Lo leí en un día. Eso para empezar, y encima es mentira: estaba a punto de terminarlo, y me detuve a veinte páginas del final. Porque me apenaba su fin, porque quería que durara más, porque no quería que nos separáramos tan pronto, él y yo. Hacer el bien, de Matt Sumell, es ya mi libro favorito del 2015, y estamos a puto febrero.
Les diré unas cuantas cosas que no son mentira: que leí la novela con un nudo en la garganta, un doble nudo de los chungos, los que anudan bastardos con mala leche (o niños patosos) para que te dejes ahí los dedos deshaciéndolos. Que me sorprendí carcajeándome y al cabo de dos minutos tenía los ojos acuosos y una pena tremendota en el costalar. Una pena anaeróbica, como dice el protagonista. Que vi al instante que Sumell era de los míos, y que pertenecía a la Honorable Tradición. Que me recordó a todas estas cosas y a algunas más: Dan Fante, el Richard Price de Bloodbrothers, Crews y Selby Jr., el Donald Ray Pollock de Knockemstiff, el “Curbside” de Damien Jurado y el “Neverending Math Equation” tocada por Kozelek, a Shameless, a Lipsyte si Hogar Dulce Hogar hiciese más sollozar que tronchar, a Fante senior, al Abluciones de Patrick DeWitt y a la demencia salvaje de JP Donleavy.
Y sobretodo, déjenme decirles que me emocioné que no veas.
Estas son las historias de Alby, un adolescente a la deriva que va a convertirse en adulto semicalvo sin anclaje. Medio indeseable, violento, bocazas y semichiflado, pero a la vez capaz de sentir gran emoción y confusión y devastación. Un niño asustado y tocahuevos -como el Johnny Rotten que erigió su sarcasmo como muralla- incapaz de superar la muerte por cáncer de su madre, la rendición vital del pasmado e incapaz de su padre, las peleas a hostias con su hermana (el libro empieza con Alby y ella sacudiéndose de lo lindo) o el dolor compartido con su hermano pequeño.
Hacer el bien es una colección de historias que se leen como una novela. Son cuentos terribles y gloriosos con un hilo conductor (mayormente: Alby y su familia, perdiendo los papeles allá en el vasto mundo), llenos de ternura, puñetazos en la sien, momentos de inmensa belleza y recuerdos de lo más putrefactos. Hay humor pero es bien negruzco, como el de Algo ha pasado, de Joseph Heller. Hay hermosura pero nada cursi ni melindrosa. Está escrito con pelotas, sin melodrama gratuito ni autocompasión ni ese estoyloquismo víctima y solemne del que hacen gala algunas abazofiadas obras de la primera persona reciente.
Lo que le sucede a Alby es “todo lateral, nada vertical”. Las cosas no parecen mejorar de forma tremenda, pero hay fulgurantes instantes de iluminación, de cariño e incluso ocasional redención. A pesar de los curros infames, los tranquilizantes que Alby engulle como gominolas, las borracheras cataclísmicas, las pajas y la nostalgia. Hay gatos, perros, pájaros y pulgas. Hay rabia corrosiva y violencia insensata. Soledad y desorientación. Tíos gilipollas y tíos guays. Patios llenos de malas hierbas y lanchas descuidadas, novias pésimas y aburrimiento y cáncer de color marrón y un montón de drogas. Birra barata y lagos congelados, “esa combinación idónea de miedo y ausencia de miedo”, basura y círculos concéntricos de gasóleo en el muelle. Ansia de partir caras (“mi mal genio es como una inclemente oleada de armamento”) y terror abyecto. Al futuro y al pasado.
Un trozo favorito de los muchos que tengo: “Ya tenía edad suficiente para empezar a tener entradas (sin salida) en el pelo y algún que otro problema de polla. Mi madre se había muerto, mi padre estaba hecho un lío, yo llevaba desde los diecinueve años sin dormir ni cagar en condiciones, y al parecer todo aquello había pasado de la noche a la mañana. Era joven y, zas, luego ya no lo era. Y con todo el tiempo libre que tenía para estar repantigado en el muelle, no podía evitar pasarle revista a toda mi vida de vez en cuando y pensar “¿esto es todo? ¿Ocho dólares la hora y siempre con sueño? ¿No me convendría ingresar en la Marina o algo así?”. Y no porque me creyera todos los eslóganes de mongolo que repiten en los anuncios de reclutamiento, sino solo porque pensé que acabaría siendo un tío con un seguro de salud al que se le daba bien hacer flexiones. Y desde mi silla del muelle, eso parecía un avance. Casi cualquier cosa lo parecía”.
Este es uno de los libros más vivos y potentes y tremebundos e increíbles que he leído. Este es un libro perfecto. Este libro es la monda lironda. Favorito TOTAL. Si no les gusta les juro que les meto un puñetazo en la sien. Kiko Amat
Hacer el bien
Matt Sumell
Turner Libros
Trad. de Ismael Attrache
271 págs.