Cosas Que Leo #29: DIECINUEVE APAGONES Y UN DESTELLO, Valentín Roma

19 apagones roma

«Cuando en 1657 Vermeer presentó Muchacha dormida, los burgueses allí congregados sonrieron y se acariciaron las barbillas: por fin tenían delante al gran artista del catolicismo nórdico. Al mismo tiempo, a pocas calles de distancia, otro pintor, Jan Steen, cerraba la taberna que había regentado hasta el momento, un tugurio de mala muerte y peor reputación conocido con el nombre de La Culebra.

El vino tuvo la culpa de ambos acontecimientos: en el lienzo de Vermeer, los tragos matutinos y a hurtadillas de una jovent ama de casa, los cuales la sumieron en un dulce sueño desobediente con las labores del hogar; en el de Steen, el alcohol a bajo precio que chorreaba por el escote de prostitutas y jornaleros, los clientes habituales de la bodega más canalla de Delft.

Se ha ensalzado de Vermeer su luminosa contención, la manera en que su pintura «paraliza el mundo». Sin embargo, frente a la prosopopeya de todos esos personajes que cosen, leen o reflexionan sobre la envergadura del universo, viendo los cuadros de borracheras y jolgorios de Jan Steen, uno no puede sino recordar que donde verdaderamente se detiene el reloj es en ciertos bares, a ciertas horas y con algunas compañías.

A diferencia del vino tomado a dedales, como «quitagustos» o para olvidarse del cónyuge y la depresión, la ingesta caudalosa de caldos sin pedigrí no produce sueño, al contrario, eleva la franqueza y con ella las relaciones interclasistas. Esta celebración de la dicha y la desgracia –esta cualidad del vino que todo lo celebra– fue uno de los principales temas en la obra de Steen, cuyas escenas tabernarias, de bailes o peleas entre jugadores y beodos pueden mirarse como el reverso de la alienación religiosa del Barroco, un blackout de la laboriosidad protestante del norte de Europa.

Siempre decantada hacia sus vértices jansenistas, la historia de las ideas estéticas ha ignorado a este pintor por considerarlo «demasiado explícito, sin condiciones para el misterio». Algo totalmente incierto, sobre todo porque las parrandas representades por Steen están llenas de enigmas no tan arcanos, però enigmas, al fin y al cabo: ¿quién aguantará hasta el último minuto de la fiesta?, ¿qué lechos maritales se traicionarán esa noche?, ¿recuperará el viejo su lujuria perdida?, ¿sabrá el niño guardar un secreto?»

Diecinueve apagones y un destello; un manifiesto tentativo

VALENTÍN ROMA

Arcadia, 2020

176 págs.

L’extrarradi: Kiko Amat en Estralls (SER Catalunya)

Me gusta esta charla. Me gustan los de Estragos. Y encima son de Ripollet (visualizar arcano sistema de choque de manos entre ellos y los del Llobregat). Yo, entre brote y brote de criptotourette, digo algunas cosas de cierto calado.

Por lo general siento una inequívoca náusea al verme en videos, y tengo que apagarlos mucho antes de que terminen, abrumado por el despliegue de incomodidad física y hormigas-en-el-trasero, pero este lo pude ver hasta el final. Las preguntas ayudaron.

Por favor editores ignoren la inapropiada camiseta de flagrante promo de libro anterior en otra editorial. Juro que fue p*** casualidad.

Biblioextrarradi en Sant Feliu

El día jueves 13 de junio participo en una mesa redonda en Sant Feliu de Llobregat, capital del Baix. La cosa, bautizada como Biblioextraradi, tendrá lugar en la biblioteca Montserrat Roig a las 18:30h, y nos arrejuntaremos allí JAVIER PÉREZ ANDÚJAR, CARLOS PERAMO, EMPAR FERNÁNDEZ, TONI HILL, MIGUEL ÁNGEL ORTIZ, MARíA CANDEL (hija de Paco Candel) y aquí su amigote Kiko «Mad dog» Amat. Un elenco impresionante de hijos deeeeeel Baix LLobregat.

DONAL RYAN: «Beberse la granja es una vieja tradición irlandesa»

Pueden leer aquí mi entrevista al autor irlandés Donal Ryan. Hablamos de envidia y rencores, secretos de familia, confesiones, pueblos pequeños, energías oscuras y alienación escritoresca. Corazón giratorio (Sajalín editores) ya es uno de mis libros favoritos de este 2019.

Barcelona Hardcore

Un artículo que he escrito para El Periódico de Catalunya sobre la gestación del hardcore en la ciudad de Barcelona. La excusa es la reciente reedición de tres maquetas/discos clave del periodo: Cuentos y leyendas (1987) de GRB, Subterranean hardcore (1985) de Subterranean Kids y Cornellà ciutat d’Afrika (1987) de Monstruación. En realidad me apetecía fisgar por ahí y preguntar cosas a gente (uno de mis esparcimientos favoritos). Y desde luego creo que esto es historia subcultural CRUCIAL.

También me gusta la introducción. Me hizo reír imaginar el Communiqué como antro paranormal en plan The haunting of Hill House.

Para leer la entrevista entera a Ángel de GRB, que tenía mucha más chicha de la que cabía en mi pieza, vayan nomás aquí.

Blues del delta: nacidos en el Baix

Kiko Amat explora la relación sentimental que tienen con su comarca cinco artistas originarios del Baix Llobregat: David «Beef» Rodríguez, David y José Muñoz (Estopa), Maria Guasch y Clara Segura. Pero antes analiza la suya propia, para que no se diga.

Resultat d'imatges de +BM (Barcelona Más Metropolitana)

Yo nací en el Baix Llobregat y me marché del Baix Llobregat. No suelen perdonárseme ninguna de las dos cosas. Para los urbanitas de Barcelona soy siempre sospechoso de garrulismo periférico. No importa si voy por ahí declamando a Maragall en pose de estatua de Llimona: los barceloneses me olisquean, tratando de detectar al quinqui latente que, faca en mano, se agazapa tras mi impostura condal. En mi comarca me sucede lo opuesto: soy un emigrado, uno de los que se dejaron embaucar por el dudoso encanto de “Barna”. Un traidor, en cierto modo. La responsabilidad de probar que no soy un cursi metropolitano, que aún soy de los suyos, siempre cae a mi lado de la verja. Y encima soy escritor: doble ultraje. Cuando entrevisté a David “Beef” Rodríguez, su primera frase fue “Hablas siempre del Baix, pero tú te fuiste, ¿no?”. Miré al suelo, mortificado, y mascullé un “sí” inaudible. Sí, me fui (le canté, poniéndome en pie), merecía aquello pero no lo quería, así que me fui-i-í.

Y, sin embargo, en mi niñez no quería irme nunca del Baix. Mi sangre es puro delta. El Baix Llobregat de los 70 y 80 es mi paisaje, el único que me conmueve (y tiene peso en mis novelas): torres eléctricas, cañaverales polvorientos, pinedas dejadas, solares a medio hacer; polígonos y aviones; uralita, tierra roja, malas hierbas, olor a mar y pedo industrial; aiguamolls y cementerios de coches; el parquing del Carrefour; campings, pafs musicales, bares extremeños, espiguillas en los pantalones, montes achaparrados. Una tierra inter-Media. En las memorias Otro planeta, Tracy Thorn definía así su villa natal: “era un pueblo y no era un pueblo. Rural pero no rural. Una parada en la línea, un espacio entre dos paisajes que tenían mayor pedigrí: la ciudad, y el campo. Un territorio fronterizo, un estado intermedio y accidental”. Los pueblos del Baix Llobregat sufren de la misma esquizofrenia territorial. Tuvimos mucha inmigración (pueblos extremeños enteros trasladaron su censo aquí), también turismo (aunque sospechabas que aquellos holandeses habían llegado por error), pero la duda permanece: ¿somos la comarca que la gente atraviesa?

“Si llega el metro, es Barna”, decíamos. Y a Sant Boi solo llegaban los Ferrocarriles Catalanes. La escritora Maria Guasch afirma que “los del Baix somos culturas de tren”. Un recuerdo (posiblemente apócrifo) de mi juventud: mi panda y yo, bajo la luz de una farola de la estación, bebiendo latas de cerveza, viendo como se aleja el último ferrocatas a Barcelona (y no vamos en él). El tren definía los límites. Aquel trayecto, representación física de la distancia, avivaba el incendio de nuestros anhelos: nadie ha romantizado tanto Barcelona como los habitantes del Baix. Y nadie se ha decepcionado tanto con ella como nosotros.

No recuerdo en qué momento empecé a fantasear con marcharme de Sant Boi, convertirme en un Judas del delta. Debió ser a los catorce, cuando el tumorcillo de la anglofilia había devenido metástasis incontenible. En mi descargo debo decir que al final engañé al Baix con Londres, no con Barcelona (lo cual es como decirle a la esposa que le has sido infiel, sí, pero con la Patricia Arquette de Amor a quemarropa, no con la vecina).

Da lo mismo: allá donde fui, el Baix Llobregat se vino conmigo. El hecho de marcharme solo había incrementado su hechizo. Aquel “otro lugar” avalaba mi existencia, que diría Philip Larkin. Aún me persigue. Si cierro los ojos nunca estoy en Londres o Gràcia: estoy andando calle abajo por Jaume I, un mediodía de agosto. Sant Boi está vacío, hay golondrinas en el cielo, el aire huele a menta y cemento y malas hierbas quemadas, ni un coche a la vista. Mis amigos y yo nos hemos quitado las camisetas por el bochorno, vamos bebidos y gritando “You’re wondering now”. Atrapados en el delta, en un estado emocional que mezcla la jactancia, el complejo de inferioridad y el rencor. Siempre seré de aquel lugar, y de aquel momento.

 

 DAVID “BEEF” RODRÍGUEZ (Sant Feliu de Llobregat)

Resultat d'imatges de david rodríguez músico la estrella de davidYo no soy un cantante de abstraerse. Cuento las cosas que conozco. He vivido 44 años en Sant Feliu, y hablo de mi pueblo. Al principio, en Beef, como cantaba en “wuachiwey”, no se entendía. Luego, en la promoción, sí que sacaba lo santfeliuense, para distanciarme del melanoma barcelonés. Ejercía de habitante del Baix Llobregat. Quería poner distancias. Y hacerme el interesante.

Jamás me fui del Baix Llobregat. Me quedé aquí. No me siento extraño en la comarca. Lo he pasado mal aquí, he estado deprimido, pero nunca he pensado en marcharme. Mis padres eran desertores del arado, de Ornacho, un pueblo de Badajoz. Venían de la miseria. Me inculcaron el miedo a la aventura, a largarme. Nunca me planteé nada más allá de tener un trabajo fijo. Ni siquiera irme a Barcelona. Cuando me pegué una hostia en coche en la primera gira Noise Pop me indemnizaron, y lo primero que hice fue comprarme un pisito en Sant Feliu. Siempre he sido un malcriado. Mi madre venía a limpiarme la casa. Y cuando ella dejó de venir empezó a venir mi padre.

Aquí me dejan en paz. Me siento más anónimo en Sant Feliu que si me voy al Nasti de Madrid. Eso era lo que más me gustaba de estar aquí. Yo no tenía conciencia de clase, pero veía que en mi entorno nadie tenía veleidades artísticas. Ahora vivo en Madrid, y es al revés: no conozco a nadie normal allí: todo el mundo que frecuento es artista. Eso para mí es un gran hándicap artístico y humano.

En mi pueblo yo siempre había sido la mascota. El friqui graciosillo. El rarito. Tenía fama de estar zumbado, de autista, iba por ahí con los auriculares, a mi bola… Kiko Veneno dijo que su padre siempre se había reído de él, y ahora que tenía 50 años le daba la razón. A mí me ha sucedido algo parecido. Al final, perseverando, me he ganado el respeto del pueblo. No es que les guste mi música, pero he calado, como la gota malaya.

Sant Feliu ha cambiado. No es que se haya convertido en una gran ciudad, pero antes era más gueto. De niño me atracaban cada dos por tres. Ahora veo un cierto aburguesamiento, esas gafas de pasta catalanas, ese alquitranarlo todo…

El cambio de cinturón rojo a cinturón naranja lo veo consecuente. Da pena y asco, pero va con los tiempos. Sant Feliu tenía un movimiento vecinal muy potente, cortábamos carreteras para que nos pusiesen el instituto, o el ambulatorio… Se ha pasado mucho de la gente de aquí. El “procés” los ha ignorado.

(David Rodríguez es músico. Formó parte de Bach Is Dead, Beef, Telefilme, La Bien Querida y, ahora, La Estrella de David. Acaba de publicar su último disco, Consagración)

 

ESTOPA (Cornellà)

Resultat d'imatges de estopa cornellàNuestros padres eran de un pueblo al sudeste de Badajoz. Zarzacapilla. Mucha gente de allí emigró a Cornellà, Sant Boi i L’Hospitalet. Era un pueblo pequeño, de 600 habitantes. Debieron venir todos. Al primero que vino le llamaron Juanito Barcelona. Eran como pioneros. Nuestro padre vino en 1963 con trece años. Él solo. Tenía aquí a su tío. Vivían en plan camas calientes, con familiares. Igual que los inmigrantes que vienen ahora. Nos entristece ver a gente que fue inmigrante, y ahora se queja de los nuevos. Ellos, que estuvieron doce personas en un piso de 60 metros. Supongo que es como la mili, que te putean y luego vas tú a putear.

Nuestra madre también era de Zarzacapilla. Vino a Cornellà con su madre y su hermana. Tenía quince años cuando empezó a salir con mi padre. Mis padres recuerdan aquella época con cariño, aunque fuese dura. “Había mucho trabajo”, te dicen. Claro, en el pueblo había una crisis agraria total. Señoritos que no explotaban la tierra. Un abuelo era jornalero, y el otro vendía sardinas. Arturo, se llamaba. Era tartamudo. Tuvo la primera moto del pueblo, pero no sabía pararla, así que estuvo dando vueltas a la aldea hasta que se le acabó la gasolina.

Nuestro padre llevó varios bares. David nació en el bar Nuevo, y yo [José] en el siguiente, La Española. Aprendí a dibujar allí, a jugar al ajedrez, a sumar. Me enseñaban los clientes. Se aprenden muchas cosas en el bar. Yo [David] salía del colegio a la una y me iba al bar: con mi bolsa de patatas, mi Kas naranja, y el Sport. De niños ya ayudábamos: fregando, poniendo cafés. Era como un juego. Estopa venimos de cultura de bar. Los humanos somos seres sociales. Todo lo que fomente la socialización va a ser popular, pese a sus contraindicaciones. En el Baix Llobregat hay muchos bares. Son el foro romano, el baño turco, de aquí.

A Barcelona nunca íbamos, de jóvenes. Barcelona era la periferia, para nosotros; no al revés. Íbamos a Sant Boi, a la discoteca Jardí. Como no te dejaban entrar con bambas, uno de nosotros entraba con zapatos, se los quitaba en el váter y nos los íbamos pasando. Ir a Sant Boi era una odisea: íbamos andando por la vía, o nos colábamos en los ferrocarriles. También íbamos al Amnesia, el Music Palace, el Axioma, el Tijuana. Al Daniel’s iban los “pijos”. Pijos de Cornellà, imagínate lo pijos que eran. Íbamos por ahí solos todo el día. Me sorprende que no nos pasara nada. Nos íbamos a las vías del tren y metíamos monedas y palos para que los chafara el tren al pasar.

Nuestros padres solo escuchaban rumba catalana. Era la biodramina natural que nos ponían para los viajes en coche. Cantábamos a pelo en la plaza “Maracaibo”. No nos daban de comer, nos traían Xibecas. Picaban al interfono para que bajáramos con la guitarra, y entreteníamos a los colegas. Así fuimos aprendiendo.

Nunca nos hemos querido ir del Baix Llobregat. Mi sitio está aquí [David]. No me iría a Tokyo ni a Miami. Si de jóvenes no nos íbamos ni a Horta, cómo nos vamos a ir ahora al Japón. Hay algo de pertenencia a la tierra. No es nacionalismo: es barrismo. Nuestros amigos están desperdigados entre Cornellà y Sant Boi. No nos gusta alejarnos. Nos hemos hecho un estudio en Sant Feliu para poder grabar discos sin tener que irnos a Madrid. Y eso que nos encanta Madrid. Pero no es mi casa. Mi casa es esto [David].

Nuestro cinturón rojo ahora es exrojo, o eso dicen. Los partidos se creen que todos los que les votan son de los suyos, igual que algunos grupos se creen que porque vayas a un concierto ya eres ultrafan. Que Cornellà se haya vuelto naranja no significa nada. Es un voto de protesta.

(Estopa son los hermanos David y José Rodríguez. Están preparando un nuevo álbum que conmemorará veinte años de carrera)

 

MARIA GUASCH (Begues)

Resultat d'imatges de maria guasch escriptoraCrecí en Begues, un pueblo que está alojado en un valle tras las montañas de Gavà y Castelldefels, y solo se puede acceder a él mediante una carretera con muchas curvas. Ha crecido, se ha vuelto más residencial, pero sigue siendo recóndito. Por la afluencia de veraneantes, y que la mayoría de familias viniesen de pagesia local, Begues parecía distinto.

En mi vida hay tres zonas. Mi pueblo: primera zona. El instituto en Gavà: segunda zona. A los dieciocho, Barcelona: tercera zona. Allí todo el mundo parecía encajar. Me creó una sensación de no pertenecer, echaba de menos la cosa extrarradial. Estos niveles se ven desde Begues: las curvas, Gavà, Barcelona y el mar.

Pasábamos noche tras noche mirando las luces de Barcelona. Es una imagen muy Hollywood: nuestras curvas eran Mulholland Drive. Recuerdo un compañero de clase barcelonés que, por una calle, ya no formaba parte de Horta sino de El Carmel. Su sueño era moverse una calle más allá y ser de Horta. Yo pensaba: ¡pero da igual, eres de Barcelona! En Begues mi madre revestía a los veraneantes barceloneses de un glamour que no tenían. Eran gente de clase obrera, pero solo por ser de Barcelona mi madre ya les ponía una aura “de ciudad”.

De niña la comarca me hacía soñar: ir a Barcelona significaba atravesar Gavà, Viladecans y Castelldefels. Castelldefels me parecía glamuroso, intentaba imaginar cómo serían las vidas de los compañeros de EGB que vivían allí. Pasaba en coche y veía pisos playeros muy pequeños, del desarrollismo, y envidiaba sus vidas, tan cerca del mar.

Mi universo literario sigue siendo del Baix Llobregat. Ese mundo de pueblos costeros medio abandonados pide a gritos ser narrado. Playafels en invierno es fantasmagórico. La vibración de los años setenta se ha transformado en melancolía espeluznante. Para un escritor es una mina.

En Begues, lo común es irte a vivir una época a Barcelona. No se interpreta como traición. Eso sí: todo el mundo vuelve. Yo he sido la única de mis amigos que no lo ha hecho. Eso me descasta. Me siento extraña allí, y durante mucho tiempo me sentí extraña en Barcelona. Y ahora que empiezo a sentirme en mi casa en la ciudad, algo en mí me dice que estoy cometiendo algún tipo de traición. Aun ando por Barcelona y me digo: eras de allí, pero ahora eres de aquí. Eres de los dos sitios.

Me identifico con el tren de Rodalies. Los del Baix somos cultura de tren. Pasamos media vida en el tren, atravesando la comarca. Cuando llego al destino, sea Barcelona o Begues, vuelvo a sentirme extraña, pero mientras estoy en el vagón pertenezco. El paisaje del tren de Rodalies es otra mina literaria: todas las no-zonas, la mezcla entre solares y aiguamolls, zona salvaje y naves industriales, pared con pared. El trayecto es el lugar. Somos gente de trayectos. El shock es más grande viajando de Sants a Gavà que de Sants a Madrid.

(Maria Guasch es novelista. Publicó su tercera novela, Els fills de Llacuna Park, en el año 2017)

 

CLARA SEGURA (Sant Just Desvern)

Resultat d'imatges de clara segura actriuSant Just parecía muy lejos de Barcelona, aunque está a 12 kilómetros. Mi abuela fue a parar a Sant Just porque mi tío se puso enfermo y le recomendaron que el aire de “montaña” le iría bien. Era un pueblo-pueblo. Parece no tener entidad propia porque está demasiado cerca de Barcelona, pero a la vez parece más pueblo porque, al contrario que otros del Baix, no tiene tren. Eso marca una diferencia. Lo hace más caro, los futbolistas se mudan aquí. Se ha convertido en un pueblo residencial.

En el Baix no tenemos grandes monumentos ni grandes paisajes. Las particularidades del Baix, de haberlas, hay que buscarlas en la gente. Si hablo con Jordi Évole, o con Santi Balmes [ambos del Baix] tenemos algo en común. No son infancias de Barcelona. Conocías a todo el pueblo. Aunque seamos “área metropolitana”, crecimos en un pueblo. Íbamos en bici al monte. No eras del Montseny, no te conocías todos los tipos de árboles, pero tampoco eras urbanita.

Yo soñaba con Barcelona. Viví doce años allí, y la pude conocer a fondo, para bien y para mal. No diría que me decepcionó, pero sí la encontré más pequeña de lo que había imaginado. Más manejable. Supongo que tiene que ver con la edad. Cuando eres niño vas al Zoo y te parece un mundo. Los del Baix tenemos algo con el agua, entre el río y el litoral. Somos del delta. Y así como el río va a parar al mar, los del Baix Llobregat somos arrastrados a la gran urbe. Pero nunca eres del todo de allí, como tampoco eres del todo de aquí. Hay una parte agradable en esto, porque puedes sentirte de todas partes. Vives siempre en esa eterna contradicción.

Sant Just, como otros pueblos del Baix, está sufriendo el síndrome de vivir de cara al exterior. Arreglarlo todo, poner muchas rotondas, que todo quede polit. Empiezan a haber muchas alarmas, se vive de cara adentro. Hay una parte más abierta y más cerrada: hay más gente nueva pero más recelo. También creo que es una tendencia global. Hay miedo a perder lo que tenías por ese nuevo flujo de población. Por eso ganan las derechas.

Lo del cinturón naranja lo llevé fatal. Vi que el miedo se puede utilizar de forma oportunista. Hablamos de un partido político que jamás defenderá a la gente con riesgo de exclusión social, la gente con más riesgo laboral… Me sorprende que la gente vote a alguien así. Queda mucha faena por hacer, mucha educación que dar. Se ha cultivado lo material, el ascenso social más fachenda.

En el Baix se había hallado un discurso perfecto entre catalanes y castellanos, todos éramos lo mismo y yo estoy muy orgullosa de mi bilingüismo. Pero alguien ha mezclado las cosas y se ha cargado los puentes. Lo digo por unos y por otros. La culpa no es solo del cinturón naranja. No se ha hecho bien. Hemos regresado a unas cosas que yo creía superadas. La convivencia es ejemplar, pero queda una herida interna.

(Clara Segura es actriz. La bona persona de Sezuan se representa en el TNC hasta el 17 de marzo. En abril estrena Les noies de Mossbank Road en la sala Villarroel)

Kiko Amat

(Esta pieza se publicó originalmente, y especialmente, para el suplemento +BM Barcelona Más Metropolitana, de La Vanguardia, el sábado 30 de marzo del 2019)

En las batallas #14: Un mundo pequeño

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“Cuando tenía diecisiete años / Londres para mí era Oxford Street / Era un mundo pequeño / Crecí en un mundo pequeño”. Lo cantaban Everything But The Girl en “Oxford Street”, del álbum Idlewild (1988). Everything But The Girl eran un grupo pop de suburbio, fascinados por la gran ciudad, cantando desde los márgenes. Al escucharla hace unos días pensé en ese fragmento de la letra, pensé lo mismo: que a mis quince años, Barcelona era la calle Tallers. Y la calle Riera Baixa. Yo era un niño de pueblo del extrarradio. El extrarradio: tan lejos, tan cerca. Siempre agarrando lo PEOR de todo. Sin el glamur de la urbe ni la quietud de la aldea. Ajenos al meollo del neón y los tupés y los bares extraños, pero también a la verdadera autosuficiencia de las villas aisladas: quiero y no puedo, todo el tiempo; sin grupos de rock’n’roll ni pubs musicales, ni cines había, en Sant Boi. Crecimos en un mundo pequeño. Era un lugar estrecho: descampados, Ferrocarriles Catalanes, el río, moreras, bares extremeños, Xibecas, la Bobila, jevis de La Cope, la muntanyeta, abajoelpueblo, punks y mods y skins y rockers, el bar del instituto, las calles mojadas y desiertas. Y Barcelona parecía estar en Groenlandia, de tan distinta que parecía, y a la vez casi la podías tocar con las yemas de los dedos.

En todo el tiempo en que no la conocí, a Barcelona, hice lo que hacen los niños con los lugares fantásticos de los libros y las leyendas: la imaginé. La fui parcheando con trozos de cosas que encontraba por ahí: un pedazo de letra de El Último de la Fila, otro de Brighton 64 (“ya no hay chicas en el bar de negros”), una imagen robada de un fanzine olvidado, una batallita contada por algún viejo mod loco (de 24 años; eso era viejo para mí, a la sazón), un artículo de El periódico sobre La Mercè de 1986 (mis padres no me dejaron ir), aquella crónica del Reacciones sobre una fiesta mod de la concentración Lloret-Barcelona de 1986 en Zeleste (mis padres tampoco me dejaron ir). A los quince soñaba con Zeleste, una y otra vez. Lo visualizaba como el paraíso en la tierra, abarrotado de chicos alados y rubicundos con camisetas de ciclista, en los altavoces la música pop más hermosa que pudieses imaginar, todo el mundo bailando el “Get on your knees”.

Y el sábado por la mañana, a los quince y dieciséis, empecé a coger el tren, a veces solo, a veces acompañado (pocas veces), y completé aquel mapa indio, hilvanado a base de piezas de cuero, con algunas exploraciones por mi propio pie. Mi psicogeografía en 1986 era limitada, y realmente Barcelona estaba hecha de cinco o seis calles conocidas rodeadas por la incógnita y el vacío. ¿Estaciones de metro? Solo conocía dos (Espanya y Catalunya), y el trayecto entre ellas podría haber transcurrido entre desiertos y dunas, selvas y estepas, pues nunca bajé a explorar.

Llegando de Sant Boi, Barcelona era un mundo grande, así que tuve que empequeñecerlo; para que cupiese en mis manos, no sé cómo decirlo. Barcelona era comprar tejanos Marlboro negros en la calle Tallers, donde la dependienta siniestra te manoseaba los muslos. Luego explorar las tiendas de discos de la misma calle (las importaciones Edsel, Kent y Bam Caruso de Castelló) y andar hasta Riera Baixa para visitar Edisons y Papermusik. El sastre (R. Ferran) estaba en la calle Hospital, un poco más abajo, así que también entraba en la ruta, si había dinero. Luego volvía hacia el metro pasando por Portaferrissa, a ver si en el Camello habían traído tejanas blancas (nunca las traían) y a mirar los «boppins» del escaparate y husmear las chapas. En ocasiones también andaba hasta Flexor, que era la tienda que vendía Fred Perry de concesión española (Comercial Ebro), fabricados aquí; y que ni recuerdo dónde estaba. Todo me desorientaba. Era un mareo. Un giro equivocado y me encontraba en mitad del mundo perdido, rodeado de gente extraña, y tenía que preguntar hacia dónde estaba Plaça Espanya, por favor. La Plaça Espanya era mi meridiano, mi eje, mi astrolabio. Sin ella iba a la deriva.

Resultat d'imatges de la cresta de la ola mercat peixY yo era tan pequeño, en aquel mundo grande. Aún no comprendía los códigos, los emplazamientos, no me habían presentado a los moradores. Una anécdota que me enternece: en 1985 vi un cartel que anunciaba un festival de los de entonces, La Cresta de la Ola, en un sitio llamado Mercat del Peix, y tocaban Kamenbert, Brighton 64, Los Negativos, Wom A-2 y Nervios Rotos, y leí también que habrían puestos con chapas, fanzines y discos. Descartando poder acudir al evento, pues tenía catorce años (y mis padres no me habrían dejado ir), opté por conformarme con acudir alguna mañana de sábado a aquella tierra prometida, El Mercat del Peix, y surtir mi habitación adolescente de chapas y pósters. Ya imaginan lo que sucedió. Recorrí, acompañado por un vecino, una y mil veces las calles de la zona, rodeando un edificio vacío, buscando sin aliento una puerta que me condujese al otro mundo. No entendía lo que pasaba; ¿habían cerrado? Al final regresé a Sant Boi con una piedra atascada en la garganta, los bolsillos vacíos, mi vecino mofándose de mí, la sensación aún borrosa de haber hecho el ridículo pero sin saber por qué. Por supuesto, no existía aquel lugar mítico. El Mercat del Peix solo era un recinto fantasma que había acogido un concierto puntual.

Poco a poco espabilé, pero tampoco mucho. A los diecisiete, aquel mapa lleno de vacíos, como los de los conquistadores del siglo XII, estampó nuevos archipiélagos y penínsulas en mi psicogeografía a medio hacer: el bar musical María, el Humedad Relativa, el KGB de la calle Alegre de Dalt, el Sot del Migdia, la zona de Hostafranchs donde estaba el Communiqué, un par de calles de la zona alta (¿Herzegovina?) donde vivían unos amigos.

La cosa siguió así durante cinco o seis años más. Como un explorador a bordo de su bajel, rumbo a lo desconocido, fui apuntando en mi mapamundi mental todos los nuevos lugares, pero sin integrarlos en un contexto coherente, sin colonizar las tierras intermedias. Todos aquellos bares y lugares (Definitivo, Societé, Ave Turuta, el Barbara Ann, el Badlands, el Ultramarinos, la casa del Mágico Víctor, la casa de Fernando, la casa de Uri, el bar América, el Rufino…) seguían siendo puntos conectados entre sí en mi diminuto y disperso plano privado de la ciudad, pero no obedecían a la organización callejera de una ciudad al uso. Nunca sabía si aquellos bares estaban al norte o el sur, nunca registré en qué barrios se alojaban. Tal vez se iban desplazando de uno a otro, como algo sacado de los viajes de Gulliver, como la isla de Laputa. Barcelona aún era un misterio fascinante para mí, y seguiría así hasta 1996, que fue cuando empecé a conocerla íntimamente y a tutearla y a atar cabos, a adentrarme por las rutas intermedias, a ponerle nombre a las cosas. Mi mujer aún recuerda los primeros días juntos, en 1996 y 1997, cuando paseaba con ella por calles y plazas y de repente me detenía delante de un bar (ya cerrado, o con nombre distinto), los ojos como platos y una sonrisa de niño, y me ponía a gritar: ¡El Ave Turuta! ¡Estaba en Gràcia, justo aquí, al lado de la Plaça Revolució! ¡Qué bueno! ¿No es increíble? ¡Siempre estuvo aquí! Es fuerte, ¿no crees que es fuerte?

Y mi mujer me miraba con dulzura y me besaba, sin entender todos los años que anduve perdido por esta ciudad, ignorando lo que se escondía detrás de las esquinas, a ciegas por estos mundos de Dios, guiado por lazarillos de una calle a otra. Ella sin acabar de comprender del todo lo pequeño que fue mi mundo, cuando Barcelona era la calle Tallers. Cómo crecí en aquel pequeño mundo. Kiko Amat

 

(Escribí este artículo para «En las batallas» una serie que publiqué entre el 2012 y el 2013. Algunas de esas piezas terminaron en Chap Chap (Blackie Books, 2015) , otras no. Esta sí lo fue. La publico aquí porque acabo de leerme el Another planet, de Tracy Thorn, y he pensado en lo que escribí en aquella ocasión)

Dino Zoff en Sant Boi

Otro articulillo para El Periódico. Esta es una pieza en primera persona sobre el Mundial ’82, parte de una serie de recuerdos de peña sobre los mundiales de futebol.

Los lectores de Antes del huracán ya saben que el Mundial España ’82 aparece generosamente en la novela. Pero eso es una novela. Esto es (más o menos, hipérbole enloquecida arriba o abajo) lo que sucedió en realidad.

MIQUI PUIG: el vell solitari ha fet colla (una entrevista de Kiko Amat)

Resultat d'imatges de miqui puigMiquel Puig Bosch, conegut només com Miqui Puig, és un dels millor compositors i intèrprets de música pop a la Península Ibèrica. Té una biografia rara, serpentejant i intensa, de vegades desconcertant: nen grassonet de L’ametlla nascut l’any 1968 en una família pagesa amb doble cognom über-català, fan juvenil de Dinarama i The Jam, exmod, apreciador de la cultura anglesa i la negritud; membre de Los Sencillos, grup que va liderar durant setze anys i amb qui va fer esclatar un espatarrant #1 nacional (“Bonito es”), així com dos o tres àlbums de pop rodó (i un parell més d’àlbums estranys i imperfectes, així com coratjosos); personalitat televisiva, primer a Sputnik, al llarg dels 90, i, durant el 2007 i el 2008, a qüestionables concursos de qüestionables talents com Factor X i Tienes talento (fet que alguns mai li perdonaran); DJ per clubs, inauguracions, creuers, bodes, batejos; prolífic locutor de ràdio, amb una extensa llista de programes propis i aliens; i artífex d’una carrera en solitari que fins ara havia entregat dos àlbums d’excepcional pop melancòlic, ballable, clàssic, ple de lletres memorables i ganxos la-la-lejables: Casualidades (Naïve, 1999) i Impar (Pias 2008).

És un Puig embolcallat en fulard i Barbour, pantalons de pana i sabata anglesa, amb un cert aire de country squire britànic (ell menciona la influència del film Withnail & I) i la seva expressió habitual de tristor afable, qui es troba amb mi al local social de l’Atlanta FC -un reducte de dominó i quintos (i també gràfics porrons amb silueta fàl·lica), a la Rambla del Raval barcelonina- per xerrar sobre el seu tercer àlbum en solitari, Escuela de capataces. Durant una hora i quart conversarem sobre concepte, artesania, discs “d’interior”, Bronski Beat i Chucho, pecats petits i grans, foscor i llum, raresa innata i danys irreparables, i defensa del grup de rocanrol. Sembla que el vell solitari ha fet colla.

La meva primera pregunta és senzilla: perquè Escuela de capataces?

Anant cap al poble de la meva dona, a prop de León, trobes un edifici imponent que recorda a les escoles nacionals de la meva època. Té una torre d’aigua enorme, i a la entrada hi diu Escuela De Capataces. Investigant vaig descobrir que les “escuelas de capataces” eren unes escoles que venien de la República, i que Franco va recuperar. Escoles agràries. Quan vaig decidir que volia que el meu disc es digués així, vaig anar a fer-li unes fotos i ja l’havien tirat a terra. Té un sentit poètic afegit per mi, això de que ja no existeixi. És simbòlic. Amb el Marc Botey [guitarres, veus, teclats i co-compositor] sempre diem que aquest és un disc que hem parlat gairebé més que tocat. I vam parlar molt d’aquesta idea d’escola professional, de formació, perquè nosaltres sempre ens hem definit més com a artesans que com a artistes. M’agrada, a més, la idea de la jerarquia professional: el capatàs, els treballadors, el manobre… Jo volia que tot el disc s’emmarqués a un lloc així. He fet molts discos barcelonins, però aquest és un disc d’interior. De poble. Tu ja saps que als pobles sempre hi han personatges estranys, amb passats misteriosos. Cotxes atrotinats, barbours vells, en deute amb tothom… Jo volia situar el disc en aquest context una mica decadent i vingut a menys, potser per la edat que tinc.

La artesania sempre es menysté. Queda molt millor parlar del geni excèntric, de la musa sobtada. Però la part no romàntica d’això de fer discos o llibres és que implica molta feina.

Sí. És feina. La part lírica del disc la tenia clara, perquè venia del meu vell programa de ràdio. Al disc ho posa: “totes les lletres d’aquest disc es van fer a la barra de Can Tuyus”. Dia a dia escrivia aquells microcontes que lligaven el relat: tots estan aquí. Aquest és l’imaginari: el tio observador a la barra que va veient la desfilada de personatges. Hi ha una primera persona, sí, però també n’hi ha de tercera. De vegades em posava el vestit de confessor de la barra, i de vegades el de qui es confessa. Hi ha lletres de mirar a fora, i altres de mirar a dins. I molta obsessió amb les melodies. Les poques hores lliures que apareixien, jo anava al despatx del Marc, trèiem la guitarra i… De vegades només xerràvem, dels Jazzateers, d’Associacionisme, de Durruti. De vegades apareixia una melodia i la treballàvem. A mi m’agrada tenir primer els títols, i molts títols ja els tenia de temps enrere. Els títols em situen. “El chico que gritaba acid” venia d’una columna que escrivia a El Mundo, per exemple.

Tu i el Botey feu un equip compositiu clàssic, estil Goffin-King.

Saps que passa? Que jo no sé tocar la guitarra bé, i això em salva de copiar literalment, com fan altres artistes. Jo li he d’explicar el que tinc al cap al Botey, i en aquest delay entre el que he pensat i el que ell rep i tradueix en sons hi neixen coses molt interessants. Perquè tenim gustos comuns i alguns diferents. De vegades parlem diferents idiomes, i ens complementem. Per això al disc posa: “totes les cançons composades per Marc Botey i Miqui Puig”. A Capataces es nota que som dos, des del minut zero.

Imatge relacionadaAl Casualidades (Naïve, 1999) hi ha una foto teva on estàs sol. Més que sol, abandonat. I Capataces… em dona l’ impressió de ser un disc que, malgrat la malenconia i la pena, celebra tornar a tenir un club. Una penya.

El vell solitari ha fet colla. Hem fundat un motoclub, hem engegat un club de columbofília o una societat de fans de maxis de house del 88. Reivindiquem els vells grups de rocanrol. ¿Per què no pots fer rocanrol als quaranta, als cinquanta anys? Rocanrol vol dir tancar-te en un local amb els elements bàsics: bateria, baix i guitarra. Per fer les maquetes ens vam tancar una setmana sencera al local amb un amic que anava gravant cada fragment utilitzable. Impar era un disc de gran pressupost, de ressaca de la televisió, i Capataces és un disc d’arromangar-se i fer feina en l’anonimat.

A mi em sembla la celebració d’un home que lluita per veure la joia de la vida, però que sempre arrossegarà un interior masegat. Al Casualidades duies tiretes a la cara com si te la haguessin trencat, aquí carregues amb “maletes plenes de pena”. Però les vols “fotre al mar”.

Aquest disc l’he gravat al núvol de la mort d’un pare, i amb un grup darrera que em va ajudar a espantar la pena. L’altre dia la meva dona em va dir una cosa xula: Casualidades és un disc d’amor, i Capataces és un disc d’amor a la vida. Després de la recent mort del pare, veig les coses com deien els Chucho a “Magic”: “disfrutando del tiempo que me queda por vivir”. Aquest to es nota especialment a “La hora del brindis”: això va pels morts i pel temps que ens queda per viure. Jo no soc gens de melangia barata de “recordes quan ens fotíem de tot, o de quan ballàvem fins a tal hora…” Per allà vam passar, i ja està, igual que passarem per aquí. Però sempre quedarà una certa pena, Saps? És el meu destí. Jo sempre he estat el tristot. El grassonet de la classe.

És un disc adult. Hi ha gèneres que son molt juvenils, i és formidable que siguin així, i d’altres que son per gent crescuda. No tant per complexitat, sinó per fondària emocional. El deep soul va de divorcis, banyes, gent morta. Veig el teu disc en aquesta línia.

És un disc fosc amb ànima. Torturada, si vols, però amb ànima [riu]. Josef K, Aztec Camera. Décima Víctima amb soul. M’ha passat el mateix que a Paul Weller al Sound Affects: descobreix el post-punk però ve de escoltar els Kinks o Motown, música més joiosa, i de la mescla surt el disc. Afegiré una raó addicional molt egoista: escric així perquè en aquest país ningú més escriu en aquest to, avui en dia.

Molts autors veterans de pop escriuen com si tinguessin setze anys, i sona una mica fora de lloc.

Molt. Em trobo gent de la meva quinta que va a la última, que s’han reinventat com hipsters, i és una cosa que jo mai podria fer. En primer lloc, perquè no m’entra res [riu]. Les talles ni existeixen. En segon lloc hi ha referents diferents. Recordes quan tu i jo ens vam retrobar després d’uns anys, i els dos estàvem escoltant el Dr. Syntax de l’Edwyn Collins? Allà, a “Twenty years too late”, el Collins fa reflexions com les meves. Hem sigut això i allò, i quedem els que quedem. Durant una època em fascinava un personatge que trobàvem a les nits barcelonines, i que cada tres mesos feia el canvi: un dia anava a veure a Lambchop i a l’endemà portava gorra redneck; veia als Dictators i a l’endemà duia un afro estil Bronx. És una cosa admirable, en certa forma, aquest mimetisme de supervivència. Però jo no soc així: soc el que soc, no hi puc fer res.

“Soc el que soc” és una frase que podries haver dit fa trenta anys. El que canvia és el to: ha desaparegut la arrogància. Ara és més una observació estoica.

I tant. A la vegada, als moments de merda tothom vol ser una altra persona.

El teu disc té molta introspecció però també mira el mon de forma càustica. Amb mala llet.

Quan dic “gracias jóvenes católicos por vuestros campanarios” vaig per aquí. M’ho poseu a huevo perquè em foti amb vosaltres. I a la vegada us envejo “los trajes que aún os caben”. Sempre existirà aquesta dualitat, aquesta doble mirada.

 Imatge relacionada És un dels temes fonamentals del Escuela de capataces: un tio rarot i afligit que enveja la “normalitat” dels altres.

No sé on comença això, potser en el que dèiem de ser el grassonet de la classe. Ara estic en un punt de molt fotre’m de mi mateix. L’altre dia, a un event, una noia que feia veure que no em coneixia es va referir a mi com “aquell senyor”. I en efecte, soc un senyor. Un senyor gran. Porto rebeques de llana. Vull ser un vell excèntric. I ho estic aconseguint [somriu].

A Anglaterra es celebra molt la figura del vell excèntric. Aquí no tant. Es veu poc decorosa, patètica… De ganàpia.

No ho és. L’altre dia la meva dona em va enviar la foto d’un cavaller gran que portava pantalons vermells, camisa verda i jaqueta de tweed… I li quedava bé o li quedava malament, però una cosa el feia vèncer d’entrada: la actitud. La actitud era “me la bufa tot, jo soc així”. El mateix em passa a mi. Ara és massa tard per canviar.

La gent creu que això de la raresa és una cosa buscada, com un capritx de friquis que volen donar la nota, quan en realitat alguns ja érem rars de fàbrica. No podíem encaixar encara que voléssim. Els discos, llibres i pel·lícules només ens van empitjorar.

[riu] És veritat. Aquest, per cert, és un disc molt 1984. Va ser un any de grans coses. Molts discos que ens encanten son d’aquell any. Però també va ser un any important per mi. Vaig entrar al politècnic de Granollers el 1982, i al 1984 ja anava amb un serrell after-punk, i al cap d’uns mesos em vaig rapar perquè vaig llegir no-sé-què de suedeheads. Allà vaig veure les primeres xeringues, i no sabies que li passava al teu col·lega que moquejava tant… Però res d’això et fa millor. Els nanos que ara tenen trenta llargs van viure la seva joventut amb una bonhomia envejable, i em sembla genial. I els fills adolescents dels meus col·legues viuen una realitat diferent a la nostra. “El chico que gritava acid” és una mica el meu jo dels primers 80, quan em van apadrinar els del motoclub, paios que em treien deu anys. Jo era un fanàtic que es sabia tots els conductors, però que no podia canviar ni una bugia.

Aquell nen rabiós que ve d’un entorn desestructurat i vol entrar a un club que el salvarà. Em sembla una idea bonica. Un càntic per nens danyats.

A la vegada, la cançó no és del tot personal. Jo soc fill de pagès i mestressa de casa. No he vist cap desestructuració. Soc d’un lloc on, com deia el meu pare, “som tots a taula”. És una frase que fa bandera d’un entorn segur malgrat les dificultats. Fer pinya familiar a una llar sòlida. Quan el meu pare tenia dubtes vitals, i mirava aquell que es feia ric i aquell altre que es construïa una casa nova, sempre deia: “a casa hi som tots”. El diumenge seiem junts. Es preocupaven per mi quan em veien aparèixer amb aquells ulls, o plorant sense raó, però a la vegada em cuidaven. Em feia por cantar aquest tema, perquè no volia que la gent cregués que jo pretenia haver viscut maltractaments. Toca’t els collons: un cop feta la melodia i la lletra, vam anar a tocar a Euskadi, i vaig veure a un parc un xavalet assegut a un banc, amb anorac i gorra, i vaig pensar en el “chico”. Ara quan la canto sempre penso en aquell nano trist.

Sempre has estat un bon observador. I has fugit del lloc comú. A “El chico que gritaba acid” hi ha un moment en que vols explicar que ell plora, i ho podries haver fet afectadíssim i èpic, i només dius que “se suena con la manga”. La vida no és una peli del Wes Anderson.

[riu fort] També dic que allò crema per dins. Un sensació física de cremor a la boca de l’estomac, que és el que passa de veritat. També m’agrada la frase “dice que le lleven pronto”, que es una expressió castellana molt bonica. Jo sempre he tingut aquesta doble vessant idiomàtica: soc català de poble però he viscut a Madrid, visc amb una castellana, canto en castellà… I molts cops he sentit aquesta frase, de vegades en boca d’amics gais andalusos: “¡Llévame, llévame!”. Com dient: treu-me d’aquí, d’aquesta merda. M’agrada aquest punt histèric a l’estil Chus Lampreave [somriu].

És un desig fort, el de voler marxar del poble natal. Podries estar parlant de qualsevol nen que escoltava als Clash i somiava en viure a un altre lloc (més excitant).

https://i0.wp.com/img.wennermedia.com/social/rs-168586-Bronski-Beat---Smalltown-Boy.jpgI tant. M’agrada que diguis això, perquè sempre ho tinc molt present. És una coincidència, però fa mesos que punxo “Smalltown boy” de Bronski Beat, i molta gent ve a dir-me que aquella cançó els va marcar, els va donar forces. Em té obsessionat. Va d’un noi gai, però podríem aplicar-ho a qualsevol marginat. “Smalltown boy” té la mateixa sensibilitat i tema que “El chico que gritava acid”. Fins i tot la mateixa estètica, la del Somerville jove, amb anorac, cap rapat, mitjons blancs…

Veig una certa contradicció a la teva situació present. Treballes al subsòl, fent coses petites, però no ets el Vic Godard: el teu lloc natural no és el underground. Et veig més com al Paul Weller post-Style Council: tocant a llocs petits, però sempre amb l’ull posat a la primera línia.

Potser sí. Però a la vegada em fa por, pensar així. Aquest disc es llença amb ganes de fer coses d’envergadura, és cert. Envejo coses com lo dels 091, aquest 2016: girant durant un any sencer, tocant com mai, posant-se-la dura a tots els vells fans. I recuperant una mica el que durant una època se’ls hi va negar. Vull una cosa semblant. També soc conscient, no creguis, que Los Sencillos, com va dir aquella revista que no vull anomenar, “se separaron demasiado tarde”. Però en aquell moment no n’ets conscient, d’una cosa així. Los Sencillos no vam durar 16 anys perquè ens agradés el tren de vida, o jo volgués ser famós. Es tractava de que jo volia fer més cançons, perquè és el que m’agrada fer. Perquè la forma en que visc (encara ara) és fent cançons, i després tocant-les pel mon, i explicant histories. I tens raó: estic en un moment en que vull tocar, i tocar gran, però no a qualsevol preu. No faré el “Bonito es”. No som un grup de revival.

El que volia dir, crec, és que tu mai has desitjat la obscuritat: ha estat el mon, que no escolta (com deien els Smiths). Sempre detecto en tu una (potser perillosa) compulsió per ser gran, i fer-ho a escala XXL.

Molts cops he fet coses massa ambicioses que no han funcionat, com aquella orquestra enorme que vaig muntar amb el Taller de Músics, i que va acabar fent… dos espectacles. Quan una cosa falla, tens dues opcions: fer-te l’artista incomprès, i aprofitar cada pregunta i tuit per recordar-li al mon que si no tens èxit és perquè la gent “no està preparada” [somriu] o seguir treballant. Fa molts anys que escolto musica pop, i fa uns quants anys que produeixo a bandes, i de vegades no és el teu moment, i punt. Quants discos meravellosos hem descobert que al seu moment van passar desapercebuts? De vegades hi ha coses que no quadren, i ni tots els milions en promoció faran que el públic s’hi interessi.

Sempre m’ha fascinat aquesta metamorfosi que patiu alguns músics: passeu en dos segons de ser paios introvertits i acomplexats a ser monstres escènics. Us torneu una altra persona. M’encantaria poder fer això que feu: oblidar durant una hora i mitja qui som en realitat.

Hi ha una part que sembla l’efecte d’una droga. Estàs allà dalt, fent el que fas per inèrcia i per costum, i de cop hi ha un click, i et baixa tot, t’entra el pànic. “Hòstia, això se me’n va de les mans”. Sempre et ratlles en algun moment. Aquesta entrevista ha anat molt bé, però quan demà vegi les fotos del Xavi i em vegi papada o no sé què, em ratllaré. No sé si és una patologia tipificada [riu]. Sempre va bé que algú cregui fermament que ets bo en una cosa, perquè els dubtes els tens tota la vida. Al Sot del Migdia, l’any 1992, 25.000 persones, en el moment més àlgid de “Bonito es”, vaig tenir sort de localitzar a la penya de L’Ametlla entre el públic. Anaven amb el Pep Blanc, que era jugador de bàsquet, i se’ls veia des de lluny. Per sort. Van salvar-me la nit.

Crec que aquesta insatisfacció i dubtes son els que et fan un artista interessant. Si haguessis estat l’esportista triunfador-follador de la classe potser no haguessis tingut l’empenta ni la ràbia per fer el que fas.

Potser. Mira el Morrissey. Un tio tímid que de cop ho rebenta amb els Smiths, i després es queda sol, i es torna un empestat. Un tio que mai està confortable amb ell mateix, ni amb el que fa. Ell és més bocamoll que jo, per això. Jo no vull tenir raó sempre. Per exemple: admiro al Loquillo, i sempre he estat molt fan del que fa, però és un artista que sempre es queixa de que si li fan boicot, de que si hi ha una conspiració contra ell.. Jo no soc així.

Comentaves que Capataces és una defensa de la banda de rocanrol. No n’estàs fins els ous, de rocanrol?

No. Per mi tocar és molt important. Em desesperen algunes coses, clar, alguna crítica que no sé com em prendré… Però tocar mai em cansa. De fet, és el que més m’agrada del mon. Mai soc més feliç que al local d’assaig. Parir un tema, maquinar plans… Al mateix temps, al meu cap hi ha un plànol. El rocanrol té una data de caducitat, i a partir de certa edat ja no es pot fer. Jo m’he marcat una data de jubilació. Clar que després no sé si la respectaré, perquè amb Los Sencillos mai em cansava de repetir que “mai” seria un artista amb carrera en solitari [somriu].

Jo em referia més aviat a l’estil de vida que acompanya el rock. El backstage. La mil·lèsima ressenya de revista gratuïta: “El de l’Ametlla vuelve a sus orígenes con…”. Les fotos. La ràdio. Els llepa-culs. Els haters. Els borratxos. Entenc que el Brian Wilson digués prou, i no toqués en directe en vint anys.

[riu] Es clar. El problema és el de sempre: si vols que funcioni el que ha de funcionar, has de transigir amb coses que per tu son perifèriques. I aquestes coses que fan mandra, a la vegada et permeten fer les coses que sí vols fer. Per exemple: a aquesta gira vull un escenari molt concret, amb una llum que m’il·lumini només la cara, perquè el meu cos ja el coneixeu, macho. No cal que es vegi. Ja sabeu quina és la meva panxona, i el ball de malucs… I al final de tot, llum blanca per si algú ha arribat tard i dubta de si era jo o no.

A “La teoría del hombre invisible” parles d’alguns pecats de joventut, afegint que eren “de los menos graves”. Quins serien, doncs, els greus?

Això del pecat és una merda que arrosseguem per haver crescut a un país ultracatòlic.

Quan dic pecats volia dir ensopegades. Cagades vitals.

Tothom menciona la meva carrera televisiva com a gran ensopegada, però ningú recorda que vaig arribar allà sense feina, parat i sol a L’Ametlla del Vallès, quan la indústria discogràfica s’enfonsava pel canvi de paradigma, i no tenia res. Cap futur. I de cop uns senyors em van dir: “ets bo en això. Et pagarem tant”. Mentiria si digués que vaig anar allà enganyat, però vaja, tampoc em van vendre tota la veritat. Em van oferir un format anglès que mai es va posar en pràctica aquí, perquè això no és Anglaterra. Un cop allà, quan ja havia acabat allò, vaig veure dues alternatives: me’n vaig a Gran Hermano VIP, em caso amb una madrilenya, visc en aquest mon de semi-celebritat… O torno enrere, a fer el que m’agradava de veritat, començant des de zero. Sé que vaig prendre la decisió adequada. Kiko Amat

La galàxia d’Escuela de Capataces (segons Miqui Puig):

1984; The Special AKA; La Caza; Barbour; Land-Rover; El bar de las grandes esperanzas; Madmua records; George Martin; Paco de Lucia & Camarón de la Isla; Marc Casals; Teenage Fanclub; Sobre beber Kingsley Amis; Farfisa; Edwyn Collins; Bodega Rafel; Islandia Nunca Quema; Santuari de Puiggraciós; Peaky Blinders; Snoopy; “Elefants never forget”; George Orwell; Kid Creole & The Coconuts; Barry Sheene; Cock-Madrid ; Pet Shop Boys; Withnail & I; casuals; dub; Can Tuyus; Jazzateers; Brut nature; Décima Víctima; San Genaro; Echo & The Bunnymen; llonguet; Ciudad Jardín; Perros de Paja; XTC; Maida Vale; Discos Juandó; Genestacio de la Vega; Buddy Holly; Modern soul; Aglio e Olio; David Bowie; Porsche Carrera; Paninaro boys; LAV family; Al Jackson; Tocar el dos d’Infinivi; Bo Diddley; La taverna d’en Grivé; Carlos Berlanga; Old Wave New Wave Club; Francisco Garcia Hortelano; foulards; Las afueras; Robert Elms; Golpes Bajos; Bultaco Streaker I; The Jazz Butcher; marihuana; brogues; Otis Clay; The Sartorialist; 12 strings; Santa María del Paramo; Synare drums; Gin Nut.

(Aquesta entrevista es va publicar originalment a la revista Enderrock)

Gótico Llobregat

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Nelson Algren solía decir que él estaba en la clase media, pero no era de clase media. Del mismo modo, yo estoy en Barcelona, pero no soy de aquí. Nunca lo he sido y nunca lo seré, por mucho que aparente saberme el callejero del Eixample (sigo confundiendo Còrsega i Rosselló cada vez).

Yo soy del Baix Llobregat. De Sant Boi. 100% extrarradi power. Nací allí en 1971 y me marché por patas en 1993, para regresar solo de forma fugaz. Por supuesto, fue una maniobra de evasión fútil, el equivalente de cavar un túnel chapuzas que termina en la celda inicial. Como afirmaba Harry Crews, nunca te vas de tu pueblo natal, por mucho que pongas tierra de por medio. A Michael Corleone le espetaban que llevaba Sicilia estampada en la jeta. Yo luzco el contorno del Baix.

Porque nacer en Sant Boi me hizo. Tengo claro que nunca seré de otro lado, por mucho que me siga mudando compulsivamente. Soy como un mafioso octogenario, ya retirado en Florida por el clima, que vuelve a oler, ver, tocar, el Bronx de su niñez cada vez que cierra los ojos.

Hace poco regresé. Para visitar una fábrica de rejas, Mecatramex, que autogestionan unos amigos. Todo allí ha cambiado y nada ha cambiado. Ya no se ven tantos solares,  llantas oxidadas, Xibecas rotas, condones pisoteados, hipodérmicas sucias o páginas del Lib pringosas; ya no existen las subculturas de los ochenta, rockers-skins-mods-punks, cuando éramos cientos por cada uno de los suyos; es difícil topar con yonquis vieja escuela, quinquis de futbolín; los bares y las calles colgaron los harapos y ahora visten de charol; escasea la uralita. Quizás se haya extinguido lo que Daniel Ausente define como “Gótico Llobregat”: el paisaje post-blitz de aquel demencial y genuino Baix pre-olímpico.

Pero no. Si entrecierras los ojos sigue allí: las moreras, los zarzales, las espiguillas; los cañaverales meciéndose, llenos de polvo, al lado de un río inmundo (hoy menos); aquel tipo tan concreto de fealdad y desolación distópica que acabas amando; los colgaos, los tajas y friquis; las naves industriales, los invernaderos, los Ferrocatas, la ermita de Sant Ramon vigilando su parcela ruinosa desde allá arriba. Tan cerca de la Ciudad Condal y tan lejos; como si fuésemos de otro lugar, mucho más remoto y raro.

Y Barcelona está muy bien, claro: desde luego es más bonita y plácida. Tiene metro y los bares no cierran. Y asimismo, lo que todavía inflama mi corazón reumático es aquel país: mi juventud en el Baix Llobregat: 1988, agosto a las cinco de la tarde, el pueblo desierto, como si hubiese estallado una bomba H, y siete rapados bajando por la calle Jaume I, sin camiseta y sin estudios, berreando a los Specials con aquella euforia y mala leche tan típicas del mastuerzo santboiano.

No: nunca me he ido de allí. Sigo anclado en aquel momento. Jamás sabré qué va antes, Rosselló o Còrsega.

(Esta columna, que me encanta, se publicó originalmente el domingo 5 de junio del 2016 en El Periódico. Pueden también leerla online y compartirla aquí)

El vermut de Kiko Amat #11: DANIEL AUSENTE

Daniel Ausente: un sabio ex-nerd y ex-garajero (nunca se es ex-garajero; esto es para siempre), rey de los márgenes y lo subterráneo, especialista en cine de terror, serie B, C y Z, cómics, monarca de la subcultura y santo patrón de la Cultura No-Seria. Y autor del sensacional Mentiré si es necesario (El Butano Popular, 2014), libro predilectísimo del año pasado en esta casa. Un caballero admirable, y encima curtido en lo que él llama «Gótico Llobregat» (y que lo digas, Ausente).

Pues eso, que le entrevistamos para el #11 Vermut con Kiko Amat, en Gent Normal. Charlazo épico con pez frito. Mucha familia, barrio, extrarradio, punk, ochenteo, cine raro, bagaje y estupefacción droguil en el bar La Plata.

Que la disfruten.