El domingo 3 de mayo a las 19h voy a estar en algo llamado «Story Live» en algo llamado Instagram. Me han invitado los del Colectivo Bruxista, unos lectores hardcore de lo mío a quien profeso especial afección, para que hable con el entrevistador Javi Bayo de mi adolescencia (casi niñez) subcultural. He aceptado. Será una grata charla, sin duda. La cosa se retransmitirá en directo, y pueden conectarse (me cuentan) aquí.
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Psicódromo: fiesta en el templo maldito
El pasado 23 de septiembre publiqué una doble paginaca en El Periódico de Catalunya sobre el extinto club Psicódromo, cuna de la máquina barcelonesa, que celebraba el 30avo aniversario de su inauguración en una semana, el 28 de septiembre del 2019, con pase de documental incluído (el formidable Ciudadano Fernando Gallego: baila o muere, sobre la vida de Dixkontrol, que les recomiendo encarecidamente).
La pieza, que me encantó escribir, constaba de una intro en primerísima persona (mi primera vez en Psicódromo, a los diecisiete añines) y dos entrevistas de tamaño medio, una a Nando Dixkontrol y la otra a Pepebilly, los dos DJs originales y mitiquísimos de Psicódromo.
Pueden leer todo aquello en estos comodísimos tres links: chunda, chunda y chunda.
Podrán leer las entrevistas sin cortes en nada, en dos minutos, cuando me ponga a ello.
Barcelona Hardcore
Un artículo que he escrito para El Periódico de Catalunya sobre la gestación del hardcore en la ciudad de Barcelona. La excusa es la reciente reedición de tres maquetas/discos clave del periodo: Cuentos y leyendas (1987) de GRB, Subterranean hardcore (1985) de Subterranean Kids y Cornellà ciutat d’Afrika (1987) de Monstruación. En realidad me apetecía fisgar por ahí y preguntar cosas a gente (uno de mis esparcimientos favoritos). Y desde luego creo que esto es historia subcultural CRUCIAL.
También me gusta la introducción. Me hizo reír imaginar el Communiqué como antro paranormal en plan The haunting of Hill House.
Para leer la entrevista entera a Ángel de GRB, que tenía mucha más chicha de la que cabía en mi pieza, vayan nomás aquí.
Kiko Amat con los bakalas (7 de marzo)
El viernes 7 de marzo he sido invitado al debate «En éxtasis: ¿fue València la cuna del clubbing moderno?».
Comparto mesa con seres de gigantesca humanidad: Joan M. Oleaque (autor de En éxtasis, pero también de mi libro favorito de true crime español, Des de la tenebra), Luís Costa (autor de ¿Bacalao!) y Ricard Robles (co director del Sónar).
Me encanta que me hayan llamado para formar parte del tinglado. Yo pondré, supongo, la parte de subculturas en general, locos ochentas, cultura anti-padres y amor a los discatis.
Echen un vistazo a los detalles aquí abajo. Es a las 19:30 en el Curtis (c/Mallorca 196, Barna).
JON SAVAGE: «La rabia juvenil puede degenerar hacia un lado oscuro»
Mi entrevista con ese gran hombre. Cheers Jon. Léanla aquí, mientras bailan un alegre jitterbug. Va sobre Teenage, ese LIBRAZO: «una historia inaudita: cómo el adolescente asomó por primera vez su (absurdamente peinada) cabeza a finales del siglo XIX y, tras descubrir la propia entidad, se entregó -en pandilla o en solitario- a sentimientos parricidas, anhelos de apocalipsis, alegría nihilista y su propia versión de «desafío acicalado».
Como guarnición, una de esas autoentrevistas de Preguntas Frecuentes que sé que les chiflan, Centrada en, qué si no, Teenage. Por aquí, síganme.
Teenage! (en La Central)
Este miércoles 28 de noviembre, a las 19h, estaré en mi querida La Central (c/ Mallorca) apuntándome al jolgorio/presentación del libro Teenage; la invención de la juventud 1875-1945, de Jon Savage, que ahora traduce para el público español la editorial Desperta Ferro.
Es uno de mis libros favoritos sobre subcultura de todos los tiempos, sépanlo. Lo adoré cuando salió en el año 2007, y ahora, tras haberlo releído de pé a pá, sigo haciéndolo.
Me acompañarán en la presentación (o yo les acompañaré a ellos) el escritor Carlos Zanón y el ilustrador y diseñador Jordi Duró.
El ropaje del rapado
7 atributos estéticos lucidos por los skinheads originales y los súcubos Oi! de la Segunda Venida.
1) Botas: Desde siempre, los skins llevaron botas. Casi murieron con ellas puestas, si no fuese porque al final se negaron a perecer. Se ha hablado mucho de la sofisticación Ivy League[1] de muchos skinheads originales, pero sería absurdo desestimar el componente feísta de varios elementos del look. Para empezar, las Dr. Martens –hoy consideradas columna jónica de la estética skin- no se popularizaron hasta años más tarde, cuando empezaron a prohibirse las punteras de acero en los partidos de fútbol. Al principio de todo, en el 66-67, cuando los skinheads eran solo un apéndice desafecto que pugnaba por extirparse de su progenitor inmediato -los mods- los skins llevaban botas NCB (National Coal Board)[2], una especie de colosales coturnos de minero que dejaban bien clara la vertiente anti-moda, anti-hermosura, proleta y funcional, del nuevo culto. Las NCB eran bastante inmundas, en efecto, pero provocaban el efecto deseado: desagrado con náusea (en el gran público) e identificación tribal (en los usuarios). A menudo, a las NCB se les pintaba de blanco la puntera de acero –un rito que una década más tarde regurgitarían los punks del UK82, así como crustis y anarcopunks- aunque los skinheads más aseados simplemente les pasaban la nana abrillantadora de metales, como si fuesen pomos de escalera.
Cuando en las gradas se instauró el mencionado veto a las botas, aterrizaron las Dr. Martens. El modelo más popular eran las ya míticas Air Wear de 8 agujeros en marrón –no cereza, como suele creerse-, y se llevaban con los pantalones recortados por encima de los tobillos, para lucir bota y, por qué no, fardona etiqueta. Otro famoso rito skin –que yo presencié, con los ojos fuera de las cuencas, en múltiples ocasiones- consistía en pulir las Martens marrones o cereza con toques de betún negro en los pliegues y arrugas, para “anticuarlas” (o, visto de otro modo: para arruinarlas sin solución).
Cuando yo era muy joven, en todo caso, las puliditas Martens de 8 agujeros eran apariciones quiméricas. Leyendas de la antigüedad. Lo más habitual en los primeros años del culto catalán era toparse con botas militares del ejército español (baratísimas, accesibles, universales) o, pocos años después, con Martens “Fofó”, eslora de drakar vikingo y puntera super-reforzada para demoler edificios. A los pocos años, y con dichos antecedentes como referentes inmediatos, las primeras Air Wear de 8 agujeros que vi (una bota perfectamente recia y callejera) se me antojaron zapatillas de ballet, y eso dice algo, bastante, sobre la relevancia fundamental del contexto.
Yo mismo, ya que preguntan, poseí mi propio par de Martens de 8 agujeros, color cereza, en el epítome de mi look cripto-suedehead-hard-mod[3], hacia 1995. Me deshice de ellas poco después, con el advenimiento del indie-pop, por razones que comprendo bien pero que no procede explicar aquí. Otro modelo de botas la mar de cucas que no querría obviar son las monkey boots, un formato muy particular (y algo marciano) de botas de faena inglesas con puntera liliput y suela estilizada (comparada con las Martens) que solían llevar las chicas skinhead y los niños skins. Lo de niños, no vayan a creerse ustedes, dista mucho de ser una broma[4].

Bastante skin
2) Tirantes: No, ya nadie lleva tirantes, ni siquiera los skinheads, que eran sus tenaces usuarios principales. Uno puede deducir fácilmente el por qué de su extinción a la primera ojeada: hacen de persona mayor. Avejentan. Y le dan a uno esa pinta de trabajador autónomo en entorno rural (quiero decir de payés). Y también, me apena decirlo, de deficiente mental (piensen en Steve Urkel).
Son un elemento estético, los tirantes, que uno asocia inconscientemente a: a) abuelos gagá o b) gangsters propietarios de amplísimas cinturas de muñeco Michelín para las cuales ya no existe cinturón. Para colmo, los tirantes son muy difíciles de regular de forma satisfactoria y elevan la línea de flotación pantalonil por encima del ombligo (un poco Buster Keaton). Es una imagen passé, en todo caso, y afea cuerpos. Por no decir que, más a menudo de lo que sospechan, los tirantes –por pura tracción físico-elástica- son capaces de separar los dos testículos de una forma tan dolorosa como visualmente repugnante. Los tirantes caídos, por otro lado, de abuelo en modo estar-por-casa (combinan de perlas con pantuflas y bata), no se vieron en subcultura juvenil española hasta los últimos 70. En mi pueblo, y diría que también en todo el país, se conocía a este look perdido como “cockney”. Ni pregunten[5].
3) Bomber jacket: Llevamos tantos años conviviendo con ropa militar utilizada en entorno urbano que somos incapaces de imaginar las tortícolis masivas que provocó el tipo que se puso por primera vez una CAZADORA DE AVIADOR. Para ir a comprar el pan. Debió ser un tipo de incomprensión tiznada de escarnio en turbamulta, como la que sufre Marty McFly en Regreso al futuro (“¿Te has caído de un portaviones, muchacho?”). Para empezar, los elasticated cuffs (puños de chaqueta con goma, en lugar de los viejos botones) eran un invento reciente[6] que igualaba en importancia a la rueda o la penicilina. Un joven de la época que luciese palmito con flight jacket, o bomber (en España también conocidas como “pilots”), debía parecer un cosmonauta chiflado. Un hombre avanzado a su tiempo, como Galileo. No sé

Skins y mods, 1967. De picnic. Puede verse una monkey jacket y un amago de bomber.
si me explico: en los años 50 y primeros 60 se llevaban las líneas muy rectas[7]. Pero el estilo Ivy League en su vertiente informal aterrizó e infectó el planeta con furia venérea, lanzando al mundo una flamante imagen curvilínea, hecha de muñecas elásticas, cremalleras y cuellos no almidonables ni separables, todo fabricado en nylon, polyester y otros materiales del futuro. Los skinheads llevaron cazadoras de aviador desde el año 1969, a ojo de buen cubero, aunque los mods menos fifís habían utilizado monkey jackets (en la época del mod revival rebautizadas como “scooter jackets”) desde principios de los 60, casi; y se trataba de un estilo muy similar.
Con los años, la bomber, por su manejabilidad, modernidad, impermeabilidad irreductible, precio, facilidad de manejo en reyertas y resistencia a la mugre (todo eran ventajas), sería coronada como chaqueta epítome del culto skin; especialmente en su segunda venida, hacia 1977-78. En España resultaría ser el abrigo skinhead más popular hasta 1991, cuando estilos más estilizados y pulcros de gabán empezaron a dominar la subcultura, que ya miraba de forma clara al 1969. Otra submoda de grada (los Boixos Nois, entre 1992-94), antes que lo olvide, consistió en llevar las bombers vueltas del revés, dejando a la vista el forro naranja chillón. Las

Chas Smash y Suggs (Madness) luciendo clásico look MA-1.
bombers del ejército español, por otro lado, fueron aquí las únicas visibles hasta 1984-86, cuando empezaron a verse las primeras Alpha americanas originales, modelo MA-1.
Yo poseí las dos modalidades, que me chiflaban: una bomber zaragozana del ejército español 60’s (del aire), que yo ornamenté con un centenar de parches y chapas, como si se tratase de un estrafalario árbol de navidad movible; y, ya hacia 1991, una MA-1 mucho más mullida y reluciente, que también adorné con, entre otras chifladuras, parches de cerveza foránea cosidos en la espalda (un detalle scooterista que ahora no sabría ni cómo juzgar: ¿genialidad o completo desatino?). Ambas color verde aceituna, no azules ni (válgame dios) violetas. Hoy, según he captado en mis paseos por las calles de Barcelona, este look ha renacido con vasto impacto, y vuelven a verse las bombers y scooter jackets a destajo en las grandes marcas de calle.
4) Harrington (y otras): El elegante nombrecito les viene de un personaje de la famosa telenovela de los sesenta Peyton Place (un piernas llamado Rodney Harrington, si pueden creerlo), y Elvis la popularizó en el filme Kid Creole. Conozco estos dos fragmentos de información vital desde mi parvulario mod, cuando los detalles relevantes del culto pasaban casi de padres a hijos, pero hoy ambas cosas están bien

Superman is a skinhead
visibles y pedestres en Wikipedia, para que se entere todo Cristo.
Las primeras “harringtons” inglesas las fabricó la marca Baracuta, de Stockport, y su modelo crucial era el misteriosamente llamado G-9. La harrington, para aquellos de ustedes que jamás hayan vislumbrado una, es un tipo de pelliza corta (dos cuartos) con claro aroma Ivy League, forro de tartán o cuadros, cremallera, cintura y puños elásticos y cuello mandarín con dos botones (no abrochables bajo pena de muerte; aunque el cuello sí puede levantarse, a lo Steve McQueen, si se trata de un día ventoso). Yo aún poseo la mía, en original rojo chillón, hoy descolorido a bermellón aguado con un claro futuro rosa pastel. No es una Baracuta (las Baracuta originales valen lo mismo que un bote menorquín de ocho plazas), ni falta que hace.
Otras chaquetas populares entre los skinheads primigenios eran los crombies (o abrigo formal inglés de tres botones, hasta la mitad del muslo, en negro o azul oscuro; otorga al usuario un ligero no-se-qué transilvano), las donkey jackets (abrigo de operario de zanja, con hombreras impermeables; este espectacularizaba el origen currante), los macs (o gabardinas en azul, gris o blanco) y los regios sheepskins (abrigo de piel con forro de borrego). Y, como no, las tejanas Wrangler, Levi’s o Lee. Decoloradas con lejía pura si uno era muy insensato (o valiente).
5) Polo Fred Perry: Los mods empezaron a pasear ropa deportiva de tenis y boxeo (no de equitación o pesca submarina, por desgracia; habrían dado mucho juego en las fiestas) porque, escuchen lo que les digo, resulta que había una tienda especializada en este tipo de artículos en una de las esquinas de Carnaby Street, hacia 1964. Es decir: empezaron a lucirlas por pura osmosis, por mera proximidad, porque estaban allí y encajaban con el resto de utillaje. No quiero ni pensar lo que habría sucedido a efectos subculturales si ese establecimiento llega a ser una tienda de disfraces de payaso o, peor aún, una pescadería (¿langostas en los bolsillos del traje, al modo daliniano?).

La parrafada dadá delata a este Fred Perry falso.
En todo caso, mods y skins siempre llevaron polos deportivos, y con el tiempo se tornarían uno de sus arquetípicos detalles visuales. El laurelito Fred Perry de las narices[8] en la pechera, para que no quede duda alguna de la adscripción a la tribu. En España se llevaron Fred Perrys a destajo y sin freno, pues una avispada textil barcelonesa había comprado a principios de los ochenta el copyright de la firma (y también los modelos, asumo), y se lanzaban a precio moderado, en infinidad de colores y diseños. También eran perfectamente aceptables (en España) los polos deportivos del mismo estilo y corte inglés pero con cualquier otra insignia de imitación encima del pezón izquierdo: monstruosos laureles mutantes de tres, cuatro, incluso cinco ramas; carruajes de época; delfines y cetáceos; círculos op-art, espirales u otras formas geométricas; escudos nobiliarios y diversos elementos de heráldica; alcachofas (u hortalizas en general); fragatas y bergantines; bustos de jerarcas mesopotámicos; o pequeñas espigas de trigo dorado. El estilo, no el espanto de logotipo, era lo importante.
6) Ben Sherman: Camisas, vaya. Otra herencia de los mods, que son en esta historia el típico hermano mayor que no deja de entrar en tu cuarto sin llamar cuando estás cantando en calzoncillos delante del espejo. Con un cepillo a modo de micrófono. Las Ben Sherman llevan cuello de solapa abotonada (lo que en Estados Unidos se llama cuello “oxford”), con el botón superior –el del gaznate- desabrochado (un solo botón; nada de veleidades de rumbero, con desabroche umbilical) por inapelable mandato judicial, en colores planos (rojas, azules, negras, blancas, incluso rosa o verde pastel) o vistosos cuadros lo más gruesos posibles, y también en cuadro pequeño (gingham), pero nunca jamás a rayas de primera comunión, flechas o topos (modelos de raigambre mod), o cualquier otro

El versátil gingham. Muy utilizado en hules.
grafismo abstracto o étnico (jeroglíficos de Gizeh, runas, palabras en cirílico, esquemas del avance del ejército hitita en Kadesh).
Con las Ben Sherman sucede lo mismo que con los textos de la Grecia clásica o los filmes de cine mudo: el canon no está compuesto por los mejores trabajos, sino simplemente por los que se han logrado conservar. En efecto: en la época mítica del skinhead, cuando semidioses y gigantes andaban entre nosotros, existían un mayor abanico de marcas predilectas (JayTex o Brutus, entre otras), igualmente bellas y bastante más asequibles. El look buscado, de nuevo, era una consecuencia del Ivy League de masas, solo que anglificado y obrerizado; callejero, no universitario. Otro atributo que no ha trascendido fue el de las “union” shirts, o camisa sin cuello de trabajador no especializado. En nuestro país, sin duda, porque se las asocia con el perfecto antónimo del skinhead: el odioso progre. Y en mi caso concreto porque eran look favorito de mi padre.
7) Pelo rapado: Como les decía antes respecto a los puños elásticos y las formas curvilíneas en el talle, el cabello al rape era algo radical, casi inaudito, en los años sesenta. Un detalle que se asociaba automáticamente a: pobreza, delincuencia o demencia, o una ominosa combinación de los tres factores (a los reos y pacientes de centros psiquiátricos se les afeitaba el cráneo al cero como medida sojuzgadora). Los mods ya lucían un peinado anormalmente corto hacia 1963 (“short hair” es lo que se lee en todas las descripciones de modernistas de la época, pese a que a nuestros ojos sus pelucones -si bien algo absurdos- lucen un largo de nuca y costados convencional).
Los skinheads, siempre melodramáticos y llevando las cosas hasta el extremo bélico, dieron el definitivo paso que cruza el Rubicón folicular, y empezaron a lucir el pelo cortado a máquina. Sin afeites ni miriñaques. Con peinetas de máquina del 4, 3, 2, 1, incluso al cero y medio o cero absoluto (lo de afeitarse la cabeza con cuchilla no se vería –en el lado exterior de los manicomios- hasta el advenimiento del Oi! más extremo, en 1982[9]). En todo caso, era aquella una imagen radical, casi insultante en su completo desprecio por las modas del momento y las ideas de respetabilidad y decencia imperantes. Era como llevar un vistoso cartel que anunciaba que acababas de padecer una incurable enfermedad venérea, o que te acababan de soltar (por error) de un penal psiquiátrico. Tan chocantes eran aquellos no-pelos de chalao que, como ya saben, acabarían dando nombre al fenómeno: skin-head[10]. Cabeza rapada. Elementos variables en el rapado universal eran las patillas (convencionales o con grosor y forma de costilla-de-cerdo, casi hasta la mismísima barbilla), la raya afeitada a un lado del cráneo para emular a los músicos negros americanos o jamaicanos (lo que mis amigos llamaban “el detalle sublime”[11]), siempre con nuca cuadrada y, en ocasiones, sutil diferencia de largo entre lados y parte superior de la cabeza. Algunos skinheads norteños (ingleses) también se dejaron, sin el menor complejo, unos buenos bozos labiales cuasi-imberbes. Que los skinheads modernos se han negado a adoptar, por desgracia.
Kiko Amat
[1] The ivy look. Pulcritud americana de mediados del siglo XX: urbana, casual, limpia, decente.
[2] Casi todas las subculturas son mucho más heterogéneas en su incepción original, cuando aún no se han museizado sus significantes. Los skins de la primera hornada, 67-68-69, hacían gala de una mayor amplitud de miras y curiosidad colorista a la hora de escoger sus trapitos. Eso se traducía en una serie de abrigos, botas, zapatos y elementos que hoy prácticamente han desaparecido del look skin: botas NCB, peacoats (tabardos de la marina mercante), escarpines suedehead, jerséis de cenefas o corbatas anchas (todo elementos skinheads en uno u otro periodo de su existencia).
[3] Corte de pelo Small Faces combinado con camisas de cuadros-hule de trattoria y tamaño Rushmore, sheepskin de saldo, tejanos con la vuelta cosida de un dedo y rictus de pazguato.
[4] El culto skinhead tenía una media de edad incluso menor que la de los mods. De hecho, y como atestiguan numerosas fuentes, era perfectamente común adscribirse al culto cuando aún ibas a séptimo de Básica (12 o 13 años). Estos niños no encontraban botas Martens de su talla, y de ahí la utilización de las monkey boots, el sucedáneo más cercano y menos ridículo.
[5] Podría decirse que es algún tipo de híbrido skin-punk (skunk) 80’s: cruzada de cuero remachada o bomber con tirantes caídos, gorro de lana naviera a lo Dexys, botas reforzadas, parches de Rejects y Upstarts y Sham 69, tartán visible en algún lado (parcheado en el culo, o como forro de la cazadora de cuero), cara de pasmo inducido por la cola de carpintero.
[6] Militar; como casi todo lo innovador (por desgracia).
[7] Las trencas, que hoy se consideran un abrigo perfectamente pulcro y “de vestir”, a lo largo de los años sesenta eran el equivalente de lucir un mono de mecánico manchado de grasaza. Un gabán sin formas, desastrado, de batalla y solo para beatniks inconformistas o pintores abstractos en divanes. También usables como manta en esos mismos divanes, si escaseaba la ropa de cama.
[8] También la marca de Lonsdale, casi señalización skinhead universal, bastardizada en centenares de logotipos de bandas y clubes (y algún grupúsculo nazi).
[9] Los teddy boys del revival, al igual que los Oi! skins, también exageraron todos los significantes. Las fotos de teds originales de los años cincuenta son muchísimo menos extremas que las de teds de los últimos 70’s: los trajes menos chillones (nada de color rosa, o piel de depredador felino en las solapas), los creepers de entresuelo (no de dos o tres pisos, sin ascensor), los peinados menos rococó, etc.
[10] Aunque no al principio. Desde la prensa se dudó durante meses, entre los años 1967-68, qué epíteto faltoso dedicarles a aquellos chicos pelados: peanuts (“cacahuetes”), cropheads, boiled eggs (“huevos hervidos”) o skulls (“calaveras”), para al final optar por el que cuajó: skinheads. Fue un acierto bautismal, claro: “Por ahí vienen los huevos hervidos” no suena ni la mitad de amenazador.
[11] El detalle sublime pasó a ser el DETALLE RISIBLE cuando uno de mis amigos, El Gusi, no atinó a señalar la altura correcta de su raya afeitada y otro de mis amigos –el que hacía de peluquero amateur aquel día- se la afeitó justo encima de la oreja. Fue lo que, a lo largo de los meses siguientes, convindríamos en denominar “la raya para dejar el lápiz”. Extrañamente no fue copiada por otros skins ni devino virus subcultural.
(Este artículo se publicó hace un par de años en la revista mexicana Life & Style. Yo se lo publicó aquí, para que ustedes lo canten, son-son).
Kiko Amat entrevista a DAVID KEENAN
«El postpunk iba de ver tu lugar de origen como potencial centro del mundo»
David Keenan es evangelista postpunk, chamán del underground y friqui a jornada completa. Escocés de nacimiento e indie por osmosis (tocó en grupos como 18 Wheeler y Telstar Ponies), ha dedicado la mayor parte de su vida a escribir sobre discos oscuros y músicos chiflados en biografías (Coil, Nurse With Wound) o revistas especializadas (The Wire). Memorial Device es su emocionante primera novela: una biografía inventada de un grupo ficticio (aunque el pueblo, Airdrie, es real), ensamblada a base de entrevistas, cartas, listas y crónica. Un libro que, según su autor, “va de creencia total, y del poder que tiene la música para transformar tu realidad”. Una novela que -como declaró Irvine Welsh- “captura (…) la terrorífica, obsesiva y ridícula pomposidad de todos aquellos jóvenes fanáticos de la música”.
Esa cita de Irvine Welsh para tu libro suena un poco faltosa.
Hay un nivel de convicción absoluta que no quería cargarme. El libro va, en cierto modo, de eso: creencia total. Y del poder que tiene la música para transformar tu realidad. Pero a la vez no puedes evitar reírte un poco de ello, de los extremos ridículos a los que llegaba alguna gente para acceder a esa transformación, y que parecían una pérdida de tiempo. Me encantaban todos esos personajes extremos que lo llevaban todo al límite porque eran inspiradores y excitantes, pero también porque eran completamente hilarantes y ridículos. Y les daba igual. Me gustan ambos aspectos. Por eso era tan importante que el libro tuviese un lado cómico, para poder plasmar los disparates exageradísimos que algunos eran capaces de hacer para demostrar su nivel de militancia.
En los pueblos de mierda, el personaje excéntrico con conocimiento arcano era un chamán para los adolescentes. Alguien cuyo conocimiento podía cambiar tu destino, convertirte en alguien. Nik Cohn lo dijo de los teddy boys de Derry: bailando bajo las luces de neón se convertían en inmortales.
Sí. Se trataba de alterar tu realidad. Por eso también me permití hacerlo en modo narrativo, cambiando lo que me parecía conveniente, en lugar de escribir una memoria fiel de la época. Porque precisamente en esa época, y muy especialmente en pueblos pequeños, la realidad era para el primero que la agarrara. Tenías que crearte una realidad a tu medida. Tu forma de andar, de vestir, o los libros que te tomabas en serio, tenían el poder de modificar lo que te rodeaba. La cita de Nik Cohn es perfecta. Para mí fue igual de chocante ver a todos esos tipos en Airdrie. Porque aquello era valeroso: no era fácil ser Iggy Pop en mi pueblo. Hace falta mucho coraje para atreverse a destacar de ese modo en un lugar tan cerrado. Para mí aquellos excéntricos eran un ejemplo perfecto de las posibilidades, de todo lo que yo podía ser. Las calles de todos aquellos pueblos norteños en la era postpunk eran como pasarelas: veías a la gente más inventiva y fantástica y extravagante yendo al pub, o al quiosco, envueltos en sus mejores galas, siendo solo lo que querían ser. Era fantástico.
Lo primero que me enamoró a mí de las subculturas, cuando aún era casi un niño, fueron las ropas. Mucho antes de que escuchara un disco estaban aquellas chapas y peinados y zapatos.
Era temerario. Ese era lo que más me gustaba. Y también que la introducción a la ropa, el arte o la música fuese cara a cara, en términos de contacto físico. Había un aspecto iniciático en lo de coincidir en gustos, en discos y ropa. Era una iniciación, ni más ni menos. Y luego estaba la misión. La cruzada. El camino a conocer a otra gente que también estuviese interesada en esos aspectos subculturales que te fascinaban. Leyendo entre líneas en los periódicos musicales. Pero a la vez la mitad de todo eso tiene lugar en tu cabeza. Construyes una fantasía subcultural de como deberían ser o serían en el futuro algunas cosas. Yo era demasiado pequeño, por cuatro o cinco años, para pertenecer de verdad a la generación pospunk de la que habla Memorial Device, así que lo que hacía era observarles y fantasear sobre las posibilidades. Es una fantasía sobre las posibilidades de una generación.
Porque luego, cuando ya formas parte militante de la subcultura, te das cuenta de que es todo mucho más mundano de lo que tú imaginabas. Te habías montado una película épica.
Lo esencial, especialmente en pueblos pequeños, era el hecho de que en muchas ocasiones no accedías a la subcultura soñada, nunca ibas a Londres y te hacías amigo de los músicos punks famosos, así que tu fantasía nunca se desinflaba. A menudo tú creías más en la idea que los que estaban en el epicentro de la cultura. Porque tú estabas en los márgenes, sin derecho a voto, creyendo a pies juntillas en tu fantasía subcultural. Tu militancia era más extrema. La prensa decía que los Sex Pistols no sabían tocar sus instrumentos, y la gente en los pueblos se lo tomaba al pie de la letra, montando grupos donde de verdad nadie no sabían tocar un instrumento. Y empezaban a hacer música de ese modo, sin saber siquiera los acordes de rocanrol que sabía Steve Jones. O sea, que acababan llevando la idea aún más lejos. Era como el juego del teléfono roto, en el sentido de lo que resultaba al final era mucho más raro y fascinante que la idea original. En los pueblos siempre te lo tomabas más en serio que en el centro.
A la vez, creo que en el núcleo de las subculturas también fantaseaban con un nivel superior. En el New York punk del 76 todos soñaban con ser poetas franceses de los años 30.
Cierto. Lo mismo sucede en Memorial Device. La mayoría de personajes recuerdan los hechos años después de que sucedieran, y se dan cuenta de que en el momento no lo valoraron. No lo tomaban en serio porque no era Nueva York o Londres. Pero ahora lo analizan y se dicen: un momento, esto era significativo. Lo que hicimos fue especial. Una de las preguntas que se hace el libro es: ¿es posible darse cuenta del valor de algunas cosas mientras están sucediendo? ¿O solo es posible hacerlo mirando hacia atrás?
La romantización-sobre-la-marcha es importante. Los rock writers de la época eran cruciales para eso. Muchas veces pintaban las bandas mucho mejor de lo que eran. Lester Bangs hablando de los Troggs es mejor que los Troggs.
[carcajada] Completamente de acuerdo. Bangs es el mejor ejemplo de lo que decimos. Muchas de las cosas de las que escribía empezaban a ser relevantes tras su escritura. Que fuesen poco creíbles y que se inventara la mitad de lo que escribía es parte de su encanto. Bangs me dejó alucinado la primera vez que lo leí, a los diecisiete. No era cerebral, no analizaba la música. Lo que hacia era escribir piezas tan importantes como la música, que tenían la misma pasión y la fuerza que los discos de los que hablaba. Que existían en los mismos términos que la música que adoraba. Esa debería ser la única ambición de toda escritura rock. Transmitir la misma energía.
Bob Stanley dijo que el postpunk era muy regional. U2 querían ser globales y no tener raíces, pero el postpunk olía a capital de provincia, llevaba los acentos originales de cada pueblo de mierda.
Desde luego. Las mejores cosas vienen del aislamiento, cuando provienen de un mundo con horizontes mucho más estrechos. El postpunk iba de ver tu lugar de origen como potencial centro del mundo. Y ver tu propia situación como completamente válida y darte permiso para hacer lo que quisieras. Como dices, el postpunk era increíblemente diverso, y tenía mucho que ver con el lugar de donde venías. En cierto sentido era como un movimiento folk, con su énfasis en comunidades pequeñas, en el DIY…
El postpunk es mucho más radical que el punk. El punk rock era fabuloso, pero no dejaba de ser ruido 60’s perpetrado con coordenadas de show business de toda la vida: los Who con imperdibles. Pero el postpunk fue más allá.
Pienso lo mismo. El punk rock inglés en realidad intentaba asimilar el rock’n’roll americano, un sonido que no era autóctono. Cuando los ingleses intentaron asimilar el rock’n’roll americano por primera vez salieron tipos como Marty Wilde y Adam Faith: algo muy camp, muy poco rocanrol, y que no se parece en nada a Elvis. En cambio, los grupos de punk rock, si piensas de dónde salían, de bandas como los Hammersmith Gorillas o los 101’ers, eran puro rock’n’roll original. Para mi el punk rock inglés no era nada más que rocanrol americano consolidado por primera vez en las islas británicas. Los Clash son el arquetípico grupo de rock. Tuvo que venir el postpunk para hacer realidad las propuestas y las consignas que el punk rock nunca cumplió. El punk rock nunca arrancó la música de los músicos, pero el postpunk sí.
Me encanta la inocencia del punk inglés. Tuve esta conversación con Viv Albertine. Me gusta que sus miembros fuesen friquis, vírgenes y muy pardillos, en lugar de los chaperos y yonquis y poetas glamurosos de New York.
En cierto modo tienes razón. pero a la vez siempre he creído que esas epifanías culturales suelen ir de la mano con epifanías sexuales. Por eso Memorial Device está plagado de sexo, porque te estás descubriendo a ti mismo artísticamente, pero también sexualmente. Y sucede a la misma edad en que descubres la agresión y el exceso y todo lo demás. Creo que va todo junto. Es cierto que el punk inglés en general no era tan supersofisticado como el americano. Pero luego tomas a los Ramones, que surgieron de un suburbio más o menos seguro de New York, que tuvieron la típica infancia confortable y afluente de los 50, y creo que, exceptuando a Dee Dee, eran tan o más naíf que los ingleses. Es solo que aparecieron en un lugar degradado como el New York de los setenta, en lugar del norte de Inglaterra. Y por supuesto habían heredado un tipo de cool autóctono que no existía aquí. El rocanrol era su escuela; nosotros solo nos estábamos apuntando a ella. Pero con el pospunk llegó la verdadera inventiva. El postpunk tenía un universo enorme, cogía de todo y lo devoraba todo. En el punk rock solo John Lydon tenía un gusto increíblemente ecléctico, pero en el postpunk el eclecticismo era lo habitual. Mi teoría secreta es que el punk rock fue una interrupción entre lo progresivo y el postpunk. El postpunk continúa donde lo dejó el rock progresivo, solo que con las lecciones aprendidas del punk. Las influencias del postpunk son psicodelia, jazz, reggae, arte moderno, solo que utilizadas sin la ampulosidad de los progresivos.
En cuanto a táctica, el punk rock tampoco se salió mucho de la norma. Lo primero que hicieron todos los grupos fue fichar por grandes compañías, al estilo 60’s.
Sí. A la vez, jamás discutiría la necesidad histórica del punk. El punk tuvo que ocurrir. Fue una disrupción crucial de algunas cosas. Es solo que con los años se ha exagerado mucho su importancia, y la de sus miembros, y lo que hicieron. Su actitud tampoco tenía mucho sentido, era muy reductiva y simplista. Yo no creo que un solo de batería sea aburrido. No creo que el pelo largo sea aburrido.
Ya que lo comentas, me parece ridícula la pretensión del punk de “acabar con el aburrimiento” en 1976, año de glam rock, disco music alucinante, reggae y dub… Tu libro hace hincapié en ello.
Siempre me ha incomodado que la retórica del punk se enfocara hacia el aburrimiento. Aparecen los Buzzcocks y lo primero que se les ocurre hacer es quejarse de lo aburridos que están [canta] “Boredom, boredom, ba-ba-ba”. Al inicio del libro Ross Raymond entrevista a Big Patty, de Memorial Device, quien menciona con desdén aquel cómic de détournement situacionista, no sé si de Jamie Reid o de otro artista, en el que se dice lo de “somos capaces de cualquier cosa para elevar los estándares de aburrimiento”, o algo así. ¿Qué coño tiene que ver eso con el punk? Acabas de crear una nueva subcultura, ¿cómo puedes estar aburrido? ¿Quién esperas que te entretenga? ¡Haz algo interesante!
Si tan aburridos estaban podrían haber ampliado la suscripción y llamarnos a nosotros, que sí estábamos dejados de la mano de Dios.
[ríe] Lo jodido es que nadie se aburría de veras en el punk. Era una pose. Se pasaban el día haciendo discos y yendo de gira, inventándose looks… No suena muy aburrido.
Quejarse del aburrimiento es bastante derrotista.
Cierto. Haz algo. El postpunk ya no tiene a los postureros que tenía el punk, sentados en el Vortex con los imperdibles esperando que pase algo. El postpunk pasa a la acción. Ya no espera a los salvadores, no espera a las discográficas. Todo el mundo hace algo. El arte que más me interesa es el que está hecho por alguien que cree completamente en él, y se lanza a hacerlo sin esperar a que le den permiso. Me tomo ese arte muy en serio.
Al leer Memorial Device me acordé de cuando las lealtades y compromisos de la subcultura eran vida-o-muerte. No diría que ese sea un sentimiento destinado a extinguirse con la edad, pero sí que es imposible sentirlo con la misma furia que a los diecisiete. Quizás se aplica a otras cosas.
Se destina a otros campos, es verdad. Yo sigo creyendo al 100% en el poder del arte. Sea literatura o música o lo que sea. Te aporta una plataforma que te permite generar o asumir un cierto significado superior, en ocasiones el significado mismo de tu propia vida. Soy escritor a jornada completa, como tú, así que mi creencia en el arte es muy profunda. He llenado mi vida con el conocimiento de mi propia existencia, la he transformado a través de mi compromiso con el arte. Esa creencia absoluta en algo se debate en Memorial Device: si se disuelve, si muere, si uno es capaz de mantener la llama siempre viva. ¿Qué sucede con esa energía? Creo que perder algunas de esas lealtades es normal, es parte de la adolescencia, pero también creo que esa energía increíble se transforma. No digo que no pueda ser borrada: muchas circunstancias y obligaciones de la vida conspirarán para aplastarla. Por eso es tan importante conservarla, pese a la oposición. Por supuesto que ya no estoy tan preocupado por involucrarme en cada pequeño aspecto de los desarrollos musicales de la subcultura, porque mi foco ha cambiado de orientación, y todo lo que hago es escribir ficción. No hay tanto espacio en mi cerebro. Por no decir que llevo 25 años escribiendo sobre música y pensando en música cada día. Digo yo que a estas alturas me puedo tomar un pequeño respiro.
Ahora voy a sonar como un viejo chocho. Llevo escuchando música desde los catorce. Me ha costado veinticinco años darme cuenta de que nada va afectarme emocionalmente como los discos de mi adolescencia. He dejado de buscar.
Mucho cuidado con lo de llamar a alguien viejo chocho solo porque no se conecta a la música del momento. Debemos recordar que la creatividad y el talento no son los mismos cada año, cada década. Cada día no aparece música que te cambiará la vida, todo el rato. Eso no sucede en ninguna forma de arte. Las cosas se estancan, degeneran, evolucionan, vuelven a empezar… Por eso hablamos de la necesidad histórica del punk. Si llegan a pasar cosas buenas todo el rato, el punk no habría hecho falta, la psicodelia no hubiese sido necesaria, el rave o el tecno habrían sido redundantes. Algunas eras son más interesantes que otras; es un hecho. Cuando eres joven quieres música que esté hecha para ti, pero a veces eso no sucede (por eso tantas subculturas han mirado a décadas pasadas en busca de inspiración). Yo sigo buscando en la música actual, y no, no ha habido nada que me volara la cabeza, que me hiciese repensar las bases de la música, como la música de mi juventud. Pero sigo escuchando.
Cada día doy gracias de que a los mods de mi pueblo les gustaran la música y las ropitas. Creo que no habría estado igual de excitado si llegan a ser fans de la escuela de Flandes, o del cine de arte y ensayo.
Sí. A mi la música me transformó la vida de manera radical. Me dio una opción a la que dedicar una vida. No creo que hubiese sucedido lo mismo con otras formas de arte. El cine me gustaba, pero no podía competir en inmediatez y aspecto físico con la música. Además, la música a su vez señalaba a otras formas de arte. Por eso me gusta tanto el postpunk, especialmente el movimiento industrial, gente como Throbbing Gristle. Lo suyo no iba solo de música, escucharles te proporcionaba una educación en muchas otras disciplinas, te dirigían hacia la magia, o Burroughs, o lo que fuera. Era magnífico.
Me gusta la actitud monacal y obsesiva y extrema de todos aquellos tipos. Hace unos días entrevisté a un músico pop español que se jactaba de su “normalidad”. Como si fuese algo bueno.
[ríe] Siempre busqué la experiencia más extrema, la música más extrema y los tíos más raros con los que ir. Y lo quería lo antes posible. Dices que era monacal, y lo era. Incluso el uniforme y la apariencia externa hablaban de una vocación religiosa. La gente que yo veía en Airdrie, y que aparece en Memorial Device, estaban rodeados por un halo de santidad. Eran mártires modernos. Sacrificaban sus vidas por las ideas del punk rock o de la música underground. Y creían que a través de ello existía una posibilidad de redención. Eso también es santo.
Lo que es innegable es que era una educación completa.
El aspecto autodidacta es lo que más me gusta. Toda mi vida va de ello. Te diré algo: yo sí fui a la universidad, y no aprendí nada. Fue una completa pérdida de tiempo. Debería haberme marchado. Porque la educación estaba sucediendo fuera de la universidad. Tuve mis maestros, solo que eran escritores y músicos y artistas, no profesores universitarios. Y tuve los maestros de mis lecturas y discos, que me ayudaron a conectar los puntos. Mi educación estaba, por ello, conectada del todo a la realidad diaria de mi vida.
Para un lector del extrarradio urbano barcelonés resulta un poco chocante leer sobre “perdedores” y la “pequeña y desolada” Airdrie, cuando hay como 30 bandas, clubs de música en directo, 400 chicos y chicas metidos en subcultura. Comparado con mi pueblo, Airdrie es New York.
[carcajada] De eso se trata: de que no había nada de qué quejarse. Éramos el centro del mundo. Lo teníamos todo. De ahí la queja más habitual del libro: ¿cómo cojones no vi esto entonces? ¿Cómo no me di cuenta de la importancia que tenía aquello? El postpunk iba de convencerte de que aquel lugar era el centro del mundo, allí y ahora. No tenía ningún sentido soñar con Londres o New York. Solo mira a tu alrededor. Toda actividad artística de Airdrie tiene una cosa en común: hacerte dar cuenta de dónde estás, y de que no hay otro sitio a donde ir. Es una utopía alucinada, de acuerdo. Quizás Airdrie no era así de verdad: pero las posibilidades de serlo estaban allí. Uno tiene que responder a las posibilidades, actuar en su honor. Yo mostré lo que podría haber pasado. Era más excitante que Londres o New York, pero nadie se dio cuenta, estaban demasiado ocupados soñando con escapar de esos sitios, pensando que era un pueblecito de mierda. De vez en cuando me encuentro a gente que me dice: “venga tío, estás flipando, Airdrie no era así, lo único que hacíamos era drogarnos y beber, era un agujero de mierda…” Yo siempre les digo que yo no lo viví así: yo escuché música alucinante, me relacioné con gente rarísima… Si alguien lo ve así, si alguien se conformó con vivir los clichés habituales de los pueblos de mierda, es un fallo de su propia imaginación. Y en cuanto a las chicas, son las heroínas secretas de Memorial Device. Son algunos de los personajes más interesantes y románticos, los que dan más que hablar. Mary Hannah, la bajista de Memorial Device, todas las habladurías y leyendas que circulan a su alrededor… Cuando su grupo intenta fichar por una discográfica ella ni siquiera va; está más interesada en su arte secreto. Ni siquiera necesita una audiencia. Quise que esta no fuese una historia de “tíos”.
Los militantes de una subcultura no formamos parte real de ninguna generación. No somos “de los ochenta”. Vivimos otra realidad. Mi 1987 no es el mismo que el de la gente de mi instituto.
Totalmente de acuerdo. Me exasperan los lugares comunes de los “realistas sociales” de los ochenta. Bla-bla-bla cola del paro, bla-bla-bla Margaret Thatcher… Yo viví una década alternativa. Mis ochenta no fueron en absoluto así. Fueron una completa y perpetua alucinación. Por eso en Memorial Device suceden cosas, como lo del maniquí asesino, que ponen en duda el concepto de lo “real” y plausible. Porque en la realidad psíquica en la que vivíamos nosotros en Airdrie, ese hecho era perfectamente creíble. La realidad, para las subculturas de los ochenta, era maleable. Si alguien llega a ponerse a volar allí en medio nos habría parecido de lo más normal.
Es una pregunta injusta, pero, ¿cuál es el porcentaje de realidad e imaginación que se aplica a Memorial Device?
Es una realidad reconocible, pero al vez no hay un solo personaje que sea alguien real. Algunos son construcciones hechas de distintas personas. Algunas de las historias que se cuentan las vi o me las contaron. Pero la gran mayoría de lo que se cuenta es ficción. A la vez, quise crear un portal. Hacer algo anclado en la realidad pero que te llevase a otro lugar. Por eso hay apéndices en el libro listando discografías y cambios de miembros, y por eso los lugares y paisajes son todos reconocibles. Puedes ir a cada uno de los sitios que aparecen en el libro. Pero eso no quiere decir que allí pasaran de verdad las cosas que escribo. Es una nueva realidad psíquica: podría haber pasado esto aquí. Lo paradójico es que cuanto más fantasioso me ponía, más obsesivamente detallista me volvía. Y cuanto más particular era algo, más universal se volvía. Cuanto más describes una calle concreta, más universal se vuelve la experiencia. Es muy raro. Quizás porque todo el mundo ha vivido en calles y cruzado parques. Esos lugares hacen que cruces el portal, y que entres a este mundo.
El viejo precepto de Tim O’Brien es que una ficción puede contar más la verdad que algo que sí sucedió. Quizás tu Airdrie cuenta una historia más real que la que contaría un biógrafo literal de su historia.
Es exactamente así. Y creo que eso no es algo particular, sino que toda buena ficción debería tener esa misión. De nuevo aparece la mentalidad religiosa: creo de veras que la ficción tiene una función redentora y un potencial transformador, pues altera la forma en que ves el pasado y el futuro. Mucha gente me viene a contar que recuerdan esta o aquella anécdota que inventé. Eso implica que el arte tiene un poder para transformar retrospectivamente el pasado. Y entonces te das cuenta de que la ficción sí puede acercarse a la verdad absoluta. Muchas de las figuras retóricas y trucos literarios que utilizo en la novela aparecieron de la nada, surgieron de mi yo inconsciente. Palabras como “demonios” y “posesión” no son gratuitas. Cuando escribía el libro sentía voces en mi cabeza, y hablaban a través de mí. Canalizamos esas voces lo mismo que un mago hace que algo que no estaba allí se materialice ante nuestros ojos. Estamos poseídos. Y es muy raro, porque estás al borde de la conciencia. Te sientes en la cresta del mismísimo arte, sientes que está en tus manos, que de repente lo dominas. Por supuesto, si trabajas con palabras puede sucederte lo que a Ícaro, que voló demasiado cerca del sol. Cuando habitas la realidad de un libro puedes acabar quemándote. Cuando lo terminas, lo que te sucede se parece mucho a un colapso mental.
En el Reino Unido las subculturas eran movimientos de masas, pero aquí eran sociedades secretas. ¿No temes que cosas del libro se le escapen a todos esos lectores no-anglosajones que no militaron en tribu alguna?
Me sorprendió la increíble variedad de gente a quien le gusta el libro. Por ejemplo: señoras mayores. Nadie habría incluido a ese grupo demográfico en posibles lectores de un libro sobre postpunk. Uno de mis personajes dice que “esto ya no va de música”, y es verdad. La música está allí para fanáticos como nosotros que necesitan esas capas de detalle extra. En Europa, un lugar más separado de la tradición rocanrol, quizás no se pille cada detalle musical, pero el libro va de los verdaderos creyentes de los pueblos aislados. Va de energía adolescente. Va de encuentros accidentales con arte que transformará tu mundo y tu vida. Y eso sí le habla a mucha gente. Porque todas esas cosas no solo te transformaban a ti, sino a todo tu entorno: a la gente que iba a tu clase, a tu padre que te iba a buscar a la comisaría, a tu madre que sufría por el peinado extraño que llevabas, a tu hermano que veía las fotos que habías colgado en la habitación. Todas les generaciones estaban metidas en ello, quisieran o no: el capítulo en que hablo de los Clarkston Parks, el grupo mod de Airdrie, cuando el padre de uno le presta sus trajes. Es bonito. Quise hacerlo romántico, todo aquello. Quise una memoria romántica de aquellos cambios.
Memorial Device
David Keenan
Sexto Piso
291 págs.
Trad. de Juan Sebastián Cárdenas
(Esta charla se publicó originalmente, en versión muy editada, en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 14 de abril del 2018. Esta es la entrevista completa, sin cortes).