El domingo 3 de mayo a las 19h voy a estar en algo llamado «Story Live» en algo llamado Instagram. Me han invitado los del Colectivo Bruxista, unos lectores hardcore de lo mío a quien profeso especial afección, para que hable con el entrevistador Javi Bayo de mi adolescencia (casi niñez) subcultural. He aceptado. Será una grata charla, sin duda. La cosa se retransmitirá en directo, y pueden conectarse (me cuentan) aquí.
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Glam rock: un motín con colorete
Ninguneado y despreciado (por puro clasismo) durante décadas, el glam rock recupera su justo lugar como primera zurribanda adolescente de los 70 y gran eslabón perdido del pop. El último libro de Simon Reynolds, Como un golpe de rayo; el glam y su legado, de los setenta al siglo XXI (Caja Negra) canta sus virtudes, lo dignifica y da palmadas al ritmo.
Ningún dogma ha sufrido una alteración mayor que la concepción de los años 70 como desierto musical. Y sin embargo, cuando yo era púber y pasaba la vida entre el baño y la pista de baile, mi credo era que todo lo excitante del pop había muerto en 1966, y que aquella excitación no había regresado hasta diez años después, cuando el punk rock la resucitó con un caritativo chasqueo de dedos. En lo que a mi tribu concernía, entre el The Who Sell Out (1967) y el Down by the Jetty de Dr. Feelgood (1975) no había NADA. En mi mente, la década de los 70 era un gran espacio en blanco, como los confines del mapa en El Planeta de los Simios. Algo ni explorado ni explorable, territorio de hippies, cantautores-para-divorciados y odioso blues-rock. Música adulta, música para catedráticos. Genesis. Vangelis. Sífilis.
Hoy sabemos que no es así; el punk nos mintió. El punk tenía un hermano mayor que se lo había enseñado todo, pero de quien se avergonzaba por las pintas y el rímel: el glam rock. Así que escondió sus fotos. El glam es el Trotsky del pop; el gran silenciado. Al no haberlo degustado de primera mano (cuando los de 1971 llegamos a los futbolines allí solo sonaban Los Chichos), la prognosis del punk nos pareció fiable, y aquel eslabón perdido, Homo Purpurinus, quedó sumergido en una no-zona crítica, un limbo subcultural. Nadie se acordó de él.
Pero, ¿que és el glam rock?
El glam son muchas cosas, por eso el nuevo libro del crítico inglés Simon Reynolds, Como un golpe de rayo; el glam y su legado, de los setenta al siglo XXI, ocupa 691 páginas. El glam es el primer despiporre adolescente de los setenta. El glam es diversión, revuelta juvenil, ropa delirante y actitud camp, androginia y estribillos. Un género estridente y bailongo (no en vano se le consideraba parte del sonido “disco”) que se metastatizó por el mundo de 1971 a 1974. A la vez el glam es como el Peronismo: tiene dos cabezas polarmente distintas: una es arty y la otra… Bueno, nada arty. Este artículo se centra en la segunda cabeza, por la sencilla razón de que se acerca otra exposición Bowie, y los críticos con diploma citarán solo el Berlin y Roxy y el rock-como-forma-de-arte, y mis matones travestidos favoritos quedarán sin nombrar. Pero no esta vez, si puedo evitarlo.
Oído, pero ¿qué es el glam rock?
Voy. El glam es artificial, y orgulloso de ello. Celebra “la ilusión y las máscaras”. Es una parodia del glamour, como si te vistieses de nazi para ir al carnaval de tu pueblo (nadie pensaría que lo eres en serio). El glam quiere que se sepa que es falso. Incluso cuando va de lujoso y decadente, es un poco cutre y guiño-guiño. Glam son los Slade con uniforme de gala al lado de unos desagües de retrete (ver foto). Es “titánico, idólatra, demente, teatro de artificio desembozado y escenario de grandes gestos”, aduce Reynolds. El glam rock rechaza el falso realismo Springsteen, y ofrece en su lugar una pantomima que, por su histerismo y calidad venusiana, se convierte en una declaración mucho más honesta de intenciones.
El glam es un rechazo. Su ethos se pasa por el forro el consenso de 1970. Es un corte de mangas a los grupos de blues-rock campestre con letras de “gente normal”, chupas tejanas y pelo facial. El glam es anti-seriedad. Se mea en el rock “conceptual”, la música madura y el arte “de verdad”. Su existencia acabó, de un solo riff neandertal, con lo que Reynolds califica como “el largo y melenudo invierno del rock de elepés”.
El glam es chocante, como antes lo fueron Elvis o los Stones. Pero el glam vio que cada vez era más difícil epater les burgeois. Para lograrlo, el género tenía que lanzarse a por lo más pirado: plataformas rascacielos, purpurina a manguerazos, homoerotismo rampante y vodevil marciano. Steve Priest de The Sweet apareció por televisión ataviado de “recluta gay de las SS”. Dave Hill de Slade parecía una mezcla de Samuel Pepys, Vegeta de Bola de Drac y paje medieval. En cuanto a Gary Glitter… Era como si David Hasselhof se hubiese calzado el traje de obispo dadá de Hugo Ball.
Lo chocante no eran solo los trapitos. El glam es reaccionario. Se niega a aceptar el zeitgeist. Nik Cohn en Awopbobalobop… acotaba el pop y se negaba a ir más allá de 1968. El glam comparte su visión totalitaria. ¡Little Richard y cierra el glam!, parece gritarnos mientras carga entre una nube de confeti. Sus artistas miran sin complejos al rockabilly cincuentero y al agresivo mod-beat sesentas. Para el glam, el Sgt Pepper’s nunca existió. Ni el Rubber Soul. Reynolds define a Slade como “unos Beatles atascados de por vida en 1964”. El glam va directo al riff y a la brevedad de los sixties. No es casual que algunos de sus ídolos fuesen malogrados has-beens de los 60 en modo Segunda Venida: Bowie y Bolan, claro, pero también Paul Raven (Gary Glitter), Jesse Hector de The Gorillas, Shane Fenton (Alvin Stardust), Slade o Mott The Hopple.
A la vez, el glam era moderno. Nunca fue “revival”. Trevor-Roper llamó a Hitler “el terrible simplificador”, porque leyó mucha historia y de ella extrajo unas cuantas nociones inamovibles. Quitando lo odioso, lo mismo podría decirse del glam. El glam depura el sonido beat, quita lo sobrante, anaboliza lo anémico (baterías flojuchas, letras verbosas, solos alardeantes) y crea un invencible bruto mecánico. Todo es estribillo e impacto y melodrama. Reynolds cita la pionera tarea de productores como Chinn & Chapman, doctores Frankenstein del Gran Sonido. El ranga-ranga es puro Who, pero el boop-beep anticipa el tecno. T. Rex eran “los 50 si estos hubiesen llegado después de 60”. Música vieja con tecnología joven.
El glam es rebeldía adolescente. Su revolución es de tebeo, de grafiti faltoso, pedorretas al profesorado y pitillos en el váter. Sus letras son llamadas abstractas al desorden y el deslengüe. La media de edad de los fans de T.Rex era de 15 años; los de Alice Cooper no llegaban a 12. Reynolds cita las protestas de 1972 en el marco del Pupil Power, cuando 800 niños londinenses se manifestaron contra la “dictadura de los maestros”, para luego dirigirse a los estudios de Top Of The Pops y saludar con el puño en alto el “School’s Out” de Alice Cooper. ¿Y T. Rex qué? Sus detractores decían que aquello no “era para adultos”. Y tanto que no. Es pop para la edad del pavo, alucinante y alucinado, barbilampiño, libre como un sábado por la mañana. Se la traen al pairo la paz, el medio ambiente y los tapices tejidos a mano. Es como el punk, en suma, solo que sin los panfletos.
Al igual que el punk, el glam formó tribu. Una élite “autocreada”, no basada en apellidos compuestos, fortuna o poder, sino conocimiento y afiliación. Una sociedad secreta, solo que no era nada secreta, porque sus ídolos eran archifamosos, sus ritos se difundían a través de la prensa de kiosko y los fans iban vestidos de lagarterana espacial. La militancia se demostraba a base de audacia, esfuerzo y coraje: quién se arriesgaba a salir de casa de aquel modo o quién se había leído los libros de los que hablaba Bowie. El glam era andrógino y afeminado pero, para chasco de sus enemigos, requería mucha valentía.
Know who you are
El glam rock era de clase obrera. Igual que toda la música popular de posguerra, me dirán ustedes. En efecto, pero el glam, en su rama no-arty, lo era de un modo farruco. Se negaba a citar a Marcuse o hablar de koljoses para ser aceptado por la clase media. Celebraba el sábado noche, las trifulcas, el pandilleo y lo tórrido. ¿Escapista? Tal vez. Pero en ambiente proletario, el escapismo siempre ha sido una opción digna. Trabajo ocho horas en la rectificadora, de acuerdo, pero a ver quién es el guapo que me impide vestir de mutante homosexual para ir al disco-pub.
Pues el glam era bailable. El ritmo no era consecuencia sino fin. Gary Glitter y su productor Mike Leander (“gran visir del glitter”) buscaban un “white disco sound”. Algo autóctono, futurista y rocanrol que competiese con la música negra en los clubes ingleses. Porque el glam es inglés. Los americanos tenían a New York Dolls. Y Suzi Quatro. Y Alice Cooper, vale. Pero el glamur de fregadero de Slade no cuajaba en yanquilandia. Chavales aplicándose rímel a espaldas de sus padres para ir a bailar al gimnasio del centro católico: eso es glam, y en el ambiente liberado de Los Angeles parecía una insensatez. Reynolds apunta otra teoría: la “sima” que separaba la FM de la AM en la radio americana. FM era el underground melenudo, AM el pop pulido. El glam inglés estaba justo en medio. T.Rex eran superpop bizarro, demasiado pop para los freakies, demasiado flipado para los squares.
Y asimismo, el glam reinó triunfal del 71 al 74. Cuatro años de mandato, que terminarían cuando Bowie se pasó al soul y, luego, a lo alemán; Bolan perdió el talento y murió (en un Mini, que es una muerte bastante glam); The Slade, The Sweet y los demás se fueron achicando poco a poco. Pero mientras existió, el glam fue espléndido. Una erupción eléctrica y rebelde cuyos discos están a la altura de lo mejor de la era mod y la nueva ola. Visto desde dicha perspectiva, resulta chocante que la prensa adujese que el pub rock y el punk habían rescatado al rock del tedio. ¿Tedio? ¿Qué tedio?
Un Top 5 del glam rompepistas inglés
MUD: Querían ser camp, pero no les salía muy bien. En las fotos lucen como estibadores portuarios forzados a travestirse. “No había nada delicado o élfico en el sonido de Mud”, dice Reynolds. Bailaban como teddy-boys borrachos (aunque sincronizados), y en “Dyna-mite” sonaban como si los Archies hubiesen grabado en el gol sur. Decían palabras soeces y, al menos en una famosa imagen dominguera y anti-cool, anticiparon a los Decibelios de Vacaciones en El Prat.
T. REX: Ya les conocen. Un exmod convertido a folkie tolkeniano que se deshizo de la capa hippy y se remodeló, ya definitivamente, en rey del boogie e inventor del glam rock. Marc Bolan se colocó una boa y espolvoreó purpurina en sus (cincelados) pómulos, convirtió su música en un reducido de Eddie Cochran del espacio exterior y adelgazó sus letras para que solo acarrearan un par de mensajes básicos sobre amores calientes, danzarines cósmicos, guerreros eléctricos y gurús metálicos. El glam es Bolan.
SLADE: Se autodenominaban “supervándalos”. Celebraban a los chavales “que dejaban los estudios a los quince años” y a la clase obrera en primera persona del plural. Vestían como semi-skinheads + prestamistas dickensianos + luchadores grecorromanos. Sus discos estaban llenos de palmadas y pateos (su marca de fábrica). Tuvieron una porrada de números uno pero jamás evolucionaron (“convirtieron los inicios de los Beatles en su destino”). Eran todo ritmo, velocidad, farra y baratura (grababan los álbumes en dos días). Uno de los más grandes grupos del rock’n’roll. Incluyo mi super-favorita de ellos, pese a que no es la más típica de su sonido (y canta Jim Lea).
THE SWEET: Los Monkees del glam. Un grupo prefabricado que tomó las riendas de su carrera. Una máquina de hits en mallas, con camp de lo más convincente. Combustión rocanrol pero lacado pop con letras melodramáticas, riffs huracanados y armonías vocales. “Ballroom Blitz” es Bo Diddley danzando música militar extraterrestre. No hay solos ni baladas ni asomo de blues (gracias al cielo). Puro disco-rock blanco para la disco del viaje de fin de curso de octavo. Queen lo copiaron todo de aquí.
SUZI QUATRO: “Can the can” fue el primer hit glam que escuché en mi vida. Febril trum-patrum castrense, aullidos rompe-gargantas, guitarras de dos acordes, palmadas de hinchada. En aquel momento no me convenció, hoy marcho a su ritmo. Suzi era punk antes del punk. Iba de chica mala, y era un personaje, pero su personaje se parecía mucho a la de verdad. Era de Detroit, calzaba traje elástico a lo Catwoman, se negaba a ser blanda (o una “señorita”) e inspiró a muchos fans. Joan Jett, sin ir más lejos.
Apéndice #1: Glam de trapería
Sucede en todos los géneros: unos cuantos suertudos son vanguardia, innovan, se hacen famosos y alcanzan la “fase imperial” (reconocimiento público + cénit creativo). Es la primera división. En un escalón inferior se halla la segunda: grupos que iban a remolque, con menos talento; grupos que tuvieron mala pata o ideas lamentables. El glam no es una excepción. Se trataba de un género masivo, pero solo un puñado de artistas colocaron hits en lo alto. Lo que sobraba del quesito se lo repartieron centenares de bandas menores, que solo fueron grandes en campings y en algunos pueblos extremeños, que entraron en el Top 40 de milagro y por salva sea la parte (o que jamás entraron), y que se vieron obligados a utilizar sonrojantes estrategias de márquetin.
Simon Reynolds dedica solo dos páginas a este sub-género bautizado como “junkshop glam” (glam de trapería), una cifra risible si tenemos en cuenta el alud de bandas y discos -a cuál más loco- que se apiñan en sus filas: Hector (niños con pecas pintadas y un super-hit, “Wired up”), Pantherman (un fulano vestido de pantera). Streakers (en pelota picada) o Zappo (superhéroe loco). El “Rebel’s rule” de Iron Virgin o el “Another School day” de Hello. O mis favoritos, Jook: exJohn’s Children, ropa hooligan, sonido Who anabólico con zapateado Bay City Rollers y un hit subterráneo en “Aggravation place”. Como ellos, cientos. Durante cuatro años, los singles de aquellos maromos mazas con peinados medievales, bufandas-pitón y pantalones John Silver que berreaban “Bish Bash Bosh” o “Rave’n’Rock” fueron lo más en las discotecas de Europa (pero en ningún lado más).
Lo irónico del caso es que la maquinaria voraz del mercado coleccionista, al ir completando estilos y sub-estilos, ha terminado dirigiendo su mirada a esta 2ª división. Decenas de grupos anecdóticos, puros One Hit Wonders, son hoy pasto de caza y puja, y sus singles de 45rpm con portada (formato estrella del glam) se han convertido en cobejados objetos de consumo underground con el pedigrí del 60’s punk raro o el soul ignoto.
Apéndice #2: Tot el camp es un glam
Aquí no hubo glam autóctono, así que vuelvan a guardar el lápiz de labios y la laca. Según Ramón de España, periodista y veterano fan de Roxy Music que vivió el goteo (o chaparrón) del género en España a principios de los años setenta, “nunca existió un glam autóctono. Además, nadie usaba el término glam rock, sino gay power. Con ese título publicó un libro el difunto Eduardo Haro Ibars. En otro plan, La Charanga del Tío Honorio publicó una canción titulada “Los chicos del gay pobre”. Franco aún vivía y no estábamos para mariconadas. Miguel Bosé era toda la ambigüedad que podía soportar el régimen, por moribundo que estuviese”.
Ramón De España apunta que, por otro lado, el glam foráneo sí explotó en las discos patrias, como demuestran los centenares de sencillos editados con portada española y traducción insensata del título. “Ciertamente, el glam llegó y triunfó”, afirma. “Entró con David Bowie y Ziggy Stardust. De repente, El Corte Inglés estaba lleno de ejemplares de Space oddity, The man who sold the world y Hunky dory, que no se habían editado en su momento. El glam tuvo éxito tanto en la vertiente arty (Roxy, Bowie) como chusmosa (The Sweet, Slade, Suzi Quatro). En el momento, los fans de unos y otros eran irreconciliables. Los del rollo arty nos choteábamos de Gary Glitter como luego lo hicimos de Tino Casal. Con el paso del tiempo, hay que reconocer que algunos hits de los chusmosos no estaban nada mal, sobre todo los escritos por el dúo Chinn y Chapman, proveedores de The Sweet y Suzi Quatro. Y no olvidemos a Cockney Rebel, cuyos dos primeros álbumes, sensacionales ambos, se acogieron a la cosa glam. Siempre fue un grupo de minorías, eso sí, salvo con el hit “Make me smile (Come up and see me)”, que nunca se repitió”. Kiko Amat
(Este artículo se publicó originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 29 de julio del 2017. Pueden clickar y compartir, si así lo desean, el link del periódico -así mis jefes verán que hay alguien leyendo- o este mismo)
Manchester: alma norteña
El Periódico me encargó hace unos días una pieza para homenajear a Manchester después del atentado. La escribí. Según la escribía me iba dando cuenta de la cantidad de bandas de allí que me encantan. En la imagen principal aparecen los Oasis, inevitablemente, acompañados por sus pilosas cejas, pero yo no pensaba en ellos.
Pueden leerla, por supuesto, activando este micrófono oculto mediante un fuerte alarido con acento de Manchester. Todo lo nasal que puedan.
Glam rock: zurribanda adolescente con purpurina
La editorial Caja Negra publicará en España en breve el nuevo libro de Simon Reynolds Como un golpe de rayo; el glam y su legado, desde los setenta y hasta el siglo XXI. Escribiremos sobre él a la menor oportunidad.
Mientras tanto, y pa’cer boca, les recupero una pieza que escribí hace cuatro o cinco años con ocasión de la aparición de Wired Up!; glam, proto punk and bubblegum European picture sleeves 1970-1976, de Jeremy Thompson and Mary Blount.
Glam rock El libro Wired Up! Glam, proto punk and bubblegum european picture sleeves 1970-1976 recopila las portadas más llamativas del género más excitante (y ninguneado) de los 70’s
Zurribanda adolescente con purpurina
- Obsérvenlos: un ejército de pilosos camioneros embutidos en trajes de Klingon y duchados en purpurina, meneando los glúteos, berreando odas a la revuelta juvenil y rasgando explosivos riffs ante millares de chavalas y gamberrazos. Si tomamos como precepto fundamental que el pop debe ser lo contrario de aburrido, entonces el glam rock es la perfecta música pop. Se ha esculpido el catecismo de los 70’s como erial de fatuo rock progresivo del que nos salvó el punk, pero la realidad es bien distinta. Robin Wills (de The Barracudas) declara en su prólogo para Wired up! que “1974 es el nuevo 1965”. El escritor Stewart Home considera a los grupos de glam más divertidos, auténticos y sinceros que algunos punk-panfletos que vendrían después. “Bish Bash Bosh” frente a “Right to work”.
- El glam rock siempre ha tenido detractores, y la crítica que se le hace apesta a clasismo. El glam era estridente, rudo y proletario. Su rebelión era de tebeo, como algunos de sus referentes. No escondía sus anhelos (follar, pelear, bailar) ni sus orígenes de clase baja. Aunaba escapismo 70’s con la afirmación de una idealizada cultura obrera. Se trataba de música popular para bailotear en discos de barrio y morrearse en reservados, nada intelectual ni introspectiva; no fue concebida para escuchar a solas en una habitación del campus. Sus metas eran la diversión y el entretenimiento puro, con un par de soflamas de protesta pop como extra. Desde luego no era música de vanguardia: ni escondía su falta de pretensiones ni disfrazaba su glorioso rock’n’roll de algo que no era. Al contrario que el punk inglés, el glam rock nunca tuvo ínfulas de Año Cero: sus raíces estaban en el r’n’r de los 50 y la era mod. De hecho, muchos de sus artistas eran despojos mod reinsertados (John Hewlett, de John’s Children; Paul Raven, luego Gary Glitter; Jesse Hector; Marc Bolan) o cuanto menos gente granadita que ya había probado suerte en los sixties, como Slade. En ese sentido, el glam rock podría considerarse una reválida de lo mejor de los 60’s: la energía, el entusiasmo, la candidez, las canciones de dos minutos… Su completa falta de impostura y lo rotundo de su sonido maravillan incluso hoy.
- El glam tiene lo mejor de todas las cosas. El sonido es The Who exagerado, con estribillos repetitivos y producciones que son casi Disco. La pertenencia obrera se vocea como caricatura entrañable, con palmadas sincronizadas, pateos de graderío y cánticos hooligan, así como en una lírica vivencial sobre agarrarse un pedal, ligarse a una buenorra o darse de leches el sábado noche. Stockhausen no es, gracias al cielo. Cuando las letras sobre trifulcas o jacas se agotan, los grupos sacan la artillería pesada, casi toda centrada en aficiones de adolescente extrarradial: ciencia ficción, artes marciales o pajeo compulsivo. Wired Up! hace hincapié en el formato estrella del glam -el single de 45rpm con portada- como columna central de su universo. Los grupos se ponen los nombres más extremos para llamar la atención del comprador púber, y su estética va a juego. Los músicos son imposibles albañiles vellosos con trajes Galáctica y mostachos Nietzsche, el epítome de la androginia fallida: a más cardados y rímel, más machotes. Solo hay que ver fotos de Mud o Sweet, fornidos empleados de mudanzas embutidos en trajes del Comando G. Le partirían a usted la cara en un santiamén, y luego irían a limarse las uñas. En ocasiones los grupos adoptan un guiño lo menos sutil posible en un esfuerzo por destacar en el mar de mallas: Hector (niños con pecas pintadas), Pantherman (un fulano vestido de pantera). Streakers (en pelota picada) o Zappo (superhéroe loco). Y así, cientos. Wired Up! acierta al afirmar que por cada Slade había mil bandas de segunda fila, y todas ellas tendrían sus tres minutos de fama en las discotecas y futbolines de Bélgica, Holanda o España. Durante seis años, aquellos maromos mazas con peinados medievales y pantalones prietos cantando “Teenage rampage” eran lo más popular de Europa. ¿Y ustedes me dicen que llegó el punk para salvarnos del aburrimiento? Kiko Amat
(Este artículo se publicó originalmente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia, febrero del 2013. también fue recopilado en Chap Chap; una antología confesional (Blackie Books))
La canción del viernes #24: THE SAINTS, «Gypsy woman»
La escuché por primera vez en 1989, en la cinta sin créditos de unos mods alemanes. Varios años más tarde (seguía en la inopia, y no podía entrar en una máquina buscadora mágica) descubrí que había aparecido en una recopilación australiana -un poco barrecha insensata- del sello mod Countdown Records, hacia 1986. Y hace muy poco descubrí que la jodida era una versión de un grupo beat australiano de 1966 llamado The Allusions.
Yo prefiero muy fuertemente la de los Saints.
Foxbase Alpha: música pop sobre música pop sobre…
Esta es una pieza que escribí para Babelia de El País con ocasión del 25º aniversario de Foxbase Alpha, el debut de Saint Etienne, en la que cambio de idea sobre casi todo lo que pensaba a mitades de los 90’s. Del disco, no del mundo.
Mose Allison (1927-2016): hurra por el blues de todos
Murió uno de mis músicos favoritos de toda la vida, MOSE ALLISON, y le escribí otro sentido artículo para Babelia de El País. Les ordeno que lo lean. ¡Ahora!
Un pequeño fragmento de este artículo ya había aparecido en el capítulo sobre Allison de mi libro Mil violines, que estoy seguro que todos ustedes tienen. Bueno, 2000 de ustedes, más o menos (no cuento los que lo mangaron de bibliotecas).
Aprovecho la ocasión para endilgarles una de mis canciones favoritas (himno personal) de Mose.
Quiero ver a todos los mods con banda negra en el bíceps durante medio año, mínimo.
Sam Selvon: Esto es Londres, esto es la vida
Releí con gusto grande la nueva edición de un viejo favorito personal: Solos en Londres, de Sam Selvon. Un excelente rescate de Automática, una pelotuda traducción de Enrique Maldonado y, aquí, en el Babelia de El País, mi crítica bailonga de todo ello.
La canción del viernes #10: NEWTOWN NEUROTICS «The mess»
O sea, «el lío». NEWTOWN NEUROTICS eran algo asombroso. Punk-rockers del 1983 -formados en el glorioso año 1979- de aquellos que parecían medio mods por osmosis, como Dogs, Rudi o The Donkeys (supongo que por lo fanísimos que eran de los Jam, todos ellos). Creo que algún loco reeditó hace poco el Beggars can be choosers, un disco que es la pera (y yo tengo, ejem, en original, MUAHAHAHAHA), el vórtice exacto donde topan The Purple Hearts y The Ruts. Dicho original lo sacó Razor Records, un sello cuyo catálogo era para volverse medio loco y empezar a aullarle a la luna con el pito tieso: los Purple Hearts del Pop-ish Frenzy!, Menace, Adicts, Long Tall Texans, el Kickstart de The Lambrettas, Cock Sparrer, la recopilación aquella de The Saints y paro antes del patatús.
Además, para colmo, Newtown Neurotics eran ultra-macro-izquierdosos. Más de pub que de panfleto, por fortuna. Y tenían un hit con trompetazos, también: «Suzi». Que llevo media vida pinchando en comuniones y orgías.
«The mess» siempre me ha encantado, porque consigue la proeza de explicar cada acontecimento de mi adolescencia en Sant Boi en tan solo 3 minutos. Solo falta la adquisición de anfetamina por cauces no legales y aquello que pasó con el yonki y una botella de champán.
I’m wasted, just look at the mess I am in. Spent half of the night walking the streets
looking for a party that never existed
every week is just the same
well we talked about sex but never of love
we bragged about girls with which we’d had fun
oh but the thing that’s really sad
we never had.
La-lo-li. El álbum contiene también otro favoritazo personal, «Agony«, que habla de un fulano que desearía poder llorar tranquilo en lugar que tenerle que arrearle una buena tunda a un imbécil. Joder, sé de qué me habláis, Neurotics. Lo sé bien.
Indie pero español
Pequeño circo; historia oral del indie en España (Contra, 2015), de Nando Cruz, documenta al fin la pequeña gran historia del indie de aquí. Kiko Amat pugna por recordar dónde rayos estaba él cuando todo sucedió.
1. Mi relación con el indie español es una de desconfianza intermitente, bañada muy de vez en cuando en la ocasional luz de la inspiración, y que termina con final feliz. Esa antipatía original hacia el indie es algo curioso, porque si he de serles sincero me perdí un alto porcentaje de su actividad primigenia. Tal inquina, así, era más la que de repente le agarras en un bar a un baranda a quien no conoces de nada, pero que te irrita por sus poses pretenciosas o voz de flautín, que la que le tendrías a un amigo íntimo que te hinca el puñal entre los omoplatos. Pero bajen la mano despacio y suelten el Twitter. El indie tuvo cosas malas y cosas buenas, y la intención de este artículo será dirimir con una cierta ecuanimidad cuáles fueron unas y otras.
Antes déjenme hablarles un poco de mí, para variar. Conviene establecer ciertas intersecciones ético-estéticas con el indie peninsular. De 1985 a 1990 yo fui mod (qué le vamos a hacer). En 1990, y a partir de mi decepción con el “movimiento” (entonces lo llamábamos así), empecé a bucear en zonas limítrofes: el punk rock, el hardcore y el northern soul; una ensalada de sonidos que, por un tiempo, parecía tener sentido solo en mi deslavazado magín. En efecto, de 1991 a 1995 yo era el único fulano de Barcelona que frecuentaba shows de hardcore y allnighters de northern soul, como si me hubiese dado un aire. En 1990, por añadidura, yo había dejado de comprar el Ruta 66, que empezaba a cerrar filas alrededor del rock “auténtico”, pero no pasé a Rockdelux. Lo que hice fue enclaustrarme aún más en mi enrarecido cubil, radicalizando la cerril postura anti-mainstream y cavando hondo en los asuntos subterráneos -y algo subnormales- que me pirraban.
Todo esto viene a cuento de que el indie español y yo circulamos durante años por carreteras paralelas, sin cruzarnos. Casi. Frecuentamos los mismos garitos barceloneses (Communiqué, KGB o Humedad Relativa) durante la misma época, pero no aparecíamos por allí el mismo día (yo iba los días de rollo mod o punk). Cuando llegó el momento de coincidir en celebraciones comunes (los primeros festivales musicales), a mí únicamente me interesaba mi lado del patio, y aprovechaba las actuaciones indies para mear, beber o morrear mozas. El Serie B de Pradejón o los primeros tres FIB de Benicàssim son ejemplos donde interseccionaban los míos y los suyos, con algún punto azul donde ambos convivíamos en paz: yo iba a ver a Thee Headcoats o Mega City Four, ellos a El Inquilino Comunista o My Bloody Valentine, y oriente y occidente nunca se encontrarán (que decía Rudyard Kipling).
Que hacia esa época yo tuviese algunos tiros pegaos tal vez explica mi original suspicacia hacia la escena. Para un fan de La Granja, Los Negativos, Los Enemigos, Brighton 64 o El Último de la Fila, el indie español –pese a sus ínfulas innovadoras- parecía un patente paso atrás. En el flamante Pequeño circo; historia oral del indie en España (Contra, 2015), el periodista Nando Cruz fecha su nacimiento hacia 1988, cuando aparecieron grupos como Aventuras de Kirlian, Cancer Moon o Surfin’ Bichos. Por supuesto, también existirían caídos de entreguerras que no eran nueva ola ni nuevo indie: Lagartija Nick, Los Bichos o Pribata Idaho (“El indie nos pilló en tierra de nadie. Nos pudimos agarrar a Teenage Fanclub y a nadie más”, afirma Ernesto González, de los últimos). Y antes que ellos se plantó un fértil subsuelo mod, punk y pop que permitió florecer a los primeros sellos indies y grupos de “noise”. Nando Cruz acierta, y mucho, al incluir a Sex Museum, Romilar-D o Munster Records en las catacumbas de todo ello. Sin las bases que sentaron unos, los otros no hubiesen podido germinar.
2. La cosa es que hacia 1990 empezaba a andar un prototipo de “público indie” (aún minoritario) con unos referentes claros, una vaga estética similar y unos preceptos más o menos comunes. En pocos años (tras la gira Noise Pop ‘92 de Elefant Records), se formaría un circuito y una escena semi-cohesionada con nombres reconocibles: El Inquilino Comunista, Penelope Trip, Paperhouse, Manta Ray, Parkinson DC, Beef, Sexy Sadie, Sr. Chinarro, Patrullero Mancuso (que comían aparte), donostiarras como La Buena Vida o Le Mans (lo mismo), Los Planetas (los mejores de largo)… De repente, yo empecé a topar con ellos en fanzines, revistas y programas de salas de conciertos. Estaban por todas partes, como en La invasión de los ultracuerpos. Al principio les escrutaba de lejos, dudando entre catalogarles de amenaza o potencial aliado. Mentiría si les dijese que, durante unos años, no me decanté por la animadversión. Mi rechazo juvenil (a veces agilipollado, otras profético, hoy superado) nació de varios factores:
a) El idioma: Cantaban en inglés. Y ni siquiera un inglés digno, sino una especie de pichinglis masticado, aplicado a cañonazos sobre letras pueriles y/o abstractas. En el indie español el mensaje era secundario (o ausente). Comprenderán que eso, para los que veníamos del 80’s pop en castellano -con sus himnos emblemáticos, silbables y tatuables- representara un handicap difícil de ignorar.
b) El universo: Era asaz limitado. Una analogía de esto es el binomio Beatles/Oasis. Los Beatles eran fans de Joe Orton, de la Motown y del viejo R&B, del music hall y The Goons, de Peter Blake y… Su hambre cultural era insaciable, tanto como inestimables eran sus enseñanzas. Oasis ya eran solo fans de los Beatles. Y aquí sucedió algo similar. Mientras que Sonic Youth bebían de Crime y el avantgarde y Minutemen y Glenn Branca y Harry Crews, los noiseros españoles bebían solo de Sonic Youth (como bien afirma Juan Cervera en Pequeño circo). Esto produjo unas ambiciones que eran por definición algo estrechas. Su mundo era un pueblito, recién pintado y con los márgenes alambrados.
c) Las pretensiones de “música avanzada”: Muchos grupos españoles injustamente tachados de “retro” habían acertado en los ochenta a crear sonidos autóctonos con letras adecuadas a su momento. El noise pop no siguió el mismo camino. Parkinson DC, por ejemplo, se apuntaban qué pedales llevaban Mercury Rev o Dinosaur Jr. en sus conciertos barceloneses, y los disponían tal cual en su siguiente disco. Ese era un proceso común al resto de grupos. Agarrar a dos o tres grupos insignia, y reproducirlos con la mayor fidelidad posible. El noise pop solo era nuevo en el sentido de que calcaba a nuevos grupos americanos, en lugar de a los Byrds. En todo lo demás, era tan imaginativo como Los Sírex. ¡Qué digo! Bastante menos que Los Sírex. El propio Tito Pintado (de Penelope Trip) afirma en el libro que no ve ninguna razón para comprarse hoy un disco de su banda. Te los saltas y vas directamente a Pavement.
d) Las pretensiones de “año cero”: Esto era mera boutade adolescente, pero en fin. Penelope Trip afirmaban que la música había empezado con el Psychocandy (1985) de The Jesus and Mary Chain. Algo se había perdido en la traducción, salta a la vista. Los grupos indies patrios escuchaban a ingleses como Felt o Primal Scream, cuyos referentes eran mayormente 60’s, pero despreciaban la música pre-1987. Adoraban al sello Creation (cuyo nombre homenajea al grupo mod de 1965) pero se obcecaron con ser anti-pasado. No sé: si de veras eres anti-rock, monta un grupo industrial o conviértete en crooner. Los grupos noise pop, paradójicamente, transformaron su (más que comprensible) odio al rockismo rutero en un canon que repetía los errores de visión de sus némesis malasañeras.
e) La nueva prensa musical: Debo admitir que antes de mi desconfianza hacia los grupos noise estuvo mi desconfianza hacia sus fanzines. Bueno, cuando dije desconfianza quise decir cósmico repelús. Nadie ha leído ni volverá a leer prosa más afectada que aquella. Manolo Martínez (de Astrud) cita en el libro una crítica aparecida en Malsonando: “Tengo veintidós años y [Sr. Chinarro] no tenéis derecho a sonar así. Dan ganas de sacarse los ojos de terciopelo”. Por desgracia, las revistas musicales del momento actuaron de forma exactamente opuesta a como yo esperaba: en lugar de prorrumpir en una sonora carcajada, y luego proceder a escalfar el alquitrán y seleccionar las plumas, les pusieron a todos en plantilla. En masa. Cuando me enteré, casi me arranco los ojos. No los de terciopelo; los de verdad.
f) El hype: Consecuencia directa del punto anterior. Una mini-escena harto elitista, críptica y estanca, sin mucho talento (en cuanto a hits pop) ni posibilidad popular alguna, copa de repente las primeras planas. El mimetismo con lo inglés vuelve a manifestarse aquí, cogiendo (como era costumbre) lo peor: la hinchazón crítica catapulta a grupos de cuarta fila a posiciones de liderazgo, y se ignora a grupos increíbles para dar cancha a, qué se yo, My Criminal Psycholovers. O Silvania.
g) Las canciones: No las hubo, al menos en el sentido super-pop de la palabra. Comparen con el periodo 1980-1990, cuando se construyó en España un cancionero fértil y memorable que ha sobrevivido hasta nuestros días. De 1990 en adelante, ¿qué queda? (en cuanto a hitazos, quiero decir): “Chup chup” de Australian Blonde, unas cuantas (bastantes) de Los Planetas y “Al amanecer” de Los Fresones Rebeldes. Vads, de Corn Flakes, lo dice clarito en Pequeño Circo: “no hay canciones”.
3. Pero no se impacienten: con el tiempo, algo de mi rechazo remitió, y capté la diferencia de oferta. Vi la ciclópea distancia que separaba a La Buena Vida de, no sé, Pequeñas Cosas Furiosas o Nothing. Desprevenido, bizqueé con el “H.E.L.L.O” de Le Mans (¿es una broma, o qué?) pero al poco comprendí, y mucho. Presencié de primera mano (ya como comprador) la aparición de Soidemersol de La Buena Vida, o el Entresemana de Le Mans. Canturreé feliz “La mujer portuguesa” de El Niño Gusano. Lucí camisetas de Siesta y Spicnic. Me hice fanísimo de Los Planetas, y compré todos sus singles según iban saliendo (luego me enteré
de que eran fans de Rain Parade o Syd Barrett, como yo). Me hice temprano seguidor del twee británico de Heavenly y Sarah Records etc., lo que hizo que mirara con un nuevo cariño a las propuestas de este tipo (si bien algo más pijas) que nacían aquí.
La mayoría de las comprensiones positivas me vinieron de mano de Felipe (de Los Canguros y Los Fresones Rebeldes), que había pasado –como yo- de lo mod y se había metido en el indie “hasta el hocico” (sus palabras), y también de Miguel López (otro futuro Fresón). Además, justo cuando me convertía en ultra-fan lunático de Los Fresones Rebeldes (me había ennoviado con su guitarra, para más inri, y transformado en –a todas luces- groupie oficial) y les acompañaba en sus primeras giras españolas, aparecían Astrud en Barcelona. Astrud me chiflaban. Era directamente mi grupo favorito en 1997 y asimismo, aunque su ideario y postura se antojaran lejanos de los indies previos, estaba claro que salían del público de la gira Noise Pop ‘92. Manolo Martínez lo ha afirmado más de una vez.
Conviene cerrar este capítulo, así, con una reflexión: no todo fue estéril en el indie pop. De su nido emergieron algunas lumbreras que aún encabezan el cancionero estatal más ilustrado, como Antonio Luque, Jota, Ibon Errazkin, Teresa Iturrioz, Nacho Vegas, Felipe o el propio Manolo Martínez (retirado); también algunos genios locos y excéntricos locales (Murky, de Patrullero Mancuso, David Beef o Genís de Hidrogenesse); y un puñado de discos inmortales (un 10% de su producción, pero aún así; mirémosle el lado bueno, leñe). Algunos de sus más latosos plumillas se arrepintieron de todo, un poco como Albert Speer en los cincuenta, y renegaron de las homilías arty declamadas en pleno subidón. Y, por lo que se desprende de las afectuosas voces que pueblan Pequeño circo, al menos la mayoría lo pasaron tremendo en un entorno de compañerismo y comunidad que, si bien no gestó tantas genialidades inmortales como la nueva ola pretérita, al menos proporcionó una dirección y un ideal (y una clara oportunidad de pasarlo pipa) a sus vidas. Y, no sé qué decirles, ¿a los dieciocho? Eso es exactamente lo que andas buscando.
Kiko Amat
(Artículo publicado previamente en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 11 de abril del 2015)
El vermut de Kiko Amat #11: DANIEL AUSENTE
Daniel Ausente: un sabio ex-nerd y ex-garajero (nunca se es ex-garajero; esto es para siempre), rey de los márgenes y lo subterráneo, especialista en cine de terror, serie B, C y Z, cómics, monarca de la subcultura y santo patrón de la Cultura No-Seria. Y autor del sensacional Mentiré si es necesario (El Butano Popular, 2014), libro predilectísimo del año pasado en esta casa. Un caballero admirable, y encima curtido en lo que él llama «Gótico Llobregat» (y que lo digas, Ausente).
Pues eso, que le entrevistamos para el #11 Vermut con Kiko Amat, en Gent Normal. Charlazo épico con pez frito. Mucha familia, barrio, extrarradio, punk, ochenteo, cine raro, bagaje y estupefacción droguil en el bar La Plata.
Que la disfruten.
Kiko Amat y JAIME URRUTIA (Gabinete Caligari): la charla sin cortar
De lo que se come se cría, dicen, y nada (en el pop) surge de debajo de una seta. Jaime Urrutia, líder de Gabinete Caligari y compositor de sus hits, nos lanza las pistas de su arte en un libro, Canciones para enmarcar (Larousse, 2014), que es una carta de amor al rock’n’roll, al punk y la nueva ola; pero también a los tangos y los pasodobles.
Allí está. Jaime Urrutia. La cara más reconocible del pop español de los 80, y autor de algunos de sus éxitos más populares. Cuando yo hice la mili en 1990, “La culpa fue del cha-cha-chá” de Gabinete Caligari era la canción. Sonaba en todas partes, pegadiza como la electricidad estática. Pero no estamos aquí para hablar de ella, sino para excavar en el cancionero que sentó los cimientos del músico.
Cuando yo llego al bar, un mesón cerca de Las Ventas, Urrutia ya está allí, tomando una cerveza en la terraza y ojeando su libro. Va muy tapado para el tiempo que hace, con camisa, jersey y americana. “Estos cambios de tiempo me dejan hecho polvo”, me suelta, cuando me siento. Su cara, llena de rasgos exagerados, una faz goyesca, continúa igual; aunque los elementos han hecho cierta mella en ella. Y entonces está la voz. Aquella voz.
En el libro citas a Rocío Jurado, quien dijo de Camarón: “este chico tiene un viejo en la tripa”. Pero tu voz es muy inusual, también. La voz más reconocible de la nueva ola española, casi.
Cuando empezamos todos en la Movida, cuando estaba yo en Ejecutivos Agresivos (mi primera banda), nadie quería cantar. Yo no sabía cantar particularmente. De pequeño estaba en el coro del colegio, sabía entonar y afinar, pero me daba mucho corte eso de ser el frontman. Yo componía y me gustaba ser guitarrista, y ya está. Lo que yo quería ser era guitarrista rítmico como Sabino Méndez en Los Trogloditas, que también componía, y estar en un segundo plano escénico. Lo de cantar vino por necesidad. Ferni y mis amigos de Gabinete no cantaban. Al final, cuando empecé a componer ya dije que quería cantarlas yo, porque cuando compones algo tú eres quien mejor sabe de qué va. No me quedó mas remedio que aprender. No soy un cantante al uso. Me influyó mucho Ian Curtis en Joy Division, aquella voz tan grave. Mi tono natural es parecido. También me gustaba mucho Jim Morrison. Y al empezar a hacer canciones oscuras y siniestras les pegaba aquel tono Ian Curtis. [canta con voz gutural] “Golpes, golpes, dónde están tus golpes…”. Yo aprendí a cantar en los escenarios, vaya. Nunca he ido a clases de canto ni me ha interesado, pero el cuerpo humano es muy sabio, tu propia fisionomía va aprendiendo. Ahora creo que ya sé cómo funciona.
Lo importante, en cualquier caso, es que sea reconocible, ¿no? O sea, hablamos de rock’n’roll. No pasa nada si uno desafina un poco.
A mí me gusta eso. Hay gente que odia mi voz. Es como la de Bunbury; no deja a nadie indiferente. Eduardo Haro Ibars, que era muy amigo mío, me decía: “si quieres meterte en un grupo de rock tienes que tener personalidad y distinguirte”. Gabinete y mi voz son algo identificable.
Hay un capítulo en tu libro sobre Malevaje y los tangos. Me intriga, porque yo he intentado realizar el paso de que me gusten, y resultó imposible. Me resulta un lenguaje extraño. Pero las letras sí me chiflan. Citas aquella de “me revienta tu presencia / pagaría por no verte”.
[continúa cantando la letra] “Hasta el nombre te has cambiado / Como cambiaste de suerte / Ya no sós ni Margarita / Ahora te llaman Margot”. Qué bonito.
En el libro esa canción te sirve de excusa para hablar de rupturas y desengaños amorosos.
Sí. En la época de Gabinete tuve un desengaño amoroso muy fuerte. Era el 1986, cuando ya teníamos cierto éxito. Todo el disco de Camino Soria está dedicado a esa ruptura. Estaba realmente jodido. Me dejó una chica con la que llevaba cuatro años. Toca en algún disco de Gabinete, era la hermana del bajista de Derribos Arias. Me dejó porque se dedicaba a la ópera, y cada vez que aparecía en TV tocando teclas con nosotros su padre le echaba la bronca. Finalmente decidió que me tenía que dejar. El desamor es lo mejor para escribir canciones. Yo viví una experiencia muy rara: el grupo triunfaba, teníamos 80 bolos, vendíamos 100.000 discos, pero por dentro yo llevaba todo eso. Al componer canciones de desamor me venían baladas de los Beatles, o de los Stones, me venían blueses. Está la canción “La sangre de tu tristeza”, que está inspirada en el Buenos días tristeza de Francoise Sagan. Es un disco conceptual, Camino Soria. Las mejores canciones salen de la desgracia.
Nick Hornby se preguntaba en Alta fidelidad: “¿Qué fue primero: La música o la tristeza? ¿Escuchaba música pop porque estaba triste? ¿O estaba triste porque escuchaba música pop?”.
Es el huevo o la gallina [ríe]. Hombre, imagino que lo primero es la melancolía del hombre. Antes de tener instrumentos, el ser primitivo sentiría ya esa sensación de abandono cuando le dejaba una mujer, supongo. El amor es lo que mueve el 90% de las buenas canciones. Y de las malas también.
¿Las circunstancias oprobiosas que rodean a un disco le amargan el disfrute del mismo al artista? ¿Piensas en Camino Soria y recuerdas el dolor?
Pienso solo en la alegría. El dolor se quedó en aquellas canciones. Solo queda una pequeña cicatriz. El tiempo pasa, y que le den por culo a aquella chica [ríe]. La vida ha evolucionado y tengo a otra chica que me quiere ahora. No, el disco aquel ayudó a limpiar la herida.
Hablas de tauromaquia en el capítulo sobre Antonio Molina y “Yo quiero ser mataor”…
Yo soy aficionado a los toros, y he sufrido ataques acojonantes a mi Facebook. Los antitaurinos pueden ser muy violentos. En los ochenta el tema no estaba tan jodido como ahora. Yo voy con mis amigos y soy aficionado, pero tampoco quiero hablar demasiado de ello. Mi padre era escritor y crítico taurino en Madrid, un periódico que cerró Franco por aquella editorial de “Retirarse a tiempo”. Mi abuelo por parte de madre fue empresario de la plaza de toros de Málaga. Mi padre ganó la guerra con los Nacionales, no era nada izquierdoso, iba a misa y era muy cristiano. En mi casa, en lugar de “niños, al cine” era “niños, a los toros”. Mi padre tenía siempre entradas, que le enviaban los matadores.
¿Lo recuerdas con terror o con excitación?
Con excitación. Lo escribí una vez en El País y volvieron a atacarme el Facebook [pone cara de resignación estoica]. Me alucinaba el espectáculo en general. Piensa en que fui allí con 7 o 8 años. Me gustaba cómo iba vestido el torero, el ambiente de la plaza… Pero (y esto es la razón por la que me atacaron) entonces no sentía dolor por el toro. Mira por dónde que ahora sí lo siento más. El domingo pasado fui a los toros, y toda la parte en que el toro vomita sangre… Te lo juro, no me gustó. Pero en mi casa se respiraba ambiente taurino, eso es indiscutible. Recuerdo una vez en que vino a casa Antonio Bienvenida, que era un torero famosísimo, y mi padre le entrevistó. Durante una época lo dejé bastante. En la época de los grupos llevé alguna vez a mis amigos, pero nunca he sido abanderado del tema. Cuando Patricia Godes dijo que Gabinete hacíamos “rock torero” me gustó, ayudó a etiquetar al grupo. En mi casa había discos de pasodobles taurinos, y me gustaba mucho el sonido, yo jugaba a torear en casa. El pasodoble no va solo de toros, y son maravillosos, se aprende mucho de ellos.
Gabinete siempre han estado fascinados por la IIª Guerra Mundial, y vuelves a hablar de ello en el capítulo de “Lili Marlen”.
Me sigue fascinando. Lo digo en el libro, una de las razones de esa fascinación es la cercanía en el tiempo. Yo soy del 58, y la guerra terminó en el 45. Son solo 13 años de diferencia, un poco más y me veo allí metido en la mierda. Es el holocausto y son los nazis, claro. Recuerdo que a clase de religión el cura trajo un libro del holocausto, y me impresionó mucho. Tenía 12 años, pero me duró hasta el día de hoy. Es algo muy fuerte y muy dramático. Los nazis, con su poderío y forma de vestirse, esa forma de dar miedo a la gente…
La teatralidad. Todo estaba muy estudiado desde un punto de vista escénico; piensa en los montajes de Goebbels.
Sí, era la parafernalia. Cuando empezamos Gabinete nos fijábamos en Warsaw, de Joy Division, que incluso se habían llegado a llamar así. Y usaban imágenes de nazis, cosas de ese tipo. El nombre Joy Division hace referencia a la “división de la alegría”, las putas de los campos nazis. Era un tema tétrico que nos iba bien al comienzo del grupo. Nuestra canción “Tren especial” hablaba de los campos. ¿Tú también eres aficionado?
Sí. Me interesa mucho la caída, la vuelta a la realidad, el shock del final. Aquellos hombres creían que el Reich iba a durar mil años, literalmente. Y de repente su visión del mundo quedó borrada de la faz de la tierra.
Sí. Es muy fuerte. El otro día un periódico digital hablaba de la ciudad que quería construir Hitler.
Germania.
Sí. Efectivamente. Germania. Claro, nosotros no hemos vivido la guerra. Esto que vivimos es una mierda, pero no es aquello.
Sí, somos algo menos viriles, creo yo.
[carcajada] Cierto. Lo vivieron nuestros abuelos y padres. Mi padre estuvo preso, y escribió un libro sobre el tema.
Los primeros Gabinete usaban bastante parafernalia militar. Lo que os ocasionó más de un problema, como es bien sabido.
Bueno, la cosa venía de los Sex Pistols y los punks, con sus cruces gamadas, los Clash llevaban ropa paramilitar…
Incluso Keith Moon y Vivien Stanshall se habían vestido de oficiales de las SS. Los muy colgaos.
Sí, y también Brian Jones de los Rolling Stones. De hecho, utilizamos esa imagen en el “Obediencia” de Gabinete. Era porque la estética era bonita y acojonante. Y en aquella época tenías que epatar. Por eso dije aquello de “Hola, somos Gabinete Caligari y somos nazis”.
¿No era “y somos fascistas”?
Eso, fascistas. No dije nazis. Eso fue en el 81. En aquella época estábamos en plena transición, todo el mundo iba de colega y del PSOE y de que nadie había sido fascista. Y nosotros queríamos epatar. Eduardo Benavente lo hacía más por la vía del sadomaso, y nosotros lo hacíamos por lo cultural e histórico. Nos costó muchos disgustos. Tuvimos amenazas de ETA en el País Vasco. En Andoain, Guipúzcoa, nos llegó a avisar el alcalde del pueblo. El Egin nos llamó fascistas también, cuando ya hacía ocho años que habíamos dicho la frase epatante. Mis amigos me dijeron que me había pasado un poco, pero yo me había tomado dos güisquis, era el primer concierto de Gabinete, en el Rock-Ola… Yo qué sé. Son pecados de juventud. Me arrepiento.
En el capítulo sobre los Ramones dices una frase que encuentro encomiable, pero que me descolocó un poco. Afirmas: “yo soy y me considero punk, y siempre lo diré”. ¿Que querías decir por “punk”?
Viene un poco a cuento de lo que decíamos antes, del “Hola, Somos Gabinete Caligari y somos fascistas”. Es mi generación. Yo soy del 58, y tenía 20 años en el 1978. Pistols, Ramones, Clash… Son la música de mi generación. Como grupo, Gabinete nunca fuimos punkis, hicimos algo más personal. Pero me considero de esa época y soy punk y pienso como un punk, aún hoy.
¿En cuanto a rechazo al sistema establecido, quieres decir?
Sí, en rechazo al sistema, efectivamente. Aunque eso siempre lo ha hecho el rock de toda la vida. Lennon era un punk también. El rock tiene ese punto de rebeldía, y de rechazar las normas y al establishment. Te rebelas contra lo que te echen. Ahora lo veo todo más dulcificado.
Gabinete usabais un tipo de ironía muy particular, pero como teníais cara de serios todo el mundo se tomaba al pie de la letra lo que decíais.
Eso es cierto. Algunos periodistas se asustaban con nosotros, nos decían “pero sonríe un poco en las fotos”. Pero nosotros no sonreímos. Los tres, de pura casualidad, éramos de gesto serio. No sabíamos sonreír. Nuestras letras del principio eran muy serias: “Obediencia”, “Por qué perdimos Berlín”… Pero entonces vino la mili, y yo pasé de escuchar aquellos grupos modernos del Rock-Ola a Los Chichos, y rumbita, y música española. Aquello fue fundamental. Nos dimos cuenta de que había otro mundo fuera del Rock-Ola. “Al calor del amor en un bar” éramos nosotros decidiéndonos a hablar de lo que hacíamos realmente todo el día, que era estar en bares. Y además contarlo en plan festivo. “Caray” está dedicada a Elvis Presley, a un tío que va de chulo por la vida. En una letra puedes dar ese punto de ironía, no tanto de rollo cómico.
No, claro. Hay gente que las confunde, y de forma letal.
A mí siempre me han jodido los grupos cómicos. En los ochenta había muchos grupos que iban de graciosetes, de ja-ja y la risa, y a mí me dolía. Porque la música pop es algo muy serio. Puede incluir cierto humor, pero muchos grupos triunfaron solo haciendo bromas.
A Siniestro Total los perdonamos, ¿no?
[ríe] A Siniestro se lo perdono todo. Hay que darles de comer aparte.
Mencionabas lo de la mili. Me interesa ese fenómeno de chavales de clase media, y que encima venían del elitismo de la Movida, que de golpe se topan con todos aquellos reclutas tirando a pollinos. Y veis la luz, y os lo empezáis a pasar bien.
Nosotros nos conocimos en la universidad. Armamos Gabinete en el 81, el disco empieza a sonar en Ordovás, tenemos cierto éxito… Entonces decidimos cancelar las prórrogas por estudios e irnos los tres a la mili. A la vez. Porque ya veíamos que el futuro iba a ser Gabinete Caligari, y queríamos sacarnos la puta mili de en medio. La mili rompía muchos grupos. Tenías 18 años y te llegaba la carta aquella que te ordenaba ir a “tallarte”. Y en tres meses te enviaban 18 meses fuera de casa. Grandes grupos de rock de aquí quedaron destruidos por eso, pero Gabinete fuimos muy listos. Con dos cojones, fuimos a la mili, sacamos “Obediencia” para que no se perdiese el interés, y seguimos con nuestra carrera. Ferni, por cierto, se libró por excedente de cupo, y él se quedó a dirigir la operación, llevar Tres Cipreses, organizar las entrevistas… Yo tuve peor suerte, porque me destinaron a un pueblo, sin pase de pernocta, y estuve más jodido. Pero allí nos encontramos a los pollinos (con todos mis respetos). Incluso alguno me jodía porque sabía que yo había estado en un grupo de rock. Pero la radio estaba conectada todo el día, y escuchaba sin parar la radiofórmula, el soniquete, y eso me abrió las miras para poder hacer “Sangre española”, por ejemplo.
Tu libro está lleno de canciones de infancia y adolescencia. Parece que das la razón a la vieja teoría de Billy Childish: “lo que te gusta a los 17, es lo que realmente te gusta”.
Es cierto. Mucha gente me dirá que no hay nada moderno en el libro. Todo son cosas de mi juventud. Son las que marcaron mi vida. Lo moderno ya no me marca, tengo la piel demasiado curtida. Esa corteza impide que me impresionen ya ciertas cosas. En cambio a los 17 te impresiona todo.
Hablando de los 17. De muy jovenzuelos tuvisteis una etapa medio mod, ¿no? “Mari Pili”, aquel ska bullanguero que sacasteis con Ejecutivos Agresivos, era un hit en los bares de mi pueblo.
En el 81 fue casi canción del verano, y mira que estaba mal grabada. Era de Poch. Lo mod nos venía de que yo era muy fan de los Kinks, que no eran mods tan descarados como los Who. Pero tenían su filosofía inglesa y dandi. Y en Madrid fue por el estreno de Quadrophenia y The Kids are Alright. Ya había pasado el punk, pero aquello fue un subidón. Los Ejecutivos pillamos la pasión por el R&B de los sesenta, los Kinks, incluso Beatles y Rolling Stones. Un pre-grupo de Gabinete se llamó Los Dandies, por el “Dandy” de los Kinks. En tres años pasó de todo. Nos pilló a los veinte, había modas cada mes. No había mucha información, no era como ahora.
Creo que eso era bueno para la creación musical. Tenías una pizca de información, y el resto lo rellenabas a fuerza de imaginación.
Sí, había mucha ilusión por hacer cosas. Imaginarte tu grupo en plan infantil, todo eso. No sé si ahora hay sobredosis de la información, como cantaban P.I.L. en 1988.
Había una época en que todo el mundo parecía mod, en Madrid. Uno de La Unión era mod. Todo Dios se apuntó al rollo.
[ilusionado] ¡Mario, el guitarrista de La Unión! Es verdad. Éramos una pandilla bastante numerosa. Yo no llegué ni a tener parka, pero iba con mi chaquetilla y mi corbata. El grupo más mod de Madrid eran Los Elegantes, cuando tenían al Chicarrón de cantante. Duró muy poco, pero eran noches de soul y anfetas en el Rock-Ola, y estar por ahí a las doce de la mañana con la mandíbula hecha polvo.
¿Qué anfetas tomabais?
Minilip. Bustaid se encontraba menos. Y alguna Dexedrina, de vez en cuando. Unas cápsulas con bolitas. El Minilip era una pastillita blanca. Te digo una cosa: la única vez que me he querido suicidar en mi puta vida fue durante un bajón de anfetas. No las he vuelto a probar. Me pasé tres días sin dormir, cagüen Dios.
Un momento interesante de Gabinete es cuando pasáis de querer ser The Jam a querer ser Joy Division.
Una persona clave en la historia de Gabinete fue Eduardo Benavente. Él había hecho un casting con los Pegamoides, cuando “Bailando”. Pegamoides tuvieron éxito y empezaron a ir a Londres y de allí traían discos, él, Ana Curra, Nacho Canut… Eran los modernos, vaya. Eduardo nos contó quién eran Theatre Of Hate, The Cure, Siouxsie & The Banshees, Joy Division, traía videos que mirábamos en su casa… Era todo muy básico. Los tres vimos el camino claro. Gracias a él grabamos el primer single, compartido con su grupo, Parálisis Permanente. Nos lo sacamos nosotros. Pedimos ayuda familiar, y allí empezó todo.
En aquella época los grupos eran inequívocamente de aquí. Escuchaban cosas inglesas, y las adaptaban a su madrileñez, o barcelonidad, o lo que fuese. Creo que eso es menos frecuente, hoy en día. Por mucho que me gusten, los grupos actuales pueden ser de aquí o de Nueva Zelanda.
Esa fue nuestra grandeza, creo yo. Nosotros no queríamos ser ni Los Secretos, ni Alaska, queríamos tener nuestra propia personalidad. Me gustaban Los Nikis, o Siniestro, o Parálisis, pero nosotros íbamos a la nuestra. Queríamos ser arriesgados. Yo aluciné cuando descubrí que Los Planetas eran fans de Gabinete, les conocí y me cayeron de puta madre. A ver, yo entiendo que en el 92 y 93 llegó una nueva generación, harta de la Movida, que ya nos tenía muy vistos. Lo único que me jodió a mí es que los indies no cantaran en castellano. No sé, habíamos abierto un camino. Es más fácil escribir una canción en inglés, el suyo es un idioma más flexible, palabras más cortas, exclamaciones… El rock’n’roll es suyo. El castellano es más complicado, pero nosotros abrimos una vía. Bueno, Los Brincos y Los Salvajes antes que nosotros. Y Burning.
En vuestra época de mayor éxito os debisteis pegar unos buenos juergones. Bueno, seguro: lo he leído en vuestra biografía. Cuéntanos alguna, anda.
Cada uno de los tres tenía su personalidad. Yo era el más pasota, porque sabía que tenía que cantar. Fermi no le pegaba a las drogas. En Buenos Aires sí hicimos bastantes más barrabasadas. La farlopa era muy barata, y pasamos unos días enloquecidos. A la vuelta, Ferni se acojonó un poco. Y me quedé yo solo como niño malo [carcajada] La farlopa es una droga muy mala para salir a un escenario. Te deja muy rígido, para cantar y para todo.
Quizás te da el arrojo, eso sí.
Eso. Te da el arrojo, pero luego te deja agarrotado. No fuimos un grupo de grandes orgías. Una de las gordas aparece en la biografía. Fue en un pueblo de Segovia, donde los lugareños nos estuvieron todo el día invitando a whisky Dyc y llevándonos a hombros, y yo acabé en calzoncillos en un balcón, haciendo como que toreaba con las cortinas que había arrancado del comedor [risas].
Entrevistando a Manolo García hace unos meses me dejó muy clara su postura respecto a la publicidad, que era muy perniciosa para un grupo. Pero Gabinete, en cambio, nunca tuvieron esos reparos.
Te cuento. Un día tocamos Gabinete y El Último de la Fila en una plaza de toros de Marbella, creo que era, parte de unos conciertos llamados La Noche Rosa [fue en Fuengirola, el año 1988]. Gabinete íbamos patrocinados por Coca-Cola, que incluía unas pancartas con su promoción del verano en la PA a cambio de financiarnos la gira. Gabinete salimos allí primero, con nuestra publicidad de Coca-Cola, y luego Manolo García apareció y dijo algo así como que “nosotros no necesitamos ninguna bebida gaseosa para estar aquí con vosotros”. Yo me enteré, fui hacia él en el camerino cuando terminó el concierto, y le dije: “mira, tío, yo te respeto mucho pero dedícate a tu vida y no me eches al público encima”. A mí me parece muy bien que tú no quieras hacer publicidad, pero nosotros nos lo tomábamos con otra filosofía. Santiago Auserón me dijo lo mismo: que Radio Futura eran auténticos porque no hacían publicidad. Yo pensaba tan solo que la publicidad te podía hacer llegar a más gente. La opinión de Manolo es muy respetable, pero cada uno tiene una forma de ver su carrera.
En la biografía, Ferni dice una frase de ti que me parece muy graciosa y entrañable: “Jaime no lo entenderá porque creo que desde 1982 no cambia ni de peluquero”.
Eso viene de cuando ellos empezaron a escuchar a Nirvana. Se dejaron el pelo muy largo, y querían que tomáramos un rumbo más indie. Y a mí me parecía muy bien, pero yo no cambié de peinado ni de estilo. Cuando dijo aquello era al poco de separarnos, y había un poco de confrontación. Eso era un poco de despecho.
Bueno, yo lo tomé como un elogio. Me gusta la gente que no cambia.
Yo respondo a mis propios criterios. No voy a dejarme el pelo por los hombros. Soy un tío más clásico. Uno tiene que ser un poco fiel a tus principios.
Kiko Amat
(Esta es la versión pura y sin cortes de la charla que mantuvimos con Jaime Urrutia para el suplemento Babelia de El País del 19 de noviembre del 2014. Hoy me he acordado de que nunca la llegamos a colgar y aquí está, en toda su lozanía. La foto inicial la tomó Álvaro García para Babelia)
Soul Boys del mundo moderno: Kiko Amat entrevista a SPANDAU BALLET
Para Babelia. Dentro-fuera. Una conversación fugaz de 25 minutos a la que le exprimimos todo el jugo imaginable, agarrándoles de las guerreras para que no se largaran tan pronto. Charlamos de subcultura, de clase obrera, de soul boys, de hedonismo y de punk rock; hablamos incluso de mods.
Este, su escritor de cercanías favorito, ex-detractor convertido en groupie, incluso se hizo una tremebundaza foto con ellos (que ya les mostraré otro día).
Léanla con pasión, justo acá. To cut a long story short: I lost my mind.
Lo fundamental: 10 discos que hicieron a Brighton 64
Kiko Amat recibe en el salón de su casa a Albert y Ricky Gil, hermanos fundadores y co-líderes del extraordinario grupo pop/mod de los ochenta Brighton 64. Allí se habla de los discos que alumbraron su camino, pero también de pantalones pitillo blancos, de Manolo García recomendándoles que no tocasen en directo aún, de versionear 6 canciones del mismo álbum de los Kinks y de melancolía incurable.
1) THE WHO Who’s Next (Polydor, 1971)
RICKY: Fuimos al Cine Maldá cuando pasaban The Kids are alright, el documental. Era sesión continua, y entramos a la mitad, cuando tocaban “Won’t get fooled again”. Nos quedamos flipados. Solo conocíamos a los Who de oídas.
ALBERT: Entramos en su etapa más rockera, la de los 70’s. Nos encantó, y fuimos a la inversa, descubriendo lo antiguo. Y a través de ellos, por una entrevista a Pete Townshend, conocimos a los Jam. Ibas tirando del hilo.
2) THE KINKS The Kinks (Pye, 1964)
RICKY: Este es el primer disco que compramos de ellos. En nuestra primera época llegamos a tocar hasta seis canciones del álbum.
ALBERT: Pero no éramos un grupo mimético. No intentábamos sonar como los Kinks. Nuestro referente eran los Jam: un grupo moderno, con sonido actual, que remitía más al punk que a los sesenta. Brighton 64 siempre han tenido un componente melancólico. En “Barcelona blues” ya hacíamos referencia a una Barcelona que estaba a punto de desaparecer. Es un estado de ánimo, como un deja vu extraño. Una melancolía por cosas que no te han pasado. Siempre hacíamos un flash forward.
3) CHUCK BERRY After School Sessions / One Dozen Berrys (Chess, 1957)
ALBERT: Esto fue nuestro gran descubrimiento musical: la relación de acordes del R&B. Escuchábamos una armonía que nos gustaba, buscábamos quién la hacía, y de los Rolling Stones pasamos al maestro. En aquella época solo existían seis álbumes editados en España, pero nosotros teníamos veintitantos (risas). El hawaiano, el cantado en castellano, el directo en el Fillmore… Mucha gente cree que conoce a Berry, pero las mejores suelen ser desconocidas, como “Brown eyed handsome man”.
4) THE JAM In The City (Polydor, 1977)
ALBERT: Setting Sons fue un disco que nos desorientó mucho, era muy oscuro. Entonces tiramos hasta In The City, y vimos que encima eran… ¡punks con traje! Los Jam hacían música para su momento, algo que creo que han perdido los mods de hoy. Como creador, el mimetismo nunca me ha interesado. Aquí se ve la influencia de Wilko Johnson, de Dr. Feelgood, en esas guitarras tan duras.
5) VV.AA. 20 Mod Classics (Tamla Motown, 1982)
RICKY: Este me lo compré en Londres. Por la portada, obviamente (risas). El segundo volumen llevaba una bandera inglesa. Antes había escuchado algo de Tamla Motown, pero no mucho. Estos veinte temas fueron una introducción acelerada.
ALBERT: Fue el segundo paso en pos de la música negra. El primero había sido aquella cara de Quadrophenia, que nos abrió al mundo del soul. Los Who son el pivote, lo que abrió todos los puentes. Veías el “Heat wave” y te decías: “Esta la hacen los Who. Y también los Jam. ¡Vamos bien!” (risas). Las grandes bandas hacen proselitismo al mostrar sus influencias.
6) THE PAUL COLLINS BEAT The Paul Collins Beat (CBS, 1979)
RICKY: Esto es un ejemplo de música comercial de la época. Junto con The Knack o The Romantics sonaban en todas partes. The Beat nos gustan también por razones personales: con el tiempo conocimos a Paul Collins y nos hicimos amigos.
ALBERT: Es chulo conocer a un tipo que ha sido un tótem, y que encima sea majo. Porque a menudo conoces a gente que admiras, y en mala hora… (risas). En este disco Collins estaba iluminado. Canciones en apariencia simples, pero con una fuerza… Se podría haber guardado la mitad de canciones e ir sacándolas con los años. Es una lección magistral. Imagino que él sabe que este disco es una obra de arte. Debe ser frustrante que haya trascendido tan poco.
7) LOS RÁPIDOS Los Rápidos (EMI, 1981)
RICKY: Cuando acabábamos de empezar recibimos la histórica visita de Manolo García y José Luis Pérez de Los Rápidos a nuestro local de ensayo. Manolo nos soltó la legendaria frase: “Muy bien chicos, yo creo que en un par de años empezareis a sonar un poquito”. Lo que pensamos fue: “¿Un par de años?” (risas). Nosotros queríamos tocar YA, teníamos mucha prisa. Luego fuimos a su local y nos quedamos de piedra. Tocaban muy bien.
8) PISTONES Persecución (MR, 1983)
ALBERT: Para mí todos estos grupos eran tan importantes como los Jam. Era música cantada en castellano, como la nuestra. Rechazábamos la música española de los 60’s, grupos que nos parecían de verbena como Los Sírex. De hecho, los veíamos en verbenas de verdad (ríe). Nos sonaban añejos, pero añejo franquista. Teníamos que rechazar lo que había detrás, y aliarnos a los referentes modernos.
9) THE BARRACUDAS Drop Out (Voxx, 1981)
RICKY: Nos dieron sonido y look. Encontramos camisetas de rugby y pantalones de pitillo blancos, y son los que nos pusimos en La casa de la bomba. Habíamos ido mucho de traje completo, oscuro, corbatas, como en “Fotos del ayer”.
ALBERT: Dejamos de ir ultra-mods para ir de un rollo más pop-art. Barracudas fueron la influencia principal en “La casa de la bomba”: surf-pop, coros, órgano, guitarras ácidas…
10) THE FLESHTONES “American Beat” (maxi IRS, 1984)
ALBERT: Esto abrió la puerta al soul, al garage… Lo de salir por la puerta tocando los instrumentos ahora ya lo hemos visto cuarenta veces, pero la primera vez que lo vimos, en 1985… Mira, se me ha puesto la piel de gallina (risas). Me recuerdan a Sex Museum, en el sentido que hacen lo suyo mientras el mundo va cambiando. Son como esa camiseta que te compraste en 1982 y un día en que te ves más delgado te vuelves a poner. Hay que tener paciencia, porque el mundo gira y gira, y las modas vuelven y vuelven.
6 imprescindibles del pop-mod español 1982-1990
1) BRIGHTON 64 Fotos del ayer (1982-1987) (BCore 2014): Podrían ustedes ir de safari vinílico para cazar todos los singles y maxis, pero esta flamante recopilación les ahorrará el faenón. Aquí está, simplemente, lo mejor de Brighton 64. Todos sus éxitos, evoluciones y avances, incluyendo caras B sublimes y oscuras favoritas. Todo ello envuelto en cegador portadón, con bonita hoja interior y lujoso fanzine repleto de textos (Alex Cooper, Miqui Otero y otros).
2) LOS CANGUROS Un salto adelante (1986-1990) (BCore 2013): La banda más avanzada del modernismo patrio. Versionaban a The Cure, Pere Ubu, The Prisoners y Booker T. Sonaban a Makin’ Time, pero también a The Fall o Blue Orchids. Llevaban Farfisa, pero no producía notas ye-yé. Eran oscuros y fatalistas e inexplicablemente maduros. Uno de los grupos más idiosincrásicos y celebrables de esta cosa nuestra.
3) LOS NEGATIVOS Piknik Caleidoscópico (Victoria, 1986): El mejor disco de pop psicodélico español de todos los tiempos. Sin más. Las mejores canciones, letras, portada y trapitos. Los Negativos fueron el único grupo sin mácula de todo este asunto, y en 1986 parecían incapaces de equivocarse. Su debut, un trabajo artesanal de puro amor al pop, sigue sin ser superado veintitantos años después.
4) LOS FLECHAZOS Viviendo en la era pop (DRO, 1988): Los Flechazos demostraron, por vez primera, que un grupo podía llevar lo mod de bastión y vender un aluvión de copias. Un monumento a la pasión por cosas relucientes y añejas, y su disco más cándido, menos forzado, más teenager y bullanguero (incluye garage, surf, power pop, instrumentales en plan The Roulettes…). La evolución lógica de los Brighton 64 era esto.
5) KAMENBERT Soul nights (DRO, 1987): No tiene mucho soul, la verdad, pero es uno de los mejores álbumes europeos de pop-con-trompetas al modo 1987. Todas las canciones son excelentes, y podrían haber sido tan grandes como, qué se yo, Los Ronaldos o Los Romeos. No lo fueron en absoluto, pero aún se echa de menos su gracia, su emoción, su trío de cantantes femeninas, tan nueva ola, todas sus felices cancionazas. Incomprensiblemente, jamás ha sido reeditado.
6) LOS SENCILLOS De placer (BMG/Ariola 1990): Los mods les abandonaron y les llamaron cosas que terminan en -ones, pero De placer es un disco a la altura de los cinco anteriores. Es casi una recopilación de singles, con 11 éxitos potencialmente radiables. Los Sencillos no se harían mega hasta “Bonito es”, pero este es el que ocupa más lugar en ciertos corazoncitos.
(Esta pieza nos la encargaron en Rolling Stone hace unos meses. Al poco de publicarse, la amable chica que nos lo había encargado cesó o fue cesada. Esperemos que no fuese por nuestra culpa. La foto como-pedro-por-mi-casa es de Carles Rodríguez)
Kiko Amat charla con Bob Stanley Pt.2
Fase B: La entrevista con Bob Stanley
En un momento entraremos a hablar de música pop y de cosas pop en un plano más teórico, pero antes querría preguntarte por tu momento de enamoramiento musical. Cómo y cuándo fue, y con qué disco.
Imagino que fue viendo Top Of The Pops. Porque mis padres lo miraban también. Intento recordar algún momento específico, pero no creo que existiese ninguno. Recuerdo verlo cuando estábamos de vacaciones en Bournemoth, hacia el año 1972, y era la época en que solo había una sala de TV en cada hotel, así que todo el mundo tenía que ver la televisión a la vez, en el mismo lugar y la misma cadena. Y tengo un recuerdo de ver a Gary Glitter con su “Rock’n’roll Pt.2”, y de golpe un señor mayor se levantó y cambió de canal. Nadie protestó, porque el anciano no quería ver Top Of The Pops. Qué ibas a hacer. En cualquier caso, me dio la impresión de que todo el mundo quería ver TOTP, que era lo que todo el mundo estaba haciendo en aquel momento. Y seguramente era así. Como digo, no fue un momento sísmico. Pero cuando era algo más niño mis padres me regalaron un gramófono, para poner discos a 78rpm. Tenía discos de Ross Conway y “El lago de los cisnes”, cosas así.
¿Cuál fue el primer disco que compraste con tu propio dinero? ¿Saliste corriendo a conseguir aquel single de Gary Glitter?
La verdad es que no tenía nada de dinero, por aquella época. Era 1972, yo tenía siete años, y no me daban ni calderilla para chucherías. Pero recuerdo ir a Woolworths con mi madre, en Redhill (Surrey), el pueblo donde crecí. Y mi madre me dijo: “Escoge el disco que quieras y te lo compro”. Escogí el “Amateur hour” de Sparks, el segundo single extraído del Kimono my house. Por aquella época no los conocía, pero el single ya había entrado en las listas, y me hacía gracia. Suena a que me lo estoy inventando, ¿verdad?
Hombre, la gente siempre suelta un primer disco cool, no falla, pero en tu caso me lo creo. En mi caso fue el The Doors (comprado) pero el primero regalado fue el Thriller. Debo admitir (glups).
Lo mío fue así, de veras. Eso me recuerda aquella vez que le preguntaron lo mismo a Marilyn, el músico de los 80’s, y justo cuando iba a contestar, el entrevistador dijo, entre paréntesis: “Va a decir T. Rex, ¿verdad?”. Y Marilyn dijo: “T. Rex.” (risas). Lo cierto es que antes de Sparks tuve uno de Benny Hill, pero ese no lo compré. Me lo regaló un tío. En cualquier caso Thriller no es un mal comienzo, es un disco bastante bueno.
¿Pasaste por todos los ritos de pasaje de las subculturas, firmando por alguna (o varias) cuando llegaste a la adolescencia? ¿Fuiste skin, luego punk, luego mod, luego goth…?
La verdad es que no. El punk me pilló demasiado joven, en 1977 tenía solo doce años. Si llego a tener un hermano o hermana mayor seguramente habría sido distinto, pero no fue así; yo era el mayor. El punk me intimidaba lo suyo; llegó a gustarme, pero en su momento no compré los discos. Hablo incluso del 77 y el 78, The Clash y Sex Pistols, no del Oi! ni nada del rollo posterior. Pero sí me gustaron los discos de art-punk, también el lado más melódico del asunto como The Undertones y Buzzcocks. La primera vez que compré cosas que no estuviesen en las listas de éxitos ya había empezado la lista independiente en prensa musical, y comenzaba a escuchar todos esos nombres fascinantes en el programa de John Peel, incluso en el del tipo que hacía el programa antes que él, no sé si era Mike Reed o David “Kid” Jensen. Y recuerdo cuando empezaron a pinchar Dexy’s Midnight Runners, y el “The sweetest girl” de Scritti Politti, con su ritmo dub…
Kevin Rowland planteaba lo suyo en “Burn it down” como algo nuevo, como una legítima alternativa al callejón sin salida del punk. O de la 2-Tone. Aunque en eso no estoy de acuerdo con él, por supuesto.
La 2-Tone me gustaba, también la mayoría de post-punk. Dexys me fascinaban no solo por la música, como imaginas, sino por todos los manifiestos y mitos que circulaban a su alrededor…
Y los ropajes cambiantes.
¡Sin duda! Llegué a llevar un gorrito de lana, a lo marinero (risas), como ellos. Tenía quince años, y debía lucir una pinta ridícula, pero me daba igual. La razón por la que no firmé por ninguna subcultura, como sugerías, era porque a la vez que escuchaba todo aquello también me gustaba la música antigua, incluso pre-rock’n’roll. Cuando fui a vivir a Croydon descubrí que teníamos la segunda tienda de discos de segunda mano más grande del Reino Unido, Beano’s, así que si escuchaba a algún crooner por la radio podía ir a buscarlo allí, y lo tenían. Me encantaba el sonido del rock’n’roll, y por supuesto los aesthetics y la ética de lo mod, pero los mods de mi colegio en 1979 eran una pandilla de idiotas, gamberros con parka y nada más. Los mismo que los rockers, a decir verdad. Yo era más bien un mocker, como Ringo (risas).
Imagino que el advenimiento de lo que se dio en denominar C86, los inicios de aquel mod-punk-indie de mediados de los ochenta, debió resultarte excitante e inspirador.
Claro. Muy excitante. Compré el primer single de The Jesus & Mary Chain en 1984, y me pareció la bomba. Empecé a hurgar hacia atrás en el catálogo de Creation Records, lo que llevaban editado desde 1981 o así. Compré el “Sunday to saturday” de The June Brides en 1984, también. Pero no empecé a ir a conciertos hasta un años después, en 1985. Para entonces había vuelto a mudarme, esta vez a Peterborough. ¿Sabes dónde está?
Ni idea.
Ni falta que te hace. Está como a una hora de aquí, hacia el norte de Londres, es un lugar horrible. Pero estaba cerca de Bedford, donde sí programaban conciertos, en un lugar llamado The Georgian Dragon. Una vez me topé con John Peel allí, en la barra del pub. Vi a The Wedding Present, a Age of Chance, a los TV Personalities… Era 1985 en un pub de mala muerte, así que grupos como The Fall no tocaban, ya eran demasiado grandes. Durante esa misma época unos amigos de Peterborough hacían un fanzine llamado Pop Avalanche, yo escribía para ellos, y luego yo y mi amigo Pete empezamos mi propio fanzine, Caff.
Mucha de la gente que conozco de esa escena, o que acabó incorporándose a ella, recorrió el camino hacia atrás. Empezaron con Felt o The Jasmine Minks, y luego empezaron a excavar en los sesenta. Ese no es exactamente tu caso. Tú ya venías de escuchar oldies, y luego esa escena debió parecerte una progresión natural.
Oh, sí. La parte de los fanzines, que era esencial para esa cultura, era muy excitante también. Lo sentí como si estuviésemos de veras construyendo una cultura alternativa a la de T’Pau y Phil Collins. Aunque en realidad imagino que a las multinacionales les encantó, porque de repente todo el mundo que podía haber firmado por la competencia estaba fundando sellos minúsculos y montando pequeños fanzines en un rincón apartado de la cultura, sin representar un problema. Era imposible que aquello alcanzara un tamaño verdaderamente peligroso para las majors. Finalmente sí se hizo grande, en parte gracias al Britpop, quizás.
También fue un momento en que se recuperaba todo ese amor por la psicodelia, el pop de los sesenta, el modismo. Esa cultura dejó puntualmente de tener estigma retro. Julian Cope escribió su increíble artículo sobre garaje rock, “Tales From The Drug Attic”…
Sí, recuerdo de repente ver críticas en NME sobre discos de Love, Gene Clark, los recopilatorios Pebbles… Ed Ball y Dan Treacy estaban predicando también el catecismo 1965. Ese artículo de Julian Cope representó una influencia enorme para mí. Aún lo tengo en algún cajón. Hablaba de The Left Banke, de Tim Buckley, la Chocolate Watch Band… Julian Cope fue una fuente esencial para descubrir cosas en los ochenta, sin duda. Estaba enterado de muchas cosas que no sabía nadie. La gente empezó a hacer casetes para los amigos, también, con lo que la información se fue distribuyendo.
Debías ser aún muy joven cuando todo esto estaba sucediendo.
No me sentía tan joven, pero naturalmente lo era. Cuando apareció “Upside down” de The Jesus and Mary Chain ya tenía diecinueve años, y veinte cuando la explosión definitiva de Creation Records. Era muy pequeño, aunque entonces no me lo pareciera.
No sé si fuiste a la universidad, pero para mí (que abandoné los estudios a los diecisiete) el pop fue mi educación alternativa. Mi colegio.
Y que lo digas. Yo tampoco fui a la universidad. El pop me enseñaba todo lo que quería aprender, por aquel entonces. Aprendí mucho sobre política, sobre chicas… (ríe). Todo tipo de cosas.
Me gusta como defines pop en Yeah Yeah Yeah: “si entra en las listas, es pop”.
La gente puede ponerse muy snob con esto de la música pop. Han habido buenos libros sobre el tema antes que el mío, como por ejemplo Can’t Stop Won’t Stop, el que escribió Jeff Chang sobre la historia del hip hop. Es un gran trabajo, y cubre un campo muy extenso, pero se ventila a De La Soul en una línea, como si nada. Allí me dije: ¡Un momento! De La Soul fueron muy importantes en el Reino Unido, todo eso de la Daisy Age caló mucho aquí, ayudó a que el hip hop como género adquiriera relevancia y profundidad. Pero al autor no le interesa, porque es un purista, o algo así, y no considera que De La Soul merezcan demasiado espacio en su libro. Odio esa actitud, y eso que la encuentro en muchos estilos y escenas que me encantan: el northern soul (particularmente) y todas las cosas en general que tienen connotaciones mod comparten actitudes muy snob y limitadas. Me pone negro. Especialmente porque sé que en tres años van a descubrir una cara B de un artista completamente unhip y fuera de onda, o demasiado rock, o lo que sea, y va a ser un hit en los clubs underground. Simplemente porque un disc-jockey espabilado ha pensado en pinchar esa cara B.
También existe desprecio a la inversa. El NME y las revistas mayoritarias siempre le han profesado un odio tradicional al northern soul y a lo mod.
Sí, pero al northern soul eso ya le va bien. Creo que les gusta, mantiene su oscuridad y estatus marginal. El desinterés viaja en las dos direcciones. Ese tipo de esnobismo se encuentra en todas partes, en todo tipo de publicaciones. Mira a la gente de la revista Mojo, que solo escriben sobre grupos con “raíces” y “credibilidad”, artistas “serios” como Dylan y Leonard Cohen. Eso es una chorrada, es basura total. Aquí hay un término que lo engloba todo, que es el de “música popular”, y bajo ese paraguas se agolpan muchos géneros y tipos de música. Pero todo es música popular. “I’ll do anything” de Doris Troy se grabó para vender un millón de discos, esa era la intención original. El hecho de que no vendiese un millón de discos es irrelevante. La oscuridad y aureola underground que adquirió el disco es fruto de la pura casualidad. ¿Cómo puede ser que sea un disco más “auténtico” o “puro” porque vendió poco? Julian Cope lo decía en su artículo: todos esos grupos de garaje querían vender, ser Mick Jagger. Somos nosotros los que les hemos etiquetado como “punk”.
Pero basarte en las listas para confeccionar el libro te habrá roto el corazón. Quiero decir que no has podido dedicar espacio a grupos que te encantan pero no hicieron casi ningún tipo de muesca en el Top 40, como Television Personalities o The Jasmine Minks.
He hecho alguna excepción con grupos como The Stooges, por ejemplo. Las normas están para romperlas, y como autor del libro me he permitido romper la norma de las listas cuando me convenía, o el discurso lo requería. Es mi libro, puedo hacer lo que quiera (ríe). Hablo de los Stockholm Monsters, cuyo primer single (“Fairy tales”, Factory Records 1981) produjo Martin Hannett, pese a que solo alcanzó el #41 de las listas independientes. Pero me encanta Martin Hannett, y quería hablar de él. Quiero creer que el libro cubre cada originador y pionero, cada personaje que estuvo al principio de algo relevante, fuese como intérprete o productor o autor. Hay que incidir en ellos, porque incluso si el personaje como tal no tuvo incidencia alguna en las listas, es posible que en el futuro influenciara a grupos que sí iban a entrar. Martin Hannett o The Stooges no fueron grandes en los charts, pero influenciaron a gente que sería número #1. El Johnny Burnette Trio no gozó de mucho éxito en su momento, pero en una generación, o tan solo unos pocos años, influenciaría a mucha gente en Inglaterra, empezando por los Beatles. De ahí su inclusión.
(Entrevista publicada originalmente en la revista El Estado mental #2, y que Bendito Atraso les ofrece ahora en cómodas entregas. Continuará con la parte 3)
Alfredo Calonge: Graduado en underground
ALFREDO CALONGE (1961-2014)
Músico barcelonés
Se hace muy raro pensar que ya no estará aquí cuando suenen los acordes de una nueva canción. Alfredo Calonge fue una figura consistente, omnipresente, del pop barcelonés desde 1979 hasta hoy. Mucha gente le conocía como colgador de posters y repartidor de pasquines para la promotora LiveNation, pero Calonge llevaba una doble vida. Como aquel Vic Godard inglés, que combinó ser cerebro avanzado del postpunk con trabajar de cartero, nuestro mensajero motorizado favorito era en realidad una celebridad del underground barcelonés, fundador del añoradísimo grupo de pop psicodélico Los Negativos y homérico agitador de las criptas pop locales. Uno de esos héroes que no aparecen en los mapas de batallas: un genuino graduado en underground.
Alfredo Calonge había sido pionero en más de un sentido. Fue uno de los primeros mods que paseó por las calles de la ciudad hacia 1978-79. Sus pasiones juveniles eran –según confesó en una entrevista- “La fotografia. Two Tone, new wave, los Who, Beatles, Motown, Soul, James Brown, Creation y demás pop art británico”. Según cuenta la leyenda, la fotografía le permitió unirse a Los Negativos: su primer encuentro con el resto de incipientes flequillos negativos (Robert Grima, Carles Estrada, Valentí Morató) nació de una sesión fotográfica. Al poco, Calonge ofrecía sus talentos guitarriles a la banda, y nacía en aquel instante uno de los músicos de más genio que se había visto por estos lares. La nueva relación dio como fruto dos álbumes épicos, memorables e irrepetibles: Piknik Caleidoscópico (Victoria, 1986) y 18º Sábado Amarillo (Victoria, 1987). Dos discos sublimes, nacidos del más instintivo y puro amor al pop 60’s, pero que esquivaban refritos o clichés para presentar una música atemporal y emocionante. Su cancionero le sobrevivirá siempre: “Moscas y arañas”, “Cansados y decaídos”, “Viaje al norte”, “Bagdad”, “Cigarras panameñas”, “Pasando el tiempo”…
Alérgico a la quietud, en Alfredo no decreció el impulso cuando Los Negativos cesaron. En los años que seguirían, Calonge fundó el grupo de pop-dance psicodélico Dr. Love (buscando, en sus propias palabras, abrir un camino conceptual similar al que había abierto Paul Weller pasando de The Jam a The Style Council), y los noventa le verían componiendo de nuevo junto a los jóvenes indies Bondage. En la actualidad se encontraba tocando con el grupo de R&B mod The Canary Sect, y planeaba un nuevo álbum con los Negativos (su primer single “A tumba abierta”, apareció unas semanas antes de su fallecimiento).
Pero de Calonge, además de la increíble música que legó, queda también su pasión, ardiente e inmortal. Su perpetua ansia de conocimiento en todos los ámbitos. Su atención al detalle, que se traducía en una imperecedera obsesión por la ropa hip y mod que jamás perdió, o por su apabullante colección de juguetes antiguos, o por su aún lozana querencia por todo lo que oliese a 1966, o por su inseparable Lambretta, montura en mil aventuras. Y, ante todo, su colosal generosidad, dulzura y afabilidad, que le hicieron uno de los personajes más amados del subsuelo pop independiente. En Barcelona -como dirían sus coetáneos Kamenbert- ya no hay nadie como él. Kiko Amat
(Obituario publicado originalmente en La Vanguardia del 16 de mayo de 2014)