Kiko Amat entrevistó a LOQUILLO (la charla sin cortes)

“Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop”

Loquillo: "Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop"

El veterano músico se convierte en raconteur en Chanel, cocaína y Dom Pérignon, un anecdotario de oficio, farándula y tribu que mapea la (excelsa) Barcelona de 1985 a 1989.

Me cito con Loquillo en el 99%, un “moto bar” de Les Corts que es mitad reducto rocker y mitad capilla dedicada a José María Sanz, alias “Loquillo” (o simplemente Loco, si ingresas en la cofradía). Y hablando de santos: Loquillo sigue siendo alto como un San Pablo. Lleva un traje oscuro que es pura geometría, nomeolvides de gánster del Soho y mocasines Montecarlo 1965. Más Gainsbourg que Rat Pack, para entendernos. Lo único que ha cambiado en él es el icónico tupé, que de un tiempo a esta parte aparece nevado, como las cumbres del Canigó. Pero no se dejan engañar por las canas. Es el mismo Loquillo. Su último libro se centra en su Segunda Venida (condal): el periodo 85-89, cuando Barcelona parecía la capital de un Imperio y Loquillo un conquistador que regresaba, triunfante. Un tiempo y un lugar fascinantes de los que, como él mismo apunta, “solo quedan cenizas”.

Dices que este es tu último libro de memorias, y has decidido terminar con tu segunda fase barcelonesa. Tu regreso, del 85 al 89.

He escrito ya varios libros contando mi periplo, que abarcan desde el 72 al 87. De mi infancia a mi adolescencia rocker, la formación del grupo, la ida a Madrid… Pero yo quería acabar con este, y la razón es sencilla: lo de después es aburrido. Las biografías de artistas que se centran en el éxito y los excesos son muy aburridas. A mi me interesaba contar los inicios, los porqués y las razones. Qué hacían unos chavales de veinte años en medio de todo aquello  viviendo vidas que no vivirá la mayoría de gente. La Barcelona preolímpica fue un momento de lucidez, y gestó a una generación que ahora maneja la escena musical en la ciudad. Del mismo modo que los primeros okupas de mediados de los ochenta en Barcelona son la antesala del todo el movimiento libertario en la ciudad. Esto ocurrió aquí.

Aquí la subcultura siempre ha sido muy sub. Nunca ha interesado a nivel oficial o de prensa.

Mira, mi padre era tanguero, del Clot. Iban con fular y su sombrero por el barrio, en plenos años treinta. Eran una subcultura. Y me da rabia que no se hable de esas cosas. Cuando me dieron la medalla de la Ciudad de Barcelona le conté a Pisarello, el teniente de alcalde, que es argentino, que Gardel a su llegada a Barcelona se convirtió en un fenómeno. Una fiebre. Pero a él ni le sonaba. Existe una gran ignorancia sobre la historia cultural de esta ciudad. Barcelona, el area metropolitana de Barcelona, que yo siempre he llamado Distrito Federal, tiene una cuenta pendiente con la cultura pop, con la cultura rock. Todos los consistorios han obviado nuestra cultura y han dado la matraca con la nova cançó y la rumba catalana. Es hora de que se empiece a contar la historia del pop en Barcelona.

No tengo muy claro por qué hemos aceptado que Madrid era «la» ciudad rocanrol, cuando del 84 al 90 los grupos que importaban eran de aquí.

Yo siempre he estado en medio de las dos ciudades. Viví la Movida en Madrid porque en Barcelona en aquel momento no había futuro para el rock’n’roll. Y cuando regresé aquí, fue porque Madrid ya era un circo folklórico donde no existía nada de interés, y donde gente como Mecano u Hombres G eran la nueva movida (en breve la movida será incluso Miguel Bosé). Las grandes bandas madrileñas, como Gabinete o Pegamoides, quedaban lejos o se habían disuelto o empezaban a cambiar para mal. La Movida en realidad duró tres años, hasta el cierre de Rock-ola en el 84. Y en ese momento Barcelona se alza, y además lo hace mediante la iniciativa individual. En la vida eres individual o colectivo, y a mí no me gusta lo colectivo. En aquel momento nos abrimos paso una serie de individualidades, desde todos los ámbitos: rocanrol, mod, punk, gótico… Al principio nadie les hacía caso, grandes bandas tocaban en bares. Los Negativos, uno de los grandes grupos barceloneses de la década, eran un grupo desconocido. Pero aquel pequeño grupo de aberraciones hacía mucho ruido. La diferencia con Madrid, donde la gente interesante también era minoría, es que desde los medios y las instituciones se les apoyó y se vendió aquello como la panacea, y en Barcelona ocurrió lo contrario: el fenómeno se silenció. La prensa en Madrid iba toda a una; el apoyo era total. En Barcelona se ignoraba a las bandas. Se abrieron paso mediante trabajo. Puro curro. Nadie habla de curro. Por cierto, ¿te acuerdas de aquellos suplementos que se sacaban en la prensa de aquí sobre las tribus urbanas?

Por desgracia sí. Aún me despierto sudando en mitad de la noche.

¡Pero dónde váis! ¡Ridículos, que sois unos ridículos, no os enteráis de nada! [ríe] No acertaron ni una. No pillaron nada. Por tanto existía un componente de secreto, de esto está pasando pero nadie lo muestra.

LOQUILLO, El niño grande apuesta fuerte

Es una vieja batalla, en todo caso, la de la “autenticidad” entre las dos ciudades.

Madrid triunfó en su momento precisamente porque hacía alarde de no-auténtica. Cualquier tío podia llegar del pueblo, cardarse el pelo y estar en el ajo. No se pedían credenciales. Y a la vez creo que Barna peca de auténtica. Yo me fui de aquí (dos veces) porque me asfixiaba ese vampirismo: la ciudad te lo saca todo. Es importante largarse de aquí a tiempo, si no te sucede como en la película de Buñuel; no sales nunca.

A la gente que te ve como duro crítico de las deficiencias de Barcelona tal vez les sorprenda el tono de orgullo condal que rezuma Chanel…

Barcelona en ese periodo estaba claramente por encima. Es innegable. Del mismo modo que en 1981 iba muy por detrás. Yo vi como Madrid se alzó y también como su historia se convirtió en un circo. Al mismo tiempo, conviene recordar que mucha de la gente que empezó lo del 80-81 en Madrid venía de la Barcelona libertaria de finales de los 70, que era la ciudad más libre y alucinante del mundo. Ouka Lele y García-Alix estaban aquí antes de irse para Madrid. Almodóvar presentaba sus primeros cortos en Barcelona. Creo que ambas ciudades se necesitan, el péndulo tiene que ir oscilando de una a otra (aunque me apena ver que esto ya hace tiempo que no sucede). No sé si es orgullo; quiero hablar de una generación de jóvenes que la liaron muy gorda, y encima sin subvenciones, sin ayuda de compañías. Ningún apoyo. Y pese a eso, ponías la radio en 1987 y solo salíamos barceloneses: “La mataré” era #1, estaban Los Rebeldes, Brighton 64, El Último de la Fila… Decibelios, que eran de El Prat, vendían un montón de discos. Pero en Madrid gozaban de una infraestructura de locales que aquí no existía. Allí todos se juntaban en los mismos sitios. Aquí cada uno iba por su lado: rockers por aquí, teddy boys por allí, punks por acá, mods por allá…

Bueno, pero aquí las tribus no se zurraban. Éramos más civilizados.

Yo diría que éramos demasiado pocos [ríe]. No podíamos ni pegarnos. Dicho esto, existía un personaje llamado El Príncipe que era quien repartía hostias sin hacer distinciones entre tribus, y ponía orden [ríe]. También teníamos numerosas evoluciones e involuciones: rockers que se volvían mods y mods que se volvían rockers.

Siempre te he visto como un personaje muy adulto, y digo esto como elogio. No te veo la parte de tarambana juvenil, con sus piques e inquinas, caprichos y veleidades…

Soy hijo único de padres mayores. Mi padre había estado en la cárcel y en el exilio. Yo era hijo de alguien que había pringado diez años de su vida. Un preso político. Eso lo notas en casa y te da mucho coraje. Y en mi casa de 50 metros cuadrados vivíamos cinco personas: mi madre, mi madre, mi tía, mi abuela y yo. Yo vivía en el pasillo, en un sofá. Cuando esa es tu situación lo que haces es salir a la calle, y el barrio del Clot era del todo callejero. Nosotros crecimos en la calle. Ese fue nuestro bachillerato.

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La mirada de Chanel… es serena y adulta. No vas a saldar cuentas de juventud.

No me interesa poner a parir a nadie, ese tipo de biografías son muy infantiles. Mis libros son casi de aventuras, Los Cinco y los Trogloditas. No es un ejercicio literario. Es un libro escrito con urgencia e inmediatez que intenta plasmar un momento concreto. Además, por aquel entonces éramos todos gallitos metidos en un corral pequeño, a ver quien la tenía más larga y tal. No te lo puedes tomar muy en serio.

Me gusta tu dicotomía de artista que aún hace alarde de orgullo de tribu pero que a la vez supo trascenderla a tiempo.

Siempre he sido pandillero, pero nunca he querido formar parte de clubs motoristas o bandas de delincuentes (porque no olvidemos que en aquel entonces la frontera entre rock’n’roll y delincuencia no estaba muy definida). Yo salí rebotado de mi tribu ya en la época de Los tiempos están cambiando, en 1981. Fui rocker y teddy boy antes que nadie, entonces me fui a londres y vi que los Clash eran una banda de rock’n’roll. Cuando volví aquí y empecé a decirlo, me convertí en la persona más vilipendiada del mundo del rock [ríe].

Cuando la ortodoxia se te tira encima es que estás haciendo algo bien. De otro modo te hubieses quedado haciendo rockabilly toda la vida.

Hay que salirse de lo esperado. ¿Qué fotógrafo está fotografiando a todos los grupos de España? ¿Tal? Pues con ese no hay que hacerse las fotos. ¿Quién es el productor de moda para grupos de indie rock en España? Ricky Falkner. ¿Y para el rock? Carlos Raya. Pues ninguno de esos dos tiene que producirme el nuevo disco. Esa siempre ha sido mi fórmula. Si todos tiran para esa línea, me voy a la contraria. Esa es la mejor forma de sobrevivir a las modas.

Siempre te has rodeado de los espíritus individuales de cada generación. En Chanel… aparecen una serie de personajes únicos y 100% icónicos y barceloneses, desde Fray de Decibelios a Tutti.

Para ser como los demás ya están los demás. En un momento en que no había MTV, ni siquiera casi emisoras de radio, la gente se inventaba su propio personaje. Con el tiempo todo se globalizaría más rápido, salía Kurt Cobain por la televisión y a la mañana siguiente había cincuenta tíos vestido como él. Pero aquí, en la época en que estamos hablando, las pintas que llevaban Tutti, Carlos Segarra, o Fray de Decibelios… Aquellos tíos se inventaron unos personajes tremendos, cosas únicas. A Fray, en el viaje a Vic que cuento en el libro, en 1985, le confundieron con un Hare Krisna. El tío que vino a frotarle el pelo no había visto nunca un skinhead, claro [ríe]. Para que veas como estaban las cosas. Esa era la España real de 1985. La gente se piensa que ya éramos supermodernos por aquel entonces, con los Juegos Olímpicos y el PSOE y no sé qué, pero salías de Madrid y Barcelona y el resto del país parecía una república del Este de los años cincuenta. Todo muy carpetovetónico. Nadie sabía de qué iba nada, y éramos muy jóvenes.

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Tu libro no es nada épico. De hecho, la mayoría de situaciones dan risa.

Es que por mucho que fueses de tipo duro, a los veinticuatro (y yo era el mayor) no parabas de meter la gamba. El el libro cuento todos los gafes relacionados con el Reanult Caravelle del 64 que me compré en 1986. Mientras yo creía que lo tenía aparcado en el garaje de uno de los Trogloditas, en Vic, resulta que su padre lo había estado utilizando para transportar sacos de cemento. Algo más tarde, cuando Sabino y yo conseguimos limpiarlo y lanzarnos a la carretera, nos extrañó que todos los conductores nos saludaran. Pero no era un saludo: ¡la rueda izquierda estaba ardiendo! [carcajada]

En el libro repartes unos cuantos capones a los garajeros y rockers “auténticos” de la época.

Los Trogloditas éramos un grupo de garaje que, de repente, triunfó. Detrás nuestro salió un montón de gente cuyo mayor atributo era la “autenticidad”. Pero es lícito sospechar que muchos de ellos no daban para más. Uno intuía que no había nadie pilotando el barco [ríe]. Creerse en posesión de la verdad absoluta es peligroso. Esos mismos “auténticos”, after-punks del Rock-Ola que se dejaron flequillo de un día para otro y, ya en el Agapo, decían que solo escuchaban garaje de los 60, acabaron escuchando grupos horripilantes. Y a nosotros, que habíamos sacado un elepé llamado El ritmo del garaje tres años antes, todo aquello nos hacía mucha gracia. Kike Turmix, que echaba pestes de la “ful modernilla” e iba del más auténtico de todos, había sido azafato y chico para todo en La Edad de oro. Cosa que le tuve que recordar una vez, por cierto. Dicho esto, mis capones son sin saña, porque todo aquello eran juegos de chavales. Que si escuchas tal grupo o llevas tal pinta ya no te hablo. Cuando yo empecé a llevar esmoquin lo hice por lo mismo, al revés: para tocar los cojones.

Siempre te ha gustado, eso. Tocar un poco los cojones.

Yo tengo dos baremos. El primero es que cuando la prensa te pone bien, empieza a preocuparte. Eso quiere decir que no vas a vender un puto disco. Cuando la prensa te pone fatal, eso es la polla y vas a triunfar. Así que nunca me ha importado que la prensa me pusiera a parir. En cuanto a los críticos, prefiero a un tío que sea mi némesis pero tenga criterio que a otro que un día haga una crítica positiva de David Bisbal y a la mañana siguiente otra, también positiva, de Southside Johnny.

Tu mirada siempre ha sido urbana. En el libro comentas más de vez tus numerosos desencuentros con el mundo de comarcas. Vic, particularmente.

A Sabino le dije muchas veces (en coña) si no podía haber encontrado a unos Trogloditas en Cornellà o Badalona, joder. Lo que pasa es que los Trogloditas estaban en el Karma o no sé dónde aquel día, y les reclutamos. Yo iba a Vic y no entendía nada, y ellos tampoco a mí. En Vic la gente escuchaba a [rictus de horror] la Companyia Elèctrica Dharma. No tengo nada en contra de ellos, pero ¿no sirvió para nada el punk? Para mí la Dharma era el ejemplo perfecto de lo que No Tenía Que Ser. Existía un fenómeno que es algo a estudiar sociológicamente: el progre reciclado. Un tío que hacía jazz-rock y un día vio a The Police (grupo fake por antonomasia), se cortó el pelo, se puso una corbatita fina y se unió a la nueva ola. Eran gente que tenían cinco años más que nosotros, que se las daban de punks y nuevaoleros y modernos, y que como tocaban “mejor” se creían que se lo iban a llevar de calle. Existía una división generacional muy grande, un antes y después. Canet del ‘78 dejó esa ruptura muy clara, cuando los progres llamaron “pija” a Blondie. Pero yo les vi aquel día y me cambió el mundo. ¡Ya era hora!

El problema era la edad, que cantaban los Brighton 64.

Sí. La edad era vital. Aquellos cinco años eran un abismo. Con Quimi Portet no llegamos a un acuerdo para producir El ritmo del garaje porque ellos aún eran de la mentalidad de que había que grabar con muchos profesionales, y yo solo grababa con mi banda. Nos dividía una generación. Se veía en la prensa, en la radio. Yo fui con Los tiempos están cambiando a la radio y Pallardó dijo que era un homenaje a Dylan. Tuve que indicarle que era precisamente todo lo contrario, y encima el disco estaba dedicado a Phil Ochs. Ellos no paraban con la turra de Sisa y “Qualsevol nit pot sortir el sol”, pero ¿sabes qué? Nosotros no queríamos ver salir el sol.

… y un Piknik genial. Los Negativos, 1986.

Antes has mencionado a Los Negativos, una de las grandes bandas ninguneadas de esta ciudad.

Los Negativos, de quien por cierto versioneé “Viaje al norte” en mi último disco, Viento del Este (2016), fueron la banda que mejor ha recogido la trayectoria del pop español. Desde Los Pekenikes hasta su época. Y no eran solo una banda rock. Tenían pasión por la estética, la cultura, el cine… (ningún movimiento juvenil digno ha sido solo musical). El grupo estaba compuesto por cuatro personajes interesantes en sí mismos. Yo fui muy pesado con ellos, era muy fan, siempre hablé de ellos en Madrid, llevaba sus maquetas y discos a todas partes. Pero pasaron desapercibidos, también en nuestra ciudad. Aunque llegaron a tocar en las fiestas de la Mercé de 1986, precisamente el mismo día en que le pegué el famoso bofetón a Ignacio Julià [ríe]. Creo que no fueron comprendidos, ni siquiera entre la post-movida y los renacidos del garaje. Ellos estaban en medio de todo. También creo que en Madrid habrían tenido una carrera más larga. Madrid respeta más el legado pop. En Madrid hubo unanimidad para darle a Rosendo la medalla de la ciudad. Pero cuando me la dieron a mí generó una gran controversia.

Tal vez sea porque siempre has sido franco con el tema de los narcóticos. En tu libro hablas con gran desenfado de tu querencia por la estimulación artificial.

[ríe] Odio las biografías rock donde se censura la parte de las drogas. Pero también odio las que solo hablan de drogas. Las drogas, simplemente, formaban parte de aquello. Éramos chavales que experimentaban. Vivimos el inicio de la ruta del bacalao. Valencia era el lugar más divertido del mundo. Y no sonaba chunda-chunda, sonaban The Cult y The Sisters of Mercy. Soy de la generación de las anfetaminas. La heroína no la veo como algo de mi generación, y eso que casi destruye a mi banda. Pero para mí no tenía nada que ver con nosotros. Era una cosa de hippys, algo de los otros, de la generación anterior. A mí me gustaban las drogas aceleradoras: empezabas con los optalidones de tu madre y de allí a lo siguiente. Pero a la vez nos gustaba el lujo, en drogas y en todo. No quería vivir en un piso ocupado. Yo quería una suite de cinco estrellas. Mi padre, en la Guerra Civil, fue uno de los que ocupó el Ritz. Cuando uno de los primeros grupos de okupas vinieron a pedir que les echara una mano a mediados de los ochenta les dije que me llamaran el día que ocuparan el Ritz [ríe].

En el libro tocas el tema de la construcción de tu “personaje”, el Loquillo icónico, sin debilidad, ni miedo ni tristeza, noble, sólido…

En este libro no salen tristezas porque las tristezas vivieron luego. Además, mi padre me enseñó a sonreir cuando peor iban las cosas. Mi madre, que tuvo a tres hermanos en la cárcel, era muy oscura. Mi padre era la luz. En la época que cuento en el libro mi personalidad era reflejo de mi padre: siempre p’alante, disfrutando los veinticinco años. La construcción del personaje se me puso a huevo. Contrariamente a lo que suele creerse, un artista cuando sale un escenario no actúa; actúa cuando está fuera de él. El personaje de Loquillo lo construí como coraza. Para protegerme. Pero en el escenario me permitía ser yo. A la vez, yo soy Frankestein: soy hijo de todas las personas que me influyeron. Tomé de Gay Mercader, de Carlos Segarra… Y de todo aquello salió el monstruo.

Eres un poco como Dean Martin. Me pregunto si alguien ha traspasado esa coraza que llevas alrededor.

Soy muy celoso de mi intimidad. No tengo redes sociales. Ni whatsapp. No quiero depender de las tecnologías. Parte de esa coraza que mencionas está hecha de mis amigos de siempre. Y te voy a decir algo: acerté. Porque al ganado se lo conoce en la recta de salida. Los que me acompañaron acabaron siendo los número uno de algo, fuese la delincuencia o la hostelería. Si he tenido etapas bajas han venido precisamente porque me rodeé de las típicas ladillas que, como un sarampión, en el mundo del rock tienes que pasar. No hay nada peor para un artista que tener una corte de ladillas. Aquellos a quienes siempre les van mal las cosas y son trepas. De ellos tienes que deshacerte. Porque dan mala suerte. Yo en el 85 había vendido ya 100.000 discos, y aún no había empezado el verdadero pelotazo. Era lógico que se me pegara algun ladillero [ríe]. También tiene que ver con la coraza el hecho de que me haya tomado esto como un oficio. Yo siempre he querido trabajar, y he priorizado mi oficio. Alguna gente pasó por esto del rock’n’roll como si fuesen unas colonias de verano, pero para mí esto era algo más. Era algo serio.

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Todo el mundo se llena la boca con el barrio y el eco del gueto, pero tú siempre has dicho que si eres de barrio de verdad lo que quieres es largarte.

La prioridad número uno de un chaval de clase obrera: largarse. Y punto. Mi abuelo era estibador, mi padre era estibador y yo sabía que por nada del mundo iba a ser estibador. Por mucho que los respete y quiera. Cuando yo crecí, el rock’n’roll era un clavo al que agarrarte si querías escapar del destino de tu clase social. Si hubiese nacido diez años antes habría sido torero. Me habría tirado a la plaza. Pero me tiré para el espectáculo. En mi casa Manolo Escobar era Dios. Además, festejava con una chica del edificio. Una de las primeras fotos firmadas que tuve fue de Manolo Escobar. Mi madre lo adoraba. En mi barrio Manolo Escobar era Dios, lo escuchabas por todas partes. Esa mitificación del artista fue parte de mi infancia. Gracias a ello empecé a pensar en perseguir un tipo de vida distinto. No quise quedarme allí y casarme con la hija de la vecina.

El único artista de la mal llamada “nova cançó” de quien hablas elogiosamente en el libro es Quico Pi de la Serra.

Quico era un disidente. Los suyos le habían dado la espalda. Era un tipo que iba más allá, que se interesaba por la gente joven, por la música pop, que buscaba nuevos caminos. Sin Quico Pi de la Serra yo jamás habría hecho “La mala reputación”. Quico me puso en contacto con otra Barcelona: pero no la laietana o la del jazz-rock, sino la de Candel, la de Marsé, incluso la de Bocaccio. Me enseñó muchas cosas. Y era muy divertido ir con él a los sitios. Vernos juntos descolocaba a los de su bando y a los del mío [ríe]. Se ha sido muy injusto con él. Con él y con Ovidi Montllor. Eran los que iban por delante.

Ahora se redignifica el sonido caño roto, el jazz-rock layetano o la rumba catalana. A juzgar por el libro, no parece que tú hayas cambiado de opinión respecto a ninguno de los tres estilos. 

Los layetanos te miraban por encima del hombro si no habías ido al conservatorio. Pero yo aún no sé tocar la guitarra, y he grabado 32 discos y he vendido tres millones y medio de álbumes. Me pregunto de qué servía tanto conservatorio [ríe]. Con los años he hablado con gente de aquella escena y todo bien. Pero en aquella época nos despreciaban, y eso no se olvida. Y además, su música era un coñazo. Yo a los diecisiete, como era alto, pintón y DJ, siempre ligaba con chicas mayores que yo, e ir a su casa era peligrosísimo. Sabías que en algún momento iba a caer Iceberg. Al final no te salía a cuenta, la verdad. Me sigue haciendo gracia que gente como Pancho Varona, un músico que toca con Sabina, diga que ellos eran muy rockeros porque escuchaban a King Crimson y Pink Floyd. No entiendo que sigan pretendiendo ocupar un espacio que no les corresponde. Siguen sin enterarse de nada. Mucha tienda de campaña y muy poco Free Cinema. Yo no sé qué es el duende ni el karma, pero he visto a The Clash dos veces, y eso me basta.

Kiko Amat

(Esta es la versión sin cortes de la entretenidísima charla que mantuve con Loquillo en uno de sus feudos históricos, el 99% Bar, hace un par de meses. Lo pasamos muy bien y encima pasaron The Leather Boys por la televisión. La entrevista con ligeras ediciones, y con dos páginacas menos -por cuestiones de espacio-, se publicó en El Periódico de Catalunya del 14 de julio del 2019. Todo esto es propiedad de Kiko Amat; pueden citarlo a placer, pero mencionando la fuente)

Lo fundamental: 10 discos que hicieron a Brighton 64

Kiko Amat recibe en el salón de su casa a Albert y Ricky Gil, hermanos fundadores y co-líderes del extraordinario grupo pop/mod de los ochenta Brighton 64. Allí se habla de los discos que alumbraron su camino, pero también de pantalones pitillo blancos, de Manolo García recomendándoles que no tocasen en directo aún, de versionear 6 canciones del mismo álbum de los Kinks y de melancolía incurable.

Brighton-64+Amat-web1) THE WHO Who’s Next (Polydor, 1971)
RICKY: Fuimos al Cine Maldá cuando pasaban The Kids are alright, el documental. Era sesión continua, y entramos a la mitad, cuando tocaban “Won’t get fooled again”. Nos quedamos flipados. Solo conocíamos a los Who de oídas.
ALBERT: Entramos en su etapa más rockera, la de los 70’s. Nos encantó, y fuimos a la inversa, descubriendo lo antiguo. Y a través de ellos, por una entrevista a Pete Townshend, conocimos a los Jam. Ibas tirando del hilo.
2) THE KINKS The Kinks (Pye, 1964)
RICKY: Este es el primer disco que compramos de ellos. En nuestra primera época llegamos a tocar hasta seis canciones del álbum.
ALBERT: Pero no éramos un grupo mimético. No intentábamos sonar como los Kinks. Nuestro referente eran los Jam: un grupo moderno, con sonido actual, que remitía más al punk que a los sesenta. Brighton 64 siempre han tenido un componente melancólico. En “Barcelona blues” ya hacíamos referencia a una Barcelona que estaba a punto de desaparecer. Es un estado de ánimo, como un deja vu extraño. Una melancolía por cosas que no te han pasado. Siempre hacíamos un flash forward.
3) CHUCK BERRY After School Sessions / One Dozen Berrys (Chess, 1957)
ALBERT: Esto fue nuestro gran descubrimiento musical: la relación de acordes del R&B. Escuchábamos una armonía que nos gustaba, buscábamos quién la hacía, y de los Rolling Stones pasamos al maestro. En aquella época solo existían seis álbumes editados en España, pero nosotros teníamos veintitantos (risas). El hawaiano, el cantado en castellano, el directo en el Fillmore… Mucha gente cree que conoce a Berry, pero las mejores suelen ser desconocidas, como “Brown eyed handsome man”.
4) THE JAM In The City (Polydor, 1977)
ALBERT: Setting Sons fue un disco que nos desorientó mucho, era muy oscuro. Entonces tiramos hasta In The City, y vimos que encima eran… ¡punks con traje! Los Jam hacían música para su momento, algo que creo que han perdido los mods de hoy. Como creador, el mimetismo nunca me ha interesado. Aquí se ve la influencia de Wilko Johnson, de Dr. Feelgood, en esas guitarras tan duras.
5) VV.AA. 20 Mod Classics (Tamla Motown, 1982)
RICKY: Este me lo compré en Londres. Por la portada, obviamente (risas). El segundo volumen llevaba una bandera inglesa. Antes había escuchado algo de Tamla Motown, pero no mucho. Estos veinte temas fueron una introducción acelerada.
ALBERT: Fue el segundo paso en pos de la música negra. El primero había sido aquella cara de Quadrophenia, que nos abrió al mundo del soul. Los Who son el pivote, lo que abrió todos los puentes. Veías el “Heat wave” y te decías: “Esta la hacen los Who. Y también los Jam. ¡Vamos bien!” (risas). Las grandes bandas hacen proselitismo al mostrar sus influencias.
6) THE PAUL COLLINS BEAT The Paul Collins Beat (CBS, 1979)
RICKY: Esto es un ejemplo de música comercial de la época. Junto con The Knack o The Romantics sonaban en todas partes. The Beat nos gustan también por razones personales: con el tiempo conocimos a Paul Collins y nos hicimos amigos.
ALBERT: Es chulo conocer a un tipo que ha sido un tótem, y que encima sea majo. Porque a menudo conoces a gente que admiras, y en mala hora… (risas). En este disco Collins estaba iluminado. Canciones en apariencia simples, pero con una fuerza… Se podría haber guardado la mitad de canciones e ir sacándolas con los años. Es una lección magistral. Imagino que él sabe que este disco es una obra de arte. Debe ser frustrante que haya trascendido tan poco.
7) LOS RÁPIDOS Los Rápidos (EMI, 1981)
RICKY: Cuando acabábamos de empezar recibimos la histórica visita de Manolo García y José Luis Pérez de Los Rápidos a nuestro local de ensayo. Manolo nos soltó la legendaria frase: “Muy bien chicos, yo creo que en un par de años empezareis a sonar un poquito”. Lo que pensamos fue: “¿Un par de años?” (risas). Nosotros queríamos tocar YA, teníamos mucha prisa. Luego fuimos a su local y nos quedamos de piedra. Tocaban muy bien.
8) PISTONES Persecución (MR, 1983)
ALBERT: Para mí todos estos grupos eran tan importantes como los Jam. Era música cantada en castellano, como la nuestra. Rechazábamos la música española de los 60’s, grupos que nos parecían de verbena como Los Sírex. De hecho, los veíamos en verbenas de verdad (ríe). Nos sonaban añejos, pero añejo franquista. Teníamos que rechazar lo que había detrás, y aliarnos a los referentes modernos.
9) THE BARRACUDAS Drop Out (Voxx, 1981)
RICKY: Nos dieron sonido y look. Encontramos camisetas de rugby y pantalones de pitillo blancos, y son los que nos pusimos en La casa de la bomba. Habíamos ido mucho de traje completo, oscuro, corbatas, como en “Fotos del ayer”.
ALBERT: Dejamos de ir ultra-mods para ir de un rollo más pop-art. Barracudas fueron la influencia principal en “La casa de la bomba”: surf-pop, coros, órgano, guitarras ácidas…
10) THE FLESHTONES “American Beat” (maxi IRS, 1984)
ALBERT: Esto abrió la puerta al soul, al garage… Lo de salir por la puerta tocando los instrumentos ahora ya lo hemos visto cuarenta veces, pero la primera vez que lo vimos, en 1985… Mira, se me ha puesto la piel de gallina (risas). Me recuerdan a Sex Museum, en el sentido que hacen lo suyo mientras el mundo va cambiando. Son como esa camiseta que te compraste en 1982 y un día en que te ves más delgado te vuelves a poner. Hay que tener paciencia, porque el mundo gira y gira, y las modas vuelven y vuelven.

6 imprescindibles del pop-mod español 1982-1990
1) BRIGHTON 64 Fotos del ayer (1982-1987) (BCore 2014): Podrían ustedes ir de safari vinílico para cazar todos los singles y maxis, pero esta flamante recopilación les ahorrará el faenón. Aquí está, simplemente, lo mejor de Brighton 64. Todos sus éxitos, evoluciones y avances, incluyendo caras B sublimes y oscuras favoritas. Todo ello envuelto en cegador portadón, con bonita hoja interior y lujoso fanzine repleto de textos (Alex Cooper, Miqui Otero y otros).
2) LOS CANGUROS Un salto adelante (1986-1990) (BCore 2013): La banda más avanzada del modernismo patrio. Versionaban a The Cure, Pere Ubu, The Prisoners y Booker T. Sonaban a Makin’ Time, pero también a The Fall o Blue Orchids. Llevaban Farfisa, pero no producía notas ye-yé. Eran oscuros y fatalistas e inexplicablemente maduros. Uno de los grupos más idiosincrásicos y celebrables de esta cosa nuestra.
3) LOS NEGATIVOS Piknik Caleidoscópico (Victoria, 1986): El mejor disco de pop psicodélico español de todos los tiempos. Sin más. Las mejores canciones, letras, portada y trapitos. Los Negativos fueron el único grupo sin mácula de todo este asunto, y en 1986 parecían incapaces de equivocarse. Su debut, un trabajo artesanal de puro amor al pop, sigue sin ser superado veintitantos años después.
4) LOS FLECHAZOS Viviendo en la era pop (DRO, 1988): Los Flechazos demostraron, por vez primera, que un grupo podía llevar lo mod de bastión y vender un aluvión de copias. Un monumento a la pasión por cosas relucientes y añejas, y su disco más cándido, menos forzado, más teenager y bullanguero (incluye garage, surf, power pop, instrumentales en plan The Roulettes…). La evolución lógica de los Brighton 64 era esto.
5) KAMENBERT Soul nights (DRO, 1987): No tiene mucho soul, la verdad, pero es uno de los mejores álbumes europeos de pop-con-trompetas al modo 1987. Todas las canciones son excelentes, y podrían haber sido tan grandes como, qué se yo, Los Ronaldos o Los Romeos. No lo fueron en absoluto, pero aún se echa de menos su gracia, su emoción, su trío de cantantes femeninas, tan nueva ola, todas sus felices cancionazas. Incomprensiblemente, jamás ha sido reeditado.
6) LOS SENCILLOS De placer (BMG/Ariola 1990): Los mods les abandonaron y les llamaron cosas que terminan en -ones, pero De placer es un disco a la altura de los cinco anteriores. Es casi una recopilación de singles, con 11 éxitos potencialmente radiables. Los Sencillos no se harían mega hasta “Bonito es”, pero este es el que ocupa más lugar en ciertos corazoncitos.

(Esta pieza nos la encargaron en Rolling Stone hace unos meses. Al poco de publicarse, la amable chica que nos lo había encargado cesó o fue cesada. Esperemos que no fuese por nuestra culpa. La foto como-pedro-por-mi-casa es de Carles Rodríguez)

Alfredo Calonge: Graduado en underground

ALFREDO CALONGE (1961-2014)
Músico barcelonés

alfredo-calonge-14-05-14Se hace muy raro pensar que ya no estará aquí cuando suenen los acordes de una nueva canción. Alfredo Calonge fue una figura consistente, omnipresente, del pop barcelonés desde 1979 hasta hoy. Mucha gente le conocía como colgador de posters y repartidor de pasquines para la promotora LiveNation, pero Calonge llevaba una doble vida. Como aquel Vic Godard inglés, que combinó ser cerebro avanzado del postpunk con trabajar de cartero, nuestro mensajero motorizado favorito era en realidad una celebridad del underground barcelonés, fundador del añoradísimo grupo de pop psicodélico Los Negativos y homérico agitador de las criptas pop locales. Uno de esos héroes que no aparecen en los mapas de batallas: un genuino graduado en underground.
Alfredo Calonge había sido pionero en más de un sentido. Fue uno de los primeros mods que paseó por las calles de la ciudad hacia 1978-79. Sus pasiones juveniles eran –según confesó en una entrevista- “La fotografia. Two Tone, new wave, los Who, Beatles, Motown, Soul, James Brown, Creation y demás pop art británico”. Según cuenta la leyenda, la fotografía le permitió unirse a Los Negativos: su primer encuentro con el resto de incipientes flequillos negativos (Robert Grima, Carles Estrada, Valentí Morató) nació de una sesión fotográfica. Al poco, Calonge ofrecía sus talentos guitarriles a la banda, y nacía en aquel instante uno de los músicos de más genio que se había visto por estos lares. La nueva relación dio como fruto dos álbumes épicos, memorables e irrepetibles: Piknik Caleidoscópico (Victoria, 1986) y 18º Sábado Amarillo (Victoria, 1987). Dos discos sublimes, nacidos del más instintivo y puro amor al pop 60’s, pero que esquivaban refritos o clichés para presentar una música atemporal y emocionante. Su cancionero le sobrevivirá siempre: “Moscas y arañas”, “Cansados y decaídos”, “Viaje al norte”, “Bagdad”, “Cigarras panameñas”, “Pasando el tiempo”…
Alérgico a la quietud, en Alfredo no decreció el impulso cuando Los Negativos cesaron. En los años que seguirían, Calonge fundó el grupo de pop-dance psicodélico Dr. Love (buscando, en sus propias palabras, abrir un camino conceptual similar al que había abierto Paul Weller pasando de The Jam a The Style Council), y los noventa le verían componiendo de nuevo junto a los jóvenes indies Bondage. En la actualidad se encontraba tocando con el grupo de R&B mod The Canary Sect, y planeaba un nuevo álbum con los Negativos (su primer single “A tumba abierta”, apareció unas semanas antes de su fallecimiento).
Pero de Calonge, además de la increíble música que legó, queda también su pasión, ardiente e inmortal. Su perpetua ansia de conocimiento en todos los ámbitos. Su atención al detalle, que se traducía en una imperecedera obsesión por la ropa hip y mod que jamás perdió, o por su apabullante colección de juguetes antiguos, o por su aún lozana querencia por todo lo que oliese a 1966, o por su inseparable Lambretta, montura en mil aventuras. Y, ante todo, su colosal generosidad, dulzura y afabilidad, que le hicieron uno de los personajes más amados del subsuelo pop independiente. En Barcelona -como dirían sus coetáneos Kamenbert- ya no hay nadie como él. Kiko Amat

(Obituario publicado originalmente en La Vanguardia del 16 de mayo de 2014)