La revista inglesa Literary Review lleva desde 1993 entregando trofeos a las peores escenas de sexo en novela.
1. Dios, cómo odio el sexo. No me entiendan mal: soy tan entusiasta del viejo tembleque-de-rodillas como el que más, pero en literatura me enerva la inclusión a cañonazos de escenas de sexo, y siempre que digo esto la gente me mira como si fuese Rouco Varela. Lo que sucede es que el sexo en novelas se me antoja innecesario, pomposo (o chabacano; no sé qué es peor) y cómico (sin querer). O sea, ya sé lo que es el sexo: “2 minutos y 52 segundos de ruidos chapoteantes”, que dijo Johnny Rotten. Un asunto de puro bombeo hidráulico, ciego frenesí y ofuscación del juicio estético: lo último que necesito es que venga un autor repipí a compararlo con un eclipse lunar.
2. Por fortuna, no estoy solo en esta erotofobia literaria. En el Reino Unido, los pájaros del Literary Review han decidido premiar-multar a las peores escenas de sexo de cada año editorial, y lo han instituido en el Bad Sex Award. Este dudoso trofeo se entrega desde 1993, y comparte con los Golden Raspberry hollywoodianos la ingrata característica de ser un regalo que nadie desea en su puerta.
El Bad Sex Award se entrega en base a unas coordenadas asaz parecidas a las que les citaba en el párrafo anterior: según Jonathan Beckham, el actual editor del Literary Review, se premia a las escenas de sexo “1) implausibles, 2) absurdas, 3) sobre-escritas o 4) inconscientemente cómicas”. O todo a la vez. Contrariamente a lo que ustedes podrían suponer, no suelen hacerse con él gañanes analfabetos con credenciales pulp; más bien lo contrario. Entre los nominados para este 2014 están el ganador del Booker Prize Richard Flanagan, por The Narrow Road to the Deep North y espantos como “lo que los había mantenido separados, lo que había restringido sus cuerpos antes, ahora había desaparecido. Si la tierra giraba, ahora vaciló, si el viento soplaba, esperó. Manos encontraron carne; carne, carne”. También Haruki Murakami y su Colorless Tsukuru Tazaki and His Years of Pilgrimage han sido seleccionados, sin duda por la frase “su vello púbico estaba tan húmedo como una selva tropical”; entre otras endebles bobadas.

Sebastian «Soul-Glo» Faulks
Otro caballo favorito es Wilbur Smith y su novela Desert God (iba primero en las encuestas de The Guardian), por la frase (agárrense): “Esa cortina ondulante [su cabello] no cubría sus pechos, que empujaban a través de él como seres vivos. Eran rondas perfectas, blancas como la leche de yegua, y la punta de los pezones de rubí se fruncieron cuando mi mirada pasó sobre ellos. Su cuerpo no tenía pelo. Sus partes pudendas también estaban totalmente desprovistas de pelo. Las puntas de sus labios internos asomaban tímidamente por la hendidura vertical. El dulce rocío de la excitación femenina brillaba sobre ellos”. Ja, ja, ja. ¿”El dulce rocío de la excitación femenina”? ¿Qué clase de reperfumado pedazo de jalea andante es capaz de escribir algo así de melindroso?
Como imaginan, no todo el mundo se toma su nominación con generosidad y elegancia. Sebastian Faulks, Mr. Tengo-una-escoba-alojada-en-mi-recto (además del tío con el peinado jewfro más grotesco de la literatura inglesa) se puso hecho una auténtica fiera. Y eso que había pergeñado perlas como “mientras tanto sus oídos se llenaron con el sonido de un jadeo suave pero frenético, y pasó algún tiempo antes de que ella lo identificara como propio” y el inolvidable “esto [follar] es tan maravilloso que siento que podría desintegrarme, podría romperme en mil fragmentos”. Tom Wolfe lo ganó el año 2004 por su genuinamente putrefacta Yo soy Charlotte Simmons –que, mira tú por donde, yo critiqué para este suplemento- y fue uno de los pocos cenizos que han declinado la invitación. Años después, en 2012, volvería a ser nominado. Por Regreso a la sangre. Y por petardo.
¿Este 2014, oigo que preguntan? Finalmente se hizo con él Ben Okri, el autor nigeriano, por su novela The Age of Magic y este fragmento en concreto: «Cuando su mano rozó su pezón, activó un interruptor y ella se encendió. Él tocó su vientre y su mano parecía arder a través de ella (…) Él prodigaba toques indirectos a su cuerpo, y sensaciones agridulces inundaron su cerebro”. Sensaciones agridulces. ¿En su cerebro? Sería un ictus, Okri. Kiko Amat
(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 14 de enero de 2015)