Revancha: 3 entrevistas seleccionadas con Kiko Amat

Desde que publiqué mi novela Revancha en enero del 2021, hace cuatro meses, me han entrevistado para todos los medios imaginables. Solo me falta aparecer en el Jara y sedal y La Atalaya.

De todas las publicadas, les he seleccionado 3. Reseñas no incluidas, porque no las leo.

La de Xavi Ayén para La Vanguardia.

La de Gerard E. Mur para Núvol, recientemente traducida del catalán.

La de Patxi Irurzun para el suplemento cultural vasco ON (es en papel; les cuelgo link a la web del entrevistador, donde se halla la pieza completa).

Hubo muchas otras, algunas de ellas bien buenas, pero creo que estas tres resumen un poco my shit, tanto por las preguntas efectuadas como por mis putamente brillantes y lúcidas respuestas.

Parlem amb Kiko Amat (Biblioteques BCN). La charla.

Me lo pasé bomba conversando con Xavi Ayén en esta amena y enjundiosa plática para Biblioteques de Barcelona. Se la recomiendo. Dura una hora, ábranse algún bebible, lectores y fans y apóstoles.

Parlem amb KIKO AMAT (Biblioteques BCN). El anuncio.

El Destilador Cultural entrevista a Psycholand

Y pueden escucharla aquí. Es, oficialmente, la primera entrevista que se nos hace a 100 Patadas / Psycholand como podcast constituido. Se nos oye algo cavernosamente, pero no estabamos en una gruta, sino en casa de Benja. Es una charla instructiva y muy divertida que explica cómo nació Psycholand, cuál es su espíritu y cuáles son sus metas. Se la recomiendo.

El Sentido de la Birra #86 (una entrevista con Kiko Amat)

Esta entrevista me la hicieron hace un par de semanas los de El Sentido de la Birra, popular videopodcast de entrevistas. No recuerdo haber grabado jamás una entrevista tan larga, se extiende durante una hora y cincuenta minutos, como los discursos más breves de Raúl Castro.

Fue una charla agradable repleta de buenas preguntas y alguna respuesta molona. En ella hablo del oficio de escribir, de Rompepistas y Cosas que hacen BUM, del podcast Psycholand, de nerdez infantil, de odio sempiterno y violencia, de Dickens y Milton, de clasismo y clase, de subculturas rocanroleras, de santos cristianos y los hermanos Strasser, de normalidad y locura, de debilidad por la plebe, de escribir por desquite, de sentimentalismo vomitivo y, por alguna razón insondable, de Rod Stewart.

También se me puede ver yendo a mear, en una escena que podría haberse transformado fácilmente en Agárralo como puedas (si llego a llevarme el micro al váter).

El look es Baden-Powell/Wandervogel flipado y avejentado con monkey boots y camiseta de Males Herbes. No traten de copiarlo cerca de hospitales psiquiátricos.

Entrevista a Kiko Amat en Levante-EMV

El link es solo para suscriptores, así que les adjunto el link: 21-12-19 LitiPop Lev, para fans y lectores y peña que escribe Nando Dixcontrol en el buscador pero luego se lee otras piezas de Bendito Atraso, ya que están allí.

Una medida excepcional que tomo porque es una entrevista realmente precisa. Me la hizo Voro Contreras. Gracias, caballero.

Una entrevista con Culturplaza

Una de muy chula, de hecho. Me la hizo la periodista valenciana Marta Moreira para Culturplaza. Cómo pudo condensar (y bien condensado) en ese puñado de párrafos la HORA Y CUARTO de verborrea que le endiñé por el teléfono fijo, casi sin tomar aire (y en pijama, declamando como un orate), es algo que, aunque sé como se hace (lo hago a menudo), no puedo sino jalear.

Preguntas fuera de lo habitual, y temas de oficio, de escritura, y también de clase y violencia, que son las que me sulibeyan.

Léanla aquí.

Entrevista a Kiko Amat en Manantial

Los hombres y mujeres de la Fundación Manantial, una asociación de familiares fundada en 1995 y formada para mejorar la atención social y sanitaria de las personas con problemas de salud mental, y que son lectores y fans de mi última novela, me han hecho hace poco esta dulce entrevista.

En ella hablo sobre todo de literatura, de mis comienzos y de locura. Y, naturalmente, de Antes del huracán.

En nom propi: Carlos Zanón y Kiko Amat

Zanonamat! Znort!

El día 28 de febrero (leches: hoy) estaremos CARLOS ZANÓN y el menda canelo KIKO AMAT charlando en la llibrería Calders, a las 19 of the clock.

Al tanto: estaremos hablando el uno del otro, no cada uno de lo suyo. La cosa forma parte de un ciclo llamado En nom propi donde los autores hacen justo lo que les acabo de decirt.

Creo que va a chanelar. Y hay bar. Vénganse.

Kiko Amat y Edward Bunker en Vilassar Noir, 28 de octubre

Es un decir. No voy a estar con Edward Bunker. Por fan que sea, no voy por el mundo profanando tumbas.

Pero sí voy a estar hablando de él, en compañía de su editor español (Dani Osca, de Sajalín), en el marco del festival Vilassar Noir, el día 28 de octubre, domingo, a las 13h, hora exacta -y sagrada- del vermut (lo han hecho a propósito).

¿La información del evento? Pues aquí la tienen, en este machucanfio. Cliquen y ¡zum! Estarán allí.

Kiko Amat entrevista a QUIMI PORTET

El Quimi y yo, charlando. Pueden considerar esto la hermana gemela de mi entrevista con Manolo García, también para Jot Down, del 2015 o así. Con esta mitad se completa la esfera de Los Burros y El ültimo de la Fila. No, no pienso empezar a entrevistar a los roadies, ahora.

No solo es para fans locos de «El Último». Creo que les gustará a muchos de ustedes, allá donde se encuentren. Es larga, como ya imaginan, pero carece de pegotes.

Huracaneando pt.4

Siguen apareciendo reseñas y entrevistas sobre mi quinta novela, Antes del huracán. Mis promociones siempre se extienden hasta el infinito y más allá.

Esta de acá es de la eficacísima y profunda Miriam Cano, para La Jornada, un semanario de los míos. La entrevista es una de las buenas. Es en catalán.

Esta d’acó apareció en El Asombrario, de Público, otro periódico de los míos, y me la hizo el entusiasta y excelente lector Carlos Madrid durante mi primera visita de promoción. Es en castellano.

Y entonces, no se me vayan a la ducha aún, está esta reseña-entrevista muy laudatoria y estupendamente bien construida que ha hecho Esteve Plantada para Nació Digital. Es en catalán y, corcho, está requetebien y dice cosas sensacionales de la novela y el autor (agradecío, Esteve).

Huracaneando pt.3

La ENORME reseña de Antes del Huracán en Babelia de El País. Una gran pieza, no solo porque diga que el libro es la pera y altísima literatura y todo lo demás, sino porque sabe explicar por qué. Jordi Gracia, I think I might be in love with you (although I don’t know you). Créanme si les digo que en esta reseña se dicen unas cuantas verdades.

Santiago Velázquez, del Huffington Post, también nos pilla el lado bueno en esta entrevista. Que diga que soy «el John Fante español» le hace persona sumamente grata en mi casa, y de modo vitalicio. Santiago, aquí tienes mis quintos, que son también los tuyos.

Internet no es la respuesta #2: una entrevista a ANDREW KEEN

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El angloamericano Andrew Keen es uno de los grandes críticos de la llamada “revolución digital”. Ha escrito cuatro libros: The Cult of the Amateur, Digital Vertigo, Internet no es la respuesta (Catedral, 2016) y el recién publicado How To Fix The Future. Keen no es un ludita con taparrabos -actualmente es director ejecutivo del salón de innovación de Silicon Valley FutureCast- ni vive en un yurt en medio de las montañas: de hecho oficia a menudo como orador público y presentador de Keen On, un popular programa de chat en TechCrunch (web de noticias sobre tecnología y startups). Quizás sea el tipo mejor dispuesto para hablar de los peores aspectos de internet.

Cuando intento conectar con él mediante Skype mi versión ha caducado (o algo similar) así que finalmente no me queda otro remedio que llamarle a Nueva York por el viejo método de la telefonía tradicional. Un inicio auspicioso, y muy ad hoc, para la charla que tiene lugar a continuación.

Supongo que una de las primeras mentiras a las que deberíamos enfrentarnos es al hecho de que internet sea “democrático”.

Quizás lo sea en el sentido de que puedes entrar y salir de él cuando desees, por ejemplo, y que todo el mundo pueda hacerlo, pero en términos de propiedad, “el ganador se lo lleva todo”, como dicen en los casinos. En internet hallas un chocante monopolio de poder, dinero e influencia. Incluso en redes sociales como Twitter hay un ganador claro. En internet, dos o tres empresas se llevan el pato al agua y concentran toda la atención, mientras la vasta mayoría de la gente es ignorada. La contradicción es que la naturaleza vanguardista de la arquitectura digital aloja potencialmente una democracia mayor, pero esa misma naturaleza provoca enormes desigualdades en poder, influencia y dinero.

Los humanos a lo largo de la historia nos hemos tragado una cantidad colosal de mentiras capitalistas, pero en términos de popularidad transversal esta se lleva la palma. La izquierda, los anarquistas… Todo el mundo ha sido hipnotizado por internet.

No creo que todo el mundo se lo haya tragado. Yo no me lo tragué. Pero sí creo que el secreto de su éxito es lo seductivo de su propuesta. Mi segundo libro originalmente se titulaba La gran seducción. Hay algo tentador, y también peligroso, en cualquier tipo de nueva tecnología. Al final lo terminé llamando Digital vértigo, por la película de Hitchcock en que un hombre se enamora de alguien inventado. Ese tipo de vértigo obsesivo es un tema recurrente en la historia de la humanidad. Si Vértigo es considerada una de las mejores películas de la historia es porque resuena en nosotros: solemos enamorarnos de falacias, e internet es un ejemplo perfecto de ello. Es un ente que parece perfecto, puro, sin efectos secundarios negativos, abierto a todo el mundo, todo el mundo puede innovar, empodera y ennoblece… Históricamente, cuando tienen lugar seducciones de esta índole aparecen problemas. En mi libro menciono de forma recurrente el Utopía de Thomas More, que por supuesto era un libro distópico, una crítica de un mundo perfecto que no es posible.

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Muchos de los defensores de internet venían de la contracultura. Viejos hippies sobreexcitados como John Perry Barlow, que había formado parte de Grateful Dead, o Kevin Kelly y su “tecnocháchara”.

Eso es muy interesante. En los sesenta hubo un cisma entre la izquierda más politizada y la izquierda comunal y contracultural. Sucedió en Europa también, pero el fenómeno sobre todo se dio en la Costa Oeste de los Estados Unidos. Unos se involucraron más en política y vida civil de forma más activa, mientras que los otros se replegaron a un mundo de fantasía y drogas. Lo que sucedió con internet fue que la “revolución digital” se convirtió en un proyecto de la contracultura, de aquellos que habían rechazado la política convencional. Cuando lees a Barlow te das cuenta de que rechazan la importancia de la política en la vida. A la vez creo que hay un trasfondo religioso en todo ello. No es una coincidencia que Kevin Kelly, una figura icónica y típica de la contracultura (fue a la India, a Asia, meditó, se “redescubrió” a sí mismo) se convirtiese al evangelismo en uno de sus viajes. No digo que todos los hippies sean evangelistas, pero sí que hay una progresión lógica. La descentralización de la arquitectura digital es un reflejo de los valores de esa generación. Alguna gente dice que la tecnología no nace con “valores”, pero eso es una óptica muy simplista. Al crear una tecnología, esta refleja los valores de sus creadores. Así que la organización “anárquica” de internet tiene mucho que ver con esa cultura. Steve Jobs también fue a la India, por cierto.

Las propiedades mágicamente “liberadoras” que se le atribuyen al ciberespacio me recuerdan al “pilla la onda y desconecta” de Timothy Leary con el LSD. La zona libre psiquedélica y apolítica que predicaban aquellos se parece bastante a la web.

Sí, y eso explica por qué la mayoría de experimentos políticos de la red han resultado ser fracasos. Movimientos generados en internet como Occupy Wall Street o la primavera árabe carecían de una comprensión profunda de lo que es la involucración política, que finalmente no tiene que ver con “desconectar” o replegarse, ni siquiera con el “derecho a escoger”. Esto no es una comuna. Por eso redes sociales como Facebook resultan tan problemáticas: dejando de lado toda la corrupción económica que acompaña a Facebook, uno de sus mayores defectos es que te permite escoger a dedo a tu comunidad. El mundo no es así. No puedes decir: “oh, mi comunidad no me gusta, voy a construirme una a mi medida”. La implicación política es sinónima de relacionarte con gente que no es como tú, y hallar puntos en común. Eso no quiere decir que no suceda nada bueno en internet. Simplemente, Occupy Wall Street simboliza los problemas filosóficos inherentes en los movimientos políticos online: es una involucración sin cuerpos donde la gente cree que puede hacer lo que quiera y decir lo que quiera, donde no hay leyes… Pero cualquiera que haya estado metido en movimientos políticos sabe que tienen, y deben tener, tantas leyes como las del sistema al que se oponen. Never Again MSD, los movimientos antiarmas, OWS, #MeToo, deben aprender de estos fracasos. No digo que no tengan potencial.

Por no decir que las grandes corporaciones son las que sacan mayor tajada de esos movimientos. No puedes empezar un movimiento revolucionario que haga millonarios a Google o Amazon.

Lo que resulta increíble es que esas corporaciones hayan pretendido actuar por el bien común, y les hayamos creído. El mundo ha cambiado dramáticamente desde que escribí mi libro. Entonces los defensores corporativos de internet afirmaban estar en esto para “conectar a la gente” y “liberar la información” por primera vez en la historia, y la gente se lo creía. Ahora esto ya no sucede. Todo el mundo sabe que internet es un gran fraude. Aquella basura de “redefinir las leyes del capitalismo” solo significaba que iban a modificar su forma de enriquecerse. La naturaleza del capitalismo no cambió  en absoluto, y la mayoría de sus precursores se convirtieron en multimillonarios. Jeff Bezos, el propietario de Amazon, es el hombre más rico del mundo. Vale 100 billones de dólares. Podría comprar España.

Hablando de “conectar a la gente”, creo que una de las consecuencias inmediatas nefastas de internet es la desaparición del concepto de intimidad o privacidad.

Sí, pero el concepto es muy viejo. La idea viene de Jeremy Bentham, un filósofo utilitarista de finales del siglo XVIII. Él inventó el Panóptico, un modelo arquitectónico que permitía mantener vigilados permanentemente a sus residentes, y así conseguir que se “portaran bien”. Hay una conexión intelectual clara entre Bentham y Zuckerberg. La idea predominante en Silicon Valley no es el anarquismo contracultural ni el utilitarismo, sino una mezcla de las dos. El utilitarismo cree que puede contabilizarlo todo, y la naturaleza de la revolución de los ordenadores es la cuantificación. Así que la idea no es nueva, solo se ha modernizado para hacerla menos agresiva y antipática que en el Panóptico, o los modos de vigilancia exhaustiva de ciudadanos de la Rusia soviética o la RDA. La más preocupante de sus ramificaciones, naturalmente, es la técnica de reconocimiento facial, que está siendo estudiada en la China, y que emerge como modelo para reconocer y suprimir desobediencia o disrupciones civiles en el siglo XXI. La tecnología avanza con el propósito de que haya un momento en que resulte imposible tener secretos, incluso si no has hecho ninguna de las estupideces habituales, como escribir un post borracho. El problema es que nos hemos convertido en el producto de plataformas como Google. Nos estamos vendiendo a nosotros mismos, a nuestros secretos. La era digital ha creado esta nueva forma de “capitalismo de vigilancia”.

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Pero el Panóptico solo se utilizó como edificio carcelario, mientras que la gente entra a internet por su propio pie.

El mundo en el que vivimos es una prisión de lujo. El concepto existe desde hace mucho tiempo. La diferencia es que se le ha dado la vuelta a esa prisión para que lo ocupe todo.

Zuckerberg opina que “tener dos identidades, la social y la virtual, es una señal de falta de integridad”. Es la forma de pensar de un sociópata.

Más que de un sociópata, yo diría que es la mentalidad de un niño. La raíz de ese pensamiento es una noción completamente simplista, infantil, de lo que son los seres humanos. A veces escuchas cosas como “a mi no me importa que la gente lo sepa todo sobre mí, no tengo secretos”. Pero si no tienes secretos no eres humano. Así de sencillo. Si crees que tu vida es un libro abierto, y no tienes ningún problema con que la gente sepa lo que haces o piensas a cada momento, entonces toda tu existencia es una gran mentira, y estás malgastando espacio en la Tierra. Nuestra especie es interesante precisamente por nuestra capacidad de tener secretos, no por nuestra transparencia. Y lo que hacemos como escritores, cineastas, poetas, es desvelar o confesar algunos de esos secretos. Lo alarmante es el desarrollo de tecnologías que permitan acceder a tus pensamientos. Se habla de ello en la ciencia ficción, pero no creo que se trate de ficción. En quince años pueden haber tecnologías que se conecten a nuestros cerebros y puedan averiguar si estamos excitados, o enfadados, o felices. Y las técnicas de reconocimiento facial son de lo más inquietantes. Se anhela descubrir la sexualidad de la gente basándose en sus rasgos y aspecto exterior. Eso implica que nuestros derechos individuales serán violados de forma sistemática. Por eso te decía lo de los sociópatas: estaría más tranquilo si todo esto se estuviese poniendo en marcha por sociópatas. Pero los que están al mando son niños sin concepción alguna de qué sentimientos rigen el mundo.

Afirmas que Zuckerberg es un “geek con cero empatía”. La ausencia de empatía es un rasgo fundamental de los sociópatas (y psicópatas).

Sí. Lo que puede darnos motivos para el optimismo es el hecho de que Zuckerberg es básicamente una máquina: piensa como un ordenador. Pero el valor de los humanos en un mundo de Inteligencia Artificial reside en todas las cosas que hacemos que los ordenadores no pueden replicar. Así que gente de mentalidad robótica como Zuckerberg será completamente redundante en la era de la I.A. Lo valioso estará en esa zona gris que se halla entre los algoritmos y la carne.

Otra consecuencia deplorable de internet es el “culto al amateur”. El mundo ha sido tomado por gente sin formación ni experiencia, del “periodismo” de Twitter a los “taxistas” de Uber. Dejando de lado que esto solo beneficia al 1% que posee las empresas, está lo de dejar nuestro destino en manos de gente que no tiene ni idea de lo que está haciendo.

Es preocupante. Si sumas el culto al amateur con la anonimidad online, lo que obtienes son los trolls de Putin. Gente que cobra por mentir. Gente que simula ser amateur para socavar nuestra democracia. Lo hemos visto en el Brexit, en el triunfo de Trump y seguro que lo has visto en España: el culto al amateur sirve para socavar la democracia. Escribí El culto al amateur en el 2007, y desde entonces se ha demostrado que el concepto del amateur al poder es una completa catástrofe. En los últimos años los periódicos se han dado cuenta de que la única solución a todo esto es cobrar por contenido. Los profesionales deberíamos ser más arrogantes: deberíamos recordarle a la gente que nuestro oficio tiene valor. La burguesía liberal de izquierdas parece tener un problema con el concepto de profesionalismo, siempre parece estar pidiendo perdón por la especialización. Pero nuestro deber es recordarle al público que ser periodista es muy duro. Que escribir una novela es muy duro. Que las cosas requieren paciencia, y tiempo. Vivimos tiempos de un populismo increíblemente corrosivo. En política gente como Trump o Putin diseminan una idea anti-elitista que me parece muy preocupante. Es irónico que gente de izquierdas como tú o como yo tengamos que salir a defender la idea de la élite, mientras que la derecha propaga ese erosionante populismo anti-elitista. Pero creo que la izquierda debe reexaminar a fondo su relación con la idea del experto, y de la élite profesional. La izquierda debe redescubrir el valor que tiene una determinada élite en una sociedad meritocrática. Muchos artistas y profesionales no nacieron con privilegios, lo consiguieron a base de esfuerzo y compromiso, y por eso se convirtieron en la élite de sus respectivos campos. Necesitamos expertos.

Resultat d'imatges de how to fix the futureTus detractores suelen llamarte “elitista”, de hecho.

Hace poco volvieron a llamarme eso, medio en serio medio en broma, en un talk show populista de la televisión americana. Yo respondí que sí, que no veía cuál era el problema. El anti-elitismo está siendo utilizado por las élites de toda la vida, gente como Donald Trump, para simular que está “del lado de la gente común”. Cuando la derecha quiere salirse con la suya siempre acusa al adversario de ser una élite. Hay una conexión directa, como decía, entre este culto al amateur y la deriva populista de la derecha contemporánea. Fox News también disemina esa basura anti-elite, pese a ser quienes todos sabemos que son. En unos cien años, cuando toda la niebla se haya disipado, creo que seremos capaces de analizar internet y ver que su éxito tiene que ver con un levantamiento populista monitorizado por las corporaciones. Se ha creado un mundo en que todo vale, todo el mundo escribe sobre cualquier cosa, nadie sabe qué es qué. En el futuro la tecnología podrá manipular imágenes, y videos, de modo que todo parecerá perpetuamente creíble. Estamos en los primeros días de una gravísima crisis de la verdad. Casi todo el discurso en los Estados Unidos está basado en teorías conspirativas: 9-11 no sucedió, Kennedy sigue vivo, Elvis también… Quizás esto también sea una consecuencia de lo que hablamos antes, del triunfo de unos determinados valores de la contracultura, en lo que concierne a la realidad, a la idea de que nada es tangible, que todo es interpretable… Pero si escapas de la realidad, al final inevitablemente escapas de la verdad, de los caminos empíricos para interpretar el mundo.

Alguien podría decirte que has decidido fijarte solo en lo malo de internet: en los trolls, y las realidades paralelas de Instagram, y  Google y Amazon, el 1%… ¿No hay nada bueno?

Suelo ser muy crítico con Wikipedia, pero tiene un gran potencial. Es una gran herramienta, y yo suelo utilizarla. De hecho, no podría haber escrito mis libros sin Wikipedia. Internet tiene cosas buenas, pero ¿sabes lo que sucede? Que nadie habla de las malas. La interpretación eufórica por defecto de internet se ha convertido en el único discurso. El mundo no necesita otro libro que diga que Wikipedia es una buena herramienta. Si queremos mejorar, lo que hacen falta son libros que estudien los fallos de Wikipedia, sus carencias de base, y la forma de solucionarlas. En los últimos cinco años, nuestra perspectiva como internet-escépticos ha pasado de ser una minoría a ser la mayoría. Cada vez más gente normal está aceptando que, por ejemplo, Facebook no equivale a una vida social, o que Amazon es una corporación perversa. Los grandes teóricos de internet se han escondido, porque estaban claramente equivocados, y eso les abochorna. Todo lo que nos dijeron del igualitarismo de internet era basura, completa basura. Y a la vez, yo soy una persona de internet. Utilizo internet continuamente. Pero eso es lo que hace que mi crítica tenga algún valor. Alguien puede criticar algo sin querer destruirlo por completo. Estoy a favor de la tecnología, creo en algunos de los emprendedores de Silicon Valley. Mi nuevo libro, How To Fix The Future, habla de ello: de las cosas buenas que pueden salir de esto.

Paul Simon dijo aquello de “me opongo a la red 2.0 del mismo modo en que me opongo a mi propia muerte”. ¿Crees que va a haber un cambio o, como Simon, crees que el paradigma digital está aquí para quedarse? ¿Hemos perdido la batalla?

La batalla no solo no se ha perdido, sino que acaba de empezar. Los que predecimos los problemas de internet, los que hablamos de la crisis actual, somos las voces aceptadas. Cada día más gente de Silicon Valley se une a mi campo. Capitalistas, empresarios, cada vez más gente cree que internet no es la respuesta. Tenemos que ser optimistas. Tenemos que reafirmar las cosas que son solo humanas, y que los ordenadores no podrán replicar. A lo largo de la historia los humanos hemos pensado en el futuro, y en cómo arreglarlo. Lo mismo sucede ahora. A finales del siglo XIX nadie pensaba que los niños de once años dejarían de trabajar en fábricas, o que se crearía una cosa llamada Seguridad Social, o que los sindicatos conseguirían muchas de sus metas. Cuando Marx escribió El manifiesto comunista en 1848 las cosas pintaban muy mal, y sin embargo hoy, pese a que tenemos calentamiento global y aún hay muchas injusticias que solucionar, hemos mejorado en muchos campos que parecían impensables. Lo mismo sucederá con el mundo digital. Hay razones para nuestro optimismo.

(Esta entrevista es una exclusiva de Kiko Amat para Bendito Atraso)

Internet no es la respuesta #1: una introducción

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1. La primera vez que me conecté a internet, en el año 1996, en casa de mi novia, tecleé en el buscador un nombre de grupo pop, JOSEF K, como el que manipula una tabla Ouija: cauto y temeroso ante fuerzas de tipo asgardiano que, una vez desencadenadas, quizás escaparían a mi control. Y a mi comprensión. Aquel día permanecí expectante ante la pantalla -pequeña, verdosa y cabezona, similar a un modelo R2 anticuado-, con las manos sobre los muslos, mientras una serie de pitidos galvánicos emergían de la torreta, en el suelo. Al cabo de unos minutos de cacofonía apareció, como por ensalmo, la biografía de la banda (por aquel entonces imposible de rastrear en fanzines ni, desde luego, revistas musicales especializadas). Mis labios formaron un Oh.

No recuerdo cuál fue mi reacción inmediata a aquel acto de magia, si me postré ante la pantalla o salí huyendo en busca de un párroco. Sí recuerdo que a los pocos minutos, y tras imprimir el primer resultado (por si se desvanecía de un modo tan sobrenatural como había aparecido), ya estaba tecleando el nombre del siguiente grupo: FIRE ENGINES. La segunda biografía no tardó en aparecer. Por un instante creí que tal vez aquel invento rellenaría en un periquete todos los huecos de mi educación, dejando obsoletos de un plumazo los años y años de aprendizaje por métodos certificados: arqueología fanzinera o bibliotecaria, intercambio postal con otros friquis, audiencias con sabios locales. Todo aquel… esfuerzo. Toda la dedicación. Una cultura entera perdida para siempre, aunque tal vez para bien.

No fue para bien. Mi ilusión duró poco, casi tan poco como la novedad de los teléfonos móviles, que empezaban a circular con cuentagotas aquel mismo año, y cuya primera modificación social fue hacer aceptable que la gente condujera a gritos sus asuntos más íntimos (y sicalípticos) en transportes públicos. Internet y la telefonía móvil me cayeron mal al unísono, igual que unos gemelos perversos que en el colegio colocasen chinchetas en mi silla, y aún más: me cayeron pésimo casi de inmediato, como suele sucederme con la gente que al final acaba cayéndome horrible de verdad, y para siempre jamás; es un sexto sentido, supongo, igual que el del trepamuros. Yo miraba a internet como miras a ese exnovio de tu mujer que de repente ha aparecido en vuestra vida conyugal con grandes muestras de alborozo y benignidad, palmeándote la espalda y contando anécdotas del viaje a la Toscana de ambos mientras se sienta entre vosotros en el sofá y agarra las palomitas a puñados. De tu cuenco. Miré a internet con ojos torvos, sí. Aguardando a que cometiese el primer error.

2. Cuando me abrí mi primera cuenta de correo, hacia el 1998, lo hice con cierto desánimo, consciente de que estaba haciendo algo por el peor de los motivos posibles: porque lo hacía el resto del mundo. Porque, como podría haber dicho mi madre, mi amigo se había tirado por un barranco, y yo me veía obligado a tirarme también. Puesto que no soy Nostradamus, no fui capaz de predecir que, lejos de ser un gimmick pasajero del que la gente se acabaría cansando, el correo digital reduciría a cenizas una de las actividades que más placer me proporcionaban hasta la fecha en ese buen mundo, que era el intercambio epistolar. Mis primeros mails, me di cuenta de inmediato, estaban impregnados de banalidad e improvisación indisoluble -sin rastro ya de la artesanía y amor (y dibujitos, y regalos) que solía aplicar a mis viejas cartas-, así como de una nueva y alarmante compulsión por pasarme por el trasero las normas más elementales de respeto social. En pocas palabras: el e-mail parecía transformarme en un capullo. O, si quieren, en un capullo mayor. Me empeoraba; era innegable. Mi paso fugaz por un grupo de correo español adolecía del mismo tic: una falta de rigor, una ansia de epatar, una escasa paciencia con la opinión ajena o el razonamiento contrario, una repugnante tendencia a… Hacerme el guay. A ponerme faltoso. A decir mentiras repugnantes. Y a hablar de cosas que no sabía.

Todo eso, lo sabemos hoy, es el comportamiento por defecto de las redes sociales en la era digital, pero en 1998 era una novedad. A la sazón me miraba yo las manos como el Dr. Jekyll en su primera transformación, asustado y fascinado por la aparición del monstruo en mi piel. Indudablemente lo de no tener que cruzar la ciudad con un disquete para entregar tus artículos a la revista musical de turno era una mejoría, pero lo cierto es que parecía ser la única. Todo lo demás me parecía pernicioso. Lo que internet destruía parecía mucho mayor que lo que daba a cambio.

3. Desde entonces he convivido con internet como buenamente he podido. A pesar de mirarlo con hostilidad directa, no he podido evitar ser tragado por algunos comportamientos hegemónicos y totalitarios del nuevo mundo. Después de todo vivo en él, maldita sea, en el mundo real, y nunca he creído en la evasión permanente de la contracultura hippie. Uno es de su era y tiempo y lugar, por mucho que le dé náuseas a uno. Rechazar nuevas tecnologías como Whatsapp, por decir una de las pocas de las que soy usuario, y de forma diaria, era cortar de forma implícita cualquier tipo de contacto con un mundo -el de mis seres queridos- que, me guste o no, ha hecho de ese tipo de mensajeo su vehículo logístico, y a menudo emocional, principal. Ya vivo suficientemente aislado para aislarme aún más.

Pero eso no quiere decir que me guste. Una vez en Vietnam haré lo posible para proteger a mis compañeros de batallón y que el enemigo no me pegue un tiro en el culo, como si dijéramos, pero eso no quiere decir que esté a favor de la guerra. Después de 22 años de vida-con-internet (y mensajería móvil), sigo siendo un firme detractor del medio y del mundo que ha erigido. Un mundo pobre, falso, tan mendaz y desigual como el anterior, solo que envuelto en ropajes relucientes. La única diferencia es que cuando empecé no tenía razones; solo intuiciones. Hoy en día las razones me sobran. Muchas de ellas las he aprendido de Andrew Keen, como leerán en el segundo segmento de esta pieza: la entrevista.

Kiko Amat

Tom Franklin y Mark Richard: «En el sur, todos hablamos el mismo idioma de supervivencia despiadada»

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Tom Franklin y Mark Richard, dos de los mejores escritores vivos de grit lit norteamericana, tienen en común un pasado colorido y una escritura dura y hermosa y temible. Y, naturalmente, un lugar de origen: el sur. El raro, retorcido, salvaje y violento sur de los Estados Unidos. En sus dos nuevos libros -publicados por Dirty Works- ambos autores hablan de cazadores furtivos, animales letales, dientes podridos y huesos rotos, niños tullidos y “cosas que no pueden explicarse”. Hombres que son una amenaza para sí mismos y para los demás. “Barcas robadas, trapicheos frustrados con drogas, asesinatos menores, meteorología inusual”. Señales de Dios y aparatosos accidentes automovilísticos. Peleas en el barro con tu propio padre. Vietnam. Oxicodona. Licor casero y escopetas oxidadas. Hablan con nosotros de tradición, escritura, trabajo y redención en esta charla a tres voces.

Harry Crews le dijo a su mentor Andrew Lyttle: «los dos venimos del sur, pero no del mismo sur».

Tom Franklin: Quizás porque la escritura «sureña» es una forma de caracterización, los críticos y los lectores la suelen subdividir con facilidad. Larry Brown tiene más en común con Raymond Carver que con William Faulkner, y sin embargo a menudo los encuentras emparejados. La mayoría de los escritores «sureños» coinciden solo en el paisaje, tal vez porque hay mucho, y caminando lo ves más de cerca.

Mark Richard: Dicen que hay 33 tipos de «sur». Tal vez menos, pues he visto desaparecer a un par de ellos. Los dos factores más importantes de esas desapariciones han sido la aplicación de las leyes de absentismo escolar y la introducción de la electricidad en las zonas rurales y, con ella, la televisión. Ya que mencionas a Andrew Lytle, te diré que le conocí cuando estaba enseñando en Sewanee, la Universidad del Sur. Vivía en una cabaña de troncos que tenía una araña de cristal en el techo. Bebimos viejo bourbon Rip Van Winkle en cuencos de plata antes de la cena. Acababa de leer mi novela Fishboy, y dijo «Fishboy es el nieto de Jesús». Un hombre fascinante.

Los escritores de clase obrera tienden a tener pasados ​​coloridos: trabajos pésimos, accidentes terribles, familias taradas. Creo que, aunque es posible ser buen escritor en la tradición universitaria, los que han arrimado el hombro en empleos de mierda escriben con mayor vigor y agallas.

TF: Eso se debe a que gente como Larry Brown y William Gay han vivido entre gente trabajadora y las consideran personas, no personajes (Brown los llamaba solo “gente”). Los escritores de grit lit se han visto forzados a trabajar, y por tanto poseen un conocimiento íntimo de lo que es una fábrica de ladrillos, por ejemplo. Sin embargo, la documentación puede engañar a cualquiera. Recientemente le pregunté a un autor cómo había obtenido tanta información sobre taxidermia para su libro, y dijo «Google».

MR: He tenido muchos trabajos extraños o interesantes, pero no muchos empleos de mierda. He sido locutor de radio, fotógrafo aéreo, trabajé en fábricas de papel, astilleros y acequias de riego. He sido barman, investigador privado, ensamblador de muebles, corresponsal naval, editor de revista, profesor universitario y pescador comercial. Siempre hubo algún aspecto de esas faenas que me llenó. De lo contrario, habría renunciado. Soy un poco delusivo, siempre he sentido que el futuro acarreaba grandes perspectivas. Y de momento lo ha hecho.

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Los escritores sureños en general parecen llevarse bien, estar libres de las habituales inquinas y envidias del sector.

TF: Con un par de excepciones, la mayoría nos llevamos bien. Sabemos que estamos diciendo la misma verdad, o una versión de la misma, y nuestras versiones se alinean lo suficiente como para que disfrutemos de la compañía de los demás. Acabo de ser admitido en la Comunidad de Escritores Sureños y fui a su reunión bienal. Asombroso, todos aquellos grandes escritores sureños mezclándose tan felizmente… Un par de escritores notables no estaban allí, y sospeché por qué.

MR: En cuanto que humanos, siempre habrá envidia, rivalidad y malos sentimientos entre escritores. Pero el vínculo más fuerte que compartimos es que todos somos sureños, y el Sur es una nación derrotada. Las naciones derrotadas tienden a producir una gran literatura porque los vencidos sienten la necesidad de explicarse a sí mismos. Podemos ser “progresistas” porque somos “artistas”, pero en muchos de nosotros hay una vena de sangre rebelde que aun fluye. El sur estaba poblado por personas de ascendencia escocesa e irlandesa, junto a varias razas expulsadas de su patria porque albergaban insatisfacciones persistentes que las hacían peligrosas para ellas mismas y para otros, que solo podía acomodar un lugar salvaje de campo abierto, oscuro, peligroso, tortuoso y habitado por animales e indios igualmente salvajes. Todos hablamos el mismo idioma de supervivencia despiadada, es un lenguaje lleno de presunciones y trampas sonrientes para los incautos. O lo hablas o no. Aquí decimos que los sureños son las personas más agradables del mundo, hasta que los cabreas y te matan.

Algunas de las cosas sobre las que escribís quizás sean normales para vosotros, sureños, pero el resto del mundo las lee con ojos desorbitados.

TF: Bueno, gran parte del sur es provincial. Muchos sureños viven en mundos pequeños y cerrados. El aislamiento engendra extrañeza, y la extrañeza es solo el comienzo.

MR: Asistí a una reunión familiar en Luisiana este fin de semana. Los hombres asaron un cerdo en el patio toda la noche y las mujeres prepararon gumbo, morcillas Boudin y otras recetas cajun. Escuché mucho folklore familiar y muchas patrañas, pero también mucha verdad. Un hombre con el que se casó mi prima me contó que quería construir una nueva casa en su propiedad, pero al no poder obtener un permiso para llevarse la antigua, la enterró en el bosque. Debí sonar escéptico cuando me lo contó, así que acabamos las cervezas, nos metimos en un todoterreno y nos dirigimos hacia el bosque detrás de su nueva casa. Allí estaba. Un vecino y él habían alquilado un bulldozer por la tarde, demolieron la antigua casa familiar y la enterraron en el bosque. Yo la vi. Estas cosas están a nuestro alrededor. Solo tienes que prestar atención.

Dudo que la lit grit reciba subvenciones de la Protectora de Animales. La mayoría de vuestras historias incluyen animales apaleados, desollados vivos, pescados con dinamita o cosas peores.

TF: Eso se debe a que estamos más cerca de la tierra que otros estadounidenses. Esa vida dura de granja es jodida para hombres y animales. Es la economía del goteo.

MR: Las personas tienden a tratar a los animales de la forma en que desearían tratar a otros seres humanos, por lo que es importante observar cómo una persona trata a las criaturas. Nunca tendré tratos con un hombre que patea a un perro.

El escritor de clase trabajadora se separa de sus raíces cuando se convierte en escritor, pero nunca se siente cómodo en su lugar adoptivo. Los dos habéis escrito sobre pertenecer y ya no pertenecer al lugar de origen.

MR: Una de mis canciones favoritas de Leon Russell es “Stranger in a strange land”. No estoy seguro de que podamos separarnos de nuestras raíces. Yo nunca lo he hecho. A la vez, no sé cuán profundas eran esas raíces. Creo que la mayoría de los escritores se sienten fuera de todo, siempre mirando desde fuera, en general.

¿Cómo os tratan los familiares, amigos y conocidos, cuando regresáis al Sur?

TF: Tengo un pie en dos mundos. Escucho historias que ofenderían a muchos de mis amigos urbanos; y si me indignara yo, ofendería a mi hermano. Cuando regreso al sur retrocedo en el tiempo. Yo he cambiado pero, pese a que el paisaje ha sido alterado, las actitudes de la gente de allí son las mismas que cuando me fui. Lo único que puedo hacer es no irrumpir con ira solemne, sino reír. Ofrecer una mirada silenciosa y considerada. La gente se mofa de mí por ser el “liberal”, así que juego ese papel para ellos. Hago de liberal de manual. Pero me tratan bien. Algunos incluso han leído mis libros.

MR: Creo que, en general, están felices por mí y orgullosos de que haya traído un poco de gloria a una ciudad tan pequeña, pero percibo cierta cantidad de sospecha bien merecida desde algunos sectores.

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Los padres no salen oliendo a rosas de los libros grit lit. La mayoría son borrachos jodidos, semi-violentos y desesperados. Y al mismo tiempo, escribís sobre ellos con afecto palpable. «No era fácil ser tu padre», escribe Mark en su novela.

TF: Los malos padres tienen una buena historia. Han tenido una vida difícil, forman parte de una cadena de abuso: el abuelo es violento con el padre, el padre con el hijo, etc. A menudo nuestros personajes intentan romper ese patrón. Es una clásica fuente de problemas, el corazón humano en conflicto consigo mismo. ¿Puedo ser mejor que mi padre? ¿Puedo ser yo mismo un mejor padre? Además, todos simpatizamos con un niño que ha tenido una crianza difícil. Uno de los desafíos de escribir sobre estos padres es hacerlos agradables, o como mínimo aceptables.

MR: Tengo tres hijos, de 20, 17 y 14. El cliché es cierto: tiendes a comprender un poco mejor a tus padres después de convertirte en uno. Mi propio padre era un perfeccionista cuyo único hijo era imperfecto. No pudo ocultar su decepción conmigo. Lo intentó pero no podía, y se sentía mal por eso. Y yo me sentía mal porque él se sentía mal.

La idea de redención es indispensable en vuestros libros.

TF: Bueno, mucha literatura sureña es de raigambre cristiana, y su forma de pensar se centra en la posibilidad de redención. Es algo natural. Todos crecimos escuchando sobre nuestras posibilidades de llegar al cielo y evitar el infierno. Además, si tratas con personajes que son cuestionables (en el mejor de los casos), la redención es una dirección lógica. Queremos que exista la redención para los personajes, porque entonces nosotros, los lectores, quizás también podamos acceder a ella. Ojalá.

MR: No soy evangélico. Creo que la salvación y la redención son cuestiones personales. Soy un cristiano en apuros: llevo un anillo con la cruz, por ejemplo, pero no reparto folletos. Hace unos años yo era invitado habitual de un programa de televisión, y un compañero escritor siempre se refería a mí como El Cristiano. “Preguntémosle al Cristiano qué piensa”, y tal. Al final tuve que decirle: “Jesse, tu salvación no es mi puto problema”.

¿Creéis en Dios?

TF: Por la noche sí.

MR: A veces. El año pasado decidí que no hay Dios, y llevé a un amigo, un sacerdote jubilado local, a almorzar para anunciarle eso. Él es un buen tipo, y suele escucharme. Fue director de escuela secundaria durante 20 años en algunos de los barrios más peligrosos de Los Ángeles, antes de convertirse en sacerdote episcopal. Está casado con una mujer maravillosa, judía, que está muriendo lenta y dolorosamente de cáncer. Escuchó mi proclamación y luego dijo gentilmente «a veces uno de los mayores dones de Dios es la pérdida de la fe». Desde entonces intento salir de mi desesperación (la desesperación es un pecado). Yo creo porque elijo creer. Una vez le preguntaron a Billy Graham si alguna vez había presenciado un milagro, y él respondió que no, y que se alegraba de no haberlo hecho, porque eso habría retrasado su fe unos cincuenta años. Lo entiendo ahora.

¿Os veis el uno al otro en la misma tradición y ocupando un espacio similar en literatura?

TF: Eso espero. Mark Richard es uno de mis escritores favoritos. Él es tal vez el único a quien enseño CADA semestre.

MR: En realidad no. Somos sureños por coincidencia, y preferiría no ser etiquetado como otra cosa que «escritor».

Por favor, contadme una historia extraña de vuestra tierra natal que aún no hayáis puesto en una novela o historia.

TF: Un buen amigo, que murió solo y alcoholizado, se ahogó en su estanque. Él representa cada cliché del sur, y a la vez no es ninguno de ellos.

MR: Hace años, nuestra pequeña ciudad tenía dos funerarias, una para negros y otra para blancos. Una segunda funeraria “blanca” fue abierta por un padre y un hijo, nativos de nuestra ciudad. El hijo era un poco extraño, cuando era un niño una vez pidió un pastel de cumpleaños en forma de ataúd. Parecía volverse más «normal» a medida que crecía, y al final entró en el negocio de la funeraria con su padre. Incluso comenzó a salir con una mujer en Washington DC que era fisioterapeuta de un equipo de fútbol profesional, los Washington Redskins. Salieron durante varios meses; él iba a verla la mayoría de fines de semana. Entonces oímos que había fallecido en un terrible accidente automovilístico. La ciudad entera sufrió un terrible shock. El hijo, de luto, no escatimó gastos para el funeral: el mejor ataúd y cofre, misa, música y de todo. Después del gran funeral, al que asistió la mayor parte de la ciudad, algunas personas contactaron a la oficina del equipo de fútbol para dar el pésame y enviar sus mejores deseos a la familia de la mujer fallecida. Resultó que la mujer no existía, nunca había existido. Brotó de la imaginación del hijo.

Hacedme una breve lista de libros, películas o registros que hayan sido cruciales en la creación de vuestro espíritu y visión y arte.

TF: las novelas de Tarzán de Edgar Rice Burroughs, Stephen King, de Carrie a Pet Sematary (excluyendo La Torre Oscura); “Desde donde llamo”, Raymond Carver; Styx, desde Equinox hasta Paradise Theater; mucha música clásica; Beverly Cleary; Charles M. Schultz; Rick Bass; Cormac McCarthy; Jack Kirby y Stan Lee; Comics Marvel; DC comics.

MR: Luz en agosto, William Faulkner; 33 grados a la sombra, Tom McGuane; The Moviegoer, Walker Percy; Flannery O’Connor, Edgar Allan Poe, Gabriel García Márquez; Capitán Beefheart; Leon Russell; Prince; Kid Creole and The Coconuts; Elvis Costello; George Clinton; El día más largo; Grupo salvaje; Dispara al pianista; Apocalypse Now.

(Esta entrevista se publicó en formato ligeramente editado en El Periódico, el 10 de febrero del 2018. Pueden leer la versión online aquí. La que les cuelgo en Bendito Atraso tiene tres o cuatro preguntas extra para su solaz lector)

 

STEPHEN WITT: “Aunque la piratería no hubiese existido, la industria musical estaba acabada”

https://i0.wp.com/estaticos.elperiodico.com/resources/jpg/1/6/periodista-stephen-witt-hace-unos-dias-barcelonabr-br--1498819704861.jpg¿Cómo empezó la piratería digital? ¿Por qué se hundió el cedé? ¿Quién inventó el MP3? ¿Quién mató a la industria musical? (¿y merecía morir?) ¿Qué rayos es el “paciente cero”?¿Por qué usted puede bajarse cualquier parida en The Pirate Bay pero han cerrado todas las tiendas de discos de Barcelona? Las respuestas en Cómo dejamos de pagar por la música. Y en esta entrevista de Kiko Amat al autor.

Stephen Witt es el Indiana Jones del MP3. Este periodista de Brooklyn podría haberse contentado con incrustar sus académicas narices en los libros ya existentes sobre la era digital o el advenimiento de la piratería, pero prefirió encasquetarse sombrero, agarrar látigo y salir por la ventana a husmear él mismo en las fuentes físicas. El resultado es el revelador Cómo dejamos de pagar por la música (Contra, 2017), una obra que se lee como una apasionante novela policíaca, pese a que versa sobre friquis, laboratorios de “psicoacústica” y ejecutivos de la industria musical. El libro entrelaza tres historias ignotas: la de Karlheinz Brandeburg, padre del MP3; la de Doug Morris, el big daddy de Universal Records; y la de Dell Glover, un piernas cualquiera quien, casi sin darse cuenta, al empezar a planchar cedés desde su habitación, se convirtió en el mayor filtrador de música inédita del mundo y varió para siempre el curso de la historia.

Tu libro me recuerda al trozo aquel de JFK en que Garrison se cita con “X” en las escaleras del Capitolio. Solo que en lugar de investigar asesinatos de presidentes…

Hablé con tíos que robaban cedés [ríe]. Sí. Es algo así.

Todo parece empezar en un lugar y un momento muy concreto, como en los documentales de Adam Curtis.

Cierto. Lo que sucede con Adam Curtis es que él dobla la verdad. La amolda a su teoría. Nos cuenta algo que podría haber pasado, más que lo que pasó. En mi caso, todo es real. No exagero la importancia histórica de algo. Un 80% del libro es inédito, se basa en investigaciones propias, no fuentes ajenas o artículos ya publicados. De lo que menos hablo en el libro es del fenómeno Napster y la tecnología de pares, pero solo porque había sido cubierto extensamente en otros lugares. Yo preferí hablar del subsuelo, de las cosas que no se habían contado. Sobre el primer gran pirata de la era digital, Dell Glover, por ejemplo. El llamado “paciente cero”. Un tipo que nadie conoce, pese a que creó el mundo en el que vivimos.

¿No tuviste un poco la sensación de que aquello era la “banalidad del mal”, como se dijo de Eichmann? Glover, que trabajaba en la fábrica de CDs de Polygram y por eso lo empezó todo, no es precisamente un villano Bond.

La verdad es que era más interesante de lo que yo esperaba. Yo creía que iba a topar con la historia de una generación bajándose cosas en sus ordenadores poco a poco. Pensaba que aquella era la forma en que toda esa música gratis acabó en internet. ¡Pero de golpe descubrí que todo venía de un solo hombre! Imagina mi sorpresa. No creo que Glover sea un tipo banal. No era un tipo cualquiera: un trabajador negro de una fábrica de prensado de cedés cuyos mayores intereses son los ordenadores y las motos de carreras. A primera vista es el estereotipo de personaje de clase obrera, pero su inusual proclividad hacia los aspectos tecnológicos del proceso (algo en cierto modo inusual para alguien de su clase social), sumado al hecho que estuviese tan bien situado para empezar la filtración masiva de material, le convierten en alguien único. Es más banal la parte que trata exclusivamente de la industria discográfica y personajes como Doug Morris y el resto de CEOs de las grandes compañías. El egotismo, la rapacidad, las extravagancias monetarias… Todo sonaba a cliché. Por el contrario, todos los piratas que entrevisté eran grandes personajes. Todos tenían algo raro, una historia extraña que contar. No eran gente común.

En historia, grandes cambios se producen por razones locales. Muchos de los personajes que provocaron cambios radicales en la industria y tecnología musical estaban actuando por pequeñeces.

Muy de acuerdo. Marx creía que la grandes revoluciones comunistas vendrían como consecuencia lógica de tomar los medios de producción, no por la afiliación a una ideología. La gente quería tener más cosas. Y eso, como apuntas, es literalmente lo que sucedió en este caso. Un tipo literalmente se adueñó de los medios de producción y empezó a producir objetos desde su casa, sin obedecer las normas de propiedad intelectual o las normas capitalistas de intercambio económico. Y no lo hizo porque fuese un radical de izquierdas. Lo hizo porque quería una moto de agua. Todo lo que provocó en el mundo vino dado por una necesidad casi infantil de determinados bienes físicos (algunos eran artículos de lujo bastante ridículos, además; no lo hizo para alimentar a su familia). Glover no era un marxista. No tenía convicciones políticas. Él te diría claramente que lo hizo todo por un televisor de plasma o un nuevo quad. Pero nosotros sí podemos darle una interpretación marxista. Lo suyo fue una revuelta en toda regla contra los propietarios de los medios de producción.

  https://i0.wp.com/images.eldiario.es/cultura/dejamos-pagar-musica-Stephen-Witt_EDIIMA20160607_0637_5.jpgYo estaba bastante predispuesto en contra de la industria musical. Pero los pirateadores de los que hablas tampoco me cayeron muy simpáticos, la verdad.

No lo eran. Eran trolls mezquinos, en su gran mayoría. Es solo que yo hablé con los trolls originales, los que estaban al principio de todo, antes de que el troleo se hiciese popular. No era gente que aceptase ninguna responsabilidad por lo que hizo, por su comportamiento negativo y antisocial. Por otra parte, eran chavales. Cualquier actividad que atraiga primordialmente a chicos adolescentes va a tener un elemento antisocial asociado. Vas a hallar mala actitud y peores modales. Pero solo porque así son los adolescentes. Yo era uno de ellos, y hacía tonterías parecidas. Crees que la vida es una broma, que no tienes por qué pedir perdón por nada… Pero algunos de esos chavales sí querían realizar actos de naturaleza política. Se dieron cuenta de que formaban parte de un movimiento político que estaba “liberando” información a través de internet. Yo simpatizo con esa idea. Solo desearía que…

…fuese verdad.

Exacto. Ojalá no fuese gente aburrida en su casa saqueando cosas gratis. Mucha de esa gente, en efecto, eran solo trolls, eran antisociales y infligieron graves daños a la industria mediática y a muchos artistas. Pero un porcentaje de esos tipos creía en lo que hacía, y estaban dispuestos a ir a la cárcel por ello. No se rindieron, ni siquiera cuando empezaron a ir a por ellos. La mayoría no era así: estuvieron en el ajo hasta que les llegaron las primeras denuncias: entonces se asustaron y empezaron a delatar a todos sus amigos.

Futurama los describía muy bien. Un montón de friquis granujientos escondidos en IRC…

Imatge relacionadaEran así. Cuando todo esto empezó, en 1997 o 1998, la cosa era abrumadoramente masculina. Todos sus integrantes eran varones de diecisiete años. El internet moderno ya no es así. Todo dios está allí, ha cambiado radicalmente desde que empezó la revolución del smartphone. Gente mayor, chicas… de repente todo el mundo estaba online. Eso creó una gran fricción en la red, casi podría decirse que hubo una guerra de géneros. Virtual, claro. Lo fascinante de todo esto es que muchos de esos trolls originales ni siquiera tenían grandes conocimientos técnicos. Muy pocos sabían programar o utilizar códigos. Solo eran gente a quien le interesaba entrar en ese nuevo mundo. No necesariamente gente con talento.

Por mal que caigan los trolls, es muy difícil sentir compasión por alguien como Doug Morris, CEO de Universal, quien cobraba 50.000 dólares al día.

Estoy de acuerdo. Y se fue de rositas de la catástrofe. Hizo una enorme fortuna mientras la industria musical se iba hundiendo. Él permaneció en la cima, pero su bando fue aplastado. Te voy a decir lo que deberían haber hecho para triunfar en la batalla que perdieron: deberían haber abandonado el compact disc en el año 1996 o 1997. Era su formato más lucrativo y se hicieron de oro con él, pero deberían haberlo soltado para concentrarse en algo que tuviese una fácil distribución a través de internet. Pero no lo hicieron. Se aferraron al formato hasta el último aliento.

¿Fue por razones de pura avaricia? ¿Ignorancia?

Avaricia sí. Autocomplacencia también. Pero hay que comprender una cosa: hoy damos por sentado que internet destruyó todos los formatos anteriores. Pero algo como internet nunca había sucedido. La industria discográfica fue la primera en enfrentarse a aquella nueva amenaza. Y en aquel momento nadie creía que aquello fuera relevante. Bill Gates escribió un libro en 1997 sobre el futuro de la informática, y casi ni menciona internet. Mucha gente no pensaba que aquello fuese a cuajar, ni desde un punto profesional ni desde uno social. Y, para colmo, no comprendían la nueva tecnología. No entendían qué era aquello de la tecnología de compresión (lo que por otro lado es normal, pues es algo casi incomprensible para un profano). Creían que el cedé era el formato perfecto: daba una inmensa calidad de sonido, era semi-portátil y muy barato de producir. Los beneficios eran colosales. uno puede entender que rechazaran una propuesta que en el fondo sonaba así: “vamos a obtener un sonido inferior, sin formato físico, en archivos 100% portátiles, y por cierto, no vais a sacar ni un duro de ello”. Aceptar algo así era duro. Pero hay una cosa añadida que considerar: incluso sin el pirateo, la industria musical estaba acabada, tal y como la conocíamos hasta entonces. Porque en la nueva industria digital, el single se iba a desacoplar del álbum. Eso es lo que les mató. Hoy casi no existe la piratería; la mayoría de gente se ha movido al streaming. Pero la industria discográfica no se ha recuperado. Y eso sucede porque durante muchos años se salieron con la suya al meter un hit single en un elepé, y vender 10 o 15 millones de álbumes, a 13 o 14 dólares cada uno. Ese mundo ha muerto. El single ha sido extirpado del álbum, y eso les ha colocado en una situación permanente de ganancias reducidas. No hay nada que puedan hacer contra ello. Es natural que Morris se negara a ir en aquella dirección. Sabía que iba a morir. Conocía los riesgos. Al final rechazaron invertir en el futuro de la distribución musical, y un puñado de adolescentes lo hicieron por ellos.

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Doug Morris, CEO de Universal-Sony. Uno de los villanos de esta saga. Es el del medio.

No quiero ir de profeta ni nada de eso, pero los que veníamos del vinilo ya sabíamos que el cedé era un formato deficiente. Y lo de que mejoraba el sonido solo lo percibieron dos musicólogos.

O ingenieros de sonido. En teoría el cedé era un formato inmortal, porque al contrario de la degradación de los surcos de vinilo, podías poner un cedé cien veces sin que el lector degradara el soporte. En la práctica no es así, porque los cedés se rayan continuamente. Y se rompen. Era un formato bastante débil, sensible a los elementos. Tenía muchas taras. La ventaja era que era el primer sistema completamente digital. Y a la gente le gustó, seamos honestos. En la cima de su reinado, a finales de los 90, el vinilo estaba muerto y enterrado. Estaba por debajo del 1% del mercado. Eso significa que todo el mundo se había pasado al cedé. Y llegaron los burners, la gente podía hacer mix cds… Yo crecí con aquel formato. Pero tenían un montón de limitaciones, que se hicieron más y más aparentes según nos íbamos moviendo hacia un mundo digital más portátil. Y nadie los coleccionaba de forma nostálgica, como sucedía con los discos de vinilo.

¿Le cantamos un “se lo merece” a la industria musical?

Ganaron demasiado dinero durante demasiado tiempo, y a expensas del consumidor. A la vez, esas ganancias descabelladas crearon un sistema cómodo de egos artísticos, bastante prolíficos, y aquel dinero permitió que mucha gente formara parte de la industria; gente que hoy en día no tiene acceso a ella, pues el tamaño de la industria se ha encogido. Hasta cierto punto, puesto que era difícil hacer dinero únicamente de las vendas de los álbumes (o del streaming), aquello forzó a mucha gente hacia una mentalidad mercenaria. Y por eso la música que tenemos hoy es buena, en cierto modo, pero toda suena a anuncio de Pepsi. Y la razón es: todos los músicos quieren ser fichados para un anuncio de Pepsi.

O la banda sonora de un filme.

Exacto. Esa es una fuente de ingresos clave para un grupo hoy. Pero en la cúspide de la época del vinilo, incluso en la del cedé, un grupo podía permitirse no hacer eso y vivir solo de las ventas de sus discos. Eso ha provocado que el sonido o la producción sean radicales, pero los valores mucho más conformistas y pro-corporativos. Y todo ello provoca un decrecimiento de la ambición artística.

Me gusta que menciones a los artistas, porque en muchas discusiones sobre industria musical vs. piratería se olvida que en medio de todo ello (a menudo generando la riqueza) hay un tipo con una guitarra de quien nadie habla. Y creo que fue estafado en modo sándwich.

Al artista le dieron por todos lados, es verdad. Son los que salieron peor parados de aquella batalla. y lo suyo no tiene una solución fácil. La parte complicada es esta: incluso si tienes un hit para el álbum, aún tienes que grabar las otras doce, o veinte, o treinta. Es mucha faena, y a menudo hay mucha gente implicada en el proceso, de productores a compositores de encargo. Gente que cobra. Existe ese mito del artista como figura heroica, que no sé hasta que punto es acertada; después de todo solo es un tío en un escenario. El público quiere que sean héroes, pero la verdad es que muy pocos están a la altura.  Otro mito es el de la figura creativa solitaria, algo que hoy en día y si hablamos del mainstream, ya no es cierto, simplemente. Detrás del artista de rap hay un abogado a cargo de los samplers, un agente, múltiples productores, mezcladores, ingenieros de sonido, un compositor de encargo… Para muchos artistas actuales el proceso se parece mucho a un karaoke en el que ellos entran y cantan con un tono determinado una canción en cuya creación no han tenido casi nada que ver. A veces ni eso: su voz es una amalgama de treinta tomas previas, combinadas para crear el tono ideal. Eso es así para todo el pop mainstream, y para buena parte del pop independiente también. Dicho esto, aún tenemos unos cuantos visionarios icónicos que se lo hacen todo ellos mismos; pero son la excepción. Mira a Kanye West: los créditos de una sola canción listan a veinte o treinta colaboradores. Por canción. Es más un director de orquesta que un músico pop. La conclusión es que hoy, pese a la existencia de programas facilitadores de grabación casera como Soundcloud o ProTools, es más difícil grabar discos.

Algunos artistas lo entendieron todo mal. Como Lars Ulrich, de Metallica, cuando llevó a Napster (y, por extensión, a sus usuarios) a juicio.

Lo fácil era culpar a los piratas, pese a que la industria musical tenía lacras muy profundas y muy arraigadas. Pero lo entiendo, en cierto modo. Míralo de otro modo: soy escritor. Cobro igual si la gente se termina mi libro o no. Y a menudo no lo terminan. Creo que esa es la norma de la industria editorial: una gran parte de lo que se vende no se lee. Pero imagina una situación económica en la que el lector solo pagara por lo que de verdad lee. Eso seria una catástrofe económica para mí. Ganaría mucho menos dinero. Y eso es lo que sucedió con la industria musical, y no solo por la piratería. Simplemente llegó un nuevo tipo de tecnología que reescribió las relaciones económicas del medio. Eso es lo que jodió al artista. Ya no pueden vender un disco entero. Ahora solo se cobra por cada escucha de canción. Es una jodienda total, y ya no hay marcha atrás.

¿Todo lo que cuentas podría haber ido en otra dirección si alguno de los capítulos hubiese terminado diferente? Pongamos que el MP2 hubiese ganado al MP3, y no al revés. ¿Se habría hundido igual la industria musical?

La mejor analogía para hablar de ello es Galileo Galilei. Galileo era el científico más importante del siglo XVII. Había construido el telescopio más sofisticado de su época. No era más complejo que unos binoculares para observar pájaros de hoy, pero con él fue capaz de ver la cara de Venus y los anillos de Saturno por primera vez. Imaginemos que el día en que Galileo iba a construir su telescopio, se cae a un pozo y se parte el cuello. ¿Sería el mundo distinto? La respuesta es no. La tecnología de lentes que estaba progresando en aquel momento permitió que múltiples científicos estuviesen trabajando en telescopios a la vez. Galileo era mejor artesano y llegó a ello antes, pero era inevitable que otra gente llegara a sus mismas conclusiones tarde o temprano. El progreso en ese campo era imparable. Lo mismo puede decirse de la mayoría de personajes del libro. Todos son Galileo. Todos estaban empujando para ser los primeros en un campo muy competitivo, pero si no llegan a tener éxito otros lo hubiesen tenido. Como te decía antes, si la industria musical llega a reaccionar a tiempo quizás Napster no hubiese tenido razón de existir. Pero el destino hubiese sido el mismo: la tecnología del streaming habría acabado apareciendo, y con ella la economía que lo acompaña. La historia no siempre funciona así. Todos los personajes del libro estaban cuerdos y eran gente lógica; no hay locos. Mientras que en la historia a menudo aparecen personajes chiflados y toman el poder. Como está sucediendo en mi país ahora mismo.

(Esta es la habitual versión extendida, sin más cortes que los de pura oralidad, de la entrevista que publicó El Periódico el domingo 2 de julio, y que ustedes pueden leer en su versión papelesca aquí)

Kiko Amat entrevista a LUCÍA LIJTMAER

La escritora y periodista barcelonesa publica Yo también soy una chica lista (Destino, 2017) el manual feminista más divertido, faltoso, emotivo y confesional que se ha visto por nuestros lares. Todo el mundo debería tenerlo (hombres también).

 

https://i0.wp.com/www.ara.cat/2017/06/03/cultura/Lucia-Lijtmaer-No-feminazi-terrorific_1807629391_41277770_1500x1001.jpgLucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977) es barcelonesa, aunque nació en Argentina y tiene un árbol genealógico más mezclado que la sala de espera de Ellis Island en 1892 (lo que explica la diabólica J en mitad de su apellido). Es periodista pop y anticapitalista. También feminista, de la Escuela Caitlin Moran Para Chicas Cabreadas con Propensión a la Hilaridad. Lleva el sentido del humor de serie, pero no teme desenfundar cuando hay que plantar cara al malo. Escribe para ADN, Factual, Público, El País, Mongolia y Eldiario.es, y siempre está en muchos sitios, a menudo en eventos simultáneos, lo que ha originado teorías sobre su sobrenatural capacidad de omnipresencia. Comisaría un festival feminista en La Casa Encendida, el celebrado Princesas y Darth Vaders, en pos de su cuarta edición. También es traductora literaria (tradujo a jarvis Cocker) y profesora en centros como la Universitat de Vic. Ha publicado los libros Quiero los secretos del Pentágono y los quiero ahora (Capitán Swing, 2015) y Casi nada que ponerte (Los Libros del lince, 2016), una semi-memoria sobre su infancia argentina. Su último libro es un manual tronchante y militante que plantea el feminismo de un modo natural y práctico, nada blandengue ni envarado.

 El Día del Golpe en la Cabeza es el momento en que se adquiere conciencia de vivir en un mundo injusto para las mujeres. ¿Cómo fue tu golpe?

Era un bar normal, y estábamos en plena reunión informal de trabajo. Primero me dijeron dónde sentarme, algo que en su momento naturalicé pero que no es nada natural. Algo más tarde me hicieron callar. Vi que mi opinión era menos importante que la del resto del grupo: todo hombres. Algo después se lo comenté a una amiga, por si me lo había imaginado yo, que soy susceptible, y me dijo (perpleja) “¿Como un profe en clase de mates?”. Y ese fue el inicio de algo que ya intuía: que las mujeres éramos de segunda clase. Que las cosas estaban peor para una parte de la población. Que en cultura, por mucho que lo intentemos, las mujeres jamás seremos tan guay como los hombres.

¿Recuerdas cómo pensabas antes de ese momento?

Yo creía que las feministas eran pesadas, quejicas… Me da mucha vergüenza acordarme de discusiones en que yo les decía a amigas militantes mucho más concienciadas que por qué tenían que hablar de “sus cositas”. Yo era una ferviente creyente en la meritocracia. Creía que el feminismo estaba superado, y que nosotras conseguiríamos llegar a donde teníamos que llegar por mérito propio. “Si somos buenas, triunfaremos”. Una idea completamente neoliberal que no tiene en cuenta nada de tu entorno ni tu realidad social, en suma. Pero ya me molestaban cosas, como la idea de la chica indie lánguida, de pose. Una feminidad que se compró mucho en el dos mil, y todo lo que se saliese de eso no existía culturalmente. Yo veía que yo no era eso, por ejemplo, pero no veía la idea más amplia: que no estaba en igualdad de condiciones.

Una cosa es ser quejica, y la otra es protestar.

Totalmente. Yo temía molestar. Además, soy tímida. No me hace una gracia especial lo de hablar de ciertas cosas en público. Pero, claro, lo de no molestar de repente entraba en contradicción con la violencia. Hacer callar a alguien es un acto de violencia. Por no entrar a hablar de todos los demás actos de violencia que, sin tener una vida especialmente difícil, te suceden constantemente y son aun peor que ese.

Propones intercambiar enunciados. Colocar la palabra “negro” en alguna frase referida a las mujeres para darte cuenta de lo ofensivo que resultaría.

Efectivamente. Lo chocante es, de nuevo, lo naturalizado que está el discurso machista. Que tú has de quedarte en tu sitio, no molestar… A mí me gusta unir ambos conceptos, de hecho: género y clase. Porque en el fondo van juntos. Ese es el discurso mediático habitual. Las cosas que dicen, no sé, Salvador Sostres, o Pérez-Reverte, sobre las mujeres y sobre el proletariado serían impensables si hiciesen referencia a raza. Me da impresión que todos esos discursos se están radicalizando: contra las mujeres, contra la clase obrera… Voces que justifican las barbaridades que dicen escudándose en que están “oprimidos”, que hay una censura de “corrección política”. Los varones blancos de clase alta están oprimidos, según se ve.

Yo creo que quizás también haya algo de efecto bumerán producto de años de izquierda cosmética. Hillary, Felipe, IU, etc.

Tal vez. Pero si es así, esas voces de derecha están utilizando ese efecto para pronunciar un discurso en el que siempre han creído. El fracaso de la socialdemocracia les viene perfecto para decir al fin lo que opinan: que el estado del bienestar no funciona, que lo que “ellas” dicen no es cierto… Por otra parte, es perfectamente comprensible que algunos discursos calen en momentos de crisis. Escuchas el discurso de los alcaldes del FN del sur de Francia y entiendes que aquello cale entre una población ya polarizada. Lo que sucede es que esa gente no debería tener un lugar desde el que hablar. Al igual que los machistas. ¿Por qué tenemos que soportar un discurso de odio?

Por otra parte, el discurso de algunos medios es más insidioso y perverso que el de un alcalde del FN. Hablo, por supuesto, de Friends.

La mayoría de sitcoms acaban en matrimonio y bebé. Hay contadas series que dibujen una alternativa que no sea parir o casarse. Que dos tías estén en un bar tomando un cóctel, y (ojo) hablando de cualquier cosa que no sea hombres [ríe], es radical. Elizabeth Moss, la productora de The Handmaid’s Tale, declaraba que no sabía si le dejarían hacer una serie en la que las mujeres fuesen las protagonistas. Imagina.

Uno se pregunta cómo permitieron que se filmara Thelma y Louise.  Aunque, naturalmente, hubiese sido más radical si en lugar de follarse a Brad Pitt hubiesen hablado de libros.

O follado entre ellas [ríe]. Thelma y Louise no ha vuelto a suceder. La experiencia femenina siempre es femenina, nunca es universal. Es un género en sí mismo: “pelis de mujeres”. El nicho de mercado son nuestras vaginas. Cuando hablamos de genérico hablamos de hombres que hacen cosas. Dos hombres y un destino no es una película “masculina”, pero no dejan de ser dos hombres todo el rato, haciendo cosas de hombres. Pero como no es de mujeres, es un “clasicón” [ríe].

https://www.planetadelibros.com/usuaris/libros/fotos/250/m_libros/portada_yo-tambien-soy-una-chica-lista_lucia-lijtmaer_201702201317.jpgSi una chica escribe un libro que hable de “haber degollado a toda la población de Huelva”, en la portada llevará un jarrón con flores y un filtro pastel.

Y otra cosa: si eres chica y escribes libros, aunque sean de ciencia ficción, siempre son “sobre ti misma”. Nunca le preguntan a Philip Roth, que claramente ha escrito muchas veces el mismo libro basado en su propia vida, si va “de él”. No. Lo suyo es “universal”. Siri Husvedt decía que cuando escribió un libro sobre infidelidad todo el mundo le preguntaba si estaba bien con Paul Auster. Si eres mujer no es ficción. Eres nicho de mercado. Hace poco, Errejón dijo que era “el día de estar con el colectivo de las mujeres”. Tuvo que salir alguien a recordarle que no somos un “colectivo”, sino la mitad de la población.

Revistas femeninas. ¿Quién escribe las paridas de Marie Claire? Tú dices que son mujeres a quien “les toca apechugar”, lo cual me suena un poco al “solo cumplía órdenes” de los juicios de Dachau.

A la vez, tengo varias amigas redactoras, y veo lo que están haciendo desde dentro para que no sea así. Colocar según que artículos en esas revistas es muy complicado, y lo están consiguiendo en algunos casos. Pero muchas abandonan, y con asco. ¿Por qué las periodistas siempre terminan en revistas femeninas? Porque son uno de los pocos espacios donde pueden ascender. No quería culpar a las trabajadoras. El problema son los anunciantes, la dirección…

Desde luego. Del mismo modo que el problema no es el chaval que compra el bono del Primavera Sound, sino del tipo que creó ese espacio.

Exacto. Por eso me interesa explicar por qué esas revistas son reductos de mujeres, cuando en una redacción normal las mujeres no pasamos del mileurismo, porque somos más baratas y nos quejamos menos. Dicho todo esto, es innegable que también hay muchas mujeres que no están concienciadas, y eso es un problema añadido. Nosotros dos hablamos de un entorno en que ha calado ese discurso, pero hay mucha gente que está encantada de estar en esos espacios, y que cree en esos discursos de belleza y en esos cánones, y que creen que hacen lo que hay que hacer.

Lo que tú denominas el “Letargo Eterno”, o etapa perpetua de no-concienciación.

El coma profundo [sonríe].

Las mujeres no concienciadas perpetúan un discurso de opresión. Hollywood y las películas de mujeres que se odian entre ellas, por ejemplo.

Totalmente, y esto es así. Pero intento no demonizarlas, porque entonces perpetuas el viejo “mira qué tonta”. Es muy fácil odiarse entre mujeres. Todo está preparado, y tú estás diseñada, para tener miedo de la tía que tienes al lado: porque te robará el novio, porque te quitará el empleo, porque es más guapa que tú… Peor tampoco es cuestión de irse al otro extremo, como buenas samaritanas. El concepto de solidaridad femenina también debería revisarse. Porque depende con quién… [ríe]. A mí que Cristina Cifuentes diga que es feminista, mientras está desahuciando a mujeres solteras en acogida por maltrato… Eso no me lo trago.

Gwyneth Paltrow y las “yummy mummys”, 24 horas al servicio de la über-maternidad, también es intragable.

Gwyneth es la primera estrella de Hollywood que compra y vende el discurso aspiracional. Algo que es una barbaridad. Existe un modelo de mujer, pero no existe un modelo de hombre. El modelo de mujer es alguien como Gwyneth. El capitalismo te vende que si no eres feliz es porque no eres como ella. Porque no tienes el horno de leña toscano y la crema de caviar y…

…Y las operaciones de bajos.

[ríe] Sí. Por alguna razón, tu coño nunca está bien. Y el súmmum de todo ello llegó con las madres mormonas. 25 años y 5 hijos. ¿Cómo me puedes vender que eso es feminista? Lo siento pero parir no es feminista. No es un logro del feminismo. Se plantea como una opción personal (“yo he decidido quedarme en casa y criar”) que tenemos que respetar. Y la respetamos. Pero que no nos vendan que la gran conquista social del 2010 es quedarte en casa y hornear magdalenas. Cuando el fenómeno Russian Red pasó lo mismo: de golpe todas las chavalas hacían ganchillo. A mí algo así no me parece casual. Que nadie optase por tocar la batería o aprender defensa personal, sino por hacer colchas [cara de asco].

Me angustia la dictadura de la belleza femenina. Este idolatrar la guapura me parece la cosa más obscena y banal del mundo. Nacieron así, por el amor del cielo. La belleza tiene cero mérito.

No es casual que haya muchas mujeres que entran en el feminismo cuando empieza a decaer su atractivo físico o poder sexual. O dejan de ser “deseables”. Nos enseñan que ese es nuestro motor de vida: atraer. Yo me pregunto si compramos ese discurso en todas partes, incluso en las que están de nuestro lado. Por ejemplo: Pussy Riot. ¿Habrían tenido tanta visibilidad si no pareciesen estrellas de Hollywood? Claro, al mismo tiempo no eran sujeto activo. La atención mediática lo fue. Ellas no tenían la culpa de parecer supermodelos. Por eso hablo del concepto de “gordibuena” en el libro como un mal de construcción mediática. Porque el “fofisano” tiene que estar solo sano, pero la “gordibuena” tiene que estar buena. Explicar hasta qué punto te afecta eso es un ejercicio de honestidad muy necesario. No conozco a ninguna mujer que sea inmune a ello. Caitlin Moran lo explica muy bien: todas queremos ser una versión más delgada de nosotras mismas. Tu ideal siempre pierde peso. Es muy fuerte. No se te pasa nunca.

Creo que ayudaría si los hombres dejaran de creerse en el derecho de puntuar los cuerpos de las mujeres.

Me gusta ver cómo algunos amigos han cambiado de mentalidad respecto a ese asunto. El otro día unos amigos le afearon la conducta a otro par que se puso troglodita a la hora de hablar de mujeres. Para los hombres es muy importante tener amigas. Si un hombre solo va con hombres, hay un problema. Yo me junto con hombres porque me interesan. Y me ilusiona ver cómo algunos comportamientos (el que habla fatal de su novia, por ejemplo) empiezan a parecerles mal, incluso cuando no hay mujeres delante. Solo juzgamos la violencia cuando es física, pero todos conocemos a gente que machaca a su pareja sistemáticamente. Cuando no hablamos, somos cómplices. Si creemos que lo personal es político, todos hemos vivido situaciones que sabíamos que no estaban bien, y en las que deberíamos haber intervenido. La frontera es difícil, pero lo es menos cuanto más reiterativa es esa conducta. Porque entonces queda claro que hay un patrón.

Como sucede con el fútbol, algunas conductas infames se toleran porque son mayoritarias. Como las fotos guarras en los chats.

Mira lo que sucedió con el caso de La Manada, la violación aquella en los Sanfermines. y cómo una mayoría de la sociedad lo vivió como algo normal y disculpó su comportamiento.  O luchamos contra esas cosas o somos cómplices, insisto.

En el libro lamentas que “a finales de los noventa no podías salir de casa sin tener una polla en la boca”. Que para parecer moderno y liberado tenías que estar todo el día hablando de porno y relatando gráficamente tu vida sexual.

Yo a lo de follar sí le puedo encontrar un deje político, con lo del post-porno, los cuerpos no-normativos, lo de que la exposición pública de ciertas prácticas no está asumida… Y me parece bien. Lo que me parece el demonio es la idea de consumo. Es decir: el sexo como capitalismo. Que de repente tengas que hablar de ciertas cosas con gente que no conoces de nada, y que eso suma puntos de guay, y que para colmo eso es feminista. Eso era puro tupper-sex. Se lanzó ese mensaje porque querían vendernos cosas. Dildos y un consumo pornográfico que se vendía como liberador. Ahora interesa que las tías vayamos depiladas porque eso es lo “guay”. La promiscuidad sexual no es siempre libre, a menudo es una imposición comercial. Es un modelo de consumo. Por eso quería tratar la pornografía. Porque para mí sería muy fácil decir que vale todo. Pero no es así. Diversidad sexual sí, pero hablemos de las condiciones en que se hace la pornografía. Me gusta que se estén haciendo documentales sobre eso. Si miramos de dónde viene la ropa que llevamos, cómo no vamos a querer saber de dónde sale el porno que consumimos.

Citas a la pornstar Stoya, quien afirma que su trabajo “no tiene nada de feminista”. Yo entrevisté una vez a una actriz porno, Amarna Miller, y tuve la sensación de que me estaba vendiendo un producto, de un modo muy calculado. Era un discurso articulado pero promocional.

A mí me parece interesante que Amarna Miller diga que ella es masoquista, y que eso forma parte de su imaginario, y que ella utiliza su cuerpo, y que esa es su herramienta. Yo soy partidaria de eso. Pero no puede afirmar que esa es la pornografía mainstream. Lo que ella dice contradice las estadísticas. El porno es muy neoliberal. A mí me gustaría que gente como Amarna Miller dijese: “señores, yo soy una privilegiada. Pero está pasando todo esto”. Y utilizara su voz como herramienta de protesta.

Un personaje de Vernon Subutex 2, de Virginie Despentes, dice “odia el porno. lo envilece (…), le llena la cabeza de guarradas a las que no está acostumbrado. No le piden su opinión, le meten porno en las narices a todas horas”.

Una amiga mía me dijo que había dejado de masturbarse fantaseando, y que ahora solo podía hacerlo con porno, y estaba cabreada. Decía que aquello le había roto la fantasía. A mí me parece bien que exista la pornografía, y puedo consumirla, pero he empezado a pensar de dónde sale e intento… Saber de dónde viene, como hago con el pollo [ríe]. Y por otro lado está lo de que el acto repetitivo de consumo genera problemas. Y nos estamos acostumbrando a imaginarios que dan miedo. Las categorías actuales del porno, si las lees enteras, dan miedo.

Sí. No me hace la menor ilusión que la primera imagen sexual que vean mis hijos tenga relación con bates de béisbol.

Lo primero que debería hacerse es limitar el acceso. Que pongas “bates de béisbol” y lo primero que aparezca, sin el menor filtro, sea una mujer, que en el fondo está siendo humillada… Internet lo ha democratizado (falsamente) todo. De golpe estás al mismo nivel que un tarado mental que vende cloroformo, que es algo con lo que me topé cuando investigaba la Deep Web.

El troleo en la red es 100% machista y abusón.

Es interesante ver cómo se construyen esas redes digitales. Hay redes que no permiten ese abuso. Twitter lo permite todo. Tendrías que cargarte a alguien para que te cerraran una cuenta. Es natural: la cúpula dirigente de Twitter, en su 90%, está formada por hombres blancos anglosajones de clase alta. Su realidad no entiende el abuso. Owen Jones dice lo mismo: háblale a alguien del establishment, que va de Eton al Parlamento o la Banca, sobre las ayudas sociales. Twitter perpetua el problema ofreciendo impunidad completa a los machistas o racistas. Luego vienen las amenazas físicas, y todo el mundo hace la vista gorda. Esto es un mal endémico de este país. Como cuando toleramos que el suplemento de El Mundo entrevistase a la líder de Hogar Social. Un medio de modernos le hace una entrevista estrella a una dirigente de ultraderecha como si fuese lo más normal del mundo.

En el libro citas la pancarta de aquella activista en Washington DC: NO PUEDO CREER QUE SIGA TENIENDO QUE MANIFESTARME POR ESTA MIERDA. ¿Tuviste tú algún momento de “No puedo creer que siga teniendo que escribir sobre esta mierda”?

A veces sentía que estaba diciendo obviedades. A ratos pensaba que quedaría blanda, como cuando lo de la tasa rosa. ¡Pero es que te están cobrando de más por un producto solo porque es de uso femenino! ¿Por qué los tampones están tasados como artículos de lujo? Tienen el mismo impuesto que el caviar. Son cosas obvias que han salido en los periódicos, pero hay que decirlas. Hablo mucho de filmes porque nuestro imaginario se cimentó en ellas. o en televisión. Cuando me tragué todos los realitys sobre bodas perfectas me di cuenta de lo potente que era su mensaje. Yo también quiero una epifanía como la de las novias de esos programas y su vestido blanco. Si el vestido blanco va a hacer que yo tenga una misión vital, voy a acabar comprándolo. Es más fácil que cambiarlo todo.

(Este es el corte del director -la charla entera- de la entrevista que realicé con Lucía Lijtmaer para El Periódico, y cuya versión breve y editada pueden ustedes leer aquí)

 

Emo-memorias

Esto es una entrevista que me hicieron hace unos meses los de Nosey-Vice México centrada exclusivamente en el tema del Emo (y, por la tangente, también del hardcore melódico). Se trata de la acostumbrada combinación de sensateces, confesiones, memorias, delirios, información emocional y alguna paridita de postre. Léanla realizando un stage diving y aterrizando con la napia en este duro punto.

Kiko Amat entrevista a VIV ALBERTINE (The Slits)

El País fletó un avión para que yo entrevistase a una ídola de siempre: Viv Albertine, de The Slits, ahora con librazo de memorias recién traducido y editado en Anagrama.

Pa’ londres que me fuí de ida y también vuelta, ya con un entrevistazo de órdago en el saco. Esto de aquí que pueden linkar es la entrevista que todos ustedes leyeron (a miles de millares) en Babelia de El País, para leer en el metro o mientras discuten con su pareja o perplejos ante la programación televisiva actual.

Lo que les cuelgo a continuación es la entrevista sin cortes, director’s cut, en exclusiva para todos aquellos de ustedes que han conservado la fe en Bendito Atraso, y que pueden llevarse al baño si padecen de fatigoso tránsito intestinal, por ejemplo. Porque es muy larga. Y muy buena, qué leches. De las mejores que he hecho, a decir verdad.

Viv Albertine (The Slits)

“La rabia y el aburrimiento han sido los motores de mi vida”

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Del Manual Básico para Entrevistadores: no dejes el suelo del entrevistado hecho un asco. Desoyendo ese mandamiento elemental me presento en el estudio londinense de la artista Viv Albertine con unas botas que destiñen. Ella no las ha admirado, pero lo hará en cinco minutos, al ver que mi (espasmódico) andar arriba y abajo de su cocina ha dejado unas pisadas horribles. Mi anfitriona me pide si podría no hacer eso, por favor. Al mirar veo que las huellas forman un patrón negro. Mientras Viv friega el estropicio (y yo me fundo en excusas) pienso que aquellas manchas podían representar los abruptos pasos de baile de alguna canción de The Slits.

Viv Albertine es una de las figuras improbables del pop, y su banda (cuatro mujeres) la más radical de la época. The Slits eran todo lo no-rock que un grupo puede ser sin hacer canto gregoriano. Una amalgama de dub, pop, punk, baile Ubangui y discordancia que parecía no tomar un solo consejo del libro del rocanrol –ni en pose ni sonido- y desmontó cada cliché de la industria.

No fue divertido, pero sí excitante. Su memoria Ropa, música, chicos (Anagrama) habla con cruda candidez de lucha y pasión creativa en una vida sin domesticidad. Para ella, “feliz” es una palabra fea, “normal” un insulto. Interrogamos a la mente más despierta y la heroína más reticente del punk rock.

Empecemos con una pregunta rompehielos: ¿Qué has hecho hoy? ¿Cuál es tu rutina?

No tengo una. Empiezo el día quedándome en la cama más tiempo del necesario. Me encanta la cama. Me despierto y me quedo allí una hora, pensando. No de forma muy concentrada, solo pensamientos al azar. De vez en cuando surge una idea, o algo que me preocupa sube a la superficie. He vivido una vida bastante rápida; ahora me gusta la tranquilidad y la quietud. No le tengo miedo a la calma. Ni siquiera escucho música. Solo silencio, o el sonido de la ciudad. En los setenta teníamos aburrimiento, y ese aburrimiento gestó algo que ha sobrevivido cincuenta años. No soy la primera en decir que los chavales de hoy no saben aburrirse. El aburrimiento es muy importante para la creación de arte, como también lo es la frustración.

Los que venís del punk siempre habláis del aburrimiento y la mediocridad de los setenta, pero leyendo tu libro he vuelto a pensar que los años cincuenta de tu infancia eran aún peor.

Sí. Londres parecía estar aún en los 40’s [sonríe]. Nuestros padres habían vivido la IIª Guerra Mundial y tenían una lista de prioridades distinta. Para cuando llegaron los sesenta lo único que queríamos nosotros era ser felices, pasarlo bien, ser jóvenes para siempre. Nuestros padres se perdieron todo eso. Ellos vieron a gente morir, vivieron el racionamiento, mi madre nunca cogió un taxi, no comía azúcar (mientras que nosotros nos hinchábamos de chocolate). Hubo un gran cambio entre generaciones. Nosotros éramos más Yo, Yo, Yo. Y asimismo, se nos pegó algo de la austeridad paterna. A menudo me entrevista gente que tiene veinte años menos que yo, y una de sus preguntas siempre es: “¿Eres feliz?”. De niña nadie me preguntó eso. Nunca tuve la esperanza de ser feliz. No era algo que entrara en la ecuación. Mis padres habían vivido dos guerras. Nadie esperaba acceder a un estadio de felicidad ininterrumpida. Nuestra generación tampoco. Yo no esperaba ser feliz. Esperaba tener una vida interesante. La felicidad está sobrevalorada. Es una expectativa falsa, o no del todo deseable. Mi imagen de la felicidad es un estado estático: estar sentado en el sofá comiendo bombones.

Nice is a cup of tea, que decía Lydon.

Sí. Es un estado de sedación. La felicidad no me interesa. «¿Estás alerta?» me parece una pregunta mucho más interesante. ¿Te enteras de lo que pasa en el mundo? ¿Estás despierto? No puedo contestar “sí” a la pregunta de si soy feliz. Por otro lado, si contesto que no, el interlocutor siempre dobla el cuello así [realiza el gesto de condescendencia que uno haría con un bebé] y responde: Ooooh. Lo mismo cuando me preguntan si estoy soltera. Dios mío. Vivir en pareja: qué completa pérdida de tiempo. Me sorbía el alma. Toda la energía que tienes que dedicar a ser pareja de alguien, visitar a los suegros, por qué no me llama, por qué llega tarde… En los últimos seis años en que he estado soltera he completado el trabajo de cinco personas. Soy una artista egoísta.

Un artista tiene que ser egoísta. De otro modo nunca haríamos nada de provecho.

O si lo hacemos sería falso. Porque para ser un artista honesto tienes que decir lo que piensas, y eso daña a otros. Hasta hace muy poco los hombres lo tenían mejor, porque podían hallar a una pareja a la que no le importara ser la “musa”, la “facilitadora”, la que ayudaba al hombre a crear. Nunca hallabas a un hombre que aceptara ponerse en la posición inversa. A la mujer siempre se le dice que no debe dañar a los niños, que no debe dañar al hombre, a sus padres… Pero no puedes ser artista y no dañar a nadie. Aún diría más: para ser artista tienes que ser un poco desagradable. Tener una visión afilada. Y todo eso no encaja con lo que se espera de ti como mujer. “Anímate, cariño, vaya cara más larga, por qué no sonríes un poco más…” [ríe] Cuando empecé a dirigir para televisión yo era una de las pocas mujeres de la BBC, y siempre sonreía a todo el mundo en las escaleras. Nadie me sonreía de vuelta. Era un mundo muy competitivo. Y yo ahí, sonriendo como una secretaria. Intenté dejar el hábito, pero es difícil [ríe].

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De niña aprendiste que la vida era injusta y que, como decías, el aburrimiento era una energía. Así como la rabia.

La rabia y el aburrimiento han sido los motores de mi vida. Vengo de una familia de clase obrera, nada bohemia, sin dinero pero también sin libros en las estanterías, sin contactos molones ni nada parecido. La generación de mi madre fue aplastada, tuvieron que abandonarlo todo. Salían de la guerra y no las dejaban trabajar (para conseguir un empleo tenías que quitarte el anillo de casada). Solo se las conminaba a ser amas de casa y criar niños. Lo escuchas a menudo: “si no llega a ser por que naciste tú habría sido bailarina”. Eran una generación de mujeres frustradas, y nos convirtieron en militantes. Somos la segunda ola feminista, nacimos de su amargura. Yo solo tenía la rabia de mi madre y mi propio aburrimiento [sonríe]. Estaba siempre indignada, por lo que le habían hecho a aquella mujer tan inteligente. Veía la televisión y me ponía furiosa (aún lo estoy). Yo no era muy guay, ni muy inteligente. El cabreo era mi gasolina.

Hablabas de padres bohemios, siempre tan irritantes para los que nacimos de padres normales, nada intelectuales ni enrollados. Por desgracia, todo apunta a que nosotros somos ahora los padres bohemios. No puedo evitar un cierto autoasco.

[ríe] Sí. Creo que lo que va a suceder es que nuestros hijos van a querer ser normales. Mi hija tiene diecisiete años y está muy centrada. Es trabajadora, constante, toca en un grupo pero solo para divertirse, quiere estudiar inglés en la universidad… Creo que yo le he aportado esa estabilidad. Le he dado la parte de clase obrera, sin pretensiones, sin gilipolleces, y también le he mostrado los libros y el arte. No querría que mi hija estuviese tan desequilibrada como yo. Que fuese tan rabiosa y violenta.

En el fondo deseas que tus hijos sean feli… Perdón. Que sean estables emocionalmente. A la vez sabes que no crearán ningún tipo de arte válido, porque solo los neuróticos y magullados y alienados crean arte que tenga algún valor.

¿Sabes qué? Creo que el arte ha acabado. Si hablamos de occidente, a lo largo del último siglo ha sido la clase obrera la que ha marcado el ritmo visual, del pop y de casi todo. Ahora son los hijos de las clases altas los que están marcando el ritmo, pero nunca harán arte rebelde, porque son los hijos de los gobernantes. A la mierda el arte. Nuestros hijos serán ayudadores, serán facilitadores. Tendrán egos más pequeños. Todo eso de subir a un escenario y hacer poses con la guitarra, esperar a que la gente aplauda cada tres minutos… Es patético.

Desde luego el rock actual está del todo estancado. No puedo comprender cómo puede fascinarle a alguien de quince años.

Estancado es la palabra. ¿Y lo de convertir a uno de esos gilipollas en Dios, solo porque ha hecho dos canciones que riman? El género era radical en mi tiempo, pero ahora ha perdido todo el sentido. Si yo tuviese diecisiete años no pensaría que lo radical es estar en un grupo. Me parecería la opción más cómoda y aburrida. Preferiría ser un activista, o un abogado de derechos humanos, un estudiante de química… Cualquier cosa, en realidad. Yo hice lo que hice porque no tenía nada y estaba llena de resentimiento, y mi único camino creativo fue el que existía. Pero hoy no haría eso.

Puestos a admirar a alguien, admiremos a los profesores de la escuela de nuestros hijos, no al gilipollas ese de Kasabian.

Exacto. Mucha gente me sigue preguntando qué bandas escucho, qué grupos me gustan. Yo siempre contesto que me interesan muchísimo más los cereales del desayuno que los grupos de rock.

En el libro mencionas cómo todos aquellos músicos fueron tus maestros. Los que te señalaron los libros que merecían la pena, los discos que cambiarían tu vida…

Lo fueron. Comprendí lo que era Vietnam gracias los músicos americanos. Supe del Che Guevara gracias a la cultura pop. Me enteré de lo que eran las drogas por las canciones. Se trataba de gente que iba ahí fuera, lo experimentaba y luego venía a contártelo. Ahora, con internet y los viajes low cost ya no necesitas que nadie viaje para contártelo luego. Los músicos de antes eran como trovadores, que iban arriba y abajo del país contando la historia de la gente. Y no eran dioses, o al menos muchos de nosotros no los adorábamos de ese modo. Para empezar, eran gente interesante, espabilada, los veíamos como emisarios, como mensajeros… Yo viví un tiempo en que la música era el vehículo principal de la excitación y la rebeldía. Era peligrosa. No puedo entender cómo hoy se glorifica a unos cuantos pijos con tatuajes recién salidos del colegio privado. Siempre le digo a mi hija que intente distinguir en quién es radical y quien se hace el radical. Una chica rapeando en Afganistán: eso es radical. Arriesga su puta vida.

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Del punk me encanta una palabra que ha caído en desuso: poseur. Era muy útil. Posturero. Hay tantos ahí fuera…

Sí. Y otra que también se usaba mucho era careerist (arribista). Posturero y arribista eran las dos peores cosas que podías decir de alguien. El otro día estuve con dos músicos jóvenes que no paraban de decir “mi carrera esto, mi carrera lo otro”. Me dije: estos dos fulanos pertenecen a una especie distinta a la mía. Podrían ser contables, ya puestos, tanto hablar de su mierda de carrera. La música es algo que va abrir tu mente, transportarte hacia delante, ver las cosas de otro modo. Para estos chicos, la música es solo un modo de empezar empresas. En los sesenta toda la cultura era de clase obrera. Los ricos no participaban en las artes más que como mecenas o mánagers. En los ochenta decidieron empezar a trabajar, pero no en trabajos de mierda. Querían los glamurosos. Qué listos.

Es muy fácil dar por sentado algo que era radical cuando emergió. Hemos visto tantas copias de Hemingway que es difícil explicar lo revolucionaria que era su forma de escribir entonces. Lo mismo sucede con el rock’n’roll.

Desde luego. El contexto es muy importante. Es fácil meterse con Germaine Greer, decir que lo que hizo está pasado de moda, pero en su momento aquello era insólito. Internet tiene una tendencia a reescribir la historia con alteraciones. Por eso decidí escribir el libro en primera persona. Hay demasiados libros de hombres que no estuvieron allí, hablando de los tipos de guitarras que utilizaba no sé qué individuo. Es como un hobby de nerds.

Lo de la ropa también ha perdido sentido. En el libro explicas que te ayudó a “reconocer a un hermano” (en el caso de Mick Jones). Pero la estética se ha banalizado por completo.

Habrá feministas actuales que objetarán al título del libro. Chicos, ropas, música, qué poco feminista. Pero los chicos que yo conocí estaban muy politizados, eran gente muy sensible e interesante. Y en cuanto a la ropa, en aquella época decía quién eras. Te separaba. Te arriesgabas a que te violaran, que te atacaran, con cierta ropa. Hoy puedes ir a Primark y vestirte de punk, a la mañana siguiente de rocanrolera 50’s, a la otra de estudiante pija… Cada día adoptas un personaje, cosa que en el fondo me parece bien. Pero que quede claro que no tiene nada que ver con lo que te sucedía si te vestías de punk en 1976. No es comparable. Para nosotras la ropa era una especie de panel de anuncios. Especialmente en el caso de The Slits, porque mezclábamos en nuestra imagen todo lo que se esperaba de una mujer, solo que revuelto: un poco de sadomaso, un poco sexy, un tutú de ballet, zapatos de tío, chaqueta de delincuente… Y la gente lo odiaba. Sabían que nos estábamos mofando de todos los estereotipos.

El mundo de The Slits era uno donde un colega punk podía venir a decirte: “nosotros también queremos a un pibón en la banda”. Y no señalo a nadie.

[ríe] Pobre Paul Weller. Aquello era el mayor elogio que podía imaginar. Y él era buen tío, nada abusón ni maleducado. Es un buen ejemplo de lo arraigadas que estaban ciertas costumbres. Hoy me he acordado de mi padre, de cuando volví a verle después de muchos años separados, y andando por la calle no paraba de señalar a otra mujeres, mira esa, qué fea, mira esa qué buena está… Todos los hombres se creían con el derecho de hacerlo, ni siquiera era algo arriesgado. Las mujeres estaban para que tú las juzgaras. Yo le dije: “deberías echarte un vistazo antes de ir por ahí juzgando a las mujeres”. Mi padre se quedó de piedra. Jamás habría imaginado que lo que hacía fuese reprobable. Todos los chicos con los que salí tenían algún comentario que hacer sobre mi cuerpo: “tienes el típico cuerpo de pera inglés”, “tu nariz esto”, “tu barbilla hace eso otro cuando ríes”… Al final estás tan cohibida que ni te atreves a desnudarte. Los chicos de hoy son diferentes, según me cuenta mi hija. Mucho más considerados. Pero en la época aquella mierda asesinó mi sexualidad. Me agotó. The Slits estuvimos juntas menos de siete años, y aún me siento agotada por todo aquello. Siete años de pelea constante.

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En el libro no aparentas ser feliz en ninguna foto, hasta la página en que sales sosteniendo a tu hija. En todas las fotos de la banda, o de la época punk, apareces preocupada o triste.

Es interesante que lo veas así. Nunca tuve un solo momento de gozo, o felicidad, es del todo cierto. Inspiración sí, satisfacción artística también, pero nunca alegría. Tampoco de niña. Quizás si me hubiese dedicado activamente a la búsqueda de la felicidad la habría terminado hallando, pero no era eso lo que quería. Quería retos. Pero a la vez todas las puertas se me cerraban porque era una chica sin estudios y sin un duro. Nunca pensé en ir a la universidad, o formar un grupo. Todo se me presentaba como imposible. Todo era lucha.

En el libro dices algo parecido a lo que Steve Jones afirmaba en The filth & the fury: creía que los músicos caían del cielo.

Y tanto. Por eso cuando vi a los Pistols pensé: he aquí algo que yo podría hacer. Son exactamente igual que yo, solo que son chicos. De clase obrera, de la misma zona, mismos colegios, mismas voces, misma falta de títulos, misma impericia musical. Por primera vez vi que gente como yo podía hacer algo. Que no tenías que ser una cantautora glamurosa como Joni Mitchell, o una chica sexy y desacomplejada como Suzi Quatro o The Runaways. El único salto que tuve que realizar fue de chico a chica.

Lydon ayudó a vencer complejos, sin duda, con su inseguridad física y su timidez.

Sí, y creo que se estableció una cadena, en la que nosotras adoptamos ese papel para otras chicas. No éramos glamurosas, ni ricas, ni intelectuales ni veníamos de familias cool. No éramos la jodida Laura Marling, que es hija de un puto conde. Cuando regresé a la música a mis cuarenta años mucha gente me venía a decir que yo era una “leyenda”. Nunca nadie me había dicho algo así, y desde luego no me sentía como tal. En mi libro traté de deconstruir eso de la “leyenda”, para que cualquier chico, o chica, o transexual, o chaval de clase obrera, viese que no hace falta ser un guay de nacimiento como los nuevos artistas. Que puedes ser todo lo mierda, y todo lo tímido, y todo lo inepto que desees, igual que yo. E incluso así hacer algo con tu vida.

Los músicos que me hablan a mí tienen una cosa en común: están muy poco cómodos en su propia piel. Vic Godard, Wreckless Eric, Lydon, Bill Withers, Ray Davies, tú misma… Siempre parecían desear estar en otro lugar.

Creo que lo raro es sentirte cómodo con el espectáculo. Desconfío de la gente para la que estar ante los focos es lo natural. Vas a cualquier concierto ahora, de cualquier banda de tercera, y el espectáculo es fastuoso. Me parece incomprensible. Para hacer arte que sea relevante a cualquier nivel tienes que tener los pies en el suelo y dudar de ti mismo durante todo el proceso. Si vas a estar allí arriba, en el escenario, aporreando un trozo de madera durante tres minutos, con un estribillo a repetir cada dos, al menos tienes que ser consciente de que lo que haces es como el Mago de Oz. Que hay un elemento de timo en ello. En caso contrario no eres un buen artista.

Lo de The Slits, si uno no conoce su historia, podría parecer un proyecto científico planeado al milímetro: cojamos algo de dub, algo de free jazz, una pizca de punk, pillemos a una alemana de 14 años que baila como una mantis… Cuando en realidad era todo accidental.

Todo partía de ideas muy abstractas, muy espontáneas. Veo a grupos que están muy preparados, que han estudiado muy bien su camino, que casi parecen musicólogos. Han ido a colegios de música, y lo saben todo de estructura, pero tienen una visión muy limitada del mundo. Por el contrario, todos los músicos de los sesenta y setenta habían ido a la escuela de arte. Casi nadie sabía tocar, pero se valoraban todos tus talentos. Todos los que no querían un trabajo manual o una carrera formal iban a la escuela de arte. Allí tuvo lugar una fertilización cruzada. Se juntaba la música, las artes plásticas, el cine, el teatro… No había otra cosa. Hoy esto se ha puesto en compartimentos separados, es mucho más aburrido. Vas a la escuela de música y estudias música.

Si agarras un Quién Es Quién del pop de los sesenta o del punk te das cuenta de que toda la gente interesante venía de la escuela de arte.

Si tenías cierta edad, un temperamento artístico y no sabías qué hacer con tu vida te enrolabas en la escuela de arte. Todos tus artistas favoritos habían ido allí. Yo no tenía ni idea de qué iba a aprender. Solo que pasaría tres años sin trabajar, besuqueando a un montón de chicos y haciendo cosas fascinantes. Desde luego no era un paso pensado para conseguir algún tipo de ocupación fija, o una carrera. ¿Carrera? Eso es lo último que se me pasaba por la cabeza. Ahora voy a dar charlas a escuelas de arte y todos los estudiantes apuntan lo que digo en sus libretas. Lo tienen todo planeado para que esos tres años den un fruto rentable. Para montar sus negocios. Pero hace unas décadas nadie lo vivía así. Era algo tan hermoso, lo de vivir al día, sin la menor perspectiva de futuro… Y si algo interesante se te cruzaba por delante, lo cogías. Y si luego había otra disciplina que te atraía más, cambiabas de idea. Se fomentaba la espontaneidad. Todo lo que aprendí en la escuela de arte lo llevé a The Slits: cómo trabajar lo visual, cómo hacer que nuestros cuerpos fuesen lienzos, que todo lo que llevamos y los colores que usamos tuviese un significado, que los signos dijesen algo. Cogimos todo lo que se suponía que tenías que hacer con una guitarra, y la postura que tenías que usar, y cómo tenía que sonar, y lo desmontamos en muchos pedazos, y luego lo volvimos a montar. Nos lo inventamos por el camino. Eso era lo mejor, no formar parte de la tradición del rock’n’roll. Incluso gente como Steve Jones, que es adorable, había pasado horas delante del espejo haciendo posturitas de rockero. Pero The Slits no. Nunca esperamos que haríamos algo así. Todo era nuevo.

En el libro dices que cuando empezabas a tocar te planteaste “cómo sonaría yo si fuese un sonido de guitarra”. Dudo que nadie en el rock se haya preguntado eso, jamás.

Es cierto. Lo siento, pero los grupos de chicas del punk eran mucho más radicales que los grupos de chicos. Ellos todavía pensaban en Buddy Holly, en Keith Richards… Por mucho que estuviesen en el punk tenían esos modelos a seguir de los que no podían zafarse. Nosotras no. Nunca copiamos a los hombres. Tuvimos que inventar otro lenguaje, porque no existía.

Y si os fijabais en alguien era en Sun Ra, o Max Romeo.

O Don Cherry. O Mary Poppins. Nuestros modelos eran extraños, no nos daba ninguna vergüenza coger de todas partes. Y Ari era tan joven… No le había dado tiempo a que la sociedad le jodiese la mente. Era alemana, había pasado media infancia en un internado, en cierto modo era como si su mente estuviese inmaculada, era como una niña salvaje. Parecía Kaspar Hauser.

Como decíamos antes, los artistas no tienen por qué ser “majos” de un modo convencional.

Ari era muy difícil. No sé qué habría sido de ella de no ser por el punk. En serio. Le salvó la vida. Le proporcionó una válvula de escape y una dirección para toda aquella energía demencial. Todos éramos gente rara, todos veníamos de familias jodidas. No había internet, no había revistas que hablaran de nosotros, gravitamos hacia el punk porque era el único sitio que nos aceptaba. Todos padecíamos trastornos de personalidad en uno u otro grado. Ahora se utiliza el término “apareamiento concordante”: un determinado tipo de gente se junta por un factor determinado. Acabamos en la tienda de Malcolm y Vivienne porque éramos el mismo tipo de gente. Hoy en día sucede algo interesante y millares de personas se enteran al momento. Pero entonces tenías que tener una mente determinada para acceder a aquello. Era una voz que se filtraba a través de las generaciones, pero que se mantenía a salvo del pensamiento común. Ahora hay una exposición punk en Londres. Horrible. Y me alegra que no haya nada allí. No tienen nada que mostrar. Porque en realidad era una actitud, no algo físico.

Siempre he visto el punk americano como una cosa más enrrollada, más rocanrolera. Mientras que el punk inglés nació de un puñado de inadaptados con mala dentadura. Chavales vírgenes y patizambos.

Yo opino lo mismo. Creo que el punk americano es una cosa distinta. Eran gente mucho más sofisticada y callejera. Navajas automáticas, chupas de cuero. En los Ramones había chaperos, por ejemplo. En sus círculos había prostitutas, heroína. Patti Smith venía de la poesía. El punk inglés era muy inocente, comparado con aquello.

El sexo en el punk inglés siempre es desastroso. En tu libro hay varios ejemplos de sonrojante impericia. Tu mamada a Lydon es quizás el momento del libro que da más dentera.

[ríe] Las mamadas eran cosa de americanos. Los americanos llevaban años y años practicando felaciones a diestro y siniestro, era como una tradición nacional. Según he leído, muchas madres americanas recomendaban la felación como sustituto al coito, para evitar embarazos no deseados. Pero aquí eso ni existía. No teníamos ni porno. Ni videos. Si querías ver películas porno tenías que ir a un cine X, pero nadie lo hacía, era una cosa de viejos salidos. Así que lo que todos practicábamos era una especie de sobeteo absurdo durante horas. Una cosa sin sentido. Al final perdías interés.

Todo era tan excitante que follar era la última de las prioridades. “Sexo son dos minutos de sonidos chapoteantes”, como dijo John Lydon.

Sí. Nadie pensaba mucho en ello. Y todo lo de la ropa sadomaso era una cosa extrañísima, nadie había visto jamás esos artilugios. Aquello era algo que alguna gente (gente rica) utilizaba en la más estricta privacidad. Nosotros lo usábamos para ir por la calle y resultaba escandaloso, pero lo más interesante no era eso. Lo interesante es que nos hacía parecer que estábamos al tanto del rollo sexual, cuando no lo estábamos en absoluto. Había dos chicas de toda la movida que se prostituían, pero eran una rareza. Y en cuanto a los chicos, tenían todos diecisiete, máximo dieciocho. No tenían casi experiencia. Hacían lo mismo que los niños en el patio: meterse con todo aquello que no tienen o no pueden hacer. La frase de Lydon viene de ahí. Se hicieron famosos a la vez que descubrían el sexo. No eran mujeriegos, precisamente. Aparte de Steve Jones [ríe].

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Hablando de Steve Jones, tu libro se añade a una larga lista de memorias punk. Exceptuando la de Jah Wobble, que insiste en que Lydon es una sabandija inmunda, las demás tienden a coincidir en pintar a Lydon como el tío brillante y a Sid como el cenutrio bizqueante. Tu libro cambia un poco esa visión.

Sid se hacía el tonto, que es muy distinto. Para llevar la contraria. Y era uno de los miembros más dañados psicológicamente del punk. Su madre era yonqui. Si consideramos en qué tipo de hogar creció aún puede decirse que le fue más o menos bien. Porque estaba maldito desde que nació. Su madre era una mujer inteligente, pese a todo, y él también lo era.

Sid opinaba que tener una opinión sobre algo era “pretencioso”.

Veía más allá. Estaba rodeado de gente que no paraba de hacer afirmaciones palmarias sobre esto o aquello otro, pero que en realidad estaban en la inopia. Él podría haberlo abrazado todo, cualquier opción. Sid era un hombre interesante que acabó destruido.

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Tu libro habla de él con un cariño palpable.

Mira esas fotos: era solo un niño desvalido. Me rompe el corazón ver alguna de esas filmaciones donde da cabezadas por culpa de la heroína, y no para de disculparse. Por otro lado, él y yo éramos distintos. Él siempre había soñado en ser una estrella del rock. Él y John. Estudiaban los ritos del rocanrol. Eran los niños que se vestían como Bowie e imitaban a Bolan ante el espejo. Pero las Slits no éramos así. Nacimos de la más absoluta nada, sin ningún tipo de bagaje rock. Y eso, por supuesto, también acabó con nosotras.

En todas las biografías del punk y post-punk hay un trozo en donde saca la cabeza Vic Godard. En la de Tracey Thorn era como ídolo, en la tuya es más como…

Un cómplice, sí. Subway Sect eran el grupo con el que nos sentíamos más identificadas musicalmente. Pasábamos mucho tiempo juntos, yo me acostaba con Rob [Symons], éramos uña y carne, íbamos al cine juntos. E incluso así, eran chicos blancos que habían acabado el bachillerato, y que venían de familias más privilegiadas. Es mucho más fácil desperdiciar tu talento y confianza en ti mismo si naciste con él. Yo no tuve ninguna. No quería desperdiciar lo poco que tenía.

El entorno tampoco era el más amigable. Describes un momento en que fuiste a ver a tu amigo Sid Vicious para que te echara de los Flowers of Romance después de que tu exnovio Johnny Thunders te convenciese para meterte heroína.

Todo el mundo estaba muy jodido. Yo creía que Thunders estaba siendo amable, pero era solo una estrategia de manipulación yonqui. Los yonquis buscan acólitos. Él sabía que yo estaba triste, y tenía jaco en casa. Me puso en una posición vulnerable para que no pudiese decir no. Es un viejo truco de control, pero me llevó veinte años darme cuenta de ello.

Es un libro muy honesto. No solo por lo que dices de los demás, sino por lo que afirmas de ti. Tu resentimiento hacia Ari Up, por ejemplo, porque decías que te copiaba. Podrías haberte puesto en el papel de mentor benevolente, que siempre es más agradecido, pero decides decir la verdad.

Fue difícil poner eso en palabras. Durante todo el libro lo pasé fatal a la hora de explicar que había sido deshonesta, o que había engañado a alguien, o explicar mis necesidades corporales. Me daba miedo pensar en que iba a publicarse. Pensaba que iba a ser troleada sin compasión, que la gente iba a decir que mi cuerpo daba asco y mi personalidad aún más. Pero necesitaba ser honesta. Asumí que no iba a tener novios nunca más, y que perdería a los amigos que aún tenía. Sufrí una crisis nerviosa al terminarlo. Pasé tres meses sin salir de casa. No sabía ni si estaba bien escrito.

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La segunda parte del libro (la de después del punk) es una historia de renacimiento. ¿A dónde vas desde allí? Mucha gente pierde el norte después de haber sido precozmente audaz en su juventud.

Sin duda. Las cosas también han cambiado en ese sentido. Hace cincuenta años la segunda parte de tu vida se parecía mucho a la primera, porque trabajabas en el mismo sitio hasta que morías. Pero hoy ya no es así, no solo para los artistas. A lo largo de mi vida he tenido cinco o seis viajes, y creo que eso no es una excepción. Probé muchas cosas.

Tras haber agarrado una guitarra sin tener ni idea y hacer lo de The Slits, supongo que no era un salto de fe tan insólito pensar que podías dirigir un filme.

En cierto modo no. Pero tampoco creía que podía ser una cirujano. O astronauta. Ni siquiera abogada [ríe]. Para mí no se trata del medio. No quiero mitificar lo de la música, ni el cine. La plataforma me da un poco igual, mientras pueda comunicarme. No pongamos en un pedestal el tema de la música, la pintura, la poesía… hay que escuchar lo que nos cuentan. Agarrar una guitarra y subir a un escenario no tiene nada de heroico o interesante si no tienes maldita cosa que decir. La gracia del punk era precisamente que daba un poco igual la forma en que decías algo, si tenías algo que contar. Y si no lo tienes, estate calladito durante diez años, luego vuelve y di algo.

Cuando tú regresaste de tu exilio familiar tuviste que volver a aprenderlo todo. A tocar la guitarra también.

Me aterrorizaba lo de presentarme a veladas de micrófono abierto en pubs, pero algo me empujaba a hacerlo. Era como una especie de locura. Como si no fuese yo. Muy raro. Una fuerza tiraba de mí. Porque no era la Viv pensante la que decidió meterse en aquello. Era otro tipo de criatura que vivía en mí la que me dijo: “da igual si haces el ridículo, o eres vieja, o eras malísima. Vas a presentarte a ese micro abierto”. ¿De dónde salió eso? Vas a joder tu matrimonio de 17 años, tu hija te necesita en casa… Las razones para no hacer lo que hice eran enormes. Pero si consigues sintonizar con… No sé como llamarlo. Yo lo siento como un río subterráneo que fluye en mi interior. Si logras conectar con eso, te dominará. Harás lo que haga falta. Mi marido creía que era un acto de supremo egoísmo. Que no tenía sentido después de haber pasado nueve años en casa cuidando de mi hija. Asimismo, hay un momento en que tu hijo tiene ocho o nueve años y tú, como padre o madre, vuelves a mirar al exterior. Porque tu hijo ya es una persona. Muchas mujeres se separan en ese preciso momento. Se les abre el cielo. Tu cría ya puede alimentarse sola. Es algo animal. Al mismo tiempo me pregunté qué tipo de ejemplo quería yo representar para mi hija. Ella ya no necesitaba una niñera. Empezaba a necesitar un ejemplo a seguir. Y conseguí que me viese así. Un día yo era parte del mobiliario. Al otro era una persona que salía y tocaba la guitarra y escribía letras y le pedía la opinión. Y eso puede parecer egoísta durante unos años, porque quizás estás haciendo menos cenas, pero germina en algo que es mucho más importante para un niño. En una madre que merece la pena, en suma.

Tu exmarido queda como un completo capullo. Con perdón.

El pobre se asustó. No era así al principio. Es una paradoja, creo que común en algunos hombres. La razón por la que se enamoró de mí fue lo que le fue distanciando de mí con el tiempo. No intentó formar parte de ello. Algo le dijo que si yo continuaba con la música él iba a quedar al margen. No era cierto, pero él estaba tan convencido de ello y se opuso tanto a mi camino que al final sus miedos se hicieron realidad.

Tuviste una época de retiro absoluto en la que solo eras madre, las 24 horas. Permíteme que te pregunte esto: ¿cómo aguantaste tanto tiempo haciendo ver que eras normal, con los otros padres y madres normales? En una ocasión le hice esta misma pregunta a Tracey Thorn y se lo tomó fatal, dijo que ella no miraba a la gente de ese modo. No sé si estaba siendo sincera.

Quizás sí, y para ella esto era fácil, porque es una persona normal [ríe]. Pero para mí fue un suplicio. Me sentí un fraude total. Una absoluta automarginada. Fue agónico. No comprendía como aquella gente tan centrada y normal podía dejar que sus hijas se quedaran en mi casa. Me esforcé tanto para parecer normal, para que mi hija tuviese amigas y nadie pensara que era una friqui… Pensé que si nadie se enteraba que yo era la guitarra de The Slits las madres de las amigas de mis hijas las dejarían quedarse a pasar la tarde. Y me sentía forzada a ser doblemente buena. Que nunca hubiese el menor riesgo, porque ya era riesgo suficiente que estuviesen al cuidado de alguien con mi pasado. Nadie sabía de ello, porque yo llevaba el apellido de mi marido. Fueron años de sentirme como un pez fuera del agua. Quizás Tracey Thorn no necesitaba el camuflaje, porque encajaba de perlas en medio de todas aquellas mamás, pero para mí fue una pesadilla. Lo peor es que seguro que me equivocaba, que a nadie le hubiese importado. Pasaron años, hasta que mi niña tenía siete años o así, en que se lo confesé a alguien. Mi hija ya iba a una escuela secundaria de Camden, y allí sentí que había una mayor afinidad con algunos padres. Mi consejo para futuros padres es: si vas a llevar a tu hijo a la escuela y no eres demasiado normal, no lo lleves a un sitio que es el epítome de la normalidad. Porque a tu hijo va a resultarle raro que te comportes de forma tan distinta en casa y en el colegio [sonríe].

Dicho esto, no hay nada peor que los colegios donde todos los niños son hijos de directores de cine, actores y músicos rock. En Barcelona hay unos cuantos. Puag.

No, claro. Mi hija va a una secundaria típica. Hay de todo. Desde la hija de un mandamás de The Guardian hasta los hijos de casas de protección oficial de la zona. Los hijos de artistas famosos en colegios como los que mencionas llevan vidas enrarecidas y muy aisladas. No comprenden los problemas que tiene la gente trabajadora, porque no van a la clase con los hijos de esa gente. Vivirán siempre la vida en la crema, en lugar de en la leche.

Tu vida está plagada de golpes de suerte pero también de impactos de tremenda mala suerte. Plenitud artística y maternidad se alternan con cáncer y violencia de género de un modo que parece novelístico. Tienes algo bueno y de golpe te lo arrebatan.

Creo que es otra consecuencia de haber crecido en una familia disfuncional, con un padre con graves trastornos psicológicos. Tiendo a gravitar hacia la dificultad. No puedo evitarlo. Es como si me sintiese atraída por las naturalezas abusivas. Supongo que también es culpa de mi falta de autoestima. Nunca crees que merezcas algo, así que acabas mezclándote con lo peor. No culpo a los demás. Tampoco a mí. Es otra de las razones para no estar en pareja. No se trata de que todos sean malos, sino que yo no sé escoger a los buenos. Me parece una razón de peso para dejar de buscar. No es tan grave si eres joven, puedes sacudirte los malos tratos de encima con más facilidad. Pero a los cuarenta o cincuenta, con una hija, ese escenario es una cosa seria. No me importa que se metan conmigo en las artes, es un mundo cruel y estoy acostumbrada (además, tiendo a ambicionar cosas que están por encima de mis posibilidades, lo que me hace tropezar y exponerme a la crítica mucho más a menudo que otros). Pero en mi vida privada eso es distinto. No quiero que me traten mal.

Las novelas negras se equivocaban. La culpa no es del mayordomo, sino de los padres.

Mi nuevo libro va de padres disfuncionales en los años cincuenta. Es una búsqueda de qué me convirtió en la persona que cogió la guitarra. Y cuando descubrí lo que me hizo así, vi que era jodido. Todos estábamos jodidos. Por eso hicimos lo que hicimos. Porque estábamos medio locos. Pero a la vez ese camino no para de llevarte a precipicios y caminos sin salida. Yo me he hallado en muchos de esos. El cáncer me vino de eso, estoy convencida.

¿De la parte emocional?

Sin duda. No es que me culpe de ello, pero tuve cáncer por la forma en que viví mi juventud. El tiempo era el que era y no hubiese podido hacerlo de otro modo. Pero aquella angustia tuvo sus consecuencias. Podría haber llevado una vida tranquila, conocer mi lugar, no salirme de la fila, quedarme con los de mi clase social… Pero no era lo que yo buscaba.

El escritor Harry Crews siempre decía que tu destino como artista de clase obrera es estar perpetuamente alienado: de la clase de la que te extirpas, y de la clase “artística” a la que desembocas. Nunca encajarás.

¡Muy cierto! Jamás formarás parte de nada. Es tu destino. Y yo he hecho las paces con ese destino. He decidido hablar de mi familia, de mis parientes. Muy pocos artistas hacen eso, diciendo toda la verdad. Yo lo he hecho. Mi padre tenía Asperger, pero jamás le diagnosticaron así. Nadie utilizaba la palabra entonces. Mi hermana y yo también estamos en el espectro autista.

¿Te han diagnosticado así?

No. Lo sé y ya está. No necesito que me lo ratifiquen. Mi padre, mi hermana y yo padecemos lo mismo los tres. A mi padre le zurraban porque creían que era estúpido, que no prestaba atención. Ni siquiera a Ari Up, que era Asperger total, la trataron como tal. En los setenta no existía el término. Eras raro y ya está. O antipático. O maleducado. Saberlo a los diez u once me hubiese ayudado, claro, pero ahora, ¿de qué coño me sirve ese diagnóstico? Un hecho interesante es que la investigación del autismo en chicas está muy poco avanzado, porque cuesta muchísimo más detectar los casos, incluso hoy. Y eso sucede porque las mujeres son grandes observadoras, saben instintivamente cómo camuflar sus taras, como comportarse en público, y han conseguido disimular sus patologías durante décadas. Es obvio que mi comportamiento en los setenta era obsesivo compulsivo. Mi obsesión con ciertas canciones. No podía salir a la calle si tenía una arruga en la falda. Intentaba ser amable pero me salía al revés, y decía cosas horribles sin ninguna mala intención. No hace falta ser un genio para ver lo que me pasaba.

(Ambas entrevistas, en formato corto y kilométrico, son propiedad de aquí el menda, Kiko Amat).