Nick Cohn: El soroll dels carrers / The Noise From the Streets

99. El soroll dels carrers / The Noise from the Streets

Good news everyone: ya esta disponible el librito El soroll dels carrers / The Noise From the Streets, de NIK COHN, en la colección Breus del CCCB. Es una transcripción de la charla i-nol-vi-da-ble que el autor (y héroe) dio en el marco del festival Primera persona en su edición del 2019.

Es un texto vibrante, del todo primerapersonil y 100% Cohn. Pueden adquirirlo aquí por solo 8 euros. Yo lo haría.

Nik Cohn revisitado: aquella (terrible) carta de amor del 2003

Esto de aquí abajo me da un poco de vergüenza, pero lo adjunto a modo de testimonio histórico y como prueba de mi devoción hacia NIK COHN (y también, naturalmente, promoción de su próxima visita al festival Primera Persona, el 10-11 de mayo del 2019).

Se trata del primer artículo que me publicó un periódico mayoritario, La Vanguardia, en el año 2003. Yo acababa de publicar mi primera novela, El día que me vaya no se lo diré a nadie (Anagrama) y, al poco tiempo de debutar, Jordi Costa y Jordi Balló me ficharon para el suplemento Cultura/S. Con gran alborozo por mi parte (aún me costaba de creer lo de la novela).

No tardé mucho en decidir que mi primera pieza para un periódico grande tenía que estar dedicada a Nik Cohn, uno de mis ídolos literarios absolutos desde que tenía uso de razón. Hasta entonces solo había escrito artículos para fanzines (aunque cientos de ellos) y eso tal vez explique el tembleque debutante que se aprecia en el escrito. Auch. Sí, en algunas líneas casi puede escucharse como se me rompe la voz, de la emoción y el más puro canguelo escénico. Observen esas nalgas prietas, como aguantándome la caca. Declamando un poco, en modo verset de Nadal, porque quería que todo el mundo viese lo LISTO que era el chaval. Sin hacer ninguna broma, porque me aterrorizaba que en el Cultura/S descubriesen que acababan de fichar a un patán con el sentido del humor de un niño de seis años.

Cuando me puse a reunir artículos para aquel loco libro Chap chap, que me sacó incomprensiblemente Blackie Books en el 2015, y que compraron solo 2500 colgados de entre mis fans más jarcore (os llevo en el corazón, chorbos) supe que este, precisamente, no iba a ser seleccionado. Porque es malísimo, digámoslo claro. Al final decidí incluirlo solo como imagen, al final, casi ilegible (para curarme en salud) si no llevabas una lupa.

Pero, qué se yo, aunque no funcione la voz, ni la prosa, y aunque esté lleno de incorrecciones voy-a-poner-esto-porque-me-suena-guachi («Cohn ha eludido siempre el ojo público a la manera de Beau Brummell», WTF. Dos de los lechuguinos más exhibicionistas de la historia. ¿Qué cojones farfullas, Kiko?), sirve, como decía, para recordar por qué es tan GUAY Nik Cohn, y me ha recordado a mí mismo la de tiempo que llevo siendo fan absoluto, copiándole (al principio) como una bestia, usándole de faro artístico.

Ah, el título que le puse al artículo también me da ganas de vomitar. Y la cita a Lautréamont. Y la imagen mierdosa de la «bandera arriada».

 

Nik Cohn

7 pulgadas, 7 palabras

Su nombre puede distinguirse tras el “Based on a story by” de los créditos de Saturday Night Fever. También escribió la primera historia del pop doblemente pop. Su legado fue saqueado por David Bowie y los Who. Pero hay más, mucho más.

I am Still the Greatest Says Johnny AngeloNo hay nada más feo que las deudas impagadas, y sin embargo en el campo de la creación artística éstas abundan. Las influencias se esconden como algo prohibido, y todo es culpa de un incomprensible horror al plagio. Pero “el plagio es necesario; el progreso lo implica”, decía Lautréamont. Y en casos de plagio sano hay que pagar las deudas. Hay que nombrar a los maestros.

En los campos del pop, un nombre se esconde con la bandera arriada: Nik Cohn. Rodeado de una aureola de secretismo, el escritor que mejor ha plasmado la intensidad de una canción de tres minutos huye de la historia. Gentleman primigenio y uno de los periodistas más copiados de poplandia, Cohn ha eludido siempre el ojo público a la manera de Beau Brummell, uno de los primeros dandies. De él diría en su ensayo “Today there are no gentlemen”: “Brummell era obsesivo. Tal vez creía en la discreción, pero también en sufrir, en trabajar en cada detalle hasta que todo era perfecto”.

En el Museo de Epifanías mundiales hay cientos de vitrinas. En cada una el momento crucial que cambió el futuro de alguien. Nacido en Londres en 1946, Nik Cohn pasa su adolescencia en Irlanda del Norte, en Londonderry; es allí donde verá por primera vez a algunos teddy boys bailando rock’n’roll, y la impresión que este encuentro deja le acompañará siempre. “(Los teds) eran, en todos los sentidos, no-personas. Y sin embargo, aquí en The Strand, bajo la luz de neón del rock’n’roll, eran heroicos (…) hacían que la realidad fuera irrelevante”, diría en su relato “In Derry”.

Aquel hecho transformaría la vida de Nik Cohn. A los diecisiete se traslada a Londres con la intención de ser escritor; su primera novela, Market, está fechada en esa época. Tres años más tarde publica I am still the greatest says Johnny Angelo e inventa la narrativa pop. La historia de un adolescente que consigue ser una estrella del R’n’R, no es tanto su linea argumental lo importante –aunque David Bowie declararía que influenció la idea de Ziggy Stardust- como la forma en que está escrita. Con su brevedad, su flash, sus detalles, Johnny Angelo es el pop. Nik Cohn lo vivía desde dentro, y el nervio se traducía en palabras cortantes, inspiradas. “Bailando en una rampa, bajando por una tubería, se retorcía y agitaba y temblaba, se movía por todas partes y esto es lo que quería decir: Que os jodan”.

A los veintidós se desplaza de nuevo a Irlanda y desde allí publica lo que será su obra magna Awopbopaloobop Alopbamboom. Muchas cosas separan esta historia del pop de intentos posteriores; no solo fue la primera, sino que además fue escrita sin prestar atención a hechos o cifras. Nik Cohn escribe el libro como Pete Townshend escribía canciones pop, en la cabeza y con el estómago. Al mismo tiempo Awopbop… se construye como un obituario: acabado en 1968, el autor se despide del rock’n’roll, que considera en plena decadencia. “Mis opciones eran claras. Podía mantener la fe de aquellos teddy boys en Derry. Mantenerme fiel al rock como un romance condenado, un golpear contracorriente, un instante. O podía aburrirme. Rico, sin duda, y brutalmente adulado. Pero en el fondo un traidor”, diría. Bill Haley, los Monkees, Phil Spector y los Who; todo lo que hay que saber sobre el pop está ahí.

A pesar de ello, Awopbop… dista de ser su último proyecto. Ya instalado en NY el escritor continuaría una carrera brillante de relatos y ensayos. En todos ellos se percibe lo que Norman Mailer definiría como “autores para los que todo debe encajar”, gente con una visión que establece paralelismos y funda un universo coherente. Kevin Pearce, confeso discípulo de Cohn, diría que “las conexiones lo son todo”. Esa frase resume la esencia del trabajo de Cohn, pues sería éste el primero en comparar lo incomparable, describir canciones con metaforas físicas, palpables. Y mientras, sembrar deudas: “Arfur” (1970), el relato del jugador de pinball como icono pop, inspiraría el Tommy de los Who. “Another Saturday Night” (1975), la historia – basada en los mods londinenses- de un gang de portorriqueños enamorados de la música disco, lo haría a su vez con Saturday Night Fever, el hit fílmico. En su novela de 1992 The heart of the world, las bandas de delincuentes juveniles de Moscú tienen nombres de grupos pop: los John’s Children, los Action, los Troggs. Cada pincelada un punto de color en su universo de conexiones.

“Cohn es un dandy en una época de gacetilleros. Posee un sentido ardiente del presente pero no se dobla con los vientos de la moda. Es único. Es suficiente” declararía de él Gordon Burn. Cierto. Siempre mejor lo intenso que lo extenso. Kiko Amat

(Artículo publicado previamente en el Cultura/S de La Vanguardia, en no sé qué mes del 2003).

Primera Persona 2019

Sobre el Primera Persona 2019. Eso, que ya hemos anunciado por las redesh los 5 primeros nombres de esta nueva edición. Se trata de Nik Cohn, Mala Rodríguez, Brett Anderson (Suede), Sally Rooney y Julieta Venegas.

Entradas a la venta próximamente, y todo eso. Como siempre, en el CCCB.

Pulp heroico: mi prólogo para NIK COHN

Resultat d'imatges de nik cohn walden

Ya está en la calle, traducido al español, uno de mis libros favoritos de adolescencia: Sigo siendo el mejor, dice Johnny Angelo, de NIK COHN, uno de los caballeros con los que aprendí a escribir, y a quien debo si no toda, sí el empujón inicial de mi carrera. Si husmean detectivescamente en mis tres primeras novelas hallarán guiños Cohnianos en todas y cada una de ellas. Y el título de la cuarta… En fin, qué puedo decirles. Cohn era mi maldito héroe.

Lo sacan los chicos de Walden Libros, y lleva un prólogo mío (¿llegará un día en que habré prologado a todos mis héroes literarios? Desde luego voy por ese camino).

Dicho prólogo cuenta con bastantes intervenciones nuevas y exclusivas de Cohn, con quien tuve el honor y la PEDAZO-DE-SUERTE de poder departir en las semanas previas al lanzamiento de la novela.

Lo que decía: que no se puede ser más afortunado.

Por si les pica la curiosidad, el prólogo empieza de este jaez:

  1. «Yo era cartero comercial. Corría el año 2004, y llevaba más de un año levantándome a las cuatro y media de la mañana, tratando de no despertar a mi mujer en el proceso. Desayunaba de puntillas, casi a oscuras, en la cocina de nuestro entresuelo de entonces, luego cruzaba Barcelona en una Vespa 160 muy vieja y muy culona que solo arrancaba a la décima patada y, ya en una nave industrial de L’Hospitalet, me ponía a clasificar unos cuantos centenares de cartas oficiales, folletos de propaganda o multas aviesas. Las organizaba durante una hora por barrios y por números de portal, y entonces las colocaba por estricto orden de reparto en mi carro, y pasaba las siguientes siete horas de turno recorriéndome el barrio a pie e insertando las cartas en las bocas impávidas de los buzones de metal. Se trataba de un trabajo menos deprimente de lo que uno podría esperar (era al aire libre; el escaqueo fácil, la desatención rutinaria), pero cansado y monótono. Todos los días y portales y buzones eran casi idénticos, y si trato de hacer memoria solo dos jornadas escapan del ritual de lo habitual. Una de ellas fue la del atentado terrorista en Atocha, que viví parando en cada bar de mi ruta, contemplando boquiabierto y abatido los detalles de la masacre que aparecían en la televisión, así como las mentiras cada vez menos elaboradas, cada vez más arrogantes, del Partido Popular.

La otra fue cuando vi a Nik Cohn.»

Jerry Lee Lewis: ¡Pecado-r-r-r! + ¡entrevista exclusiva a NICK TOSCHES!

Ya está colgada en la web de Papel, de El Mundo, mi sensacional decálogo engrandecedor e hiperbólico sobre Jerry Lee Lewis. No solo él era el más grande (y temible), sino que la humanidad ha tenido la fortuna de que se encargara de su biografía definitiva (Fuego eterno, Contra Editorial) el inmenso Nick Tosches, otro de mis autores favoritos. Otro grande (y bastante temible también).

Pueden leer esa pieza, instructiva y rocanroleante, con la seguridad de que (ejem) será lo más entretenido que van a poder leer sobre el tema en este país.

Y luego, pueden ir justo aquí abajo, donde les estoy señalando (ahí no, un poco más abajo) y leer estos apabullantes extras que les proporciono de gratis: una entrevista breve al mismísimo Tosches (reacio como el que más a hablar con desconocidos) sobre Jerry Lee y su insuperable libro.

Y entro a pelo al tema, si me permiten:

https://i0.wp.com/www.alainroux.de/wp-content/uploads/2012/12/Nick-Tosches.jpgNik Cohn siempre prefirió mito a realidad. ¿Dirías que tú te acercaste a la vida de Jerry Lee en una onda similar? Incluso si no sucedieron exactamente así, es obvio que algunas de las historias en Fuego eterno son tan acojonantes que no importa si sucedieron exactamente como escribiste.

En el caso muy raro de Jerry Lee Lewis, los hechos fríos y duros y el mito son uno y el mismo: una realidad de profundidades míticas y aura mítica. La suya ha sido una vida cuya suma y sustancia sosttienen el pesado poder del mito.

Jerry Lee era también un hombre de mitos. De historias y leyendas antañonas de su propia familia. Mencionas las historias del Viejo Lewis derribando un caballo con sus puños desnudos. Esas historias, como Harry Crews podría haber dicho, nos recuerdan quién somos. Le dijeron a Jerry Lee quién era y de dónde había salido, tal vez.

Estas leyendas ancestrales -que, como atestigua la evidencia a nuestra disposición, pudieron haber sido haber sido más verdad que leyenda- las historias del Juez Lewis, del Viejo Lewis y todos los demás, eran, sí, como bien dices, anclajes de origen en el vacío, un vagitus (o primer llanto del recién nacido) al que un hombre podía recurrir para labrar su camino a través de la tormenta de sí mismo.

Dicho esto, me encantaría saber de dónde sacaste esas historias. Escuchaste las infames cintas de Sun, por ejemplo, pero ¿entrevistaste al mismísimo Killer? ¿O su entorno nuclear? ¿Llegaste a ir a Louisiana para sumergirte en la atmósfera?

Entrevisté a Jerry Lee, en efecto. Pasé bastante tiempo con él. Entrevisté a los personajes centrales en su vida. Pasé bastante tiempo con ellos también. He viajado y pasado un buen tiempo en Louisiana y otros lugares. Estudié detenidamente documentos antiguos, discos antiguos, periódicos viejos y viejos libros en bibliotecas. Fui tan lejos como pude a través de las fuerzas ctónicas del inframundo, aprendí todo lo que pude, traté de entender todo lo que pude, y luego mezclarlo todo con los ritmos de la versión King James del Antiguo Testamento, y los ritmos de William Faulkner y los ritmos del rock ‘n’ roll.

Creo que no se puede leer sobre la historia de Jerry Lee sin tener en cuenta que este era un hombre para quien el Cielo y el Infierno no eran conceptos abstractos o fantasía poética.

Tú lo has dicho.

¿Crees que existe un infierno? Sé que no das mucho crédito a la religión organizada, pero hay que admitir que un cierto grado de arrepentimiento podría ser útil en la sociedad. La voluntad de redimirte a ti mismo, incluso.

¿Quién dice que he de reconocer que una cierta medida de culpa o arrepentimiento sirva para eso, o para nada? Todo es, como decía Rimbaud, una “faiblesse de la cervelle” [una debilidad del cerebro].

Yo diría que Fuego eterno es, ante todo, una historia de pecado y la redención. Jerry Lee iba a la caza de una salvación imposible de alcanzar. ¿Estás de acuerdo con eso?

No veo ningún pecado en su vida, excepto quizás el pecado de una  auto-condenación incontenible y nociva. La salvación se halla sólo en la libertad, y tal vez en ocasiones Jerry Lee se negó a sí mismo esa libertad. Pero las historias se cuentan mejor, y la propia verdad se percibe mejor, sin la intrusión o la corrupción de la interpretación.

El bagaje sureño de Jerry Lee es demasiado bueno para ser cierto. Serpientes, alcohol ilegal, bigamia, primos locos, iglesia pentecostal, esposas menores de edad… ¿Crees que el lugar de nacimiento hizo a Jerry Lee?

Esa es una buena pregunta, pero me temo que no tengo respuesta para ella. Terroir y terreno, naturaleza y educación; lo que importa de verdad es el sabor del vino o el cigarro, la esencia de la bestia.

Y hablando de quién era. ¿Dirías que era un buen hombre que había tomado el mal camino? ¿Que habia acabado mal por culpa de sus demonios?

Yo diría que era un hombre que había acabado bien. Yo diría que los demonios no entran, que sólo existen dentro de nosotros, formados por nosotros, e investidos de poder por nosotros. No nos toman. Uno siempre es uno mismo.

¿Qué influencia crees que tenían la benzedrina y los licores en su comportamiento?

Al igual que con todos nosotros, esas cosas tienen su influencia. Pero también la tienen nuestros trabajos mundanos, vidas muertas, falsas devociones y mentiras.

Los videos de Jerry Lee y Myra siguen siendo impactantes. Ella parece una niña, no me digas que no.

Desde hace dos mil años los matrimonios incestuosos, matrimonios adolescentes y matrimonios pre-adolescentes fueron aceptados y consagrados entre la realeza. En un mundo más lascivo a la vez que moralista aquellas cosas se convirtieron de repente y por arte de magia en escandalosas. Fue en Inglaterra donde los traficantes de escándalos atacaron a Jerry Lee por casarse con su joven prima. ¡Inglaterra, donde la reina Victoria se había casado con su primo hermano, donde la reina Isabel se casó a la edad de seis años! Lo que está bien un día está prohibido el siguiente. Es todo una locura, mucho ruido y pocas nueces. Sólo en el mundo moderno podría existir un mercado para el tráfico de escándalos.

¿Por qué crees que Jerry Lee, el último hijo indómito, es una inspiración para los lectores? ¿Porque cayó y se levantó? ¿Porque estaba condenado y sobrevivió? ¿Porque llevaba un fuego salvaje en su interior y este no lo consumió?

Sí. Exacto. Por todo eso.

Kiko Amat

(La entrevista con Nick Tosches es exclusiva de Kiko Amat para Bendito Atraso)

 

 

5 pistas sobre Eduard Limónov

Limonov1) Es el rey de la primera persona: Eduard convierte su vida en mito, y toda su obra circula alrededor de ello. “La única leyenda viva que le interesa es él”, sugería Emmanuel Carrère en Limónov. Limónov es un egocéntrico loco que solo sabe hablar de sí mismo, pero lo hace con tal belleza, humor, patetismo y éxtasis, que convierte cada batallita en un momento trascendente. Édichka también es un bocazas: no hay escritor más petulante y chulo que él. Pero a la vez es un tipo honesto, leal y muy generoso. No es un hipócrita ni un cobarde, y mucho menos un cínico. Podrá arrearles un taburetazo, pero nunca por la espalda, y solo cuando realmente lo merezcan.
2) Es un romántico: Lo que implica que su primera persona puede ser más o menos fiable dependiendo de lo contado. Como Nik Cohn, Limónov no deja que la verdad se entrometa en una buena historia. Mentiroso compulsivo, cuentacuentos supremo, amante de la visión épica, la hipérbole y la exageración patológica, Édichka explica su propia existencia desde el über-romanticismo de un poeta guerrero en plena epifanía. Importa poco si la viñeta narrada le deja como un superhombre o un gusano asqueroso: lo crucial, entiéndanlo, es el impulso. Su voz en Soy yo, Édichka (Marbot, 2014) ostenta megalomanía tiznada de pavor, pasión-con-demonios, apocamiento que pude tornarse furia esquizoide, odio de clase y hambre por la vida.
3) Es un dandi: Limónov ama la ropa. En sus inicios incluso alardeaba de ser un “sastre autónomo”. Aunque hace años que Eduard solo maneja un inquietante look Trotsky + mosquetero facial combinado con tabardos negros de la armada soviética y pantalones de paraca, en Soy yo, Édichka le vemos luciendo acampanados blancos, trajes de tres piezas color malva (agh), cazadora de cuero con pajarita (ugh), botines puntiagudos, camisas de chorreras y otros atentados estéticos contra la salud mental.
4) Es un punk: Y no solo porque en su etapa neoyorquina fuese fan de Ramones o Talking Heads o porque en su juventud editara fanzines de poesía. Es un punk porque se limpia las ancas con el canon de la alta cultura, con los popes del establishment, y “no ama las peregrinaciones literarias ni a los barbudos del XIX”. Se mofa de la bohemia de su Jártov natal (y, en Soy yo, Édichka, de la bohemia rusa neoyorquina), de sus chaquetas casposas y reverencia por los clásicos, así como rechaza la idea underground del fracaso como acto noble.
5) Es un hombre con biografía: Sí, su vida es ligeramente distinta a la de, por ejemplo, Martin Amis. Edichka fue delincuente fallido en Jártov, airado dandi del underground moscovita, punk ruso en NY que terminó sodomizado por un homeless, mayordomo de un multimillonario, celebridad literaria en París, voluntario en la guerra de los Balcanes (¡por el lado Serbio!), fundador del partido Nacional-Bolchevique, reo de varias cárceles, miliciano nasbol en Kazajstán, convicto por terrorismo y filofascista ocasional, entre muchas y terribles cosas. Quizás piensen que está como una chota, pero desde luego es de los tipos más interesantes que llegarán a conocer jamás. Kiko Amat

(Artículo publicado originalmente en el suplemento Babelia de El País del 17 de enero del 2015. Pueden también leerlo en la edición digital del suplemento. O sea, acá)

Carlos Zanón: La senda del rockero perdedor (Pt.1)

Pocos libros hablan de 1989, la plaza Ibiza, surtidos Cuétara, el Màgic, el peso del pasado y la pobreza del barrio. Pocos libros se sostienen sobre una primera persona tan valiente, dura y a la vez tan sobria. Yo fui Johnny Thunders (RBA Serie Negra, 2014) es un libro sobre haber sido alguien y ya no serlo. Es un libro sobre vivir dentro de la música pop, cuando esta es tu única salvación y trascendencia. Pocos libros hablan así de fuerte, así de sincero, sobre juventud, clase social, rock’n’roll y perdición.

ZanonQuiero que observen el quiebro que acaba de pegar Carlos Zanón. Lo que hace en el fotograma 43:15:04: miren allá el brinco que pega, y como le sacude una finta de impresión a las expectativas de los lectores, y como se cambia allá de carril. Y mi momento favorito: miren como se quita la camiseta y le realiza un corte de mangas al gol norte. Carlos Zanón (Barcelona 1966) lleva escribiendo de todo desde 1986: poesía, libros musicales (sobre los Bee Gees), artículos sobre rock’n’roll en Ruta 66, antologías de narradores del Carmel y, desde el 2008, es conocido por ser un autor de novela negra. O eso esperaba el mundo. Si Zanón se parece a Jim Thompson, como le espetan algunos, Yo fui Johnny Thunders es su Aquí y ahora. O su La senda del perdedor (de Bukowski). Zanón se ha destapado con un libro poderosamente autobiográfico (“Verdades emocionales envueltas en mentiras”, que diría Harry Crews), situado en su barrio natal, El Guinardó, ambientado a medias entre el hoy y 1989, lleno de verdad y rock’n’roll exultante y amor a los discos y cultura de clase obrera, sin disculpas ni maniqueísmos. Una novela auténtica, dura, hermosa y muy bien escrita, nada afectada ni coqueta, que quizás le hará perder algunos lectores (los que esperan un misterio policial) pero que por lo pronto acaba de ganarle a un fan eterno: yo.

Lo primero que quiero preguntarte es por el salto que has pegado. No has cambiado el estilo –tu libro anterior suena igual que este- pero pareces haber puesto más de ti mismo aquí.
Es el libro más mío que he escrito, es verdad. No tenía ni idea de cómo iba a funcionar, y de vez en cuando tenía que recordarme que iba para la Serie Negra. Yo quería explicar lo que representó para mí la música; aquí, en las tripas. Como herramienta para funcionar y para romper el aislamiento que sufres cuando tienes una determinada edad. Era esa sensación, la lealtad con los amigos de la época, cómo descifras la realidad mediante tus discos y tus cosas. El escenario es muy personal. Los otros libros tienen partes de mí pero pesaba más la trama. Aquí no: la trama no deja de ser un topicazo (ríe): Tío que vuelve a su barrio. El pistolero que regresa al pueblo y le dicen “No volverás a disparar”, y él que no, que no, hasta que acaba disparando.
El regusto que deja lo de la lealtad pandillera es bastante amargo, ¿verdad? Lo que impera en el libro, de hecho, es la deslealtad. Un mito de lealtad original que luego se hace trizas.
Él vuelve al sitio donde pasaron las primeras cosas que le pasaron, pero se da cuenta de que no había nada épico ni nada de verdad en todo aquello. Ni los amigos eran tan amigos ni la novia era tan maravillosa. Y sobre todo tiene la sensación que, habiendo tomando un desvío en su vida pasada, todo se arreglará si regresa a la autopista principal. Pero quedarte en el sitio por miedo a equivocarte tampoco te asegura nada. Me gusta jugar con esas dos condiciones: ni aquellos tiempos eran tan maravillosos ni estos tan desastrosos.
Y no hay nada más trágico que intentar revivirlos, por maravillosos o nefastos que fuesen. En el libro se explica muy bien la sensación de ser un has-been, alguien que ya no es nadie.
Sí, se trata de haber sido alguien y que haya durado muy poco, y que nada de lo sucedido te sirva para el resto de tu vida. Eso es lo importante: Vale, y ahora qué hago con mis próximos cincuenta años. Porque los recuerdos tampoco me sirven, vaya. Una vez leí a Mark Knopfler diciendo que después de haber varias giras mundiales tuvo que viajar solo, y no sabía facturar una maleta. Esa imposibilidad práctica para llamar al señor del gas y que te venga a arreglar la caldera. Así se queda Francis tras su periplo en el rock’n’roll.
El peso del pasado orbita como una proverbial espada de Damocles sobre las cabezas de todos los personajes. Es uno de los temas clásicos. El pasado que nos persigue, y la incapacidad de irte en realidad de allí, el saber que siempre estarás en aquel barrio, por muy lejos que viajes.
Saber que nunca has sido libre, que nunca has podido elegir, y que la única decisión posible era ser como eres y hacer lo que tienes que hacer. Hay una frase que me gusta mucho, y que yo siempre citaba pensando que la había dicho James Woods (pero era de Heráclito): “El carácter es el destino”. O sea: como eres es lo que te va a pasar. En el fondo da lo mismo si te quedas en la autopista o pillas la carretera secundaria: estás en el mismo lugar y no te has ido nunca. No puedes escapar.
El libro está plagado de detalles que por narices tienen que estar extraídos de lo vivido. El desencuentro paternofilial, por ejemplo, pieza clave de la adolescencia. Me gusta como dices que Francis odiaba a los suyos por estar siempre ahí y Víctor por no estar ahí. ¿Hay alguna manera de hacerlo bien, malditos adolescentes?
(Ríe) A los padres les odias porque son. Está la historia de volver a casa de tus padres, que es la máxima humillación. Yo me separé, e iba los fines de semana a vivir allí, y todo era lo mismo: la misma casa, la misma televisión, los mismos padres… Pero a la vez nada era igual, y sentía una sensación terrible de fracaso general. Y de pesadilla, tanto de ellos como mía. ¿Este señor hacía tanto ruido cuando veía la tele? ¿Este olor a coliflor era así de omnipresente? Y en cierta manera se va produciendo un desapego. Al hijo de Francis lo que le tocará los huevos será que su padre haya tocado en un grupo y vaya hablando de esas cosas; seguramente le gustaría que fuese más convencional. No hay forma de hacerlo bien.
Esa fiera voluntad de escape te la haces tuya leyendo el libro, y más si la has vivido, como es mi caso. Explicas muy bien algo que ha dicho alguna vez Loquillo, que es la dicotomía entre sentirte orgulloso de un lugar y a la vez desear escapar de allí a toda prisa.
Yo vivía bastante aislado en el Guinardó, porque mis abuelas cuando iban al centro decían que iban a Barcelona. En realidad tú quieres irte del barrio; porque el barrio es feo, porque todo pasa en otro sitio. La fiesta es en otro lado, y tú oyes el ruido a lo lejos. Quieres ser inglés, tener el pelo largo, corto, tener otra novia y otros amigos. Decirte: estos amigos y esta novia no me tocaban. Yo estaba llamado a otra cosa. El problema es que tú quieres irte de allí, pero eso es tu identidad. Y esa es la parte en la que te haces fuerte, pero también es la tragedia que viene implícita. Porque lo que te rodea es una mierda (alarga mucho la RRRR). En el fondo acabas hablando como tu padre, viviendo cerca de ellos… Tantos libros y tantas canciones para no haber siquiera podido escapar de mi puta ciudad y mi puto barrio. Pero es que eso eres tú. La otra cara de la moneda la ves cuando te vas a un sitio donde no encajas, que claramente no es tu mundo y desconoces la reglas que lo rigen.
Allí aflora el barrio que llevas dentro.
Sí. Pero yo no siento nostalgia por ese barrio, porque no añoro los chillidos, los olores…
El hacinamiento.
El hacinamiento. Hay un momento en que deseas que te entren por los ojos cosas bonitas, y estar en la playa con gente que no pega berridos todo el rato. Quizás eso sea una consecuencia de hacerte mayor.
No creo. Lo que es, por espantosamente sincero, es difícil de verbalizar. Porque dicho así suena a que te avergüenzas de tus raíces de clase obrera, cuando no es así.
Claramente los que reivindican lo fantástico de los barrios de clase obrera lo hacen porque no han vivido allí. Es la fascinación hacia el salvaje, del que dice: qué auténtico que debía ser eso, porque a mí la Tata no me hablaba. Pues a mí me hubiese encantado tener a una Tata que me cuidase todo el día, en lugar de una abuela enloquecida pegándome berridos.
Comentas en la novela la sensación de estar fuera de todo, perdiéndote todo lo relevante, y cómo ello genera ese odio y esa rabia de clase de la que nunca te zafas. Tu frase es perfecta: “el odio a los que saldrán ilesos”.
El odio a los que tienen paracaídas y hablan siempre desde fuera. Hay una bomba de detonación dentro de ti que no sabes cuándo va a estallar. Es tu fuerza pero también es tu kriptonita. Y eso es lo que te hace escribir libros y hacer canciones: las ganas de reventarlo todo, de ser Sansón y decir: yo me hundo, pero el templo se va a tomar por el culo. Y esa fuerza es atractiva porque es muy bestia, y porque es una fuerza creativa. A la gente que vive muy bien le cuesta acceder a esa rabia, porque es una cosa muy visceral. Tienes una intuición de cómo se hacen las cosas, pero nadie te las ha explicado. No tienes a un padre culto que te diga: no leas a Gunter Grass ahora, hijo mío, porque solo tienes catorce años. No. Tú pillas lo que pillas como puedes, y tienes la sensación de que te vas construyendo tú mismo tu cultura, y que te faltan aún muchas cosas. Ese odio lo ubicas en un espacio creativo, y se va destilando en algo así como estar en un planeta extraño, convirtiéndote en una persona extraña, vistiéndote de una manera rara. Cuando eres joven te vistes para tener una identidad, y cuando eres mayor te vistes para renunciar a esa identidad. O para parecer un niño disfrazado. No quería perder la intensidad, fuerza y esa violencia que surge de escribir desde dentro de una canción, que creo es un poco lo que comunica tu Rompepistas. La canción es tu caparazón.
Yo fui Johnny Thunders funciona también porque conjuga la violencia con emoción y sentimiento, con admisiones de debilidad pero sin gazmoñería. Creo que es complicado narrar utilizando esta mezcla.
Exacto. Me molesta cuando escribo o leo cosas donde se está sobreactuando, enseñando músculo, haciéndose el duro. Especialmente si lo hago yo. ¡Venga ya! Puedes tomarte un café con leche con galletas y quedarte como Dios, no hace falta simular todo el rato que quieres siete whiskies. Y luego está la cursilería y el buenismo, que también son detestables. Se trata de encontrar una tercera vía que combine ambas cosas. Para mí la música era más un aspecto interno que externo. Yo era más radical por los discos que escuchaba que por mi comportamiento cotidiano. Yo podía parecer más convencional que otros que iban de mucho, pero a la primera de cambio…
Dejaban de militar.
Eso es. Para esa gente era un entretenimiento, pero para mí era todo o nada. Las canciones lo eran todo. Hay un momento del libro en que habla Marisol con Francis y dice que para ella la gente nunca fue muy real. O al menos no tanto como las canciones. Es como en los westerns: de repente el tipo duro te confiesa unos sentimientos que si los ves en Sonrisas y lágrimas te cagas en todo. Pero en un western te sale el: “Es verdad, John. Te comprendo” (ríe fuerte). Como lector y espectador me gusta que las obras no se alejen de eso. Me molestan mucho los clichés y la sobreactuación.
La afectación y la cursilería son de los peores pecados que puede cometer un narrador. Uno tiene que ser capaz de poder explicar esos caparazones pétreos y esas entrañas blanditas. Porque la mayoría de gente que conocimos era así: gente benigna endureciéndose por su entorno. Francis es alguien bueno a quien le han sucedido cosas malas.
Exacto. La relación que tiene con su hijo es complicada, la línea era muy fina. Cuando era un chaval teníamos un grupo de amigos y había uno que se llamaba Pau, que era un trozo de pan. Pues bien, un día se fue al pueblo y volvió de punk, con todo el dietario y uniforme. Otro amigo nuestro albergaba en su casa a un chaval negro, no recuerdo cuál era la razón, y el Pau nos decía que ya no podíamos vernos con el Luís, porque tiene un negro en casa. Pero Pau, coño (le decíamos), pero si hace dos meses ibas al casal de la parroquia del barrio a tocar la guitarra. Desde siempre lo que más valoro son la autenticidad y el coraje de admitir los errores y las debilidades, y que uno es como es. Escribiendo, eso lo notas. Sabes quién escribe algo que le sale de las tripas y quién está fingiendo.
Si algo demuestra la vida es la brevedad del fervor converso. El evangelista renacido, el que le enmienda la plana a todo el mundo y le dice a la gente cómo tiene que ser, es el que antes cae. Comprobado.
Es verdad. El que más rabia da es el pesado que siempre te estaba llamando y de repente se saca novia y no lo vuelves a ver. Literalmente. Tío: te he aguantado cuando todos teníamos novia y tu no. Pero el tipo ya ha conseguido lo que quería, que era tener una novia y retirarse.
Yo siento una cierta compasión hacia cosas así. Porque la rabia que compartíamos mis amigos y yo muchas veces venía por sobrecarga testicular. La gente empezaba a follar y se volvía mejor persona.
Tendría que haber un servicio de polvos en la ESO. Cuando alguien está a punto de quema de container, proporcionarle alivio.
Hablemos de rock’n’roll, que es uno de los grandes motores de la novela. Francis dice que aquella música le hacía “trascendente”. Como aquellos teddy boys “heroicos” de los que hablaba Nik Cohn, ¿no? Hablas del rock’n’roll como algo más parecido a una religión que a un artefacto consumible.
Es la música de la tribu. Es lo que te conecta con algo más grande, que puedes llamar como te dé la gana. Esa música te cambia para siempre, te convierte en otro. Y luego está esa sensación de sentirte igual de marciano, pero no tan solo. De golpe percibes que en algún sitio y lugar hay gente como tú. Gente que te habla a ti. Eso es lo más fascinante: poner la radio y escuchar una canción compuesta hace veinte años a miles de kilómetros de donde vives, y parece una canción para Carlos. Esta iba para ti. Me acuerdo cuando compré el The Gift de los Jam en Gong Discos. Fui con mi novia. En la funda interior aparecía la foto de un tío bailando, y yo le dije a ella: “¿Por qué no tengo amigos así?”. ¿Dónde estaba toda esa gente, coño? Pensaba si sería posible mandarles un mensaje que dijera: “Estoy aquí. Rescatadme”. Esa religión la puedes colocar en todos los aspectos de tu vida. Y veo esa pulsión en otros escritores el venir de ahí. De esa habitación llena de posters en casa de los padres. Kiko Amat

(Recolgamos la primera parte de la entrevista extended a Carlos Zanón que publicamos en el antiguo Bendito Atraso. Esta es la única amnistiada, por pura legibilidad y por petición popular; publicaremos la segunda parte en un par de días. La versión breve se publicó en el Rockdelux #326 de Marzo del 2014).