«De gris niño a azul adolescente»: un prólogo de Kiko Amat para BOY ABOUT TOWN

He escrito otro prólogo. Vuelve a ser para un libro que me encanta, el Boy About Town de Tony Fletcher, que publica en España la editorial Chelsea en edición aumentada y a todo color.

Les muestro un fragmento de dicho texto (que, dicho de paso, me gusta mucho). Habla de (oh, sorpresa) adolescencia:

«2. Mi juventud propiamente dicha empezó una tarde de sábado, recién clausurado el verano de 1985, cuando, con catorce años, a punto de empezar BUP, fui a jugar a muñecos de Star Wars en casa de mi primo, como llevaba ocho años haciendo. Pero aquel día traería un desenlace inesperado. Mientras mi primo intentaba mostrarme las prestaciones de la nave de Boba Fett, recién incorporada al parque móvil, me di cuenta de que, en lugar de escucharle fascinado, no podía dejar de hojear (terribles ganas de mear; ojos fuera de las cuencas) la remarcable colección de Guido Crepax de su padre[1]. El resto ya lo imaginan. Baste decir que si aquel día acabamos tomando la Estrella de la Muerte no fue gracias a mis famosos movimientos envolventes de tropas. Resulta difícil culminar con éxito la batalla decisiva de la flota rebelde cuando su almirante está encerrado en el baño, realizando una introducción apresurada al cómic erótico de calidad.

Justine fue, a la sazón, el principio pueril de algo fundamental. En el espacio de unos meses pasé de tararear con creciente aprensión la canción de Kenny Rogers que sonaba en el Seat paterno, a sentir escalofríos con el estribillo del “Wild boys” de Duran Duran, a berrear “In the city” de The Jam en el balcón familiar, dando brincos y tratando de escandalizar a los vecinos (que se negaron a ser escandalizados). Un día me ponía la ropa de mercadillo que me compraba mi madre, al siguiente le indicaba qué ropa de mercadillo debía comprarme, al otro me negaba a ponerme esa ropa “trapera” y salía de casa pegando un portazo, al final conseguía, tras mucho implorar, que mi madre me acompañara a Flexor[2] a comprarme un polo Fred Perry (español).

Un día bebía leche con Nesquik, al otro probaba la cerveza (asco), al tercero decidía confeccionar un batido de frutas y licores demodé del armarito de mis viejos (causa plausible de los brincos antes mentados), al cuarto decidía darle una nueva oportunidad a la cerveza (mmm… No, asco), y el viernes ya me echaba al buche el contenido de numerosas Xibecas, moscateles y calimochos, en la fiesta casera de un amigo heavy, antes de arremeter a bailar frenopáticamente el “You really got me” (versión Van Halen) y, como inmediata consecuencia del centrifugado danzón, echar las tripas en la cama de la hermana pequeña.

Poco a poco, mi voz pasó de fiable castrati a impredecible Gallo Claudio. Las chicas eran de repente lo más fascinante del mundo (después de Brighton 64), y me preguntaba cómo había podido odiarlas hasta entonces. Y, ya puestos a preguntar, ¿era sano desear de aquel modo unos zapatos new wave? ¿Debería pintarme las patillas con rimel hasta que me creciesen las de pelo? (decididamente no[3]). ¿Qué me estaba sucediendo? ¿Dónde iba a terminar aquel proceso de mutación? ¿Compraría mi tío nuevos cómics de Guido Crepax? (empezaba a sabérmelos de memoria).


[1] Aún no entiendo qué hacían en la habitación de mi primo, junto a los Astérix. Prefiero no pensar en ello.

[2] Famosa tienda barcelonesa de Fred Perry de concesión española (Comercial Ebro), meca de los mods ochenteros.

[3] Un niu wey de mi instituto lo hizo, en un arrebato de desesperación imberbe, y aún nos reímos de él.»

Cosas Que Leo #51: WAKE IN FRIGHT, Kenneth Cook

“Two beers slowed down the benzedrine-inspired drumming in his body.

Three beers and his head was clearing, and then came the need for a cigarette.

‘Anybody got a cigarette?’

‘Sorry, I don’t smoke,’ said Joe.

‘Nor do I,’ said Dick.

Tydon took out his pouch and handed it to Grant.

Grant wished he hadn’t raised the question; he would give up smoking rather than ask Tydon for another cigarette, or anything else. He hated Tydon, he realised, with a clear, hard hatred.

Still, the tobacco was good.

Joe said to the publican:‘Give us a packet of Craven A, mate.’

The publican handed the cigarettes to Joe and Joe slapped them on the bar in front of Grant.

‘Here y’are, mate. I used to smoke, I know what it’s like to be without ’em.’

‘Look, really—thanks very much, but…I mean…’ Grant laughed foolishly.

‘Take ’em, John. Go on, mate, a few bob’s nothing to me.’

‘But I…’ but what could he do? ‘Well, thanks very much.’

‘Forget it.’

Tydon did not make any attempt to buy beer, and it did not seem to enter the miners’ heads that he should. They took it in turns to order the rounds of four.

Four beers and a man’s troubles appear not as grave as they did before he had one beer. But a man could still rather regret that he had no money, and a man could feel sick at being given a packet of cigarettes.

Grant made a fairly serious attempt to buy the fifth round, but Joe, helped by Dick this time, brushed him aside.

‘Well, I’ll tell you what—as soon as I get some money you must let me take you on a bash.’That sounded banal even as he said it.

‘That’s all right, John, don’t worry about it.’

Five beers and a man begins to rather like his companions, except for Tydon.Tydon was a rat of the first water. It was remarkable that two men like the miners would associate with him.With all their faults they were men, and Tydon was a twisted, revolting creature.

 ‘Have you always been a miner, Joe?’

‘No, John, only since the war. Me and Dick drifted in here together and liked it, so we stuck.’

‘What did you do before the war?’

‘Boxed.’

‘Boxed?’

‘Yeah, boxed.’

‘You mean fought professionally?’

‘Yeah. Can’t you see our noses been broken?’

‘No. I hadn’t noticed.’

‘Well they have, both of them.’

Joe and Dick were so alike to Grant that he kept confusing them. They corrected him gently and good-humouredly.

‘No, I’m Dick.’

‘No, he’s Joe.’

‘You know, I used to do a bit of boxing.’

‘Did you, eh, John? Pro?’

‘Oh no, just amateur.’

‘What class?’

‘Welter—it was a few years ago, mind you.’

‘We were light-heavy. It’s a mug’s game though, bein’ a pro.’

Seven or eight or nine beers and a man is in control of himself and his destiny, no matter how bad a hangover he had when he woke up.

To round things off Joe and Dick and Tydon had a double whisky followed quickly by another beer. Grant baulked at this, but he had a final beer, to keep them company.

Then Joe—or was it Dick?—bought a couple of dozen bottles of beer and two bottles of whisky.

‘We might need a drink before we finish.’

And so they went out into the night to shoot.”

Wake in fright

KENNETH COOK

Text Publishing, 2009 (publicado originalmente en 1961)

212 págs.

**** Este libro es una relectura. Wake in fright es un favorito personal, podría haberlo releido por gusto pero lo hice porque dos editoriales me encargaron un prólogo para la traducción, que se publicará en breve en castellano y catalán. Cuando estén disponibles en librerías se lo recomendaré con gran vehemencia.

NAM de Mark Baker: ultrafavorito ya a la venta (con prólogo de Kiko Amat)

Contra Editorial acaba de publicar mi libro favoritísimo sobre la guerra de Vietnam, Nam: la guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella, de Mark Baker. Sí, me gusta aún más que el Despachos de guerra de Michael Herr (aunque los dos libros se complementan, y el de Herr siempre me ha encantado, claro).

Cómprenlo de inmediato. Es alucinante. Una de las más grandes historias orales jamás escritas.

La felicidad por su publicación en españa se triplica, queridos lectores, pues la editorial (sabiendo de mi fanatismo implacable) me encargó un prólogo introductorio para la obra (que me quedó rebién) y, no contentos con ello, decidieron incluir una cita mía en la que desde ahora en adelante voy a llamar LA TRÍADA DE ARTISTAS MÁS HONORABLE EN LA QUE VOY A ESTAR INCLUIDO PARA SIEMPRE JAMÁS:

«Aquí está la catastrófica tragedia que fue nuestra
intervención en Vietnam. Es imposible describir
el poder de este libro, pero te prometo que será
una de las lecturas más memorables de tu vida. No
puedo recomendarlo con mayor fervor.»
Harry Crews

«Nam fue un libro importante para mí, no solo
porque fue donde me topé por primera vez con la
palabra “fugazi”, sino también porque retrataba
vívidamente las experiencias de las personas involucradas
en ese desastre de guerra… perdón,
“acción militar”.»
Ian MacKaye (Fugazi / Minor Threat)

«Una obra tan dura como sublime, construida con
las voces reales de los chicos y chicas que combatieron
allí —voces jóvenes, violentas, aterradas,
rocanroleras—, que llenará al lector de ira, compasión
y un fiero orgullo de clase.»
Kiko Amat

Bandinista: una conversación entre Billy Childish y Kiko Amat

Billy Childish y Kiko Amat, con ocasión del lanzamiento del Cuarteto Bandini en Compendium Anagrama, conversan en exclusiva sobre John Fante y familia, la tetralogía Bandini, lo “engañosamente simple” de su prosa, el tú-también-puedes-hacerlo y la “idiotez del ego”; deuda, tradición e influencias de blasón.

 John Fante fue un semi-maldito escritor americano de bullente sangre italiana, de talante más mordedor que ladrador. Vivió de 1909 a 1983 y publicó solo seis novelas, un par de noveletas y un libro de cuentos. El resto del tiempo lo derrochó en Hollywood, forrándose y odiándose a sí mismo. Charles Bukowski, su fan #1 y confeso discípulo, le salvó del completo ostracismo prologando la reedición de Pregúntale al polvo, y gracias a él leemos a Fante hoy. Su personaje emblemático es Arturo Bandini, una suerte de alter-ego con el histrionismo subido y la llorera de bandera, que campa, asqueado y delirante, por las cuatro novelas que van a leer, y que Fante escribió a lo largo de toda su vida: Espera a la primavera, Bandini, El camino a Los Ángeles, Pregúntale al polvo y Sueños de Bunker Hill. Esta última publicada post-mortem.

Billy Childish es un discípulo formal y espiritual de Fante. Childish reúne muchas medallas en un solo bigotudo estajanovista: poeta disléxico, punk-rocker incorruptible, pintor figurativo, narrador confesional, esteta asceta, ex-bebedor y ex-follador de caniches, fabricante de juguetes raros, amante de la sombrerería y el look Primera Guerra Mundial, grabador de grabados, homenajeador de padres y mentores (Kinks, Kurt Schwitters, Bo Diddley, Van Gogh, The Downliners Sect), hijo de padre violento (a quien terminó zurrando en una ocasión; como narró en “the day I beat my father up”) y padre de una caterva de grupos asombrosos: The Milkshakes, Thee Mighty Caesars y The Headcoats, por mentar solo tres. Childish es desafío original, es hacer lo que te piden las entrañas, es dar crédito constante a tus héroes (Fante entre ellos), es odiar la mentira e ir a favor de la tradición (se describe a sí mismo como “radical traditionalist”) y el entusiasmo, contra el arte conceptual y el monetarismo. Childish es (de veras) uno de los artistas más influyentes del mundo. Mudhoney y REM y Beck y un tal Kurt Cobain eran fans. El fulano aquel de los White Stripes era fan también pero luego le odió, cuando reparó en que la reciprocidad iba a permanecer ausente en su relación. Incluso Kylie Minogue le citó una vez (por razones que somos incapaces de comprender ahora mismo).

En último lugar, parte del mismo linaje y tradición, está quien firma esto, el novelista Kiko Amat, que conversa con Billy Childish via Skype sobre el autor predilecto de ambos.

Lo primero que me gustaría que me contaras, Billy, es cómo entraste en el mundo de John Fante y a través de quién.

Por aquel entonces yo estudiaba en la St. Martins School of Art, en Londres, en el año 1980. Peter Doig (un amigo pintor que estaba en mi mismo curso) y yo teníamos gustos muy parecidos en todo: pintura, libros, rock’n’roll… Este mismo amigo, que ahora es un artista muy famoso, me pasó un libro de un tal Charles Bukowski que me gustó bastante, así que fui a una pequeña librería alternativa que había en Covent Garden y empecé a buscar más libros del mismo autor. Tenían un par de copias de libros suyos en Black Spring Books, y también una copia de Pregúntale al polvo de un tal John Fante. Que, como ya sabes, llevaba la famosa introducción de Bukowski. Lo que yo solía hacer en aquella época para decidir qué me gustaba y qué no era ir pasando alfabéticamente por la sección de narrativa, ir cogiendo libros al azar y leer el primer párrafo a ver qué tal, para luego devolverlos a la estantería si no me acababan de convencer. Ocasionalmente leía más de un párrafo y acababa comprándolos. Eso fue lo que sucedió con Pregúntale al polvo. Creo que me lo leí casi entero en la bañera, una vez hube llegado a casa.

Resultat d'imatges de john fante compendium anagrama

¿Qué edad tenías cuando sucedió todo eso?

Diecinueve o veinte. En 1977 tenía diecisiete años, así que en 1980 ya habría cumplido los veinte. Soy disléxico, y siempre he tenido problemas con la lectura y la escritura. En aquella época yo trataba de escribir poesía, pero Pregúntale al polvo fue el libro que me hizo pensar que quizás también podría intentar escribir prosa, ya puestos. A lo mejor era un delirio mío [ríe], pero sentí que sí, que podía hacerlo. Para decirlo de un modo clásico: Fante me inspiró a escribir piezas de prosa. Lo que me encantaba del trabajo de Fante era sobre todo el aspecto cómico. Al poco tiempo leí también Espera a la primavera, Bandini. Bukowski me había inspirado, no lo niego, especialmente en cuanto a la poesía: me había mostrado cómo expresar cosas que yo no tenía ni idea de cómo expresar. Lo malo de Bukowski era que siempre daba la impresión de ser la estrella de una película de serie B. Había leído demasiado a Hemingway, está claro. Ese postureo de tipo duro es lo que menos me gustaba de él, incluso hoy, y creo que lo mismo le sucede a otra gente. Les causa rechazo su palabreo fardón. No me gustaba esa pose de Marlowe que se llevaba. ¿Quién escribió lo del Marlowe ese? ¿El detective duro de las novelas?

Raymond Chandler.

Ese. Veo ahora que Bukowski se fijaba mucho en Raymond Chandler, además de en otros autores del mismo estilo. Hard-boiled. Se nota en ese rollo serie B que te comentaba. Asimismo, nunca vi nada de eso en Fante. Leías sobre Arturo Bandini y te parecía estar mirando una película de Laurel y Hardy. Fante te está describiendo la clase de idiota que es ese fulano, Bandini, y la estupidez que está a punto de realizar, y tú como lector quieres que no la haga, del mismo modo que quieres que Laurel y Hardy no se metan en líos. Bukowski, por el contrario, te va a decir que todo el mundo es idiota, pero que él es un tío listo. Él es quien mola, quien sabe de qué va todo. Esa es una gran diferencia entre los dos autores, Fante y Bukowski, que alguna gente no ve. Por eso me parece tan interesante que Bukowski, quien supuestamente era un gran fan de Fante, no pillase la increíble fragilidad que desprenden los escritos del segundo, la que pone en boca de Bandini. Un chico con muchos defectos, Bandini, bombástico y bocazas, presuntuoso, muy ambicioso también, aunque a la vez siempre parece quedarse corto a la hora de realizar esas ambiciones. Creo que todo eso es encantador, hace de él alguien muy cercano. Dicho esto, con los años trabé amistad con Dan Fante, el hijo, y me contó que John no era así ni por asomo [carcajada]. Que el tío era un completo gilipollas. Me dijo: “John era un miserable, Billy”.

Yo con el tiempo me he hecho una idea de Fante como persona harto distinta de Bandini. Más cercana a Bukowski, quizás. Más duro que él, incluso.

No estoy tan seguro de eso. Sé lo que quieres decir, pero no lo creo; no creo que fuese como Bukowski. Creo que a quien John se parecía de verdad era a su padre, Nick Fante, por mucho que se negara a admitirlo. Dan me contó muchas cosas de su abuelo, Nick Fante, y se ve que John era muy parecido a él. Dan era un chico majo, pero de vez en cuando también le notabas una cierta actitud, la misma que debía tener su padre. A la defensiva. Dan es, en mi opinión, una versión amable de John. Y John, a su vez, era una versión menos mala de Nick. Nick era una puta pesadilla, según se ve. Dan me contó que, cuando él era joven, se celebró algún tipo de reunión familiar en un bar, piensa que Nick ya era un hombre mayor por aquel entonces, y el abuelo se enzarzó en una pelea a navajazos con alguien [carcajada].

¡Dios santo!

Sí. Creo que lo que también sucedía era que los Fante eran hombres muy bajitos con complejos enormes. Podríamos resumirlo así: Los Fante: complejo de bajitos.

Fornidos y tapones. Como cajas de madera.

Sí, Dan era como un cubo. Pero también bastante menudo. Quizás “menudo” no sea la palabra. Pequeño, pues. Pequeños y cabreados, los Fante.

Resultat d'imatges de ask the dust bookVolviendo al espíritu de sus libros, concretamente de la tetralogía Bandini, a mí me conmueve la forma en que Fante pinta a los seres humanos. Como cosas patéticas, pero a quienes trata con el máximo cariño y humor, sin condescendencia o melodrama.

Ya. Yo no diría “patéticos”, quizás. Diría que los describe como defectuosos, esencialmente. Y cuando se permite hablar de algunos sentimientos que se negaba a la hora de tratar en persona con su familia e hijos, uno percibe un gran amor en sus palabras. Y a la vez notas un gran amor por la literatura, por la escritura. Hay muchas cosas sagradas en Fante, y ese es para mí uno de sus grandes encantos. Cómo habla de las cosas que le son preciosas, cómo las cuida y mima, cómo las eleva. Dan me dijo que su madre editaba a John (ella siempre revisaba todas y cada una de las páginas del manuscrito que le pasaba su marido) y se ve que era un autor que casi nunca reescribía. Era un escritor muy fluido y natural. Esto es algo que Bukowski recuerda en su prólogo, tal y como lo recuerdo de haberlo leído hace un montón de años, lo de la facilidad y la simplicidad de cada línea.

Lo limpias que son, ¿no? Allí no sobra ni falta nada. No se permite ningún exceso. Admiro esa contención casi perfecta.

Sí. Sus frases son limpias y simples. En algunas secciones puedes detectar de dónde surge esa pulcritud y contención de Fante. Leí a Sherwood Anderson porque John le mencionaba en algunos libros. Creo que Fante toma esa simplicidad de Anderson. Así como de otros escritores americanos modernos, claro. John nunca se cree maravilloso, nunca alardea. Cuando hace que algunos de sus personajes alardeen de algo o se crean superiores es porque va a gastarles alguna broma pesada. John nunca es tosco, la verdad; nunca deja de ser elegante. Cada vez que se acerca al cliché, o tú crees que la historia va a terminar en cliché, escapa de ello de forma muy astuta. Escribe increíblemente sencillo, elegante… La expresión que suele utilizarse al describir la obra de Fante es “engañosamente simple”. Cuando lees a John Fante sientes como si una persona te estuviese hablando directamente a ti. Y a la vez te hace pensar en que tú también puedes hacerlo, pues en sus manos da la impresión de que es algo fácil. La mejor escritura a menudo parece carecer de complejidad, porque nunca te carga o cansa. Uno de mis libros favoritos es Hambre, de Knut Hamsun, y Dan me contó que era también el libro favorito de John Fante, como quizás ya sepas. Por supuesto, cuando lees Hambre te das cuenta de que Fante sacó de allí la idea de lo ridículo del ego, y la voz de su primera persona, de Arturo Bandini. Porque Hambre es pura tragicomedia. Es uno de los libros más increíbles que he leído. No me sorprende que Fante tomara tanto de allí, porque es un libro que te cambia por completo. Es como un compendio digerible de lo mejor de Dostoievski.

Resultat d'imatges de john fanteMe gusta mucho que Fante no temiera mostrar la influencia patente que Knut Hamsun había tenido en él. Eso es algo que también haces tú siempre con tus músicos y artistas favoritos: llevarlos de blasón.

Sí. Eso es muy interesante. Verás: quizás yo parezca alguien muy raro en mi generación, por la forma en que concibo mi música y mi arte, y es porque vengo de una generación que oculta sus influencias. Pero en la época victoriana, o en el periodo modernista -especialmente en el caso de sus pintores-, las influencias se llevaban de emblema, se expresaban con orgullo. Y creo que eso es algo que siempre hizo John Fante, con lo que siempre dio ejemplo. Identificarse con sus héroes, unirse a sus héroes, JL Mencken o Hamsun o quien fuera. En mi opinión esa es la forma correcta de entender los conceptos de deuda y tradición. Por desgracia, en el mundo en el que vivimos eso se considera poco cool. Lo que hace todo Dios es simular que se han inventado a sí mismos. Pero eso es una puta mentira. Y te diré algo más: es muy mal karma. Para mí es algo perfectamente obvio: tienes que cantar las alabanzas de aquellos que te ayudaron. Que te señalaron la dirección. Porque es un testigo que se te entregó. Y los verdaderos artistas admiten la existencia de ese testigo, no simulan que nadie les ha influido. Alguna gente aduce que soy un tipo orgulloso porque siempre digo que soy un verdadero artista. No parecen comprender que soy un verdadero artista precisamente porque reconozco a todos aquellos que estaban antes que yo y que deben ser reconocidos. Así que tal vez sea arrogancia artística, pero está templada por la humildad de saber que no has inventado nada. Uno tiene que ser generoso con estas cosas. Yo siempre he nombrado a Fante. Recomendé a muchos amigos americanos que le leyeran. Uno de ellos se empeñó en que alguien de la familia Fante le firmase Espera a la primavera, Bandini, y se lo mandó a la viuda de John, y el libro llegó a manos de su hijo Dan Fante, que aunque había escrito varios libros no encontraba editorial. Esto llegó a mis oídos. Se dio el caso que yo sí conocía una editorial americana que acababa de publicar allí una de mis novelas, así que intercedí para que ellos publicaran la primera novela de Dan. Aquello fue grande: su padre hizo que yo escribiese novelas, y yo pude ayudar a que su hijo publicase las suyas. Fue un caso de retribución pura.

Resultat d'imatges de john fante librosKarma, como decías, es la palabra perfecta. Devolverles el favor a tus héroes. Equilibrar las cosas.

Sí. No quiero que suene a gran favor, ni nada. Era solo una carta de recomendación, y Dan Fante habría terminado publicando sus libros de un modo u otro. El mérito es de Dan Fante, no puedo colgarme ninguna medalla por eso. Pero me enorgullece poder decir que yo ayudé a cerrar el círculo. Que colaboré en el desarrollo de una tradición de la que John Fante formaba parte.

No sé que hubiese hecho John Fante con un artista que tomara de lo suyo y no lo admitiese. O tú mismo. ¿Qué se hace con alguien que toma de nuestra tradición pero no devuelve nada, ni da las gracias?

A mí me pasa continuamente. Pero no odio a nadie. Lo encuentro hiriente respecto a mi ego, pero tampoco invierto demasiado tiempo en solucionarlo. Me digo a mí mismo que soy un bebé, que no me gusta eso por la misma razón que un bebé se enfadaría por algo que se realiza contra su voluntad, y sí, a veces me molesta; pero no le dedico ninguna energía. Lo cierto es que me sucede tan a menudo como para ser lo habitual. Te diré otra cosa que hace mucha gente: como soy un tío que siempre señala las cosas que le gustan, y quién me influencia, y a quién disfruto, alguna gente que viene a mí en busca de ayuda para escribir o hacer música o pintar sale de allí con recomendaciones de buenos artistas; les sugiero un camino, que lean a John Fante, o admiren la pintura de Kurt Schwitters, diversas influencias… Lo que hace alguna gente entonces es reivindicar esas influencias como su influencia, y luego me borran de la ecuación [carcajada].

Sé de lo que me hablas.

Supongo que así creen que quedaran más sofisticados, porque se supondrá que han hallado esas fuentes ellos mismos. Eso es una locura. ¿Por qué querría alguien esconder la ayuda de otro? Me doy cuenta de que no se están haciendo ningún favor, porque eso demuestra que no han entendido nada. Que no han entendido el valor del respeto. El problema es que si mientes entras en un conflicto. Si mientes, estás en conflicto con tu verdad. Y eso representa una distorsión en tu mente. Porque por supuesto alguna de esa gente tiene que haber hecho un esfuerzo enorme para eliminar o negar lo que en realidad sucedió, y eso envenena su alma. El único dañado de todo este proceso es quien miente, por no haberse dado cuenta de que haber sido influenciado por alguien es un gran honor. Para mí, admitir que John Fante me influenció a la hora de escribir es como aguantarle la puerta a alguien. Soy muy educado y me paso el día aguantando puertas. Aguanto puertas para dejar pasar a gente, pero a la vez ellos me están haciendo un gran regalo: la posibilidad de eliminar mi ego e involucrarme con el mundo de una forma verdadera. No ser el capullo egoísta que soy. Me da otro ángulo. Por eso cuando ayudo a alguien y me dan las gracias, yo siempre respondo “ha sido un placer” o “el placer es mío”. Porque el placer es mío. Es el placer de no haber sido un imbécil. El placer de que alguien te influya.

De darte la posibilidad de actuar con bondad.

Bueno, creo que eso te libera, en realidad. No sé si te convierte en alguien mejor, pero sí en alguien más libre. Mentir te ata. Tienes que hacer concesiones en tu relación contigo mismo. Por tanto, alguien que miente sobre sus influencias quizás no sea mal tipo, pero desde luego sí está siendo ignorante. Porque no ha comprendido el valor de la influencia. Yo nunca he simulado que John Fante no haya sido una influencia en mi escritura. Lo ha sido, y he tomado cosas de él.

Hablando de mostrar la influencia de John Fante, acabo de recordar que en tu sello (Hangman Records) sacaste un single de una banda, Ye Ascoyne D’Ascoynes, que llevaba una foto de John Fante en portada. Compré ese disco en 1993, cuando no había leído a Fante aún.

Resultat d'imatges de ye ascoyne recordEs increíble que menciones eso [sonríe]. Qué coincidencia más extraordinaria. Los Ascoyne D’Ascoynes eran una banda local, de Chatham; uno de ellos, Ian Smith, era el batería original de The Dentists, y también tocaba la batería en los Ascoynes. Pues bien (esto es buenísimo, es exactamente de lo que estábamos hablando), resulta que este Ian era el tipo de individuo que hace cosas como las que te decía antes. Yo soy un enorme fan de Kurt Schwitters desde mis 17, de cuando iba a la escuela de arte. Ian debe tener seis o siete años menos que yo. Le conozco desde que él era aún un niño, y yo ya había formado The Milkshakes. Yo le hablé de Kurt Schwitters, y en la época, como yo no paraba de leer a John Fante, le regalé una copia de Pregúntale al polvo. Él me contestó que no era lo suyo, que no le había gustado. Tres años más tarde me vino un día y me dijo “Hey, Billy, deberías leer a un escritor que he descubierto, se llama John Fante” [ríe]. Yo le dije: “claro, es el libro que te regalé, tío”. A partir de allí Ian era el tío que había descubierto a John Fante, y luego también a Kurt Schwitters. Para colmo, la portada del single que mencionas, y que yo les produje, es un collage a lo Kurt Schwitters, y lleva la cara de John Fante [carcajada]. He ahí un tío en completa fase de negación. Pero yo les produje el disco y dejé que siguiera diciendo lo de sus “descubrimientos”. Era su decisión.

Hay una cosa que me chifla de Arturo Bandini: que llora un montón. Y viniendo como yo de una cultura de clase obrera, una cultura que desprecia a los hombres que lloran, ese es un atributo que me parece admirable. A mí me mostró un mundo de hombres donde era aceptable llorar.

[Ríe] Ya. Me pregunto si eso era tan común en los personajes de otros libros de la misma época, y me parece que no. Que era una cosa muy rara. No olvides que Bandini, además, llora muchas veces con intenciones manipuladoras. Llora para salirse con la suya. Y ligar con mujeres [sonríe]. ¿Te acuerdas?

Sí. Pero otras veces no puede impedirlo. Está angustiado de verdad. De una forma muy italiana e histérica.

De nuevo, es imposible preguntarse si eso era algo que hacía John Fante. Es una idea interesante, ¿no? Es imposible saber cuáles de los rasgos de Bandini son cercanos a los del autor. Otra hipótesis es que eso viene de que alguien como John, desde un punto de vista psicológico, podría ser considerado un niño de mamá. Piensa que su padre era un completo gilipollas, y que al chico no le quedó otro remedio que decantarse hacia su madre, y cuidar de ella en algunas épocas. En todos los libros se palpa esa calidez hacia la madre. También hacia el idiota del padre, pero es un amor mezclado con temor y respeto. Así que sí: quizás Fante era un niño de mamá.

Resultat d'imatges de john fantePor otro lado, las lágrimas de Bandini tienen un inmenso componente de pura rabia. De resentimiento y odio contra un mundo que le pisotea.

Es posible. No lo recuerdo con tanto detalle. Habré leído Pregúntale al polvo unas seis o siete veces en total, y lo mismo puedo decir de la mayoría de libros de Fante. Los he releído todos. Mi favorito posiblemente sea Espera a la primavera, Bandini. En todas las de Bandini el personaje es muy emocional e intenso, lo que de nuevo me lleva al protagonista de Hambre, un tipo con respuestas emocionales muy intensas. A todo. Y eso de nuevo nos lleva al Raskólnikov de Crimen y castigo, que es de donde yo creo que Hamsun sacó algunos aspectos para Hambre. El joven artístico, intenso, en combate contra el mundo. Lo verdaderamente asombroso de todo esto es que ninguno de los libros de John Fante (y, por extensión, tampoco los de Hamsun o Dostoievski) son libros para jóvenes. Considera, por ejemplo… ¿Quién escribió El guardián entre el centeno?

J.D. Salinger.

Salinger, eso. Si piensas en El guardián entre el centeno, ese es un libro que uno tiene que leer cuando es bastante joven. Máximo, a los veinte. Si te lo lees a los treinta o cuarenta, ya no funciona; aquel tío ya no te interesa. Para mí, su protagonista no es ni la mitad de convincente de lo que sería para alguien mucho más joven. Es un libro para jóvenes. No creo que ese sea el caso de Fante. Él trasciende la barrera de la edad, y creo que lo consigue a base de humor. Creo que la ridiculez y la comicidad son dos rasgos que hacen que Bandini funcione. Le quita toda aquella solemnidad que tiene el protagonista de Salinger. El Bandini de Fante te gusta a los cincuenta porque aún reconoces a aquel idiota risible que lo protagoniza. Cuando lees a Salinger a los veinte aún no puedes reconocer a un idiota; solo la madurez puede ayudarte a reconocer la idiotez. Y de adulto aquel protagonista solo te parece un chico más bien repelente. Así que los libros de Fante son libros muy maduros y precoces. Tiene visiones diáfanas de la idiotez del ego. Y eso lo hace atemporal y muy potente.

También me gusta que Bandini sea un mierda, a veces. Que Fante no lo pinte como un tío dañado pero benigno, sino alguien envidioso, resentido, hipócrita, incluso racista. Hay calidez en su corazón, pero también mucha bilis. Su lado peor le humaniza.

Estoy completamente de acuerdo. En ese sentido Fante es muy realista. Bukowski, de nuevo, es la estrella de alguna película de acción de bajo presupuesto, pero Bandini es claramente el protagonista de una tragicomedia. No es un detective encallecido por la vida. Arturo va de que es más listo que el resto del mundo, pero luego va y la caga, y te das cuenta de que no es ni más ni menos listo que nadie. Arturo no encaja, está en desacuerdo con el mundo. Bukowski tampoco encaja, pero se pinta como un héroe. Arturo Bandini, por el contrario, es el perfecto antihéroe.

Sí. También procede analizar el germen de su rabia. Incluso cuando lanza insultos racistas contra sus colegas filipinos nos recuerda que a él los anglosajones le llamaban espaguetini, pelo-grasiento, guinea. Le humillaron, y por eso humilla a otros a su vez. Es realismo puro.

Esa es la grandeza y el encanto de Fante. Su personaje es completamente tridimensional, tiene todas esas contradicciones y daños. Puede ser un capullo y encantador. Bandini es así. Y huelga decir que así es como somos la mayoría de humanos.

Resultat d'imatges de john fante

¿Cuál dirías que es tu Fante predilecto, después de todos estos años?

Espera a la primavera, Bandini. Y uno de mis fragmentos favoritos de todos sus libros es de La hermandad de la uva. Cuando su hermano está tratando de convencerle de que vuele de visita al pueblo, porque su padre la está liando y están a punto de divorciarse con la madre y todo eso. Y él llega, y el hermano ni siquiera va a buscarle al aeropuerto, todos le tratan como si no comprendiesen qué está haciendo allí y aplican una presión emocional terrible encima del pobre tipo. Es un fragmento que explica de una forma perfecta las dinámicas familiares y la forma absurda en que interactúan los humanos. Toda la mierda que se acumula, y la mentira. Pero el libro que más me gusta es Espera a la primavera, Bandini, y también Pregúntale al polvo. Ni siquiera recuerdo Un año pésimo, solo lo leí dos veces. Acabo de recordar algo más sobre los Fante que quizás deberías saber.

Cuenta, cuenta.

Dan me contó que su hermano Nick Fante había sido uno de los que diseñó, o ayudó a diseñar con algún tipo de trabajo de ingeniería, la primera cápsula espacial que aterrizó en la luna. Una parte, al menos. Las patas, si no recuerdo mal. Creo que es un detalle bonito, aunque no sé si dudar de la veracidad de la historia. ¡Los Fante contribuyeron a la conquista de la luna! [ríe]. Dan tenía un espíritu muy generoso. Su único problema es que no se creía merecedor de todos los elogios. Se menospreciaba.

Los Fante tenían una relación compleja con la familia. Con los lazos de sangre. John Fante la pinta como algo dañino pero indispensable a la vez. Hay mucho amor en sus palabras, incluso cuando maldice a Svevo de formas terribles.

Sí. Creo que eso también es muy italiano [ríe]. Asimismo, él despreciaría mi comentario, por venir de un puto limey, de un inglés. Diría que no entiendo nada. Se ve que John era un tipo que golpeaba siempre primero. Dan siempre contaba que cuando John conocía a alguien siempre empezaba siendo un cabrón grosero, para quedar por encima. Para empezar con ventaja. Se ve que era de ataque rápido [ríe]. Debía ser un buen bastardo.

(Esta charla se publicó como prólogo del Compendium Fante de Anagrama en el año 2016. He eliminado un par de frases de la introducción que apestaban, y no me di cuenta entonces, porque había bajado la guardia dos segundos. El resto está igual)

 

Alta Fidelidad de Nick Hornby (lleva una nueva contraportada de Kiko Amat)

«Era 1995 y yo vivía en Cricklewood, un siniestro barrio londinense donde, una década atrás, Dennis Nilsen había matado a quince personas y arrojado sus restos por el retrete. No era muy feliz. Cultivaba una anorexia a media jornada, trabajaba en McDonald’s, vivía con un expresidiario y varios ratones, había roto con una novia (horrible) y con la subcultura mod. Tenía veinticuatro años y creía que mis sueños se habían ido por el váter, como cachos de víctimas de Nilsen. Incluso había dejado de leer, tras decidir, con Philip Larkin, que los libros eran «un montón de mierda» y que valía más «darle al frasco». Y escuchar rock’n’roll.

Entonces recibí un paquete de mi madre. Contenía un ejemplar de Alta fidelidad, de Nick Hornby, y una carta: «Este libro eres tú.» Y lo era. De acuerdo, yo no llevaba «jerséis horribles», como Rob, el propietario de la tienda de discos que protagoniza la novela, pero el libro la clavaba en lo restante: melancolía (tic), obsesión por hacer listas (tic), casetes recopilatorios con fines amatorios (tic), halo loser (tic), nerdez irreparable (tic), odio a Sting (requetetic). Alta fidelidad me recordó que algunas novelas sí hablaban de mi (nuestra) circunstancia. Me devolvió la ilusión y recalentó mi entusiasmo. Me hizo volver a amar los libros (aunque nunca dejé de darle al frasco). Y me recordó (supertic) que la música pop era la octava maravilla del planeta. Miradme: 1996, cuarto enmoquetado, engullendo Barons de lata y escribiendo paridas mientras suena el Ten Spot de Shudder to Think y el Demmamussabebonk de Snuff. Tras varios años de rencor homicida, asoma en mi cara una cauta sonrisa.

Cheers, Nick.»

Kiko Amat

(Esa contra es mía. Para celebrar el 50 aniversario de Anagrama, chez moi, la editorial ha lanzado una serie de libros icónicos de su catálogo con portadas flamantes y contraportadas a medida escritas por fans, lectores y vecinos de estantería. A mí me ofrecieron escribir la contraportada del Alta fidelidad, de NIck Hornby. Es la que acaban de leer, y que hallarán al dorso de esta gran novela. Me encantó hacerlo)

Helter Skelter is coming (con un prólogo de Kiko Amat)

Antes de que acaben de contar «1,2,3,4,5,6,7, all good children go to heaven» ya habrá salido a la venta la esperadísima traducción española de Helter Skelter, de Vincent Bugliosi. Mejor libro de true crime anglosajón que he leido (y releído: cinco veces) en mi vida, descatalogado en España desde… 1976.

Esta obra maestra de la crónica negra escalofriante, best seller mundial inapelable, lleva, para colmo de la maravilla, en su nueva edición de Contra Editorial, un prólogo que ha escrito you-know-who.

Yo, hombre. Quiero decir yo. Quién va a ser. El prologuista enloquecido.

Tamaña genialidad estará en las librerías el 10 de abril. Comprénselo, y prepárense para dormir con una lucecita infantil encendida en su habitación de adultos hasta que pase el verano, lo menos.

Pulp heroico: mi prólogo para NIK COHN

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Ya está en la calle, traducido al español, uno de mis libros favoritos de adolescencia: Sigo siendo el mejor, dice Johnny Angelo, de NIK COHN, uno de los caballeros con los que aprendí a escribir, y a quien debo si no toda, sí el empujón inicial de mi carrera. Si husmean detectivescamente en mis tres primeras novelas hallarán guiños Cohnianos en todas y cada una de ellas. Y el título de la cuarta… En fin, qué puedo decirles. Cohn era mi maldito héroe.

Lo sacan los chicos de Walden Libros, y lleva un prólogo mío (¿llegará un día en que habré prologado a todos mis héroes literarios? Desde luego voy por ese camino).

Dicho prólogo cuenta con bastantes intervenciones nuevas y exclusivas de Cohn, con quien tuve el honor y la PEDAZO-DE-SUERTE de poder departir en las semanas previas al lanzamiento de la novela.

Lo que decía: que no se puede ser más afortunado.

Por si les pica la curiosidad, el prólogo empieza de este jaez:

  1. «Yo era cartero comercial. Corría el año 2004, y llevaba más de un año levantándome a las cuatro y media de la mañana, tratando de no despertar a mi mujer en el proceso. Desayunaba de puntillas, casi a oscuras, en la cocina de nuestro entresuelo de entonces, luego cruzaba Barcelona en una Vespa 160 muy vieja y muy culona que solo arrancaba a la décima patada y, ya en una nave industrial de L’Hospitalet, me ponía a clasificar unos cuantos centenares de cartas oficiales, folletos de propaganda o multas aviesas. Las organizaba durante una hora por barrios y por números de portal, y entonces las colocaba por estricto orden de reparto en mi carro, y pasaba las siguientes siete horas de turno recorriéndome el barrio a pie e insertando las cartas en las bocas impávidas de los buzones de metal. Se trataba de un trabajo menos deprimente de lo que uno podría esperar (era al aire libre; el escaqueo fácil, la desatención rutinaria), pero cansado y monótono. Todos los días y portales y buzones eran casi idénticos, y si trato de hacer memoria solo dos jornadas escapan del ritual de lo habitual. Una de ellas fue la del atentado terrorista en Atocha, que viví parando en cada bar de mi ruta, contemplando boquiabierto y abatido los detalles de la masacre que aparecían en la televisión, así como las mentiras cada vez menos elaboradas, cada vez más arrogantes, del Partido Popular.

La otra fue cuando vi a Nik Cohn.»

En éxtasis

https://kikoamat.files.wordpress.com/2017/09/798e2-20905567_1907092499617525_2921055481902399488_n.jpgComo ya les previne, el 10 de octubre saldrá a la venta la traducción al español del mitiquísimo libro de Joan M. Oleaque En éxtasis; el bakalao como contracultura en España (Barlin libros).

Hoy mismo he podido ojear una flamante copia que acababa de caer en mi buzón. Ha quedado la mar de elegante, y el texto es la pera, y mi prólogo, permítanme que les diga, no está pero que nada mal. Ha sido uno de los buenos; está claro.

Fans de la subcultura, lo tribal, los fenómenos juveniles 80’s y los libros de rocanrol: yo os conmino a haceros con un ejemplar. Y regalar unos cuantos más por ahí. Es un gran libro.

Billy Childish y Kiko Amat hablan de JOHN FANTE

https://www.anagrama-ed.es/uploads/media/portadas/0001/16/c28e68c3302dc675a8ea148a2665f16e8e2ab544.jpeg¿Pues no se me olvidó decirles lo de este prólogo? El gran BILLY CHILDISH y yo mismo estuvimos de charla -via Skype; vean foto adjunta allá abajo- para celebrar la vida y óptica del escritor favorito de ambos: JOHN FANTE. Dicha charla aparece en formato íntegro en la presentación de esta flamante versión de la Tetralogía Bandini que recién ha publicado Anagrama en la nueva colección Compendium.

Son, naturalmente, las cuatro novelas que protagoniza Arturo Bandini: Camino de Los Ángeles; Espera a la primavera, Bandini; Pregúntale al polvo; Sueños de Bunker Hill.

La charla entre Childish y el menda empieza tal que así:

Lo primero que me gustaría que me contaras, Billy, es cómo entraste en el mundo de John Fante y a través de quién.

Veamos. Por aquel entonces yo estudiaba en la St. Martins School of Art, en Londres, en el año 1980. Peter Doig (un amigo pintor que estaba en mi mismo curso) y yo teníamos gustos muy parecidos en todo: pintura, libros, rock’n’roll… Este mismo amigo, que ahora es un artista muy famoso, me pasó un libro de un tal Charles Bukowski que me gustó bastante, así que fui a una pequeña librería alternativa que había en Covent Garden y empecé a buscar más libros del mismo autor. Tenían un par de copias de libros suyos en Black Spring Books, y también una copia de Pregúntale al polvo de un tal John Fante. Que, como ya sabes, llevaba la famosa introducción de Bukowski. Lo que yo solía hacer en aquella época para decidir qué me gustaba y qué no era ir pasando alfabéticamente por la sección de narrativa, ir cogiendo libros al azar y leer el primer párrafo a ver qué tal, para luego devolverlos a la estantería si no me acababan de convencer. Ocasionalmente leía más de un párrafo y acababa comprándolos. Eso fue lo que sucedió con Pregúntale al polvo. Creo que me lo leí casi entero en la bañera, una vez hube llegado a casa.

vlcsnap-2017-06-28-17h17m47s267¿Qué edad tenías cuando sucedió todo eso?

Diecinueve o veinte. En 1977 tenía diecisiete años, así que en 1980 ya habría cumplido los veinte. Soy disléxico, y siempre he tenido problemas con la lectura y la escritura. En aquella época yo trataba de escribir poesía, pero Pregúntale al polvo fue el libro que me hizo pensar que quizás también podría intentar escribir prosa, ya puestos. A lo mejor era un delirio mío [ríe], pero sentí que sí, que podía hacerlo. Para decirlo de un modo clásico: Fante me inspiró a escribir piezas de prosa. Lo que me encantaba del trabajo de Fante era sobre todo el aspecto cómico. Al poco tiempo leí también Espera a la primavera, Bandini. Bukowski me había inspirado, no lo niego, especialmente en cuanto a la poesía: me había mostrado cómo expresar cosas que yo no tenía ni idea de cómo expresar. Lo malo de Bukowski era que siempre daba la impresión de ser la estrella de una película de serie B. Había leído demasiado a Hemingway, está claro. Ese postureo de tipo duro es lo que menos me gustaba de él, incluso hoy, y creo que lo mismo le sucede a otra gente. Les causa rechazo su palabreo fardón. No me gustaba esa pose de Marlowe que se llevaba. ¿Quién escribió lo del Marlowe ese? ¿El detective duro de las novelas?

Raymond Chandler.

Ese. Veo ahora que Bukowski se fijaba mucho en Raymond Chandler, además de en otros autores del mismo estilo. Hard-boiled. Se nota en ese rollo serie B que te comentaba. Asimismo, nunca vi nada de eso en Fante. Leías sobre Arturo Bandini y te parecía estar mirando una película de Laurel y Hardy. Fante te está describiendo la clase de idiota que es ese fulano, Bandini, y la estupidez que está a punto de realizar, y tú como lector quieres que no la haga, del mismo modo que quieres que Laurel y Hardy no se metan en líos. Bukowski, por el contrario, te va a decir que todo el mundo es idiota, pero que él es un tío listo. Él es quien mola, quien sabe de qué va todo. Esa es una gran diferencia entre los dos autores, Fante y Bukowski, que alguna gente no ve. Por eso me parece tan interesante que Bukowski, quien supuestamente era un gran fan de Fante, no pillase la increíble fragilidad que desprenden los escritos del segundo, la que pone en boca de Bandini. Un chico con muchos defectos, Bandini, bombástico y bocazas, presuntuoso, muy ambicioso también, aunque a la vez siempre parece quedarse corto a la hora de realizar esas ambiciones. Creo que todo eso es encantador, hace de él alguien muy cercano. Dicho esto, con los años trabé amistad con Dan Fante, el hijo, y me contó que John no era así ni por asomo [carcajada]. Que el tío era un completo gilipollas. Me dijo: “John era un miserable, Billy”.

[La conversación continúa durante un buen puñado de páginas.

Compren, yo se lo ordeno, este espléndido pack Fante con prefacio flipante]

Prólogo para EDWARD BUNKER

portada-la-educacion-de-un-ladron_cdf3yqrCompren ya este libro. Es la autobiografía de Edward Bunker, es la puta remonda (su mejor libro, junto a Little Boy Blue), y es de Sajalín (best publishers in town) y encima ostenta un prólogo de Kiko Amat. Cuánta suerte puede tener un hombre, díganme.

Les incluyo la primera página del prólogo para que produzcan saliva y salgan raudos a comprar un ejemplar de esta macanuda novela vivencial:

EDWARD BUNKER: LA MUECA FEROZ
Verdad, alienación y violencia en La educación de un ladrón

1. Estoy en cama una noche de marzo del 2015, en pleno Alt Camp. Bastante mamado de cava, si tengo que serles del todo honesto. Noto un pedrusco de pesadumbre atascado en mitad del gaznate (indeciso entre subir o bajar), y acabo de preguntarle a mi mujer, Naranja, qué leches me pasa (ella suele acertar el diagnóstico, si entienden por dónde voy). La cosa es que he pasado la última hora de una cena con amigos en completo y agraviado silencio, cabizbajo, ocupado en domar una imparable ola de malhumor que crecía dentro de mí con la determinación orgánica de un feto. Ofendido por algo (en mi familia somos muy de ofendernos; la susceptibilidad corre por nuestras venas turbia y sulfúrica como un vertido químico del río Llobregat) y deseando partirle la cabeza con un taburete a uno de mis interlocutores. Amigo mío, para más señas.
– Anímate, Kiko –me suelta ella- Míralo de otro modo: tu mayor problema es también tu mayor ventaja. Esa negrura que llevas dentro. La carga de resentimiento que arrastras. Sin eso no se puede escribir.
– ¿Tú crees? –contesto, volviendo la cabeza, en busca de consuelo. De cualquier tipo de consuelo.
– Pues claro. Te lo digo yo, que conozco a un montón de escritores equilibrados que escriben pésimo. Por supuesto, eso también es lo que te hace un hijo de puta, a veces. Y un amargado de mierda. Y un cabrón malhumorado que acaba de arruinarnos a todos la cena sin razón aparente. Y un paranoico loco e impredecible, huraño y antipático. Es lo que hay. No se puede tener todo. Búscale el lado bueno, va.
– ¿Sabes qué? –le contesto, aún tragando con cierta dificultad y luego subiéndome el edredón hasta las rodillas- Que creo que tienes razón. Aunque tu respuesta me haya deprimido tanto, joder.
Esto es algo desazonador pero es así y no de otro modo, y cuanto antes lo admitamos, mejor iremos (y yo estoy aquí para expiar sus pecados, como JC): la escritura va con la violencia. No me refiero meramente a la violencia física, tangible, de pulverizarle la sien a otro fulano (no todos los escritores tenemos que ser matones de cuarta, quebrantahuesos a sueldo; no se trata de eso, aunque ayudaría de cara a nuestras demandas contractuales con la editorial). Quería decir una cierta violencia de espíritu. Nelson Algren afirmaba en Nonconformity: “No escribes una novela por pura lástima, del mismo modo que no revientas una caja fuerte por un vago anhelo de ser rico. La compasión está muy bien, pero la venganza es la verdad que Faulkner olvidó (…) Una cierta crueldad y un sentido de alienación respecto a la sociedad es tan esencial para la escritura creativa como lo es para robo a mano armada”.

Muchos escritores imaginativos y de pluma hábil son también asaz blandengues. Buenazos. Cursilones, incluso. No me cabe la menor duda de que son buenas personas y mejores vecinos, pero en su prosa no se distingue conflicto ni lucha, uno intuye allí falta de marejada, de alboroto y confusión y puta-mala-baba. ¿Dónde fueron a parar la rabia, el rencor, el sentimiento de venganza, el anhelo de desquite, eh? Encantados de conocerse, felices con ellos mismos, la psique en estado de plácido reposo (¡y cómo les envidio!), la obra de esos novelistas adolece de los mismos males (o atributos, si hablamos de vida civil) que su personalidad: carece de rincones oscuros. Es mullida y amable. Es benigna y tragable; simpática. Pero la literatura no debería ser así; simpática. Un autor –o, cuanto menos, un determinado tipo de autor- debería estar siempre boxeando consigo mismo, siendo su peor enemigo, ahuyentando sus demonios, quemándolo todo: puentes, flota de barcos y malas hierbas. Un autor debería estar en perpetua guerra civil interna, en modo autocrucifixión, y no digo esto en el sentido maldito ni víctima del asunto. Su contienda podría transformarse perfectamente en literatura humorística, pero de la piel pa’dentro debería escucharse el fragor de la contienda fratricida (egocida, más bien), la chifladura y el remordimiento y el autorepelús. Edward Bunker mismo: he ahí un tipo que no se antoja simpático, y cuya obra es un gran desquite. Un “vais a ver” en la cara del mundo, un desplante a las cartas que le sirvieron, un rechazo al destino marcado y el “camino de la podredumbre” (que se decía en Papillon). Una mueca feroz.

(…)

(Compren ahora el libro, corcho)