«De gris niño a azul adolescente»: un prólogo de Kiko Amat para BOY ABOUT TOWN

He escrito otro prólogo. Vuelve a ser para un libro que me encanta, el Boy About Town de Tony Fletcher, que publica en España la editorial Chelsea en edición aumentada y a todo color.

Les muestro un fragmento de dicho texto (que, dicho de paso, me gusta mucho). Habla de (oh, sorpresa) adolescencia:

«2. Mi juventud propiamente dicha empezó una tarde de sábado, recién clausurado el verano de 1985, cuando, con catorce años, a punto de empezar BUP, fui a jugar a muñecos de Star Wars en casa de mi primo, como llevaba ocho años haciendo. Pero aquel día traería un desenlace inesperado. Mientras mi primo intentaba mostrarme las prestaciones de la nave de Boba Fett, recién incorporada al parque móvil, me di cuenta de que, en lugar de escucharle fascinado, no podía dejar de hojear (terribles ganas de mear; ojos fuera de las cuencas) la remarcable colección de Guido Crepax de su padre[1]. El resto ya lo imaginan. Baste decir que si aquel día acabamos tomando la Estrella de la Muerte no fue gracias a mis famosos movimientos envolventes de tropas. Resulta difícil culminar con éxito la batalla decisiva de la flota rebelde cuando su almirante está encerrado en el baño, realizando una introducción apresurada al cómic erótico de calidad.

Justine fue, a la sazón, el principio pueril de algo fundamental. En el espacio de unos meses pasé de tararear con creciente aprensión la canción de Kenny Rogers que sonaba en el Seat paterno, a sentir escalofríos con el estribillo del “Wild boys” de Duran Duran, a berrear “In the city” de The Jam en el balcón familiar, dando brincos y tratando de escandalizar a los vecinos (que se negaron a ser escandalizados). Un día me ponía la ropa de mercadillo que me compraba mi madre, al siguiente le indicaba qué ropa de mercadillo debía comprarme, al otro me negaba a ponerme esa ropa “trapera” y salía de casa pegando un portazo, al final conseguía, tras mucho implorar, que mi madre me acompañara a Flexor[2] a comprarme un polo Fred Perry (español).

Un día bebía leche con Nesquik, al otro probaba la cerveza (asco), al tercero decidía confeccionar un batido de frutas y licores demodé del armarito de mis viejos (causa plausible de los brincos antes mentados), al cuarto decidía darle una nueva oportunidad a la cerveza (mmm… No, asco), y el viernes ya me echaba al buche el contenido de numerosas Xibecas, moscateles y calimochos, en la fiesta casera de un amigo heavy, antes de arremeter a bailar frenopáticamente el “You really got me” (versión Van Halen) y, como inmediata consecuencia del centrifugado danzón, echar las tripas en la cama de la hermana pequeña.

Poco a poco, mi voz pasó de fiable castrati a impredecible Gallo Claudio. Las chicas eran de repente lo más fascinante del mundo (después de Brighton 64), y me preguntaba cómo había podido odiarlas hasta entonces. Y, ya puestos a preguntar, ¿era sano desear de aquel modo unos zapatos new wave? ¿Debería pintarme las patillas con rimel hasta que me creciesen las de pelo? (decididamente no[3]). ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Dónde iba a terminar aquel proceso de mutación? ¿Compraría mi tío nuevos cómics de Guido Crepax? (empezaba a sabérmelos de memoria).


[1] Aún no entiendo qué hacían en la habitación de mi primo, junto a los Astérix. Prefiero no pensar en ello.

[2] Famosa tienda barcelonesa de Fred Perry de concesión española (Comercial Ebro), meca de los mods ochenteros.

[3] Un niu wey de mi instituto lo hizo, en un arrebato de desesperación imberbe, y aún nos reímos de él.»

La Canción del Viernes #63: BILLY NOMATES «Hippy Elite»

Canción del mes FIJO y uno de mis más felices descubrimientos. Llegué a ella como el resto del planeta: por el «Mork n Mindy» de los Sleaford Mods. Otra de Billy que me flipa es «No«.

Ella es de Bristol. Me encantan sus letras, sus ritmos todo a cien post-punkos y sus moves. Y su nombre. La canción va de lo que anuncia el título. De putos hippys lucrados.

Cosas Que Leo #30: UNA LUZ ABRASADORA, EL SOL Y TODO LO DEMÁS, Jon Savage

joy division jon

“Así que allí había una verdadera cultura musical, y fue muy importante para nosotros. Más allá de eso, no creo que tuviéramos ninguna identidad. La escuela a la que fui era realmente grande, y supongo que si vivías en Salford eras una especie de don nadie, no tenías apenas probabilidades de progresar en el mundo. Te consideraban carne de fábrica. La música te aportaba una suerte de identidad porque era un lugar deprimente y los inviernos eran muy largos, así que tendías a internalizar todo eso. No es como vivir en Los Ángeles, donde puedes ir cada día a la playa con tus patines en línea. Era en plan «Ah, mierda, esto es de lo más aburrido. Hoy hay niebla, está lloviendo, ¿qué vamos a hacer? Ya lo sé, vamos a casa de este o a casa de este otro. Llevémonos un montón de discos y hablemos de música». Y aquello terminó evolucionando hacia «Empecemos a hacer música».

Terry Mason: Conozco a Hooky desde que tenía ocho años. A Bernard no lo llegué a conocer hasta que fui al instituto, me lo encontré en el tercer año porque la escuela estaba dividida en dos partes: estaba el Salford Technical High School y el Salford Grammar School. Hooky y Bernard iban a este último, el instituto normal, y yo iba a las clases de formación profesional, y a pesar de que ya habíamos decidido dónde queríamos estar, en el tercer año nos metieron a todos juntos en la misma clase. Nos hicimos más amigos cuando cumplimos los dieciséis y todos teníamos una escúter. Decir que éramos una pandilla de moteros no sería lo más correcto, pero en aquel momento había unos diez de nosotros en la misma clase que teníamos motos pequeñas, y quedábamos después del colegio. Aunque Hooky y Barney vivían en zonas diferentes a la mía, solían acercase bastante a donde vivía yo. No éramos más que chusmilla con motocicletas. No llevábamos parkas, ni banderas del Reino Unido ni condecoraciones del ejército del aire.

Peter Hook: Conocí a Bernard en el instituto de Salford, cuando los dos teníamos once años. Nos hicimos amigos muy rápido. Ni yo ni Bernard estábamos entre los alumnos a los que acosaban, ni tampoco éramos parte de los abusones, estábamos un poco en medio de todo eso, así que la nuestra era una existencia bastante privilegiada para un chaval. Empecé a salir cuando tenía dieciséis, más o menos. El primer club al que fuimos fue el Salford Rugby Club, en el Willows, que abría los lunes, y luego progresamos hasta la noche de los martes, y muchos de nuestros amigos del colegio iban allí. Para mí era más fácil ir que para Bernard, porque podía volver a casa a pie. Él vivía en Broughton, así que se convirtió en el lugar donde pasaba el rato. Sonaba rock de los setenta, básicamente: Slade, Deep Purple, Hendrix, Groundhogs, Status Quo. Fuimos a ver a Led Zeppelin en el Hard Rock de Stretford, a Deep Purple en el Free Trade Hall, y cosas así. Rock duro. Aquello duró hasta que empezamos a salir, y nos fuimos aficionando al pop porque comenzamos a escucharlo. No escuchamos música disco hasta que no empezamos a ir a los clubes.

Terry Mason: Bueno, era una escuela secundaria, pero si te digo la verdad, no es que nos aportara gran cosa. Entre nosotros tres sumábamos hasta cinco exámenes de acceso a bachillerato. Aquella no era precisamente una época en la que se esperara mucho de ti, ni que fueras a la universidad. En nuestro curso habría unas ciento veinte o ciento cincuenta personas, y el número de alumnos que iría a la universidad de toda la escuela sería quizá de cuatro. Lo que se esperaba de ti era que terminaras y encontraras algún tipo de trabajo. No había grandes ambiciones, no es que fuera un instituto conocido por producir médicos. Creo que lo que más produjo fue operadores de torno y maquinistas, pero no había en la escuela ningún tipo de excelencia académica. La fábrica de Salford era Ward & Goldstone, una planta eléctrica, pero no tenía ningún tipo de atractivo para nosotros.

Bernard Sumner: Me lo pasé bomba en el colegio. Sentía que la juventud era una época para disfrutar, así que no me centré en los estudios. Lo que quería era salir y perseguir a las chicas, ir a robar a las tiendas de Manchester y hacer todas esas cosas increíblemente estúpidas que hacen los chavales que están en el colegio. Cuando dejé los estudios quise ir a la escuela de arte. Tenía un pequeño porfolio de obras que había creado en la escuela y fui al Bolton College of Art, y me aceptaron. Así que fui a casa y se lo dije a mi madre, y me dijo: «No». Le dije: «¿Cómo? Yo quiero estudiar Bellas Artes». Me dijo: «No me lo puedo permitir». Hizo que uno de mis tíos hablara conmigo, lo cual fue bastante extraño, porque era un tío realmente lejano que no me caía especialmente bien, porque vivía en una casa grande en Worsley, o por ahí. Me dijo: «Mira, no puedes ir a la escuela de arte, tienes que salir ahí fuera y encontrar un trabajo, valerte por ti mismo». Así que tuve que aparcar aquella idea y buscarme un trabajo.”

Una luz abrasadora, el sol y todo lo demás; Joy Division. La historia oral

JON SAVAGE

Reservoir Books, 2020 (publicado originalmente en Faber & Faber, 2019)

416 págs.

Trad. de Javier Blánquez

JON SAVAGE: “Estoy harto de que toda escritura sobre música sea autobiografía”

Mi extensa entrevista con Jon Savage para Babelia de El País. Hablamos de Joy Division, claro, pero también de psicodelia, violencia, espacio, ciudades, anti-pasado, adultez lírica, inesperadas conexiones northern y «todas esas estúpidas bandas rock, que no han pillado nada».

Léanla aquí. Mo-o-o-o-la.

Existe una versión extendida de esta conversación, con varias preguntas y respuestas extra (y un par de capones de Savage a otra peña) que les colgaré en Bendito Atraso cuando me dé por ahí.

La canción del viernes #50: DELIRIUM TREMENS I have no money

Mi puta canción del verano. Del formidable album Hiru aeroplano (Oihuka 1990). Los Delirium son uno de mis grupos favoritos de la península. Sus dos elepés son esenciales. Afterpunk clashista y frío y violento y británico y emocional y norteño a matar: lo mío, y encima en Euskera.

Escuché en repeat esta canción camino de mi presentación de Antes del huracán en Gijón el pasado julio, y ya la dejé puesta para el resto de las vacaciones. El «ay ay ay ay» me pone la piel de gallina, igual que los coros bélicos del final. Hitazo en mi casa.

Ah, aquí pueden verles haciendo el «Boga boga», del Ikusi eta ikasi (1989), en una de las pocas apariciones televisivas de la banda. Nadie sonaba así en 1990. Y aquí en versión con orquesta gigantesca (muy alucinante).

Kiko Amat entrevista a DAVID KEENAN

«El postpunk iba de ver tu lugar de origen como potencial centro del mundo»

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David Keenan es evangelista postpunk, chamán del underground y friqui a jornada completa. Escocés de nacimiento e indie por osmosis (tocó en grupos como 18 Wheeler y Telstar Ponies), ha dedicado la mayor parte de su vida a escribir sobre discos oscuros y músicos chiflados en biografías (Coil, Nurse With Wound) o revistas especializadas (The Wire). Memorial Device es su emocionante primera novela: una biografía inventada de un grupo ficticio (aunque el pueblo, Airdrie, es real), ensamblada a base de entrevistas, cartas, listas y crónica. Un libro que, según su autor, “va de creencia total, y del poder que tiene la música para transformar tu realidad”. Una novela que -como declaró Irvine Welsh- “captura (…) la terrorífica, obsesiva y ridícula pomposidad de todos aquellos jóvenes fanáticos de la música”.

Esa cita de Irvine Welsh para tu libro suena un poco faltosa.

Hay un nivel de convicción absoluta que no quería cargarme. El libro va, en cierto modo, de eso: creencia total. Y del poder que tiene la música para transformar tu realidad. Pero a la vez no puedes evitar reírte un poco de ello, de los extremos ridículos a los que llegaba alguna gente para acceder a esa transformación, y que parecían una pérdida de tiempo. Me encantaban todos esos personajes extremos que lo llevaban todo al límite porque eran inspiradores y excitantes, pero también porque eran completamente hilarantes y ridículos. Y les daba igual. Me gustan ambos aspectos. Por eso era tan importante que el libro tuviese un lado cómico, para poder plasmar los disparates exageradísimos que algunos eran capaces de hacer para demostrar su nivel de militancia.

En los pueblos de mierda, el personaje excéntrico con conocimiento arcano era un chamán para los adolescentes. Alguien cuyo conocimiento podía cambiar tu destino, convertirte en alguien. Nik Cohn lo dijo de los teddy boys de Derry: bailando bajo las luces de neón se convertían en inmortales.

Sí. Se trataba de alterar tu realidad. Por eso también me permití hacerlo en modo narrativo, cambiando lo que me parecía conveniente, en lugar de escribir una memoria fiel de la época. Porque precisamente en esa época, y muy especialmente en pueblos pequeños, la realidad era para el primero que la agarrara. Tenías que crearte una realidad a tu medida. Tu forma de andar, de vestir, o los libros que te tomabas en serio, tenían el poder de modificar lo que te rodeaba. La cita de Nik Cohn es perfecta. Para mí fue igual de chocante ver a todos esos tipos en Airdrie. Porque aquello era valeroso: no era fácil ser Iggy Pop en mi pueblo. Hace falta mucho coraje para atreverse a destacar de ese modo en un lugar tan cerrado. Para mí aquellos excéntricos eran un ejemplo perfecto de las posibilidades, de todo lo que yo podía ser. Las calles de todos aquellos pueblos norteños en la era postpunk eran como pasarelas: veías a la gente más inventiva y fantástica y extravagante yendo al pub, o al quiosco, envueltos en sus mejores galas, siendo solo lo que querían ser. Era fantástico.

Lo primero que me enamoró a mí de las subculturas, cuando aún era casi un niño, fueron las ropas. Mucho antes de que escuchara un disco estaban aquellas chapas y peinados y zapatos. Resultat d'imatges de david keenan memorial device sexto piso

Era temerario. Ese era lo que más me gustaba. Y también que la introducción a la ropa, el arte o la música fuese cara a cara, en términos de contacto físico. Había un aspecto iniciático en lo de coincidir en gustos, en discos y ropa. Era una iniciación, ni más ni menos. Y luego estaba la misión. La cruzada. El camino a conocer a otra gente que también estuviese interesada en esos aspectos subculturales que te fascinaban. Leyendo entre líneas en los periódicos musicales. Pero a la vez la mitad de todo eso tiene lugar en tu cabeza. Construyes una fantasía subcultural de como deberían ser o serían en el futuro algunas cosas. Yo era demasiado pequeño, por cuatro o cinco años, para pertenecer de verdad a la generación pospunk de la que habla Memorial Device, así que lo que hacía era observarles y fantasear sobre las posibilidades. Es una fantasía sobre las posibilidades de una generación.

Porque luego, cuando ya formas parte militante de la subcultura, te das cuenta de que es todo mucho más mundano de lo que tú imaginabas. Te habías montado una película épica. 

Lo esencial, especialmente en pueblos pequeños, era el hecho de que en muchas ocasiones no accedías a la subcultura soñada, nunca ibas a Londres y te hacías amigo de los músicos punks famosos, así que tu fantasía nunca se desinflaba. A menudo tú creías más en la idea que los que estaban en el epicentro de la cultura. Porque tú estabas en los márgenes, sin derecho a voto, creyendo a pies juntillas en tu fantasía subcultural. Tu militancia era más extrema. La prensa decía que los Sex Pistols no sabían tocar sus instrumentos, y la gente en los pueblos se lo tomaba al pie de la letra, montando grupos donde de verdad nadie no sabían tocar un instrumento. Y empezaban a hacer música de ese modo, sin saber siquiera los acordes de rocanrol que sabía Steve Jones. O sea, que acababan llevando la idea aún más lejos. Era como el juego del teléfono roto, en el sentido de lo que resultaba al final era mucho más raro y fascinante que la idea original. En los pueblos siempre te lo tomabas más en serio que en el centro.

A la vez, creo que en el núcleo de las subculturas también fantaseaban con un nivel superior. En el New York punk del 76 todos soñaban con ser poetas franceses de los años 30.

Cierto. Lo mismo sucede en Memorial Device. La mayoría de personajes recuerdan los hechos años después de que sucedieran, y se dan cuenta de que en el momento no lo valoraron. No lo tomaban en serio porque no era Nueva York o Londres. Pero ahora lo analizan y se dicen: un momento, esto era significativo. Lo que hicimos fue especial. Una de las preguntas que se hace el libro es: ¿es posible darse cuenta del valor de algunas cosas mientras están sucediendo? ¿O solo es posible hacerlo mirando hacia atrás?

La romantización-sobre-la-marcha es importante. Los rock writers de la época eran cruciales para eso. Muchas veces pintaban las bandas mucho mejor de lo que eran. Lester Bangs hablando de los Troggs es mejor que los Troggs.

[carcajada] Completamente de acuerdo. Bangs es el mejor ejemplo de lo que decimos. Muchas de las cosas de las que escribía empezaban a ser relevantes tras su escritura. Que fuesen poco creíbles y que se inventara la mitad de lo que escribía es parte de su encanto. Bangs me dejó alucinado la primera vez que lo leí, a los diecisiete. No era cerebral, no analizaba la música. Lo que hacia era escribir piezas tan importantes como la música, que tenían la misma pasión y la fuerza que los discos de los que hablaba. Que existían en los mismos términos que la música que adoraba. Esa debería ser la única ambición de toda escritura rock. Transmitir la misma energía.

Bob Stanley dijo que el postpunk era muy regional. U2 querían ser globales y no tener raíces, pero el postpunk olía a capital de provincia, llevaba los acentos originales de cada pueblo de mierda.

Desde luego. Las mejores cosas vienen del aislamiento, cuando provienen de un mundo con horizontes mucho más estrechos. El postpunk iba de ver tu lugar de origen como potencial centro del mundo. Y ver tu propia situación como completamente válida y darte permiso para hacer lo que quisieras. Como dices, el postpunk era increíblemente diverso, y tenía mucho que ver con el lugar de donde venías. En cierto sentido era como un movimiento folk, con su énfasis en comunidades pequeñas, en el DIY…

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 El postpunk es mucho más radical que el punk. El punk rock era fabuloso, pero no dejaba de ser ruido 60’s perpetrado con coordenadas de show business de toda la vida: los Who con imperdibles. Pero el postpunk fue más allá.

Pienso lo mismo. El punk rock inglés en realidad intentaba asimilar el rock’n’roll americano, un sonido que no era autóctono. Cuando los ingleses intentaron asimilar el rock’n’roll americano por primera vez salieron tipos como Marty Wilde y Adam Faith: algo muy camp, muy poco rocanrol, y que no se parece en nada a Elvis. En cambio, los grupos de punk rock, si piensas de dónde salían, de bandas como los Hammersmith Gorillas o los 101’ers, eran puro rock’n’roll original. Para mi el punk rock inglés no era nada más que rocanrol americano consolidado por primera vez en las islas británicas. Los Clash son el arquetípico grupo de rock. Tuvo que venir el postpunk para hacer realidad las propuestas y las consignas que el punk rock nunca cumplió. El punk rock nunca arrancó la música de los músicos, pero el postpunk sí.

Me encanta la inocencia del punk inglés. Tuve esta conversación con Viv Albertine. Me gusta que sus miembros fuesen friquis, vírgenes y muy pardillos, en lugar de los chaperos y yonquis y poetas glamurosos de New York.

En cierto modo tienes razón. pero a la vez siempre he creído que esas epifanías culturales suelen ir de la mano con epifanías sexuales. Por eso Memorial Device está plagado de sexo, porque te estás descubriendo a ti mismo artísticamente, pero también sexualmente. Y sucede a la misma edad en que descubres la agresión y el exceso y todo lo demás. Creo que va todo junto. Es cierto que el punk inglés en general no era tan supersofisticado como el americano. Pero luego tomas a los Ramones, que surgieron de un suburbio más o menos seguro de New York, que tuvieron la típica infancia confortable y afluente de los 50, y creo que, exceptuando a Dee Dee, eran tan o más naíf que los ingleses. Es solo que aparecieron en un lugar degradado como el New York de los setenta, en lugar del norte de Inglaterra. Y por supuesto habían heredado un tipo de cool autóctono que no existía aquí. El rocanrol era su escuela; nosotros solo nos estábamos apuntando a ella. Pero con el pospunk llegó la verdadera inventiva. El postpunk tenía un universo enorme, cogía de todo y lo devoraba todo. En el punk rock solo John Lydon tenía un gusto increíblemente ecléctico, pero en el postpunk el eclecticismo era lo habitual. Mi teoría secreta es que el punk rock fue una interrupción entre lo progresivo y el postpunk. El postpunk continúa donde lo dejó el rock progresivo, solo que con las lecciones aprendidas del punk. Las influencias del postpunk son psicodelia, jazz, reggae, arte moderno, solo que utilizadas sin la ampulosidad de los progresivos.

En cuanto a táctica, el punk rock tampoco se salió mucho de la norma. Lo primero que hicieron todos los grupos fue fichar por grandes compañías, al estilo 60’s.

Sí. A la vez, jamás discutiría la necesidad histórica del punk. El punk tuvo que ocurrir. Fue una disrupción crucial de algunas cosas. Es solo que con los años se ha exagerado mucho su importancia, y la de sus miembros, y lo que hicieron.  Su actitud tampoco tenía mucho sentido, era muy reductiva y simplista. Yo no creo que un solo de batería sea aburrido. No creo que el pelo largo sea aburrido.

Ya que lo comentas, me parece ridícula la pretensión del punk de “acabar con el aburrimiento” en 1976, año de glam rock, disco music alucinante, reggae y dub… Tu libro hace hincapié en ello.

Siempre me ha incomodado que la retórica del punk se enfocara hacia el aburrimiento. Aparecen los Buzzcocks y lo primero que se les ocurre hacer es quejarse de lo aburridos que están [canta] “Boredom, boredom, ba-ba-ba”. Al inicio del libro Ross Raymond entrevista a Big Patty, de Memorial Device, quien menciona con desdén aquel cómic de détournement situacionista, no sé si de Jamie Reid o de otro artista, en el que se dice lo de “somos capaces de cualquier cosa para elevar los estándares de aburrimiento”, o algo así. ¿Qué coño tiene que ver eso con el punk? Acabas de crear una nueva subcultura, ¿cómo puedes estar aburrido? ¿Quién esperas que te entretenga? ¡Haz algo interesante!

Si tan aburridos estaban podrían haber ampliado la suscripción y llamarnos a nosotros, que sí estábamos dejados de la mano de Dios.

[ríe] Lo jodido es que nadie se aburría de veras en el punk. Era una pose. Se pasaban el día haciendo discos y yendo de gira, inventándose looks… No suena muy aburrido.

Resultat d'imatges de david keenan memorial device

Quejarse del aburrimiento es bastante derrotista.

Cierto. Haz algo. El postpunk ya no tiene a los postureros que tenía el punk, sentados en el Vortex con los imperdibles esperando que pase algo. El postpunk pasa a la acción. Ya no espera a los salvadores, no espera a las discográficas. Todo el mundo hace algo. El arte que más me interesa es el que está hecho por alguien que cree completamente en él, y se lanza a hacerlo sin esperar a que le den permiso. Me tomo ese arte muy en serio.

Al leer Memorial Device me acordé de cuando las lealtades y compromisos de la subcultura eran vida-o-muerte. No diría que ese sea un sentimiento destinado a extinguirse con la edad, pero sí que es imposible sentirlo con la misma furia que a los diecisiete. Quizás se aplica a otras cosas.

Se destina a otros campos, es verdad. Yo sigo creyendo al 100% en el poder del arte. Sea literatura o música o lo que sea. Te aporta una plataforma que te permite generar o asumir un cierto significado superior, en ocasiones el significado mismo de tu propia vida. Soy escritor a jornada completa, como tú, así que mi creencia en el arte es muy profunda. He llenado mi vida con el conocimiento de mi propia existencia, la he transformado a través de mi compromiso con el arte. Esa creencia absoluta en algo se debate en Memorial Device: si se disuelve, si muere, si uno es capaz de mantener la llama siempre viva. ¿Qué sucede con esa energía? Creo que perder algunas de esas lealtades es normal, es parte de la adolescencia, pero también creo que esa energía increíble se transforma. No digo que no pueda ser borrada: muchas circunstancias y obligaciones de la vida conspirarán para aplastarla. Por eso es tan importante conservarla, pese a la oposición. Por supuesto que ya no estoy tan preocupado por involucrarme en cada pequeño aspecto de los desarrollos musicales de la subcultura, porque mi foco ha cambiado de orientación, y todo lo que hago es escribir ficción. No hay tanto espacio en mi cerebro. Por no decir que llevo 25 años escribiendo sobre música y pensando en música cada día. Digo yo que a estas alturas me puedo tomar un pequeño respiro.

Ahora voy a sonar como un viejo chocho. Llevo escuchando música desde los catorce. Me ha costado veinticinco años darme cuenta de que nada va afectarme emocionalmente como los discos de mi adolescencia. He dejado de buscar.

Mucho cuidado con lo de llamar a alguien viejo chocho solo porque no se conecta a la música del momento. Debemos recordar que la creatividad y el talento no son los mismos cada año, cada década. Cada día no aparece música que te cambiará la vida, todo el rato. Eso no sucede en ninguna forma de arte. Las cosas se estancan, degeneran, evolucionan, vuelven a empezar… Por eso hablamos de la necesidad histórica del punk. Si llegan a pasar cosas buenas todo el rato, el punk no habría hecho falta, la psicodelia no hubiese sido necesaria, el rave o el tecno habrían sido redundantes. Algunas eras son más interesantes que otras; es un hecho. Cuando eres joven quieres música que esté hecha para ti, pero a veces eso no sucede (por eso tantas subculturas han mirado a décadas pasadas en busca de inspiración). Yo sigo buscando en la música actual, y no, no ha habido nada que me volara la cabeza, que me hiciese repensar las bases de la música, como la música de mi juventud. Pero sigo escuchando.

Cada día doy gracias de que a los mods de mi pueblo les gustaran la música y las ropitas. Creo que no habría estado igual de excitado si llegan a ser fans de la escuela de Flandes, o del cine de arte y ensayo.

Sí. A mi la música me transformó la vida de manera radical. Me dio una opción a la que dedicar una vida. No creo que hubiese sucedido lo mismo con otras formas de arte. El cine me gustaba, pero no podía competir en inmediatez y aspecto físico con la música. Además, la música a su vez señalaba a otras formas de arte. Por eso me gusta tanto el postpunk, especialmente el movimiento industrial, gente como Throbbing Gristle. Lo suyo no iba solo de música, escucharles te proporcionaba una educación en muchas otras disciplinas, te dirigían hacia la magia, o Burroughs, o lo que fuera. Era magnífico.

Me gusta la actitud monacal y obsesiva y extrema de todos aquellos tipos. Hace unos días entrevisté a un músico pop español que se jactaba de su “normalidad”. Como si fuese algo bueno.

[ríe] Siempre busqué la experiencia más extrema, la música más extrema y los tíos más raros con los que ir. Y lo quería lo antes posible. Dices que era monacal, y lo era. Incluso el uniforme y la apariencia externa hablaban de una vocación religiosa. La gente que yo veía en Airdrie, y que aparece en Memorial Device, estaban rodeados por un halo de santidad. Eran mártires modernos. Sacrificaban sus vidas por las ideas del punk rock o de la música underground. Y creían que a través de ello existía una posibilidad de redención. Eso también es santo.

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Lo que es innegable es que era una educación completa.

El aspecto autodidacta es lo que más me gusta. Toda mi vida va de ello. Te diré algo: yo sí fui a la universidad, y no aprendí nada. Fue una completa pérdida de tiempo. Debería haberme marchado. Porque la educación estaba sucediendo fuera de la universidad. Tuve mis maestros, solo que eran escritores y músicos y artistas, no profesores universitarios. Y tuve los maestros de mis lecturas y discos, que me ayudaron a conectar los puntos. Mi educación estaba, por ello, conectada del todo a la realidad diaria de mi vida.

Para un lector del extrarradio urbano barcelonés resulta un poco chocante leer sobre “perdedores” y la “pequeña y desolada” Airdrie, cuando hay como 30 bandas, clubs de música en directo, 400 chicos y chicas metidos en subcultura. Comparado con mi pueblo, Airdrie es New York.

[carcajada] De eso se trata: de que no había nada de qué quejarse. Éramos el centro del mundo. Lo teníamos todo. De ahí la queja más habitual del libro: ¿cómo cojones no vi esto entonces? ¿Cómo no me di cuenta de la importancia que tenía aquello? El postpunk iba de convencerte de que aquel lugar era el centro del mundo, allí y ahora. No tenía ningún sentido soñar con Londres o New York. Solo mira a tu alrededor. Toda actividad artística de Airdrie tiene una cosa en común: hacerte dar cuenta de dónde estás, y de que no hay otro sitio a donde ir. Es una utopía alucinada, de acuerdo. Quizás Airdrie no era así de verdad: pero las posibilidades de serlo estaban allí. Uno tiene que responder a las posibilidades, actuar en su honor. Yo mostré lo que podría haber pasado. Era más excitante que Londres o New York, pero nadie se dio cuenta, estaban demasiado ocupados soñando con escapar de esos sitios, pensando que era un pueblecito de mierda. De vez en cuando me encuentro a gente que me dice: “venga tío, estás flipando, Airdrie no era así, lo único que hacíamos era drogarnos y beber, era un agujero de mierda…” Yo siempre les digo que yo no lo viví así: yo escuché música alucinante, me relacioné con gente rarísima… Si alguien lo ve así, si alguien se conformó con vivir los clichés habituales de los pueblos de mierda, es un fallo de su propia imaginación. Y en cuanto a las chicas, son las heroínas secretas de Memorial Device. Son algunos de los personajes más interesantes y románticos, los que dan más que hablar. Mary Hannah, la bajista de Memorial Device, todas las habladurías y leyendas que circulan a su alrededor… Cuando su grupo intenta fichar por una discográfica ella ni siquiera va; está más interesada en su arte secreto. Ni siquiera necesita una audiencia. Quise que esta no fuese una historia de “tíos”.

Los militantes de una subcultura no formamos parte real de ninguna generación. No somos “de los ochenta”. Vivimos otra realidad. Mi 1987 no es el mismo que el de la gente de mi instituto.

Totalmente de acuerdo. Me exasperan los lugares comunes de los “realistas sociales” de los ochenta. Bla-bla-bla cola del paro, bla-bla-bla Margaret Thatcher… Yo viví una década alternativa. Mis ochenta no fueron en absoluto así. Fueron una completa y perpetua alucinación. Por eso en Memorial Device suceden cosas, como lo del maniquí asesino, que ponen en duda el concepto de lo “real” y plausible. Porque en la realidad psíquica en la que vivíamos nosotros en Airdrie, ese hecho era perfectamente creíble. La realidad, para las subculturas de los ochenta, era maleable. Si alguien llega a ponerse a volar allí en medio nos habría parecido de lo más normal.

Es una pregunta injusta, pero, ¿cuál es el porcentaje de realidad e imaginación que se aplica a Memorial Device?

Es una realidad reconocible, pero al vez no hay un solo personaje que sea alguien real. Algunos son construcciones hechas de distintas personas. Algunas de las historias que se cuentan las vi o me las contaron. Pero la gran mayoría de lo que se cuenta es ficción. A la vez, quise crear un portal. Hacer algo anclado en la realidad pero que te llevase a otro lugar. Por eso hay apéndices en el libro listando discografías y cambios de miembros, y por eso los lugares y paisajes son todos reconocibles. Puedes ir a cada uno de los sitios que aparecen en el libro. Pero eso no quiere decir que allí pasaran de verdad las cosas que escribo. Es una nueva realidad psíquica: podría haber pasado esto aquí. Lo paradójico es que cuanto más fantasioso me ponía, más obsesivamente detallista me volvía. Y cuanto más particular era algo, más universal se volvía. Cuanto más describes una calle concreta, más universal se vuelve la experiencia. Es muy raro. Quizás porque todo el mundo ha vivido en calles y cruzado parques. Esos lugares hacen que cruces el portal, y que entres a este mundo.

El viejo precepto de Tim O’Brien es que una ficción puede contar más la verdad que algo que sí sucedió. Quizás tu Airdrie cuenta una historia más real que la que contaría un biógrafo literal de su historia.

Es exactamente así. Y creo que eso no es algo particular, sino que toda buena ficción debería tener esa misión. De nuevo aparece la mentalidad religiosa: creo de veras que la ficción tiene una función redentora y un potencial transformador, pues altera la forma en que ves el pasado y el futuro. Mucha gente me viene a contar que recuerdan esta o aquella anécdota que inventé. Eso implica que el arte tiene un poder para transformar retrospectivamente el pasado. Y entonces te das cuenta de que la ficción sí puede acercarse a la verdad absoluta. Muchas de las figuras retóricas y trucos literarios que utilizo en la novela aparecieron de la nada, surgieron de mi yo inconsciente. Palabras como “demonios” y “posesión” no son gratuitas. Cuando escribía el libro sentía voces en mi cabeza, y hablaban a través de mí. Canalizamos esas voces lo mismo que un mago hace que algo que no estaba allí se materialice ante nuestros ojos. Estamos poseídos. Y es muy raro, porque estás al borde de la conciencia.  Te sientes en la cresta del mismísimo arte, sientes que está en tus manos, que de repente lo dominas. Por supuesto, si trabajas con palabras puede sucederte lo que a Ícaro, que voló demasiado cerca del sol. Cuando habitas la realidad de un libro puedes acabar quemándote. Cuando lo terminas, lo que te sucede se parece mucho a un colapso mental.

En el Reino Unido las subculturas eran movimientos de masas, pero aquí eran sociedades secretas. ¿No temes que cosas del libro se le escapen a todos esos lectores no-anglosajones que no militaron en tribu alguna?

Me sorprendió la increíble variedad de gente a quien le gusta el libro. Por ejemplo: señoras mayores. Nadie habría incluido a ese grupo demográfico en posibles lectores de un libro sobre postpunk. Uno de mis personajes dice que “esto ya no va de música”, y es verdad. La música está allí para fanáticos como nosotros que necesitan esas capas de detalle extra. En Europa, un lugar más separado de la tradición rocanrol, quizás no se pille cada detalle musical, pero el libro va de los verdaderos creyentes de los pueblos aislados. Va de energía adolescente. Va de encuentros accidentales con arte que transformará tu mundo y tu vida. Y eso sí le habla a mucha gente. Porque todas esas cosas no solo te transformaban a ti, sino a todo tu entorno: a la gente que iba a tu clase, a tu padre que te iba a buscar a la comisaría, a tu madre que sufría por el peinado extraño que llevabas, a tu hermano que veía las fotos que habías colgado en la habitación. Todas les generaciones estaban metidas en ello, quisieran o no: el capítulo en que hablo de los Clarkston Parks, el grupo mod de Airdrie, cuando el padre de uno le presta sus trajes. Es bonito. Quise hacerlo romántico, todo aquello. Quise una memoria romántica de aquellos cambios.

Memorial Device

David Keenan

Sexto Piso

291 págs.

Trad. de Juan Sebastián Cárdenas

(Esta charla se publicó originalmente, en versión muy editada, en el suplemento Cultura/S de La Vanguardia del 14 de abril del 2018. Esta es la entrevista completa, sin cortes).

 

 

Décima Víctima era música pop

R-2591877-1292179678.jpegDÉCIMA VÍCTIMA

S/t (3LP boxset)

Munster Records 2011 (grabaciones de 1981-1983)

A no ser que uno sea seguidor acérrimo de la brigada del oscuro gabán, el encanto de Décima Víctima no se materializa así, a la primera de cambio. Los fans del pop solar nos vemos obligados a mirar más allá, brincar por encima de algunos de sus (dignísimos) referentes o aparentar no haber reparado en lo de “Sumido en la depresión” o “El vacío”. Es entonces, despojados de nuestra cota de malla de atolondrados prejuicios, cuando nos enfrentamos a la terrible verdad: esto es pop, a pesar de todo. A pesar, incluso (me temo), del propio grupo.

Décima Víctima eran un grupo madrileño compuesto por Carlos Entrena, ex-Ejecutivos Agresivos (parece increíble: del “Mari Pili” a “Más allá del silencio” en un par de amortajados pasos), y dos hermanos de sangre vikinga y alma de fiordo, Lars y Per Mertanen (anteriormente en Cláusula Tenebrosa, quizás el nombre de grupo más fúnebre del siglo). Cuando jubilaron la inefectiva (por primitiva) caja de ritmos se les uniría el batería, Jose Brena. El grupo alcanzó a publicar dos álbumes (el debut homónimo y Un hombre solo), dos EPs, dos sencillos y un maxi entre 1981 y 1983. Su dirección musical se orientaba hacia Bauhaus, Killing Joke, Joy Division o los primeros Echo & The Bunnymen; es decir, grupos con un alto índice de siniestralidad, pose de estar esperando a Godot (o jugando al ajedrez con la parca), luto integral, congelación melódica y una lírica existencialista que parecía inspirarse en al menos seis de las diez posibles razones para la tristeza de pensamiento de Steiner.

Décima Víctima se aplicaron, pues, a ser igual de sombríos y cariacontecidos que dichos ídolos, consagrándose al poco tiempo como grupo epítome del abatimiento espiritual español (con el permiso de Parálisis, Derribos y los primeros Gabinete). Carlos Entrena cantaba sentado, como un crooner asténico al que hubiesen comunicado un terrible accidente en la familia, y los suecos evitaban todo tipo de movimiento, brusco o de cualquier intensidad, en el escenario. Debieron parecer dos muñecos de cera, fruncido el sajón ceño e impasible el ademán (cuenta la leyenda que en la calle la gente solía tomarles por mormones) acompañados por un agente de seguros maníaco-depresivo con un aire a Alexei Sayle. Todos envueltos en trajes pulcros pero discretos, como burócratas-espías, como oficinistas de la RDA, buscando pasar desapercibidos en su respetabilidad; estilo Josef K, o mods de los sesenta, como prefieran.

https://i0.wp.com/lafonoteca.net/wp-content/uploads/2008/03/DecimaVictima.jpgPara los pop-optimistas y fans de Novos Baianos o la Motown que ya están amenazando en calzarse pantalones de tenis y tomar el primer avión a Río (buscando precisamente escapar de grupos como Décima Víctima), he de apresurarme a asegurarles que, después de todo y si le arrancan el pesado chambergo gris a Entrena, su estilo no es tan disimilar a la canción “oscura” que tenían todos los grupos de pop, post-punk y garaje de los ochenta. Exceptuando el ocasional salmo auténticamente grave a 2’5 rpm (como la espesa “La voz que me persigue”, de su primer disco), en muchos cortes la banda se acerca a los Cure del “Grinding halt”, Lack of Knowledge, los Pere Ubu más cantables (pero menos rock’n’roll), los Joy Division del “Disorder” y –muy especialmente- los New Order del “Procession” o “Dreams never end” (¿y quién no ha bailado el “Dreams never end”?). O sea: pop. Pop raro, pop con tortículis, pop torcido, cortante y angustiado, pop agujereado en el menisco con punteos martilleantes a lo Bernard Sumner; pero pop pese a todo y caiga quien caiga. Una música pop ambientada en calles ventosas de Varsovia, inspirada por lecturas de alemanes hundidos y enfermos, una música pop que acarrea valores de un pasado muy lejano (los 30’s, los 50’s) y que mira hacia el futuro con una mezcla de disgusto y resignación (aunque utilizando sus aparatejos espaciales). Canciones deprimidas cantadas sobre las ruinas de un imperio que le hacen a uno sonreír, por su fatalismo, empatía y coraje. Es la alegría que da la admisión de la debacle venidera: pase lo que pase, al menos no moriremos engañados.

En los tres discos topamos con hits tan rotundos como amplios y espaciosos. Hits nórdicos, tiritantes como un príncipe danés aquejado por la duda y la culpa, hits de un planeta más alejado del astro rey que el nuestro, pero –insistimos- hits aquí y en China. “La frontera perdida”, pese al simpático falso desenchufe del final de la canción (¡Se ha ido la luuuuuz! Ah, no, que es del disco), “Desarmado” (suban el pitch si se atreven: se enfrentarán a puro ye-yé esquimal), “Noctámbulo” (los Shadows tocando beodos en un cabaret en 1933, a la caída de la República de Weimar; con Alesteir Crowley a la voz), “Fe en ti mismo” o mi favorita “Almas perdidas” (cuyo estribillo prosigue diciendo “vagarán con el dolor”, ¡Viva la juerga!) son todas espléndidas canciones de música popular caucásica, muy blanca, llenas de guitarras reverberantes, agudos insólitos, ecos cavernosos y armonías cristalinas y delicadas, carentes por completo de negritud o calidez danzatoria.

Por fortuna no escuché todo esto en 1986, en mi adolescencia; no habría sabido apreciarlo ni por donde cogerlo, como si fuese algún plato exótico hecho de extraños mariscos punzantes. Considero un gran privilegio escuchar esto hoy por primera vez, a mis cuarenta, cercano el reúma, el estreñimiento crónico y la imparable putrefacción celular, familiar la derrota, el oprobio y la vergüenza, así como la conciencia terrible del “momento inútil”, lo perecedero de la belleza física y lo esquivo del éxtasis.

Paradójicamente, la música de Décima Víctima suena hoy tan hermosa, pura, inusual y fría (así como responsable y sobria, tremendamente adulta) que le pone a uno la mar de contento; pese a que el grupo insista en continuar susurrándonos al oído con aliento de cripta: “duele ver las huellas de la crueldad del tiempo”. Así pues, no queda más que celebrar -con voz queda, fados en el transistor y mirada melancólica; nada de matasuegras o vino espumoso-  a uno de los grupos más singulares de los ochenta, reeditados hoy en vinilo con extrema elegancia (y un LP extra de singles y temas inéditos) por los fieles camaradas de Munster Records. Kiko Amat

(A petición de un lector muy simpático que escribe desde Buenos Aires, recuelgo esta pieza sobre Décima Víctima y el triple disco epónimo, que escribí para la pasada encarnación -ya cadáver- de este blog, y que por tanto no podía leerse en ningún otro lado. Que yo sepa. Tampoco he investigado, la verdad. En todo caso, aquí está. De nada)