
En música pop, hallar el álbum desaparecido de una banda extinta es tan improbable como la segunda venida del Mesías. Convertido en Minion cíclope. Esas cosas, simplemente, no suceden. Pero ojo: en literatura sí. Por norma general suelen ser las primeras novelas inéditas de autores pre-fama (Summer crossing de Capote, The sea is my brother de Kerouac, etc.). Más raro es hallar la obra inconclusa de un autor adulto. Esto ha sucedido con Los viernes en Enrico’s, de Don Carpenter. Carpenter, uno de los grandes autores de la Costa Oeste americana, amigo de Richard Brautigan pero heredero de la voz dura y limpia de John O’Hara o Richard Yates, nos había legado algunas novelas memorables: Dura la lluvia que cae (su cima), La promoción del 49, A couple of comedians… Veinte años después de su muerte, Los viernes en Enrico’s (escrita en 1993) saca la cabeza de su cajón, y se le encarga al escritor neoyorquino Jonathan Lethem –fan de Carpenter- pulir la novela para su publicación. Un faenón que, como nos cuenta Lethem, resultó más sencillo de lo esperado.
Me encantaría que nos explicaras cómo llegaste a la obra de Don Carpenter. Según tengo entendido, en aquella época trabajabas en una librería.
Sí. Trabajaba en una librería en Berkeley, California, y trataba de hacer algo que aún sigo practicando, que es leer por defecto todos los libros olvidados que cayesen en mis manos. Y entonces topé con A couple of comedians, que llevaba una cita de portada de Norman Mailer. Aunque odio admitir que las citas de portada tienen algún sentido (porque siempre me he negado a escribirlas), la de aquel libro sí lo tenía. La novela seguía en las estanterías porque nadie quería comprarla, y aún así parecía poseer un montón de cualidades intrigantes. La llevé a casa y la devoré. Era Dura la lluvia que cae. Fantástico libro. Había otra librería en la ciudad llamada Serendipity Booksellers, y era el tipo de sitio que lo tenía todo. Así que fui a la competencia y me llevé todo lo que tenían de Don Carpenter, incluso una copia autografiada por él mismo. Me costaron muy poca pasta, porque nadie estaba interesado en ellos. A partir de aquel momento nunca encontré nada de Carpenter que no me gustara, y los leí todos. Dura la lluvia que cae se convirtió en un libro totémico para mí, y representó una enorme influencia en La fortaleza de la soledad. El personaje blanco y el negro, la cárcel, los elementos de romance homoerótico entre personajes que en su vida cotidiana no se habrían considerado gays… Todo ello me ayudó a diseñar un libro tan complicado, y con tantos puntos de vista (porque Carpenter también utiliza un montón de puntos de vista), como La fortaleza de la soledad. Dura la lluvia que cae es una de las grandes novelas americanas. Y junto a En el patio, de Malcolm Braly, es una de las dos grandes novelas carcelarias americanas. Dos novelas tradicionales que utilizan el escenario penitenciario de forma idónea.
¿Vivía aún Don Carpenter cuando sucedió todo esto?
Sí, y no solo eso. Vivía muy cerca de mi calle. Si llego a ser algo más listo podría habérmelas ingeniado a través de amigos o conocidos para que alguien me lo presentara. En lugar de eso, fantaseé con que un día me personaba en su casa, o le llamaba por teléfono. Yo acababa de empezar a escribir. Había publicado un par de relatos cortos, y no creía que pudiese ir por ahí llamando a cualquier escritor interesante para hacerle un montón de preguntas. Era solo un librero. Al final nunca fui a verle, y un día de 1995 me topé con su obituario. Perdí mi oportunidad de visitarle en su casa alguna vez. No sé si se habría mostrado receptivo, o desinteresado, o qué. Hacia aquella última época él estaba bastante enfermo. Asimismo, he hablado con gente que le conocía bien, como Anne Lamott, que era una gran amiga suya y le cuidó en las últimas fases de su dolencia, y me dijo que debería haber ido a hablar con él. Que le habría encantado conversar conmigo sobre las razones por las que me gustaba su trabajo. Que era un hombre gregario, ocasionalmente excéntrico; misántropo, sí, pero a quien también le gustaba estar con gente [ríe]. Y charlar de cualquier cosa.
¿Era Carpenter un tipo dañado, un alma torturada por su pasado o circunstancia? No sé por qué tiendo a verle así. Quizás por su suicidio.
A mí no me lo parece, por lo que he ido deduciendo. Le cayeron unos cuantos golpes duros, porque la vida siempre te los da, y desde luego hacia el final de su vida sí era un hombre dañado por su deterioro físico. No se trataba de cáncer, sino algún otro tipo de enfermedad sistémica; algo cardiovascular, y también tenía estropeados los intestinos. En lo emocional, Carpenter había sufrido sus desengaños, y se había divorciado de forma traumática. Creo que se consideraba muy sofisticado, pero en realidad era una persona muy naíf, al menos en cómo veía el mundo. Lo explica todo en un libro honesto hasta el desespero llamado Getting off. Es novela, pero también es una confesión sobre lo desamparado que se sintió cuando se divorció. Comparado con muchos otros sujetos de su generación, Carpenter no poseía el tipo de vanidad que hace que te sientas frustrado por cómo se recibe lo que publicas, y todo eso. Por ejemplo, Richard Brautigan -buen amigo suyo- flipaba con la idea del Gran Novelista Americano, y de hecho saboreó brevemente el título, pero de repente se le arrancó aquello de las manos, y eso acabó matándole. Brautigan sí era una alma torturada. Solo vivía para su audiencia. Carpenter, por el contrario, aunque quería tener éxito, y probablemente se sintió algo decepcionado por las ventas y estatus que alcanzaban algunas de sus obras, poseía una humanidad y un sentido de su propio destino que le hacía interesarse por la vida y la gente, sin más. Estaba equipado para sobrevivir a lo de ser un escritor desconocido. A Brautigan le destruyó la desintegración de su propia reputación. Y por añadidura, Carpenter no vivía engañado por imágenes románticas de la vida, veía a través de ellas de un modo muy natural, y por tanto poseía una gran sabiduría. Y esa sabiduría le ayudó a sobrevivir. Por todo ello no veo a Carpenter como a una persona dañada, pero insisto en que hablo desde el punto de vista de alguien que no le conoció personalmente. Todo esto lo deduzco de su obra, y de algunas conversaciones que he tenido con amigos suyos, y de las pocas entrevistas con él que existen.
En el prólogo para Dura la lluvia que cae George Pelecanos argumentaba que lo que más le impresionó de Carpenter era la autoridad que parecía poseer su voz.
Sí. Su estilo es muy preciso, pero no recargado. No tiene ese deseo de agradar que uno encuentra en muchos escritores. Su prosa es siempre efectiva, y siempre cumple un propósito. Imprime una huella reconocible a su paso, y la frase se dirige hacia su meta siguiendo esas huellas. Tiene un destino, y modestia, y gracia. Tiene un objetivo limpio y claro cada vez que empieza. Yo lo definiría así. También es capaz de ponerse sofisticado cuando la ocasión lo exige. Uno de sus libros, Blade of light, está escrito en un estilo muy adornado, a lo Faulkner. Se le intuye algo incómodo escribiendo así, pero puede hacerlo. En A couple of comedians, o Dura la lluvia que cae, a veces va en busca de algo más lírico, pero hacia la época de Los viernes en Enrico’s ya había renunciado a ello. Había decidido que quería un estilo sin adornos.
Forense, casi. Forense con emoción.
Forense es un buen adjetivo, sí. Lo clava todo a la página con eficacia, emoción y gracia. Nunca malgasta aliento, nunca alardea de su prosa. De hecho, podríamos decir que se le nota ansioso por no escribir nada que pueda sonar demasiado literario.
Carpenter posee el equilibrio perfecto entre economía de estilo y abundancia de emoción. Edward Bunker, por ejemplo, escribe demasiado frío y cortante a veces. Se pasa de escueto, le falta emoción, cosa que nunca le sucede a Carpenter.
Ya. Bunker posee ese estoicismo típico de los viejos reclusos. Es un tío tan duro, tuvo que endurecerse tanto para sobrevivir, que a veces resulta un poco robótico [ríe].
Yo acostumbro a sospechar de los libros que solo hablan de escritores o de novelas (sigo el viejo mandato de Vonnegut: «La literatura no debería tener la cabeza metida en su propio culo») pero Enrico’s es distinto. Habla de escritores y del mundo literario desde una perspectiva humana.
Creo que esa es la clave del libro, sí. Habla de todo ese mundo sin ninguna visión romántica. Ve la profesión como algo inflamado, como una decisión laboral estrafalaria, una opción de vida extraña [ríe]. No puedes dejar de escribir, pero eso solo va a llevarte a experimentar diversas sensaciones de desgracia, confusión o ambivalencia. Es una vida dura; como cualquier otra.
Hablas de la rivalidad entre escritores de la Costa Este y Oeste de los Estados Unidos. He charlado del tema con Richard Price (puro Costa Este), y él tiende a hablar de gente como Ken Kesey, por ejemplo, con cierta condescendencia. Como si fuesen novelas «universitarias» o «de los 60’s», nada más. ¿Te parece que a Carpenter le ha caído también ese sambenito?
De un modo muy superficial, supongo que si te fijas en la firma generacional de las tres figuras prominentes del Oeste 60’s -Kesey, Brautigan y Kerouac, los tres del norte de California-, o si piensas en los poetas beat, acabas decidiendo que todo es muy romántico, o inmaduro, y que tiene que ver con una cierta adolescencia dilatada [ríe]. Hay grandeza en esos autores, sin duda, pero en general podría decirse que los escritores de los sesenta -incluyendo a algunos de la Costa Este- son la generación rocanrolera. Pero Carpenter, como sabemos, no es para nada así. Es un escritor inmaculado y muy adulto, más parecido a Richard Yates, que es anterior a él. Es un viejo en el cuerpo de un joven, incluso cuando escribe en la voz de un joven. Pero para ver esto uno tiene que leerle. Si solo le juzgamos por la gente con la que se relacionaba, o la generación a la que muy por encima se le puede conectar, podrías pensar «bah, seguro que es uno de esos beats de San Francisco. Un hippie». Pero Carpenter no era nada hippie. Eso no era lo que él buscaba hacer.
Hablando de adultos y de hippies. Ferlinghetti decía que el mayor problema de Richard Brautigan era que nunca había dejado de ser un niño.
No. Pero su mundo es mágico, y eso es algo que apreciamos cuando lo hallamos. Un cineasta como Wes Anderson o un disco de Donovan quizás te ofrezcan una experiencia sencilla, pero te están transportando a un mundo de sueños. Algunos escritores despiertan un cierto apetito por la sabiduría y la experiencia, y eso es algo que Brautigan nunca pudo proporcionar. No estaba en su menú.
Los cameos de Brautigan en Enrico’s son muy mundanos. Aparenta ser un tío convencional, cuando en realidad estaba como una chota.
Creo que Carpenter intenta decirnos que todos esos escritores eran solo una panda de tíos sentados en un bar, tomándose una copa. El primer instinto de Carpenter es siempre la desmitificación de las cosas. Y eso, para un tío del Oeste americano en plenos años sesenta, era algo muy jodido. Porque había mitos a porrillo [ríe]. Y creo que cuando Carpenter nos pinta a Brautigan, lo que quiere decirnos es: fuese lo que fuese lo que él pensara de sí mismo, y fuese cual fuese la imagen que sus fans tenían de él, Brautigan también era un tío entrado en años que se tomaba sus cervezas con nosotros. Y un escritor que hablaba de cosas aburridas de su trabajo. Es como la foto aquella de Samuel Beckett en traje de baño, con su toalla y sandalias. La primera reacción es «¡Oh, no, Beckett nunca iba a la playa!». Pues claro que iba. Puedes preferir el mito que te dé la gana, pero por otro lado está la vida humana. Los lectores anhelan que los autores vivan en un estado perpetuamente exaltado, pero incluso tipos tan excéntricos como Brautigan pasaban la mayor parte de su tiempo realizando actividades cotidianas. La gente está hambrienta de grupos generacionales y de escenas, pero la amistad de Brautigan y Carpenter se sostenía en que ambos eran escritores que escribían. Su obra no tiene ninguna relación, aunque sin duda apreciaban el trabajo del otro, y lo que les hacía almas gemelas era ser colegas de faena. Estar en el mismo gremio, y compartir los agravios respecto a la industria editorial que comparten todos los escritores. Así que eran colegas de un modo casi obrero. Tenían el mismo trabajo diario, y les gustaba hablar de ello.
Un inciso: Brautigan es y será siempre un escritor maldito. Da igual que Murakami, Jarvis Cocker o Neil Gaiman hablen de él. En España nunca vende más de un par de millares (siendo muy optimista).
El tiempo de Brautigan ha pasado. Lo suyo fue pura suerte. Ser ese tipo mágico de escritor, y aparecer en mitad de los sesenta… En aquella época, con todo el flower power y Sgt Pepper’s, parecía que lo que decía Brautigan tenía una profundidad incomparable. Parecía de veras una de las Grandes Voces Americanas. Y vendió en consecuencia. Y eso lo destrozó, porque por supuesto en un par de años se vio que no era una Gran Voz Americana. La fantasía dejó de funcionar. Brautigan, fuera de su tiempo, nunca va a ser para todo el mundo. Es para un cierto tipo de lector muy particular. ¿Por qué Nick Drake nunca va ser tan famoso como Bob Dylan? Mira, es Nick Drake. Es perfecto, pero es algo muy especial.
Yo a Don Carpenter le veo como a John O’Hara, incluso como a Raymond Chandler y los escritores hard boiled de los 40’s y 50’s. Escritores duros y concisos con un estilo nada florido o verboso.
Es una buena comparación, pero añadiría que incluso Chandler parece romántico si le comparas con Carpenter. Una comparación incluso más adecuada sería Ross Macdonald. Solo Macdonald utiliza el paisaje de la región con tanta integridad e interés persistente como Carpenter. Una de las mejores cosas de Carpenter es que habla con autoridad de San Francisco, de Berkeley, de Portland, de la región de la marihuana, del condado humilde del noroeste… Habla de esos lugares con una enorme implicación. Cuando habla de ellos, siempre acierta. Lo mismo que Macdonald.

La peña en Enrico’s. Carpenter y Brautigan petándose, en el centro.
A couple of comedians habla de escritores prometedores perdidos en Hollywood, al estilo Barton Fink. El propio Carpenter fue a ganarse las habichuelas allí. ¿Cómo le sentó?
Solo puedo deducirlo por lo que cuentan sus novelas, pero por lo que parece sufrió el desencanto genérico que padecen los escritores que realizan ese periplo. Por otro lado, firmó una película genial: Payday (1973). Un filme espléndido, y muy característico de Carpenter. James Salter, un caso similar, también tuvo experiencias amargas en Hollywood, y allí escribió también un guión: Downhill racer, que es un Salter perfecto y típico de él. Todo el mundo sabe lo que les sucede a los escritores en Hollywood. Es como una máquina del millón: pones tu moneda, y les arreas a los flippers un rato, y unas cuantas coses se iluminan a lo largo del proceso, pero el destino de la bola es acabar en el agujero [ríe]. Si metes la moneda en la máquina, ese va a ser el resultado. Pero si de ello al menos sacas una película que puede ostentar tu nombre con orgullo… Carpenter debió, o debería estar, muy orgulloso de Payday. Es una buena película, y encima debió pagar algunas de sus facturas.
Los personajes de Enrico’s también acaban realizando cosas que no eran su intención original: uno no tiene más remedio que escribir novelitas pulp, Charlie Monel se marcha a Hollywood…
Charlie lo intenta, sí. Es quien se marcha hacia allí con su gran novela bélica bajo el brazo. Todos ellos reciben dinero de los filmes, es parte de sus vidas. Una apreciación: nadie me ha sabido confirmar lo que voy a decirte, pero creo que el personaje de Stan Winger -que empieza como delincuente, y acaba escribiendo entre rejas- está basado en el mismo Malcolm Braly. No tengo forma de averiguar si Carpenter conocía a Braly o pensaba en él lo más mínimo, pero la conexión se antoja plausible. Volviendo a la conexión Hollywood, Los viernes en Enrico’s dice algo que me parece muy real (y que creo que Carpenter deseaba que supiésemos) y es que incluso si Hollywood te está jodiendo, la cosa acaba gustándote. Porque conoces a gente inteligente e interesante, incluso si se trata de gente de quien no te puedes fiar. Y disfrutas de esos encuentros. Suena bastante deshonesto cuando los escritores condenan Hollywood, y dicen que les «utilizaron» o ningunearon, cuando todo el mundo sabe que Hollywood está habitado por gente horrible. Lo que es muy confuso e interesante es que también vive allí mucha gente maravillosa, que a la vez es la que se dedica a putear a los escritores [carcajada]. Te das cuenta de ello leyendo Los viernes en Enrico’s: a Charlie le cae muy bien su contacto en la industria. Hay una escena, cuando el tío le compra a Charlie un horno para su nueva casa, que está llena de ternura y contacto humano.
Me chifla ese trozo. Suben el horno a la casa los dos juntos, como hombres.
Claro. Y sueltan juramentos, y sudan, y se ríen. Y aunque el escritor sabe que todo lo que está escribiendo -lo mejor que ha escrito en su vida- va a ser en balde, y que la culpa es del fulano que le está ayudando a subir el horno, está disfrutando de la experiencia. Porque el contacto que ambos tienen es sincero, aunque suene extraño. Porque Hollywood es una trampa peligrosa, pero en ella conoces a gente que te encanta. De un modo perverso, quizás.
Carpenter es un escritor muy masculino que asimismo retrata de fábula a sus personajes femeninos.
Sin duda. Y es muy realista, en el sentido de que sus personajes femeninos a menudo sufren un destino terrible en manos de personajes masculinos. Pero hay varias maneras de escribir bien sobre mujeres en el siglo XX. Si crees que la única manera de hacerlo bien es pintándolas como triunfadoras, superando su circunstancia y realidad social, entonces te parecerá que el retrato que hace Carpenter resulta muy insuficiente [ríe]. Porque allí nunca triunfan. Están atrapadas en este mundo. Pero si crees que tu trabajo consiste en decir la verdad sobre lo que ves, y sobre las experiencias y emociones de las mujeres, entonces Carpenter lo hace de fábula.
Jim Dodge decía que algunos escritores tienen que escribir, y que otros solo escriben. Tú citas a Carpenter diciendo que «si pudiera expresar mis puntos de vista sobre el universo sin escribir ficción, lo haría». No sé si eso es algo que tú opinas también.
Yo no podría dejar de escribir novelas. Podría dejar todo lo demás: los ensayos, las entrevistas, incluso publicar. pero no podría dejar de escribir novelas. Soy adicto a traducir mi mundo en un mundo duplicado. Necesito estar en ambos a la vez. Y creo que a Carpenter le sucedía lo mismo. No le preocupaba nada más, ni le interesaba otro medio o disciplina. Existen unos cuantos buenos relatos cortos con su firma, pero él era un novelista puro.
Las novelas te permiten pintar un ámbito más amplio, quizás. Un mundo más vasto.
Sí. desde luego existen muchos cronistas o escritores de cuentos o lo que sea que te permiten acceder a un mundo inmenso. Puedes ver la inmensidad de ese mundo en la acumulación de sus escritos. Pero para mí la novela es la herramienta suprema, y digo esto como lector y escritor. Es la que está más cerca de ese espacio que separa la vida y el arte. Eso es lo que hace la novela: construir un puente entre vida y arte.
Carpenter ponía algo de sí mismo en cada personaje.
Por supuesto. Y eso es lo que da vida a sus personajes. Es como electricidad que anima a los cuerpos. Pero irónicamente cuando leemos a un ensayista o a alguien que escribe autobiográficamente, como Frederick Exley, queremos llamarlo novelista. Aunque solo escriba la pura verdad. Porque lo suyo se lee como una novela. Ese es el paradigma.
Que existe un universo coherente y sólido detrás.
Sí. Y no nos importa si ese universo es verídico o no. O medio real. Siempre es algo que está a medio camino. Los veraces están llenos de mentiras, y los mentirosos están llenos de verdad camuflada.
Al propio Carpenter le preguntaron en una entrevista cuál era la experiencia carcelaria que había vivido para escribir Dura la lluvia que cae, y respondió que había pasado una noche en el calabozo.
[ríe] Cierto, cierto. Es un momento fantástico de la entrevista. Eso es todo lo que él necesitaba. Y encima lo define de un modo descacharrante. Que le arrestaron por «merodear sin propósito aparente» [carcajada].
Carpenter no era un hombre de trabajo de campo, como podría ser Richard Price. Estaba todo en su cabeza.
No, claro. Él nunca construía sus libros de ese modo, ni iba por ahí acompañando a policías ni nada de eso. Carpenter escribe sobre un mundo que percibe, el mundo que él interpreta a partir de sus sentidos y de lo que recibe empíricamente. Y se coloca en cada personaje, y los mezcla con gente que ha visto, o que le ha interesado… Es mucho más instintivo en sus procesos. Richard Price es inusual en lo muy deliberado que es el trabajo sociológico de las novelas de su segunda etapa. Supongo que eso le viene de intentar conectar su vida a la vida de New York, y queriendo comprenderla de un modo sociológico. Carpenter nunca desarrolló ese tipo de responsabilidad o ambición de ser comprendido como documentalista social. Cuando sucede algo así en sus libros es solo por accidente. Porque está explicando historias de humanos que para él son importantes.
Una última pregunta: si a mi me pasaran la novela inconclusa de John Fante para editarla y terminarla, procedería de inmediato a mancharme los calzoncillos. ¿Qué sentiste tú cuando te sucedió precisamente eso con Don Carpenter, uno de tus autores favoritos?
Cuando me hicieron llegar el manuscrito, el plan inicial no era que lo terminara. Se trataba solo de leerlo y ayudar a decidir si el libro podía ser rescatado. Dar una opinión. Así que la única presión fue la que yo me creé a mí mismo [ríe]. Cuando empecé a leerlo lo pasé bien; se me olvidó que era una obra inconclusa, pues aquello se leía como un mundo completo y una visión completa. También vi que era uno de sus mejores libros, acabado o no. Incluso con los pequeños vacíos estructurales que existían. Además (y la gente no me cree cuando digo esto) tenía el final. El final que has leído en este libro es el final que él escribió. No lo inventé yo. Cuando al fin se me ofreció pulirlo un poco para su publicación supe que la gente acabaría dándome más crédito por acabarlo del que merecía. Porque a fin de cuentas yo hice lo que cualquier buen editor debería hacer siempre. Solo en dos o tres ocasiones tuve que hacer de escritor y construir un puente de un pedazo de Carpenter a otro pedazo de Carpenter. No fue muy difícil, porque ya estaba inmerso en un libro completo y persuasivo y casi perfecto. Lo duro hubiese sido tener que inventar un final para el libro de otro. Yo solo quité alguna repetición, y escribí cuatro o cinco páginas; en total.
Pues no se nota. Supongo que esto será el mayor cumplido que puede hacérsete.
Claro. Conseguí replicar su voz donde hacía falta. Creo que me salió bastante bien.
¿Ponemos a Enrico’s justo después del #1 de Dura la lluvia que cae o en tu opinión lo ha desbancado?
Siempre estoy dispuesto a jugar el juego de los rankings. Yo aún pondría Dura la lluvia que cae como su gran triunfo. Justo después, si tuviésemos que colocar a los que son su segundo mejor, yo establecería un triunvirato con Turnaround, A couple of comedians y Los viernes en Enrico’s. Pero el canónico sigue siendo Dura la lluvia que cae.
(Este es del director’s cut de la entrevista con Jonathan Lethem -sobre Don Carpenter y su Los viernes en Enrico’s– que el suplemento Babelia de El País publicó el 3 de octubre del 2015. Para leer la versión en papel, clickeen vigorosamente aquí)