Cosas Que Leo #162: EL CANTO DE LA NIEVE SILENCIOSA, Hubert Selby Jr.

“Mike oía sus risas y se sentía molesto, no porque no deseara que fueran felices, sino porque deseaba que sus risas de algún modo aliviasen su dolor, el dolor que le crecía dentro como una carcoma, haciendo que su cuerpo y su mente se retorcieran de tensión, un dolor magnificado por la culpa y el remordimiento abrumadores, un dolor que aumentaba a medida que aceptaba la certeza de que le había roto la mano a su hermano, y en su interior sabía que lo había hecho”

El canto de la nieve silenciosa

HUBERT SELBY JR.

Hermida Editores, 2021 (publicado originalmente en 1986 como Song of the silent snow)

217 págs.

Traducción de José Luis Piquero

Pablo Rivero: la magia de los hijos de puta

https://i0.wp.com/www.anagrama-ed.es/img/autores/1416.jpgPablo Rivero, uno de nuestros mejores autores patrios, se une al catálogo de Anagrama. Un acto de justicia mezclado con feliz azar ha causado, por añadidura, que su tercera novela Érase una vez el fin aparezca a continuación del reeditado El día del Watusi de Francisco Casavella. Pero evitemos la comparación fácil. Demasiados mindundis afirman haber recogido la antorcha del Jefe como para reducir a Rivero a posición tan servil. Rivero, para empezar, no necesita universos ajenos: ya posee uno la mar de poderoso, duro y terrible, que ha plasmado en novelas indómitas como La balada del pitbull o Últimos ejemplares.

Pablo Rivero no es un escritor amable. No acudan aquí si acaban de leer a Albert Espinosa. El título original de esta obra, sin ir más lejos, era La magia de los hijos de puta. Habla de sordidez y hastío, de precariedad y violencia demente, de pringoso auto-odio, de asco antisocial, de una temible rabia de clase que la mayoría de escritores ni siente, ni entiende, ni intuye. Su argumento, un alcoholizado pianista de bar que huye de sus acreedores y se desmorona a ojos vista en un Gijón desolado, es la espita por donde gotean numerosos demonios del pasado, de amor manchado, de culpa, vergüenza y sumisión proletarias. Debacle y traición: ese es el mundo que habita nuestro gijonés.

Érase una vez el fin es también una intestinal carta de desprecio excretada sobre la “era digital”, la “desoladora frivolidad” de los nuevos ricos y la estupidez incurable, orgullosa en su barbarie, de nuestro pueblo. Clase obrera incluida. “Fue así, consintiendo las calumnias ajenas”, escribe, “como se transformó mi alma, casi incorrupta hasta entonces, en un auténtico saco de mierda, en un vertedero de frustraciones como el alma de los demás. De esta manera tan poco sofisticada comencé yo también a hacer magia, magia ruin y vulgar al alcance de todos, la magia de predicar lo contrario de lo que sientes (…). La misma magia de los políticos, la magia de los patios de colegio. Magia de la calle, magia de España, magia de hijo de puta”.

Hay mucha rabia en Rivero, ya lo ven, pero no es del tipo Manolo Kabezabolo. Así como la intensidad musical se mide por pasión, no por volumen, Rivero transmite su alienación escribiendo como los ángeles. “Tiniebla y miseria, zafiedad y mentira”: en tales mugres se sumerge Rivero, e incluso de esas simas es capaz de emerger con fuego y éxtasis, humor y belleza. Sin moralina ni melindres, ni condescendencia hacia “parias” y “calzonazos” (sus sospechosos habituales).

No hallarán mucha redención, bondad inmaculada o esperanza de vida en Érase una vez el fin, eso es cierto. Rivero hace que Hubert Selby Jr. parezca Enid Blyton. Lo que sí hallarán es verdad y fuerza como pocas veces han leído, escupidas en 134 aceleradas páginas que se le cuelan a uno por el costalar y allí se quedan, en el corazón (tiznado, abatido, apuñalado) para siempre. Kiko Amat

 

Érase una vez el fin

Pablo Rivero

Anagrama

134 págs.

(Crítica aparecida previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 12 de marzo del 2016).

Hacer el bien, de Matt Sumell: Favorito TOTAL

hacerelbienLo leí en un día. Eso para empezar, y encima es mentira: estaba a punto de terminarlo, y me detuve a veinte páginas del final. Porque me apenaba su fin, porque quería que durara más, porque no quería que nos separáramos tan pronto, él y yo. Hacer el bien, de Matt Sumell, es ya mi libro favorito del 2015, y estamos a puto febrero.

Les diré unas cuantas cosas que no son mentira: que leí la novela con un nudo en la garganta, un doble nudo de los chungos, los que anudan bastardos con mala leche (o niños patosos) para que te dejes ahí los dedos deshaciéndolos. Que me sorprendí carcajeándome y al cabo de dos minutos tenía los ojos acuosos y una pena tremendota en el costalar. Una pena anaeróbica, como dice el protagonista. Que vi al instante que Sumell era de los míos, y que pertenecía a la Honorable Tradición. Que me recordó a todas estas cosas y a algunas más: Dan Fante, el Richard Price de Bloodbrothers, Crews y Selby Jr., el Donald Ray Pollock de Knockemstiff, el “Curbside” de Damien Jurado y el “Neverending Math Equation” tocada por Kozelek, a Shameless, a Lipsyte si Hogar Dulce Hogar hiciese más sollozar que tronchar, a Fante senior, al Abluciones de Patrick DeWitt y a la demencia salvaje de JP Donleavy.
Y sobretodo, déjenme decirles que me emocioné que no veas.

Estas son las historias de Alby, un adolescente a la deriva que va a convertirse en adulto semicalvo sin anclaje. Medio indeseable, violento, bocazas y semichiflado, pero a la vez capaz de sentir gran emoción y confusión y devastación. Un niño asustado y tocahuevos -como el Johnny Rotten que erigió su sarcasmo como muralla- incapaz de superar la muerte por cáncer de su madre, la rendición vital del pasmado e incapaz de su padre, las peleas a hostias con su hermana (el libro empieza con Alby y ella sacudiéndose de lo lindo) o el dolor compartido con su hermano pequeño.

Hacer el bien es una colección de historias que se leen como una novela. Son cuentos terribles y gloriosos con un hilo conductor (mayormente: Alby y su familia, perdiendo los papeles allá en el vasto mundo), llenos de ternura, puñetazos en la sien, momentos de inmensa belleza y recuerdos de lo más putrefactos. Hay humor pero es bien negruzco, como el de Algo ha pasado, de Joseph Heller. Hay hermosura pero nada cursi ni melindrosa. Está escrito con pelotas, sin melodrama gratuito ni autocompasión ni ese estoyloquismo víctima y solemne del que hacen gala algunas abazofiadas obras de la primera persona reciente.

Lo que le sucede a Alby es “todo lateral, nada vertical”. Las cosas no parecen mejorar de forma tremenda, pero hay fulgurantes instantes de iluminación, de cariño e incluso ocasional redención. A pesar de los curros infames, los tranquilizantes que Alby engulle como gominolas, las borracheras cataclísmicas, las pajas y la nostalgia. Hay gatos, perros, pájaros y pulgas. Hay rabia corrosiva y violencia insensata. Soledad y desorientación. Tíos gilipollas y tíos guays. Patios llenos de malas hierbas y lanchas descuidadas, novias pésimas y aburrimiento y cáncer de color marrón y un montón de drogas. Birra barata y lagos congelados, “esa combinación idónea de miedo y ausencia de miedo”, basura y círculos concéntricos de gasóleo en el muelle. Ansia de partir caras (“mi mal genio es como una inclemente oleada de armamento”) y terror abyecto. Al futuro y al pasado.

Un trozo favorito de los muchos que tengo: “Ya tenía edad suficiente para empezar a tener entradas (sin salida) en el pelo y algún que otro problema de polla. Mi madre se había muerto, mi padre estaba hecho un lío, yo llevaba desde los diecinueve años sin dormir ni cagar en condiciones, y al parecer todo aquello había pasado de la noche a la mañana. Era joven y, zas, luego ya no lo era. Y con todo el tiempo libre que tenía para estar repantigado en el muelle, no podía evitar pasarle revista a toda mi vida de vez en cuando y pensar “¿esto es todo? ¿Ocho dólares la hora y siempre con sueño? ¿No me convendría ingresar en la Marina o algo así?”. Y no porque me creyera todos los eslóganes de mongolo que repiten en los anuncios de reclutamiento, sino solo porque pensé que acabaría siendo un tío con un seguro de salud al que se le daba bien hacer flexiones. Y desde mi silla del muelle, eso parecía un avance. Casi cualquier cosa lo parecía”.

Este es uno de los libros más vivos y potentes y tremebundos e increíbles que he leído. Este es un libro perfecto. Este libro es la monda lironda. Favorito TOTAL. Si no les gusta les juro que les meto un puñetazo en la sien. Kiko Amat

Hacer el bien

Matt Sumell

Turner Libros

Trad. de Ismael Attrache

271 págs.