La canción del viernes #54: BB SIN SED Perder la fe

Los tres primeros discos de BB Sin Sed me pirran. Este hitacle inapelable es del segundo, Sed de sed (Tres Cipreses, 1989). Me recuerda mucho a otro favorito juvenil mío, el «Sufro por ti» de La Granja.

Bb Sin Sed no eran favoritos juveniles míos, exactamente, porque a pesar de que sonaban todo el día en los garitos playeros del Baix Llobregat, y cada vez que ponían una canción suya yo notaba como mi pie derecho se disparaba en traicionero compás, en mi adolescencia yo le otorgaba una importancia capital a determinados asuntos estéticos (no hablo solo de ropa; hablo de conceptos) y en aquel momento me resultaba imposible ignorar el aspecto Pantalones De Cuero de la banda. Para mi aquello era, precisamente, una cuestión de fe. O creías en los jarales de cuero o no. Yo pertenecía a la segunda opción. BB Sin Sed no solo eran de la primera, y por tanto no escondían su querencia por ese particular modelo de pantacas, sino que encima cantaban sobre ello sin complejos (en «A ella no le gusta el rock’n’roll»: «querías hacerme el cuero dejar». Auch).

A los pocos años se me pasaron las manías. Desde entonces me dio igual si llevaban pantalones de cuero, trajes de lagarterana o lederhosen bávaros. Yo no les hice el cuero dejar. Y todavía me pirran (y escucho a menudo) esos tres primeros discos. Y BB Sin Sed, para colmo, eran del Vallès, vecinos de extrarradio, y por tanto primos espirituales.

El músico pop Miqui Puig (del Vallès massive) comparte mi debilidad por ellos (a él el asunto leather pants le importaba un carajo ya entonces), como demostró al versionar «Fenomenal» en el EP Homenaje a Barcelona (2010) y cantar las virtudes del del Casa Doce (Discmedi 1991) cada vez que era interpelado (sobre eso o cualquier otra cosa).

PARAÍSO: el disco perdido de la nueva ola madrileña (una entrevista)

Esto es una charla que fue concebida para ser realizada en directo, en un bar de toda la vida, con dos ex miembros de Paraíso, Fernando «El Zurdo» Márquez y Mario Gil, con ocasión del lanzamiento de su «disco perdido» (colección de maquetas) por Munster Records. Cuando arreció la crisis del Covid y se cancelaron los viajes nacionales, y con ellos mi billete de AVE, la charla se sustituyó por su pariente menos glacial y antipático, el videochat.

Cuando incluso el videochat demostró ser una inalcanzable quimera tecnológica, un ensueño futurista, este su escritor favorito se resignó a mailearles a los dos paraiseros una prolija selección de preguntas por escrito.

Y aquí tienen el resultado, en mi opinión altamente satisfactorio (considerando lo accidentado de los pasos previos), de nuestro intercambio de preguntas, respuestas, contrapreguntas y etc. Se publicó en Babelia de El País. Espero que les guste.

Kiko Amat entrevistó a LOQUILLO (la charla sin cortes)

“Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop”

Loquillo: "Barcelona tiene una cuenta pendiente con la cultura pop"

El veterano músico se convierte en raconteur en Chanel, cocaína y Dom Pérignon, un anecdotario de oficio, farándula y tribu que mapea la (excelsa) Barcelona de 1985 a 1989.

Me cito con Loquillo en el 99%, un “moto bar” de Les Corts que es mitad reducto rocker y mitad capilla dedicada a José María Sanz, alias “Loquillo” (o simplemente Loco, si ingresas en la cofradía). Y hablando de santos: Loquillo sigue siendo alto como un San Pablo. Lleva un traje oscuro que es pura geometría, nomeolvides de gánster del Soho y mocasines Montecarlo 1965. Más Gainsbourg que Rat Pack, para entendernos. Lo único que ha cambiado en él es el icónico tupé, que de un tiempo a esta parte aparece nevado, como las cumbres del Canigó. Pero no se dejan engañar por las canas. Es el mismo Loquillo. Su último libro se centra en su Segunda Venida (condal): el periodo 85-89, cuando Barcelona parecía la capital de un Imperio y Loquillo un conquistador que regresaba, triunfante. Un tiempo y un lugar fascinantes de los que, como él mismo apunta, “solo quedan cenizas”.

Dices que este es tu último libro de memorias, y has decidido terminar con tu segunda fase barcelonesa. Tu regreso, del 85 al 89.

He escrito ya varios libros contando mi periplo, que abarcan desde el 72 al 87. De mi infancia a mi adolescencia rocker, la formación del grupo, la ida a Madrid… Pero yo quería acabar con este, y la razón es sencilla: lo de después es aburrido. Las biografías de artistas que se centran en el éxito y los excesos son muy aburridas. A mi me interesaba contar los inicios, los porqués y las razones. Qué hacían unos chavales de veinte años en medio de todo aquello  viviendo vidas que no vivirá la mayoría de gente. La Barcelona preolímpica fue un momento de lucidez, y gestó a una generación que ahora maneja la escena musical en la ciudad. Del mismo modo que los primeros okupas de mediados de los ochenta en Barcelona son la antesala del todo el movimiento libertario en la ciudad. Esto ocurrió aquí.

Aquí la subcultura siempre ha sido muy sub. Nunca ha interesado a nivel oficial o de prensa.

Mira, mi padre era tanguero, del Clot. Iban con fular y su sombrero por el barrio, en plenos años treinta. Eran una subcultura. Y me da rabia que no se hable de esas cosas. Cuando me dieron la medalla de la Ciudad de Barcelona le conté a Pisarello, el teniente de alcalde, que es argentino, que Gardel a su llegada a Barcelona se convirtió en un fenómeno. Una fiebre. Pero a él ni le sonaba. Existe una gran ignorancia sobre la historia cultural de esta ciudad. Barcelona, el area metropolitana de Barcelona, que yo siempre he llamado Distrito Federal, tiene una cuenta pendiente con la cultura pop, con la cultura rock. Todos los consistorios han obviado nuestra cultura y han dado la matraca con la nova cançó y la rumba catalana. Es hora de que se empiece a contar la historia del pop en Barcelona.

No tengo muy claro por qué hemos aceptado que Madrid era «la» ciudad rocanrol, cuando del 84 al 90 los grupos que importaban eran de aquí.

Yo siempre he estado en medio de las dos ciudades. Viví la Movida en Madrid porque en Barcelona en aquel momento no había futuro para el rock’n’roll. Y cuando regresé aquí, fue porque Madrid ya era un circo folklórico donde no existía nada de interés, y donde gente como Mecano u Hombres G eran la nueva movida (en breve la movida será incluso Miguel Bosé). Las grandes bandas madrileñas, como Gabinete o Pegamoides, quedaban lejos o se habían disuelto o empezaban a cambiar para mal. La Movida en realidad duró tres años, hasta el cierre de Rock-ola en el 84. Y en ese momento Barcelona se alza, y además lo hace mediante la iniciativa individual. En la vida eres individual o colectivo, y a mí no me gusta lo colectivo. En aquel momento nos abrimos paso una serie de individualidades, desde todos los ámbitos: rocanrol, mod, punk, gótico… Al principio nadie les hacía caso, grandes bandas tocaban en bares. Los Negativos, uno de los grandes grupos barceloneses de la década, eran un grupo desconocido. Pero aquel pequeño grupo de aberraciones hacía mucho ruido. La diferencia con Madrid, donde la gente interesante también era minoría, es que desde los medios y las instituciones se les apoyó y se vendió aquello como la panacea, y en Barcelona ocurrió lo contrario: el fenómeno se silenció. La prensa en Madrid iba toda a una; el apoyo era total. En Barcelona se ignoraba a las bandas. Se abrieron paso mediante trabajo. Puro curro. Nadie habla de curro. Por cierto, ¿te acuerdas de aquellos suplementos que se sacaban en la prensa de aquí sobre las tribus urbanas?

Por desgracia sí. Aún me despierto sudando en mitad de la noche.

¡Pero dónde váis! ¡Ridículos, que sois unos ridículos, no os enteráis de nada! [ríe] No acertaron ni una. No pillaron nada. Por tanto existía un componente de secreto, de esto está pasando pero nadie lo muestra.

LOQUILLO, El niño grande apuesta fuerte

Es una vieja batalla, en todo caso, la de la “autenticidad” entre las dos ciudades.

Madrid triunfó en su momento precisamente porque hacía alarde de no-auténtica. Cualquier tío podia llegar del pueblo, cardarse el pelo y estar en el ajo. No se pedían credenciales. Y a la vez creo que Barna peca de auténtica. Yo me fui de aquí (dos veces) porque me asfixiaba ese vampirismo: la ciudad te lo saca todo. Es importante largarse de aquí a tiempo, si no te sucede como en la película de Buñuel; no sales nunca.

A la gente que te ve como duro crítico de las deficiencias de Barcelona tal vez les sorprenda el tono de orgullo condal que rezuma Chanel…

Barcelona en ese periodo estaba claramente por encima. Es innegable. Del mismo modo que en 1981 iba muy por detrás. Yo vi como Madrid se alzó y también como su historia se convirtió en un circo. Al mismo tiempo, conviene recordar que mucha de la gente que empezó lo del 80-81 en Madrid venía de la Barcelona libertaria de finales de los 70, que era la ciudad más libre y alucinante del mundo. Ouka Lele y García-Alix estaban aquí antes de irse para Madrid. Almodóvar presentaba sus primeros cortos en Barcelona. Creo que ambas ciudades se necesitan, el péndulo tiene que ir oscilando de una a otra (aunque me apena ver que esto ya hace tiempo que no sucede). No sé si es orgullo; quiero hablar de una generación de jóvenes que la liaron muy gorda, y encima sin subvenciones, sin ayuda de compañías. Ningún apoyo. Y pese a eso, ponías la radio en 1987 y solo salíamos barceloneses: “La mataré” era #1, estaban Los Rebeldes, Brighton 64, El Último de la Fila… Decibelios, que eran de El Prat, vendían un montón de discos. Pero en Madrid gozaban de una infraestructura de locales que aquí no existía. Allí todos se juntaban en los mismos sitios. Aquí cada uno iba por su lado: rockers por aquí, teddy boys por allí, punks por acá, mods por allá…

Bueno, pero aquí las tribus no se zurraban. Éramos más civilizados.

Yo diría que éramos demasiado pocos [ríe]. No podíamos ni pegarnos. Dicho esto, existía un personaje llamado El Príncipe que era quien repartía hostias sin hacer distinciones entre tribus, y ponía orden [ríe]. También teníamos numerosas evoluciones e involuciones: rockers que se volvían mods y mods que se volvían rockers.

Siempre te he visto como un personaje muy adulto, y digo esto como elogio. No te veo la parte de tarambana juvenil, con sus piques e inquinas, caprichos y veleidades…

Soy hijo único de padres mayores. Mi padre había estado en la cárcel y en el exilio. Yo era hijo de alguien que había pringado diez años de su vida. Un preso político. Eso lo notas en casa y te da mucho coraje. Y en mi casa de 50 metros cuadrados vivíamos cinco personas: mi madre, mi madre, mi tía, mi abuela y yo. Yo vivía en el pasillo, en un sofá. Cuando esa es tu situación lo que haces es salir a la calle, y el barrio del Clot era del todo callejero. Nosotros crecimos en la calle. Ese fue nuestro bachillerato.

Resultat d'imatges de loquillo

La mirada de Chanel… es serena y adulta. No vas a saldar cuentas de juventud.

No me interesa poner a parir a nadie, ese tipo de biografías son muy infantiles. Mis libros son casi de aventuras, Los Cinco y los Trogloditas. No es un ejercicio literario. Es un libro escrito con urgencia e inmediatez que intenta plasmar un momento concreto. Además, por aquel entonces éramos todos gallitos metidos en un corral pequeño, a ver quien la tenía más larga y tal. No te lo puedes tomar muy en serio.

Me gusta tu dicotomía de artista que aún hace alarde de orgullo de tribu pero que a la vez supo trascenderla a tiempo.

Siempre he sido pandillero, pero nunca he querido formar parte de clubs motoristas o bandas de delincuentes (porque no olvidemos que en aquel entonces la frontera entre rock’n’roll y delincuencia no estaba muy definida). Yo salí rebotado de mi tribu ya en la época de Los tiempos están cambiando, en 1981. Fui rocker y teddy boy antes que nadie, entonces me fui a londres y vi que los Clash eran una banda de rock’n’roll. Cuando volví aquí y empecé a decirlo, me convertí en la persona más vilipendiada del mundo del rock [ríe].

Cuando la ortodoxia se te tira encima es que estás haciendo algo bien. De otro modo te hubieses quedado haciendo rockabilly toda la vida.

Hay que salirse de lo esperado. ¿Qué fotógrafo está fotografiando a todos los grupos de España? ¿Tal? Pues con ese no hay que hacerse las fotos. ¿Quién es el productor de moda para grupos de indie rock en España? Ricky Falkner. ¿Y para el rock? Carlos Raya. Pues ninguno de esos dos tiene que producirme el nuevo disco. Esa siempre ha sido mi fórmula. Si todos tiran para esa línea, me voy a la contraria. Esa es la mejor forma de sobrevivir a las modas.

Siempre te has rodeado de los espíritus individuales de cada generación. En Chanel… aparecen una serie de personajes únicos y 100% icónicos y barceloneses, desde Fray de Decibelios a Tutti.

Para ser como los demás ya están los demás. En un momento en que no había MTV, ni siquiera casi emisoras de radio, la gente se inventaba su propio personaje. Con el tiempo todo se globalizaría más rápido, salía Kurt Cobain por la televisión y a la mañana siguiente había cincuenta tíos vestido como él. Pero aquí, en la época en que estamos hablando, las pintas que llevaban Tutti, Carlos Segarra, o Fray de Decibelios… Aquellos tíos se inventaron unos personajes tremendos, cosas únicas. A Fray, en el viaje a Vic que cuento en el libro, en 1985, le confundieron con un Hare Krisna. El tío que vino a frotarle el pelo no había visto nunca un skinhead, claro [ríe]. Para que veas como estaban las cosas. Esa era la España real de 1985. La gente se piensa que ya éramos supermodernos por aquel entonces, con los Juegos Olímpicos y el PSOE y no sé qué, pero salías de Madrid y Barcelona y el resto del país parecía una república del Este de los años cincuenta. Todo muy carpetovetónico. Nadie sabía de qué iba nada, y éramos muy jóvenes.

Imatge relacionada

Felpudo y tirantes: Fray (Decibelios)

Tu libro no es nada épico. De hecho, la mayoría de situaciones dan risa.

Es que por mucho que fueses de tipo duro, a los veinticuatro (y yo era el mayor) no parabas de meter la gamba. El el libro cuento todos los gafes relacionados con el Reanult Caravelle del 64 que me compré en 1986. Mientras yo creía que lo tenía aparcado en el garaje de uno de los Trogloditas, en Vic, resulta que su padre lo había estado utilizando para transportar sacos de cemento. Algo más tarde, cuando Sabino y yo conseguimos limpiarlo y lanzarnos a la carretera, nos extrañó que todos los conductores nos saludaran. Pero no era un saludo: ¡la rueda izquierda estaba ardiendo! [carcajada]

En el libro repartes unos cuantos capones a los garajeros y rockers “auténticos” de la época.

Los Trogloditas éramos un grupo de garaje que, de repente, triunfó. Detrás nuestro salió un montón de gente cuyo mayor atributo era la “autenticidad”. Pero es lícito sospechar que muchos de ellos no daban para más. Uno intuía que no había nadie pilotando el barco [ríe]. Creerse en posesión de la verdad absoluta es peligroso. Esos mismos “auténticos”, after-punks del Rock-Ola que se dejaron flequillo de un día para otro y, ya en el Agapo, decían que solo escuchaban garaje de los 60, acabaron escuchando grupos horripilantes. Y a nosotros, que habíamos sacado un elepé llamado El ritmo del garaje tres años antes, todo aquello nos hacía mucha gracia. Kike Turmix, que echaba pestes de la “ful modernilla” e iba del más auténtico de todos, había sido azafato y chico para todo en La Edad de oro. Cosa que le tuve que recordar una vez, por cierto. Dicho esto, mis capones son sin saña, porque todo aquello eran juegos de chavales. Que si escuchas tal grupo o llevas tal pinta ya no te hablo. Cuando yo empecé a llevar esmoquin lo hice por lo mismo, al revés: para tocar los cojones.

Siempre te ha gustado, eso. Tocar un poco los cojones.

Yo tengo dos baremos. El primero es que cuando la prensa te pone bien, empieza a preocuparte. Eso quiere decir que no vas a vender un puto disco. Cuando la prensa te pone fatal, eso es la polla y vas a triunfar. Así que nunca me ha importado que la prensa me pusiera a parir. En cuanto a los críticos, prefiero a un tío que sea mi némesis pero tenga criterio que a otro que un día haga una crítica positiva de David Bisbal y a la mañana siguiente otra, también positiva, de Southside Johnny.

Tu mirada siempre ha sido urbana. En el libro comentas más de vez tus numerosos desencuentros con el mundo de comarcas. Vic, particularmente.

A Sabino le dije muchas veces (en coña) si no podía haber encontrado a unos Trogloditas en Cornellà o Badalona, joder. Lo que pasa es que los Trogloditas estaban en el Karma o no sé dónde aquel día, y les reclutamos. Yo iba a Vic y no entendía nada, y ellos tampoco a mí. En Vic la gente escuchaba a [rictus de horror] la Companyia Elèctrica Dharma. No tengo nada en contra de ellos, pero ¿no sirvió para nada el punk? Para mí la Dharma era el ejemplo perfecto de lo que No Tenía Que Ser. Existía un fenómeno que es algo a estudiar sociológicamente: el progre reciclado. Un tío que hacía jazz-rock y un día vio a The Police (grupo fake por antonomasia), se cortó el pelo, se puso una corbatita fina y se unió a la nueva ola. Eran gente que tenían cinco años más que nosotros, que se las daban de punks y nuevaoleros y modernos, y que como tocaban “mejor” se creían que se lo iban a llevar de calle. Existía una división generacional muy grande, un antes y después. Canet del ‘78 dejó esa ruptura muy clara, cuando los progres llamaron “pija” a Blondie. Pero yo les vi aquel día y me cambió el mundo. ¡Ya era hora!

El problema era la edad, que cantaban los Brighton 64.

Sí. La edad era vital. Aquellos cinco años eran un abismo. Con Quimi Portet no llegamos a un acuerdo para producir El ritmo del garaje porque ellos aún eran de la mentalidad de que había que grabar con muchos profesionales, y yo solo grababa con mi banda. Nos dividía una generación. Se veía en la prensa, en la radio. Yo fui con Los tiempos están cambiando a la radio y Pallardó dijo que era un homenaje a Dylan. Tuve que indicarle que era precisamente todo lo contrario, y encima el disco estaba dedicado a Phil Ochs. Ellos no paraban con la turra de Sisa y “Qualsevol nit pot sortir el sol”, pero ¿sabes qué? Nosotros no queríamos ver salir el sol.

… y un Piknik genial. Los Negativos, 1986.

Antes has mencionado a Los Negativos, una de las grandes bandas ninguneadas de esta ciudad.

Los Negativos, de quien por cierto versioneé “Viaje al norte” en mi último disco, Viento del Este (2016), fueron la banda que mejor ha recogido la trayectoria del pop español. Desde Los Pekenikes hasta su época. Y no eran solo una banda rock. Tenían pasión por la estética, la cultura, el cine… (ningún movimiento juvenil digno ha sido solo musical). El grupo estaba compuesto por cuatro personajes interesantes en sí mismos. Yo fui muy pesado con ellos, era muy fan, siempre hablé de ellos en Madrid, llevaba sus maquetas y discos a todas partes. Pero pasaron desapercibidos, también en nuestra ciudad. Aunque llegaron a tocar en las fiestas de la Mercé de 1986, precisamente el mismo día en que le pegué el famoso bofetón a Ignacio Julià [ríe]. Creo que no fueron comprendidos, ni siquiera entre la post-movida y los renacidos del garaje. Ellos estaban en medio de todo. También creo que en Madrid habrían tenido una carrera más larga. Madrid respeta más el legado pop. En Madrid hubo unanimidad para darle a Rosendo la medalla de la ciudad. Pero cuando me la dieron a mí generó una gran controversia.

Tal vez sea porque siempre has sido franco con el tema de los narcóticos. En tu libro hablas con gran desenfado de tu querencia por la estimulación artificial.

[ríe] Odio las biografías rock donde se censura la parte de las drogas. Pero también odio las que solo hablan de drogas. Las drogas, simplemente, formaban parte de aquello. Éramos chavales que experimentaban. Vivimos el inicio de la ruta del bacalao. Valencia era el lugar más divertido del mundo. Y no sonaba chunda-chunda, sonaban The Cult y The Sisters of Mercy. Soy de la generación de las anfetaminas. La heroína no la veo como algo de mi generación, y eso que casi destruye a mi banda. Pero para mí no tenía nada que ver con nosotros. Era una cosa de hippys, algo de los otros, de la generación anterior. A mí me gustaban las drogas aceleradoras: empezabas con los optalidones de tu madre y de allí a lo siguiente. Pero a la vez nos gustaba el lujo, en drogas y en todo. No quería vivir en un piso ocupado. Yo quería una suite de cinco estrellas. Mi padre, en la Guerra Civil, fue uno de los que ocupó el Ritz. Cuando uno de los primeros grupos de okupas vinieron a pedir que les echara una mano a mediados de los ochenta les dije que me llamaran el día que ocuparan el Ritz [ríe].

En el libro tocas el tema de la construcción de tu “personaje”, el Loquillo icónico, sin debilidad, ni miedo ni tristeza, noble, sólido…

En este libro no salen tristezas porque las tristezas vivieron luego. Además, mi padre me enseñó a sonreir cuando peor iban las cosas. Mi madre, que tuvo a tres hermanos en la cárcel, era muy oscura. Mi padre era la luz. En la época que cuento en el libro mi personalidad era reflejo de mi padre: siempre p’alante, disfrutando los veinticinco años. La construcción del personaje se me puso a huevo. Contrariamente a lo que suele creerse, un artista cuando sale un escenario no actúa; actúa cuando está fuera de él. El personaje de Loquillo lo construí como coraza. Para protegerme. Pero en el escenario me permitía ser yo. A la vez, yo soy Frankestein: soy hijo de todas las personas que me influyeron. Tomé de Gay Mercader, de Carlos Segarra… Y de todo aquello salió el monstruo.

Eres un poco como Dean Martin. Me pregunto si alguien ha traspasado esa coraza que llevas alrededor.

Soy muy celoso de mi intimidad. No tengo redes sociales. Ni whatsapp. No quiero depender de las tecnologías. Parte de esa coraza que mencionas está hecha de mis amigos de siempre. Y te voy a decir algo: acerté. Porque al ganado se lo conoce en la recta de salida. Los que me acompañaron acabaron siendo los número uno de algo, fuese la delincuencia o la hostelería. Si he tenido etapas bajas han venido precisamente porque me rodeé de las típicas ladillas que, como un sarampión, en el mundo del rock tienes que pasar. No hay nada peor para un artista que tener una corte de ladillas. Aquellos a quienes siempre les van mal las cosas y son trepas. De ellos tienes que deshacerte. Porque dan mala suerte. Yo en el 85 había vendido ya 100.000 discos, y aún no había empezado el verdadero pelotazo. Era lógico que se me pegara algun ladillero [ríe]. También tiene que ver con la coraza el hecho de que me haya tomado esto como un oficio. Yo siempre he querido trabajar, y he priorizado mi oficio. Alguna gente pasó por esto del rock’n’roll como si fuesen unas colonias de verano, pero para mí esto era algo más. Era algo serio.

Resultat d'imatges de chanel y dom loquillo

Todo el mundo se llena la boca con el barrio y el eco del gueto, pero tú siempre has dicho que si eres de barrio de verdad lo que quieres es largarte.

La prioridad número uno de un chaval de clase obrera: largarse. Y punto. Mi abuelo era estibador, mi padre era estibador y yo sabía que por nada del mundo iba a ser estibador. Por mucho que los respete y quiera. Cuando yo crecí, el rock’n’roll era un clavo al que agarrarte si querías escapar del destino de tu clase social. Si hubiese nacido diez años antes habría sido torero. Me habría tirado a la plaza. Pero me tiré para el espectáculo. En mi casa Manolo Escobar era Dios. Además, festejava con una chica del edificio. Una de las primeras fotos firmadas que tuve fue de Manolo Escobar. Mi madre lo adoraba. En mi barrio Manolo Escobar era Dios, lo escuchabas por todas partes. Esa mitificación del artista fue parte de mi infancia. Gracias a ello empecé a pensar en perseguir un tipo de vida distinto. No quise quedarme allí y casarme con la hija de la vecina.

El único artista de la mal llamada “nova cançó” de quien hablas elogiosamente en el libro es Quico Pi de la Serra.

Quico era un disidente. Los suyos le habían dado la espalda. Era un tipo que iba más allá, que se interesaba por la gente joven, por la música pop, que buscaba nuevos caminos. Sin Quico Pi de la Serra yo jamás habría hecho “La mala reputación”. Quico me puso en contacto con otra Barcelona: pero no la laietana o la del jazz-rock, sino la de Candel, la de Marsé, incluso la de Bocaccio. Me enseñó muchas cosas. Y era muy divertido ir con él a los sitios. Vernos juntos descolocaba a los de su bando y a los del mío [ríe]. Se ha sido muy injusto con él. Con él y con Ovidi Montllor. Eran los que iban por delante.

Ahora se redignifica el sonido caño roto, el jazz-rock layetano o la rumba catalana. A juzgar por el libro, no parece que tú hayas cambiado de opinión respecto a ninguno de los tres estilos. 

Los layetanos te miraban por encima del hombro si no habías ido al conservatorio. Pero yo aún no sé tocar la guitarra, y he grabado 32 discos y he vendido tres millones y medio de álbumes. Me pregunto de qué servía tanto conservatorio [ríe]. Con los años he hablado con gente de aquella escena y todo bien. Pero en aquella época nos despreciaban, y eso no se olvida. Y además, su música era un coñazo. Yo a los diecisiete, como era alto, pintón y DJ, siempre ligaba con chicas mayores que yo, e ir a su casa era peligrosísimo. Sabías que en algún momento iba a caer Iceberg. Al final no te salía a cuenta, la verdad. Me sigue haciendo gracia que gente como Pancho Varona, un músico que toca con Sabina, diga que ellos eran muy rockeros porque escuchaban a King Crimson y Pink Floyd. No entiendo que sigan pretendiendo ocupar un espacio que no les corresponde. Siguen sin enterarse de nada. Mucha tienda de campaña y muy poco Free Cinema. Yo no sé qué es el duende ni el karma, pero he visto a The Clash dos veces, y eso me basta.

Kiko Amat

(Esta es la versión sin cortes de la entretenidísima charla que mantuve con Loquillo en uno de sus feudos históricos, el 99% Bar, hace un par de meses. Lo pasamos muy bien y encima pasaron The Leather Boys por la televisión. La entrevista con ligeras ediciones, y con dos páginacas menos -por cuestiones de espacio-, se publicó en El Periódico de Catalunya del 14 de julio del 2019. Todo esto es propiedad de Kiko Amat; pueden citarlo a placer, pero mencionando la fuente)

La Granja: emoción precoz

Este es un artículo que me encanta, y que escribí para Babelia de El País a modo de celebración del 30 aniversario de Soñando en tres colores (1988), el segundo álbum de La Granja, y überdisco favoritísimo de adolescencia de su escritor favorito. Aún diría más: logré sobrevivir a la adolescencia GRACIAS a ese puto disco.

Léanlo acullá. En verdad les digo que es un buen artículo, lleno de pasión, verdad y un par de risillas.

Qué fue del siglo XX #8: CARLOS SEGARRA (Los Rebeldes)

Y otra perla, la octava, de mi sección «Qué fue del siglo XX» para El Periódico. Lo paso asaz tremendo escribiendo (y recibiendo) los cuestionarios.

En esta edición interrogo a Carlos Segarra, de Los Rebeldes, aquel cuyo amor era la mescalina y no gustaba de trabajar. Espero que les guste.

Kiko Amat entrevista a MIQUI PUIG en Jot Down

Me encanta esta entrevista, que le hice hace dos semanas a Miqui Puig en el jardín chez Puig.Fue un trabajo para Jot Down, con quien colaboro de vez en cuando.

Hicimos un repaso íntimo a toda su vida y carrera, lo pasé muy bien, y creo que él también, y de ello salió un texto que me parece estupendo. Se lo recomiendo encarecidamente a todos sus seguidores (y a los míos, por qué no, también). De verdad que me encanta, su tono, ritmo y calado. Una excelente charla.

Qué fue del siglo XX #4: Luís Martín (Los Ronaldos)

¿Pues no acabo yo de caer que había perdido un siglo XX? Sé que nunca me lo hubiesen perdonado, lectores.

Aquí está el traspapelado: Luís Martín, de Los Ronaldos. Aquí, quiero decir.

Qué fue del siglo XX #6: Juanma Del Olmo (Los Elegantes)

La quinta entrega de la serie, esta vez protagonizada por Juanma del Olmo, de Los Elegantes. Que me hagan el favor de disfrutarla. ¿Cómo? Comiendo de la seta, disminuyendo de tamaño y metiéndose por este agujero.

Me sigue encantando Ponte ya a bailar, aunque suene a lata y microondas. Yo diría que fue la tercera o cuarta cinta que tuve, en 1º de BUP. Sí, lo que he dicho: en 1º de BUP.

Qué fue del siglo XX #3: Joaquín Rodríguez (Los Nikis)

Y ahí les va la tercera entrega de mi serie de entrevistas-ráfaga (amigable) a popistas españoles y catalanes de los 80 y 90. Con hit, a ser posible.

Esta es a Joaquín Rodríguez de Los Nikis, grupo ramoniano y cachondón, aunque también de clase bastante pudiente, y también madridista, y también ultra-normal (me lo ponen cada vez más difícil) de la década de gloria de mil novecientos ochenta.

Para leerlo sáquense un Nautimoc azul cielo (el del pie derecho) y láncenlo en perfecta parábola de pádel sobre este link.

Décima Víctima era música pop

R-2591877-1292179678.jpegDÉCIMA VÍCTIMA

S/t (3LP boxset)

Munster Records 2011 (grabaciones de 1981-1983)

A no ser que uno sea seguidor acérrimo de la brigada del oscuro gabán, el encanto de Décima Víctima no se materializa así, a la primera de cambio. Los fans del pop solar nos vemos obligados a mirar más allá, brincar por encima de algunos de sus (dignísimos) referentes o aparentar no haber reparado en lo de “Sumido en la depresión” o “El vacío”. Es entonces, despojados de nuestra cota de malla de atolondrados prejuicios, cuando nos enfrentamos a la terrible verdad: esto es pop, a pesar de todo. A pesar, incluso (me temo), del propio grupo.

Décima Víctima eran un grupo madrileño compuesto por Carlos Entrena, ex-Ejecutivos Agresivos (parece increíble: del “Mari Pili” a “Más allá del silencio” en un par de amortajados pasos), y dos hermanos de sangre vikinga y alma de fiordo, Lars y Per Mertanen (anteriormente en Cláusula Tenebrosa, quizás el nombre de grupo más fúnebre del siglo). Cuando jubilaron la inefectiva (por primitiva) caja de ritmos se les uniría el batería, Jose Brena. El grupo alcanzó a publicar dos álbumes (el debut homónimo y Un hombre solo), dos EPs, dos sencillos y un maxi entre 1981 y 1983. Su dirección musical se orientaba hacia Bauhaus, Killing Joke, Joy Division o los primeros Echo & The Bunnymen; es decir, grupos con un alto índice de siniestralidad, pose de estar esperando a Godot (o jugando al ajedrez con la parca), luto integral, congelación melódica y una lírica existencialista que parecía inspirarse en al menos seis de las diez posibles razones para la tristeza de pensamiento de Steiner.

Décima Víctima se aplicaron, pues, a ser igual de sombríos y cariacontecidos que dichos ídolos, consagrándose al poco tiempo como grupo epítome del abatimiento espiritual español (con el permiso de Parálisis, Derribos y los primeros Gabinete). Carlos Entrena cantaba sentado, como un crooner asténico al que hubiesen comunicado un terrible accidente en la familia, y los suecos evitaban todo tipo de movimiento, brusco o de cualquier intensidad, en el escenario. Debieron parecer dos muñecos de cera, fruncido el sajón ceño e impasible el ademán (cuenta la leyenda que en la calle la gente solía tomarles por mormones) acompañados por un agente de seguros maníaco-depresivo con un aire a Alexei Sayle. Todos envueltos en trajes pulcros pero discretos, como burócratas-espías, como oficinistas de la RDA, buscando pasar desapercibidos en su respetabilidad; estilo Josef K, o mods de los sesenta, como prefieran.

https://i0.wp.com/lafonoteca.net/wp-content/uploads/2008/03/DecimaVictima.jpgPara los pop-optimistas y fans de Novos Baianos o la Motown que ya están amenazando en calzarse pantalones de tenis y tomar el primer avión a Río (buscando precisamente escapar de grupos como Décima Víctima), he de apresurarme a asegurarles que, después de todo y si le arrancan el pesado chambergo gris a Entrena, su estilo no es tan disimilar a la canción “oscura” que tenían todos los grupos de pop, post-punk y garaje de los ochenta. Exceptuando el ocasional salmo auténticamente grave a 2’5 rpm (como la espesa “La voz que me persigue”, de su primer disco), en muchos cortes la banda se acerca a los Cure del “Grinding halt”, Lack of Knowledge, los Pere Ubu más cantables (pero menos rock’n’roll), los Joy Division del “Disorder” y –muy especialmente- los New Order del “Procession” o “Dreams never end” (¿y quién no ha bailado el “Dreams never end”?). O sea: pop. Pop raro, pop con tortículis, pop torcido, cortante y angustiado, pop agujereado en el menisco con punteos martilleantes a lo Bernard Sumner; pero pop pese a todo y caiga quien caiga. Una música pop ambientada en calles ventosas de Varsovia, inspirada por lecturas de alemanes hundidos y enfermos, una música pop que acarrea valores de un pasado muy lejano (los 30’s, los 50’s) y que mira hacia el futuro con una mezcla de disgusto y resignación (aunque utilizando sus aparatejos espaciales). Canciones deprimidas cantadas sobre las ruinas de un imperio que le hacen a uno sonreír, por su fatalismo, empatía y coraje. Es la alegría que da la admisión de la debacle venidera: pase lo que pase, al menos no moriremos engañados.

En los tres discos topamos con hits tan rotundos como amplios y espaciosos. Hits nórdicos, tiritantes como un príncipe danés aquejado por la duda y la culpa, hits de un planeta más alejado del astro rey que el nuestro, pero –insistimos- hits aquí y en China. “La frontera perdida”, pese al simpático falso desenchufe del final de la canción (¡Se ha ido la luuuuuz! Ah, no, que es del disco), “Desarmado” (suban el pitch si se atreven: se enfrentarán a puro ye-yé esquimal), “Noctámbulo” (los Shadows tocando beodos en un cabaret en 1933, a la caída de la República de Weimar; con Alesteir Crowley a la voz), “Fe en ti mismo” o mi favorita “Almas perdidas” (cuyo estribillo prosigue diciendo “vagarán con el dolor”, ¡Viva la juerga!) son todas espléndidas canciones de música popular caucásica, muy blanca, llenas de guitarras reverberantes, agudos insólitos, ecos cavernosos y armonías cristalinas y delicadas, carentes por completo de negritud o calidez danzatoria.

Por fortuna no escuché todo esto en 1986, en mi adolescencia; no habría sabido apreciarlo ni por donde cogerlo, como si fuese algún plato exótico hecho de extraños mariscos punzantes. Considero un gran privilegio escuchar esto hoy por primera vez, a mis cuarenta, cercano el reúma, el estreñimiento crónico y la imparable putrefacción celular, familiar la derrota, el oprobio y la vergüenza, así como la conciencia terrible del “momento inútil”, lo perecedero de la belleza física y lo esquivo del éxtasis.

Paradójicamente, la música de Décima Víctima suena hoy tan hermosa, pura, inusual y fría (así como responsable y sobria, tremendamente adulta) que le pone a uno la mar de contento; pese a que el grupo insista en continuar susurrándonos al oído con aliento de cripta: “duele ver las huellas de la crueldad del tiempo”. Así pues, no queda más que celebrar -con voz queda, fados en el transistor y mirada melancólica; nada de matasuegras o vino espumoso-  a uno de los grupos más singulares de los ochenta, reeditados hoy en vinilo con extrema elegancia (y un LP extra de singles y temas inéditos) por los fieles camaradas de Munster Records. Kiko Amat

(A petición de un lector muy simpático que escribe desde Buenos Aires, recuelgo esta pieza sobre Décima Víctima y el triple disco epónimo, que escribí para la pasada encarnación -ya cadáver- de este blog, y que por tanto no podía leerse en ningún otro lado. Que yo sepa. Tampoco he investigado, la verdad. En todo caso, aquí está. De nada)

Kiko Amat y JAIME URRUTIA (Gabinete Caligari): la charla sin cortar

De lo que se come se cría, dicen, y nada (en el pop) surge de debajo de una seta. Jaime Urrutia, líder de Gabinete Caligari y compositor de sus hits, nos lanza las pistas de su arte en un libro, Canciones para enmarcar (Larousse, 2014), que es una carta de amor al rock’n’roll, al punk y la nueva ola; pero también a los tangos y los pasodobles.

UrrutiaAllí está. Jaime Urrutia. La cara más reconocible del pop español de los 80, y autor de algunos de sus éxitos más populares. Cuando yo hice la mili en 1990, “La culpa fue del cha-cha-chá” de Gabinete Caligari era la canción. Sonaba en todas partes, pegadiza como la electricidad estática. Pero no estamos aquí para hablar de ella, sino para excavar en el cancionero que sentó los cimientos del músico.
Cuando yo llego al bar, un mesón cerca de Las Ventas, Urrutia ya está allí, tomando una cerveza en la terraza y ojeando su libro. Va muy tapado para el tiempo que hace, con camisa, jersey y americana. “Estos cambios de tiempo me dejan hecho polvo”, me suelta, cuando me siento. Su cara, llena de rasgos exagerados, una faz goyesca, continúa igual; aunque los elementos han hecho cierta mella en ella. Y entonces está la voz. Aquella voz.
En el libro citas a Rocío Jurado, quien dijo de Camarón: “este chico tiene un viejo en la tripa”. Pero tu voz es muy inusual, también. La voz más reconocible de la nueva ola española, casi.
Cuando empezamos todos en la Movida, cuando estaba yo en Ejecutivos Agresivos (mi primera banda), nadie quería cantar. Yo no sabía cantar particularmente. De pequeño estaba en el coro del colegio, sabía entonar y afinar, pero me daba mucho corte eso de ser el frontman. Yo componía y me gustaba ser guitarrista, y ya está. Lo que yo quería ser era guitarrista rítmico como Sabino Méndez en Los Trogloditas, que también componía, y estar en un segundo plano escénico. Lo de cantar vino por necesidad. Ferni y mis amigos de Gabinete no cantaban. Al final, cuando empecé a componer ya dije que quería cantarlas yo, porque cuando compones algo tú eres quien mejor sabe de qué va. No me quedó mas remedio que aprender. No soy un cantante al uso. Me influyó mucho Ian Curtis en Joy Division, aquella voz tan grave. Mi tono natural es parecido. También me gustaba mucho Jim Morrison. Y al empezar a hacer canciones oscuras y siniestras les pegaba aquel tono Ian Curtis. [canta con voz gutural] “Golpes, golpes, dónde están tus golpes…”. Yo aprendí a cantar en los escenarios, vaya. Nunca he ido a clases de canto ni me ha interesado, pero el cuerpo humano es muy sabio, tu propia fisionomía va aprendiendo. Ahora creo que ya sé cómo funciona.
Lo importante, en cualquier caso, es que sea reconocible, ¿no? O sea, hablamos de rock’n’roll. No pasa nada si uno desafina un poco.
A mí me gusta eso. Hay gente que odia mi voz. Es como la de Bunbury; no deja a nadie indiferente. Eduardo Haro Ibars, que era muy amigo mío, me decía: “si quieres meterte en un grupo de rock tienes que tener personalidad y distinguirte”. Gabinete y mi voz son algo identificable.
Hay un capítulo en tu libro sobre Malevaje y los tangos. Me intriga, porque yo he intentado realizar el paso de que me gusten, y resultó imposible. Me resulta un lenguaje extraño. Pero las letras sí me chiflan. Citas aquella de “me revienta tu presencia / pagaría por no verte”.
[continúa cantando la letra] “Hasta el nombre te has cambiado / Como cambiaste de suerte / Ya no sós ni Margarita / Ahora te llaman Margot”. Qué bonito.
En el libro esa canción te sirve de excusa para hablar de rupturas y desengaños amorosos.
Sí. En la época de Gabinete tuve un desengaño amoroso muy fuerte. Era el 1986, cuando ya teníamos cierto éxito. Todo el disco de Camino Soria está dedicado a esa ruptura. Estaba realmente jodido. Me dejó una chica con la que llevaba cuatro años. Toca en algún disco de Gabinete, era la hermana del bajista de Derribos Arias. Me dejó porque se dedicaba a la ópera, y cada vez que aparecía en TV tocando teclas con nosotros su padre le echaba la bronca. Finalmente decidió que me tenía que dejar. El desamor es lo mejor para escribir canciones. Yo viví una experiencia muy rara: el grupo triunfaba, teníamos 80 bolos, vendíamos 100.000 discos, pero por dentro yo llevaba todo eso. Al componer canciones de desamor me venían baladas de los Beatles, o de los Stones, me venían blueses. Está la canción “La sangre de tu tristeza”, que está inspirada en el Buenos días tristeza de Francoise Sagan. Es un disco conceptual, Camino Soria. Las mejores canciones salen de la desgracia.
Nick Hornby se preguntaba en Alta fidelidad: “¿Qué fue primero: La música o la tristeza? ¿Escuchaba música pop porque estaba triste? ¿O estaba triste porque escuchaba música pop?”.
Es el huevo o la gallina [ríe]. Hombre, imagino que lo primero es la melancolía del hombre. Antes de tener instrumentos, el ser primitivo sentiría ya esa sensación de abandono cuando le dejaba una mujer, supongo. El amor es lo que mueve el 90% de las buenas canciones. Y de las malas también.
¿Las circunstancias oprobiosas que rodean a un disco le amargan el disfrute del mismo al artista? ¿Piensas en Camino Soria y recuerdas el dolor?
Pienso solo en la alegría. El dolor se quedó en aquellas canciones. Solo queda una pequeña cicatriz. El tiempo pasa, y que le den por culo a aquella chica [ríe]. La vida ha evolucionado y tengo a otra chica que me quiere ahora. No, el disco aquel ayudó a limpiar la herida.
Hablas de tauromaquia en el capítulo sobre Antonio Molina y “Yo quiero ser mataor”…
Yo soy aficionado a los toros, y he sufrido ataques acojonantes a mi Facebook. Los antitaurinos pueden ser muy violentos. En los ochenta el tema no estaba tan jodido como ahora. Yo voy con mis amigos y soy aficionado, pero tampoco quiero hablar demasiado de ello. Mi padre era escritor y crítico taurino en Madrid, un periódico que cerró Franco por aquella editorial de “Retirarse a tiempo”. Mi abuelo por parte de madre fue empresario de la plaza de toros de Málaga. Mi padre ganó la guerra con los Nacionales, no era nada izquierdoso, iba a misa y era muy cristiano. En mi casa, en lugar de “niños, al cine” era “niños, a los toros”. Mi padre tenía siempre entradas, que le enviaban los matadores.
¿Lo recuerdas con terror o con excitación?
Con excitación. Lo escribí una vez en El País y volvieron a atacarme el Facebook [pone cara de resignación estoica]. Me alucinaba el espectáculo en general. Piensa en que fui allí con 7 o 8 años. Me gustaba cómo iba vestido el torero, el ambiente de la plaza… Pero (y esto es la razón por la que me atacaron) entonces no sentía dolor por el toro. Mira por dónde que ahora sí lo siento más. El domingo pasado fui a los toros, y toda la parte en que el toro vomita sangre… Te lo juro, no me gustó. Pero en mi casa se respiraba ambiente taurino, eso es indiscutible. Recuerdo una vez en que vino a casa Antonio Bienvenida, que era un torero famosísimo, y mi padre le entrevistó. Durante una época lo dejé bastante. En la época de los grupos llevé alguna vez a mis amigos, pero nunca he sido abanderado del tema. Cuando Patricia Godes dijo que Gabinete hacíamos “rock torero” me gustó, ayudó a etiquetar al grupo. En mi casa había discos de pasodobles taurinos, y me gustaba mucho el sonido, yo jugaba a torear en casa. El pasodoble no va solo de toros, y son maravillosos, se aprende mucho de ellos.
obedienciaGabinete siempre han estado fascinados por la IIª Guerra Mundial, y vuelves a hablar de ello en el capítulo de “Lili Marlen”.
Me sigue fascinando. Lo digo en el libro, una de las razones de esa fascinación es la cercanía en el tiempo. Yo soy del 58, y la guerra terminó en el 45. Son solo 13 años de diferencia, un poco más y me veo allí metido en la mierda. Es el holocausto y son los nazis, claro. Recuerdo que a clase de religión el cura trajo un libro del holocausto, y me impresionó mucho. Tenía 12 años, pero me duró hasta el día de hoy. Es algo muy fuerte y muy dramático. Los nazis, con su poderío y forma de vestirse, esa forma de dar miedo a la gente…
La teatralidad. Todo estaba muy estudiado desde un punto de vista escénico; piensa en los montajes de Goebbels.
Sí, era la parafernalia. Cuando empezamos Gabinete nos fijábamos en Warsaw, de Joy Division, que incluso se habían llegado a llamar así. Y usaban imágenes de nazis, cosas de ese tipo. El nombre Joy Division hace referencia a la “división de la alegría”, las putas de los campos nazis. Era un tema tétrico que nos iba bien al comienzo del grupo. Nuestra canción “Tren especial” hablaba de los campos. ¿Tú también eres aficionado?
Sí. Me interesa mucho la caída, la vuelta a la realidad, el shock del final. Aquellos hombres creían que el Reich iba a durar mil años, literalmente. Y de repente su visión del mundo quedó borrada de la faz de la tierra.
Sí. Es muy fuerte. El otro día un periódico digital hablaba de la ciudad que quería construir Hitler.
Germania.
Sí. Efectivamente. Germania. Claro, nosotros no hemos vivido la guerra. Esto que vivimos es una mierda, pero no es aquello.
Sí, somos algo menos viriles, creo yo.
[carcajada] Cierto. Lo vivieron nuestros abuelos y padres. Mi padre estuvo preso, y escribió un libro sobre el tema.
Los primeros Gabinete usaban bastante parafernalia militar. Lo que os ocasionó más de un problema, como es bien sabido.
Bueno, la cosa venía de los Sex Pistols y los punks, con sus cruces gamadas, los Clash llevaban ropa paramilitar…
Incluso Keith Moon y Vivien Stanshall se habían vestido de oficiales de las SS. Los muy colgaos.
Sí, y también Brian Jones de los Rolling Stones. De hecho, utilizamos esa imagen en el “Obediencia” de Gabinete. Era porque la estética era bonita y acojonante. Y en aquella época tenías que epatar. Por eso dije aquello de “Hola, somos Gabinete Caligari y somos nazis”.
¿No era “y somos fascistas”?
Eso, fascistas. No dije nazis. Eso fue en el 81. En aquella época estábamos en plena transición, todo el mundo iba de colega y del PSOE y de que nadie había sido fascista. Y nosotros queríamos epatar. Eduardo Benavente lo hacía más por la vía del sadomaso, y nosotros lo hacíamos por lo cultural e histórico. Nos costó muchos disgustos. Tuvimos amenazas de ETA en el País Vasco. En Andoain, Guipúzcoa, nos llegó a avisar el alcalde del pueblo. El Egin nos llamó fascistas también, cuando ya hacía ocho años que habíamos dicho la frase epatante. Mis amigos me dijeron que me había pasado un poco, pero yo me había tomado dos güisquis, era el primer concierto de Gabinete, en el Rock-Ola… Yo qué sé. Son pecados de juventud. Me arrepiento.
En el capítulo sobre los Ramones dices una frase que encuentro encomiable, pero que me descolocó un poco. Afirmas: “yo soy y me considero punk, y siempre lo diré”. ¿Que querías decir por “punk”?
Viene un poco a cuento de lo que decíamos antes, del “Hola, Somos Gabinete Caligari y somos fascistas”. Es mi generación. Yo soy del 58, y tenía 20 años en el 1978. Pistols, Ramones, Clash… Son la música de mi generación. Como grupo, Gabinete nunca fuimos punkis, hicimos algo más personal. Pero me considero de esa época y soy punk y pienso como un punk, aún hoy.
¿En cuanto a rechazo al sistema establecido, quieres decir?
Sí, en rechazo al sistema, efectivamente. Aunque eso siempre lo ha hecho el rock de toda la vida. Lennon era un punk también. El rock tiene ese punto de rebeldía, y de rechazar las normas y al establishment. Te rebelas contra lo que te echen. Ahora lo veo todo más dulcificado.
Gabinete usabais un tipo de ironía muy particular, pero como teníais cara de serios todo el mundo se tomaba al pie de la letra lo que decíais.
Eso es cierto. Algunos periodistas se asustaban con nosotros, nos decían “pero sonríe un poco en las fotos”. Pero nosotros no sonreímos. Los tres, de pura casualidad, éramos de gesto serio. No sabíamos sonreír. Nuestras letras del principio eran muy serias: “Obediencia”, “Por qué perdimos Berlín”… Pero entonces vino la mili, y yo pasé de escuchar aquellos grupos modernos del Rock-Ola a Los Chichos, y rumbita, y música española. Aquello fue fundamental. Nos dimos cuenta de que había otro mundo fuera del Rock-Ola. “Al calor del amor en un bar” éramos nosotros decidiéndonos a hablar de lo que hacíamos realmente todo el día, que era estar en bares. Y además contarlo en plan festivo. “Caray” está dedicada a Elvis Presley, a un tío que va de chulo por la vida. En una letra puedes dar ese punto de ironía, no tanto de rollo cómico.
No, claro. Hay gente que las confunde, y de forma letal.
A mí siempre me han jodido los grupos cómicos. En los ochenta había muchos grupos que iban de graciosetes, de ja-ja y la risa, y a mí me dolía. Porque la música pop es algo muy serio. Puede incluir cierto humor, pero muchos grupos triunfaron solo haciendo bromas.
A Siniestro Total los perdonamos, ¿no?
[ríe] A Siniestro se lo perdono todo. Hay que darles de comer aparte.
GCMencionabas lo de la mili. Me interesa ese fenómeno de chavales de clase media, y que encima venían del elitismo de la Movida, que de golpe se topan con todos aquellos reclutas tirando a pollinos. Y veis la luz, y os lo empezáis a pasar bien.
Nosotros nos conocimos en la universidad. Armamos Gabinete en el 81, el disco empieza a sonar en Ordovás, tenemos cierto éxito… Entonces decidimos cancelar las prórrogas por estudios e irnos los tres a la mili. A la vez. Porque ya veíamos que el futuro iba a ser Gabinete Caligari, y queríamos sacarnos la puta mili de en medio. La mili rompía muchos grupos. Tenías 18 años y te llegaba la carta aquella que te ordenaba ir a “tallarte”. Y en tres meses te enviaban 18 meses fuera de casa. Grandes grupos de rock de aquí quedaron destruidos por eso, pero Gabinete fuimos muy listos. Con dos cojones, fuimos a la mili, sacamos “Obediencia” para que no se perdiese el interés, y seguimos con nuestra carrera. Ferni, por cierto, se libró por excedente de cupo, y él se quedó a dirigir la operación, llevar Tres Cipreses, organizar las entrevistas… Yo tuve peor suerte, porque me destinaron a un pueblo, sin pase de pernocta, y estuve más jodido. Pero allí nos encontramos a los pollinos (con todos mis respetos). Incluso alguno me jodía porque sabía que yo había estado en un grupo de rock. Pero la radio estaba conectada todo el día, y escuchaba sin parar la radiofórmula, el soniquete, y eso me abrió las miras para poder hacer “Sangre española”, por ejemplo.
Tu libro está lleno de canciones de infancia y adolescencia. Parece que das la razón a la vieja teoría de Billy Childish: “lo que te gusta a los 17, es lo que realmente te gusta”.
Es cierto. Mucha gente me dirá que no hay nada moderno en el libro. Todo son cosas de mi juventud. Son las que marcaron mi vida. Lo moderno ya no me marca, tengo la piel demasiado curtida. Esa corteza impide que me impresionen ya ciertas cosas. En cambio a los 17 te impresiona todo.
Hablando de los 17. De muy jovenzuelos tuvisteis una etapa medio mod, ¿no? “Mari Pili”, aquel ska bullanguero que sacasteis con Ejecutivos Agresivos, era un hit en los bares de mi pueblo.
En el 81 fue casi canción del verano, y mira que estaba mal grabada. Era de Poch. Lo mod nos venía de que yo era muy fan de los Kinks, que no eran mods tan descarados como los Who. Pero tenían su filosofía inglesa y dandi. Y en Madrid fue por el estreno de Quadrophenia y The Kids are Alright. Ya había pasado el punk, pero aquello fue un subidón. Los Ejecutivos pillamos la pasión por el R&B de los sesenta, los Kinks, incluso Beatles y Rolling Stones. Un pre-grupo de Gabinete se llamó Los Dandies, por el “Dandy” de los Kinks. En tres años pasó de todo. Nos pilló a los veinte, había modas cada mes. No había mucha información, no era como ahora.
Creo que eso era bueno para la creación musical. Tenías una pizca de información, y el resto lo rellenabas a fuerza de imaginación.
Sí, había mucha ilusión por hacer cosas. Imaginarte tu grupo en plan infantil, todo eso. No sé si ahora hay sobredosis de la información, como cantaban P.I.L. en 1988.
ejecutivos-agresivosHabía una época en que todo el mundo parecía mod, en Madrid. Uno de La Unión era mod. Todo Dios se apuntó al rollo.
[ilusionado] ¡Mario, el guitarrista de La Unión! Es verdad. Éramos una pandilla bastante numerosa. Yo no llegué ni a tener parka, pero iba con mi chaquetilla y mi corbata. El grupo más mod de Madrid eran Los Elegantes, cuando tenían al Chicarrón de cantante. Duró muy poco, pero eran noches de soul y anfetas en el Rock-Ola, y estar por ahí a las doce de la mañana con la mandíbula hecha polvo.
¿Qué anfetas tomabais?
Minilip. Bustaid se encontraba menos. Y alguna Dexedrina, de vez en cuando. Unas cápsulas con bolitas. El Minilip era una pastillita blanca. Te digo una cosa: la única vez que me he querido suicidar en mi puta vida fue durante un bajón de anfetas. No las he vuelto a probar. Me pasé tres días sin dormir, cagüen Dios.
Un momento interesante de Gabinete es cuando pasáis de querer ser The Jam a querer ser Joy Division.
Una persona clave en la historia de Gabinete fue Eduardo Benavente. Él había hecho un casting con los Pegamoides, cuando “Bailando”. Pegamoides tuvieron éxito y empezaron a ir a Londres y de allí traían discos, él, Ana Curra, Nacho Canut… Eran los modernos, vaya. Eduardo nos contó quién eran Theatre Of Hate, The Cure, Siouxsie & The Banshees, Joy Division, traía videos que mirábamos en su casa… Era todo muy básico. Los tres vimos el camino claro. Gracias a él grabamos el primer single, compartido con su grupo, Parálisis Permanente. Nos lo sacamos nosotros. Pedimos ayuda familiar, y allí empezó todo.
En aquella época los grupos eran inequívocamente de aquí. Escuchaban cosas inglesas, y las adaptaban a su madrileñez, o barcelonidad, o lo que fuese. Creo que eso es menos frecuente, hoy en día. Por mucho que me gusten, los grupos actuales pueden ser de aquí o de Nueva Zelanda.
Esa fue nuestra grandeza, creo yo. Nosotros no queríamos ser ni Los Secretos, ni Alaska, queríamos tener nuestra propia personalidad. Me gustaban Los Nikis, o Siniestro, o Parálisis, pero nosotros íbamos a la nuestra. Queríamos ser arriesgados. Yo aluciné cuando descubrí que Los Planetas eran fans de Gabinete, les conocí y me cayeron de puta madre. A ver, yo entiendo que en el 92 y 93 llegó una nueva generación, harta de la Movida, que ya nos tenía muy vistos. Lo único que me jodió a mí es que los indies no cantaran en castellano. No sé, habíamos abierto un camino. Es más fácil escribir una canción en inglés, el suyo es un idioma más flexible, palabras más cortas, exclamaciones… El rock’n’roll es suyo. El castellano es más complicado, pero nosotros abrimos una vía. Bueno, Los Brincos y Los Salvajes antes que nosotros. Y Burning.
En vuestra época de mayor éxito os debisteis pegar unos buenos juergones. Bueno, seguro: lo he leído en vuestra biografía. Cuéntanos alguna, anda.
Cada uno de los tres tenía su personalidad. Yo era el más pasota, porque sabía que tenía que cantar. Fermi no le pegaba a las drogas. En Buenos Aires sí hicimos bastantes más barrabasadas. La farlopa era muy barata, y pasamos unos días enloquecidos. A la vuelta, Ferni se acojonó un poco. Y me quedé yo solo como niño malo [carcajada] La farlopa es una droga muy mala para salir a un escenario. Te deja muy rígido, para cantar y para todo.
Quizás te da el arrojo, eso sí.
Eso. Te da el arrojo, pero luego te deja agarrotado. No fuimos un grupo de grandes orgías. Una de las gordas aparece en la biografía. Fue en un pueblo de Segovia, donde los lugareños nos estuvieron todo el día invitando a whisky Dyc y llevándonos a hombros, y yo acabé en calzoncillos en un balcón, haciendo como que toreaba con las cortinas que había arrancado del comedor [risas].
Entrevistando a Manolo García hace unos meses me dejó muy clara su postura respecto a la publicidad, que era muy perniciosa para un grupo. Pero Gabinete, en cambio, nunca tuvieron esos reparos.
Te cuento. Un día tocamos Gabinete y El Último de la Fila en una plaza de toros de Marbella, creo que era, parte de unos conciertos llamados La Noche Rosa [fue en Fuengirola, el año 1988]. Gabinete íbamos patrocinados por Coca-Cola, que incluía unas pancartas con su promoción del verano en la PA a cambio de financiarnos la gira. Gabinete salimos allí primero, con nuestra publicidad de Coca-Cola, y luego Manolo García apareció y dijo algo así como que “nosotros no necesitamos ninguna bebida gaseosa para estar aquí con vosotros”. Yo me enteré, fui hacia él en el camerino cuando terminó el concierto, y le dije: “mira, tío, yo te respeto mucho pero dedícate a tu vida y no me eches al público encima”. A mí me parece muy bien que tú no quieras hacer publicidad, pero nosotros nos lo tomábamos con otra filosofía. Santiago Auserón me dijo lo mismo: que Radio Futura eran auténticos porque no hacían publicidad. Yo pensaba tan solo que la publicidad te podía hacer llegar a más gente. La opinión de Manolo es muy respetable, pero cada uno tiene una forma de ver su carrera.
En la biografía, Ferni dice una frase de ti que me parece muy graciosa y entrañable: “Jaime no lo entenderá porque creo que desde 1982 no cambia ni de peluquero”.
Eso viene de cuando ellos empezaron a escuchar a Nirvana. Se dejaron el pelo muy largo, y querían que tomáramos un rumbo más indie. Y a mí me parecía muy bien, pero yo no cambié de peinado ni de estilo. Cuando dijo aquello era al poco de separarnos, y había un poco de confrontación. Eso era un poco de despecho.
Bueno, yo lo tomé como un elogio. Me gusta la gente que no cambia.
Yo respondo a mis propios criterios. No voy a dejarme el pelo por los hombros. Soy un tío más clásico. Uno tiene que ser un poco fiel a tus principios.

Kiko Amat

(Esta es la versión pura y sin cortes de la charla que mantuvimos con Jaime Urrutia para el suplemento Babelia de El País del 19 de noviembre del 2014. Hoy me he acordado de que nunca la llegamos a colgar y aquí está, en toda su lozanía. La foto inicial la tomó Álvaro García para Babelia)

Lo fundamental: 10 discos que hicieron a Brighton 64

Kiko Amat recibe en el salón de su casa a Albert y Ricky Gil, hermanos fundadores y co-líderes del extraordinario grupo pop/mod de los ochenta Brighton 64. Allí se habla de los discos que alumbraron su camino, pero también de pantalones pitillo blancos, de Manolo García recomendándoles que no tocasen en directo aún, de versionear 6 canciones del mismo álbum de los Kinks y de melancolía incurable.

Brighton-64+Amat-web1) THE WHO Who’s Next (Polydor, 1971)
RICKY: Fuimos al Cine Maldá cuando pasaban The Kids are alright, el documental. Era sesión continua, y entramos a la mitad, cuando tocaban “Won’t get fooled again”. Nos quedamos flipados. Solo conocíamos a los Who de oídas.
ALBERT: Entramos en su etapa más rockera, la de los 70’s. Nos encantó, y fuimos a la inversa, descubriendo lo antiguo. Y a través de ellos, por una entrevista a Pete Townshend, conocimos a los Jam. Ibas tirando del hilo.
2) THE KINKS The Kinks (Pye, 1964)
RICKY: Este es el primer disco que compramos de ellos. En nuestra primera época llegamos a tocar hasta seis canciones del álbum.
ALBERT: Pero no éramos un grupo mimético. No intentábamos sonar como los Kinks. Nuestro referente eran los Jam: un grupo moderno, con sonido actual, que remitía más al punk que a los sesenta. Brighton 64 siempre han tenido un componente melancólico. En “Barcelona blues” ya hacíamos referencia a una Barcelona que estaba a punto de desaparecer. Es un estado de ánimo, como un deja vu extraño. Una melancolía por cosas que no te han pasado. Siempre hacíamos un flash forward.
3) CHUCK BERRY After School Sessions / One Dozen Berrys (Chess, 1957)
ALBERT: Esto fue nuestro gran descubrimiento musical: la relación de acordes del R&B. Escuchábamos una armonía que nos gustaba, buscábamos quién la hacía, y de los Rolling Stones pasamos al maestro. En aquella época solo existían seis álbumes editados en España, pero nosotros teníamos veintitantos (risas). El hawaiano, el cantado en castellano, el directo en el Fillmore… Mucha gente cree que conoce a Berry, pero las mejores suelen ser desconocidas, como “Brown eyed handsome man”.
4) THE JAM In The City (Polydor, 1977)
ALBERT: Setting Sons fue un disco que nos desorientó mucho, era muy oscuro. Entonces tiramos hasta In The City, y vimos que encima eran… ¡punks con traje! Los Jam hacían música para su momento, algo que creo que han perdido los mods de hoy. Como creador, el mimetismo nunca me ha interesado. Aquí se ve la influencia de Wilko Johnson, de Dr. Feelgood, en esas guitarras tan duras.
5) VV.AA. 20 Mod Classics (Tamla Motown, 1982)
RICKY: Este me lo compré en Londres. Por la portada, obviamente (risas). El segundo volumen llevaba una bandera inglesa. Antes había escuchado algo de Tamla Motown, pero no mucho. Estos veinte temas fueron una introducción acelerada.
ALBERT: Fue el segundo paso en pos de la música negra. El primero había sido aquella cara de Quadrophenia, que nos abrió al mundo del soul. Los Who son el pivote, lo que abrió todos los puentes. Veías el “Heat wave” y te decías: “Esta la hacen los Who. Y también los Jam. ¡Vamos bien!” (risas). Las grandes bandas hacen proselitismo al mostrar sus influencias.
6) THE PAUL COLLINS BEAT The Paul Collins Beat (CBS, 1979)
RICKY: Esto es un ejemplo de música comercial de la época. Junto con The Knack o The Romantics sonaban en todas partes. The Beat nos gustan también por razones personales: con el tiempo conocimos a Paul Collins y nos hicimos amigos.
ALBERT: Es chulo conocer a un tipo que ha sido un tótem, y que encima sea majo. Porque a menudo conoces a gente que admiras, y en mala hora… (risas). En este disco Collins estaba iluminado. Canciones en apariencia simples, pero con una fuerza… Se podría haber guardado la mitad de canciones e ir sacándolas con los años. Es una lección magistral. Imagino que él sabe que este disco es una obra de arte. Debe ser frustrante que haya trascendido tan poco.
7) LOS RÁPIDOS Los Rápidos (EMI, 1981)
RICKY: Cuando acabábamos de empezar recibimos la histórica visita de Manolo García y José Luis Pérez de Los Rápidos a nuestro local de ensayo. Manolo nos soltó la legendaria frase: “Muy bien chicos, yo creo que en un par de años empezareis a sonar un poquito”. Lo que pensamos fue: “¿Un par de años?” (risas). Nosotros queríamos tocar YA, teníamos mucha prisa. Luego fuimos a su local y nos quedamos de piedra. Tocaban muy bien.
8) PISTONES Persecución (MR, 1983)
ALBERT: Para mí todos estos grupos eran tan importantes como los Jam. Era música cantada en castellano, como la nuestra. Rechazábamos la música española de los 60’s, grupos que nos parecían de verbena como Los Sírex. De hecho, los veíamos en verbenas de verdad (ríe). Nos sonaban añejos, pero añejo franquista. Teníamos que rechazar lo que había detrás, y aliarnos a los referentes modernos.
9) THE BARRACUDAS Drop Out (Voxx, 1981)
RICKY: Nos dieron sonido y look. Encontramos camisetas de rugby y pantalones de pitillo blancos, y son los que nos pusimos en La casa de la bomba. Habíamos ido mucho de traje completo, oscuro, corbatas, como en “Fotos del ayer”.
ALBERT: Dejamos de ir ultra-mods para ir de un rollo más pop-art. Barracudas fueron la influencia principal en “La casa de la bomba”: surf-pop, coros, órgano, guitarras ácidas…
10) THE FLESHTONES “American Beat” (maxi IRS, 1984)
ALBERT: Esto abrió la puerta al soul, al garage… Lo de salir por la puerta tocando los instrumentos ahora ya lo hemos visto cuarenta veces, pero la primera vez que lo vimos, en 1985… Mira, se me ha puesto la piel de gallina (risas). Me recuerdan a Sex Museum, en el sentido que hacen lo suyo mientras el mundo va cambiando. Son como esa camiseta que te compraste en 1982 y un día en que te ves más delgado te vuelves a poner. Hay que tener paciencia, porque el mundo gira y gira, y las modas vuelven y vuelven.

6 imprescindibles del pop-mod español 1982-1990
1) BRIGHTON 64 Fotos del ayer (1982-1987) (BCore 2014): Podrían ustedes ir de safari vinílico para cazar todos los singles y maxis, pero esta flamante recopilación les ahorrará el faenón. Aquí está, simplemente, lo mejor de Brighton 64. Todos sus éxitos, evoluciones y avances, incluyendo caras B sublimes y oscuras favoritas. Todo ello envuelto en cegador portadón, con bonita hoja interior y lujoso fanzine repleto de textos (Alex Cooper, Miqui Otero y otros).
2) LOS CANGUROS Un salto adelante (1986-1990) (BCore 2013): La banda más avanzada del modernismo patrio. Versionaban a The Cure, Pere Ubu, The Prisoners y Booker T. Sonaban a Makin’ Time, pero también a The Fall o Blue Orchids. Llevaban Farfisa, pero no producía notas ye-yé. Eran oscuros y fatalistas e inexplicablemente maduros. Uno de los grupos más idiosincrásicos y celebrables de esta cosa nuestra.
3) LOS NEGATIVOS Piknik Caleidoscópico (Victoria, 1986): El mejor disco de pop psicodélico español de todos los tiempos. Sin más. Las mejores canciones, letras, portada y trapitos. Los Negativos fueron el único grupo sin mácula de todo este asunto, y en 1986 parecían incapaces de equivocarse. Su debut, un trabajo artesanal de puro amor al pop, sigue sin ser superado veintitantos años después.
4) LOS FLECHAZOS Viviendo en la era pop (DRO, 1988): Los Flechazos demostraron, por vez primera, que un grupo podía llevar lo mod de bastión y vender un aluvión de copias. Un monumento a la pasión por cosas relucientes y añejas, y su disco más cándido, menos forzado, más teenager y bullanguero (incluye garage, surf, power pop, instrumentales en plan The Roulettes…). La evolución lógica de los Brighton 64 era esto.
5) KAMENBERT Soul nights (DRO, 1987): No tiene mucho soul, la verdad, pero es uno de los mejores álbumes europeos de pop-con-trompetas al modo 1987. Todas las canciones son excelentes, y podrían haber sido tan grandes como, qué se yo, Los Ronaldos o Los Romeos. No lo fueron en absoluto, pero aún se echa de menos su gracia, su emoción, su trío de cantantes femeninas, tan nueva ola, todas sus felices cancionazas. Incomprensiblemente, jamás ha sido reeditado.
6) LOS SENCILLOS De placer (BMG/Ariola 1990): Los mods les abandonaron y les llamaron cosas que terminan en -ones, pero De placer es un disco a la altura de los cinco anteriores. Es casi una recopilación de singles, con 11 éxitos potencialmente radiables. Los Sencillos no se harían mega hasta “Bonito es”, pero este es el que ocupa más lugar en ciertos corazoncitos.

(Esta pieza nos la encargaron en Rolling Stone hace unos meses. Al poco de publicarse, la amable chica que nos lo había encargado cesó o fue cesada. Esperemos que no fuese por nuestra culpa. La foto como-pedro-por-mi-casa es de Carles Rodríguez)