Cosas Que Leo #109: AMOR Y GALLINAS, P.G. Wodehouse

“La visión de la mesa cuando al fin desfilamos al comedor hizo correr por mi interior un escalofrío. Era una comida sólo para gente muy joven y muy hambrienta. La inflexible solidez y frialdad de las viandas era bastante para asustar a toda persona consciente de que su digestión requiere jugos. Había delante un queso inmenso que parecía mirarnos de una manera provocadora. No sé describirlo de otro modo. Tenía un aire fanfarrón, disoluto, de memo-me-impune-lacessit, y me di cuenta de que el profesor se estremecía solo de verlo. Junto a una gran hogaza de pan aparecían las sardinas, más aceitosas y repulsivas que nunca en su misma lata original. Había un jamón, reducido a su último tercio, y un pollo que había sufrido ya grandes desperfectos en otra salida a la mesa. Finalmente, al lado del plato de Ukridge se hallaba amenazadora una botella negra de whisky. El profesor parecía ser, por su parte, de aquellas personas que sólo beben rosado de un año determinado o nada.”

Amor y gallinas

P.G. WODEHOUSE

Anagrama, 1991 (publicado originalmente como Love among the chickens en 1906)

184 págs.

Traducción de Carlos Botet

**** Un Wodehouse al mes mantiene a Kiko alejado de la terapia electroconvulsiva.

Cosas Que Leo #23: A SORT OF LIFE, Graham Greene

Sort of Life Greene

“As I lay in the ward after the operation (in those days they kept the patient at least a week) I began to plan my third novel, the forlorn hope. I called it The man within, and it began with a hunted man, who was to appear again and again in later less romantic books. But curiously enough there came to me also in the ward, with the death of a patient, the end of a book which I would not begin to write for another six years.

It was our second death. The first we had barely noticed: an old man dying from cancer in the mouth. He had been too old and ill to join in the high jinks of the ward, the courtship of nurses, the teasings, the ticklings and the pinches. When the screens when up around his bed the silence in the corner was no deeper than it had always been. But the second death disturbed the whole ward. The first was inevitable fate, the second was contingency.

The victim was a boy of ten. he had been brought into the ward one afternoon, having broken his leg at football. He was a cheerful child with a rosy face and his parents stayed and chatted with him for a while until he settled down to sleep. One of the nurses ten minutes later paused by his bed and leant over him. Suddenly there was a burst of activity, a doctor came hurrying in, screens went up around the bed, an oxygen machine was run squeaking across the floor, but the child had outdistanced them all to death. By the time the parents reached home, a message was waiting to summon them urgently back. They came and sat beside the bed, and to shut out the sound of the mother’s tears and cries all my companions in the ward lay with their ear-phones on, listening -there was nothing else for them to hear- to Children’s Hour. All my companions but not myself. There is a splinter of ice in the heart of a writer*. I watched and listened. This was something one day I might need. The woman speaking, uttering the banalities she must have remembered from some woman’s magazine, a genuine grief that could communicate only in clichés. ‘My boy, my boy, why did you not wait till I came?’. The father sat silent with his hat on his knees, and you could tell that even in his unhappiness he was embarrassed by the banality on his wife’s words, by the scene she was so badly playing to the public ward, and he wanted desperately to get away home and be alone. ‘Human language,’, Flaubert wrote, ‘is like a crackled kettle on which we beat our tunes for bears to dance to, when all the time we are longing to move the stars to pity’.”

A sort of life

GRAHAM GREENE

Vintage Classics 2002 (publicado originalmente en 1971 por The Bodley House).

179 págs.

*Una de mis frases favoritas sobre el oficio.

 

Sexo chungo: Bad Sex Awards

La revista inglesa Literary Review lleva desde 1993 entregando trofeos a las peores escenas de sexo en novela.

Bad-Sex1. Dios, cómo odio el sexo. No me entiendan mal: soy tan entusiasta del viejo tembleque-de-rodillas como el que más, pero en literatura me enerva la inclusión a cañonazos de escenas de sexo, y siempre que digo esto la gente me mira como si fuese Rouco Varela. Lo que sucede es que el sexo en novelas se me antoja innecesario, pomposo (o chabacano; no sé qué es peor) y cómico (sin querer). O sea, ya sé lo que es el sexo: “2 minutos y 52 segundos de ruidos chapoteantes”, que dijo Johnny Rotten. Un asunto de puro bombeo hidráulico, ciego frenesí y ofuscación del juicio estético: lo último que necesito es que venga un autor repipí a compararlo con un eclipse lunar.

2. Por fortuna, no estoy solo en esta erotofobia literaria. En el Reino Unido, los pájaros del Literary Review han decidido premiar-multar a las peores escenas de sexo de cada año editorial, y lo han instituido en el Bad Sex Award. Este dudoso trofeo se entrega desde 1993, y comparte con los Golden Raspberry hollywoodianos la ingrata característica de ser un regalo que nadie desea en su puerta.
El Bad Sex Award se entrega en base a unas coordenadas asaz parecidas a las que les citaba en el párrafo anterior: según Jonathan Beckham, el actual editor del Literary Review, se premia a las escenas de sexo “1) implausibles, 2) absurdas, 3) sobre-escritas o 4) inconscientemente cómicas”. O todo a la vez. Contrariamente a lo que ustedes podrían suponer, no suelen hacerse con él gañanes analfabetos con credenciales pulp; más bien lo contrario. Entre los nominados para este 2014 están el ganador del Booker Prize Richard Flanagan, por The Narrow Road to the Deep North y espantos como “lo que los había mantenido separados, lo que había restringido sus cuerpos antes, ahora había desaparecido. Si la tierra giraba, ahora vaciló, si el viento soplaba, esperó. Manos encontraron carne; carne, carne”. También Haruki Murakami y su Colorless Tsukuru Tazaki and His Years of Pilgrimage han sido seleccionados, sin duda por la frase “su vello púbico estaba tan húmedo como una selva tropical”; entre otras endebles bobadas.

Sebastian Faulks

Sebastian «Soul-Glo» Faulks

Otro caballo favorito es Wilbur Smith y su novela Desert God (iba primero en las encuestas de The Guardian), por la frase (agárrense): “Esa cortina ondulante [su cabello] no cubría sus pechos, que empujaban a través de él como seres vivos. Eran rondas perfectas, blancas como la leche de yegua, y la punta de los pezones de rubí se fruncieron cuando mi mirada pasó sobre ellos. Su cuerpo no tenía pelo. Sus partes pudendas también estaban totalmente desprovistas de pelo. Las puntas de sus labios internos asomaban tímidamente por la hendidura vertical. El dulce rocío de la excitación femenina brillaba sobre ellos”. Ja, ja, ja. ¿”El dulce rocío de la excitación femenina”? ¿Qué clase de reperfumado pedazo de jalea andante es capaz de escribir algo así de melindroso?

Como imaginan, no todo el mundo se toma su nominación con generosidad y elegancia. Sebastian Faulks, Mr. Tengo-una-escoba-alojada-en-mi-recto (además del tío con el peinado jewfro más grotesco de la literatura inglesa) se puso hecho una auténtica fiera. Y eso que había pergeñado perlas como “mientras tanto sus oídos se llenaron con el sonido de un jadeo suave pero frenético, y pasó algún tiempo antes de que ella lo identificara como propio” y el inolvidable “esto [follar] es tan maravilloso que siento que podría desintegrarme, podría romperme en mil fragmentos”. Tom Wolfe lo ganó el año 2004 por su genuinamente putrefacta Yo soy Charlotte Simmons –que, mira tú por donde, yo critiqué para este suplemento- y fue uno de los pocos cenizos que han declinado la invitación. Años después, en 2012, volvería a ser nominado. Por Regreso a la sangre. Y por petardo.

¿Este 2014, oigo que preguntan? Finalmente se hizo con él Ben Okri, el autor nigeriano, por su novela The Age of Magic y este fragmento en concreto: «Cuando su mano rozó su pezón, activó un interruptor y ella se encendió. Él tocó su vientre y su mano parecía arder a través de ella (…) Él prodigaba toques indirectos a su cuerpo, y sensaciones agridulces inundaron su cerebro”. Sensaciones agridulces. ¿En su cerebro? Sería un ictus, Okri. Kiko Amat

(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 14 de enero de 2015)