Cosas Que Leo #36: LA MENTE REACCIONARIA,Corey Robin

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«El segundo elemento que encontramos en esas voces tempranas de la reacción es una sorprendente admiración hacia la revolución contra la que están escribiendo. Los comentarios más arrobados de Maistre quedan reservados a los jacobinos, cuya voluntad brutal e inclinación a la violencia —su «magia negra»— claramente envidia. Los revolucionarios tienen fe en su causa y en sí mismos, lo que transforma un movimiento mediocre en la fuerza más implacable que Europa ha visto nunca. Gracias a sus esfuerzos, Francia ha sido purificada y restaurada a su justa posición de orgullo en la familia de naciones. «El gobierno revolucionario», concluye Maistre, «endureció el alma de Francia templándola en sangre».

Burke es de nuevo más sutil, pero corta más profundamente. El gran poder, sugiere en De lo sublime y de lo bello, nunca debería aspirar a ser —y nunca puede ser— hermoso. Lo que el poder necesita es lo sublime. Lo sublime es la sensación que experimentamos frente al dolor extremo, el peligro o el terror. Burke lo llama «horror delicioso». El gran poder debería aspirar a lo sublime, en vez de a la belleza, porque lo sublime produce «la emoción más fuerte que la mente es capaz de sentir». Es una emoción imponente pero vigorizante, que tiene el efecto simultáneo y contradictorio de disminuirnos y magnificarnos. Nos sentimos aniquilados por el gran poder; al mismo tiempo, nuestro sentido del ser «se hincha» cuando «conversamos con objetos terribles». El gran poder alcanza lo sublime cuando es, entre otras cosas, desconocido, misterioso y extremo. «En todas las cosas», escribe Burke, lo sublime «aborrece la mediocridad». En Reflexiones, Burke sugiere que el problema en Francia es que el Antiguo Régimen es hermoso, mientras que la revolución es sublime. El interés de los terratenientes, piedra angular del Antiguo Régimen, es «perezoso, inerte y tímido». No puede defenderse «de la invasión de la capacidad», y ahí la capacidad la representan los nuevos hombres de poder que la revolución lleva adelante. En otras páginas de las Reflexiones dice que el interés del dinero, aliado de la revolución, es más fuerte que el interés aristocrático porque está «más dispuesto a la aventura» y «a nuevas empresas de todo tipo». El Antiguo Régimen, en otras palabras, es hermoso, estático y débil; la revolución es fea, dinámica y fuerte. Y en los horrores que perpetra —la turba irrumpiendo en la cámara de la reina, arrastrándola medio desnuda a la calle y llevando tanto a ella como a su familia a París—, la revolución adquiere una especie de sublimidad: «La alarma nos lleva a la reflexión», escribe Burke sobre las acciones de los revolucionarios. «Nuestras mentes […] son purificadas por el terror y la piedad; nuestro orgullo, débil y no pensante, queda humillado bajo las dispensaciones de una sabiduría misteriosa».

Más allá de esas sencillas muestras de envidia o admiración, el conservador realmente aprende de las revoluciones a las que se opone y acaba imitándolas. «Para destruir a ese enemigo», escribió Burke de los jacobinos, «de un modo u otro, la fuerza que se le oponga deberá guardar alguna analogía y similitud con la fuerza y el espíritu que ese sistema ejerce». Este es uno de los aspectos más interesantes y menos comprendidos de la ideología conservadora. Pese a que los conservadores son hostiles hacia los objetivos de la izquierda, en especial el empoderamiento de las castas y clases bajas de la sociedad, a menudo son sus mejores aprendices. A veces, sus estudios son autoconscientes y estratégicos, como cuando miran a la izquierda en busca de formas de comunicación popular o de nuevos medios para sus objetivos repentinamente deslegitimados. Temerosos de que los filósofos tomaran control de la opinión popular en Francia, los teólogos reaccionarios de mediados del siglo XVIII siguieron el ejemplo de sus enemigos: dejaron de escribir abstrusas disquisiciones entre ellos y empezaron a producir propaganda católica, que se distribuiría a través de las mismas redes que llevaban la ilustración al pueblo francés. Gastaron vastas sumas en financiar concursos de ensayos, como aquel en el que Rousseau se hizo célebre, para recompensar a los autores que escribían defensas accesibles y populares de la religión. Los antiguos tratados de fe, declaró Charles-Louis Richard, eran «inútiles para las multitudes, que, sin armas y sin defensas, sucumben rápidamente a la Philosophie». Su obra, en cambio, fue escrita «con el deseo de poner en manos de todos aquellos que saben cómo leer un arma victoriosa contra los ataques de esa turbulenta Philosophie».»

La mente reaccionaria; el conservadurismo desde Edmund Burke hasta Donald Trump

COREY ROBIN

Capitán Swing, 2019

328 págs.

Traducción de Daniel Gascón.