“- No le hagáis caso, a veces se le va la olla -les explicó un chico recio-; por lo demás, es de los nuestros hasta la médula. Yo soy el Último Clavo en el Ataúd del Capitalismo.
– Es decir, el Clavo -dijo alguien.
– ¿No será de Pernik, camarada? -preguntaron arqueando las cejas las chicas, que también habían recuperado en parte su compostura, una vez convencidas de que el peligro de ser despedazadas en el acto había desaparecido.
Todos se echaron a reír. Sí, el Clavo era de Pernik e incluso era pariente lejano del Enterrador, aunque, a diferencia de él, había estudiado en un instituto de Sofía y se abstenía de llamar a las camaradas “bochancas”. A finales de la década de 1930 los libros de Karl May habían adquirido gran popularidad entre la juventud progresista de la ciudad minera. Las hazañas del guerrero Winnetou estimulaban la imaginación de los militantes de la Unión de juventudes Obreras, que en cierta medida se identificaban con la lucha de los hermanos pieles rojas oprimidos. Estaban en boga los nombres de guerra largos: el Toro Salvaje de la Revolución, la Flecha de la Internacional Comunista, el Gran Oso Rojo, el Rayo de la Ira Proletaria, etcétera. El típico reduccionismo balcánico, sin embargo, impidió que la tendencia se extendiera.”
Kara y Yara en la tormenta de la historia
ALEK POPOV
Hoja de Lata, 2020
329 págs.
Traducción de Viktoria Lefterova y Enrique Maldonado