Cosas Que Leo #168: MADRES, AVISAD A VUESTRAS HIJAS, Bonnie Jo Campbell

“Normalmente, al ver a su marido débil habría querido perdonarlo, pues siempre había deseado proteger a las personas y animales débiles; sin embargo, lo que sentía era una rabia más intensa, un delicioso calor de furia que fluía a través de su cuerpo y la revitalizaba. Por lo general, se habría sentido avergonzada de haberle causado dolor a su marido; sin embargo, lo único que sentía hacía él era rabia, y también un poco hacía sí misma por no haberle hecho frente.”

Madres, avisad a vuestras hijas

BONNIE JO CAMPBELL

Dirty Works, 2021 (publicado oiriginalmente como Mothers, tell your daughters en 2015)

286 págs.

Traducción de Tomás Cobos

Cosas Que Leo #141: LETRA TORCIDA, LETRA TORCIDA, Tom Franklin

“Al principio no me gustaba -dijo Silas- lo de estar aquí. Pero con el tiempo, cuando Larry me dio el rifle y empecé a jugar al béisbol, comencé a sentir que pertenecía a este lugar. En parte, por eso volví, después de tanto tiempo. Siempre llevé este lugar dentro.”

Letra torcida, letra torcida

TOM FRANKLIN

Dirty Works 2021 (publicado originalmente como Crooked letter, crooked letter en 2010)

342 págs.

Traducción de Javier Lucini

Cosas Que Leo #130: LEJOS DEL BOSQUE, Chris Offutt

“Se apeó de la camioneta y esperó. Todo seguía igual: la casa, los árboles, la gente. Reconoció las hojas y la silueta de las ramas recortadas contra el cielo. Sabía de qué modo caería la luz y hacia dónde se proyectarían las sombras. El olor del bosque le resultaba familiar. Y sería así siempre. De golpe y porrazo, como si le hubiesen arrojado un cubo de agua, entendió por qué Ory se había largado.”

Lejos del bosque

CHRIS OFFUTT

Sajalín 2021 (publicado originalmente como Out of the woods en 1999)

128 págs.

Traducción de Javier Lucini

Cosas Que Leo #34: CHERRY, Nico Walker

cherry walker

«Me pasó una cosa curiosa: después de casarnos, Emily fue y se hizo la depilación definitiva, y luego se pilló una serie de amantes, y entonces hubo un día que descubrí que yo era algo así como el centésimo primero en ver el resultado. Y eso me destrozó. Pero, para ser justos, yo me había ido a Irak. Y, para ser justos, nuestro matrimonio era una mentira. A lo mejor pensó que me matarían y que no llegaría a enterarse.

Durante los últimos tres meses en el Ejército, allí en Texas, estuve bebiendo dos botellas de ginebra por noche. Cagaba sangre. Me tiraba pedos de sangre. Me hacía pajas en los lavabos, y todo eso no me hacía sentir demasiado bien.

Volví a casa por Navidad y conocí a una chica; me dijo que tenía la regla, así que me hizo una cubana, y yo mientras me quería morir. Me dijo: «¿Te importa no darme en la cara con la polla?».

Me volví a Texas y la cosa mejoró un poco. La gente sabía lo que era eso. Y había un montón de gente allí a la que se le iba la pinza, así que Texas estaba bien: no tenías la sensación de estar tan jodido mientras estuvieras allí.

Pero entonces me largué del Ejército; mi tiempo había terminado. Y uno podría pensar que estaba todo bien, pero no estaba todo bien. Me sentía como si estuviese abandonando a los míos. En realidad, les importaba una mierda que me largara o no, pero en el momento eso es lo que sentí, que estaba abandonando a los míos. Pensé: A lo mejor tendría que quedarme.

Pero no me quedé. Me marché. Los cabrones me hicieron entrar en la Guardia Nacional antes de soltarme, pero me soltaron y yo me piré. Me volví a Ohio. Hice una parada en Elba de camino. Emily quería el divorcio. Así que nos divorciamos y luego me volví a casa. Tenía algo de dinero y empecé a ponerme hasta el culo de drogas. Pensaba que si tenía algo de dinero, bastante como para ponerme hasta el culo de drogas, entonces podía hacerlo y algo bueno acabaría por ocurrir. Lo que ocurrió fue que una vez, en marzo, me metí coca y llamé a Emily en plena noche, y le dije:

–Te perdono. Te necesito tanto… ¿Te estás follando a alguien ahora mismo? Me da igual lo que hicieras. No lo mencionaré. Pero no creo que pueda hacer esto sin ti.

–¿Qué quieres decir?

–¿Te lo tengo que deletrear, joder?

Yo tenía alquilado un apartamento en Coventry Road, en Cleveland Heights, y Emily se mudó la primera semana de abril e intentó vivir conmigo. Acababa de licenciarse con honores y era preciosa y brillante así que, en fin, yo puse todo de mi puta parte. Compré unos estúpidos muebles. Pensé, esto es lo que hace la gente cuando sienta la cabeza. Llevé a Emily al teatro, y le compré un vestido para llevar. Fue y lo cambió por otro, y se lo puso, y yo me puse el único traje que tenía y nos tomamos unos trankis de 1 mg y nos fuimos al teatro. Era un show de una sola actriz sobre Ella Fitzgerald. Había comprado las entradas con mucha antelación. A Emily le gustaba muchísimo Ella Fitzgerald. Total, que llegamos allí y éramos los únicos que íbamos arreglados. Había un montón de gente de zonas residenciales, de mediana edad y también mayores, y llevaban todos ropa de L.L. Bean y esas mierdas. Gente de mediana edad con dinero, y no eran capaces de ponerse una puta americana o algo. Daban ganas de vomitarles encima. Esta era la vida por la que habíamos luchado. El espectáculo estuvo bien. Luego Emily y yo nos volvimos a casa, y tomamos algún otro tranki y nos desmayamos y nos fuimos a dormir, y James Lightfoot probó a llamarme, pero yo no oí el teléfono, y esa fue la noche en la que lo arrestaron por intentar colarse en mi edificio de apartamentos, solo que no era mi edificio de apartamentos; se había intentado colar en el edificio equivocado. Los polis le encontraron un cuchillo. Y había drogas de por medio.»

Cherry

NICO WALKER

Literatura Random House, 2020 (editado originalmente por Random House USA, 2018)

352 págs.

Traducción de Inga Pellissa Díaz

Cosas Que Leo #32: BASTARD OUT OF CAROLINA, Dorothy Allison

bastard Allison

«In August the Revival tent went about half a mile from Aunt Ruth’s house on the other side of white horse road. Some evenings while Travis and Ruth sat and talked quietly, I would walk up there on my own to sit outside and listen. The preacher was a shouter. He’d rave and threaten, and it didn’t seem he was ever going to get to the invocation. I sat in the dark, trying not to think about anything, specially not about Daddy Glen or Mama or how much of an exile I was beginning to feel. I kept thinking I saw my Uncle Earle in the men who stood near the highway sharing a bottle in a paper sack, black-headed men with blasted, rough-hewn faces. Was it hatred or sorrow that made them look like that, their necks so stiff and their eyes so cold?

Did I look like that?

Would I look like that when I grew up?

I remembered Aunt Alma putting her big hands over my ears and turning my face to catch the light, saying, “Just as well you smart; you an’t never gonna be a beauty”.

At least I wasn’t as ugly as Cousin Mary-May, I had told Reese, and been immediately ashamed. Mary-May was the most famous ugly woman in Greenville County, with a wide, flat face, a bent nose, tiny eyes, almost no hair, and just three teeth left in her mouth. Still, he was good-natured and always volunteered to be the witch in the Salvation Army’s Halloween Horror House. Her face hadn’t made her soul ugly. If I kept worrying about not being a beauty, I’d probably ruin myself. Mama was always saying people could see your soul in your face, could see your hatefulness and lack of charity. With all the hatefulness I was trying to hide, it was a wonder I wasn’t uglier than a toad in mud season.

The singing started. I leaned forward on the balls of my feet and hugged my knees, humming. Revivals are funny. People get pretty enthusiastic, but they sometimes forget just which hymn it is they’re singing. I grinned at the sound of mumbled unintelligible song, watching the mean near the road punch each other lightly and curse in a friendly fashion.

You bastard.

You son of a bitch.

The preacher said something I didn’t understand. There was a moment of silence, and then a pure tenor voice rose up into the night sky. The spit soured in my mouth. They had a real singer in there, a real gospel choir.

Swing low, sweet chariot… coming for to carry me home… swing low, sweet chariot… coming for to carry me home.

The night seemed to wrap all around me like a blanket. MY insides felt as if they had melted, and I could taste the wind in my mouth. The sweet gospel music poured through me in a piercing young boy’s voice, and made all my nastiness, all my jealousy and hatred, swell in my heart. I remembered Aunt Ruth’s fingers fluttering birdlike in front of her face, Uncle Earle’s flushed cheeks and lank black hair as they’d cried together on the porch, Mama’s pinched, worried face and Daddy Glen’s cold, angry eyes. The world was too big for me, the music too strong. I knew, I knew I was the most disgusting person on earth. I didn’t deserve to live another day. I started hiccuping and crying.

“I’m sorry. Jesus, I’m sorry.”

How could I live with myself? How could God stand me? Was this why Jesus wouldn’t speak to my heart? The music washed over me… Softly and tenderly, Jesus is calling. The music was a river trying to wash me clean. I sobbed and dug my heels into the dirt, drunk on grief and that pure, pure voice soaring above the choir. Aunt Alma’s swore all gospel singers were drunks, but right then it didn’t matter to me. If it was whiskey backstage or tongue-kissing in the dressing-room, whatever it took to make that juice was necessary, was fine. I wiped my eyes and swore out loud. Get that boy another bottle, I wanted to yell. Find that girl a hardheaded husband. But goddam, keep them singing that music. Lord, make me drunk on that music.

I rocked back and forth, grinding my heels into the red dirt, my fists into my stomach, crooning into the dark night and the reflected glow from the tent. I cried until I was dry, and then I laughed. I put my head back and laughed until my voice was hoarse and the damp fog came to cover the lights from the revival. If Aunt Ruth had come out to me then, I would have apologized for everything, for living and not loving her enough to save her from the cancer that was eating her alive. I didn’t know. For something, surely, I would have had something to apologize for, for being young and healthy and sitting there full of music. That was what gospel was meant to do -make you hate and love yourself at the same time, make you ashamed and glorified. It worked on me. It absolutely worked on me.”

Bastard out of Carolina

DOROTHY ALLISON

Penguin, 1992 (publicado en España con el título de Bastarda, Alfaguara, 2000)

320 págs.

**** Este es uno de los mejores libros que he leído en toda mi vida. Pasa de inmediato al Top 20 absoluto. No se lo puedo recomendar lo suficiente. Dedicaré el resto de mi existencia a que se reedite en nuestro país.

CHRIS OFFUTT: «Uno puede haber sido victimizado y rechazar ser una víctima»

chrisoffut

El novelista de los Apalaches, ex guionista de Treme o True Blood, debutó en España con la colección de relatos Kentucky seco (Sajalín editores) y la memoria familiar Mi padre el pornógrafo (Malas tierras). Ahora se le añade Noche cerrada (Sajalín editores).

Chris Offutt (1958) suele aparecer en las fotos con camisas de leñador sin mangas y rostro de mapache huraño recién levantado de la siesta. En otra imagen sostiene un fusil en la clavícula mientras su trasero descansa sobre una montaña de manuscritos pornográficos (más sobre eso más abajo). Offutt nació en un pueblo minero de doscientos habitantes que por aquel entonces era un esputo invisible en los mapas y hoy ni siquiera existe. Se licenció en la Universidad de Morehead, pero enmendó el desliz recorriéndose los Estados Unidos a dedo y dejándose los callos en empleos horribles (y por ello le perdonamos la fase universitaria)

Offut es, como habrán adivinado, un autor del género conocido como Hillbilly noir o grit lit. La primera frase de su brutal, imprescindible, colección de relatos Kentucky Seco es «Nadie de esta ladera acabó el instituto». Sus escritos hablan de fango, desempleo, padres que se ahorcan, predicadores furiosos, tabaco de mascar y gente destruida por el trabajo duro y el alcohol ponzoñoso (generalmente casero). Gente blanca que, pese a su «privilegiado» color de piel, ocupa un lugar bien bajo en la cadena alimenticia norteamericana. El bagaje redneck de Offutt acarrea un estigma adicional, pues su padre era Andrew J. Offutt, el prolífico autor de pornografía pulp, además de borracho y mal progenitor a jornada completa, que protagoniza la memoria Mi padre el pornógrafo.

Lo que suelta Tolstoi en Anna Karenina de que todas las familias felices son iguales pero cada familia infeliz lo es a su manera, siempre me ha parecido una chorrada. La infelicidad que relatas en tus libros es la misma que tantas otras.

Esa es la típica cita que no admite un segundo análisis. Si te paras a pensarla y la examinas, te das cuenta de que suena mucho mejor de lo que significa. A los universitarios y críticos les encanta repetirla como una ley, suena ingeniosa y profunda, pero en el fondo es una parida. Algo que podría haber dicho un político en plena campaña. Si hay algo indiscutible es que la tristeza no es excepcional.

El padre es el causante de la tristeza de muchas familias. Eso es un hecho bastante universal, diga lo que diga el viejo Tolstoi.

Mi padre no era un hombre feliz. No se gustaba a sí mismo, alejó de él a todo el mundo, su madre, su hermana, sus hijos. Era feliz con mi madre, mientras mi madre hiciese todo lo que él decía. Ella tampoco era feliz, pero jamás lo dijo. Era una mujer chapada a la Antigua. Se quedó con mi padre, pese a que él era un borracho malicioso [ríe]. Todos los hijos nos fuimos lo antes posible de aquel hogar. La infelicidad en mi familia empieza con él, pero se extendió por todos mis hermanos. Una de mis hermanas no se casó nunca, y las dos se negaron a tener hijos. Eso es algo muy inusual en el sitio de donde vengo, y tiene que ver con mi padre.

MI PADRE, EL PORNÓGRAFO | CHRIS OFFUTT | Comprar libro 9788412003017

Una de las fuentes del carácter inmundo de tu padre era su obsesión por escribir, lo cual (a mis oídos) no suena tan negativo.

Todos los artistas de verdad tenemos esa prioridad, es cierto. Para un escritor, la escritura es lo principal. Lo mismo sucede con pintores, músicos y lo que sea. Pero existen formas de equilibrarlo. Tu forma de arte ocupa el primer lugar, de acuerdo, pero reservas un espacio para el amor o la familia. Mi padre no lo veía de ese modo. Para muchos hombres, de todos los ámbitos, el trabajo va primero. Para los políticos y empresarios, los negocios son la prioridad. Un tendero o un granjero trabajará sesenta o setenta horas a la semana para llevar adelante su negocio. No creo que esa óptica sea mala por sí misma; yo soy así. Pero a la vez he conseguido tener relaciones excelentes con mis hijos. No los he descuidado. El problema de mi padre es que se sentía atrapado en su familia y era infeliz. También estaba obsesionado con el sexo y le gustaba beber y se desagradaba a sí mismo de un modo muy profundo. Escribir pornografía le llenaba de vergüenza y culpa. Para lidiar con esas cosas echaba mano del whisky y del personaje que se había creado para sí mismo: John Cleeve. Un machote despiadado y fascinante.

Se suele pintar al abusón como un tipo lleno de ego, pero los mayores abusones suelen ser gente de lo más insegura. Tu padre tenía una visión de sí mismo que era a la vez enorme y frágil, como si estuviese hecha de «bambú y papel».

Mi padre siempre decía que prefería ser un pez grande en un estanque pequeño. Era como un niño. Se veía a sí mismo de un modo grandioso, pero si algo entraba en contradicción con esa grandiosidad o la ponía en duda, se tiraba a la yugular. Tenía una personalidad narcisista.

Los padres de los años sesenta y setenta eran fundamentalmente inmaduros.

En mi país, los sesenta y setenta fueron décadas de cambios enormes, sociales y de todo tipo. Todo aquello en lo que creían mis padres, todo lo que se les dijo que tenían que hacer (casarse, tener hijos a los veinte, comprarse una casa con jardín, conseguir un buen trabajo, ir a misa…) se puso en duda por ese cambio social. Lo que sucedió es que, al contrario que tantos otros padres, que se sintieron abrumados o se volvieron más conservadores, a los míos les encantó el nuevo paradigma. Desearon abrazar esa libertad que traían los sesenta y setenta. Lo que sucedía, claro, es que estaban atrapados por todos los niños que habían traído al mundo. Mis padres decidieron que seguirían adelante con su sueño de libertad pese a las deudas y obligaciones que habían contraído, lo que denota un egoísmo básico en su carácter. En los años setenta americanos, los adultos se concentraron en sí mismos, en sus deseos, y a la mierda todo. Los niños no eran parte de la ecuación.

El prototipo que encarna tu madre, la esposa de escritor devota y silente, que lo hace todo para que el “genio” de la casa no pierda su musa, es una especie casi extinta.

Espero que así sea. No era un contrato muy gratificante para las mujeres. Mi padre lo exigía así, y eso es lo que aceptó mi madre, en pocas palabras. La experiencia de mi madre con otros hombres era muy limitada, había vivido con su propio padre hasta el día que se casó. Fue de un hombre a otro hombre, sin paradas intermedias. Desde el punto de vista de mi madre, su marido la había «salvado» de quedarse para vestir santos. Mis padres eran buenos católicos, y como tales tenían muy poca experiencia sexual, así que a los veintitrés o veinticuatro se conformaron el uno con el otro. Mi madre tiene ochenta y cuatro años, así que en breve va a extinguirse de un modo literal [ríe]. El viejo cliché del “genio” que trabaja y la mujercita que le cuida es destructivo para todos los implicados, y también para el arte. Desde luego lo fue para mi padre.

Examination and Compassion

Andrew J. Offutt. Las personas de la foto pueden parecer más simpáticas de lo que son en realidad

La adoración ciega de tu madre acabó de convertir a Andrew J. Offutt en un déspota enajenado.

Lo jodido del caso es que mi padre estaba convencido de que era un genio, a pesar de todo, y mi madre acabó creyéndole. Su matrimonio estaba basado en esa adoración ciega. Ambos llegaron a extremos inconcebibles para mantener viva esa ficción. Mi madre aún se niega a admitir ciertas cosas del pasado familiar. Un ejemplo: hace tiempo que quiere visitar la vieja casa familiar, donde vivimos durante quince años, y que está lejos de donde reside ahora, en Mississippi. Pues ninguno de sus cuatro hijos, yo incluido, quiere llevarla allí. Y la razón es sencilla: fuimos infelices en aquel lugar. Quince años en aquella casa de Kentucky nos jodieron bien la vida, y ninguno de nosotros quiere volver a verla ni en pintura. Mi madre no entiende ese rechazo. Rehúsa tajantemente reconocer nuestra infelicidad, y las razones que tenemos para ser infelices.

¿Tu madre ha leído el libro?

Sí. Lo único que dijo al terminarlo fue (esto es muy revelador): “el libro me hizo echar de menos a tu padre”. Increíble. Leyó mi libro con las gafas de adoración ciega puestas. Pensó que era un buen libro, porque evocaba a mi padre de un modo lo suficientemente vívido como para que ella lo echase de menos. Lo cierto es que, cuando aquel hombre murió, mi madre no lo echó de menos en absoluto. Mi libro provocó la única mención a mi padre que le he escuchado en años. La última vez en que me había dicho algo sobre él era que no le echaba de menos, y se preguntaba si debería sentirse mal por ese hecho. Mi respuesta fue: “¡No! [ríe] Nadie le echa de menos. Lo tuyo es natural”. Nunca la había visto tan feliz como en los tres o cuatro años que siguieron al fallecimiento de mi padre. Del 78 al 81 iba cantando por la calle. Ahora ya no, claro; ahora ya está senil.

El único lado entrañable que se desprende de tus padres es el inconformismo friqui del que hacen gala. En todo lo demás son bastante repelentes, pero su talante marginal, nerdy, ciencia-ficcionero, les hace casi simpáticos.

Eran inadaptados sociales, eso está claro. Vivían en las montañas de los Apalaches y no tenían a ningún amigo allí. Su vida social se militaba a las convenciones de ciencia ficción. Iban a unas seis por año. Mi padre era agasajado allí, todo el mundo le prestaba atención. De repente, en aquel ambiente, ambos dejaban de ser inadaptados y se convertían en gente guay. Los demás nerds y inadaptados sociales le respetaban y escuchaban, mis padres se transformaban de repente en gente cool ante mis ojos. En aquellas convenciones vi un lado de mi padre que no conocía: era carismático y divertido, relajado, la gente quería tenerle cerca, le escuchaba. Claro que aquel no era mi padre de verdad, estaba metido en uno de sus seudónimos, John Cleve. Pornógrafo y creador de El Sexorcista o Bondage alienígena. Ocupaba ese rol durante cuatro días, luego volvía a casa a seguir siendo el hombre amargado que era en realidad. Para mí era muy raro enfrentarme a esa dualidad, a que mi padre fuese dos personas a la vez.

Si tu padre fuera el rey del porno escrito | Cultura | EL PAÍS

Dices que cuando volvía de esas convenciones sci-fi era peor aún, porque esperaba que sus hijos le agasajaran igual que sus fans.

Eso era lo que él deseaba y esperaba. Pero para un niño cualquiera es imposible adorar a un padre con entrega incondicional de grupi. Y con el mío en concreto era doblemente imposible, porque no era amable ni bueno con nosotros. Era crítico, mezquino, controlador, emocionalmente abusivo, y a la vez esperaba adoración completa. Sus expectativas sobre quién era y la vida que llevaba, y lo que la gente le debía, eran completas fantasías. Mi padre, después de cómo se había comportado a lo largo de nuestra infancia, esperaba que le fuésemos a visitar.

Afirmas que tu fidelidad no es a tu sangre o a tu familia sino a un lugar: los Apalaches. ¿Cuándo empezaste a sentirte así?

Los cuatro hermanos hacíamos todo lo que nos mandaba mi padre. Éramos niños. El resto del tiempo yo jugaba en los bosques, cada día, solo o acompañado. No me daba cuenta de que esa actividad obedecía al deseo de estar lo más alejado posible de mi casa y de mi padre. Me di cuenta de ello cuando tenía catorce o quince años. Allí vi que algo no estaba bien, y que tenía que escapar de aquel hogar lo antes posible. Me fui de Kentucky a los diecisiete. Pero en realidad estaba huyendo de mis padres (a ellos, por cierto, les fue bien que nos fuéramos, porque en el fondo éramos un estorbo).

Tus libros demuestran que te llevaste tu pasado contigo.

Sí. Nunca pude marcharme del todo. A los veinte recorrí los Estados Unidos a dedo. Fregaba platos allá donde fuese a parar. Me conseguía algún sitio asqueroso para dormir. Era una aventura: nuevo sitio, nueva gente, nueva experiencia. Y de allí me iba a otro lugar. Tuve suerte de que no me sucediera nada terrible. Me llevó mucho tiempo, unos diez años, darme cuenta de que estaba huyendo de un lugar, y de que no iba a solucionarlo de aquel modo. Porque de lo que huía no podía librarme yendo de sitio en sitio. Seguía teniendo a mi familia, y a Kentucky, en mi cabeza.

Lo terrible sucedió cerca de tu casa. En la memoria relatas un abuso sexual, pero lo haces de un modo práctico, exento de dramatismo, afirmando que rechazas ser etiquetado como víctima. Pero fuiste una víctima.

Sí, lo fui. Pero una cosa es ser una víctima y la otra es sentirte como tal. O etiquetarte así, y que aquello te defina. Yo no pienso en mí mismo de ese modo, hacerlo me parece una forma segura de deprimirte y entristecerte. A menudo, en muchos casos, los que se definen como víctimas buscan simpatía. Mi padre, por ejemplo, se veía a sí mismo como víctima de una injusticia, y por ello exigía aquel nivela de adoración y compasión. Uno puede haber sido victimizado y tener la fuerza de carácter para rechazar ser una víctima. Mi padre era así: alguien que vivía y actuaba como una víctima.

Dices que la bebida cambió la forma terrible en la que te sentías sobre ti mismo. Pero el alcohol es una muleta temporal para los traumas. Bebías para sobrellevar las conversaciones telefónicas con tu padre, pero aquello lo empeoraba.

Esa es la naturaleza del alcohol. Si bebes algo a media tarde, o cuando terminas el trabajo, te hace sentir mucho mejor. Te sientes animado, te entra euforia, quieres reír y charlar. Lo que pasa es que entonces te apetece prolongar esa euforia, y te bebes otra copa, y otra, y a la mañana siguiente te sientes como una mierda. Voy con mucho cuidado con eso. No bebo más que vino.

Noche cerrada: 43 (al margen): Amazon.es: Offutt, Chris, Lucini ...

Alguna gente tiene el talento innato para la borrachera feliz, y otra no. Tal vez se trate de un cromosoma.

Las veces en que he perdido los nervios había bebido en un 100% de las ocasiones. En mi familia el alcoholismo se lleva en la sangre. Mi padre murió de cirrosis, destruyó su hígado bebiendo. No quiero acabar así. Y además es muy malo para la escritura. Los escritores de mi generación y la anterior romantizaron la ingesta de alcohol, como si fuese parte del trabajo. La imagen del escritor borracho es un estereotipo popular. Y los escritores que empiezan creen que esa es una de las exigencias del oficio. Yo lo creí. Empecé a escribir de verdad hacia los treinta (porque a los veinte no tenía dinero para dedicarme a ello), y al poco tiempo me di cuenta que lo de beber y escribir era una trampa terrible. Solo daña tu escritura.

Lo más ridículo de todo ello es que mamarse aún se considere una muestra de inconformismo. El cliché del escritor borracho y “rebelde” en una fiesta literaria insultando a todo el mundo me da ganas de arrancarme los ojos.

Los escritores son gente que desea escapar. Una de las primeras vías de escape son los libros, un mundo nuevo al que entras, libro tras libro. Para alguna gente, el siguiente paso es crear un libro por sí mismos, darle forma con sus propias manos a esa vía de escape. El acto de la escritura es algo maravilloso y asombroso y estimulante, a la vez que duro. Es una experiencia única de realidad aumentada que, una vez detienes, al final del día, hace que todo lo demás te parezca anodino. Nada se le puede comparar. Nada es igual de interesante. Y entonces tienes que cortar el césped o poner gasolina, fregar los platos… Y todo eso te da ganas de echarte algo al gaznate. Porque el alcohol hace que el mundo aburrido sea menos aburrido. Dicho esto, intento evitar el alcohol duro. Es un callejón sin salida.

Kentucky seco (al margen): Amazon.es: Offutt, Chris, Lucini ...

Antes has dicho que tu padre se avergonzaba de su faceta porno y de sus propios fetiches, pero tanto sus fantasías como sus bolsilibros se antojan bastante soft. Le iba el bondage de toda la vida, vamos.

Le gustaba la fantasía del bondage, sí. Pero para él el sexo iba asociado a la vergüenza y la culpa. Lo que más le perturbaba era aquel cómic inédito del que hablo en las memorias. Trabajó en él desde su adolescencia hasta su muerte en 1978, y lo mantuvo en secreto durante toda su vida. Cien páginas. Ni siquiera mi madre sabía que existía. Topé con escritos en los que confesaba la culpa terrible que acarreaba por culpa de aquel cómic sexual. Es triste, porque después de todo solo estás dibujando algo en una habitación. No daña a nadie.

No comprendo cómo alguien que escribió El Sexorcista puede avergonzarse de un tebeo guarro. ¿Es porque el contenido era más explícito?

No lo tengo claro. Sé que empezó el cómic cuando era muy joven, y que era su vicio. Sé que lo consideraba de mala calidad y una pérdida de tiempo. No le reportaba ningún dinero. Con sus novelitas porno al menos tenía la excusa de que pagaban sus facturas. Él se veía a sí mismo como un hombre de negocios, y lo de ganar dinero era muy importante para él. Tal vez se trataba de eso. Que con el comic no podía poner la excusa de que lo hacía por dinero. Quién sabe.

No es la pregunta más fácil que se le puede hacer a un hijo, pero ¿sabes si tu padre puso en práctica alguna de sus fantasías sexuales?

Creo que probablemente las puso en práctica más de una vez, cuando tuvo la oportunidad. Imagino que en el marco de las convenciones de ciencia ficción. Esas oportunidades le vinieron dadas por los libros porno que escribía, pero no creo que le importase tanto la acción.  Creo que le gustaba más el reino de lo imaginario, y eso se debía al control que podía ejercer sobre él. Si tienes una fantasía sexual, controlas cada elemento, todo lo que sucede, la perspectiva, las reacciones… Y encima es privado. Mientras que en la vida real no puedes controlarlo todo, y la acción suele involucrar a otra gente [ríe]. Y escapa a tu control.

Andrew J. Offutt suculenta line-up de primera edición inscrito ...

Tu padre escribió más de 400 obras de pornografía, y unas cuantas decenas de libros de ficción «especulativa», pero tus memorias no aclaran si era buen escritor o no.

Escribió algunos libros buenos entre 1968 y 1972. Les dedicó tiempo, los revisó a conciencia y trató de mejorarlos. Eran ejemplos más que dignos de ciencia ficción seria, y fueron consideradas prometedoras por grandes maestros del género. Pero no recibió la atención que esperaba, así que empezó a escribir más y más rápido. A veces escribía un libro en dos semanas. Por supuesto, es imposible escribir un buen libro en un periodo tan corto, y encima repetir el proceso una y otra vez. Aquel ritmo de escritura afectó a la calidad de su prosa. Lo «bueno» de escribir porno es que no tienes que preocuparte demasiado de la caracterización de los personajes o la descripción de  escenarios, ni siquiera del diálogo o la trama, porque los lectores, el mercado, no tienen el menor interés en cosas como esas.

Solo quieren meneársela.

Efectivamente [ríe]. En pocas palabras. Por tanto, tu faena como autor es llegar a las partes «interesantes» lo antes posible. Resumiendo: mi padre empezó como autor serio, y creo que tenía un gran talento potencial, y llegó a escribir varios buenos libros. Pero una vez entró a formar parte del mundo del bolsilibro porno, de 1972 en adelante, no hizo nada más de valor. De todas sus novelitas pornográficas, en solo una de ellas los personajes tenían que responder a las consecuencias de sus acciones. Tenía lugar un homicidio (sexual), y la policía tomaba cartas en el asunto. Pero el resto eran pura fantasía sádica, sin ninguna conexión con la realidad ni intención artística.

Tenía muchos libros con signos de admiración en el título. Es como si hubiese inventado un género. Un estilo personal.

Sí, le encantaba. La puntuación para él era un juego. Se lo pasaba bien con ese aspecto de la escritura. Lo cierto es que no suelen verse títulos exclamativos, es algo que se ha perdido completamente. Tendría que haberle copiado, y ponerle signos de admiración al mío: ¡Mi padre el pornógrafo!

Durante una época te dedicaste a escribir guiones para la televisión. ¿No temiste verte atrapado en un escenario John Fante? Es decir: deprimido, alcoholizado y alejado de la propia escritura.

Durante siete años viví y trabajé en Hollywood, escribiendo guiones para Weeds, True Blood y Treme. Fue un trabajo pragmático. Tengo dos hijos que querían ir a la universidad y no tenía el dinero necesario. Trabajé en Los Ángeles el tiempo suficiente para financiar la educación de mis hijos, luego renuncié. Eso llevó a escribir tres pilotos más, comisionados para la red y la televisión por cable. Disfruté escribiendo pilotos principalmente porque podía escribirlos en cualquier lugar. Pero no encajaba muy bien con el mundo de Los Ángeles. Era demasiado grande para mí, demasiados autos y demasiada gente. Prefiero la soledad de la vida en el campo. Solo escribí guiones por el cheque. Nunca anhelé ser un guionista y, de hecho, solo conservo malos recuerdos de mi estancia en Los Ángeles. Era infeliz y bebía demasiado y no trabajé en mi arte. Cumplí los tres requisitos de John Fante [ríe]. Por eso no quiero tener nada que ver con ese mundo. Es peligroso. Y no fue solo John Fante, muchos grandes novelistas fueron destruidos por Hollywood. Es un ambiente embriagador y adictivo y molón, y encima te entregan una cantidad obscena de dinero. Algunos autores quieren más y más dulce dinero de Hollywood, pero yo solo quería el dinero suficiente para ocuparme de mi familia. No necesito lujos. Conduzco una furgoneta hecha polvo y las únicas cosas que compro son herramientas [ríe]. Quizás por eso Hollywood no me atrapó. Es muy fácil verte atrapado en ese mundo, si te fascina ese rollo de tener un Jaguar o una choza en las colinas de Hollywood. Pero yo solo necesito remplazar mi vieja sierra mecánica, y comprarme otro par de botas [ríe]. Esas son mis necesidades básicas.

Aunque lo hicieses por el dinero, ¿estás orgulloso de aquellos guiones?

Sí y no. No pienso en términos de orgullo o vergüenza. Son decisiones que tomé por razones puramente prácticas, porque necesitaba el dinero. Si me siento orgulloso de algo relacionado con ello es que sobreviví en Hollywood. Es un mundo duro, y los guiones son una forma dura de escribir. Y yo me enseñé a hacerlo, y a hacerlo bien. Al margen de eso, no me siento demasiado orgulloso de los guiones como tales. Pero es una experiencia de la que mucha gente carece, y tiene cosas buenas. Piensa que fui a Hollywood con cincuenta años.

Mi padre, el pornógafo»: L'herència porno del pare - Diari de Girona

Me suena al Kurtz de Apocalypse Now.

Sí. Mucha gente no se atrevería a empezar una carrera en una ciudad extraña y hostil a los cincuenta. Esa es la época, de hecho, en que mucha gente empieza a pensar en retirarse. Yo hice aquello, y luego dejé de hacerlo, y he dicho que no cada vez que me han pedido que continúe haciéndolo. Prefiero escribir libros. Resumiendo: si escribes guiones, el dinero que te dan no compensa el esfuerzo.

¿Con qué escritores sientes afinidad? Te veo en la familia cercana de Larry Brown, ahora que hablabas de comprar botas.

Me gusta mucho Larry Brown, sí, también Jim Harrison, un gran escritor. Leo todo el día. Por mi educación inusual todavía estoy tratando de ponerme al día, cada dos semanas tengo un nuevo escritor favorito, gente que a lo mejor conoce todo el mundo y yo acabo de descubrir. No tengo un escritor favorito como tal. Si encuentro uno, entonces me encanta y le sigo, pero si de repente un libro no me gusta, lo dejo y ya no vuelvo a leerle.

¿Crees que habrías sido escritor si llegas a nacer en una familia centrada, con padres cariñosos y alentadores y comprensivos?

No lo sé. Mucha gente sale de familias infelices, y no han terminado escribiendo libros. Las estadísticas dirían que de familias infelices salen más no escritores que escritores. Una abrumadora mayoría, de hecho. En mi caso, mi necesidad de escapar se transformó en la lectura y luego la escritura de libros. Para mucha gente fueron las drogas. Creo que es habitual en muchos escritores, pero no es una receta ni un garantía de nada. Cuando trabajé en Los Ángeles conocí a muchos actores, gente muy inusual, con un trabajo muy difícil, y me di cuenta de que todos compartían un aspecto de sus bagajes: un alto porcentaje de padres militares. Eso significa que estaban todo el día mudándose de base en base, cosa que les obligaba a reinventarse en cada nuevo escenario, independientemente de si eran felices o no allí. Crecieron aprendiendo una habilidad que no sabían que era tal. Pero, igual que sucede con la escritura, no todos los hijos itinerantes de pares militares acabaron siendo actores.

Un verdadero escritor puede pasar muchos años haciendo otro trabajo, y luego retomar la escritura en el punto en que lo dejó. Incluso habiendo mejorado su oficio. Noche cerrada es un buen ejemplo de ello.

Sí. Pasaron veinte años entre la publicación de mi último trabajo de ficción y Noche cerrada. Durante ese tiempo publiqué dos libros de no ficción, No Heroes y Mi padre el pornógrafo. También escribí veinticinco ensayos personales, algunos de los cuales aparecieron en las antologías estadounidenses Best American Essays y Best American Foodwriting. Otro ensayo recibió un premio Pushcart. Seguí escribiendo y publicando cuentos, lo suficiente para una nueva colección, que saldrá en Francia, Italia y los Estados Unidos el año que viene o el siguiente (la pandemia ha retrasado los horarios de publicación). También escribí otras dos novelas. Lamentablemente, la calidad no fue tan buena como esperaba. No quería publicar trabajos flojos solo para tener libros en catálogo. Cuando esté muerto y desaparecido, solo quedará mi trabajo. Es importante que todos los libros sean tan buenos como puedan ser.

Cuéntanos cómo surgió Noche cerrada.

Noche cerrada fue pensada originalmente como una saga familiar de tres generaciones en las colinas. Comencé con un hombre, Tucker, en la década de 1950. Cuanto más escribía sobre Tucker, más quería seguir con él. El libro abarca un momento crucial en las colinas: de 1954 a 1971. La finalización de la carretera interestatal que conectaba la costa este y oeste. La sección de las colinas fue la última parte que se construyó. También fue una época de grandes cambios sociales. El gobierno federal declaró una «Guerra contra la pobreza» oficial, que por supuesto fracasó. Además, la gente de las colinas empezó a tener televisión. Los caminos de tierra se pavimentaron. Se construyó un hospital. Era el final de una forma de vida que tenía sus raíces en el siglo XVIII. El cambio sucedió muy rápido. Lo presencié de niño. Los adultos no se dieron cuenta de que eran la última generación que vivía la antigua forma de vida. Eso me interesaba mucho. Tucker encarna esa forma de vida. Sigue el «viejo código de las colinas». Eso significaba ocuparse de los problemas personalmente, de una manera muy práctica. No confía en la policía ni en los políticos, que nunca han ayudado a la gente de las montañas. Finalmente, me quedé con Tucker durante todo el libro. Nunca llegué a las siguientes dos generaciones.

¿Tienes algún otro proyecto entre manos?

Una nueva novela, The Killing Hills, se desarrolla en el mismo lugar, en lo más profundo de las colinas, pero en la época contemporánea. Saldrá en Francia e Italia el próximo año, luego en Estados Unidos en el 2022. Hasta ahora es mi libro favorito. Noche cerrada es una tragedia sobre una familia. The Killing Hills es un libro más triste, pero también más divertido. Trata de la cultura misma, y las secuelas de todos aquellos cambios en las colinas. Personas en la treintena que tienen computadoras y teléfonos móviles, pero están muy cerca de su historia reciente de aislamiento y violencia.

Kiko Amat

(Entrevisté a Chris Offutt el verano del 2019, tras haber leído Mi padre el pornógrafo (Malas Tierras) y Kentucky seco (Sajalín). La entrevista se publicó en El Periódico de Catalunya en pleno agosto, y eso, unido al hecho de que en aquel momento no lo había leído demasiada gente, me inclina a pensar que aquella entrevista la leyó Juan. Tal vez ni siquiera Juan.

Ahora, gracias al estupendo Noche cerrada -y quizás en parte también por el evangelismo feroz que hemos puesto en acción algunos de sus fans- parece que aumenta el número de sus lectores en España, y por ello me alegra recuperar aquí la charla sin cortes, con todas las preguntas que, por razones de espacio, no entraron en la pieza de prensa, y cuatro preguntas adicionales sobre Noche cerrada que Offutt me contestó por escrito. Que rule).

SCOTT McCLANAHAN: «En la novela actual tendría que haber mucho más reventado de granos»

Mi entrevista con SCOTT McCLANAHAN, autor del potentísimo El libro de Sarah (Reservoir Books, 2020), vértice improbable donde se encuentran David Gates, Larry Brown, Joe Pernice y un pellizco de Palahniuk.

Me encantó la novela, en breve la verán en Cosas Que Leo.

Admitan que el titular de la entrevista es un reclamo imposible de rechazar.

Como sospechan, es para El Periódico de Catalunya. En unas semanas les colgaré la charla íntegra, como es habitual.

Cosas Que Leo #1: NOCHE CERRADA, Chris Offutt

noche cerrada

«Tucker asintió y siguió conduciendo. A Rhonda le hormigueaba la tripa como una botella de soda sacudida. Llevaba años soñando con huir de aquella casa y de aquel valle, pero no pensaba seguir el ejemplo de sus hermanas: casarse con el primer chico que se presentara asegurándose de quedarse preñada. No, de eso nada.

Una parte de ella deseaba que Tío Boot no fuese su tío, así Tucker lo podía haber matado sin miramientos. Había deseado su muerte desde el día en que empezó a frotarse contra ella, como por accidente, por la casa, retirándose al momento como si ella fuese la culpable. Rhonda nunca se lo había contado a nadie porque sabía que nadie iba a creerla, y dormía con un picahielos oculto bajo la almohada. Ahora se había largado, era libre. Se quitó las horquillas y se las enganchó al cuello del vestido para no perderlas. Sacó la cabeza por la ventanilla y entornó los ojos contra el viento. Su cabello fluyó como líquido en el aire. Nunca se había sentido tan bien».

Noche cerrada

CHRIS OFFUTT

(Sajalín editores, 2020; publicado por primera vez en 2018 en Estados Unidos por Grove Press)

243 págs.

Traducción de Javier Lucini, 2020.

Kiko Amat entrevista a CLAIRE VAYE WATKINS

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Se trata de la autora de Nevada, uno de los librazos del 2019, aunque no aparezca en las listas oficiales.

Lean esta gran charla aquí.

La colección de cuentos es espectacular y vuela sola, pero conviene apuntar que Claire Vaye Watkins es hija de Paul Watkins, miembro «majo» (ejem) de la Familia Manson. Por lo que decía Dovlátov del exotismo del material biográfico, y eso.

Hablando de listas oficiales, en pocos días publicaré un videillo con mi lista alternativísima de los grandes libros del 2019, los que me encantaron y, como cada año, echo de menos del canon serio, o modesco y modoso, de la crítica institucional y prensa cultural.

Kiko Amat entrevista a CHRIS OFFUTT

Uno de mis autores favoritos de los últimos años. Muy fan de Kentucky seco (Sajalín) y Mi padre el pornógrafo (Malas Tierras). Lean mi entrevista para El Periódico de Catalunya aquí.

DONAL RYAN: «Beberse la granja es una vieja tradición irlandesa»

Pueden leer aquí mi entrevista al autor irlandés Donal Ryan. Hablamos de envidia y rencores, secretos de familia, confesiones, pueblos pequeños, energías oscuras y alienación escritoresca. Corazón giratorio (Sajalín editores) ya es uno de mis libros favoritos de este 2019.

Grit Lit (una entrevista a BONNIE JO CAMPBELL + preguntas frecuentes)

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Soy muy fan de la grit lit, también llamada noir rural, hillbilly noir o tractor noir. Vale, el último término me lo he inventado; pero los otros no. Muchos de mis libros favoritos podrían encajar en esa etiqueta de género.

Por eso he cogido y he entrevistado a la gran BONNIE JO CAMPBELL (una de las pocas escritoras de noir rural, un género bastante masculino; que no machirulo) y luego, anticipándome a las cuestiones atropelladas de todos ustedes, he escrito una especie de Preguntas Frecuentes sobre la Grit Lit en formato autoentrevista esquizoide (siempre me hace gracia escribir así).

Todo para El Periódico. Espero que lo lean, les guste, y lo compartan.

El libro de Bonnie Jo Campbell aparece en nuestro país por gentileza de Dirty Works, por supuesto.

Ah: la entrevista original a Bonnie Jo Campbell era algo más larga. un día de estos la publico aquí en su versión director’s cut.

Tom Franklin y Mark Richard: «En el sur, todos hablamos el mismo idioma de supervivencia despiadada»

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Tom Franklin y Mark Richard, dos de los mejores escritores vivos de grit lit norteamericana, tienen en común un pasado colorido y una escritura dura y hermosa y temible. Y, naturalmente, un lugar de origen: el sur. El raro, retorcido, salvaje y violento sur de los Estados Unidos. En sus dos nuevos libros -publicados por Dirty Works- ambos autores hablan de cazadores furtivos, animales letales, dientes podridos y huesos rotos, niños tullidos y “cosas que no pueden explicarse”. Hombres que son una amenaza para sí mismos y para los demás. “Barcas robadas, trapicheos frustrados con drogas, asesinatos menores, meteorología inusual”. Señales de Dios y aparatosos accidentes automovilísticos. Peleas en el barro con tu propio padre. Vietnam. Oxicodona. Licor casero y escopetas oxidadas. Hablan con nosotros de tradición, escritura, trabajo y redención en esta charla a tres voces.

Harry Crews le dijo a su mentor Andrew Lyttle: «los dos venimos del sur, pero no del mismo sur».

Tom Franklin: Quizás porque la escritura «sureña» es una forma de caracterización, los críticos y los lectores la suelen subdividir con facilidad. Larry Brown tiene más en común con Raymond Carver que con William Faulkner, y sin embargo a menudo los encuentras emparejados. La mayoría de los escritores «sureños» coinciden solo en el paisaje, tal vez porque hay mucho, y caminando lo ves más de cerca.

Mark Richard: Dicen que hay 33 tipos de «sur». Tal vez menos, pues he visto desaparecer a un par de ellos. Los dos factores más importantes de esas desapariciones han sido la aplicación de las leyes de absentismo escolar y la introducción de la electricidad en las zonas rurales y, con ella, la televisión. Ya que mencionas a Andrew Lytle, te diré que le conocí cuando estaba enseñando en Sewanee, la Universidad del Sur. Vivía en una cabaña de troncos que tenía una araña de cristal en el techo. Bebimos viejo bourbon Rip Van Winkle en cuencos de plata antes de la cena. Acababa de leer mi novela Fishboy, y dijo «Fishboy es el nieto de Jesús». Un hombre fascinante.

Los escritores de clase obrera tienden a tener pasados ​​coloridos: trabajos pésimos, accidentes terribles, familias taradas. Creo que, aunque es posible ser buen escritor en la tradición universitaria, los que han arrimado el hombro en empleos de mierda escriben con mayor vigor y agallas.

TF: Eso se debe a que gente como Larry Brown y William Gay han vivido entre gente trabajadora y las consideran personas, no personajes (Brown los llamaba solo “gente”). Los escritores de grit lit se han visto forzados a trabajar, y por tanto poseen un conocimiento íntimo de lo que es una fábrica de ladrillos, por ejemplo. Sin embargo, la documentación puede engañar a cualquiera. Recientemente le pregunté a un autor cómo había obtenido tanta información sobre taxidermia para su libro, y dijo «Google».

MR: He tenido muchos trabajos extraños o interesantes, pero no muchos empleos de mierda. He sido locutor de radio, fotógrafo aéreo, trabajé en fábricas de papel, astilleros y acequias de riego. He sido barman, investigador privado, ensamblador de muebles, corresponsal naval, editor de revista, profesor universitario y pescador comercial. Siempre hubo algún aspecto de esas faenas que me llenó. De lo contrario, habría renunciado. Soy un poco delusivo, siempre he sentido que el futuro acarreaba grandes perspectivas. Y de momento lo ha hecho.

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Los escritores sureños en general parecen llevarse bien, estar libres de las habituales inquinas y envidias del sector.

TF: Con un par de excepciones, la mayoría nos llevamos bien. Sabemos que estamos diciendo la misma verdad, o una versión de la misma, y nuestras versiones se alinean lo suficiente como para que disfrutemos de la compañía de los demás. Acabo de ser admitido en la Comunidad de Escritores Sureños y fui a su reunión bienal. Asombroso, todos aquellos grandes escritores sureños mezclándose tan felizmente… Un par de escritores notables no estaban allí, y sospeché por qué.

MR: En cuanto que humanos, siempre habrá envidia, rivalidad y malos sentimientos entre escritores. Pero el vínculo más fuerte que compartimos es que todos somos sureños, y el Sur es una nación derrotada. Las naciones derrotadas tienden a producir una gran literatura porque los vencidos sienten la necesidad de explicarse a sí mismos. Podemos ser “progresistas” porque somos “artistas”, pero en muchos de nosotros hay una vena de sangre rebelde que aun fluye. El sur estaba poblado por personas de ascendencia escocesa e irlandesa, junto a varias razas expulsadas de su patria porque albergaban insatisfacciones persistentes que las hacían peligrosas para ellas mismas y para otros, que solo podía acomodar un lugar salvaje de campo abierto, oscuro, peligroso, tortuoso y habitado por animales e indios igualmente salvajes. Todos hablamos el mismo idioma de supervivencia despiadada, es un lenguaje lleno de presunciones y trampas sonrientes para los incautos. O lo hablas o no. Aquí decimos que los sureños son las personas más agradables del mundo, hasta que los cabreas y te matan.

Algunas de las cosas sobre las que escribís quizás sean normales para vosotros, sureños, pero el resto del mundo las lee con ojos desorbitados.

TF: Bueno, gran parte del sur es provincial. Muchos sureños viven en mundos pequeños y cerrados. El aislamiento engendra extrañeza, y la extrañeza es solo el comienzo.

MR: Asistí a una reunión familiar en Luisiana este fin de semana. Los hombres asaron un cerdo en el patio toda la noche y las mujeres prepararon gumbo, morcillas Boudin y otras recetas cajun. Escuché mucho folklore familiar y muchas patrañas, pero también mucha verdad. Un hombre con el que se casó mi prima me contó que quería construir una nueva casa en su propiedad, pero al no poder obtener un permiso para llevarse la antigua, la enterró en el bosque. Debí sonar escéptico cuando me lo contó, así que acabamos las cervezas, nos metimos en un todoterreno y nos dirigimos hacia el bosque detrás de su nueva casa. Allí estaba. Un vecino y él habían alquilado un bulldozer por la tarde, demolieron la antigua casa familiar y la enterraron en el bosque. Yo la vi. Estas cosas están a nuestro alrededor. Solo tienes que prestar atención.

Dudo que la lit grit reciba subvenciones de la Protectora de Animales. La mayoría de vuestras historias incluyen animales apaleados, desollados vivos, pescados con dinamita o cosas peores.

TF: Eso se debe a que estamos más cerca de la tierra que otros estadounidenses. Esa vida dura de granja es jodida para hombres y animales. Es la economía del goteo.

MR: Las personas tienden a tratar a los animales de la forma en que desearían tratar a otros seres humanos, por lo que es importante observar cómo una persona trata a las criaturas. Nunca tendré tratos con un hombre que patea a un perro.

El escritor de clase trabajadora se separa de sus raíces cuando se convierte en escritor, pero nunca se siente cómodo en su lugar adoptivo. Los dos habéis escrito sobre pertenecer y ya no pertenecer al lugar de origen.

MR: Una de mis canciones favoritas de Leon Russell es “Stranger in a strange land”. No estoy seguro de que podamos separarnos de nuestras raíces. Yo nunca lo he hecho. A la vez, no sé cuán profundas eran esas raíces. Creo que la mayoría de los escritores se sienten fuera de todo, siempre mirando desde fuera, en general.

¿Cómo os tratan los familiares, amigos y conocidos, cuando regresáis al Sur?

TF: Tengo un pie en dos mundos. Escucho historias que ofenderían a muchos de mis amigos urbanos; y si me indignara yo, ofendería a mi hermano. Cuando regreso al sur retrocedo en el tiempo. Yo he cambiado pero, pese a que el paisaje ha sido alterado, las actitudes de la gente de allí son las mismas que cuando me fui. Lo único que puedo hacer es no irrumpir con ira solemne, sino reír. Ofrecer una mirada silenciosa y considerada. La gente se mofa de mí por ser el “liberal”, así que juego ese papel para ellos. Hago de liberal de manual. Pero me tratan bien. Algunos incluso han leído mis libros.

MR: Creo que, en general, están felices por mí y orgullosos de que haya traído un poco de gloria a una ciudad tan pequeña, pero percibo cierta cantidad de sospecha bien merecida desde algunos sectores.

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Los padres no salen oliendo a rosas de los libros grit lit. La mayoría son borrachos jodidos, semi-violentos y desesperados. Y al mismo tiempo, escribís sobre ellos con afecto palpable. «No era fácil ser tu padre», escribe Mark en su novela.

TF: Los malos padres tienen una buena historia. Han tenido una vida difícil, forman parte de una cadena de abuso: el abuelo es violento con el padre, el padre con el hijo, etc. A menudo nuestros personajes intentan romper ese patrón. Es una clásica fuente de problemas, el corazón humano en conflicto consigo mismo. ¿Puedo ser mejor que mi padre? ¿Puedo ser yo mismo un mejor padre? Además, todos simpatizamos con un niño que ha tenido una crianza difícil. Uno de los desafíos de escribir sobre estos padres es hacerlos agradables, o como mínimo aceptables.

MR: Tengo tres hijos, de 20, 17 y 14. El cliché es cierto: tiendes a comprender un poco mejor a tus padres después de convertirte en uno. Mi propio padre era un perfeccionista cuyo único hijo era imperfecto. No pudo ocultar su decepción conmigo. Lo intentó pero no podía, y se sentía mal por eso. Y yo me sentía mal porque él se sentía mal.

La idea de redención es indispensable en vuestros libros.

TF: Bueno, mucha literatura sureña es de raigambre cristiana, y su forma de pensar se centra en la posibilidad de redención. Es algo natural. Todos crecimos escuchando sobre nuestras posibilidades de llegar al cielo y evitar el infierno. Además, si tratas con personajes que son cuestionables (en el mejor de los casos), la redención es una dirección lógica. Queremos que exista la redención para los personajes, porque entonces nosotros, los lectores, quizás también podamos acceder a ella. Ojalá.

MR: No soy evangélico. Creo que la salvación y la redención son cuestiones personales. Soy un cristiano en apuros: llevo un anillo con la cruz, por ejemplo, pero no reparto folletos. Hace unos años yo era invitado habitual de un programa de televisión, y un compañero escritor siempre se refería a mí como El Cristiano. “Preguntémosle al Cristiano qué piensa”, y tal. Al final tuve que decirle: “Jesse, tu salvación no es mi puto problema”.

¿Creéis en Dios?

TF: Por la noche sí.

MR: A veces. El año pasado decidí que no hay Dios, y llevé a un amigo, un sacerdote jubilado local, a almorzar para anunciarle eso. Él es un buen tipo, y suele escucharme. Fue director de escuela secundaria durante 20 años en algunos de los barrios más peligrosos de Los Ángeles, antes de convertirse en sacerdote episcopal. Está casado con una mujer maravillosa, judía, que está muriendo lenta y dolorosamente de cáncer. Escuchó mi proclamación y luego dijo gentilmente «a veces uno de los mayores dones de Dios es la pérdida de la fe». Desde entonces intento salir de mi desesperación (la desesperación es un pecado). Yo creo porque elijo creer. Una vez le preguntaron a Billy Graham si alguna vez había presenciado un milagro, y él respondió que no, y que se alegraba de no haberlo hecho, porque eso habría retrasado su fe unos cincuenta años. Lo entiendo ahora.

¿Os veis el uno al otro en la misma tradición y ocupando un espacio similar en literatura?

TF: Eso espero. Mark Richard es uno de mis escritores favoritos. Él es tal vez el único a quien enseño CADA semestre.

MR: En realidad no. Somos sureños por coincidencia, y preferiría no ser etiquetado como otra cosa que «escritor».

Por favor, contadme una historia extraña de vuestra tierra natal que aún no hayáis puesto en una novela o historia.

TF: Un buen amigo, que murió solo y alcoholizado, se ahogó en su estanque. Él representa cada cliché del sur, y a la vez no es ninguno de ellos.

MR: Hace años, nuestra pequeña ciudad tenía dos funerarias, una para negros y otra para blancos. Una segunda funeraria “blanca” fue abierta por un padre y un hijo, nativos de nuestra ciudad. El hijo era un poco extraño, cuando era un niño una vez pidió un pastel de cumpleaños en forma de ataúd. Parecía volverse más «normal» a medida que crecía, y al final entró en el negocio de la funeraria con su padre. Incluso comenzó a salir con una mujer en Washington DC que era fisioterapeuta de un equipo de fútbol profesional, los Washington Redskins. Salieron durante varios meses; él iba a verla la mayoría de fines de semana. Entonces oímos que había fallecido en un terrible accidente automovilístico. La ciudad entera sufrió un terrible shock. El hijo, de luto, no escatimó gastos para el funeral: el mejor ataúd y cofre, misa, música y de todo. Después del gran funeral, al que asistió la mayor parte de la ciudad, algunas personas contactaron a la oficina del equipo de fútbol para dar el pésame y enviar sus mejores deseos a la familia de la mujer fallecida. Resultó que la mujer no existía, nunca había existido. Brotó de la imaginación del hijo.

Hacedme una breve lista de libros, películas o registros que hayan sido cruciales en la creación de vuestro espíritu y visión y arte.

TF: las novelas de Tarzán de Edgar Rice Burroughs, Stephen King, de Carrie a Pet Sematary (excluyendo La Torre Oscura); “Desde donde llamo”, Raymond Carver; Styx, desde Equinox hasta Paradise Theater; mucha música clásica; Beverly Cleary; Charles M. Schultz; Rick Bass; Cormac McCarthy; Jack Kirby y Stan Lee; Comics Marvel; DC comics.

MR: Luz en agosto, William Faulkner; 33 grados a la sombra, Tom McGuane; The Moviegoer, Walker Percy; Flannery O’Connor, Edgar Allan Poe, Gabriel García Márquez; Capitán Beefheart; Leon Russell; Prince; Kid Creole and The Coconuts; Elvis Costello; George Clinton; El día más largo; Grupo salvaje; Dispara al pianista; Apocalypse Now.

(Esta entrevista se publicó en formato ligeramente editado en El Periódico, el 10 de febrero del 2018. Pueden leer la versión online aquí. La que les cuelgo en Bendito Atraso tiene tres o cuatro preguntas extra para su solaz lector)

 

Kiko Amat entrevista a MARY KARR: “Nunca tuve la habilidad de ser “normal”.

Entrevista Mary Karr, autora de El club de los mentirosos, uno de los más grandes libros de memorias, admirada por Stephen King y Lena Dunham, habla con Cultura/S de rareza, decir tacos, salud mental y “mantener la gilipollez”.

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“Suéltalo, suéltalo / no lo puedo ya retener”. Perdón por citar Frozen, pero la cosa va de soltar lastres. Mary Karr lo afirma en el prólogo a sus memorias familiares El club de los mentirosos (Periférica & Errata Naturae): “comprobamos que las heridas cicatrizaban mejor si las dejábamos al aire”. Su libro fue como la corriente que ventila los olores a cerrado, gases y medicinas, del dormitorio de un enfermo. Aunque a menudo las historias de familia se escriben con la intención de saldar cuentas, Mary Karr se enfrentó a los demonios domésticos sin ánimo de venganza. Buscó, por el contrario, escribir una “carta de amor a mi imperfectísimo clan”.

El club de los mentirosos es como una estatuilla tallada a partir de un quiste. La pesadilla de un niño que desactivas con dos bromas y un besote. Leí El club de los mentirosos hace años y supe al momento que no volvería a leer unas memorias tan extravagantes y a la vez tan realistas, humanas, llenas de humor y ¿qué-le-vas-a-hacer-eh? Mary Karr nos lo cuenta aquí, entre carcajadas y cláxons de fondo.

Una de las fuerzas motoras de tu libro es lo que defines como “el poder de lo raro”. La calidad de la extrañeza, primero como estigma familiar y luego como blasón.

Lo raro es un generador clave de las artes, pero también forma parte de la vida cotidiana. Mi familia tenía ese glamur extraño. La palabra “glamur” viene del irlandés, y significa “de las hadas”. Mi familia tenía un aire de ser de otro mundo. Por añadidura, me importaba una mierda lo que los demás pensaran de mí. No tenía ninguna noción de decencia o corrección.

Al contrario que tu hermana Lecia, según vemos en el libro.

Ella sí era muy consciente del qué dirán, y mira: ha terminado de republicana y votante de Trump. Supongo que yo desarrollé esa actitud de indiferencia insolente como un modo de protegerme del comportamiento escandaloso de mi madre. No es que lo normalizara; seguía siendo consciente de que éramos raros. Tanto mi padre como mi madre eran forajidos. Incluso mi padre, que carecía de las veleidades artísticas de mi madre, era un tipo singular. Aguantó a mi madre durante muchos años, lo que ya de por sí implica un espíritu férreo [ríe]. Escogió a una mujer como mi madre en una época en que eso no se hacía. Los “anestesiados cincuentas”, como los llamó el poeta Robert Lowell.

Tu madre no estaba muy “anestesiada”.

No. Para empezar, era muy divertida. Cuando yo era ya una joven madre, fui de visita a su casa y mi madre se ofreció a cuidar de mi hijo, que por aquel entonces debía tener unos tres años, mientras yo me iba a correr cada mañana. Duró un día. Al segundo día vino y me dijo: “¿Sabes qué? Esto de los niños no me va”. Yo le dije que si no cuidaba del niño, ni trabajaba, ni limpiaba, ni cocinaba, cuál iba a ser su aportación a la familia. Ella solo respondió: “La gente se lo pasa bien conmigo”. Cuando uno no tiene conciencia y es narcisista puede convertirse en un muermo, pero mi madre era muy curiosa. Le interesaba el mundo. Y era muy caprichosa; jamás sabías cuál iba a ser su próximo interés, lo que aportaba un constante elemento de novedad a vivir junto a ella. Algunos días era aterrorizador y otros muy divertido. Era una mujer muy singular.

Ese carácter rebelde, beatnik y friqui, de tu madre habrá influido en tu visión artística.

Una familia de raros es una buena escuela para el arte. Vivía en un pueblo obrero pero leía todo el día y mi madre ponía arias a todo volumen. La casa estaba llena de libros. Leía teatro y poesía. En mi pueblo, hacer cosas así era como hablar en urdu. Era un lugar muy provinciano. Y no solo se trataba de mis lecturas: yo tenía una gran vida interior y mucha imaginación. Aunque quizás hubiese terminado siendo la misma friqui en una gran ciudad.  Mi hermana, desde muy niña, se hacía un peinado con trenzas que era casi un casco. Yo la veo así: como envuelta en una armadura. Ella respondió al caos de mi casa volviéndose organizada y estable y decente de un modo casi militar, pero yo sabía que mi caso era inútil. Nunca tuve la habilidad de ser “normal”.

https://i0.wp.com/www.udllibros.com/imagenes/9788416/978841629153.JPGTu libro habla de la anormalidad como algo que celebrar.

Me proporcionó una desconfianza fundamental hacia cualquier sistema de autoridad. Lo que a su vez me otorga una forma perversa de maniobrar por el mundo. No muy útil. Digamos que no le caigo bien a todo el mundo. Pero no pasa nada. Alguien me dijo el otro día: “pero si a todo el mundo le gustas”. Yo dije que eso no era cierto. La gente se da cuenta de que estoy allí, no paso desapercibida, pero eso no quiere decir que necesariamente les guste cómo soy.

Hay algo sospechoso en la gente que siempre cae bien. Los tíos majos. O, peor, los artistas majos. Puag.

[ríe] Muy cierto. Picasso jamás habría ganado un concurso de popularidad. Tenemos que ser un poco capullos. Yo crecí en una casa llena de gilipollas, y me las arreglé para mantener esa gilipollez hasta que me convertí en adulta.

En el libro afirmas que tu pueblo, Leechfield, fue definido por Business Week como uno de los 10 pueblos más feos del planeta. Un poco severo, ¿no?

Mucha gente me pregunta si la gente de Leechfield se ofendió cuando escribí cosas como esas, y muchas de peores. ¡Todo lo contrario! De hecho, en el libro explico cómo el alcalde celebró lo de Business Week como si les hubiese tocado algo. La gente de mi pueblo sabe que el lugar es feo. Sabe que sus casas son baratas. Saben que aquello no es París. Que no van a instalar allí un maravilloso parque de atracciones un día de estos. El reciente huracán de hace unos meses lo inundó, para colmo. Llamar a casa tras el cataclismo me hizo recordar cómo habla la gente de allí. El lenguaje de mi tierra es un personaje del libro. Es una forma de hablar tan poética y hermosa…

En las culturas de clase obrera, una buena parte del ingenio va a la profanidad y la jerga.

Sí. Mi padre me enseñó a decir los mejores tacos. En el libro menciono a aquel socorrista zambo de mi pueblo del que yo estaba enamorada. Sus piernas eran tan curvas que la gente decía que “no podía atrapar a un puerco en una acequia”. Es una frase poética. Descriptiva y bella. Conjura un mundo en el que atrapar puercos en acequias es un quehacer cotidiano.

Hablabas de los “anestesiados cincuenta”, y es curioso como algunas de las prácticas del pasado parecen mucho más antiguas de lo que son. La amputación de tu abuela suena, como tú misma afirmas, “positivamente medieval”.

Fue tal y como lo describo. Una cosa atroz y prehistórica. E incomprensible. ¿Gas mostaza para un cáncer de pierna? Es de otra época. Lo mismo sucedía con algo tan sencillo como los divorcios. Nadie se divorciaba. La gente simplemente se odiaba durante muchas décadas [ríe].

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El bebé Karr (en carrito) con hermana mayor y madre

 Un tío tuyo cortó la casa por la mitad para no ver a su mujer.

Sí. Es un acto de una gran violencia visual. Pero por otro lado no había un camino de salida para nadie. En ese contexto tiene lógica. Era o eso o sufrir durante décadas.

La músico Viv Albertine me dijo una vez que las claudicaciones y concesiones que tuvieron que realizar la madres de los 50’s transformaron a sus hijas en feministas.

Sin duda. No sería escritora si no hubiese visto los padecimientos y esclavitudes de mi madre. También era una manera de que me prestara atención. Como mi madre leía libros, yo me puse a escribir libros, a ver si así reparaba en mí. Es muy triste, si te pones a pensar en ello. Por no decir inútil, ya que ella jamás le prestaba mucha atención a nadie, incluyendo a ella misma. Soy la hija de mi madre de muchos modos distintos. Cuando era más joven me aterrorizaba terminar loca como mi madre, y un día llamé a mi hermana para confesarle esos temores. Ella se echó a reír y me dijo que no me parecía en nada a mi madre. “Tú pagas impuestos”, me dijo, “No eres alcohólica. Tienes un trabajo”. Pero uno teme este tipo de cosas; heredar ese legado.

Estas memorias prueban el dicho “la realidad supera a la ficción”.

Sí. Y también el de “lo que no mata engorda”. Pero a la vez, como he dicho muchas veces, una familia disfuncional es toda aquella con más de un miembro. No puedes inventarte algo como lo de mi familia. Si llego a inventar todo eso, ahora tendría una carrea fabulosa como novelista.

El novelista Tim O’Brien está obsesionado con la idea de que las mentiras pueden contar mejor una verdad que muchos sucesos reales.

En una ocasión le dije a Don DeLillo que escribiese unas memorias, y él arrugó la cara como si le hubiese escupido una blasfemia. Los grandes novelistas saben contar la verdad a través de sucesos inventados. El propio DeLillo dijo: un novelista tiene una idea y se inventa una serie de acontecimientos para materializarla; una memoria, por otro lado, parte de una serie de acontecimientos y trata de descifrar lo que significan, la idea que hay detrás.

Opino que el éxito de unas memorias radica en contar sucesos terribles de un modo casual, sin histrionismo y con algo de humor.

Soy una gran fan de los profesionales de la salud mental. Llevo haciendo terapia de un modo semiregular desde que tenía veinte años. Todos esos sucesos terribles son algo casual para mí, ahora. Creo que casi siempre recordamos las cosas a nuestra manera, las empaquetamos de un modo que nos es conveniente. Y a menudo te desasocias de las cosas malas que te suceden; desconectas. Mucha gente cuenta cosas de esas con gran dramatismo, pero no puedo evitar pensar cuan dramáticas fueron de verdad en el momento de experimentarlas. Porque lo que solemos hacer es bajar el volumen.

¿Cómo se baja el volumen de dos abusos sexuales?

La mente se adapta a todo. A cualquier perversión y locura. Los abusos que mencionas me costaron menos de superar que el hecho de que mi madre quisiera matarme con un cuchillo de carnicero [ríe]. En términos de terapia, lo de mi madre conllevó mucho más trabajo. A una edad muy temprana decidí que iba a reclamar el poder que me habían quitado esos sucesos de mi infancia.

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Las hermanas Karr, Mary y Lecia, a los 17 y 19

¿Fue la escritura de El club de los mentirosos un acto terapéutico?

Escribir sobre ellos fue catártico. Regresar a esos hechos fue chocante. Lo reales que se volvieron al ponerlos en palabras… Tienes una doble sensación de resucitar a los muertos y a la vez controlar las cosas que te pasaron. No lo hice por mí. Además, en terapia tú pagas a alguien por poder explicar esto, pero en las artes alguien te paga a ti por hacer lo mismo.

Una pregunta personal: ¿sirve de algo la terapia? Siempre he pensado (quizás erróneamente) que no necesito pagar para que alguien me diga lo que ya sé.

Entiendo lo que quieres decir. Pero yo no aprendí nada nuevo sobre mí en terapia. No es como si tuviese recuerdos enterrados que salieron a la superficie o cosas así. A mí, en concreto, me sirvió precisamente para que alguien me dijese al fin: “Dios, eso que te sucedió es terrible”. Yo tenía muchas cosas tan normalizadas que fue un alivio comprender que eran raras, y dañinas. Vi que había una razón para el modo en que me sentía. Mi psiquiatra me dijo por primera vez cosas como “tu madre no debería haber hecho eso”. Alteró mi modo de ver mi infancia, que hasta entonces había sido “qué hice yo para que mi madre se comportara así”. Si interrogas a alguien durante largo tiempo sobre las culpas y remordimientos de su vida hay muchas posibilidades de que acabes… Liberándole. La meta de la terapia es la liberación. Librarte de la carga de la memoria. Si no llego a hacer terapia hubiese seguido estando destrozada por mi pasado. Me salvó la vida.

¿Eres buena perdonando? Uno de los dos Amis (no recuerdo cual) dijo que Philip Larkin nunca «daba una segunda oportunidad a la gente». Esa frase se me quedó grabada.

Creo que sí lo soy. Sé perdonar. Alguna gente tiene una opinión errónea de mí: que estoy siempre cabreada, que acumulo rencores, pero no soy así en absoluto. Cuando mi madre ya era una anciana y no podía valerse por sí misma yo me cuidé de ella, pagué sus facturas y le hice compañía. Tuve suerte de estar en una posición económica que me permitió hacerlo, pero incluso así. No guardo resentimiento, ni siquiera a mi madre. Aunque de los veinte a los treinta soñaba en que la mataba. Mis primeras sesiones de terapia estaban llenas de ira, pero luego empecé a desarrollar una cierta compasión por mí misma, que con el tiempo creció en compasión por mis padres. Nació una empatía hacia mí, que era lo que necesitaba antes de empezar a perdonar y sentirme mal por ellos. Porque yo me sentía responsable por todo.

En el libro dices: «A veces me gustaría aparecer por arte de magia en el viejo Impala para que mi madre no esté sola». ¿Sientes la necesidad de volver atrás y hacer algo de forma distinta?

No. Si escribiese el libro ahora lo que haría es ser mucho más duro con mi madre y con mi madre, y menos conmigo misma. No sé si eso implica que me he vuelto más bruja, o menos indulgente, o simplemente he adquirido una mayor compasión por mí misma.

Un admirado colega español, Carlos Pardo, escribió una excelente memoria familiar y sus hermanos le retiraron la palabra. ¿Te sucedió a ti lo mismo?

Mi hermana siempre me ha retirado la palabra de tanto en cuando. Es como una cosa cíclica entre nosotras. Me he acostumbrado a ello. Así que eso que mencionas me pasó y a la vez no me pasó. Pero lo he visto a menudo en otros memoristas; son gajes del oficio. Lo que suele suceder es que la gente acaba acostumbrándose a vivir con lo que has escrito y vuelven a hablarte. Dile a Carlos que debería sentirse afortunado, y los demás que se jodan.

Kiko Amat

(Esta es la versión integra de la charla que mantuve con Mary Karr para Cultura/S de La Vanguardia, y que se publicó editada este pasado sábado 18 de noviembre. El club de los mentirosos es uno de mis libros favoritos desde que, tras leer sobre él en aquella memoria escritora de Stephen King, me hice con él y lo leí de una sentada. Léanlo ya en la traducción recién editada por Periférica & Errata Naturae.)