Mis 10 para el Sant Jordi 2019

Resultat d'imatges de retrato futbolista adolescente1) Retrato del futbolista adolescente, Valentín Roma (Periférica)

“En mi familia tener “mundo interior” se considera un vicio característico de los ricos, una lacra que afecta, esencialmente, a las personas adineradas. Nadie cree en epifanías ni en revelaciones, en misterios que enaltecen ni en el valor de lo inefable. Me parece que nunca he oído a nadie pronunciar la palabra destino o cualquier otro término que pertenezca a este campo semántico”.

Mi libro favorito español del 2019, hasta la fecha y sin posibilidad de discusión. Una memoria juvenil (vagamente velada) confeccionada con rabia de clase, familia, deporte, extrarradio, humor tristísimo, desclasamiento, patetismo adolescente y alienación. Con un lenguaje simplemente sensacional y un ámbito y una hondura tremendos, me emocionó y me hizo reír (risa acerba con náusea) en cada página. Ultra-recomendable (y no recuerda en absoluto a James Joyce; no huyan a las colinas).

Resultat d'imatges de iluminada mary karr2) Iluminada, Mary Karr (Periférica & Errata Naturae)

“Sam se acarició los bordes del denso bigote con dos dedos, como un diminuto emperador chino a punto de firmar una sentencia de muerte. No estamos hechos para regodearnos en el placer, apuntó. El placer es el asesino de la alegría. Hizo una pausa para escupir en el jarrillo. Dijo: yo veo más allá del presente, el momento en que esas olas estarán hechas de sangre. ¿me crees?”

Imprescindible secuela de la trilogía memorística que empezó con el insuperable El club de los mentirosos (uno de mis libros favoritos). Esta parte, la tercera (en medio de las dos está Cherry, aún por traducir), se concentra en alcoholismo, iluminación religiosa y métodos para superar una infancia de mierda. Humor amargote, clase social a porrillo, contrafobia, resacazos y una madre aún loca, pero menos. Brillante.

Resultat d'imatges de hogar eterno william gay3) El hogar eterno, William Gay (Dirty Works)

“A la mujer no la conocía tanto. Era una Hines y, al igual que a los demás miembros de aquella particular familia, Oliver la encontraba arisca y excesivamente práctica. No mostraba el menor interés por nada que sucediera en las páginas de un libro, en la radio, en Francia o en Washington DC. nada que no fuese inmediatamente aplicable a la vida cotidiana. Si no podías comértelo, follártelo o despedazarlo para alimentar el fuego de la estufa, no era de ninguna utilidad, eso es lo que dictaminó Oliver en cierta ocasión, haciendo gala de un humor amargo”.

Memorable nueva entrega de grit lit y noir sureño por parte de la editorial que NUNCA me decepciona. Agravios que tienen que ser desagraviados, cerrilidad campestre, odio en estado puro, un personaje que “había ido adquiriendo con los años los rasgos distintivos del mal”, alambiques, putas, exconvictos, viejos sabios, huérfanos cabreados y un tremendo afán de venganza. A clasificar junto a Larry Brown, Harry Crews o Flannery O’Connor (aunque Gay escribe algo más florido, menos forense, que los mencionados; en ocasiones me recuerda a Barry Hannah).

Resultat d'imatges de esa maldita pared flako4) Esa maldita pared, Flako (Libros del K.O.) -no ficción-

“Nunca brilló tanto mi padre como cuando, después de un golpe, contaba dinero en una mesa, sin camiseta, con los tatuajes talegueros a la vista, uno en cada brazo, con mi nombre, y otro con sus iniciales, con un pañuelo rojo al cuello y con un canuto de hachís en los labios; nunca era tan feliz como cuando repartía dinero de los atracos entre familiares y amigos”

El libro del “Robin Hood de Vallecas” sube como una bala al pedestal de la crónica negra española. Flako, quien robaba bancos mediante el procedimiento del butrón (acceso por la red de cloacas + agujero en la pared) es una espectacular autobiografía proletario-delincuente llena de violencia, humor y familia. Flako evita con tino las partes más cuestionables de este tipo de libros (el arrepentimiento baboso, la jactancia gangsta, la sordidez gratuita o la magnificación del delito) para centrarse en aspectos que a menudo están ausentes en ellos: el afecto, la comicidad, la emoción o la defensa de la artesanía.

Resultat d'imatges de doppler erlend loe nórdica

5) Doppler, Erlend Loe (Nórdica)

“Aunque no veo nada que pudiera empujarme a volver. Aquí arriba, no me expongo a tratar con otros seres humanos y ellos tampoco tienen que tratar conmigo. Los demás están a salvo de mi odio, y yo de sus maneras aplicadas y sus estupideces. A mí me parece un buen acuerdo”.

Bastante antes de que Santiago Lorenzo desterrara al protagonista de Los asquerosos a los bosques, bien enojado con el mundo moderno, un autor nórdico le había retorcido la nariz al Walden de Thoreau. Se llamaba Erlend Loe, y con Doppler firmó uno de los libros más divertidos y entrañables, a la vez que malhumorados, del 2004. Entre sus páginas hallarán un bebé alce llamado Bongo, un hijo de soldado de la Wehrmacht, la construcción de un tótem, la muerte de un padre y un severo replanteamiento de la idea de felicidad. Humor huraño, alienación constructiva y el aburrimiento como camino subversivo hacia la gracia.

Resultat d'imatges de sánchez garcía llovet6) Sánchez, Esther García Llovet (Anagrama)

“Marina era una chica de San Fermín, donde la depuradora, una chavala de barrio que había salido rara. Los raros no se enteran casi nunca de que lo son hasta que alguien vuelve a decírselo y entonces se vuelven más raros todavía porque se pasan el tiempo intentando aparentar ser más normales o más pedestres pero no tienen ni idea de lo que es ser normal”.

Otro favorito español del año y forever. Esther García Llovet es de las pocas narradoras auténticamente originales del país. Escribe crudo y breve y certero, exprime cada página hasta que la convierte en zumo concentrado (puro) de narrativa. Su segunda novela solo tiene 130 páginas, por cierto; las justas y necesarias. Un libro sobre gente rara en un Madrid extrarradial y nocturno que ni da la chapa con el callejero de la capital, ni incurre en malditismo, ni es derivativo, ni pomposo, ni cursi. Un libro cortante y extraño, inquietante y paranoico, con los bordes serrados, de madrugón o extraña lucidez de amanecida, al que no le sobra una palabra.

Resultat d'imatges de helter skelter contra editorial7) Helter Skelter, Vincent Bugliosi (Contra Editorial) -no ficción-

“Había tanto silencio -diría después una de las personas que cometió los asesinatos- que casi se oía el tintineo del hielo en las cocteleras de las casas a lo lejos, cañón abajo”.

Así empieza Helter Skelter, uno de los mejores trabajos de true crime que existen. Charles Manson, la “Familia” y la serie de asesinatos que cometieron en 1969 en las colinas de Los Ángeles son tal vez la historia criminal más famosa del siglo XX. En esta saga homicida confluyen la Era de Acuario; una filosofía demente, mezcla de maturranga carcelaria, monserga hippy y distopía apocalíptico-racial; un villano enajenado y megalómano; una secta de chicas adolescentes de clase media-alta; una increíble conexión pop (Dennis Wilson, Sharon Tate, Roman Polanski…); drogas lisérgicas, armas, buggys y orgías; un juicio estilo Perry Mason (el autor del libro es el fiscal encargado del caso) y una investigación policial plagada de pifias, casualidades y asesinatos paralelos; y los crímenes en sí mismos, una cosa como de película gore de John Carpenter. Y esta edición (la primera desde 1976) lleva un fantástico prólogo de Kiko Amat. No se lo pierdan.

Resultat d'imatges de ummo eduardo bravo8) UMMO, Eduardo Bravo (Autsaider División Sesuda) -no ficción-

“Sus seguidores, sin embargo, defienden las imágens realizadas por Billy meier de los ovnis argumentando, por ejemplo, que es manco y que, con una sola mano, es imposible trucar las fotografías”.

En Willa Wanda, su anterior libro, Bravo nos habló de logias masónicas italianas, Gladio, operaciones de falsa bandera, terrorismo ultra, Brigatte Rose, Berlusconi, el banco vaticano y Licio Gelli. En Ummo hallarán platillos volantes, sectas pedófilas, nazis, sadomasoquismo, guerra fría, cloacas del Estado, tertulias falangistas y mucho más. Otro libro increíble (en el sentido etimológico de la palabra), didactiquísimo y adictivo del gran Eduardo Bravo, nuestro Jon Ronson patrio.

Resultat d'imatges de carvalho problemas de identidad9) Carvalho; problemas de identidad, Carlos Zanón (Planeta)

“Desde los ventanales del Glaciar, esa cafetería, bar, lugar de pequeñas actuaciones, situado en una esquina de la Plaça Reial, la nostalgia se extiende por mi piel como una pomada caliente. Una nostalgia de nada y por nada, de un tiempo que ni es necesario ser vivido por uno para añorarlo y, si lo viví, tampoco fue tan armónico y hermoso como este ensoñarlo ahora, dejar pasar la tarde mirando la fauna de la plaza mudando de pelaje e intenciones a medida que mengua la intensidad del sol y empieza a tiritar el alumbrado eléctrico”.

Zanón, uno de nuestros grandes, se zambulle en un encargo y sale más que airoso (incluso triunfante) del tema. Zanón puede con todo; dignificaría y elevaría incluso un remake del Groovy de José María Carrascal. Este Carvalho contiene los suficientes zanonismos (clase obrera, familia, desconfianza hacia la guayez, desafección, obsesión, mala hostia) para encandilarnos a los fans, y supongo que también ofrece la suficiente pleitesía a la fuente para no instigar una horda linchatoria de Carvalhistas bajo su ventana. Dicho esto, me proporcionó un placer casi lujurioso topar con las pequeñas blasfemias que comete el autor a la hora de redefinir a su protagonista heredado y avejentado (por ejemplo, que no pueda comer y tire a la basura los platos cocinados; siempre he odiado los libros con recetitas). Un muy buen aperitivo a su próxima novela.

Resultat d'imatges de kentucky seco sajalín

10) Kentucky seco, Chris Offut (Sajalín editores)

“Nadie de esta ladera acabó el instituto. Por aquí se valora a un hombre por sus actos, no por su supuesta inteligencia. Yo no cazo, ni pesco, ni trabajo. Los vecinos dicen que le doy demasiado al coco. Dicen que soy como mi padre y a mamá le preocupa que puedan estar en lo cierto”.

El único libro de cuentos que selecciono para este Sant Jordi es el notable primer trabajo del hombre que acabaría guionizando Treme, True blood o Weeds. Una colección de realismo redneck de los Apalaches escrita en 1992 que no tiene nada que envidiar al Knockemstiff de Donald Ray Pollock y que, como aquel, está centrado en un solo pueblo dejado de la mando de Dios. Peor aún: los personajes de Offutt ni siquiera pertenecen a un pueblo como tal. Un ano-de-mundo perdido entre las montañas a donde “nadie viene. Todo el mundo se va”. Barro, osos, ahumaderos, timbas, armas, hostias, hombres que les pegan tiros a los perros de otros hombres, estigmas no-lavables y rencillas más viejas que la tierra que los vio nacer. Con el sello de aprobación de Larry Brown.

Kiko Amat

(Esta es mi selección de favoritos personales para el Sant Jordi 2019. No vienen en particular orden de prioridad. Compartan -y compren- a placer)

Blues del delta: nacidos en el Baix

Kiko Amat explora la relación sentimental que tienen con su comarca cinco artistas originarios del Baix Llobregat: David «Beef» Rodríguez, David y José Muñoz (Estopa), Maria Guasch y Clara Segura. Pero antes analiza la suya propia, para que no se diga.

Resultat d'imatges de +BM (Barcelona Más Metropolitana)

Yo nací en el Baix Llobregat y me marché del Baix Llobregat. No suelen perdonárseme ninguna de las dos cosas. Para los urbanitas de Barcelona soy siempre sospechoso de garrulismo periférico. No importa si voy por ahí declamando a Maragall en pose de estatua de Llimona: los barceloneses me olisquean, tratando de detectar al quinqui latente que, faca en mano, se agazapa tras mi impostura condal. En mi comarca me sucede lo opuesto: soy un emigrado, uno de los que se dejaron embaucar por el dudoso encanto de “Barna”. Un traidor, en cierto modo. La responsabilidad de probar que no soy un cursi metropolitano, que aún soy de los suyos, siempre cae a mi lado de la verja. Y encima soy escritor: doble ultraje. Cuando entrevisté a David “Beef” Rodríguez, su primera frase fue “Hablas siempre del Baix, pero tú te fuiste, ¿no?”. Miré al suelo, mortificado, y mascullé un “sí” inaudible. Sí, me fui (le canté, poniéndome en pie), merecía aquello pero no lo quería, así que me fui-i-í.

Y, sin embargo, en mi niñez no quería irme nunca del Baix. Mi sangre es puro delta. El Baix Llobregat de los 70 y 80 es mi paisaje, el único que me conmueve (y tiene peso en mis novelas): torres eléctricas, cañaverales polvorientos, pinedas dejadas, solares a medio hacer; polígonos y aviones; uralita, tierra roja, malas hierbas, olor a mar y pedo industrial; aiguamolls y cementerios de coches; el parquing del Carrefour; campings, pafs musicales, bares extremeños, espiguillas en los pantalones, montes achaparrados. Una tierra inter-Media. En las memorias Otro planeta, Tracy Thorn definía así su villa natal: “era un pueblo y no era un pueblo. Rural pero no rural. Una parada en la línea, un espacio entre dos paisajes que tenían mayor pedigrí: la ciudad, y el campo. Un territorio fronterizo, un estado intermedio y accidental”. Los pueblos del Baix Llobregat sufren de la misma esquizofrenia territorial. Tuvimos mucha inmigración (pueblos extremeños enteros trasladaron su censo aquí), también turismo (aunque sospechabas que aquellos holandeses habían llegado por error), pero la duda permanece: ¿somos la comarca que la gente atraviesa?

“Si llega el metro, es Barna”, decíamos. Y a Sant Boi solo llegaban los Ferrocarriles Catalanes. La escritora Maria Guasch afirma que “los del Baix somos culturas de tren”. Un recuerdo (posiblemente apócrifo) de mi juventud: mi panda y yo, bajo la luz de una farola de la estación, bebiendo latas de cerveza, viendo como se aleja el último ferrocatas a Barcelona (y no vamos en él). El tren definía los límites. Aquel trayecto, representación física de la distancia, avivaba el incendio de nuestros anhelos: nadie ha romantizado tanto Barcelona como los habitantes del Baix. Y nadie se ha decepcionado tanto con ella como nosotros.

No recuerdo en qué momento empecé a fantasear con marcharme de Sant Boi, convertirme en un Judas del delta. Debió ser a los catorce, cuando el tumorcillo de la anglofilia había devenido metástasis incontenible. En mi descargo debo decir que al final engañé al Baix con Londres, no con Barcelona (lo cual es como decirle a la esposa que le has sido infiel, sí, pero con la Patricia Arquette de Amor a quemarropa, no con la vecina).

Da lo mismo: allá donde fui, el Baix Llobregat se vino conmigo. El hecho de marcharme solo había incrementado su hechizo. Aquel “otro lugar” avalaba mi existencia, que diría Philip Larkin. Aún me persigue. Si cierro los ojos nunca estoy en Londres o Gràcia: estoy andando calle abajo por Jaume I, un mediodía de agosto. Sant Boi está vacío, hay golondrinas en el cielo, el aire huele a menta y cemento y malas hierbas quemadas, ni un coche a la vista. Mis amigos y yo nos hemos quitado las camisetas por el bochorno, vamos bebidos y gritando “You’re wondering now”. Atrapados en el delta, en un estado emocional que mezcla la jactancia, el complejo de inferioridad y el rencor. Siempre seré de aquel lugar, y de aquel momento.

 

 DAVID “BEEF” RODRÍGUEZ (Sant Feliu de Llobregat)

Resultat d'imatges de david rodríguez músico la estrella de davidYo no soy un cantante de abstraerse. Cuento las cosas que conozco. He vivido 44 años en Sant Feliu, y hablo de mi pueblo. Al principio, en Beef, como cantaba en “wuachiwey”, no se entendía. Luego, en la promoción, sí que sacaba lo santfeliuense, para distanciarme del melanoma barcelonés. Ejercía de habitante del Baix Llobregat. Quería poner distancias. Y hacerme el interesante.

Jamás me fui del Baix Llobregat. Me quedé aquí. No me siento extraño en la comarca. Lo he pasado mal aquí, he estado deprimido, pero nunca he pensado en marcharme. Mis padres eran desertores del arado, de Ornacho, un pueblo de Badajoz. Venían de la miseria. Me inculcaron el miedo a la aventura, a largarme. Nunca me planteé nada más allá de tener un trabajo fijo. Ni siquiera irme a Barcelona. Cuando me pegué una hostia en coche en la primera gira Noise Pop me indemnizaron, y lo primero que hice fue comprarme un pisito en Sant Feliu. Siempre he sido un malcriado. Mi madre venía a limpiarme la casa. Y cuando ella dejó de venir empezó a venir mi padre.

Aquí me dejan en paz. Me siento más anónimo en Sant Feliu que si me voy al Nasti de Madrid. Eso era lo que más me gustaba de estar aquí. Yo no tenía conciencia de clase, pero veía que en mi entorno nadie tenía veleidades artísticas. Ahora vivo en Madrid, y es al revés: no conozco a nadie normal allí: todo el mundo que frecuento es artista. Eso para mí es un gran hándicap artístico y humano.

En mi pueblo yo siempre había sido la mascota. El friqui graciosillo. El rarito. Tenía fama de estar zumbado, de autista, iba por ahí con los auriculares, a mi bola… Kiko Veneno dijo que su padre siempre se había reído de él, y ahora que tenía 50 años le daba la razón. A mí me ha sucedido algo parecido. Al final, perseverando, me he ganado el respeto del pueblo. No es que les guste mi música, pero he calado, como la gota malaya.

Sant Feliu ha cambiado. No es que se haya convertido en una gran ciudad, pero antes era más gueto. De niño me atracaban cada dos por tres. Ahora veo un cierto aburguesamiento, esas gafas de pasta catalanas, ese alquitranarlo todo…

El cambio de cinturón rojo a cinturón naranja lo veo consecuente. Da pena y asco, pero va con los tiempos. Sant Feliu tenía un movimiento vecinal muy potente, cortábamos carreteras para que nos pusiesen el instituto, o el ambulatorio… Se ha pasado mucho de la gente de aquí. El “procés” los ha ignorado.

(David Rodríguez es músico. Formó parte de Bach Is Dead, Beef, Telefilme, La Bien Querida y, ahora, La Estrella de David. Acaba de publicar su último disco, Consagración)

 

ESTOPA (Cornellà)

Resultat d'imatges de estopa cornellàNuestros padres eran de un pueblo al sudeste de Badajoz. Zarzacapilla. Mucha gente de allí emigró a Cornellà, Sant Boi i L’Hospitalet. Era un pueblo pequeño, de 600 habitantes. Debieron venir todos. Al primero que vino le llamaron Juanito Barcelona. Eran como pioneros. Nuestro padre vino en 1963 con trece años. Él solo. Tenía aquí a su tío. Vivían en plan camas calientes, con familiares. Igual que los inmigrantes que vienen ahora. Nos entristece ver a gente que fue inmigrante, y ahora se queja de los nuevos. Ellos, que estuvieron doce personas en un piso de 60 metros. Supongo que es como la mili, que te putean y luego vas tú a putear.

Nuestra madre también era de Zarzacapilla. Vino a Cornellà con su madre y su hermana. Tenía quince años cuando empezó a salir con mi padre. Mis padres recuerdan aquella época con cariño, aunque fuese dura. “Había mucho trabajo”, te dicen. Claro, en el pueblo había una crisis agraria total. Señoritos que no explotaban la tierra. Un abuelo era jornalero, y el otro vendía sardinas. Arturo, se llamaba. Era tartamudo. Tuvo la primera moto del pueblo, pero no sabía pararla, así que estuvo dando vueltas a la aldea hasta que se le acabó la gasolina.

Nuestro padre llevó varios bares. David nació en el bar Nuevo, y yo [José] en el siguiente, La Española. Aprendí a dibujar allí, a jugar al ajedrez, a sumar. Me enseñaban los clientes. Se aprenden muchas cosas en el bar. Yo [David] salía del colegio a la una y me iba al bar: con mi bolsa de patatas, mi Kas naranja, y el Sport. De niños ya ayudábamos: fregando, poniendo cafés. Era como un juego. Estopa venimos de cultura de bar. Los humanos somos seres sociales. Todo lo que fomente la socialización va a ser popular, pese a sus contraindicaciones. En el Baix Llobregat hay muchos bares. Son el foro romano, el baño turco, de aquí.

A Barcelona nunca íbamos, de jóvenes. Barcelona era la periferia, para nosotros; no al revés. Íbamos a Sant Boi, a la discoteca Jardí. Como no te dejaban entrar con bambas, uno de nosotros entraba con zapatos, se los quitaba en el váter y nos los íbamos pasando. Ir a Sant Boi era una odisea: íbamos andando por la vía, o nos colábamos en los ferrocarriles. También íbamos al Amnesia, el Music Palace, el Axioma, el Tijuana. Al Daniel’s iban los “pijos”. Pijos de Cornellà, imagínate lo pijos que eran. Íbamos por ahí solos todo el día. Me sorprende que no nos pasara nada. Nos íbamos a las vías del tren y metíamos monedas y palos para que los chafara el tren al pasar.

Nuestros padres solo escuchaban rumba catalana. Era la biodramina natural que nos ponían para los viajes en coche. Cantábamos a pelo en la plaza “Maracaibo”. No nos daban de comer, nos traían Xibecas. Picaban al interfono para que bajáramos con la guitarra, y entreteníamos a los colegas. Así fuimos aprendiendo.

Nunca nos hemos querido ir del Baix Llobregat. Mi sitio está aquí [David]. No me iría a Tokyo ni a Miami. Si de jóvenes no nos íbamos ni a Horta, cómo nos vamos a ir ahora al Japón. Hay algo de pertenencia a la tierra. No es nacionalismo: es barrismo. Nuestros amigos están desperdigados entre Cornellà y Sant Boi. No nos gusta alejarnos. Nos hemos hecho un estudio en Sant Feliu para poder grabar discos sin tener que irnos a Madrid. Y eso que nos encanta Madrid. Pero no es mi casa. Mi casa es esto [David].

Nuestro cinturón rojo ahora es exrojo, o eso dicen. Los partidos se creen que todos los que les votan son de los suyos, igual que algunos grupos se creen que porque vayas a un concierto ya eres ultrafan. Que Cornellà se haya vuelto naranja no significa nada. Es un voto de protesta.

(Estopa son los hermanos David y José Rodríguez. Están preparando un nuevo álbum que conmemorará veinte años de carrera)

 

MARIA GUASCH (Begues)

Resultat d'imatges de maria guasch escriptoraCrecí en Begues, un pueblo que está alojado en un valle tras las montañas de Gavà y Castelldefels, y solo se puede acceder a él mediante una carretera con muchas curvas. Ha crecido, se ha vuelto más residencial, pero sigue siendo recóndito. Por la afluencia de veraneantes, y que la mayoría de familias viniesen de pagesia local, Begues parecía distinto.

En mi vida hay tres zonas. Mi pueblo: primera zona. El instituto en Gavà: segunda zona. A los dieciocho, Barcelona: tercera zona. Allí todo el mundo parecía encajar. Me creó una sensación de no pertenecer, echaba de menos la cosa extrarradial. Estos niveles se ven desde Begues: las curvas, Gavà, Barcelona y el mar.

Pasábamos noche tras noche mirando las luces de Barcelona. Es una imagen muy Hollywood: nuestras curvas eran Mulholland Drive. Recuerdo un compañero de clase barcelonés que, por una calle, ya no formaba parte de Horta sino de El Carmel. Su sueño era moverse una calle más allá y ser de Horta. Yo pensaba: ¡pero da igual, eres de Barcelona! En Begues mi madre revestía a los veraneantes barceloneses de un glamour que no tenían. Eran gente de clase obrera, pero solo por ser de Barcelona mi madre ya les ponía una aura “de ciudad”.

De niña la comarca me hacía soñar: ir a Barcelona significaba atravesar Gavà, Viladecans y Castelldefels. Castelldefels me parecía glamuroso, intentaba imaginar cómo serían las vidas de los compañeros de EGB que vivían allí. Pasaba en coche y veía pisos playeros muy pequeños, del desarrollismo, y envidiaba sus vidas, tan cerca del mar.

Mi universo literario sigue siendo del Baix Llobregat. Ese mundo de pueblos costeros medio abandonados pide a gritos ser narrado. Playafels en invierno es fantasmagórico. La vibración de los años setenta se ha transformado en melancolía espeluznante. Para un escritor es una mina.

En Begues, lo común es irte a vivir una época a Barcelona. No se interpreta como traición. Eso sí: todo el mundo vuelve. Yo he sido la única de mis amigos que no lo ha hecho. Eso me descasta. Me siento extraña allí, y durante mucho tiempo me sentí extraña en Barcelona. Y ahora que empiezo a sentirme en mi casa en la ciudad, algo en mí me dice que estoy cometiendo algún tipo de traición. Aun ando por Barcelona y me digo: eras de allí, pero ahora eres de aquí. Eres de los dos sitios.

Me identifico con el tren de Rodalies. Los del Baix somos cultura de tren. Pasamos media vida en el tren, atravesando la comarca. Cuando llego al destino, sea Barcelona o Begues, vuelvo a sentirme extraña, pero mientras estoy en el vagón pertenezco. El paisaje del tren de Rodalies es otra mina literaria: todas las no-zonas, la mezcla entre solares y aiguamolls, zona salvaje y naves industriales, pared con pared. El trayecto es el lugar. Somos gente de trayectos. El shock es más grande viajando de Sants a Gavà que de Sants a Madrid.

(Maria Guasch es novelista. Publicó su tercera novela, Els fills de Llacuna Park, en el año 2017)

 

CLARA SEGURA (Sant Just Desvern)

Resultat d'imatges de clara segura actriuSant Just parecía muy lejos de Barcelona, aunque está a 12 kilómetros. Mi abuela fue a parar a Sant Just porque mi tío se puso enfermo y le recomendaron que el aire de “montaña” le iría bien. Era un pueblo-pueblo. Parece no tener entidad propia porque está demasiado cerca de Barcelona, pero a la vez parece más pueblo porque, al contrario que otros del Baix, no tiene tren. Eso marca una diferencia. Lo hace más caro, los futbolistas se mudan aquí. Se ha convertido en un pueblo residencial.

En el Baix no tenemos grandes monumentos ni grandes paisajes. Las particularidades del Baix, de haberlas, hay que buscarlas en la gente. Si hablo con Jordi Évole, o con Santi Balmes [ambos del Baix] tenemos algo en común. No son infancias de Barcelona. Conocías a todo el pueblo. Aunque seamos “área metropolitana”, crecimos en un pueblo. Íbamos en bici al monte. No eras del Montseny, no te conocías todos los tipos de árboles, pero tampoco eras urbanita.

Yo soñaba con Barcelona. Viví doce años allí, y la pude conocer a fondo, para bien y para mal. No diría que me decepcionó, pero sí la encontré más pequeña de lo que había imaginado. Más manejable. Supongo que tiene que ver con la edad. Cuando eres niño vas al Zoo y te parece un mundo. Los del Baix tenemos algo con el agua, entre el río y el litoral. Somos del delta. Y así como el río va a parar al mar, los del Baix Llobregat somos arrastrados a la gran urbe. Pero nunca eres del todo de allí, como tampoco eres del todo de aquí. Hay una parte agradable en esto, porque puedes sentirte de todas partes. Vives siempre en esa eterna contradicción.

Sant Just, como otros pueblos del Baix, está sufriendo el síndrome de vivir de cara al exterior. Arreglarlo todo, poner muchas rotondas, que todo quede polit. Empiezan a haber muchas alarmas, se vive de cara adentro. Hay una parte más abierta y más cerrada: hay más gente nueva pero más recelo. También creo que es una tendencia global. Hay miedo a perder lo que tenías por ese nuevo flujo de población. Por eso ganan las derechas.

Lo del cinturón naranja lo llevé fatal. Vi que el miedo se puede utilizar de forma oportunista. Hablamos de un partido político que jamás defenderá a la gente con riesgo de exclusión social, la gente con más riesgo laboral… Me sorprende que la gente vote a alguien así. Queda mucha faena por hacer, mucha educación que dar. Se ha cultivado lo material, el ascenso social más fachenda.

En el Baix se había hallado un discurso perfecto entre catalanes y castellanos, todos éramos lo mismo y yo estoy muy orgullosa de mi bilingüismo. Pero alguien ha mezclado las cosas y se ha cargado los puentes. Lo digo por unos y por otros. La culpa no es solo del cinturón naranja. No se ha hecho bien. Hemos regresado a unas cosas que yo creía superadas. La convivencia es ejemplar, pero queda una herida interna.

(Clara Segura es actriz. La bona persona de Sezuan se representa en el TNC hasta el 17 de marzo. En abril estrena Les noies de Mossbank Road en la sala Villarroel)

Kiko Amat

(Esta pieza se publicó originalmente, y especialmente, para el suplemento +BM Barcelona Más Metropolitana, de La Vanguardia, el sábado 30 de marzo del 2019)

Il poverello: vida y milagros de San Francisco de Asís

Es el título inexacto que le he colocado a un artículo para los señores y señoras de la revista El mon d’ahir.

Pues se trata de su vida y «milagros», en efecto (las comillas son mías), pero no como los han leído en otros lugares. Hace mucho tiempo que leo sobre hagiografía (vidas de santos) y torturas a mártires, y el resultado de tanto leer ese tipo de cosas ha sido este reprensible reportaje.

Mi pieza, de gran salacidad, razonada mordacidad y desbocada comicidad, empieza de este jaez:

Resultat d'imatges de giotto san francisco de asis

«Si os aburro me decís que pare, ¿vale?»

«1. San Francisco de Asís era el santo más venerado en mi casa. Cuando digo “más” lo que quiero decir es “único”, y cuando digo “venerado”, lo que quiero decir es que teníamos un tablón para llaves con su efigie en la puerta. Un bibelot de hierro con la figura del santo en incómoda pose oratoria, y la leyenda: “San Francesco proteggi la nostra casa”. No la protegió muchísimo, que digamos, pero eso ahora no viene al caso.

San Francisco de Asís había sido designado Guardián de las Llaves del Piso porque, cuatro generaciones atrás, alguien decidió que todos los primogénitos varones de la familia seríamos ungidos con su nombre y, es de suponer, arropados en su halo. Yo fui el cuarto, y en mi carnet de identidad aún puede leerse “Francesc d’Assís”. No quise laicizarlo; no sé muy bien por qué. Tal vez porque me iba bien ser asociado a un santo cuyos atributos y valores eran el perfecto opuesto de los míos (empezando por la humildad y terminando con el perdón; lo de la pobreza sí coincidía, muy a mi pesar). Tal vez porque San Francisco de Asís fue uno de los santos más friquis de todo el tinglado, y yo empezaba a transitar esa senda.

Ustedes dirán que todos los santos eran friquis, y tendrán parte de razón. Los había bizarros, volcánicos, sicalípticos, masoquistas (casi todos), homicidas, homoeróticos, incluso andaluces. Pero San Francisco de Asís era friqui de un modo muy particular. Una especie de nerd ultramotivado y asmático que nunca paraba quieto: un día entregaba sus ropas a un leproso, el otro te levantaba una iglesia, al tercero montaba una banda y al cuarto impartía doctrina a unos pajarracos. Hoy en día alguien así, por descontado, sería diagnosticado con Trastorno Bipolar. No se rían: los trastornos graves de personalidad eran un requisito laboral indispensable para los cristianos old school[1]. Cualquier definición estándar sobre sintomatología bipolar suena a currículum vitae de San Francisco: “excitación excesiva, percepción de grandeza, irritabilidad, falta de sueño, aumento notable de energía, pérdida de energía, verborrea, tristeza, ansiedad, llanto incontrolable, cambios en el apetito y pensamientos suicidas”. Pero en época de nuestro santo no sabían un carajo de psiquiatría elemental, así que le santificaron.

[1] Pablo de Tarso, Romanos 7:15: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago”: brote sicótico de manual.»

Pueden comprar la revista El mon d’ahir en los mejores quioscos de Catalunya y entretenerse un rato con mi pieza, y con el resto de historias (más serias) que abundan en el magacín.

Kiko Amat en Piloto Rojo (Zaragoza), 06 de marzo

Sí. El jueves o6 de marzo estaré en Zaragoza, les guste o no. Me subiré a un escenario y diré COSAS.

No estaré solo: me acompañará la ínclita Lucía Lijtmaer.

El asunto es parte de una iniciativa llamada Piloto Rojo, enmarcado en los actos de Etopia (centro para arte y tecnología de Zaragoza).

La charla ha sido bautizada como: «No te fíes del algoritmo… y prescribe que algo queda». Hablaremos de escritura y también de periodismo (pese a que yo, de título oficial, solo tengo el carnet de manipulador d’aliments de 1984, y ya no está vigente).

Aquí pueden leer toda la información. Es a las 19h, y gratis.

El ropaje del rapado

7 atributos estéticos lucidos por los skinheads originales y los súcubos Oi! de la Segunda Venida.

 Resultat d'imatges de skinheads 1969

1) Botas: Desde siempre, los skins llevaron botas. Casi murieron con ellas puestas, si no fuese porque al final se negaron a perecer. Se ha hablado mucho de la sofisticación Ivy League[1] de muchos skinheads originales, pero sería absurdo desestimar el componente feísta de varios elementos del look. Para empezar, las Dr. Martens –hoy consideradas columna jónica de la estética skin- no se popularizaron hasta años más tarde, cuando empezaron a prohibirse las punteras de acero en los partidos de fútbol. Al principio de todo, en el 66-67, cuando los skinheads eran solo un apéndice desafecto que pugnaba por extirparse de su progenitor inmediato -los mods- los skins llevaban botas NCB (National Coal Board)[2], una especie de colosales coturnos de minero que dejaban bien clara la vertiente anti-moda, anti-hermosura, proleta y funcional, del nuevo culto. Las NCB eran bastante inmundas, en efecto, pero provocaban el efecto deseado: desagrado con náusea (en el gran público) e identificación tribal (en los usuarios). A menudo, a las NCB se les pintaba de blanco la puntera de acero –un rito que una década más tarde regurgitarían los punks del UK82, así como crustis y anarcopunks- aunque los skinheads más Resultat d'imatges de NCB boots skinheadaseados simplemente les pasaban la nana abrillantadora de metales, como si fuesen pomos de escalera.

Cuando en las gradas se instauró el mencionado veto a las botas, aterrizaron las Dr. Martens. El modelo más popular eran las ya míticas Air Wear de 8 agujeros en marrón –no cereza, como suele creerse-, y se llevaban con los pantalones recortados por encima de los tobillos, para lucir bota y, por qué no, fardona etiqueta. Otro famoso rito skin –que yo presencié, con los ojos fuera de las cuencas, en múltiples ocasiones- consistía en pulir las Martens marrones o cereza con toques de betún negro en los pliegues y arrugas, para “anticuarlas” (o, visto de otro modo: para arruinarlas sin solución).

Cuando yo era muy joven, en todo caso, las puliditas Martens de 8 agujeros eran apariciones quiméricas. Leyendas de la antigüedad. Lo más habitual en los primeros años del culto catalán era toparse con botas militares del ejército español (baratísimas, accesibles, universales) o, pocos años después, con Martens “Fofó”, eslora de drakar vikingo y puntera super-reforzada para demoler edificios. A los pocos años, y Imatge relacionadacon dichos antecedentes como referentes inmediatos, las primeras Air Wear de 8 agujeros que vi (una bota perfectamente recia y callejera) se me antojaron zapatillas de ballet, y eso dice algo, bastante, sobre la relevancia fundamental del contexto.

Yo mismo, ya que preguntan, poseí mi propio par de Martens de 8 agujeros, color cereza, en el epítome de mi look cripto-suedehead-hard-mod[3], hacia 1995. Me deshice de ellas poco después, con el advenimiento del indie-pop, por razones que comprendo bien pero que no procede explicar aquí. Otro modelo de botas la mar de cucas que no querría obviar son las monkey boots, un formato muy particular (y algo marciano) de botas de faena inglesas con puntera liliput y suela estilizada (comparada con las Martens) que solían llevar las chicas skinhead y los niños skins. Lo de niños, no vayan a creerse ustedes, dista mucho de ser una broma[4].

Resultat d'imatges de steve urkel

Bastante skin

2) Tirantes: No, ya nadie lleva tirantes, ni siquiera los skinheads, que eran sus tenaces usuarios principales. Uno puede deducir fácilmente el por qué de su extinción a la primera ojeada: hacen de persona mayor. Avejentan. Y le dan a uno esa pinta de trabajador autónomo en entorno rural (quiero decir de payés). Y también, me apena decirlo, de deficiente mental (piensen en Steve Urkel).

Son un elemento estético, los tirantes, que uno asocia inconscientemente a: a) abuelos gagá o b) gangsters propietarios de amplísimas cinturas de muñeco Michelín para las cuales ya no existe cinturón. Para colmo, los tirantes son muy difíciles de regular de forma satisfactoria y elevan la línea de flotación pantalonil por encima del ombligo (un poco Buster Keaton). Es una imagen passé, en todo caso, y afea cuerpos. Por no decir que, más a menudo de lo que sospechan, los tirantes –por pura tracción físico-elástica- son capaces de separar los dos testículos de una forma tan dolorosa como visualmente repugnante. Los tirantes caídos, por otro lado, de abuelo en modo estar-por-casa (combinan de perlas con pantuflas y bata), no se vieron en subcultura juvenil española hasta los últimos 70. En mi pueblo, y diría que también en todo el país, se conocía a este look perdido como “cockney”. Ni pregunten[5].

3) Bomber jacket: Llevamos tantos años conviviendo con ropa militar utilizada en entorno urbano que somos incapaces de imaginar las tortícolis masivas que provocó el tipo que se puso por primera vez una CAZADORA DE AVIADOR. Para ir a comprar el pan. Debió ser un tipo de incomprensión tiznada de escarnio en turbamulta, como la que sufre Marty McFly en Regreso al futuro (“¿Te has caído de un portaviones, muchacho?”). Para empezar, los elasticated cuffs (puños de chaqueta con goma, en lugar de los viejos botones) eran un invento reciente[6] que igualaba en importancia a la rueda o la penicilina. Un joven de la época que luciese palmito con flight jacket, o bomber (en España también conocidas como “pilots”), debía parecer un cosmonauta chiflado. Un hombre avanzado a su tiempo, como Galileo. No sé

Resultat d'imatges de bomber jacket skinhead

Skins y mods, 1967. De picnic. Puede verse una monkey jacket y un amago de bomber.

si me explico: en los años 50 y primeros 60 se llevaban las líneas muy rectas[7]. Pero el estilo Ivy League en su vertiente informal aterrizó e infectó el planeta con furia venérea, lanzando al mundo una flamante imagen curvilínea, hecha de muñecas elásticas, cremalleras y cuellos no almidonables ni separables, todo fabricado en nylon, polyester y otros materiales del futuro. Los skinheads llevaron cazadoras de aviador desde el año 1969, a ojo de buen cubero, aunque los mods menos fifís habían utilizado monkey jackets (en la época del mod revival rebautizadas como “scooter jackets”) desde principios de los 60, casi; y se trataba de un estilo muy similar.

Con los años, la bomber, por su manejabilidad, modernidad, impermeabilidad irreductible, precio, facilidad de manejo en reyertas y resistencia a la mugre (todo eran ventajas), sería coronada como chaqueta epítome del culto skin; especialmente en su segunda venida, hacia 1977-78. En España resultaría ser el abrigo skinhead más popular hasta 1991, cuando estilos más estilizados y pulcros de gabán empezaron a dominar la subcultura, que ya miraba de forma clara al 1969. Otra submoda de grada (los Boixos Nois, entre 1992-94), antes que lo olvide, consistió en llevar las bombers vueltas del revés, dejando a la vista el forro naranja chillón. Las

Resultat d'imatges de madness band ska bomber jackets

Chas Smash y Suggs (Madness) luciendo clásico look MA-1.

bombers del ejército español, por otro lado, fueron aquí las únicas visibles hasta 1984-86, cuando empezaron a verse las primeras Alpha americanas originales, modelo MA-1.

Yo poseí las dos modalidades, que me chiflaban: una bomber zaragozana del ejército español 60’s (del aire), que yo ornamenté con un centenar de parches y chapas, como si se tratase de un estrafalario árbol de navidad movible; y, ya hacia 1991, una MA-1 mucho más mullida y reluciente, que también adorné con, entre otras chifladuras, parches de cerveza foránea cosidos en la espalda (un detalle scooterista que ahora no sabría ni cómo juzgar: ¿genialidad o completo desatino?). Ambas color verde aceituna, no azules ni (válgame dios) violetas. Hoy, según he captado en mis paseos por las calles de Barcelona, este look ha renacido con vasto impacto, y vuelven a verse las bombers y scooter jackets a destajo en las grandes marcas de calle.

4) Harrington (y otras): El elegante nombrecito les viene de un personaje de la famosa telenovela de los sesenta Peyton Place (un piernas llamado Rodney Harrington, si pueden creerlo), y Elvis la popularizó en el filme Kid Creole. Conozco estos dos fragmentos de información vital desde mi parvulario mod, cuando los detalles relevantes del culto pasaban casi de padres a hijos, pero hoy ambas cosas están bien

Resultat d'imatges de rodney harrington peyton place

Superman is a skinhead

visibles y pedestres en Wikipedia, para que se entere todo Cristo.

Las primeras “harringtons” inglesas las fabricó la marca Baracuta, de Stockport, y su modelo crucial era el misteriosamente llamado G-9. La harrington, para aquellos de ustedes que jamás hayan vislumbrado una, es un tipo de pelliza corta (dos cuartos) con claro aroma Ivy League, forro de tartán o cuadros, cremallera, cintura y puños elásticos y cuello mandarín con dos botones (no abrochables bajo pena de muerte; aunque el cuello sí puede levantarse, a lo Steve McQueen, si se trata de un día ventoso). Yo aún poseo la mía, en original rojo chillón, hoy descolorido a bermellón aguado con un claro futuro rosa pastel. No es una Baracuta (las Baracuta originales valen lo mismo que un bote menorquín de ocho plazas), ni falta que hace.

Resultat d'imatges de skinheads 1969

Otras chaquetas populares entre los skinheads primigenios eran los crombies (o abrigo formal inglés de tres botones, hasta la mitad del muslo, en negro o azul oscuro; otorga al usuario un ligero no-se-qué transilvano), las donkey jackets (abrigo de operario de zanja, con hombreras impermeables; este espectacularizaba el origen currante), los macs (o gabardinas en azul, gris o blanco) y los regios sheepskins (abrigo de piel con forro de borrego).  Y, como no, las tejanas Wrangler, Levi’s o Lee. Decoloradas con lejía pura si uno era muy insensato (o valiente).

5) Polo Fred Perry: Los mods empezaron a pasear ropa deportiva de tenis y boxeo (no de equitación o pesca submarina, por desgracia; habrían dado mucho juego en las fiestas) porque, escuchen lo que les digo, resulta que había una tienda especializada en este tipo de artículos en una de las esquinas de Carnaby Street, hacia 1964. Es decir: empezaron a lucirlas por pura osmosis, por mera proximidad, porque estaban allí y encajaban con el resto de utillaje. No quiero ni pensar lo que habría sucedido a efectos subculturales si ese establecimiento llega a ser una tienda de disfraces de payaso o, peor aún, una pescadería (¿langostas en los bolsillos del traje, al modo daliniano?).

Resultat d'imatges de fake fred perry

La parrafada dadá delata a este Fred Perry falso.

En todo caso, mods y skins siempre llevaron polos deportivos, y con el tiempo se tornarían uno de sus arquetípicos detalles visuales. El laurelito Fred Perry de las narices[8] en la pechera, para que no quede duda alguna de la adscripción a la tribu. En España se llevaron Fred Perrys a destajo y sin freno, pues una avispada textil barcelonesa había comprado a principios de los ochenta el copyright de la firma (y también los modelos, asumo), y se lanzaban a precio moderado, en infinidad de colores y diseños. También eran perfectamente aceptables (en España) los polos deportivos del mismo estilo y corte inglés pero con cualquier otra insignia de imitación encima del pezón izquierdo: monstruosos laureles mutantes de tres, cuatro, incluso cinco ramas; carruajes de época; delfines y cetáceos; círculos op-art, espirales u otras formas geométricas; escudos nobiliarios y diversos elementos de heráldica; alcachofas (u hortalizas en general); fragatas y bergantines; bustos de jerarcas mesopotámicos; o pequeñas espigas de trigo dorado. El estilo, no el espanto de logotipo, era lo importante.

6) Ben Sherman: Camisas, vaya. Otra herencia de los mods, que son en esta historia el típico hermano mayor que no deja de entrar en tu cuarto sin llamar cuando estás cantando en calzoncillos delante del espejo. Con un cepillo a modo de micrófono. Las Ben Sherman llevan cuello de solapa abotonada (lo que en Estados Unidos se llama cuello “oxford”), con el botón superior –el del gaznate- desabrochado (un solo botón; nada de veleidades de rumbero, con desabroche umbilical) por inapelable mandato judicial, en colores planos (rojas, azules, negras, blancas, incluso rosa o verde pastel) o vistosos cuadros lo más gruesos posibles, y también en cuadro pequeño (gingham), pero nunca jamás a rayas de primera comunión, flechas o topos (modelos de raigambre mod), o cualquier otro

Resultat d'imatges de gingham oilcloth

El versátil gingham. Muy utilizado en hules.

grafismo abstracto o étnico (jeroglíficos de Gizeh, runas, palabras en cirílico, esquemas del avance del ejército hitita en Kadesh).

Con las Ben Sherman sucede lo mismo que con los textos de la Grecia clásica o los filmes de cine mudo: el canon no está compuesto por los mejores trabajos, sino simplemente por los que se han logrado conservar. En efecto: en la época mítica del skinhead, cuando semidioses y gigantes andaban entre nosotros, existían un mayor abanico de marcas predilectas (JayTex o Brutus, entre otras), igualmente bellas y bastante más asequibles. El look buscado, de nuevo, era una consecuencia del Ivy League de masas, solo que anglificado y obrerizado; callejero, no universitario. Otro atributo que no ha trascendido fue el de las “unionshirts, o camisa sin cuello de trabajador no especializado. En nuestro país, sin duda, porque se las asocia con el perfecto antónimo del skinhead: el odioso progre. Y en mi caso concreto porque eran look favorito de mi padre.

7) Pelo rapado: Como les decía antes respecto a los puños elásticos y las formas curvilíneas en el talle, el cabello al rape era algo radical, casi inaudito, en los años sesenta. Un detalle que se asociaba automáticamente a: pobreza, delincuencia o demencia, o una ominosa combinación de los tres factores (a los reos y pacientes de centros psiquiátricos se les afeitaba el cráneo al cero como medida sojuzgadora). Los mods ya lucían un peinado anormalmente corto hacia 1963 (“short hair” es lo que se lee en todas las descripciones de modernistas de la época, pese a que a nuestros ojos sus pelucones -si bien algo absurdos- lucen un largo de nuca y costados convencional).

Resultat d'imatges de skinhead getting haircut

Los skinheads, siempre melodramáticos y llevando las cosas hasta el extremo bélico, dieron el definitivo paso que cruza el Rubicón folicular, y empezaron a lucir el pelo cortado a máquina. Sin afeites ni miriñaques. Con peinetas de máquina del 4, 3, 2, 1, incluso al cero y medio o cero absoluto (lo de afeitarse la cabeza con cuchilla no se vería –en el lado exterior de los manicomios- hasta el advenimiento del Oi! más extremo, en 1982[9]). En todo caso, era aquella una imagen radical, casi insultante en su completo desprecio por las modas del momento y las ideas de respetabilidad y decencia imperantes. Era como llevar un vistoso cartel que anunciaba que acababas de padecer una incurable enfermedad venérea, o que te acababan de soltar (por error) de un penal psiquiátrico. Tan chocantes eran aquellos no-pelos de chalao que, como ya saben, acabarían dando  nombre al fenómeno: skin-head[10]. Cabeza rapada. Elementos variables en el rapado universal eran las patillas (convencionales o con grosor y forma de costilla-de-cerdo, casi hasta la mismísima barbilla), la raya afeitada a un lado del cráneo para emular a los músicos negros americanos o jamaicanos (lo que mis amigos llamaban “el detalle sublime”[11]), siempre con nuca cuadrada y, en ocasiones, sutil diferencia de largo entre lados y parte superior de la cabeza. Algunos skinheads norteños (ingleses) también se dejaron, sin el menor complejo, unos buenos bozos labiales cuasi-imberbes. Que los skinheads modernos se han negado a adoptar, por desgracia.

Kiko Amat

[1] The ivy look. Pulcritud americana de mediados del siglo XX: urbana, casual, limpia, decente.

[2] Casi todas las subculturas son mucho más heterogéneas en su incepción original, cuando aún no se han museizado sus significantes. Los skins de la primera hornada, 67-68-69, hacían gala de una mayor amplitud de miras y curiosidad colorista a la hora de escoger sus trapitos. Eso se traducía en una serie de abrigos, botas, zapatos y elementos que hoy prácticamente han desaparecido del look skin: botas NCB, peacoats (tabardos de la marina mercante), escarpines suedehead, jerséis de cenefas o corbatas anchas (todo elementos skinheads en uno u otro periodo de su existencia).

[3] Corte de pelo Small Faces combinado con camisas de cuadros-hule de trattoria y tamaño Rushmore, sheepskin de saldo, tejanos con la vuelta cosida de un dedo y rictus de pazguato.

[4] El culto skinhead tenía una media de edad incluso menor que la de los mods. De hecho, y como atestiguan numerosas fuentes, era perfectamente común adscribirse al culto cuando aún ibas a séptimo de Básica (12 o 13 años). Estos niños no encontraban botas Martens de su talla, y de ahí la utilización de las monkey boots, el sucedáneo más cercano y menos ridículo.

[5] Podría decirse que es algún tipo de híbrido skin-punk (skunk) 80’s: cruzada de cuero remachada o bomber con tirantes caídos, gorro de lana naviera a lo Dexys, botas reforzadas, parches de Rejects y Upstarts y Sham 69, tartán visible en algún lado (parcheado en el culo, o como forro de la cazadora de cuero), cara de pasmo inducido por la cola de carpintero.

[6] Militar; como casi todo lo innovador (por desgracia).

[7] Las trencas, que hoy se consideran un abrigo perfectamente pulcro y “de vestir”, a lo largo de los años sesenta eran el equivalente de lucir un mono de mecánico manchado de grasaza. Un gabán sin formas, desastrado, de batalla y solo para beatniks inconformistas o pintores abstractos en divanes. También usables como manta en esos mismos divanes, si escaseaba la ropa de cama.

[8] También la marca de Lonsdale, casi señalización skinhead universal, bastardizada en centenares de logotipos de bandas y clubes (y algún grupúsculo nazi).

[9] Los teddy boys del revival, al igual que los Oi! skins, también exageraron todos los significantes. Las fotos de teds originales de los años cincuenta son muchísimo menos extremas que las de teds de los últimos 70’s: los trajes menos chillones (nada de color rosa, o piel de depredador felino en las solapas), los creepers de entresuelo (no de dos o tres pisos, sin ascensor), los peinados menos rococó, etc.

[10] Aunque no al principio. Desde la prensa se dudó durante meses, entre los años 1967-68, qué epíteto faltoso dedicarles a aquellos chicos pelados: peanuts (“cacahuetes”), cropheads, boiled eggs (“huevos hervidos”) o skulls (“calaveras”), para al final optar por el que cuajó: skinheads. Fue un acierto bautismal, claro: “Por ahí vienen los huevos hervidos” no suena ni la mitad de amenazador.

[11] El detalle sublime pasó a ser el DETALLE RISIBLE cuando uno de mis amigos, El Gusi, no atinó a señalar la altura correcta de su raya afeitada y otro de mis amigos –el que hacía de peluquero amateur aquel día- se la afeitó justo encima de la oreja. Fue lo que, a lo largo de los meses siguientes, convindríamos en denominar “la raya para dejar el lápiz”. Extrañamente no fue copiada por otros skins ni devino virus subcultural.

(Este artículo se publicó hace un par de años en la revista mexicana Life & Style. Yo se lo publicó aquí, para que ustedes lo canten, son-son).

Chap Chap en gran gira norteña (junio y julio)

PRES_chapchap_NORTEIntentando emular a sus grupos de rock’n’roll favoritos, Kiko Amat se marca un Minutemen y la emprende con una nueva y descabellada gira norteña.

El hijo predilecto de la vila de Sant Boi se plantará, solo y arrebatao, en Bilbao (Sábado 13 de Junio, La Casa de Atrás) y Gijón (Jueves 2 de Julio, Toma 3), para torear (parlotear, firmar, beber, desbarrar) en dos de sus plazas predilectas de todo el país (pues Bilbao y Gijón son strongholds de lectores acérrimos desde siempre).

Dije solo, pero en realidad Kiko Amat sigue con la tónica de acompañarse solo de gente a quien admira para las presentaciones. Si en Madrid y Barcelona presentaron Manuel Jabois y Antonio Baños, en Bilbao y Gijón le precederán, respectivamente, dos de sus autores favoritos, otra vez: Pablo Zarracina y Pablo Rivero. Nuestro hombre jura por Resaca crónica y La balada del pitbull, ya lo saben, que ya se lo ha dicho mil veces.

Todos los detalles, en el finísimo cartel (obra de Uri Amat) de aquí al lado.

Chap chap ya está en el mercao

foto paperassa Omnibus 1Sí, a partir de hoy mismo (miércoles 13) ya pueden intercambiar moneda en curso por el nuevo libro de Kiko Amat, Chap chap, en Blackie Books. Una monumental y abochornante (para el autor) cornucopia confesional de artículos publicados entre 1987-2014, con anotaciones, imprecaciones, sollozos difícilmente contenidos y el ocasional ataque de hilaridad demente. Hay piezas inéditas, un prólogo que es la pera, piezas rechazadas y otras que debieron haberlo sido. Rechazadas, digo.

Ya pueden ir a romper los escaparates de su librería favorita, como sufragettes fuera de sí, y hacerse con una copia (es broma: hagan el maldito favor de comprarlo).

Después de todo, empecé a recopilarlo el verano pasado (vean foto de pavo cetrino en paños menores, y en pleno proceso ludita de despliegue y horripilante descubrimiento de algunos escritos atroces) con la intención de que fuese una lectura del verano siguiente.

Y el verano, miren ustedes por la ventana, ya está aquí. Así que: ¡A por él!