dan], y eso, combinado con mi talento musical, produce Cleaners From Venus. El resultado no es desagradable. Uno de mis únicos mantras (que leí hace tiempo en no sé qué libro de misticismo japonés) es: “no trates de seguir los pasos de los sabios. Busca lo que ellos buscaban”. Dicho de otro modo: no copies a los grandes, pero mira hacia donde ellos miraban.

Mucha gente se refiere a lo tuyo como DIY, solo porque te lo grabas y produces tú mismo, pero la palabra lleva consigo una carga de amateurismo del que tú careces.

La gente también cree que Keith Richards es una especie de despojo farfullante que casi no se sostiene en pie, cuando en realidad es un tipo extremadamente inteligente y un músico dedicado. Creo, de hecho, que Richards nunca ha sido tal y como lo pintan. Creo que su personaje de flipado ha sido siempre un disfraz con el que ocultar su timidez. La fama no siempre sienta bien. Mick Jagger dijo una vez, haciendo referencia a Brian Jones, que “la fama es un vestido que no le queda bien a todo el mundo, y que a algunos les queda fatal”. Yo soy uno de esos. No solo me queda mal la fama, sino que además prefiero seguir trabajando en lo mío y no ir de gira.

THE CLEANERS FROM VENUS: RETURN TO BOHEMIA (Soft Bodies, 2014 ...

Se te considera un artista misántropo e insociable solo porque te niegas a ir de gira como el resto de artistas.

¿Recorrer el mundo hasta que la gente decida que lo mío está bien? No, gracias. Paul McCartney dijo, tiempo después de que los Beatles se hubiesen disuelto, cuando no dejaban de preguntarle si se volverían a reunir, que ellos habían ido a Hamburgo en 1960, y que poco después había pasado “todo aquello”, y que no veía ninguna razón para pasar por “todo aquello” otra vez [ríe]. Soy bastante buen entertainer: dame doscientas personas en una sala y les recitaré poemas, contaré chistes, les cantaré algunas canciones, todo irá bien. Pero de qué serviría meterme en un estadio, sobre un escenario que me deja del tamaño de una hormiga, para que la mayoría de la gente me vea en mala resolución en una pantalla LCD… La gente habla mucho de las extrañas sustancias químicas que el miedo despide en tu corriente sanguíneo, y que acaban creando toda serie de problemas médicos, pero lo mismo sucede con la fama. La fama es mala para la salud. La sobreexposición es dañina. Así que me niego a hacerlo. No quiero ni el reconocimiento ni el dinero.

Sin embargo ahora parece que ese reconocimiento se te empieza a otorgar.

Siempre he tenido la sensación de no ser comprendido. Desde que empecé, hasta los cuarenta años o así, tuve claro que lo que yo hacía no conectaba con mi tiempo ni con mi generación. Mis contemporáneos, por alguna razón, tendían a preferir blues de barbudos. La gente de mi edad con empleos de clase media iba en busca de “autenticidad descarnada”, al contrario que la gente que ha tenido vidas duras de veras. Nadie lo pillaba. Tuve que esperar muchos años a que llegara mi “momento” y, ahora que parece que ha llegado, es un poco tarde [ríe]. Lo positivo fue darme cuenta de que el reconocimiento no iba a llegar, así que dejé de esperarlo y me concentré en mi oficio. Finalmente, tras décadas de trabajo, he conseguido conectar con una audiencia joven. Me entiende gente de otra generación.

Lo has conseguido a base de permanecer y de pura artesanía, porque continúas sin doblegarte a ninguna estrategia de promoción.

No encajé nunca con los críticos musicales o los urbanitas sofisticados que manejaban el cotarro moderno en Londres. Conmigo siempre fueron un poco bordes. Al poco de empezar dejé de enviarles copias para reseñar. Me limitaba a sacar un disco, vendía mil o mil quinientas copias, y empezaba a grabar el siguiente. Porque, como siempre he dicho, admito que de un modo algo callejero, “¿por qué tendría que mandarles putas promos a unos cabrones que no solo escriben mucho peor que yo, sino que ni siquiera sabrían hacer un disco?”. Incluso John Cooper Clarke me dijo que eso era una forma bastante descortés de expresarlo [ríe]. Hace poco le enviamos mi último libro a uno de esos críticos de revista musical, y dijo algo así como que “es difícil de entender por qué Martin Newell ha escrito un libro, si nunca ha tenido demasiado éxito musical” [ríe]. Como si yo no tuviese una historia que contar, solo porque no me he hecho millonario, o americanos con barba y gafas y extensas colecciones de guitarras, gente que no conozco de nada, no dicen que lo mío está bien.

Siempre te has llevado a matar con la industria musical. Tu única infiltración en multinacional, con aquellos dos elepés para RCA, casi termina en tragedia.

En esto no hay víctimas, solo voluntarios. Parte de ello fue culpa mía. Yo tenía pinta de ser un tipo astuto, pero era muy naíf. El Asperger no ayudó. Una bruma rodeaba mi cerebro, y fui incapaz de ver la mentira. Y fui yo quien se acercó a ellos, las cosas como son. En la industria musical hay gente honorable y buena, pero también hay mucha gente venal, y estúpida, y a la sazón la industria en general era una bestia. Y lo era porque podía permitírselo, porque, al contrario que en otras industrias, la materia prima iba a ella y se lanzaba voluntariamente a la máquina, diciendo: “por favor hacedme picadillo y distribuidme por el mundo sin darme a cambio nada de dinero ni cuidar de mi salud mental” [ríe]. Yo no era distinto al resto de jóvenes criaturas que se dijeron: “esto puede ser una alternativa a tener un trabajo normal o trabajar con robots. Puedo ser una estrella del rock, vestir como me dé la gana, tocar música, gustarles a las chicas y levantarme a la hora que quiera”. Lo haces por esa razón. La fama y el dinero son las dos crueles princesas de la colina, pero la música es la vecina de la que siempre has estado enamorado, y un día, después de haber sido pateado y molido a palos por las dos princesas, te vuelves hacia ella y te acuerdas de que siempre la has amado, y decides que solo quieres vivir en una cabaña con ella el resto de tu vida, aunque seas pobre de necesidad.

A Guide to the Brilliant DIY Pop of The Cleaners From Venus ...

Giles Smith, autor de Lost in music y ex miembro de Cleaners From Venus en su etapa “comercial”, me dijo una vez que lamentaba haberte empujado al periplo mainstream.

Giles era mucho más joven que yo. Era un chico de los ochenta, y yo soy un chico de los sesenta. No le guardo rencor alguno, era un tipo magnífico, divertido y excéntrico al modo Stephen Fry. Un chaval de origen más o menos humilde que se convirtió en brillante chico de Cambridge, una persona con ambición que acabaría escribiendo sobre deportes y coches para los mejores periódicos ingleses. Irónico, pues cuando él estaba en los Cleaners no sabía conducir [ríe] (yo tampoco, pero tengo excusa porque soy disléxico, ¿de acuerdo?). Giles no me empujó, exactamente. La compañía discográfica vio que Giles estaba más al tanto que yo del pulso de los ochenta, y lo colocó temporalmente al mando. A Giles le encantaban los juguetes relucientes de los 80, los sintetizadores y Rolands y cajas de ritmos, mientras que yo no veía ningún problema en utilizar solo guitarras, batería y piano. Éramos de generaciones distintas, y las influencias subculturales también lo eran. Pero insisto: no tuvo la culpa de lo que sucedió.

Has mencionado la palabra “excéntrico”. Pero algunas excentricidades son más aceptables que otras. Tú no eres excéntrico al modo rockstar drogadicto, que siempre resulta más fácil de vender.

Nunca cultivé deliberadamente mi excentricidad. Como suele decirse, la diferencia entre loco y excéntrico son cien mil libras [ríe]. La excentricidad es, para mí, como un viejo traje de tweed que me queda mejor pasados los cincuenta. Noto que ahora la gente está más cómoda conmigo, solo porque soy viejo. Cuando era joven me tomaban por un capullo pretencioso. Los ingleses siempre tratan de arrancarte tus afectaciones a palos. Si eres un joven que lleva maquillaje, sombreros extravagantes y el pelo largo, los trabajadores de la construcción te perseguirán calle abajo. A eso se le llama “darte una lección”. Incluso hoy en día, cuando entro a un pub vestido con mis ropas más finas, noto como a algunos hombres se les eriza el pelo. Por el contrario, si yo fuese Ozzy Osbourne [le imita, con voz balbuceante], “hola, soy Ozzy Osbourne, soy rico, tomo muchas drogas, ejem, acabo de estrellar mi jet privado…”, eso entraría dentro de la gama de comportamientos que el público puede aceptar.

O sea, que no te ves siendo aceptado en un futuro próximo…

Imaginemos que deciden ofrecerme un título honorario en la universidad. Lo que hace la universidad de vez en cuando es darse cuenta de que hay un montón de gente lista ahí fuera que nunca fue a la universidad, y eso, claro, no puede ser. Daría la idea de que puedes ser listo sin tener estudios. Así que de vez en cuando, para que se vea que están conectados, y que también pueden ser “desenfadados”, invitan a Annie Lennox o alguien así. Creo que yo no aceptaría sus honores. Sí que aceptaría un título de nobleza, si me lo ofreciesen, pero solo porque molestaría a mucha gente [ríe]. Especialmente a la prensa progresista, que son los más puritanos de todos. Hace poco Morrissey salió al escenario con una camiseta que simplemente decía FUCK THE GUARDIAN. Me carcajeé al verlo. Oh, la indignación generalizada. Morrissey es el más grande.

THE CLEANERS FROM VENUS - (2014) Return to bohemia | ESPACIO WOODY ...

El ámbito de los temas que tocan tus letras es inmenso. Hablas de la Iª Guerra Mundial, de la época victoriana, de granujas dickensianos… No eres precisamente Oasis.

Me interesa la historia. Somos la misma gente que entonces. Existe la idea de que somos distintos porque se han descubierto tal y tal cosa científica, o humanitaria, y que la gente del pasado era más estúpida, pero no es así. Tenían los mismos intelectos, y nobleza, y vileza, y lascivias, y amores, y amabilidades, y rudezas que nosotros. No me interesa especialmente la época victoriana per se, ni tampoco los temas góticos (me lo preguntan mucho por el sombrero de copa). Me interesan en general los distintos marcos históricos. Distintas ropas, misma gente.

El interés por el pasado parece haber desaparecido del pop, pero antes era una temática muy habitual.

Desde luego. Los grandes compositores americanos de musicales, gente como Hoagy Carmichael, por ejemplo, escribían canciones de una sofisticación tremenda, donde era habitual que citaran a autores clásicos, romanos o griegos. “Love and marriage”, que popularizó Sinatra, dice [canta]: “Love and marriage, love and marriage / It’s an institute you can’t disparage”. Es un fraseo muy ingenioso. Los Beatles siempre lo supieron, crecieron con todas esas cosas y miraban hacia atrás. Hoy en día, muchas de las cosas que escuchamos son chavales con cajas de ritmos recitando su lista de la compra de agravios sociales, o chavalas con cajas de ritmos cantando canciones infantiles sobre amor perdido y tímido empoderamiento feminista. El resto es gente de clase media que ha hecho un curso de escritura creativa y también quiere recitarte una lista de la compra de su jodida confusión emocional. Nadie busca entretener. Y nadie hace comedia. A veces pienso que debería grabar un disco entero de canciones cómicas. Nadie las hace. ¿Dónde fueron a parar “The laughing policeman” o “Tubby the tuba”? ¿Quién grabará esas canciones para que se rían los niños?

En tu nuevo álbum abundan un tipo de canciones que tampoco hace nadie ya, que son las que cuentan una historia o describen a un personaje.

Siempre he hecho perfiles de personajes. Mucha gente no entendió que “The greatest living englishman” no iba de mí. Era una composición de personaje, pero intenta explicarle eso a un borracho en el pub, que te está arreando con el índice en el pecho mientras te acusa de ser un cabrón con ínfulas (mi táctica siempre fue excusarme, hacer ver que iba al baño y escapar por la puerta de atrás). Ese tipo de composición la aprendí de los europeos. No de los bluesmen negros que tanto fetichiza la gente de mi generación, con su obsesión por la “cruda autenticidad” del blues… ¿Y qué pasa con la cruda autenticidad de los chansonniers franceses? Gente como Leo Ferre (en realidad era monegasco). O Jacques Brel (que a Bowie le encantaba). O Brassens. Ese género, la chanson, es el menos penetrable para un anglófono y a la vez el más gratificante. Leo Ferré era uno de los mejores arreglistas de cuerdas, y un anarquista de pura cepa. También me gustan los italianos, gente como Lucio Battisti. Tenían grandes composiciones parroquiales sobre jardines en marzo. La música a veces era letal. Muy deprimente. “París, ya no te quiero”, de Ferré. También listas de la compra, como “La The Nana”, de Ferré, del disco Amour anarchie, donde solo elogia a una chica de la calle. Descubrí todo esto a los veintiuno, cuando salía con una chica francesa, y me abrió a las posibilidades de hacer canciones con un poco de dramatismo, algo que no le interesa a nadie en Inglaterra. Los americanos me encantan, Rodgers y Hammerstein y todos ellos, pero me interesa más pertenecer a una tradición de compositores europeos. Yo no diría que he sido pobre, pero si he tenido muy malas épocas, y sin embargo no me interesa escribir canciones blues sobre empeñar guitarras o dormir en el suelo. Me gustan las cosas con más… destello.

La peregrinación del emergente según Giles Smith - segundopremio

¿Crees que la condescendencia de los críticos londinenses que mencionabas antes se debía en parte a que vienes de un pequeño pueblo?

¿En lugar de la gran y muy importante Londres de los cojones, quieres decir? [ríe] Pasé mucho tiempo allí, y hay zonas de la ciudad que podría enseñarte que son alucinantes (sé sobre ellas mucho más que la mayoría de gente que vive allí, por cierto). Pero soy rural, qué puedo hacerle. Me gusta el campo. Nací en un pueblo pequeño y nunca me he alejado mucho de allí. Me gusta y entiendo lo que me rodea. Camino durante cuatro minutos y ya estoy al lado de un río y de campos verdes. Necesito eso.

Los amantes del pop no-ingleses tenemos nociones básicas de toponimia británica gracias a los artistas de cada lugar. Swindon: XTC. Woking: The Jam. Wivenhoe: Martin Newell.

[ríe] Entiendo. Wivenhoe está tan solo a sesenta millas de Londres, así que cuando el oligarca ruso aquel compró todo Londres [ríe] y obligó a los ricos a mudarse a algún sitio en la costa de Suffolk, Brighton o algo parecido, para convertirlo en Londres-on-the Sea, algunos de los urbanitas de clase media que no podían permitirse los sitios más pijos acabaron mudándose aquí, y (claro) les encantó. Lo encontraron “artístico”. Todos aquellos funcionarios con ahorros sustanciosos vieron que era su gran oportunidad de cambiar de vida y reinventarse como “artistas”. Y venir a hablarme de ello, naturalmente, como si fuésemos colegas de profesión. No son mala gente, a ver, pero resulta un poco irritante. No digo que tengas que haberlo pasado fatal para ser artista, pero sí que deberías haberlo estado haciendo durante unos cuantos años.

Under Wartime Conditions [Mr Mule] de The Cleaners From Venus ...

¿Cómo es Wivenhoe?

Es bonito y tranquilo, y vive un resurgimiento del interés en todo lo rural. Incluso la universidad local tiene un curso llamado “wild writings”, donde se enseña escritura creativa enfocada a lo rural. Por supuesto, tú, que eres escritor, sabes bien que la escritura creativa no puede enseñarse. La única forma de ser escritor es leer mucho, escribir muchísimo, tirar la mayoría de cosas a la basura, e incluso las que conservas volverlas a destripar hasta que de tu libro solo quedan dos páginas, y ahí es cuando te estás acercando a lo que es escribir [ríe]. Sin nada de dinero, claro.

Ni yo mismo lo hubiese dicho mejor.

Lo cierto es que no leo mucha novela moderna. Hace muchos años estaba yo sentado con varios académicos y estudiantes en el pub y me preguntaron: “¿Has leído la nueva de Coetzee?”. Yo venía del pasar el día entero escribiendo. Les dije: “no tengo tiempo para putas novelas, soy escritor” [ríe]. A un historiador que estaba allí le dio un ataque de risa, y dijo: “sé exactamente lo que quieres decir”. Siempre que alguien me recomienda o regala una novela estoy a punto de leerla, pero de repente topo con un atractivo volumen de poesía inglesa del XVIII, y leo eso.

Llevo escritas seis novelas, y cada vez que termino una me invade la sensación inequívoca de que salió por alguna casualidad improbable, que nunca podré equiparar su calidad y que, en resumidas cuentas, estoy acabado. ¿Te sucede lo mismo a ti, después de treinta y pico discos?

Me cuentan que son más bien cuarenta y cinco. Cincuenta, si incluyes los casetes. Nunca he temido que se secara la fuente, pero sí estuve tres años sin hacer casi nada de música, a finales de los noventa, incluso me planteé dejarlo, pues nadie parecía interesarse por lo mío. Y como había abandonado todos mis aparatos de DIY ni siquiera podía emplear mi viejo método. Empecé de nuevo por accidente, cuando me ofrecí a la radio local para grabarles algunos anuncios absurdos. Tenían un estudio de bolsillo donde de repente empecé a plantearme grabar nuevo material, y sin darme cuenta ya volvía a estar en esa pendiente resbaladiza de grabar un elepé, y luego otro, y otro, sin casi pausas intermedias. Me gusta grabar álbumes, y lo más probable es que siga haciéndolo siempre, pues estoy muy satisfecho con el nuevo disco. Bob Dylan dice que seguirá yendo de gira hasta que caiga muerto, su vida es una gira permanente, y yo haré lo mismo solo que en un programa constante de grabaciones. Encadenando álbumes. Como un rollo de material que va saliendo, y que cortas aquí y allí. También me gusta publicar al momento, sin pensarlo demasiado. Me gusta que las cosas obedezcan a un zeitgeist, que estén encajadas en un momento temporal. Grabas un cierto material a lo largo de un periodo concreto, y lo sacas, y queda como testimonio de aquel tiempo. Los Beatles lo hacían. Cada uno de sus discos era una pequeña cápsula de lo que eran y hacían y escuchaban en aquel momento, en un mundo tan cambiante como el de los sesenta. Nadie hace eso ya, capturar una sensación subconsciente y subliminal, y sacarla. Dos discos al año, si procede. Pero más que dos no, porque entonces te vuelves loco, dejas de responder cuando te interpelan, o te ofrecen una cerveza y la tomas y no das las gracias [ríe].

Una última cuestión. Nunca he sido capaz de discernir el criterio por el cual algunos de tus álbumes salen a tu nombre y otros al de Cleaners From Venus. ¿Hay un método?

Empecé siendo Martin Newell. En los noventa hubo una época en que dejé de grabar y me concentré en hacer poesía y escribir, y fue al final de esa época en que grabé mi primer álbum en solitario, The Greatest Living Englishman. Pero todo lo que hice en un cuatro pistas, de antes o de después, sin dinero ni un estudio de grabación en condiciones, pertenecía al espíritu Cleaners From Venus, así que ese fue el nombre que utilicé. Es mi marca. Si adquieres un álbum de Cleaners From Venus sabes los parámetros a los que te enfrentas: no estará grabado en un estudio caro, ni tendrá productor, pero estará lleno de canciones bien escritas y tocadas al modo excéntrico. Cada día soy mejor productor, así que ni siquiera podrán llamarme lo-fi. Creo que ahora soy mid-fi [ríe]. Kiko Amat

(Esta entrevista se publicó originalmente en formato editado en El País. La que acaban de leer es la charla sin cortes de ningún tipo. El copyright es de Kiko Amat. Contribuyan a la preservación del pop sublime comprando discos de Martin Newell / Cleaners From Venus en el bandcamp del artista).

MARTIN NEWELL (CLEANERS FROM VENUS): “La fama es un vestido que no le queda bien a todo el mundo”

He publicado en El País una pieza entrevistante con uno de mis músicos favoritos y faro en lo espiritual, Martin Newell, de Cleaners From Venus. Me encanta este artículo; espero que les encante a ustedes también y que sirva para difundir su palabra.

En unas semanas colgaré la charla entera, que fue tremendamente didáctica y cachonda y extensa y amplia.

Compren sus discos (por su bien). Y que viva Wivenhoe!

La canción del viernes #55: CLEANERS FROM VENUS Ragged winter band

Esta es la primera vez que un artista repite Canción del Viernes. Martin Newell ya les alegró un día de Navidad del 2018 con «Christmas in suburbia», que colgué en este sección (#35, por si quieren revisitar).

Ahora acaba de sacar nuevo álbum, esta vez bajo su clasico nombre de Cleaners From Venus (nunca he sabido ver el criterio por el cual sus discos se publican con uno u otro apelativo; sospecho que lo hace a pito-pito-colorito). El disco se llama Dolly Birds & Spies y es absolutamente fantástico. Pueden comprarlo por 6 miserables libras esterlinas en su Bandcamp. Pop clásico e inmortal de manufactura DIY (con lustre; nada lo-fi) por parte de uno de los grandes genios desconocidos de nuestro tiempo. La que les incluyo es el hitaco obvio del álbum. Una pieza que me emulsiona.

A propósito de todo esto: mañana llamo a Newell a su casa (Wivenhoe, Essex, UK) para charlar sobre el nuevo disco y sobre su carrera. Publicaré la entrevista en El País, en breve. Permanazcan sintonizados.

ROGER DALTREY: «Siempre me han irritado las modas del rock»

Mi entrevista exclusiva con Roger Daltrey, cantante de The Who. Mi labio superior, si quieren saberlo, se mantuvo firme durante toda la charla. Léanla en El Periódico de Catalunya, en este link.

THE CLAIM: el eslabón perdido entre Kinks y Blur

Resultat d'imatges de the claim bandCon ese pedazo de titular que roza lo amarillento introduje mi artículo sobre The Claim para Babelia de El País. A día de hoy, incomprensiblemente (dada la rareza incurable de la banda), uno de los más leídos de la sección de cultura del periódico. Quizás gracias al mencionado título.

Soy muy fan de The Claim y me siento bastante solo en esa tesitura, así que hagan el favor de unirse a mí, leyendo y compartiendo la pieza.

En breve colgaré aquí mismo una extensa charla que mantuve con David Arnold, guitarrista de la banda, en el año 2013, y que desde el desmantelamiento de la antigua web de Bendito Atraso permanecía inédita.

Pueden escuchar el primer single de The Claim en 26 años, «Journey» aquí. Háganlo. Dios del cielo, qué voz.

Kiko Amat entrevista a BRADFORD

Resultat d'imatges de bradford skin storm

Es un miércoles cualquiera en El Cubil. Mi uniforme es el de faena: pantalones de pijama arrugados y camiseta con el cuello deshilachado. Quizás debería haberme arreglado un poco (me digo, volviendo un poco el rostro, ante el reflejo de la pantalla). Muevo la taza de té cenagoso. Desde la ventana de Skype me observan sonrientes Ewan Butler y Ian Hodgson, ambos exmiembros de la desaparecida banda Bradford. Butler, en camiseta blanca de manga corta, se camufla con la pared enyesada del cuarto de los trastos, pero Hodgson luce cazadora Harrington color burdeos y sombrero pork pie de ala estrecha con pluma al estilo suizo. Su elegancia es un tanto incongruente. A su vera hay una máquina de coser; se distinguen figuras humanas en movimiento (hijos, esposas) por el resquicio de la puerta entreabierta. No es la mansión de una vieja estrella del pop. Weller no pernocta aquí.

Y sin embargo Bradford estuvieron a punto de ser muy grandes, de subirse al bajel del pop inmortal; pero se quedaron en el puerto, maletas en mano y examinando sus pasaportes con desazón. Lo leerán en sus palabras un poco más abajo. Fueron los mimados de la prensa pop inglesa durante un brevísimo periodo de tiempo (1988-1990). Morrissey, líder de la banda más grande del país en 1985, The Smiths, les aplaudió en público hasta despellejar sus delicadas manos. Ficharon por Foundation, el sello “emergente” de Stephen Street (aunque a decir verdad todo bicho viviente de la industria les tiraba los trastos). Telonearon a Morrissey en su primer concierto en solitario, Wolverhampton Civic Hall 1988. Y más cosas, y más cosas [léanlas en mi pieza para Babelia de El País]. Y de repente cayó la guillotina, y la fábula quedó descabezada de un modo tan cruel como imprevisto.

Hoy en día poca gente recuerda a Bradford. Para algunos solo son los compositores originales de aquel “Skin Storm” que Morrissey incrustó en una cara B. Y aunque es cierto que muchos grupos inmensos lo son por una buena razón (eran mejores que la competencia) a veces la industria y los movimientos sísmicos culturales se tragan a bandas que, en otro tiempo y lugar, habrían sido de largo recorrido. Bradford son ese tipo de banda. Las coordenadas tal vez les suenen: ascéticos, pandilleros, alienados, vulnerables, amantes de las trompetas y la desnudez emocional, cráneos al tres, trapos clásicos de calle, izquierda compasiva sin panfletos, hits gigantes, baladas melancólicas. Himnos al coraje y a la autodeterminación. Poco antes de que debutaran, London 0 Hull 4 de The Housemartins había llegado al #3 de las listas y tanto Our Favorite Shop de The Style Council como Meat is Murder de The Smiths al #1. Bradford se preparaban para una fase imperial que jamás llegaría. Y hoy, con el recopilatorio Thirty Years of Shouting Quietly (A Turntable Friend) ya en la calle, están aquí conmigo, en Skype, para hablar de aquellos años.

Resultat d'imatges de bradford skin stormLa palabra «skinhead» aparece en varios artículos de la época sobre la banda. No sé si vosotros os definíais como tales o simplemente la prensa os bautizó así por el corte de pelo y las botas.

EWAN BUTLER: Ian y yo estuvimos expuestos de forma masiva al movimiento punk cuando éramos jóvenes. Ambos compartimos influencias muy similares; bandas como The Clash y The Jam fueron clave en nuestro desarrollo musical, y ellos a su vez tomaban influencia y estética de los movimientos de los 60 y 70 a los que estábamos destinados a desembocar. Siempre nos había encantado el sonido y la actitud de la generación mod y su estrecha relación con el sonido Motown y Ska. Mi hermano mayor era skin, y a través de él conocí a grupos como los Redskins. Yo estaba en ese punto de la adolescencia en que necesitaba adoptar otra pinta. Había sido punk y llevado un peinado mohicano, y me pasé a lo skinhead poco antes de que empezara Bradford como banda. Ian y yo nos conocimos, y él también adoptó la imagen al entrar en el grupo. Supongo que fue y sigue siendo un look elegante que provoca una reacción, sea la que sea … No es un estilo que puedas ignorar fácilmente.

Ian Hodgson: La ropa es muy importante a la hora de expresarte, especialmente entre la juventud de clase obrera. Cuando salimos nosotros estaba en boga el estilo casual, callejero y futbolero y elegante, y muchos de mis amigos lo llevaban. Yo venía de ese sector, y a la vez me gustaban The Small Faces y The Jam; iba un poco de mod. Así que para mí no fue un enorme cambio lo de adoptar el rollo skin cuando me uní a Bradford. Simplemente me corté el pelo y me puse una chaqueta distinta. Fue algo natural.

Lo que me gusta es que es un look skinhead pobretón: abrigos del padre, tejanas gastadas, zapatos de gente muerta… Como si fuerais los hermanos pequeños de un skin.

IH: Sí. Siempre hemos sido aficionados a la ropa de tienda de caridad. Todo lo que llevo ahora [se señala] es ropa de charity shop [enumera una a una todas las prendas que luce, y su precio correspondiente]. Este look cuesta, en total, unas quince libras. Pero no se trata solo de la ropa, sino también de la cultura: música y libros. Vivíamos barato, porque nadie tenía un duro. En esas tiendas puedes hallar cosas envueltas en polvo que te pueden lanzar a un viaje radical por caminos imprevistos.

EB: En los ochenta no había el acceso a las cosas de hoy. Nos encontrábamos perdidos la mayoría de las veces. Tenías que inventar lo que hacías, o construirlo de cero. No solo en términos de ropa o discos, sino de cara al grupo, a los instrumentos o cosas que necesitabas saber o cómo tocar. Firmábamos el subsidio del paro, los cinco, y no teníamos dinero para gastar en amplificadores o instrumentos. Así que nos las apañábamos con lo que había. Éramos chavales de clase obrera sin estudios. Nadie en Bradford nació con una cuchara de plata en la boca. Todo era bastante difícil, pero a la vez nos dio una conexión a una tradición y a la música que nos inspiraría.

La primera vez que escuché a Bradford me parecisteis una combinación de The Smiths, The Housemartins y The Jam (de la época Setting Sons). Y también Dexy’s Midnight Runners. ¿Es eso más o menos aproximado a como lo veis vosotros?

EB: Sí, todos ellos. Eran grupos que buscaban emocionarte. Muy inspiradores. Te invitaban a moverte, a hacer cosas. Y todas sus letras eran relevantes, hablaban de cosas que experimentábamos cada día. Esos grupos tenían todo lo que yo buscaba en el pop. Una cierta intensidad y creencia absoluta en lo que hacían.

IH: No había mucho dinero para comprar álbumes. Podrías decir que nos alimentamos de una corriente muy estrecha de grupos. Un puñado. Pero a la vez eran bandas que, por sí solas, abrían avenidas enormes, sacabas mucho de cada una de ellas. De cada elepé. Era algo que venía del corazón, y buscaban expresar emociones honestas y reales, y creo que como banda no puedes aspirar a más. Es un punto de partida muy fuerte, empezar con Dexys.

Resultat d'imatges de bradford shouting quietlyEsos grupos expresaban una sensibilidad antimacho que fue muy importante en Bradford. La capacidad de mostrar vulnerabilidad. Tenían baladas melancólicas, te alentaban a mostrar tu lado débil…

IH: Es una combinación imbatible: tíos con pintas de duros pero corazones blandos [ríe]. Yo acababa de dejar mis estudios, en 1984, y justo empezaba a firmar el paro cuando escuché aquello de “I never had a job because I never wanted one”. Grupos como The Smiths hicieron que la identidad masculina fuese algo más fluido. En Bradford venimos de lugares muy macho, de crecer en Blackburn junto a gente que todo el rato se estaba metiendo contigo, por tu peinado, por tu pinta, por lo que fuera… Pueblos violentos. Peleas en pubs. Las bandas que nos gustaban nos dieron permiso para ser algo más… amplio que un hombre corriente. Te proporcionaban aspiraciones que venían de un poder superior. Una mirada ancha. Yo vi a The Jam en 1982 en el Manchester Apollo, y tuve la oportunidad de ir al camerino a conocerles. Paul Weller era mucho más hermoso de lo que había imaginado. Tenía unos ojos muy bonitos, y me di cuenta de que llevaba lápiz de ojos. Así que yo empecé a llevarlo también. A veces incluso me pintaba las uñas de negro. Todo eso confundía a la gente, despertaba animosidad. Pero dime: ¿qué hay de malo dar brincos por ahí con los ojos pintados, EH? [ríe].

EB: Cuando eres adolescente topas de narices con todas las contradicciones inherentes a lo de ser hombre. Empiezas a darte cuenta de cómo te sientes por dentro, y los problemas que tienes para comunicar esas emociones. Aparecen sensaciones mucho más tiernas. The Smiths fueron capaces de exponer esas contradicciones de un modo que hizo que mucha gente se identificase con ellos y se acercara a su música. Cuando teloneamos a Morrissey en su primer concierto en solitario, en Wolverhampton, en 1988, el público eran 4000 personas, en su gran mayoría hombres, sin camiseta, jaleando a otro hombre, también sin camiseta, en el escenario. Era una situación curiosa, porque el ambiente carecía por completo de testosterona. Habían invertido las expectativas que se tenía del género masculino.

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Ian Hodgson y Ewan Butler, segundo y tercero por la izquierda

Había otras escenas que también defendían la torpeza social y la masculinidad defectuosa, pero eran muy distintas a vosotros. Todo ese rollo de C86 y twee escocés parece mucho más cerrado y de clase media que vosotros.

EB: Desde luego. Eran estudiantes, para empezar, y con orígenes adinerados. Tocábamos con ellos, teníamos buena relación personal, pero no nos parecíamos demasiado musical o espiritualmente.

IH: En 1989 tocamos en el Locomotive de París con un grupo londinense llamado The Corn Dollies. Estaban de gira europea. Conocí a su batería, Jack, en un ascensor. Era de clase media-alta. Tenía un acento muy pijo pero pinta de troglodita. Cuando aparecía te lo imaginabas al lado de un fuego, en una caverna, sosteniendo un garrote. Me dijo [imita acento pijo inglés] “he estado de fiesta toda la noche, bebiendo, y tal…”. Y era tan cliché, tan cliché estudiantil, que parecía una broma sacada de The Young Ones. Estuve a punto de carcajearme. Nosotros éramos distintos a toda esa escena. Éramos una pandilla. Tocábamos con grupos más grandes que tenían mejor equipo, pero nosotros ensayábamos más.

Lo irónico es que esos grupos tenían los medios para ser enormes, pero preferían dirigirse solo a su camarilla de anoraks. Mientras que grupos como vosotros o The Housemartins, por decir solo un ejemplo, quisisteis siempre llegar al máximo de gente posible.

IH: Por supuesto. No queríamos ser U2, pero si llegar al máximo de gente sin comprometer nuestros ideales. No llegamos a demostrarlo porque nunca llegamos a ser grandes [ríe]. Pero sabíamos que lo que teníamos era bueno, aunque quizás un poco fuera de época. Creo que nos hubiese ido mejor en otra década. Unos años después, durante el Britpop. Tal vez.

50 peniques más grandes que The Stone Roses

Ese parece ser el consenso general: “5 años tarde para la Smithsmanía, 5 años temprano para el Britpop”. Entre guerras.

IH: Creo que sí. Cuando aparecimos nos tocó ser de veras un “gang of one”. Estábamos bastante solos, no nos sentíamos cercanos a ninguna banda del momento. Nos gustaban grupos pequeños como The Way, de Yorkshire, que llevaban sección de viento, y otra banda llamada 3-Action!, de Hull, muy del rollo Housemartins, también socialistas politizados como nosotros. Ya sabes lo que sucedió con Margaret Thatcher en el Reino Unido y su ataque a la clase obrera. En cualquier caso la cultura del lujo y del escapismo nos decantó hacia el otro lado: nos volvimos muy austeros y realistas, tanto en la pinta que llevábamos como en la forma de vida.

EB: Creo que la prensa decidió que el nuevo estilo en boga iba a ser el Madchester, y concentraron en ello todos sus recursos. Hasta entonces habíamos tenido una visibilidad enorme en prensa, Morrissey había declarado que éramos los herederos de The Smiths, y durante unos seis meses se nos consideró los “protegidos” de los periodistas. Parecía que no podíamos hacer nada mal. Y de repente, de un día para otro, todo cambió. Nos vimos con el paso cambiado, no encajábamos en absoluto. Fue algo difícil de tragar, si te soy sincero, incluso creó tensiones irresolubles entre nosotros. Porque estábamos construyendo algo desde aquel éxito inicial y de repente el suelo desapareció bajo nuestros pies.

Lo de elevar bandas a la estratosfera para luego aplastarlas contra el asfalto es una vieja tradición de los semanarios musicales ingleses…

EB: Llevamos muchos años en terapia [sonríe].

IH: Es un poco como si te sacaran de la montaña rusa en la que estabas y te pasaran al tiovivo de caballitos para niños pequeños. Cuesta acostumbrarse al cambio, te sientes un poco ridículo. Dando círculos una y otra vez por el sitio donde empezaste, y del que creías que habías escapado. De salir en el NME cada dos por tres me vi en la cola del paro otra vez. En 1992 ya habíamos estallado en llamas, de nosotros no quedaban ni las cenizas. Fue difícil acostumbrarse a eso. ¡Pero ahora estamos bien! [pone cara de paciente de psiquiátrico].

Resultat d'imatges de bradford skin stormHe leído que “todo acabó de un modo horrible” para vosotros.

IH: Éramos cinco jóvenes emocionales. Cuando empezó la caída todos buscamos una razón, alguien a quien culpar del desastre [simula sollozar]: “fue tu forma de tocar el bajo”, “no, fue tu voz”. Algo que nos era ajeno -un cambio de dirección musical en todo el país- se internalizó.

EB: Admito que yo estaba en estado de shock. Fue duro. Tampoco es que fuese algo tan raro o inusual: éramos cinco chavales de una edad en que la gente discute y se pelea y termina amistades. Nosotros, además, estábamos en un grupo, con todas las tensiones añadidas que eso conlleva. La gente te empieza a hartar, por ninguna razón en particular.

IH: No somos violentos. Nos gusta la paz. Así que no nos lanzamos a trifulcas a puñetazos entre nosotros. Aunque admito que algún empujón torpe en el local de ensayo sí que hubo.

EB: Algún bolsazo [ríen].

Pero hemos ido a lo horrible sin pasar por lo celestial: la época en que Morrissey dijo “Lust roulette” casi me hace llorar”, Stephen Street os fichó para su sello Foundation…

EB: Al principio fue inmenso. Pura euforia. Antes de que Morrissey hablara de nosotros solo éramos un grupo local haciendo conciertos locales. Y de repente Morrissey nos arrancó de la oscuridad, salimos en el NME,  Melody Maker y Sounds, todo el mundo quería saber quién éramos, Morrissey y mucha otra gente venía de visita a Blackburn… Fue una experiencia inmensa, irreal, y pasó tan rápido que nos quedamos pellizcándonos, tratando de decidir si había sucedido de verdad.

IH: Geoff Travis, de Rough Trade. Adrian Thrills, del NME. Visitantes habituales. Muchos mánagers y agentes, de CBS y otras multinacionales, venían al local de ensayo blandiendo sus chequeras. Pero al final nos quedamos con Stephen Street. Conocerle fue la segunda mejor cosa que le pasó a la banda. Se convirtió en un sexto miembro. Su mentalidad y estética era la nuestra. Fue una bendición, nos ayudó a encontrar un foco. Por supuesto, más tarde su sello entró en bancarrota y todo se fue a pique.

Morrissey entabló amistad personal contigo particularmente, Ian.

IH: No tengo muchos ídolos: Joe Strummer, Paul Weller, Kevin Rowland y Morrissey. Que Morrissey dijese que mi grupo merecía heredar la corona de The Smiths, en un momento en que lo que él decía se tomaba como un evangelio… La vida no podía ser más hermosa. Morrissey incluso vino a visitarme unas cuatro veces a Blackburn, me llamaba regularmente y cuando estaba de gira nos intercambiamos muchas «notas tontas» (postales y cartas, así como programas de sus giras americanas). Fue una relación de amistad fantástica. Él era muy erudito, había leído mucho y poseía un vasto conocimiento de cultura pop británica, así como de películas y comedias kitchen sink de los años 50 y 60. A veces era un poco tímido, pero divertido a matar, con un sentido del humor norteño muy seco. Creo que le gustaba mi aspecto skinhead, y acabé dándole mi copia del libro Skinhead de Nick Knight, que le encantó. Creo que aquel libro, de hecho, influyó en su carrera; fíjate en las botas y dobladillos que lleva en las primeras fotos de su carrera en solitario. Cuando se mudó a Los Ángeles perdimos contacto. Hacia 1992.

Terminemos hablando de política. Me gusta que vuestra perspectiva izquierdista fuese de “experiencia vivida, no consignas marxistas”, como dice de vosotros Fergal Kinney, de Louder Than War, en el recopilatorio.

IH: En aquella época había muchas bandas que utilizaban retórica marxista: Easterhouse, Microdisney, McCarthy, That Petrol Emotion… Nosotros éramos distintos. Nos interesaba un tipo de decencia más general, ayudar a la gente y todo eso, más que hablar de revolución. Varios de nosotros hemos terminado trabajando de enfermeros, o ayudando a niños con minusvalías, yo trabajo en la Cooperativa de comida orgánica local, Ewan ayuda a pacientes mentales, o a gente que se está recuperando de un infarto… Cuando terminó la banda no nos vendimos al demonio; no empezamos a vender seguros de vida. Creemos en la humanidad, y siempre hemos intentado ayudar. Por eso estamos aquí.

(esta entrevista es una exclusiva de Kiko Amat para Bendito Atraso).

Bradford: otro clásico perdido del pop inglés

Ahí va mi pieza sobre BRADFORD, desenterrados ilustres de este año y grupo favorito desde ya mismo y forever, que publicó con gran tino el suplemento Babelia de El País.

Proximamente en este sitio, entrevista exclusiva con dos miembros de la banda.

Oh, lo olvidaba: pueden comprar la recopilación aquí. Será el dinero mejor invertido de este 2018.

La canción del viernes #31 y #32: MADNESS Blue skinned beast y E.R.N.I.E

Una canción no muy famosa de Madness que me deja embelesao. Es una de las escasas canciones abiertamente políticas del grupo. Anti-Thatcher y anti-militarista. Me gusta esto que dicen: «Don’t look shocked when it comes your turn«. Yo le digo lo mismo al gobierno del estado Español. Rajoy, no pongas cara de pasmo cuando te toque caer.

Apareció en el The Rise & Fall, en 1982.

Mi canción favorita de Madness es «Bed & breakfast man». Es la que me emocionaba a los 16, y nada ha cambiado desde entonces (quiero decir que ha cambiado todo, pero no las canciones que me ponen la piel de gallina). Sin embargo no les incluyo esa, porque es muy conocida. Prefiero poner una secundaria que también me deja embelesao: «E.R.N.I.E».

Es del Absolutely, de 1980. De niño no sabía de qué rayos iba. Solo entendía una frase: a thousand winners every week. Ahora sí lo sé: va de lotería, y de la máquina ERNIE, la que sacaba las combinaciones de números. Hagan con este conocimiento completamente inútil (tengo muchos de esos) lo que les plazca.

 

 

Madness por fuera, sadness por dentro

Es el título de esta piececica que he escrito para El Periódico con ocasión de la visita de Suggs (Madness). Léanla. Ha quedado bien.

Miren en la entrada anterior para descubrir mi (periférico) papel en ella. La visita, no la pieza.

Por lo demás, planeo llevarle al bueno de Suggs varios discos para firmar y varias frentes de rorros que bendecir.