Pánico al amanecer / Despertar a l’infern (Kenneth Cook, con prólogo de Kiko Amat)

Novedad imprescindible en sus librerías predilectas. Una novela que me FLIPA espantosamente, y que acaba de ser traducida al castellano y al catalán, por Sajalín y Males Herbes. Me refiero naturalmente a Pánico al amanecer / Despertar a l’infern (Wake in fright, 1961), del australiano Kenneth Cook.

Los editores de ambas editoriales, sabiendo de mi extrema fanidad por el libro, me encargaron un prólogo/aval inmortal a dos lenguas, que titulé «Descarrilado en el outback«, y que en castellano empieza de este modo tan prometedor:

«1. Hace poco leí una novela cuyo clímax parecía ser la visita de pleitesía que un poeta joven le dedicaba a un poeta venerable (el poeta venerable no le salía a abrir en pelotas, cosa que hubiese aumentado dramáticamente mi interés en la historia). Aquel hecho me llevó a ponderar la sobrerepresentación de algunos temas en literatura. Hoy en día, es innegable, se escribe demasiado sobre la escritura. El mundo editorial anglófono ha celebrado en los últimos años la publicación de no una, sino varias novelas centradas en Henry James, un hecho que ya sería difícilmente justificable si el autor hubiese vivido como Keith Moon, John Holmes y Escipión El Africano, juntos. Huelga decir que no fue así. Los peores peligros a los que se enfrentó James a lo largo de su carrera fueron las hemorroides y la famosa sequía de tinta de 1886.

Me resulta difícil comprender, así, por qué tantos novelistas, teniendo un mundo de experiencia humana a su disposición, optan por plasmar la insulsa vida de su gremio (Jack London o Herman Melville no cuentan). En mi opinión, este estado de las cosas representa un trágico fracaso de la imaginación, así como un desperdicio inmoral de las posibilidades de la narrativa. Es como si Charles Darwin, tras recorrerse el globo observando anomalías evolutivas en su hábitat natural, hubiese decidido dedicar el resto de su obra a escribir sobre papel de pared.

Dovlátov aducía que el exotismo del material biográfico era un estímulo literario de importancia, y lo mismo podría decirse del exotismo paisajístico. Algunos contextos y escenarios no dejan de aparecer en novelas, y están más masticados, digeridos y excretados que el skyline de Nueva York (cliché fotográfico por excelencia), mientras que otros aparecen raramente, o jamás. Y aunque es cierto que “lo que llamamos originalidad y descubrimiento no suelen ser más que las ínfulas y delusiones de nuestra inocencia, ignorancia y arrogancia”, como afirmaba Nick Tosches[1], resulta indiscutible que algunos temas y lugares literarios están menos andados que otros. Algunos no lo están en absoluto.

Pánico al amanecer, una oscura novela de 1961 que transcurre en la inmensidad baldía del Outback[2] australiano, por cuya historia transitan canguros torpes, policías borrachos y lugareños violentos, por no mencionar a un protagonista condenable, empieza de la mejor manera posible: situándose fuera del lugar común y el trasfondo cómodo. Pero no se trata solo de eso, como el lector comprobará en breve. Pánico al amanecer es, además, una novela llena de vigor, amenaza y acción, que gracias a su prosa engañosamente simple se lee de una tacada y deja una huella imborrable.

Lo de imborrable no es un atributo baladí. Muchas novelas pasan a través de nosotros como ventosidades. Si trato de conjurar algún recuerdo de Campos de Londres, por decir solo una, lo único que me viene a la mente es que transcurría en Londres (espero). Algo así sería del todo imposible con Pánico al amanecer, una novela única, casi género en sí misma, cuya trama y pasajes más terribles se quedan impresos en la mente del lector para el resto de su vida, igual que si fuesen tatuajes.»


[1] En su espléndido Country; the twisted roots of rock’n’roll (1977).

[2] El interior remoto y semiárido de Australia, también llamado Never-Never. Ocupa el 81% del continente, y está mayormente deshabitado.

Cosas Que Leo #51: WAKE IN FRIGHT, Kenneth Cook

“Two beers slowed down the benzedrine-inspired drumming in his body.

Three beers and his head was clearing, and then came the need for a cigarette.

‘Anybody got a cigarette?’

‘Sorry, I don’t smoke,’ said Joe.

‘Nor do I,’ said Dick.

Tydon took out his pouch and handed it to Grant.

Grant wished he hadn’t raised the question; he would give up smoking rather than ask Tydon for another cigarette, or anything else. He hated Tydon, he realised, with a clear, hard hatred.

Still, the tobacco was good.

Joe said to the publican:‘Give us a packet of Craven A, mate.’

The publican handed the cigarettes to Joe and Joe slapped them on the bar in front of Grant.

‘Here y’are, mate. I used to smoke, I know what it’s like to be without ’em.’

‘Look, really—thanks very much, but…I mean…’ Grant laughed foolishly.

‘Take ’em, John. Go on, mate, a few bob’s nothing to me.’

‘But I…’ but what could he do? ‘Well, thanks very much.’

‘Forget it.’

Tydon did not make any attempt to buy beer, and it did not seem to enter the miners’ heads that he should. They took it in turns to order the rounds of four.

Four beers and a man’s troubles appear not as grave as they did before he had one beer. But a man could still rather regret that he had no money, and a man could feel sick at being given a packet of cigarettes.

Grant made a fairly serious attempt to buy the fifth round, but Joe, helped by Dick this time, brushed him aside.

‘Well, I’ll tell you what—as soon as I get some money you must let me take you on a bash.’That sounded banal even as he said it.

‘That’s all right, John, don’t worry about it.’

Five beers and a man begins to rather like his companions, except for Tydon.Tydon was a rat of the first water. It was remarkable that two men like the miners would associate with him.With all their faults they were men, and Tydon was a twisted, revolting creature.

 ‘Have you always been a miner, Joe?’

‘No, John, only since the war. Me and Dick drifted in here together and liked it, so we stuck.’

‘What did you do before the war?’

‘Boxed.’

‘Boxed?’

‘Yeah, boxed.’

‘You mean fought professionally?’

‘Yeah. Can’t you see our noses been broken?’

‘No. I hadn’t noticed.’

‘Well they have, both of them.’

Joe and Dick were so alike to Grant that he kept confusing them. They corrected him gently and good-humouredly.

‘No, I’m Dick.’

‘No, he’s Joe.’

‘You know, I used to do a bit of boxing.’

‘Did you, eh, John? Pro?’

‘Oh no, just amateur.’

‘What class?’

‘Welter—it was a few years ago, mind you.’

‘We were light-heavy. It’s a mug’s game though, bein’ a pro.’

Seven or eight or nine beers and a man is in control of himself and his destiny, no matter how bad a hangover he had when he woke up.

To round things off Joe and Dick and Tydon had a double whisky followed quickly by another beer. Grant baulked at this, but he had a final beer, to keep them company.

Then Joe—or was it Dick?—bought a couple of dozen bottles of beer and two bottles of whisky.

‘We might need a drink before we finish.’

And so they went out into the night to shoot.”

Wake in fright

KENNETH COOK

Text Publishing, 2009 (publicado originalmente en 1961)

212 págs.

**** Este libro es una relectura. Wake in fright es un favorito personal, podría haberlo releido por gusto pero lo hice porque dos editoriales me encargaron un prólogo para la traducción, que se publicará en breve en castellano y catalán. Cuando estén disponibles en librerías se lo recomendaré con gran vehemencia.